La invasión Árabe.
Es
la historia de un gran pueblo de oriente que vino a occidente y creo en el a lo
largo de ocho siglos de dominio y convivencia el primer foco de cultura de la
Edad Media Europea. Tal vez muchos de nosotros oímos hablar de los musulmanes y
tengamos en nuestra mente la idea de algo muy remoto. Y, sin embargo, los
musulmanes están ahí, a la vuelta de la esquina del tiempo en nuestra historia.
Forman, con lo que nos dejaron, un sustrato fundamental del pueblo español. Son
en gran parte el propio pasado del pueblo español. Un pasado que pervive en la
lengua, en las costumbres, en el arte, en la gastronomía, la agricultura, la
medicina y en el mismo modo de ser de los españoles. Veamos de donde venían,
que buscaban y que encontraron más allá de las columnas de Hércules.
La llegada de los árabes a la península
ibérica
En
los primeros años del siglo VIII. En una España precariamente unida, el
gobierno de los visigodos está desmembrado por las luchas internas entre los
tres hijos del difunto rey Witiza y
el duque de la Bética, Rodrigo,
elevado al trono por los nobles que desean mano firme en los asuntos de estado
y un rey que conserve la unidad
nacional.
España
esta absolutamente dividida y Toledo,
la capital del reino, es sede de intrigas y conjuras. Los que ven en peligro su
victoria no dudan en cruzar el estrecho y pedir allá en las costas de África la ayuda que necesitan para
desplazar al que creen un usurpador. Pero, ¿Quiénes están al otro lado del
estrecho? Son unos hombres nuevos que venidos desde Oriente cumpliendo la
Guerra Santa que proclamo su profeta Mahoma, se han abierto paso desde los
desiertos de Arabia y en menos de noventa años han conquistado todo el norte
africano y solo esperan la ocasión para salir del pequeño paso que les separa
de Europa. Ahora la ocasión ha llegado. España es campo abonado para la
invasión aunque los poetas prefieran crear una leyenda romántica econtrada en
las viejas callejuelas de la capital visigoda, Toledo
“de la perdida de España fue aquí funesto principio
Una mujer sin ventura, un hombre de amor rendido
Si duermes, rey don Rodrigo, despierta por cortesía
Y veras tus malos hados, tu peor postrimería
Y veras tus gentes muertas y tu batalla rompida,
Y tus villas y ciudades destruidas en un día.
Si me pides quien lo ha hecho yo muy bien te lo diría.
Ese conde don Julián por amores de su hija.
Porque se la deshonraste y mas de ella no tenia”.
El
28 de abril del año 711 desembarca el general Tarik ben Ziyad al frente de
12.000 hombres en un lugar de la costa española que desde entonces tomaría el
nombre de quien la conquisto, Ibn el Tarik , Gibraltar.
Con
el viene los hijos de Witiza y buen numero de nobles disconformes, entre ellos
el conde Olban, el don Julián de los romances cristianos. Todos ellos creen aun
firmemente que la invasión árabe solo tiene por objeto restáurales en el poder.
El
rey Rodrigo acude a enfrentarse con los invasores. El escenario de la batalla
fue la hoy deseada laguna de La Janda. Y las crónicas árabes relatan así la
jornada.
“Encontrándose Rodrigo y Tarik en un lugar llamado el
lago y pelearon encarnizadamente mas las
alas derecha e izquierda, al mando de los hijos de Gaitiza, dieron a huir y
aunque el centro resistió algún tanto, al cabo, Rodrigo fue también derrotado y
los muslimes hicieron una gran matanza en los enemigos. Rodrigo desapareció sin
que se supiese lo que le había acontecido pues los musulmanes encontraron solamente su caballo blanco que había caído
en un lodazal y el cristiano que había caído con él, al sacar el pie, se habia
dejado el botín en el lodo. Solo Alá sabe lo que pasó pues no se tuvo nunca
noticia de él ni se le encontró vivo ni muero”
La rápida conquista
La
victoria musulmana de La Janda ha dejada a España a merced de sus invasores y
la conquista a partir de aquella jornada es casi un paseo militar. El ejército musulmán
se divide en tres cuerpos. El primero sigue la conquista hacia las comarcas de
Málaga y Granada. El segundo, al mando del propio Tarik, se interna hacia la
meseta para conquistar la capital visigoda. Toledo, abandonada ya por sus
habitantes cristianos, no ofrece ninguna resistencia y los musulmanes la toman
y confían a witizianos y judíos el gobierno provisional de la ciudad por medio
de “capitulaciones”. El tercer cuerpo
del ejercito sitia Córdoba y la ocupa tras una breve resistencia de sus
habitantes.
Con
aquella conquista casi todas las plazas principales del sur de la península
quedan en manos de los árabes. La cabeza de puente esta firmemente establecida.
Pero la Guerra Santa no es solo una guerra de conquista: la religión marcha íntimamente
ligad al avance de los ejércitos. El sur de España comienza a poblarse de
mezquitas. Muchas de ellas no son sino adaptación precipitada de templos
cristianos. Los árabes, en ese momento, no sienten ninguna necesidad de crear.
Se utilizan los materiales más a mano para elevar los minaretes. Arcos de
herraduras, creados por los visigodos sirven para enjambrar los ventanucos de
las torres. Columnas bizantinas sirven de pilastras. Basta una altura que
domine las ciudades para que a la voz del almuecín pueda llamar a los fieles en
las horas de la oración. El aspecto del
sur de la península va cambiando. Ahora comienza a ser ya una prolongación del
lejano Oriente abandonado cien años antes en pos de la expansión política y
religiosa.
En
junio del año 712 el emir de Marruecos, Muza
nun Noseir, desembarca en la región de Algeciras con 18.000 hombres que
viene a consolidar la conquista. Ha pasado apenas un año y los mismos visigodos
que facilitaron la invasión se han dado cuenta de que las intenciones de los árabes
van mucho más allá de una ayuda momentánea para restablecer a los disidentes en
el poder. Las ciudades cierran las puertas de sus murallas y ofrecen una
resistencia encarnizada cuando ya es tarde. Sevilla se defiende durante un mes
heroico y es entregada por desavenencia interna de sus habitantes. Mérida resiste
seis meses de asedio y es tomada por asalto. Orihuela logra pactar gracias a
una estratagema.
“Fueron después a Tozmir, cuyo verdadero nombre era
Orihuela y se llamaría Tozmir del nombre de su señor, el cual salio al
encuentro de los musulmanes con un ejercito numeroso que combatió flojamente,
siendo derrotado en campo raso. Los pocos que pudieron escapar huyeron a
Orihuela donde no tenía gente de armas ni medios de defensa. Pero su jefe,
Tozmir, al ver que no era posible la resistencia con las pocas tropas que
tenia, ordeno que las mujeres dejasen sueltos sus cabellos, les dio cañas y las
colocó sobre la muralla de tal forma que pareciesen un ejercito hasta que él
hiciese las paces.”
La colonización
Los musulmanes conquistaron lo que mas ansiaban: las tierras fértiles y el agua. El contraste con la tierra seca de sus desiertos africanos inspirará a sus poetas y creara la lírica de aquella región que quedaría bautizada con el nombre de Al-Andalus.
“Oh, Dios, qué bello corría el rió en su lecho, mas
apetecible para abrevarse en el que los labios de una bella, curvado como una
pulsera, rodeado por las flores como por una vial actea”.
“Mira el campo sembrado donde las mieses parecen al
inclinarse ante el viento escuadrones de caballería que huyen derrotados,
sangrando por las heridas de las amapolas”.
Las tierras de Al-Andalus son fértiles si se les cuida. Y lo olivos son ya entonces, según las crónicas, tan espesos que el sol apenas se filtra por ellos. La producción permite exportar el sobrante por toda la cuenca mediterránea. Si la tierra de Al-Andalus es fértil y merece cualquier sacrificio, merece ser defendida de los lejanos focos de resistencia cristiana que han surgido, pequeños pero invencibles en las ásperas montañas del norte.
Al-Andalus
comienza a poblarse de castillos. Su silueta se vuelve un factor inalterado del
paisaje andaluz. Los mas grandes son a la vez centros urbanos y constituyen
autenticas plazas fuertes que domina la llanura fértil que cabe bajo su
protección.
Levaban
el nombre de cala y aun hoy muchas ciudades de España conservan ese nombre más
o menos alterado en recuerdo de las fortalezas que son ya solo un montón
deforme de ruinas que apenas si resaltan su forma chata sobre las colinas.
Calatayud,
Calamocha, Calatañazor. Las ciudades se
rodearon de murallas y muchas de estas defensas no fueron sino una adaptación
de las antiguas fortificaciones romanas. Bastaba orientar debidamente las
entradas según las costumbre árabe y
sustituir por ladrillos y argamasa las zonas derribadas que antes estuvieron
construidas con bloques de cantera. Para los musulmanes, aquella aparente endebles
de muros y construcciones tenia un significado casi religioso puesto que
mostraban lo efímero de las construcciones humanas frente a la grandeza de la
obra de Dios. Pero ladrillo, madera y yeso, sus materiales favoritos, marcaran
la impronta de un estilo que habrá de
conservarse como base de la gran arquitectura española de siglos posteriores.
Así,
ciudades muradas, alcazabas y castillos quedaron como una siembra de fuerza que
se extendió desde las lejanas tierras fronterizas con los cristianos hasta las
orillas azules del mediterráneo. En principio estas fortalezas fueron apenas un
baluarte defensivo; en siglos posteriores se embellecerían y lograrían
convertirse en auténticos palacios donde la defensa alternaría su dura silueta
guerrera con imágenes de belleza y de bienestar. Pero los primeros años de la
conquista musulmana fueron tiempos duros y anárquicos. Los invasores dependían
en los políticos y lo religioso de los califas omeyas de Damasco. España,
Al-Andalus, estaba ocupada por árabes aventureros y beréberes semisalvajes de
las montañas africanas, discípulos oportunistas de la fe de quienes les habían
conquistado, faltos de organización efectiva perdían su poder de fuerza, de disensiones
internas. Los emires se sucedían violentamente y ninguno de ellos logro
conservar el poder el tiempo suficiente para sostener un régimen de paz en las tierras, los campos y
el mar. Las expediciones guerreras, cada vez más lejanas, terminaban en simples
algarabías o lo que comenzaba a ser peor, en peligrosas derrotas.
(Historia de España)
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