'ABD ALLAH AL-MUZAFFAR
AL-NASIR
‛Abd Allāh al-Muẓaffar al-Nāṣir. Abū
Muḥammad ‛Abd Allāh b. Buluggīn b. Bādīs b. Ḥabūs b. Māksan b. Zīrī
b. Manād al-Ṣinhāŷī. Granada, ḏū l-qa‛da 447 H./I.1056 C. – Āgmāt
(Magreb), post. 488 H./1095 C. Último rey de la taifa de Granada (467 H./1075
C. - raŷab 483 H./IX.1090 C.)
BIOGRAFÍA
El menor de los nietos conocidos del rey Bādīs era ‛Abd Allāh, que residía en Granada cuando murió su
abuelo, en 467 H./1075 C., y, según precisa su biógrafo Ibn al-Jaṭīb, los
“funcionarios palatinos” (juddām dawlati-hi) y los jeques Ṣinhāŷa (ašyāj qabīlati-hi), pese a su juventud, unos diecinueve años, le
prefirieron sobre su tío Māksan, que regía
Jaén, y sobre su hermano mayor Tamīm, que regía Málaga, y le invistieron del poder, bajo la tutoría de uno de
ellos, Simāŷa, que durante
casi dos lustros ejerció como todopoderoso visir. Su padre era uno de los dos
hijos conocidos de Bādīs, y se llamaba Buluggīn Sayf al-Dawla (“Espada de la dinastía”), que había muerto
envenenado, en 1064, a los 25 años de edad. Es curioso que las fuentes árabes
no coincidan en fechar la muerte de Bādīs y el acceso al trono de ‛Abd Allāh, oscilando entre 465 H./1073 C., 469 H. /1077 y la más probable:
467 H./1075 C.
Escribió sus Memorias, entre 1094-1095,
conservadas en manuscrito único en la Qarawiyyīn
de Fez, que son un extraordinario documento de su historia, y acción insólita
entre los soberanos medievales; aunque redactadas después de ser depuesto por
los Almorávides, ya en Āgmāt (Magreb), y debiendo halagarles, contienen las
pistas esenciales sobre los deterioros de las taifas, entre ellas la de
Granada: pugnas dinásticas, conflictos administrativos, heterogénea población,
ataques entre taifas, acoso militar y tributario cristiano [...] el emir ‛Abd Allāh no pudo enderezar tanto problema: “cobarde
[...]. asustadizo, dado a los placeres, y que confiaba los visiratos a
sinvergüenzas”, le retratan algunas fuentes árabes, sobre las cuales comentarán
los especialistas modernos, como E. Lévi-Provençal y E. García Gómez, al
introducir su traducción de las Memorias o autobiografía de
‛Abd Allāh, su extraño destino y su falta de cualidades: “un tiranuelo
impopular” que, ya en su destierro africano, “irá precisándose en su
pensamiento la necesidad de reaccionar contra la opinión de su contemporáneos,
que hasta entonces lo han tenido por un mentecato y un traidor al Islam.... [y
escribirá sus Memorias] como una justificación de su conducta”. Las
tituló al-Tibyān ‘an al-ḥādita al-kā’ina bi-dawlat Banī Zīrī fī Garnāṭa (Exposición
de los sucesos acaecidos en el Estado de los Zīríes de Granada). En sus Memorias muestra
su arabización cultural.
Adoptó el sobrenombre
pseudo-califal de al-Muẓaffar, “el Triunfante”, que también había
llevado su abuelo, y que además contenía referencias al ejercicio del poder por
parte de los chambelanes ‘Āmiríes, pues así se tituló el
primero de los hijos de Almanzor en sucederle, ‛Abd al-Malik al-Muẓaffar,
y ahora, exhibido dos veces por los beréberes Zīríes de Granada, parece sobre
todo un reto al partido pro-‛Āmirí de las taifas eslavas, con quien tanto
pugnaban. Pero las pretensiones de este ‛Abd Allāh, último rey Zīrí de Granada,
aún volaron más alto, pues para mostrar que no se amilanaba frente a las reminiscencias
omeyas de que alardeaban las taifas “andalusíes”, también enemigas de los
Zīríes, y especialmente entre ellas la taifa de Sevilla, este ‛Abd Allāh
duplicó su titulatura con al-Nāṣir (“el Triunfador”), como
había llevado el primer Califa de Córdoba ‛Abd al-Raḥmān al-Nāṣir,
y que sólo se atrevió a adoptar otro rey de taifas, unos años antes que él:
Muḥammad ibn ‛Īsà al-Nāṣir de los Banū Muzayn de Silves. Sin
embargo, el emir ‛Abd Allāh sólo acuñó monedas de plata, y en esos dirhemes no
consta su lugar de ceca.
Su emirato se inició con el agrio sabor de la presión
cristiana. Alfonso VI y su aliado el rey al-Mu‛tamid de Sevilla le cogieron parte del territorio jiennense, incluso Jaén,
en 1074, alzándole la cuña del castillo de Belillos, desde donde algareaban la
Vega granadina. ‛Abd Allāh perdió plazas,
tuvo que entregar otras y pagar parias. Hacia 1082 empezó a ocuparse el emir
granadino más directamente de todo, y el visir Simāŷa se trasladó a Almería, alentando allí algún
conflicto territorial entre ambas taifas. Al poco, su hermano Tamīm de Málaga empezó a atacarle, por Almuñécar y Jete;
contraatacó el emir de Granada, y al cabo ambos hermanos pactaron el reparto de
varios enclaves, “aunque le privé de otros territorios, de cuyos habitantes
era de temer que, instigados por él, perturbaran mis dominios”, según confiesa
en sus Memorias, es decir, las rebeldías locales estaban latentes:
aún tuvo que reducir ‛Abd Allāh las de
Archidona y Antequera, y seguir aplacando conjuras en su misma corte.
El final se precipitó. En muḥarram 478 H./mayo de 1085 C., Alfonso VI conquistó
Toledo. Antes de aquel mayo de 1085, en que al-Andalus retrocedió hasta el
centro de la Península, ya se habían entablado contactos con los Almorávides,
sobre todo por iniciativas aisladas e individuales, e incluso a veces por
razones personales, según cuenta el emir ‛Abd Allāh en sus Memorias: que su hermano Tamīm de Málaga, pidió ayuda a los Almorávides contra él,
aunque ellos no le hicieron caso, pero después de tan alarmante fecha, el
recurso a los Almorávides fue oficial y por intereses generales, protagonizado
tal recurso incluso por los reyes de las taifas de Sevilla, de Badajoz y de
Granada, en realidad sólo entonces unidos en una acción conjunta, tan crítica
la situación resultaba. Con cadíes de esas taifas, y algún otro personajes
significativo, partió entonces una embajada para pedir auxilio a los Almorávides,
cuyos ideales de Guerra Santa, requeridos también por sus planteamientos
ortodoxos, armonizaban con su intervención en al-Andalus, adonde llegaron por
primera vez en 1086, para ayudar a las taifas, venciendo a Alfonso VI en
Sagrajas o Zallāqa. El pujante
movimiento político-religioso les llevó a formar un Imperio por el Occidente y
Centro del Magreb, originado por reciente reacción de los beréberes Ṣinhāŷa, oriundos los
Almorávides del Occidente del Magreb, pero contríbulos de los zīríes granadinos, que eran Ṣinhāŷa de Ifrīqiya o Túnez.
Tras esa victoria, en 1086, el emir Yūsuf ibn Tāšufīn regresó al Magreb, pero la incapacidad política,
militar y económica de las taifas continuaba, e incluso seguían en tratos con
Alfonso VI, que atacó por Aledo, y el emir almorávide decidió apoderarse de las
taifas, comenzando por Granada. El apoyo de alfaquíes y ulemas, el inicial entusiasmo
de los andalusíes por los Almorávides, y su predicada ortodoxia política y
fiscal, les facilitó en parte su conquista de las taifas andalusíes, cuya
fragmentación contrariaba además la política ortodoxa de unión centralizada,
que los Almorávides propugnaban. No faltan versos políticos (como los de
al-Sumaysir, traducidos en la revista Al-Andalus (1936: 125),
que critican al señor de Granada, el emir ‛Abd Allāh: “El señor de
Granada es un necio / que se cree el hombre más sabio. / Trata con Alfonso y
los cristianos, / ¡vaya juicio más discreto!, / y fortifica edificios,
desobedeciendo / a Dios y al emir [almorávide]”.
El propio emir ‛Abd Allāh, incapaz de
resistir tantos conflictos, detalla su crítica situación y el final de su reino
en sus Memorias: Yūsuf ibn TāšufĪn avanzó sobre
Granada, donde la población le esperaba alborozada, y ‛Abd Allāh salió a entregarle el poder, el domingo 8 de
septiembre de 1090. Un mes después, los Almorávides ocuparon la taifa de
Málaga, en parecidas circunstancias. Ambos reyes hermanos, ‛Abd Allāh y Tamīm, que eran de origen beréber ṣinhāŷí como el mismo
emir almorávide, tratados con bastante miramiento, fueron deportados al Magreb,
adonde regresó también el emir almorávide, dejando a su sobrino Sīr al frente
de sus nuevos territorios y de los siguientes proyectos de conquista,
realizados con planificación militar excelente, proponiéndose a continuación
acabar con la extensa taifa de Sevilla.
Sobre la heterogénea población de la taifa granadina
hay valiosas, aunque aisladas, referencias en las Memorias de ‛Abd Allāh, pues, por
ejemplo, documenta aún la importancia del poblamiento cristiano en algunos
enclaves, al señalar cómo: “Riana y Jotrón, cuyos habitantes eran cristianos,
por estar situados entre ambos territorios [la taifa de Granada y la de Málaga]
no podían rebelarse contra ninguno de los dos”. El párrafo alude también a la
condición “levantisca” atribuida con frecuencia por las fuentes a las
poblaciones, sobre todo rurales, de cristianos andalusíes, que se encontraban
ya en minoría dentro del conjunto de la población andalusí. También los judíos
de Granada disminuyeron desde la segunda mitad del siglo XI, por conversión
real o figurada y por emigraciones. El detonante fue el alzamiento contra el
todopoderoso cortesano de Granada José ibn Nagrela y contra los demás judíos
granadinos, en diciembre de 1066, muriendo muchos. Una famosa casida del
alfaquí Abū Isḥāq de Elvira prendió la mecha: “Ve y di a todos
los Ṣinhāŷa, lunas de su tiempo, valientes leones / las palabras
de uno que les quiere y cree que un consejo es prueba de amigos y deber
sagrado. / Vuestro señor [Bādīs de Granada] ha caído en un error grave que a los
maldicientes les ha dado tema: / pudiendo elegirle entre los musulmanes, nombró
a un infiel [judío] secretario suyo. / Con él los judíos se han vuelto
altaneros, siendo antes los más despreciados...”. En sus Memorias,
el emir ‛Abd Allāh no menciona
estos famosos versos, pero no deja de comentar estos sucesos, ocurridos en
tiempos de su abuelo y antecesor, pues a José ibn Nagrela le responsabiliza del
envenenamiento de su propio padre, Buluggīn ibn Bādīs, en 1064. Sobre estas tensiones, las Memorias detallan
también la rebelión de los judíos de Lucena, y el conflicto con los Zanāta. Al emir ‛Abd Allāh le correspondieron quince años de crítico reinado, sobre los
cuales y sobre sus antepasados proyectó una inaudita luz en su inusual
autobiografía.
Es notable que ‛Abd Allāh, dejando su Granada como cuatro siglos después tuvo que hacer
Boabdil, también comparte algún protagonismo con su madre, según cuenta él
mismo, incluyendo de ella varias referencias, como la de su partida conjunta
mientras entraban los Almorávides: “al salir de Granada, en efecto, la idea de
que podía ser encarcelado me hizo temer verme separado de mi madre, si la
dejaba en el alcázar, y salí con ella, sin cuidarme de la suerte de nadie más”.
Pinceladas humanas de un autorretrato excepcional, pero atiéndase al
significativo comentario (G. Martínez Gros, 1986: 375): “notons enfin que les
femmes n’apparaissent qu’avec la crise de la monarchie”.
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