¿CÓMO SE AFRONTARON LAS CALAMIDADES AGRÍCOLAS EN AL-ÁNDALUS? (PRIMERA PARTE)
Publicado por EDITORESel13 MAYO, 2022
Mantener y, en el mejor
de los casos, aumentar la productividad del suelo en al-Ándalus no era una
tarea fácil. Se debía preservar su fertilidad y humedad mediante técnicas que
requerían mucha fuerza de trabajo, y que, a veces, no resultaban suficientes ante
los continuos cambios climatológicos; asimismo, se debía mantener y reparar las
obras de regadío, las cuales resultaban muy costosas. Del mismo modo, era
imprescindible asegurar las rutas comerciales y proteger a los aparceros ante
las calamidades que pudieran sobrevenirle.
INMACULADA CAMARERO CASTELLANO
LAAC (HUM 104) – ESCUELA DE ESTUDIOS ÁRABES – CSIC
Ibn Luyūn, Tratado de Agricultura.
Fol. 5v (Sistemas para nivelar la tierra). Escuela de Estudios Árabes – CSIC
Ms. CSIC001349506
El mundo rural andalusí
y sus prácticas agrícolas
En su origen, al-Ándalus estaba constituido por tierras fértiles junto a
los ríos, así como por otras alejadas de ellos, muy secas. A partir de la
conquista efectuada a comienzos del s. VIII, los agricultores musulmanes
realizaron cambios drásticos en el sistema de regadío heredado. La intención
era aumentar el área irrigada e incrementar el volumen de agua aportada al
suelo durante un determinado periodo, así como prolongar la estación de regadío
durante todo el año, por lo que llegaron a cultivar tanto las tierras de mejor
calidad como las peores, todas ellas de manera intensiva. No se puede afirmar,
por tanto, que en al-Ándalus existiera una separación marcada entre los
terrenos de regadío y de secano, ya que las inversiones llevadas a cabo en el
terreno y la tecnología aplicada en él lograron un aumento de tierras irrigadas
artificialmente. La principal causa de todo este esfuerzo era poder adaptar los
nuevos cultivos introducidos, los cuales provenían de climas tropicales o
semitropicales, como eran el arroz, la caña de azúcar, la naranja, la sandía o
la berenjena, así como obtener nuevas variedades de los cultivos tradicionales,
algunas de las cuales fueron más productivas y versátiles que las antiguas. Los
nuevos cultivos fueron introduciéndose de forma gradual en tierras andalusíes,
gracias al papel que desempeñaron durante más de siete siglos los gobernantes,
terratenientes y demás clases acomodadas, en su afán por disfrutar de plantas
exóticas en sus jardines y en su mesa, así como también por la labor realizada
por campesinos y gente corriente durante sus emigraciones, al difundir
semillas, raíces, esquejes y plantas por todas las tierras del islam.
Para que todo el sistema de regadío se llevara a cabo, se desarrollaron
mecanismos como el azud (sudd), para elevar y almacenar el agua; la
noria (nāʽūra), para elevar el agua, y el pozo horizontal, llamado qanāt,
para concentrar las aguas subterráneas y llevarlas a la superficie por
gravedad. Además, perfeccionaron las antiguas canalizaciones y crearon nuevas
acequias (sāqiya-s) para conducir el agua hasta donde se necesitaba, sin
límites.
Acequias. Foto: V. Antón.
Junto a grandes extensiones de tierra irrigada, también destacaron las
tierras sembradas en régimen de secano, las cuales eran dependientes del agua
de lluvia y de la humedad invernal retenida en las capas profundas de la
tierra. De estos terrenos se obtenían cultivos como cereales y legumbres, que
fueron básicos para la alimentación humana y del ganado, así como olivos y
viñas, fundamentales para el consumo, la industria y el comercio.
Para cada uno de estos suelos, los juristas musulmanes crearon unos
contratos específicos, además de los comunes de alquiler o de compraventa, como
fueron la musāqāt, para el cultivo de regadío; la muzāraʽa,
para el cultivo de cereales, legumbres y demás granos en tierras de secano y
la mugārasa, dedicada exclusivamente a la plantación de árboles.
Todos ellos disfrutaron de una regulación minuciosa, lo que demuestra el nivel
de especificidad adquirida por dichos jurisconsultos.
Ante la necesidad de abastecer de alimentos a las urbes, cada vez más
pobladas y estables, gobernantes y juristas se centraron en favorecer y
promover la productividad del terreno, lo que ocasionó un incremento
considerable de los ingresos públicos y privados, a través de los impuestos y
de la comercialización de los frutos obtenidos. Ya lo dijo el geópono sevillano
Ibn al-ʽAwwām (ss. XII-XIII): “labrar la tierra rinde una ganancia segura” (I,
5).
Al-Ándalus, tierra no
segura
Como acabamos de señalar, en al-Ándalus había que mantener y, en el mejor
de los casos, aumentar la productividad del suelo, pero esta no era una tarea
fácil. Se debía, por tanto, preservar su fertilidad y humedad mediante técnicas
que requerían mucha fuerza de trabajo, que, a veces, no resultaban suficientes
ante los continuos cambios climatológicos; asimismo, se debía mantener y
reparar las obras de regadío, las cuales resultaban muy costosas. Del mismo modo,
era imprescindible asegurar las rutas comerciales y proteger a los aparceros
ante las calamidades que pudieran sobrevenirle, tema este último objeto de
nuestro trabajo.
Traducción árabe del Tratado de las plantas
de Dioscórides
BNF ms. Árabe 2850 fol. 65v
Por la irregularidad de la lluvia y la dependencia de los recursos
hídricos, al-Ándalus fue una tierra donde no estaban aseguradas las cosechas.
Efectivamente, algunos juristas musulmanes, como los andalusíes al-Garnāṭī o
al-Buntī, consideraban que, en comparación con las tierras regadas por el Nilo,
cuyas cosechas estaban aseguradas por las continuas crecidas del río, las de
al-Ándalus eran tierras gayr ma’mūna o ‘no seguras’. Las
fuentes arabo islámicas reflejan esta circunstancia de debilidad, entre las que
descuellan las jurídicas, por el hecho de que van a regular los casos en donde
se necesitaba un apoyo específico por parte de las instituciones. Los
beneficiarios eran los arrendatarios de tierras y los compradores de cosechas
que, por falta de agua, veían malogrados los frutos objeto del contrato. Pero,
además de la escasez de agua, los jurisconsultos musulmanes van a contemplar
también otras causas, como eran el exceso de agua, los agentes atmosféricos
adversos, las enfermedades, la acción nociva de los animales, el robo o el paso
del ejército, entre otras. Con esta regulación exhaustiva de los posibles
acontecimientos que podían afectar al campo andalusí, así como de las
compensaciones que ofrecían a los damnificados, los juristas estaban
contribuyendo al desarrollo de la agricultura, imprescindible para la economía
de al-Ándalus. Podemos observar una progresión favorable en sus decisiones
judiciales, a medida que van aumentando los espacios cultivados, llegando
incluso a considerar con derecho a indemnización aquellos cultivos cuyas
pérdidas no llegaban al mínimo exigido. Entre ellos, se beneficiaron los frutos
de nueva introducción, como fueron las hortalizas, la morera, el arrayán, el
azafrán, las forrajeras frescas, las cañas, el coriandro o el mirto, los cuales
constituían bienes muy estimados para el comercio. También hay casos
excepcionales en los que se libró al agricultor de pagar el alquiler de la
tierra de secano que había arrendado cuando no pudo sembrar por el exceso de
agua. Esta situación de apoyo a la agricultura por parte de los juristas tuvo
su máxima expresión en la época nazarí, en donde el incremento de la producción
agrícola se hizo imprescindible, para alimentar a la superpoblación que se
había congregado en el último reducto que quedaba de al-Ándalus, así como para
aumentar la recaudación fiscal, fundamental para poder atender las necesidades
militares del reino.
Entre las fuentes jurídicas más relevantes que hablan sobre la regulación
de las calamidades agrícolas, y que fueron redactadas entre las SS. VIII-XV,
encontramos, además de las andalusíes, otras provenientes de Oriente Medio y
del Magreb, las cuales tuvieron plena consideración en al-Ándalus. La tipología
de estas fuentes es muy variada. Efectivamente, encontramos información sobre
las calamidades agrícolas en tratados muy distintos, como son los que tratan
los principios del derecho, los tratados de derecho comparado y de casuística,
todos ellos desde el punto de vista teórico. Asimismo, son esenciales las
fetuas emitidas por los muftíes y las sentencias pronunciadas por los cadíes,
ya que nos permiten conocer de primera mano los problemas planteados en torno a
los siniestros acaecidos sobre los cultivos. Además, por la cantidad de
información jurídica, botánica, agrícola, fitopatológica y lingüística, son
fundamentales los formularios notariales, los cuales deben incluir una cláusula
que indique cómo actuar frente a las desgracias que hacen perecer de forma
parcial o total los frutos objeto de un contrato. El derecho islámico, para
legalizar los contratos efectuados en tierras donde no están aseguradas las
cosechas, protege a través de estas estipulaciones a la parte contratante que
normalmente se ve perjudicada. Y, finalmente, no podemos olvidar por su
relevancia las obras jurídicas en materia económica (ss. VIII-IX), todas ellas
orientales, las cuales, por ejemplo, nos informan de cómo se procede desde el
punto de vista fiscal cuando se malogran los frutos objeto de un contrato de
arrendamiento o de compraventa.
Además de las fuentes jurídicas, también los tratados agrícolas dedican
muchas páginas a explicar cómo se pueden prevenir o, en su caso, paliar los
efectos perniciosos de las calamidades que azotan los campos. Contamos con ocho
tratados geopónicos, todos ellos andalusíes, los cuales fueron escritos entre las
SS. X-XIV. Sorprende comprobar que los juristas poseen muchas de las
informaciones agrícolas, botánicas y fitopatológicas contenidas en estos
tratados agrícolas y que los geóponos conocen las normas que regulan el medio
rural. De entre estos últimos, es al-Ṭignarī (ss. XI-XII), quien refiere en su
prólogo la necesidad de gozar de un conocimiento completo formado por un ʽilm
bi-hā, o comprensión de todas aquellas cuestiones que atañen a la
Agricultura y que aparecen contenidas en los tratados agrícolas, así como por
un ʽilm fī-hā, relacionado con los aspectos jurídicos necesarios
que se han de dominar para llegar a comprender lo lícito y lo prohibido
concerniente al mundo agrario. Se puede deducir, entonces, que estas disciplinas
estaban interrelacionadas, con el beneficio que todo ello conllevaba.
Finalmente, también hablan de las calamidades acaecidas en el campo
andalusí las fuentes histórico-geográficas (ss. IX-XIV), y seguramente la razón
principal de que se reflejara con precisión el año y la desgracia sufrida está
relacionada con la reducción o condonación del impuesto canónico o azaque que
debía abonarse por los beneficios obtenidos de las cosechas.
Qué entendemos
por ŷā’iḥa
Acabamos de señalar que los juristas musulmanes regulan de manera
exhaustiva las calamidades acaecidas en el medio rural y que, para ello,
demuestran poseer un profundo conocimiento agrícola, botánico y fitopatológico.
Pero estos jurisconsultos también dominan el plano lingüístico al utilizar el
término jurídico ŷā’iḥa en dos sentidos muy diferentes: por un
lado, lo utilizan para referirse a cada una de las desgracias acaecidas sobre
los cultivos cuando estos son objeto de un contrato. Son un conjunto de
calamidades determinadas, que toman unos nombres específicos, y que, en
ocasiones, difieren de los que encontramos en otras fuentes. Por otro lado, el
término ŷā’iḥa se utiliza en su sentido técnico, definiendo un
estado jurídico de calamidad, por el que el jurista en cuestión concede una
indemnización al arrendatario y/o al comprador de los frutos afectados por
algunas de las calamidades aceptadas como tales. Pero, no en todos los casos se
declara el ‘estado de ŷā’iḥa’ en los frutos. De ahí que nos
encontremos frases como: aṣābat-hu al-ŷā’iḥa fa-lā ŷā’iḥa fī-hi, la
cual debemos interpretar como “la calamidad azotó [la cosecha], pero no se
declara ‘el estado de calamidad’ en ella”.
Cuándo se declara el
‘estado de ŷā’iḥa’ en las cosechas
La mayoría de los juristas declara el ‘estado de ŷā’iḥa’ únicamente
cuando el daño producido ha afectado, como mínimo, al tercio del total de los
frutos comprados o de los cultivos de las tierras alquiladas, en cuyo caso
conllevaría la anulación total o parcial del contrato. Sin embargo, en
ocasiones, no hace falta que se pierda un tercio de ellos para determinarlo,
por la especial protección que algunos frutos y cosechas tuvieron por parte de
la mayoría de los juristas, como antes hemos visto.
Un aspecto fundamental en la compraventa es que los cultivos hayan llegado
a su madurez y que, por tanto, haya sido lícita su venta. Únicamente, cuando
esto ha sucedido, se puede solicitar que se consideren las desgracias
acaecidas, aceptándose o no el ‘estado de ŷā’iḥa’ por parte de los
jurisconsultos. En caso contrario, en el que los siniestros tuvieran lugar
antes de que estuvieran en sazón, no se podría demandar este estado jurídico.
La madurez en los frutos se expresa con el término ṣalāḥ que,
según explica con todo detalle al-Ŷazīrī, hace referencia al momento en el que
el fruto está maduro y completo. Este principio viene determinado por tres
razones, según manifiesta con precisión Jalīl: por la coloración, por la
aparición del gusto azucarado y por la posibilidad de que el fruto pueda
madurar fuera de su tallo.
Para los frutos de varias cosechas, se permite la venta cuando comiencen
los primeros signos de maduración en cada una de ellas. En ese momento, si
cualquier calamidad destruyera algunos de los frutos objeto de contrato, el
vendedor estaría obligado a indemnizar al comprador. Esta indemnización
consiste en rebajarle del precio una cantidad no fija, que depende del alcance
del daño ocasionado y del valor que supondrían esos frutos en el mercado.
En el caso de los cereales, legumbres, semillas y frutas secas, la venta es
lícita únicamente cuando está toda la cosecha madura y seca, por lo que no hay
mucho espacio entre la venta y la entrega, que es cuando el cultivo tiene el
riesgo de verse afectado por algún siniestro. Por ese motivo, no se considera,
en principio, el ‘estado de ŷā’iḥa’ en estos cultivos, aunque los
juristas musulmanes establecieron algunas excepciones, como, por ejemplo,
cuando se acababan de sembrar y una sequía no dejaba crecer las semillas o
cuando el encharcamiento del suelo impedía su sembrado.
Efectos de la sequía sobre un cultivo. Autor: Rasbak. Wikimedia Commons.
En la segunda parte de este artículo, veremos qué calamidades aceptan los
juristas como ŷā’iḥa, de entre todos los siniestros que pueden
acaecer sobre los cultivos. De forma general, podemos decir que se reconocen
como tales los agentes atmosféricos adversos (lluvia, sequía, viento, heladas,
granizo, etc.), las inundaciones, las plagas, la acción de animales
incontrolables, así como el robo y el paso del ejército. Excepcionalmente, y
por analogía, los jurisconsultos musulmanes también consideraron que podía
declararse el estado jurídico de calamidad en algunos negocios arrendados, como
molinos, tiendas o salinas, ya que algunas causas, como la falta de agua o a la
escasez de clientela ocasionada por revueltas o por guerras, menguaban de forma
significativa sus ganancias.
PARA AMPLIAR:
- CAMARERO
CASTELLANO, I. Sobre el ‘estado de ŷā’iḥa’.
Teoría y práctica jurídica de la calamidad rural y urbana en Al-Andalus
(ss. VIII-XV), Editorial Universidad de Sevilla, Sevilla,
2015.
- CAMARERO
CASTELLANO, I. “Kitāb al-ŷawā’iḥ. Un capítulo de la Mudawwana sobre las calamidades
agrícolas”, Boletín de la Asociación Española de
Orientalistas, XXXVII (2001), pp. 35-46.
- GLICK,
T.F., Regadío y sociedad en la Valencia Medieval, Valencia,
1988.
- HERNÁNDEZ
BERMEJO, J. E., GARCÍA SÁNCHEZ, E. y CARABAZA BRAVO, J. M. ª, Flora agrícola y forestal de al-Ándalus, vol. 1, Madrid, 2012.
- IBN
AL-ʽAWWĀM, Kitāb al-filāḥa,
ed. y trad., J.A. Banqueri, Libro de agricultura, 2 vols. Madrid, 1802.
- WATSON,
A. M., Innovaciones en la agricultura
en los primeros tiempos del mundo islámico, Granada, 1998.
No hay comentarios:
Publicar un comentario