IBRAHIM B. HAYYAY
Ibrāhīm b. Ḥaŷŷāŷ. Sevilla, p. m. s. IX – muḥarram de 298 H./9.IX-8.X.910
C. Miembro de la aristocracia árabe sevillana y destacado protagonista durante
el período de la fitna.
Caudillo andalusíRebelde
BIOGRAFÍA
A finales del siglo IX, los Banū
Haŷŷāŷ formaban, junto a los Banū Jaldūn, la aristocracia más selecta de
origen árabe en la zona sevillana, protagonizando ambos las revueltas acaecidas
durante el agitado período de la fitna contra la autoridad de
los emires omeya de Córdoba. Dentro del contexto general de disidencia a la que
hubo de hacer frente el Estado islámico cordobés desde finales del siglo IX es
preciso distinguir entre los múltiples poderes locales de escasa envergadura y
los señores más importantes, que llegaron a gobernar auténticos principados. A
esta segunda categoría pertenece Ibrāhīm b. Haŷŷāŷ, quien durante varios años
ejerció un poder independiente sobre Sevilla y su territorio circundante.
Junto a su hermano ‘Abd Allāh,
Ibrāhīm protagonizó inicialmente una actuación destacada en las insurrecciones
y episodios acaecidos en Sevilla durante los años del emirato de ‘Abd
Allāh, en los que se vieron envueltos tanto linajes árabes como muladíes y
beréberes. Ibrāhīm acaparó todo el protagonismo en su linaje tras la muerte
de ‘Abd Allāh en 891, víctima de una emboscada tendida por el beréber
Ŷunayd b. Wahb de Carmona instigada por el gobernador de Sevilla, Umayya
b. ‘Abd al-Gāfir. A partir de entonces se convierte en uno de los actores
más relevantes del período de la fitna.
Ibrāhīm fue uno de los principales
señores locales opuestos a la autoridad cordobesa y tal era su grado de
autonomía y autoridad que las fuentes lo llaman el “rey” (malik) de
Sevilla, si bien lo cierto es que, como otros de los más conspicuos rebeldes de
la fitna, recibió el reconocimiento del soberano omeya de Córdoba,
quien le concedió el tasŷīl o acta oficial que sancionaba la
legitimidad de su autoridad sobre Sevilla y Carmona. El gobierno de Ibrāhīm
sobre Sevilla se desarrolla en dos etapas de duración similar.
Durante la primera, compartió el
gobierno de la ciudad con el principal dirigente del segundo gran linaje árabe
sevillano de la época, Kurayb b. Jaldūn. Al inicio de la fitna, la
ciudad quedó en manos de los linajes locales muladíes, contra quienes el
gobernador Umayya b. ‘Abd al-Gāfir, sucesor de Muḥammad, hijo del emir,
lanzó a los árabes, en venganza por la muerte de su hermano, Ŷa‘d b. ‘Abd
al-Gāfir, lo cual hizo que, finalmente, la ciudad cayera en manos de dichos linajes.
Tras la muerte de Umayya, el nuevo gobernador enviado por el emir fue un mero
instrumento en manos de Kurayb b. Jaldūn e Ibrāhīm b. Ḥaŷŷāŷ, quienes, a lo
largo de la década siguiente, compartieron, de forma casi ininterrumpida, el
control de la ciudad, salvo un breve paréntesis de restauración de la autoridad
cordobesa en el año 282/895, en el transcurso de la cual fue capturado como
rehén ‘Abd al-Raḥmān, hijo de Ibrāhīm. La alianza finalizó de forma
violenta cuando, ante su incapacidad para acabar con ambos, el emir de Córdoba
optó por atizar la discordia interna entre los dos linajes. En el transcurso de
una cena en casa de Ibrāhīm se desencadenó una disputa que finalizó con la
muerte de los dos hermanos Banū Jaldūn, el viernes 29 de ḏū-l-ḥiŷŷa de
286/6 de enero de 900. A partir de ese momento se inicia la fase de gobierno
solitario de la ciudad por Ibrāhīm b. Ḥaŷŷāŷ, que se prolongó por espacio de
otros diez años, hasta su muerte.
Ibrāhīm pudo justificar la muerte de
los Banū Jaldūn ante el emir de Córdoba, comprometiéndose a gobernar el
territorio en su nombre y a remitirle una suma anual por la recaudación fiscal.
El sevillano trató entonces de recuperar a su hijo, rehén del emir de Córdoba,
pero, ante su negativa a liberarlo, buscó la alianza de ‘Umar b. Ḥafîūn,
señor de Bobastro, el más conspicuo rebelde de la época de la fitna,
que poco tiempo atrás se había adueñado de Écija. Ambos se entrevistaron en
Carmona para coordinar sus acciones contra el emir omeya, lo cual estuvo a
punto de costar la vida a los rehenes, cuya muerte fue evitada por el eslavo
Badr, quien convenció al emir de lo erróneo que eso sería, mientras que, en
cambio, si liberaba a su hijo, tendría el apoyo de Ibn Ḥaŷŷāŷ. Así lo hizo y,
de ese modo, el señor sevillano, sin romper del todo con Ibn Ḥafîūn, anuló su
alianza y se congració con el emir, al que accedió a enviar regularmente un
tributo como reconocimiento de su soberanía.
La actuación gubernamental de Ibn
Ḥaŷŷāŷ se corresponde, en varios aspectos, con la de un soberano en sus
dominios, lo que explica el epíteto de “rey” (malik) que le otorgan las
fuentes árabes. Disponía de un ejército de quinientos caballeros y nombraba y
deponía a las autoridades judiciales del territorio, como el cadí y el jefe de
policía. En cambio, no llegó a acuñar moneda a su nombre, uno de los
principales atributos políticos de soberanía en el islam. Asimismo, formó en su
entorno una corte literaria con artistas procedentes de Córdoba y Bagdad, a
quienes solía recompensar con largueza y de la que formaron parte personajes
como el filólogo Muḥammad al-Kalfat y la cantante bagdadí Qamar.
Su muerte se produjo de forma natural
y acaeció, según el cronista almeriense al-‘Uḏrī, en muḥarram de
298/9 de septiembre-8 de octubre de 910, tras casi 20 años ejerciendo el
gobierno de la capital hispalense, siendo sucedido por sus dos hijos, ‘Abd
al-Raḥmān, en Sevilla, y Muḥammad, en Carmona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario