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jueves, 11 de enero de 2024

¿COMO AFRONTARON LAS CALAMIDADES AGRICOLAS, EN AL-ÁNADALUS? PRIMERA PARTE

 ¿CÓMO SE AFRONTARON LAS CALAMIDADES AGRÍCOLAS EN AL-ÁNDALUS? (PRIMERA PARTE)

Publicado por EDITORESel13 MAYO, 2022

Mantener y, en el mejor de los casos, aumentar la productividad del suelo en al-Ándalus no era una tarea fácil. Se debía preservar su fertilidad y humedad mediante técnicas que requerían mucha fuerza de trabajo, y que, a veces, no resultaban suficientes ante los continuos cambios climatológicos; asimismo, se debía mantener y reparar las obras de regadío, las cuales resultaban muy costosas. Del mismo modo, era imprescindible asegurar las rutas comerciales y proteger a los aparceros ante las calamidades que pudieran sobrevenirle.


INMACULADA CAMARERO CASTELLANO
LAAC (HUM 104) – ESCUELA DE ESTUDIOS ÁRABES – CSIC


Ibn Luyūn, Tratado de Agricultura. Fol. 5v (Sistemas para nivelar la tierra). Escuela de Estudios Árabes – CSIC Ms. CSIC001349506 



El mundo rural andalusí y sus prácticas agrícolas

En su origen, al-Ándalus estaba constituido por tierras fértiles junto a los ríos, así como por otras alejadas de ellos, muy secas. A partir de la conquista efectuada a comienzos del s. VIII, los agricultores musulmanes realizaron cambios drásticos en el sistema de regadío heredado. La intención era aumentar el área irrigada e incrementar el volumen de agua aportada al suelo durante un determinado periodo, así como prolongar la estación de regadío durante todo el año, por lo que llegaron a cultivar tanto las tierras de mejor calidad como las peores, todas ellas de manera intensiva. No se puede afirmar, por tanto, que en al-Ándalus existiera una separación marcada entre los terrenos de regadío y de secano, ya que las inversiones llevadas a cabo en el terreno y la tecnología aplicada en él lograron un aumento de tierras irrigadas artificialmente. La principal causa de todo este esfuerzo era poder adaptar los nuevos cultivos introducidos, los cuales provenían de climas tropicales o semitropicales, como eran el arroz, la caña de azúcar, la naranja, la sandía o la berenjena, así como obtener nuevas variedades de los cultivos tradicionales, algunas de las cuales fueron más productivas y versátiles que las antiguas. Los nuevos cultivos fueron introduciéndose de forma gradual en tierras andalusíes, gracias al papel que desempeñaron durante más de siete siglos los gobernantes, terratenientes y demás clases acomodadas, en su afán por disfrutar de plantas exóticas en sus jardines y en su mesa, así como también por la labor realizada por campesinos y gente corriente durante sus emigraciones, al difundir semillas, raíces, esquejes y plantas por todas las tierras del islam.

Para que todo el sistema de regadío se llevara a cabo, se desarrollaron mecanismos como el azud (sudd), para elevar y almacenar el agua; la noria (nāʽūra), para elevar el agua, y el pozo horizontal, llamado qanāt, para concentrar las aguas subterráneas y llevarlas a la superficie por gravedad. Además, perfeccionaron las antiguas canalizaciones y crearon nuevas acequias (sāqiya-s) para conducir el agua hasta donde se necesitaba, sin límites.


Acequias. Foto: V. Antón.


Junto a grandes extensiones de tierra irrigada, también destacaron las tierras sembradas en régimen de secano, las cuales eran dependientes del agua de lluvia y de la humedad invernal retenida en las capas profundas de la tierra. De estos terrenos se obtenían cultivos como cereales y legumbres, que fueron básicos para la alimentación humana y del ganado, así como olivos y viñas, fundamentales para el consumo, la industria y el comercio.

Para cada uno de estos suelos, los juristas musulmanes crearon unos contratos específicos, además de los comunes de alquiler o de compraventa, como fueron la musāqāt, para el cultivo de regadío; la muzāraʽa, para el cultivo de cereales, legumbres y demás granos en tierras de secano y la mugārasa, dedicada exclusivamente a la plantación de árboles. Todos ellos disfrutaron de una regulación minuciosa, lo que demuestra el nivel de especificidad adquirida por dichos jurisconsultos.

Ante la necesidad de abastecer de alimentos a las urbes, cada vez más pobladas y estables, gobernantes y juristas se centraron en favorecer y promover la productividad del terreno, lo que ocasionó un incremento considerable de los ingresos públicos y privados, a través de los impuestos y de la comercialización de los frutos obtenidos. Ya lo dijo el geópono sevillano Ibn al-ʽAwwām (ss. XII-XIII): “labrar la tierra rinde una ganancia segura” (I, 5).

Al-Ándalus, tierra no segura

Como acabamos de señalar, en al-Ándalus había que mantener y, en el mejor de los casos, aumentar la productividad del suelo, pero esta no era una tarea fácil. Se debía, por tanto, preservar su fertilidad y humedad mediante técnicas que requerían mucha fuerza de trabajo, que, a veces, no resultaban suficientes ante los continuos cambios climatológicos; asimismo, se debía mantener y reparar las obras de regadío, las cuales resultaban muy costosas. Del mismo modo, era imprescindible asegurar las rutas comerciales y proteger a los aparceros ante las calamidades que pudieran sobrevenirle, tema este último objeto de nuestro trabajo.


Traducción árabe del Tratado de las plantas
de Dioscórides 
BNF ms. Árabe 2850 fol. 65v 


Por la irregularidad de la lluvia y la dependencia de los recursos hídricos, al-Ándalus fue una tierra donde no estaban aseguradas las cosechas. Efectivamente, algunos juristas musulmanes, como los andalusíes al-Garnāṭī o al-Buntī, consideraban que, en comparación con las tierras regadas por el Nilo, cuyas cosechas estaban aseguradas por las continuas crecidas del río, las de al-Ándalus eran tierras gayr ma’mūna o ‘no seguras’. Las fuentes arabo islámicas reflejan esta circunstancia de debilidad, entre las que descuellan las jurídicas, por el hecho de que van a regular los casos en donde se necesitaba un apoyo específico por parte de las instituciones. Los beneficiarios eran los arrendatarios de tierras y los compradores de cosechas que, por falta de agua, veían malogrados los frutos objeto del contrato. Pero, además de la escasez de agua, los jurisconsultos musulmanes van a contemplar también otras causas, como eran el exceso de agua, los agentes atmosféricos adversos, las enfermedades, la acción nociva de los animales, el robo o el paso del ejército, entre otras. Con esta regulación exhaustiva de los posibles acontecimientos que podían afectar al campo andalusí, así como de las compensaciones que ofrecían a los damnificados, los juristas estaban contribuyendo al desarrollo de la agricultura, imprescindible para la economía de al-Ándalus. Podemos observar una progresión favorable en sus decisiones judiciales, a medida que van aumentando los espacios cultivados, llegando incluso a considerar con derecho a indemnización aquellos cultivos cuyas pérdidas no llegaban al mínimo exigido. Entre ellos, se beneficiaron los frutos de nueva introducción, como fueron las hortalizas, la morera, el arrayán, el azafrán, las forrajeras frescas, las cañas, el coriandro o el mirto, los cuales constituían bienes muy estimados para el comercio. También hay casos excepcionales en los que se libró al agricultor de pagar el alquiler de la tierra de secano que había arrendado cuando no pudo sembrar por el exceso de agua. Esta situación de apoyo a la agricultura por parte de los juristas tuvo su máxima expresión en la época nazarí, en donde el incremento de la producción agrícola se hizo imprescindible, para alimentar a la superpoblación que se había congregado en el último reducto que quedaba de al-Ándalus, así como para aumentar la recaudación fiscal, fundamental para poder atender las necesidades militares del reino.

Entre las fuentes jurídicas más relevantes que hablan sobre la regulación de las calamidades agrícolas, y que fueron redactadas entre las SS. VIII-XV, encontramos, además de las andalusíes, otras provenientes de Oriente Medio y del Magreb, las cuales tuvieron plena consideración en al-Ándalus. La tipología de estas fuentes es muy variada. Efectivamente, encontramos información sobre las calamidades agrícolas en tratados muy distintos, como son los que tratan los principios del derecho, los tratados de derecho comparado y de casuística, todos ellos desde el punto de vista teórico. Asimismo, son esenciales las fetuas emitidas por los muftíes y las sentencias pronunciadas por los cadíes, ya que nos permiten conocer de primera mano los problemas planteados en torno a los siniestros acaecidos sobre los cultivos. Además, por la cantidad de información jurídica, botánica, agrícola, fitopatológica y lingüística, son fundamentales los formularios notariales, los cuales deben incluir una cláusula que indique cómo actuar frente a las desgracias que hacen perecer de forma parcial o total los frutos objeto de un contrato. El derecho islámico, para legalizar los contratos efectuados en tierras donde no están aseguradas las cosechas, protege a través de estas estipulaciones a la parte contratante que normalmente se ve perjudicada. Y, finalmente, no podemos olvidar por su relevancia las obras jurídicas en materia económica (ss. VIII-IX), todas ellas orientales, las cuales, por ejemplo, nos informan de cómo se procede desde el punto de vista fiscal cuando se malogran los frutos objeto de un contrato de arrendamiento o de compraventa.

Además de las fuentes jurídicas, también los tratados agrícolas dedican muchas páginas a explicar cómo se pueden prevenir o, en su caso, paliar los efectos perniciosos de las calamidades que azotan los campos. Contamos con ocho tratados geopónicos, todos ellos andalusíes, los cuales fueron escritos entre las SS. X-XIV. Sorprende comprobar que los juristas poseen muchas de las informaciones agrícolas, botánicas y fitopatológicas contenidas en estos tratados agrícolas y que los geóponos conocen las normas que regulan el medio rural. De entre estos últimos, es al-Ṭignarī (ss. XI-XII), quien refiere en su prólogo la necesidad de gozar de un conocimiento completo formado por un ʽilm bi-hā, o comprensión de todas aquellas cuestiones que atañen a la Agricultura y que aparecen contenidas en los tratados agrícolas, así como por un ʽilm fī-hā, relacionado con los aspectos jurídicos necesarios que se han de dominar para llegar a comprender lo lícito y lo prohibido concerniente al mundo agrario. Se puede deducir, entonces, que estas disciplinas estaban interrelacionadas, con el beneficio que todo ello conllevaba.

Finalmente, también hablan de las calamidades acaecidas en el campo andalusí las fuentes histórico-geográficas (ss. IX-XIV), y seguramente la razón principal de que se reflejara con precisión el año y la desgracia sufrida está relacionada con la reducción o condonación del impuesto canónico o azaque que debía abonarse por los beneficios obtenidos de las cosechas.

Qué entendemos por ŷā’iḥa

Acabamos de señalar que los juristas musulmanes regulan de manera exhaustiva las calamidades acaecidas en el medio rural y que, para ello, demuestran poseer un profundo conocimiento agrícola, botánico y fitopatológico. Pero estos jurisconsultos también dominan el plano lingüístico al utilizar el término jurídico ŷā’iḥa en dos sentidos muy diferentes: por un lado, lo utilizan para referirse a cada una de las desgracias acaecidas sobre los cultivos cuando estos son objeto de un contrato. Son un conjunto de calamidades determinadas, que toman unos nombres específicos, y que, en ocasiones, difieren de los que encontramos en otras fuentes. Por otro lado, el término ŷā’iḥa se utiliza en su sentido técnico, definiendo un estado jurídico de calamidad, por el que el jurista en cuestión concede una indemnización al arrendatario y/o al comprador de los frutos afectados por algunas de las calamidades aceptadas como tales. Pero, no en todos los casos se declara el ‘estado de ŷā’iḥa’ en los frutos. De ahí que nos encontremos frases como: aṣābat-hu al-ŷā’iḥa fa-lā ŷā’iḥa fī-hi, la cual debemos interpretar como “la calamidad azotó [la cosecha], pero no se declara ‘el estado de calamidad’ en ella”.

Cuándo se declara el ‘estado de ŷā’iḥa’ en las cosechas

La mayoría de los juristas declara el ‘estado de ŷā’iḥa’ únicamente cuando el daño producido ha afectado, como mínimo, al tercio del total de los frutos comprados o de los cultivos de las tierras alquiladas, en cuyo caso conllevaría la anulación total o parcial del contrato. Sin embargo, en ocasiones, no hace falta que se pierda un tercio de ellos para determinarlo, por la especial protección que algunos frutos y cosechas tuvieron por parte de la mayoría de los juristas, como antes hemos visto.

Un aspecto fundamental en la compraventa es que los cultivos hayan llegado a su madurez y que, por tanto, haya sido lícita su venta. Únicamente, cuando esto ha sucedido, se puede solicitar que se consideren las desgracias acaecidas, aceptándose o no el ‘estado de ŷā’iḥa’ por parte de los jurisconsultos. En caso contrario, en el que los siniestros tuvieran lugar antes de que estuvieran en sazón, no se podría demandar este estado jurídico. La madurez en los frutos se expresa con el término ṣalāḥ que, según explica con todo detalle al-Ŷazīrī, hace referencia al momento en el que el fruto está maduro y completo. Este principio viene determinado por tres razones, según manifiesta con precisión Jalīl: por la coloración, por la aparición del gusto azucarado y por la posibilidad de que el fruto pueda madurar fuera de su tallo.

Para los frutos de varias cosechas, se permite la venta cuando comiencen los primeros signos de maduración en cada una de ellas. En ese momento, si cualquier calamidad destruyera algunos de los frutos objeto de contrato, el vendedor estaría obligado a indemnizar al comprador. Esta indemnización consiste en rebajarle del precio una cantidad no fija, que depende del alcance del daño ocasionado y del valor que supondrían esos frutos en el mercado.

En el caso de los cereales, legumbres, semillas y frutas secas, la venta es lícita únicamente cuando está toda la cosecha madura y seca, por lo que no hay mucho espacio entre la venta y la entrega, que es cuando el cultivo tiene el riesgo de verse afectado por algún siniestro. Por ese motivo, no se considera, en principio, el ‘estado de ŷā’iḥa’ en estos cultivos, aunque los juristas musulmanes establecieron algunas excepciones, como, por ejemplo, cuando se acababan de sembrar y una sequía no dejaba crecer las semillas o cuando el encharcamiento del suelo impedía su sembrado.



Efectos de la sequía sobre un cultivo. Autor: Rasbak. Wikimedia Commons.


En la segunda parte de este artículo, veremos qué calamidades aceptan los juristas como ŷā’iḥa, de entre todos los siniestros que pueden acaecer sobre los cultivos. De forma general, podemos decir que se reconocen como tales los agentes atmosféricos adversos (lluvia, sequía, viento, heladas, granizo, etc.), las inundaciones, las plagas, la acción de animales incontrolables, así como el robo y el paso del ejército. Excepcionalmente, y por analogía, los jurisconsultos musulmanes también consideraron que podía declararse el estado jurídico de calamidad en algunos negocios arrendados, como molinos, tiendas o salinas, ya que algunas causas, como la falta de agua o a la escasez de clientela ocasionada por revueltas o por guerras, menguaban de forma significativa sus ganancias.


PARA AMPLIAR:

 


martes, 21 de noviembre de 2023

QANATS, INFRAESTRUCTURA HIDROGEOLÓGICA SUBTERRANEA

 

QANATS. INFRAESTRUCTURA HIDROGEOLÓGICA SUBTERRÁNEA.


Los árabes tuvieron una gran experiencia en la técnica de los qanats o conducciones subterráneas, que aprendieron en Persia, Mesopotamia y Siria, llegando a ser consumados maestros y extendiéndola por todo el norte de África y al-Andalus. Imagen: De NAEINSUN - Trabajo propio, CC BY-SA 3.


(711-1492) Al-Andalus es el nombre con el que se conoció a todas aquellas tierras, gobernadas por musulmanes, que habían formado parte del reino visigodo: la península Ibérica, la Septimania francesa y las Islas Baleares. 

EL AGUA o las aguas son indispensables para la vida, para calmar la sed y para elaborar las más variadas bebidas y comidas de olla y cazuela. Es la esencia de los cultivos y los sistemas de irrigación.

En el Islam, el agua es origen de la vida, creada por Dios. La sura 21, aleya 30, del Sagrado Corán recuerda al hombre este origen:

«¿Es que no han visto los incrédulos que los cielos y la tierra estaban unidos y los separamos? ¿Y que hicimos provenir del agua a todo ser viviente? ¿No creerán aún?


En Al-Andalus se desarrolló una gran tecnología en ingeniería hidráulica, sistemas de captación, canalización y almacenamiento además de diversos ingenios y mecanismos. La literatura andalusí contiene numerosas apariciones y menciones del agua relacionada con lluvia, surtidores, ríos, acequias, norias, albercas, etc.

Los musulmanes de Al-Ándalus perfeccionaron inmensamente las técnicas de riego, se convirtieron en los maestros de la técnica hidráulica agrícola, aprovecharon los sistemas de riego romanos que aquí encontraron, y junto a las técnicas orientales que conocían, pudieron lograr un excepcional aprovechamiento del agua, no podemos pasar por desapercibido el hecho del contenido etimológico árabe de las palabras actuales con las que se designan las obras hidráulicas o de riego: sèquia, assut, assarb, sínia, nória, alcaduf, aljub, safareig, martava, tanda, etc..

Los dos sistemas de regadío tradicionales todavía vigentes en la actualidad provienen de la época musulmana, además de las canalizaciones del agua o acequias, y de los qanats (canales subterráneos) por las que corría el agua de los ríos o de los manantiales, sirviéndose de los desniveles del suelo. En la utilización de las aguas fluviales emplearon los azudes o presas, y los alquezares o cortes.

La comunidad científica coincide en que fueron los musulmanes los que exportaron a la Península Ibérica numerosas técnicas y sistemas de irrigación, entre ellas las foggaras, qanat(s) o galerías drenantes (TROLL y BRAUN, 1972; MARTÍ, 1989; AL-HASSAN y HILL, 1992).


Los árabes tuvieron una gran experiencia en la técnica de los qanats o conducciones subterráneas, que aprendieron en Persia, Mesopotamia y Siria, llegando a ser consumados maestros y extendiéndola por todo el norte de África y al-Andalus.

Efectivamente, en España existe una importante presencia de las galerías drenantes por todo el territorio del antiguo Sharq Al-Andalus. Los musulmanes, que basaron su patrón de asentamiento en función de los recursos hídricos que les permitieran abastecerse y crear perímetros de regadío, desarrollaron complejos sistemas de captación y reparto del agua superficial de cursos fluviales y manantiales.

Pero en aquellas áreas de la Península Ibérica en que su disponibilidad no era suficiente para el mantenimiento de los perímetros regados (la España más árida), las soluciones que adoptaron consistieron en la captación de las aguas freáticas a partir de la construcción de pozos, norias y sobre todo de galerías drenantes. En este sentido, destacan por su concentración y abundancia los territorios del sudeste andaluz (Granada, Jaén y especialmente Almería), Murcia, Alicante, Valencia, Mallorca y algunos sectores de Cataluña.

Ahora bien, las galerías subterráneas se extendieron por todo el territorio español, aunque no con la misma densidad que en las áreas citadas. Por consiguiente, se localizan galerías en Teruel, Cuenca, Madrid, Córdoba, Sevilla, Badajoz, Toledo y Albacete, como provincias más representativas.

El llamado  «qanat» (del árabe قناة, qanāh: «canal»), era una infraestructura hidrogeológica subterránea de irrigación, suavemente inclinada para transportar agua desde un acuífero o pozo de agua a la superficie para riego y bebida, actuando como acueductos subterráneos.

En ocasiones eran galerías drenantes, sistema de captación de agua subterránea muy singular. Forman parte de este legado hidráulico, de gran trascendencia espacial, social y económica. Estas captaciones aparecen fuertemente relacionadas con áreas de escasos recursos hídricos superficiales.

Conducía el agua desde el depósito localizado en el subsuelo hasta el lugar donde se necesitara y su proyección podía reducirse a una sola conducción o complicarse, cuando la técnica estaba muy avanzada podía convertirse en una red de conducciones, auténtico laberinto bajo el suelo.

Tradicionalmente, los qanats son construidos por un grupo de trabajadores calificados, muqannīs, con mano de obra. Es una profesión históricamente bien pagaba y generalmente se transmitía de padres a hijos.

Las dimensiones de la galería eran considerables: 1 metro de ancho por 1,80 de alto, por lo que un hombre de pie podía circular perfectamente. Eran verdaderos acueductos subterráneos, revestidos de ladrillo en su interior, especialmente en las zonas donde la roca podía resquebrajarse.

Cada cierto tramo (alrededor de 50 metros) se practicaban en las galerías unas perforaciones de comunicación con la superficie del suelo; agujeros por los que, a un tiempo, se echaban fuera los escombros acumulados en la perforación y se creaba una corriente de ventilación de aire, que evitaba la acumulación de gases y la acumulación de agua. Incluso, si la corriente de aire era de importancia, ayudaba al agua a que ésta fluyera más rápidamente. A veces estas perforaciones constituían profundos pozos verticales, de hasta 55 metros de profundidad en aquellos tramos más cercanos al depósito acuífero madre.

Los sistemas de qanats no servían sólo para la agricultura, sino también para llevar agua a las ciudades, como sucedió en Marrakech. En al-Andalus ése fue el caso de Guadalajara, Crevillente, Cádiz, Granada, Turrillas (Almería), o Madrid –el famoso Mayrit árabe–, entre otras ciudades.

La famosa red de qanats de Madrid (ciudad cuyo nombre indica agua: Mayrit, del árabe mayra, canal de agua) ha sido tan celebrada como discutida por los distintos autores contemporáneos. Mayrit fue fundado por el emir omeya de Córdoba Muhammad I en el año 871 como plaza defensiva del paso hacia la sierra de Guadarrama. Dependiente de Toledo, en su trazado se repetían las constantes de toda ciudad islámica: alcazaba (la Almudena), mezquita aljama, baños, zocos y barrios o rabal.

Encaramada en un risco a cuyo pie fluía el río Manzanares, quedaba un tanto lejos de sus aguas como para poder aprovecharlas. No obstante, a lo largo de la historia siempre se ha conocido a Madrid como la ciudad construida sobre las aguas, y esto es debido a que la leyenda decía que bajo el suelo de Madrid había numerosas corrientes de agua. A buen seguro que se trataría de la red de qanats, una red de galerías de 7 a 10 km, y con unos pozos de aireación con la superficie que a veces sobrepasan los 50 metros de profundidad.

Toda esta red de irrigación subterránea hizo posible que el Madrid medieval pudiera tener en su contorno un gran número de huertas que enriquecieron la ciudad, y no sólo en el medievo sino también en época de Felipe II, quien la eligió como capital de sus reinos en 1561. la red de qanats continuó abasteciendo a Madrid a lo largo de los siglos hasta 1860, lo que es todo un récord en honor de aquellos ingenieros hispano-musulmanes.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA:

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    • – Ahmed Tahiri. Agricultura y doblamiento rural en Sevilla durante la Época ‘Abâdî. Ayuntamiento de Sevilla. Sevilla, 2001. ISBN: 84-95020-81-5
    • – Ahmed Tahiri. Epítome del libro de agricultura. Compuesto por Ibn Luyün. Ahmed Tahiri.
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    • – Carmen Trillo San José. Agua, tierra y hombres en Al-Andalus. La dimensión agrícola del mundo Nazarí. Ajbar Colección.
    • – Carmen Trillo San José. La importancia del agua en las civilizaciones antiguas: al-Andalus. El agua en al-Andalus: teoría y aplicación según la cultura islámica.. 271. Abril 2006
    • – César Gómez Campos. La deuda olvidada de occidente. Aportaciones del Islam a la civilización occidental. La ciencia agronómica andalusí. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces. Madrid. Depósito legal: M.34.257-2004
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    • – Habeeb Salloun y James Peters. From the Lands of Figs and Olives. Interlink Books. Nueva York, 1995.
    • – Ibn al-Awwám (siglos XII y XIII).  Libro de la Agricultura. Traducido por Banqueri. AECI. Madrid, 1988 (facsimile de la de 1802).
    • – J. Esteban Hernández Bermejo. La deuda olvidada de occidente. Aportaciones del Islam a la civilización occidental. Biodiversidad agrícola en Al-Andalus. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces. Madrid. Depósito legal: M.34.257-2004
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    • homas F. Glick. Los cultivos árabes en la América del Norte colonial: Glosas sobre el pensamiento agronómico de Jefferson. La herencía áeabe en la agricultura y el bienestar de Occidente.. FUNDACIÓN LA HUELLA ÁRABE. Editorial Universidad Politécnica de Valencia. Ref.:2002.2205. Depósito legal: V-3350-2002. I.S.B.N.:84-9705-244-7

 

viernes, 14 de abril de 2023

EL LEGADO CIENTÍFICO Y CULTURAL DE AL-ANDALUS

 

El legado Científico y Cultural DE AL-ANDALUS

 

Fuente: Fundación Al-Andalus

Cabe pensar que, en un principio, los árabes eran minoritarios en al-Andalus, siendo los hispanos y los beréberes mayoría. La lengua hablada, por lo tanto, no era el árabe. Sin embargo, a lo largo del siglo IX se produjo una fuerte arabización. La lengua árabe fue en al-Andalus sinónimo de refinamiento y erudición. No solo hablaban árabe los musulmanes, sino que también los propios mozárabes, cristianos que permanecieron bajo dominio musulmán, acabaron expresándose y escribiendo en este idioma, lo mismo que los judíos, comunidades ambas muy participativas en la vida pública de al-Andalus, dependiendo del momento. En este sentido existe un elocuente pasaje de Álvaro de Córdoba quejándose del auge del árabe en el siglo IX: “Muchos de mis correligionarios leen poesías y cuentos árabes, y estudian las obras de los filósofos y teólogos mahometanos, no para rebatirlas sino para aprender a expresarse en el lenguaje árabe más correcta y elegantemente”. Algunos de los más relevantes lingüistas de al-Andalus fueron al-Qali, Ibn al-Qutiyah y al-Zubaydi, todos del siglo X.

La cantidad y calidad de las ciencias, el arte y las letras cultivadas en al-Andalus es admirable, y el interés con que numerosos escritores supieron plantear las cuestiones básicas de la existencia humana. No es extraño que los andalusíes expresaran repatidas veces sus elogios de al-Andalus, como cuando al-Saqundi, en el siglo XIII, a un paso ya de que Córdoba y Sevilla dejaran de ser políticamente andalusíes, afirmaba en su preciosa “Epístola en elogio de al-Andalus”: “yo alabo a Dios, porque me hizo nacer en al-Andalus y me concedió la gracia de ser uno de sus hijos. Mi brazo puede alzarse con orgullo y la nobleza de mi condición me impulsa a realizar acciones meritorias”, o como cuando el visir granadino Ibn al-Jatib, ya en el siglo XIV, pondera sobre las demás “estas tierras andalusíes”, las mejores del mundo, dice “en belleza y vegetación, en extensión y bienes, en construcciones y fortalezas, en gentes y animales, en carácter y manera de ser, en costumbres y modo de vestir, en nobleza e inteligencia, en industrias y minas, en coraje y ardor, en refinamiento y gracia”.

La educación y el saber tuvieron desde el principio enorme importancia en el mundo musulmán. Frases como “Busca el saber desde la cuna hasta la tumba” o “No hay nada más importante a los ojos de Dios que un hombre que aprendió una ciencia y la enseñó a las gentes”, son algunas de las máximas más influyentes en la época. Los propios emires y califas como Abderrahman II, Abderrahman III y al-Hakam II fueron grandes eruditos que se rodearon de sabios. Hicieron traducir las principales obras del saber clásico, crearon bibliotecas públicas y privadas –algunas tan célebres como la de al-Hakam II–, y edificaron mezquitas y madrazas en las que se impartían ciencias religiosas y jurisprudencia. Algunos fueron excelentes poetas, como el propio rey al-Mu‘tamid de Sevilla y su amigo y visir, Ibn Ammar.

Se dedicaron numerosas obras al estudio del saber y a la enseñanza, y a la clasificación de las ciencias, como la que escribió Ibn Abd Rabihi en el siglo X: al-Iqd al-Farid (El collar único). Así se expresaba el autor acerca de los distintos saberes: “(son) los pilares en los que descansa el eje de la religión y del mundo. Diferencian al hombre de los animales, y al ser racional del irracional”. También el célebre Ibn Hazm (994-1064) dedicó numerosas páginas a clasificar las ciencias en libros como el Maratib al-ulum, o el Kitab al-ajlak. Este autor ha sido uno de los más prolíficos que ha dado el mundo musulmán, destacando como poeta, teólogo, jurista, historiador y filósofo. Cuatrocientas, nada menos, fueron las obras que escribió. Su lengua era tan crítica y mordaz contra el poder y la pobreza de espíritu que se llegó a decir que “su lengua era tan afilada como la espada de al-Hach-chach”. Acerca del saber dijo lo siguiente: “El que busca el saber para jactarse de él, o para ser alabado, o para adquirir riqueza y fama, está lejos del éxito, pues su objetivo es alcanzar algo que no es el saber”.

La prosa, la poesía y la música

La prosa y la poesía fueron dos disciplinas altamente valoradas por los andalusíes. La época de taifas supuso también una “descentralización” del saber. Los reyes de taifas compitieron entre sí por lograr el más alto grado de erudición y la corte más sabia, y cultivaron en especial la poesía. Uno de los poetas que alcanzaron más alta fama, aparte del mencionado al-Mu‘tamid, fue Ibn Zaydun (1003-1071), lo mismo que su amada, la bella princesa Wallada. También fueron renombrados al–Ramadi (m. 1015) y, siglos más tarde, Ibn Zamrak, el poeta del siglo XIV que plasmó sus versos en los muros de la Alhambra. La forma más cultivada y elegante en poesía era la qasida, de complicado metro, aunque también surgieron nuevas formas populares llamadas muwashaha y zéjel, cuyo máximo exponente fue Ibn Quzman (siglo XII), cuyo renombre llegó hasta Bagdad.

En al-Andalus proliferaron grandes músicos, entre los que cabe destacar el célebre Ziryab, procedente de Bagdad en el siglo IX, quien, además de revolucionar las modas en el vestir, la cosmética y la cocina, fue un magnífico tañedor de laúd, instrumento al que agregó una quinta cuerda.

La prosa –sobre todo filosófica– también tuvo buenos representantes, algunos de la talla del gran pensador Ibn Tufayl, que destacó con su delicioso Hayy Ibn Yaqzan, también conocido como el Libro del filósofo autodidacta, sin duda precursor del Robinson Crusoe de Defoe. También destacó el poeta Ibn Suhayd (m.1034), con su obra al-Tawabi wa-l-zawabi (Espíritus y demonios).

La historia y la geografía

Entre los musulmanes de la Edad Media, la historia cobró un especial interés, escribiéndose numerosas obras repletas de interesantes datos históricos, pero también geográficos, sociológicos y biográficos.

Hay constancia de que existieron numerosos historiadores, geógrafos y antologistas en al-Andalus, aunque muchas de sus obras se han perdido. Entre ellos surgió una saga de al-Razi, entre los que destacó Isa (siglo X), que escribió una historia general de al-Andalus conocida más tarde como “La Crónica del moro Rasis”. Igualmente valiosa fue la Historia de la conquista de al-Andalus, de su contemporáneo Ibn al-Qutiya. En el siglo XI surgieron una serie de notables historiadores como Ibn Hayyan, nacido en Córdoba en 987, erudito autor de numerosas obras que reflejan la sociedad y acontecimientos de su época. Más adelante destacaron Ibn Said al-Magribi, nacido en Granada a principios del siglo XIII y su contemporáneo Ibn Idari.

El siglo XIV contó con dos grandes estadistas y pensadores: el lojeño Ibn al-Jatib y el tunecino Ibn Jaldún, autor de una obra fundamental de su tiempo: la Muqaddima.

Finalmente, entre los antologistas tuvo gran relevancia el sevillano al-Himyari y los autores del siglo XII, Ibn Bassam e Ibn Jaqan. Entre los geógrafos brillaron al-Udri (siglo XI), su contemporáneo al-Bakrial-Idrisi, llamado el “Estrabón de los árabes”, y el tangerino Ibn Batuta –el mayor viajero de su tiempo–, legándonos importantes testimonios de al-Andalus y de muchos otros lejanos lugares del mundo entonces conocido.

Filosofía y sufismo

En los primeros tiempos del Islam en Oriente pronto se cultivó la ciencia de la filosofía y la lógica en un clima de tolerancia religiosa e intelectual. En al-Andalus se introdujeron las primeras traducciones al árabe de los filósofos griegos, en especial Aristóteles, y fue surgiendo un pronunciado interés por esta materia que, sin embargo, dependiendo del momento no era bien vista por las rígidas autoridades religiosas. A menudo se prohibió su estudio y se quemaron las obras de Ibn Hazm, del oriental al-Gazali y de Averroes. Los filósofos, sin embargo, sostenían que el intelecto y la razón no estaban en absoluto reñidos con la revelación, y constituían el instrumento más adecuado para alcanzar la verdad. “La filosofía es amiga y hermana de leche de la religión. No contradice a la revelación, sino que la confirma”, afirmaba Averroes.
El propulsor del estudio de la filosofía fue Ibn Masarra, autor del siglo X. Después surgió Ibn Hazm y su contemporáneo malagueño, el hebreo Ibn Gabirol, que profesó una filosofía neoplatónica en su Yambu al-hayat (Libro de la fuente de la vida). El siglo XII vio florecer a Ibn Bayyah (Avempace), y a su discípulo Ibn Tufayl, cuya obra, la ya mencionada Hayy Ibn Yaqzan, tuvo una honda repercusión entre los cristianos.

Pero sin duda, el que más influyó, tanto en el mundo musulmán como en toda Europa, fue Averroes (Ibn Rushd, 1126-1198), de quien se han conservado varias importantes obras. Contemporáneo suyo fue el eminente filósofo judío Maimónides (1135-1204).

No obstante, contra esta corriente racionalista existieron en al-Andalus varios místicos sufíes de la talla de Ibn al-Arif (1088-1141) o Ibn Arabi de Murcia (1165-1240), quienes sostenían aquella tradición profética que reza: “conócete a ti mismo, y conocerás a tu Señor”, pero no desde un punto de vista racional e intelectual, sino puramente intuitivo y místico.

Las ciencias naturales

No se puede dejar de mencionar a los grandes sabios andalusíes de las ciencias naturales, que revolucionaron muchos aspectos de la vida con su saber. Estudiaron las matemáticas, la astronomía, la medicina, la botánica, la agronomía, etc., pero también otras ciencias más reprobadas por la ortodoxia como la astrología, la alquimia y la magia. Se estudiaron con detalle los movimientos de las estrellas y los planetas por medio de sofisticados astrolabios, se avanzó en el estudio del álgebra y la aritmética, cuyo precursor fue el oriental al-Jwarizmi (de donde procede la palabra logaritmo), y se perfeccionaron en medicina las teorías de Hipócrates y Galeno.

En al-Andalus destacaron en el campo de los matemáticas numerosos autores, como el madrileño Maslama al-Mayriti, Ibn Mu’ad, al-Mu’taman ibn Hud o Ibn Bayya (Avempace), entre muchos otros.

La medicina tuvo su máximo exponente en Averroes, destacando numerosos autores en este campo, como al-Zahrawi, Ibn Zuhr, etc.

Y no habremos de olvidar en este rapidísimo repaso al botánico malagueño Ibn-Baytar (1197-1248) o al agrónomo Ibn al-Awam, a quien debemos un exhaustivo y valioso tratado de agricultura, El Libro de la Agricultura. Todos ellos influyeron decisivamente en la Europa contemporánea y en la posterior, y sus textos fueron estudiados hasta bien entrado el siglo XVII por hombres de la talla de Miguel Servet, Copérnico, Nicolás Massa o Galileo.