Abû-l-Walîd
Al-Sakundî.
Escritor
andalusí.
Nació,
como indica su nombre, en Secunda, cerca de Córdoba, en fecha desconocida.
Murió en 1231.
Fue un documentado erudito de exquisito
estilo que puso de manifiesto en sus epístolas. La fama y reputación de
Al-Sakundî le valió la protección del sultán almohade Yâ’kûb Al-Mansûr,
ocupando algunos cargos en la administración, siendo nombrado câdî de Baeza y
Lorca.
Su obra capital, Elogio del Islam andaluz
(Rísâlah fî fade al-Andalus) tuvo su origen –según nos dice el autor en el
prólogo-, en la controversia en la que se habían enzarzado nuestro Al-Sakundî
con Ibn Yahyâ, en presencia de Abû Yahyâ ibn al-Bizcaria, príncipe de Ceuta.
Al-Sakundî defendía las excelencias de los hombres y tierras de Andalucía, en
tanto que Abû Yahyâ señalaba la primacía de su patria marroquí; en un arranque
apologético, Al-Sankundî exclama que el situar Berbería sobre Al-Andalus es
como dar preferencia a la mano izquierda sobre la derecha o como pretender que
la noche es más clara que el día. Deseoso el emir de que las agudezas y
valoraciones que cada uno de los oradores aducía para sostener su punto de
vista no se perdiera en el aire, les mandó que las expusieran por escrito, cosa
que ambos cumplieron.
La Risâlah constaba de seis partes que
trataban sucesivamente de: política, ciencia, poesía, valor guerrero, grandeza
del alma y descripción de ciudades. Cada uno de estos aspectos constaban de dos
partes que andaban entrelazadas: la una, combativa y polémica contra los
bereberes en general –en especial contra los almorávides, pues no ataca a los
almohades por entonces gobernantes de Al-Andalus, que lo protegían-; y otra,
laudatoria y apologética, en la que señala los méritos y cualidades de los
andaluces, sobresaliendo las páginas dedicadas a las ciudades andaluzas, que se
considera lo mejor de la obra. Afirma Al-Sakundî que las poblaciones andaluzas
son el paraíso y que cada una de ellas posee cualidades que no se conocen fuera
de Al-Andalus: Sevilla, limpia y alegre, es famosa por sus magníficos
edificios, sus instrumentos musicales, sus mujeres y vinos y los pueblos que la
rodean, que están bien construidos y cuidados, pareciendo estrellas en un cielo
de olivares. El alminar de la mezquita –se refiere a la Giralda-, construida
por orden de Yâ’kûb Al-Mansûr, es el más destacado de todos los construidos en
el mundo musulmán. Las orillas de sus ríos están adornadas por fincas, jardines
y árboles de un modo que no se
encuentran a orillas del Nilo. Córdoba –anteriormente sede
del gobierno, centro de la ciencia, antorcha de Din del Islam y morada de la
nobleza-, es recordada por sus palacios de Al-Zâhyra y Al-Zahrâ, y por su
mezquita principal. A Jaén la llama la ciudad de la seda por sus gusanos
de seda, famosa también por sus fortificaciones y por ser hogar de héroes.
Ubeda, no lejos de ella, es conocida por sus lugares de recreo y sus
bailarinas, las más diestras manejando las espadas. Granada es la Damasco de
Al-Andalus, y posee altas murallas y espléndidos edificios, jardines y baños.
Málaga tiene la suerte de haber sido favorecida por el mar y la tierra, y de
poseer una gran extensión de viñedos y de hermosas mansiones que parecen estrellas
en el cielo. Es famosa por una rara especie de higos y un vino delicioso. De
Almería, el puerto comercial más famoso de Al-Andalus, nos habla de sus
atarazanas y astilleros, valorando la riqueza de su puerto y el esplendor de su
ciudad.
Cuenta Al-Sakundî que cuando a un hombre
agonizante le aconsejaron que pidiese perdón a Allah, le replicó: ¡Oh, Señor!,
de todas las cosas del Paraíso sólo deseo el vino de Málaga y la uva de
Sevilla.
Es, pues, la Risâlah un compendio de
erudición y cultura, y de enorme interés hoy para conocer el mundo cultural de
Al-Andalus. Está traducida al castellano por E. garcía Gómez (Madrid, 1974).
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