domingo, 10 de octubre de 2021

EL AGUA EN AL-ANDALUS, SU FUNCIÓN SOCIAL

 EL AGUA EN AL-ANDALUS, SU FUNCIÓN SOCIAL

Dice Ibn Jaldun, el famoso sociólogo tunecino de origen andaluz del siglo XIV, en su obra Al-Muqqadimah, que para que la vida en una ciudad sea grata, es necesario atender, al fundarla, a varias condiciones. En primer lugar, a la existencia en su solar de un río o de fuentes de agua pura y abundante, pues el agua, “don de Allah”, es cosa de capital importancia.

El agua en el mundo islámico sirve, ente otras cosas, para satisfacer la higiene de los musulmanes, para el consumo doméstico y agrícola, y para el uso cortesano y religioso. En la ciudad hispano-musulmana, el agua se encuentra en casas, palacios, fuentes públicas, hammams, o baños, depósitos y canalizaciones urbanas.


 

Al llegar los musulmanes a la Península Ibérica encontraron numerosas ciudades hispano-romanas con una infraestructura de canalizaciones, pero con notables destrucciones y deterioros. Sobre esas ruinas, fueron levantando los árabes nuevas ciudades, respetando lo útil y aportando la definitiva configuración de la ciudad hispano-musulmana. A esta clase pertenecen las principales ciudades de al-Andalus: Córdoba, Sevilla, Toledo, Zaragoza, Mérida, y muchas otras. Continuando la tradición urbanizadora del Imperio Romano, también construyeron una veintena de ciudades de nueva fundación, entre ellas: Madrid, Calatayud, Almería, Calatrava y Murcia.

Todas ellas seguían una planificación semejante: zona religioso-judicial (el lugar de la mezquita y la madraza); zona comercial (en torno al zoco y la alcaicería); zona palatino-administrativa (el alcázar del soberano y sus anejos); zona militar (la alcazaba, emplazada en la parte más alta de la ciudad); zona residencial (las mansiones nobles de los cortesanos); zona popular (los barrios, o rabad); cementerios (maqbara) y zonas de recreo y de reunión pública, como la musalla y la musara, explanadas destinadas a las grandes aglomeraciones ciudadanas.

La mezquita mayor, o aljama, y la madraza (de madrasa: escuela coránica), así como el zoco y la alcaicería (mercado de objetos de lujo), se localizaban en el intrincado corazón de la ciudad, es decir, en la medina. Los alcázares reales solían encontrarse cerca de la mezquita mayor, pero aislados del laberinto de calles de la medina entre jardines y murallas. Los notables construían sus mansiones, también ajardinadas, fuera de la medina pero a intramuros de la ciudad. Había un baño público cerca de la mezquita aljama y podía haber otros muchos en las diversas barriadas.

En cuanto a las clases medias y bajas solían vivir en la medina o en determinados barrios que tomaban el nombre de sus moradores (Rabad al-Yahud o Barrio de los judíos, Rabad al-Murabidin o Barrio de los ermitaños, etc.) Algunos de estos barrios, producto del crecimiento de la ciudad, se localizaban fuera de las murallas, lo mismo que las grandes explanadas, en las que en época de fiestas se celebraba la oración pública al aire libre. Cuando los ejércitos del soberano partían para defender el imperio andalusí, se celebraban también en ellas las grandes paradas militares, lo mismo que las plegarias multitudinarias de rogativa (istisqa’), para pedir la lluvia en época de sequía.

La ciudad constituía a diario una auténtica organización social en movimiento. Las continuas idas y venidas de los andalusíes por las estrechas calles y plazuelas de la medina para acudir a la mezquita o al zoco, o a sus quehaceres diarios, podían dar la impresión de una falta de orden y de control administrativo. Sin embargo, no era así; las ciudades andalusíes estaban planificadas por funcionarios que vigilaban el correcto cumplimiento de las normas consuetudinarias contenidas en los tratados de hisba, como las que han llegado hasta nosotros de Ibn `Abdun de Sevilla o al-Saqati de Málaga.

Estas leyes regulaban todo cuanto se relacionara con la convivencia ciudadana, el mercado o su actividad, el funcionamiento de los gremios de artesanos y comerciantes, y su comportamiento en el zoco. También se ocupaban del peso y las medidas de las mercancías o, incluso, del espacio físico del zoco, evitando la excesiva aglomeración de tiendas y vigilando el saneamiento de sus desperdicios.

La figura inspectora de este buen funcionamiento era el llamado zabazoque (sahib al-suq), jefe del zoco, figura creada en tiempos de los omeyas, que se convertiría más tarde en el muhtasib, o almotacén. Ambos dependían del cadí.

No había tampoco olvido del agua, esa “bendición de Allah”, ya que se consideraba un acto piadoso y benéfico, meritorio de recompensa divina, el proveer de agua a los musulmanes. El agua se consideraba necesaria para cubrir las necesidades del cuerpo y del espíritu, e imprescindible para toda la Creación.

El agua pública y los aguadores

En la morfología de la ciudad había fuentes públicas (sabbala), adosadas a los muros de las casas y decoradas con vistosos azulejos polícromos, que proporcionaban agua a los cansados viandantes para beber o para sus abluciones. Proveían también a las mujeres y a los muchachos más humildes que no disponían de ella en sus casas. Estas fuentes se localizaban cerca de la mezquita o de la madraza, y en las puertas de acceso de la ciudad, donde se aglomeraban los viajeros recién llegados y la multitud que acudía a los mercados de ganado, que solían instalarse fuera de las murallas, junto a sus puertas principales.

En Córdoba, durante el siglo IX, el emir Abderrahman II mandó construir un gran depósito que recogía el agua sobrante del suministro de sus alcázares, para que fuese aprovechada por el pueblo. Se instaló el depósito junto a la llamada Puerta de la Celosía (Bab al-Musabbak). Un siglo después, su descendiente, el califa Abderrahman III, hizo construir junto a ese depósito un pilón con tres tazas superpuestas a las que abastecía un surtidor, para que los cordobeses pudieran proveerse de agua con mayor facilidad.

El agua pública era también objeto de pequeño comercio, ya que innumerables aguadores (sakka) recorrían las calles con el tintineo de sus vasos de metal, transportando el preciado líquido en odres de cuero. Ofrecían a voces la bebida en las tardes de calor, o llegaban hasta las casas para vender su mercancía a domicilio, por unas monedas.

La figura del aguador ambulante y vocinglero, nos ha sido familiar hasta hace pocos años, al menos por las tierras de Levante y Andalucía. Incluso en Madrid –el famoso Mayrit árabe–, los aguadores llevaban el agua cristalina de los qanats desde las fuentes a las casas, transportándola en borriquillos, aún en pleno Siglo de Oro. Esta costumbre causaba extrañeza a los extranjeros que visitaban la capital en aquella época.

Pero regresando a al-Andalus, en la Sevilla del siglo XII los aguadores transportaban el agua a lomos de una acémila desde el Guadalquivir, y la vendían en los barrios de su ciudad. Había una auténtica ordenanza que regulaba la actuación de estos aguadores, y que recoge con gran meticulosidad Ibn Abdun en su tratado de hisba.


Se establecía que los aguadores tuvieran un lugar reservado a la orilla del río Guadalquivir, en un pequeño muelle o tinglado de madera, río arriba, donde la corriente fuese menos fuerte. Se prohibía a los barqueros o a cualquier otra persona que les disputasen a los aguadores el disfrute de este derecho.

El punto en el que los aguadores debían sacar su agua, se determinaba exactamente en la ordenanza. En ella se establece el límite entre el flujo y reflujo marinos, prohibiéndose el acceso a este lugar a toda persona que no perteneciera a la corporación o cofradía de los porteadores de agua. Con ello se demuestra palpablemente que el oficio de aguador estaba perfectamente organizado y regulado en la Sevilla andalusí.

Continuaba la ordenanza estableciendo que la infracción de esas disposiciones sería castigada con prisión o con pena corporal, según estableciera el muhtasib. También se encargaba al muhtasib, o almotacén, que vigilara a los aguadores, para que no tomaran el agua en aquellas zonas del río pisoteadas por las acémilas, ya que estaban sucias y turbias.

Es sorprendente comprobar la preocupación que había en al-Andalus por preservar la calidad del agua para el consumo, ya fuese para beber, o para usos religiosos e higiénicos. El tratado de Ibn Abdun nos sigue suministrando curiosos datos sobre las costumbres “fluviales” de la población, tanto femenina como masculina, de la Sevilla andalusí: Dice que hay que prohibir a las mujeres que laven la ropa en el lugar donde los aguadores sacan el agua del río, porque lavan su ropa interior sucia, y por ello es necesario que laven en un lugar del río, más discreto y preservado de la vista del público.

Igualmente, se establece la prohibición de arrojar basuras y desperdicios al río Guadalquivir –costumbre “fluvial”, por desgracia, de asombrosa actualidad–. Es probable que la ordenanza de los aguadores andalusíes fuera antecedente natural del gremio de aguadores madrileños que existía en el siglo XV.

Las conducciones urbanas y domésticas

Pero la mayor parte de las casas de la España musulmana contaba con aprovisionamiento de agua potable, ya fuera procedente de un pozo o aljibe situado en el patio interior, o por medio de canalizaciones que la traían desde más lejos. En la Sevilla almohade el agua potable provenía de un gran depósito abastecido por un acueducto desde Alcalá de Guadaira.

El pozo o aljibe doméstico se aprovisionaba del agua de lluvia, que desde los desagües de las azoteas iba resbalando por cañerías de arcilla hasta acumularse en el depósito. Para evitar el arrastre de impurezas con el agua, se ponían unos filtros en la desembocadura de los depósitos, que se limpiaban periódicamente. El patio, incluso el más humilde, podía de esta forma permitirse el lujo de tener un pequeño surtidor para hacer más fresca y agradable la estancia familiar, complementándose su sonido, especialmente al anochecer, con el denso perfume de los jazmineros que trepaban por las paredes. Si la casa era pudiente, el patio y las salas de estar se adornaban con un estanque o alberca, llevando el refinamiento hasta lo indecible, como se ve más adelante.

De la belleza estética encerrada entre los austeros muros exteriores de la casa hispano-musulmana, agobiada entre los adarves, nos han quedado muchas referencias.

Quizá una de las más coloristas es la del cronista al-Saqundi, quien al hablar de las cuidadas viviendas de los andalusíes sevillanos en el siglo XII, llega a decir que en la mayoría de las casas sevillanas no falta agua corriente, ni árboles frondosos, como el naranjo, el limero, el limonero, el cidro y otros…

La preocupación de los soberanos de al-Andalus por el aprovisionamiento de agua para las ciudades, se hace patente en la gran cantidad de redes de canales y acueductos que abastecían los distintos enclaves urbanos. Ese es el caso de los dos famosos acueductos que, en el siglo X, llevaban el agua a Madinat al-Zahra para abastecer aquella inmensa ciudad-palacio, cuyo subsuelo era una maraña de tuberías, muchas de ellas de plomo, según han podido descubrir las excavaciones arqueológicas. En Sevilla, el califa almohade Abu Yaqub Yusuf, mandó construir los llamados “caños de Carmona”, que traían el agua a la ciudad y a la Buhayra. En Córdoba y en Toledo, hacía subir el agua del Guadalquivir y del Tajo mediante una noria.

El sistema de abastecimiento de Madinat al-Zahra debió ser grandioso. El agua se captaba desde la zona serrana de la hoy llamada Santa María de Trasierra, a dieciseis kilómetros de Córdoba, y desde allí discurría, unos tramos bajo tierra y otros en superficie, atravesando montañas, barrancos y valles mediante acueductos –como el Valpuente o el del arroyo de las Viejas–, hasta el canal de entrada al recinto palaciego de al-Zahra.


Higiene y costumbres saludables

La higiene del cuerpo ha sido y es un precepto socio-religioso para las gentes del Islam. Aparte de la higiene natural del cuerpo, el musulmán realiza una serie de actos purificación y preceptivos, como son las abluciones rituales anteriores a las plegarias y después del acto sexual. Además, el buen musulmán no debe comenzar a comer sin haberse lavado previamente las manos y, una vez terminado el condumio, debe lavar de nuevo sus manos y enjuagarse la boca.

En torno a este acto se desarrollaba en el hogar andalusí todo un repertorio de artesanía doméstica del agua, desde jarras y jofainas de burda loza o de cerámica fina, hasta aguamaniles repujados, de cobre o plata, que se exhibían con pulcritud ante los invitados de la casa, dependiendo del nivel económico de la familia.

El jabón de olor y la toalla acompañaban al agua en este ritual, para el perfecto remate de la higiene de los comensales. Al final, en las casas pudientes, aparecerían los picudos perfumadores de cristal de roca o de plata, rociándolo todo –comensales y alfombra–, con agua de rosas de Alejandría o de China.

El polígrafo y visir del siglo XIV Ibn al-Jatib en una de sus últimas obras, la Nufada (“Sacudida de alforjas para entretener el exilio”), nos relata una recepción en la Alhambra ofrecida por sultán nazarí Muhammad V en 1362, durante la fiesta de inauguración de varias salas de la Alhambra. En dicha recepción, tras honrar al soberano y escuchar recitaciones del Corán en la sala del trono, se ofreció un suntuoso banquete a los múltiples asistentes con toda la parafernalia gastronómica andalusí, hasta que, al amanecer, se entonó el dikr (o repetición de los nombres de Allah):

“Al acabarse (las recitaciones) subió de tono el tumultuoso ruido del dikr, que rebotaba en unas y otras paredes, duplicado por el eco de la nueva construcción. En el dikr compitieron los expertos con la masa del vulgo. Hizo mucha mella en los ánimos. En las imaginaciones irrumpieron sentimientos de sumisión al poder divino y de desgarramiento por el temor de Dios, que acabaron por producir enajenaciones. Tras ello vino la vuelta en sí. Y entonces la cerrada atmósfera se nubló con el humo del ámbar de Sihr, cuya nube entoldó a los circunstantes. Fue vertida luego el agua de rosas, caída sobre las ramas de la familiaridad como un diluvio, hasta el punto de que gotearon los bigotes y se calaron las colas de los trajes. La flauta empezó a sonar para cerrar el programa protocolario.”
(Ibn al-Jatib, Nufadat al-yirab fi ulalat al-igtirab, Trad. de E. García Gómez en su obra Foco de antigua luz sobre la Alhambra, Madrid 1988, pp. 155-56).

Para el lavado corporal, entre las clases humildes se utilizaba un barreño grande y aguamaniles, mientras que las gentes acomodadas tenían bañeras (abzan) en baños unipersonales, y las clases aristocráticas presumían de poseer en sus palacios un conjunto de salas de baño, con una estructura semejante a las termas romanas. Eran los hammams, que también podían ser de uso público.

 

EL AZUCAR Y EL SABOR DE LO DULCE EN LA GASTRONOMÍA ANDALUSÍ

 

EL AZÚCAR Y EL SABOR DE LO DULCE EN LA GASTRONOMÍA ANDALUSÍ.

Andalusí: Natural de al-Ándalus o España musulmana. Al-Andalus (711-1492) es el nombre con el que se conoció a todas aquellas tierras, gobernadas por musulmanes, que habían formado parte del reino visigodo: la península Ibérica, la Septimania francesa y las Islas Baleares.  Su zona este se denominó Xarq al-Andalus.

Hablemos del azúcar de caña, su secular viaje hacia occidente y el sabor de lo dulce en la gastronomía andalusí. Toma su nombre del árabe "sukkar", que a su vez, proviene de las voces persas "sâkar" y "sâkar". Este arabismo se documenta ya en Gonzalo de Berceo (c. 1225), y aparece en Nebrija y Covarrubias con ç sorda, hasta registrarse en el Diccionario de Autoridades con la actual z (Expiración García Sánchez).

Fue uno de los cultivos aclimatados en la Península Ibérica por los árabes e introducido por ellos durante el gobierno de 'Abd al-Rahman I (756-788). La caña de azúcar se cultivaba en al-Andalus ya en el siglo X, principalmente en la costa valenciana y en Granada. Un privilegio de Jaime I, en 1268, exime al cultivo de la caña de azúcar del pago del diezmo (Josep A. Gisbert Santonja) .

En el Siglo VII de nuestra era se marca un hito importante en la difusión del consumo del azúcar, los árabes descubren las infinitas posibilidades que presenta y lo introducen en el Imperio Islámico, cultivando la caña de azúcar en Siria, Egipto, Chipre, Rodas y todo el Norte de África. Es precisamente allí, donde los químicos egipcios perfeccionan su procesado y la refinan. En la Edad Media introducen el azúcar en la zona hispano-musulmana de al-Andalus, donde se implanta como una especia alimenticia.

Efectivamente, la caña de azúcar fue uno de los cultivos aclimatados en la Península Ibérica por los árabes (Expiración García Sánchez). Introducido durante el gobierno de 'Abd al-Rahman I (756-788) "Hubo que producir una serie de cultivos exóticos de regadío, aclimatándolos por vez primera o por medio de su reimplantación. Éste es el caso de la caña de azúcar (qasab al-sukkar) introducida tempranamente-, que se extendió desde Valencia hasta la desembocadura del Guadalquivir" (del libro "El enigma del agua en al-Andalus", Cherif Abderrahman Jah y Margarita López. Editorial Lunwerg).

En tiempos de Abd al-Rahman I, en la mitad del siglo VIII, contamos con la primera mención al cultivo de caña de azúcar en la Península Ibérica. Desde ese momento y, sobre todo, desde la aparición del califato, las citas son constantes, tanto en los tratados médicos y culinarios como en los de agricultura y geografía.

Por o tanto, la caña de azúcar se cultivaba en al-Andalus ya en el siglo X, Encontramos su documentación en el calendario de Córdoba, del año 961, en el que se reglamenta las épocas del año en que la caña debe plantarse y recogerse. En un agrónomo anónimo andalusí del siglo X: "la caña de azúcar se planta en el mes de ädär, marzo (marïs)". Y en la obra del geógrafo al-Räzï, también del siglo X.

En el siglo XI el cultivo de la caña de azúcar figura en los tratados agronómicos andalusíes. Destacamos el del agrónomo granadino al-Tignarï que nos proporciona una detallada descripción de su cultivo que fue recogida por dos autores andalusíes posteriores, Ibn al-'Awwäm (s. XII-XIII) e Ibn Luyün (s. XIV).

En el litoral peninsular destacan como áreas de producción de azúcar de caña las costas valencianas, granadinas y malagueñas. Por razones climáticas, la implantación del cultivo de la caña de azúcar se limitó al bajo Guadalquivir, al sur de Sevilla, y en la costa que se extiende desde Málaga a Almería, especialmente en las vegas de Vélez-Málaga, Almuñecar y Salobreña, de acuerdo con el testimonio de algunas fuentes árabes y andalusíes, y de geógrafos árabes. También en las zonas costeras valencianas de Valencia y Castellón según al-'Udrï, Yäqüt, al-Qazwïnï, al-Mqqärï, citando este último a Ibn Sa'ïd.


Otra prueba de su cultivo en Valencia, es que un privilegio de Jaime I, en 1268, exime al cultivo de la caña de azúcar del pago del diezmo (Josep A. Gisbert Santonja) . Desde finales del s. XIV hasta el XVII hubo un florecimiento de esta planta y aparecieron molinos dedicados a su molturación

En Granada, los musulmanes introdujeron la caña de azúcar en la franja costera del reino nazarí; especialmente, en la cuenca del Bajo Guadalfeo, y, ya en el siglo X se constata su cultivo en Salobreña.

En los siglos XII-XV su cultivo en al-Andalus ya estaba bastante extendido, desde el norte de Castellón hasta la desembocadura del Guadalquivir

Desde los nazaríes, se documenta que en la costa granadina existía tanto el cultivo como la elaboración de azúcar.

Además, diversos tratados agronómicos andalusíes, confirman el conocimiento de la tecnología de la elaboración de azúcar en al-Andalus. Como, por ejemplo, el de al-Häÿÿ de Granada, recopilado por Ibn al-'Äwwäm, que incluye suficientes referencias sobre la obtención del azúcar como para asegurar que la caña servía para este fin.

Granada, la capital nazarí, era el principal mercado de azúcar, quizá de concentración, para embarcarlo después en Málaga .

El azúcar, fue usada por los andalusíes como especia para perfumar, o edulcorar, una gran variedad de platos por los que los andalusíes mostraban una especial atracción. Ella y la miel, estaban presentes en infinidad de recetas de repostería y dulcería. También frutas frescas se preparaban con azúcar, junto a especias y otros ingredientes Los boticarios comenzaron a usarla como parte integral de muchas recetas. Las usaban como pócimas y medicinas para curar cualquier clase de males. Otro uso era el de conservar productos, que se cocinaban con él en determinadas proporciones. Así, confituras de flores, frutas, etc.

En el libro Anónimo del siglo XIII traducido por Ambrosio Huici Miranda. LA COCINA HISPANO-MAGREBÍ durante la época Almohade., encontramos varios buenos ejemplos de recetas con azúcar. Por ejemplo:

Pese a ser un artículo de lujo, el azúcar fue sustituyendo progresivamente a la miel incluso en la preparación de ciertos fármacos. Ibn Zuhr (Avenzoar en los textos latinos), en su Epístola sobre la preeminencia de la miel sobre el azúcar, recrimina a los innovadores que utilizan azúcar en los jarabes medicinales, impulsados por el afán de emplear ingredientes exóticos, siguiendo el ejemplo de reyes y grandes personajes.

Los dos recetarios andalusíes que han llegado hasta nuestros días, el ya citado de cocina hispano magrebí y en el específicamente andalusí Fedalat Al-Jiwan fi tayyibat al-ta'am wa-l-alwan que traducido del árabe es: Relieves de la mesa, sobre manjares y guisos, del murciano Abu l-Hasan 'Ali ibn Muhammad ibn Abí l-Qasim ibn Muhammad ibn Abí Bakr ibn Razin al-Tuyibi (a veces citado en las fuentes como "al-Razin", y en algunas ocasiones, como "al-Tujibi"), también del siglo XIII, demuestran que el azúcar y/o la miel eran ingredientes habituales incluso en los platos de carne, en las sopas más o menos espesas y en las gachas.

Entre los andalusíes encontramos, en todos los niveles sociales, una marcada inclinación hacia los dulces, patente en las numerosas variedades que de ellos nos presentan fuentes de diversa índole, desde las poéticas, pasando por las médicas, las geográficas y las gastronómicas, hasta las jurídicas que se ocupaban de vigilar las actividades de los zocos.

Se elaboraban numerosas variedades de dulces, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días: alcorfas, alfajores, alfeñiques, almendradas, almojábanas, arnadí, arroces dulces (con leche, con azúcar, con miel...) arropes, buñuelos, churros y torrijas (zalabiyyas), empanadas dulces de azúcar fino, hojaldres, hojuelas, mazapanes), membrillos, pestiños, roscos, rosquillas de alfajor, tostones de cañamón y ajonjolí, talvinas, turrones,..

Los dulces eran, y siguen siendo, la expresión alimenticia de la fiesta, la hospitalidad y la amistad.



FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA:

·        - Adela Fábregas García. Producción y comercio del azúcar en el Mediterraneo medieval. El ejemplo del reino de Granada. Universidad de Granada 1999.


- Anónimo del siglo XIII traducido por Ambrosio Huici Miranda. LA COCINA HISPANO-MAGREBÍ durante la época Almohade. Ediciones Trea, SL. 1966-2005. ISBN: 84-9704-175-5.

 

·        - César Gómez Campos. La ciencia agronómica andalusí. La deuda olvidada de occidente. Aportaciones del Islam a la civilización occidental.. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces. Madrid. Depósito legal: M.34.257-2004.

 

·        - Cherif Abderrahman Jah y Margarita López. El enigma del agua en al-Andalus. Editorial Lunwerg

 

·        - Expiración García Sánchez. El azúcar en la a limentación de los andalusíes. Actas del primer seminario internacional "La caña de azúcar en tiempos de los grandes descubrimientos." Editorial Lunwerg

·        Expiración García Sánchez. Caña de azúcar y cultivos asociados en al-Andalus.actas del Quinto Seminario Internacional sobre la Caña de Azúcar, Motril, 20-24 de sep. de 1993, Antonio Malpica (ed), 1995, pp. 41-68. Editorial de la Diputación de Granada. 1995. ISBN: 84-7807-148-2

 

·        - Expiración García Sánchez. El sabor de lo dulce en la gastronomía andalusí. La herencia árabe en la agricultura y el bienestar de occidente. Editorial de la UPV. Valencia. ISBN: 84-9705-244-7

·        - Expiración García Sánchez. 2011. La producción frutícola en al-Andalus: un ejemplo de biodiversidad. Trabajo elaborado en el marco del Proyecto de I+D+I: “Paisajes agrícolas y forestales en al-Andalus” (FFI2009-09826), avalado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (enero 2010-diciembre 2012), dirigido por E. García Sánchez

 

·        - Inés Eléxpuru. La Cocina de Al Andalus. Alianza Editorial SL. Madrid, 1994. ISBN: 84-206-9402-9

 

·        - Inés Eléxpuru Eeckman y Margarita Serrano Hernández. AL-ANDALUS magia y seducción culinarias. Instituto Occidental de Cultura Islámica. AL-FADILA. Madrid, 1991. ISBN: 84-86714-05-2

 

jueves, 7 de octubre de 2021

TARTA DE CHOCOLATE CLASICA

 

TARTA DE CHOCOLATE CLASICA

Ingredientes

Para la masa

240 gr de harina

120 gr de mantequilla semi salada en pomada

80 gr de azúcar glas

1 Huevo

15 gr de almendras molidas

Ganache de chocolate

350 gr de chocolate negro de pastelería al 70%

25 cl de nata liquida

50 gr  de mantequilla semi-salada cortada en dados

1 Cucharadita de miel

 

Elaboración

Para la masa: En un bol, mezclamos la mantequilla, el azúcar glas, las almendras en polvo, el huevo y  60 gr de harina. Batimos con una varilla eléctrica para integrar todos los ingredientes. Cuando la mezcla esta homogénea, agregamos los 180 gr de harina restante tamizada, y mezclamos suavemente sin trabajar demasiado la masa.

Colocamos la masa entre dos hojas de papel sulfurizado, y extendemos con un rodillo a 3 mm de grosor. Reservamos 30 minutos en el congelador.

Cuando la masa este fría y firme, cortamos un disco grande del mismo diámetro del molde desmoldable y procurando que cubre todo las paredes del mismo.

Untamos de mantequilla el molde desmoldable y enharinamos, colocamos la masa en la parte inferior del molde, luego humedecemos los bordes del disco con un poco agua con una brocha de silicona, para que quede bien adherida la masa a los bordes del molde, presionando con los dedos sobre los bordes. Reservamos en el frigorífico 30 minutos.

Precalentamos el horno a 160º.

Cuando el horno este caliente, metemos  el molde forrado de masa en el horno cubierto con papel sulfurizado y unos garbanzos secos, mantenemos hasta obtener un bonito color, (unos 18 minutos, aproximadamente).

Para el ganache: Picamos el chocolate, luego derretimos suavemente al baño maría o en el microondas, removiendo ocasionalmente para que se derrita todo el chocolate.

En un cazo, ponemos la nata con la miel a hervir.

Procedemos en 3 veces, vertimos lentamente 1/3 de la nata caliente sobre la mezcla de chocolate derretido, mezclamos con una varilla vigorosamente, formando círculos, incorporamos el segundo tercio de la nata, mezclamos vigorosamente con la varilla, luego incorporamos el último tercio usando el mismo método.

Cuando la temperatura del ganache alcance los 38º aproximadamente, añadimos la mantequilla en dados, mezclamos con la varilla de mano sin mover demasiado, es decir suavemente  al objeto de incorporar la menor cantidad de aire. Mezcla es importante para suavizar la ganache y perfeccionar la emulación de la crema de chocolate.

Vertimos inmediatamente el ganache sobre la base de la tarta de chocolate a temperatura ambiente, luego dejamos reposar en el frigorífico 2-3 horas.

Desmoldamos, suavemente. Recuerda sacarla del frigorífico 30 minutos antes de servirla...

Servimos la tarta de chocolate a temperatura ambiente. Y regálate el paladar.

¡Buen provecho!

GALLETAS CASERAS CON VERMUT

 

GALLETAS CASERAS CON VERMUT

Ingredientes

500 gr de harina

2 Huevos + 1 para colorear

125 gr de manteca de cerdo

1 Bolsita de levadura en polvo

1 Cucharada de azúcar vainillada

Extracto de vainilla unas gotas

200 gr de azúcar

½ Vaso de vermut blanco ZECCHINI www.vermutzecchini.com

1 Pizca de sal

 

Elaboración

En un bol, Ponemos la harina tamizada junto con la levadura en polvo, el azúcar vainillada, y sobre ella las gotas de extracto de vainilla.

Añadimos la manteca de cerdo a trozos pequeños, el medio vaso de vermut blanco ZECCHINI www.vermutzecchini.com, (uso este vermut, por su calidad sabor y aroma) y finalmente los 2 huevos  ligeramente batidos con una pizca de sal.

Mezclamos primeramente con las manos, todos los ingredientes, después usaremos la amasadora.

Con la batidora, con las hojas de amasar, amasamos durante unos minutos para que se integren bien todos los ingredientes.

En volvemos la masa en papel fil y dejamos reposar en la parte menos fría del frigorífico durante 1 hora.

Pasado este tiempo, sacamos del frigorífico y quitamos el papel film y ablandamos la masa con las manos sobre la mesa de trabajo. Con un rodillo extendemos la masa en una hoja de medio centímetro de grosor.

Precalentamos el horno a 180º.

Con un cortador de pastas rectangular, cortamos galletas.

Sobre una placa de horno forrada con papel sulfurizado, colocamos las galletas, y cepillamos con el huevo batido con una brocha de silicona. Metemos ene l horno precalentado, y horneamos durante 15-20 minutos, hasta que la superficie superior este ligeramente dorada.

Sacamos las galletas de vermut del horno, y dejamos enfriar por completo.

Mantenemos estas galletas en recipientes de vidrio, se mantendrán fragantes y crujiente durante varios días.

Riquísimas.

¡Buen provecho!

KEFTAS MARROQUIES

 

KEFTAS MARROQUIES

Esta receta me la ha dado mi amiga Fátima, no solo hace dulces para venderlos en su frutería, también por encargo, elabora platos marroquíes, como el cuscús, la pástela, etc. Las keftas normalmente se hacen mezclando la carne picada de ternera y cordero, yo las he elaborado solo con carne picada de ternera, según ella es la auténtica receta, que siempre se ha cocinado en su casa desde que ella recuerda de su abuela, y demás familiares mayores.

 

Ingredientes

1 K de carne molida de ternera

1 Cebolla

1 Diente de ajo

1 Cucharadita de sal

1 Pizca grande pimienta negra recién molida

1 Manojo de perejil

1 Manojo de cilantro

1 Cucharada de pimentón dulce

1 Cucharadita colmada de jengibre en polvo

1 Cucharadita de cúrcuma

1 Cucharadita de cilantro molido

1 Buena cucharada de comino

½ Cucharadita de chile en polvo o cayena

3 Cucharadas de aceite de oliva virgen extra

 

Elaboración

En un bol grande, ponemos la carene molida de ternera, agregamos la cebolla muy picada, el diente de ajo muy picado y las especias, mezclamos muy bien para que se integren todos los ingredientes, y vayan cogiendo sabores y aromas.

Picamos las hierbas, muy picaditas y la agregamos al bol, mezclamos todo a mano amasando muy bien para que se integren todos los ingredientes, y a la vez cojan sus sabores. Hay que trabajarla como si fuese una masa de pan para que absorba bien las especias (un buen rato y dándole vueltas a la masa para que cojan sabores y aromas y se mezcle todo muy bien).

Ponemos el aceite de oliva virgen extra en un plato hondo, mojamos las manos (bien lavadas previamente) en el aceite y cogemos trozos de masa, con la que haremos bolas y luego las aplastaremos.

En una sartén, a fuego medio las doramos por ambos lados.

Servirlas calientes.

Salieron riquísimas.

¡Buen provecho!