AID AL ADHA
La gran fiesta del cordero
Pocos
días separan a los musulmanes de su gran fiesta, la del Cordero “Aid Al Adha”, o como se le suele
llamar “Aid Kbir” (Fiesta del Cordero). Un acontecimiento especial que se
celebra cada año en el décimo día del mes de Dhul Hiyya (el ultimo del
calendario lunar islámico) que conmemora
el sacrificio de Abraham que según el Corán, estuvo a punto de
sacrificar a su hijo Ismael hasta que Dios le ordeno que sacrificara a un
cordero en lugar de a su hijo. Y a partir de ese momento quedo establecido que
en la religión no habría sacrificio humano. Y quedo confirmado que Ibrahim era
hanif: buscaba sinceramente a Dios siguiendo su corazón y apartándose de sus ídolos,
y que habría de fundar un templo –la Kaaba- y que lo levantaría con sus manos, ayudado
por su hijo y que el creyente es humilde y entregado.
También
es conocida como Pascua musulmana, la Fiesta del Sacrificio se realiza en
recuerdo del cordero que Abraham degolló como ofrenda a Dios en lugar de su
propio hijo. Desde entonces, el pueblo musulmán mantiene la creencia de que si
alguien hace el sacrificio de algún cordero, antes de que la sangre del animal
llegue al suelo, Alá estará agradecido y los recompensara. En el Islam, el
sacrificio se considera un acto mediante el cual la comunidad acepta los dones
que Alá les ha entregado.
El
gran fin de la fiesta es consolidar el concepto ideal de la solidaridad y la
tolerancia, siempre recordando que hay muchísima gente en el mundo y que están
pasando hambre y no gozan de la misma felicidad que unos pueden tener. Por eso,
es muy habitual en los países musulmanes y según la religión islámica una parte
de la carne sea donada a los pobres, otra parte regalada los conocidos y
vecinos y la tercera parte consumida en familia.
En
ese día los musulmanes que han acudido a la Meca concluyen los ritos de su
peregrinación y, después de la oración especial, sacrifican (o mas modernamente
pagan para que un matarife cualificado sacrifique en su lugar) un cordero. La alegría
es doble en su caso, por la fiesta en si y por haber terminado el hach, una
empresa ardua, un viaje al fondo de uno mismo, al comienzo de la vida, tal y
como la conocemos, en el valle de Arafat, en esa planicie desértica en la que
cuentan que se reunieron Adán y Eva después de haber vagado por el planeta 200
años, tras su expulsión del paraíso.
También
es un viaje al final de los tiempos, borrada toda señal de identificación, cada
ser humano anónimo, confundido en la multitud, que vive el momento del
encuentro.
El
resto de los musulmanes, casi todos pues solo unos pocos de cada zona
peregrinan a los Santos Lugares cada año, celebran en sus casas estas fiestas,
acuden a las mezquitas para la oración y luego, los que pueden hacerlo,
sacrifican y celebran una comida a la que se invitan mutuamente...
Es
una celebración sobria, honda. Una fiesta reconfortante en la que cada creyente
bebe el agua de la vida y se esponja con ella y recapitula sus actos y sus
intenciones para impregnarse de las nobles cualidades de Ibrahim, a quien se
conoce entre nosotros como “el amigo intimo de Allah”, porque sus miembros físicos
y sus facultades están impregnados de lo Absoluto. Podríamos resumir sus
cualidades en una fundamental: no poner trabas a la voluntad de Allah, dejarse
atravesar por El como el cauce de un río por el agua, y llenarse de Su designio
hasta la identificación. Ibrahim, el amigo intimo, hanif, sometido, es el
ejemplo perfecto que se nos propone en estas horas del Id al Kabir, la fiesta
mayor, que festeja el establecimiento de la ley que protege la vida humana y la
fusión del ser puro del hombre con sus anhelos de perfección.
El
musulmán acude a la oración tras haber hecho la ablución mayor o igual y haberse
ataviado con su mejor ropa, limpia y perfumada. Recita unos versículos que solo
se cantan durante las dos fiestas anuales y en los enterramiento. Los
musulmanes cantan y cantan hasta que el Imán dirige la oración que
–excepcionalmente- se encabeza con siete takbir (decir Allahu akbar). Dos
rakás. Después unas palabras de saludo por parte del imán a los miembros de la
comunidad presente. Por ultimo, se disuelve la reunión y los asistentes se
besan en señal de hermanamiento y se felicitan las fiestas. Hay un a alegría
contenida, un suave perfume a flores, sosiego y reminiscencias de rasgos
atávicos, perennes y nobleza recibida del amigo intimo como legado.
En
torno a la Kaaba se localiza un punto que se llama la estación de Ibrahim. Está
allí y está además en cada lugar donde se reúnen musulmanes, se recuerda su
sacrificio y se evoca con la firmeza, resolución y amor con que él lo hizo.
Pero
vayamos a la actualidad como se celebra Aid
Al Adha EN Marruecos hoy en día.
Un día
cualquiera
Todos los besos
del mundo se reparten por la mañana, bueno, no sólo por la mañana, a cualquier
hora del día, depende de la complicidad de las conversaciones y el ambiente que
se respire. En sus caras se refleja su estado de ánimo, aunque la mayoría de
las veces para no romper el buen ambiente en sus caras se marca una sonrisa
fija y luminosa, no es hipocresía, es ganas de estar bien y dejarse de
problemas que ya bastantes hay en el exterior. La casa es como un caparazón
protector que evita invasiones negativas, venga quien venga aquí, dentro en
esta casa larga y luminosa, hay un sitio para cada estado de ánimo, y si no
estas animado, sus miradas, su brillo y la luz que entra por la claraboyas te
hacen ver que la vida continúa, día tras día, y por la noche, las estrellas que
se ven desde el patio parece que charlan con los dos árboles centenarios, que
si de verdad hablaran no pararían en tres o cuatro generaciones.
El día
anterior
Comienza el
nerviosismo previo a la fiesta, “Gran
fiesta”; desde hace unos días se escucha a los pobres corderos
sumisos y dispuestos a ser sacrificados en nombre de Alá para librar de los
pecados a los seres que creen desde hace miles de años en sus carnes
salvadoras. Todos, reposando en sus patios, saben lo que les espera; mirándolos
a los ojos te hablan contándote que sus abuelos, sus ancestros, ya salvaban a
los hombres del mal en nombre de su hacedor. Qué curiosa es la vida, nosotros
nos comemos el cordero de Dios que quita los pecados del mundo pidiéndole que
tenga piedad de nosotros, los pecadores, y ellos lo mismo, el cordero; en fin,
siempre es de Dios y sus carnes salvadoras.
Cada cual va de
un lado a otro con diferentes inquietudes, yo desde ayer tengo la henna puesta
en el pelo a la espera de que alguien me lleve al hamman, al final, por ser yo
una invitada, me van a preparar un hamman privado para mí y la reina de la
casa, matriarca de todos, sensible, llorona, fuerte y siempre animosa, Naffisa,
un poco mayor que yo, sin salir casi de su entorno, ha vivido 7 hijos y tristes
y alegres experiencias.
Unas a la calle
arregladas y modernas como ellas dicen, desde que se encontraron ayer, Samira y
Fayrouz no han parado de hablar, reír y llorar, estaban deseando pasearse por
el pueblo para ver a sus amigas y cambiar impresiones. La que más tiene que
contar es Fayrouz que lleva 7 meses fuera y el cambio es tan brusco que hace
unos días que no para: se hace la importante, hablando, contando; le encanta
que la escuchen hablar español, cuando está cerca de mí, me mira en medio de la
conversación, me sonríe o me besa, haciéndome cómplice de su evolución y
compartiendo conmigo todos los cotilleos y rumores que se comentan.
Tengo que elegir
el modelo de dibujo de henna para las manos, el pelo está en pleno proceso de
embellecimiento, llevo tres días con la henna puesta, tres horas por día, para
que quede precioso, brillante y rojo; Naffisa se encarga de ello para
asegurarse de que quede perfecto. Les encantan las flores, ya sean de plástico,
frescas, en las manos, en los pies, cuantas más flores tenga el dibujo mejor; a
mí me gustan los dibujos que ellas llaman saharaui, más geométricos y
discretos.
Ha venido con
Samira una amiga, es una belleza morena con ojos negros, rajados, como las
típicas andaluzas, el resto de su cara acorde con su mirada limpia e inocente,
cuando sonríe ocurre como con las demás, se ilumina el ambiente. Y yo pienso en
cómo disfrutan de todo, la sencillez de sus vidas, en cómo reflejan la luz que
llevan dentro con mas trasparencia de la que yo estoy acostumbrada.
El ambiente sube
y sube. Salimos de la casa por un laberinto de calles, casas hechas de arcilla
roja, el aire está limpio y no dejo de escuchar corderos que se llaman unos a otros,
contándose donde están, los más grandes con las familias más numerosas y los
más pequeños con las familias de menos miembros; toda la niñería, mujeres y
hombres hablan de lo mismo: los corderos y ellos balan vendiéndose con orgullo
para el sacrificio.
El hamman
La madre de la
familia de los vecinos, una mujer joven con 5 hijos -desde 22 a 7 años- varones y
hembras, con una gran sonrisa me recibe, cuarenta besos caen sobre mi cara, mi
frente, mis hombros y otros tantos achuchones de bienvenida; entramos en un
pequeño hamman limpio, caliente
y humeante, ella también, ¿Cómo no? Nos desnudamos, sólo con las bragas,
empieza a echarme agua caliente, ya sentada me mete entre sus piernas echándome
el agua con cuidado para quitarme la henna del
pelo con un cepillo redondo y plano de púas de plástico, me peina con fuerza
para hacer salir toda la henna sin ningún tipo de jabón, una vez limpio me lo
recoge con una pinza y a otra cosa.
Tienen un jabón
negro y viscoso que huele a limpio sin perfume, me lo restriega por todo el
cuerpo masajeando con fuerza para que penetre bien, por mi espalda, piernas y
pecho sin discriminar ninguna zona de mí, me echa agüita y me sonríe; después
de esta primera paliza me indica hablando con ojos, manos y boca que me relaje
y disfrute del calor y la humedad del ambiente. Hecho. Unos minutos mas tarde
mete la mano en un guante de una tela extraña, rugosa y con pequeñas púas, no
sé de que material es, me coge el brazo me pone la mano en su hombro y vuelve a
decirme con todo su cuerpo, relájate y disfruta, yo me dejo hacer y ella va
frotando con fuerza una y otra vez en el mismo sentido. Mi piel, ya roja,
empieza a soltar unos rulos de grasa y suciedad que a mí misma me dan un poco
de asco, son fideos de manteca sucia, nunca pensé que pudiera salir eso de mí,
hasta ahora; bonita piel, porque después de desollarme y sacarme todo de dentro
de mis poros, mi piel es más suave y fina y sobre todo mas blanca. Una vez
limpia, reposo, cubitos de agua calentita que te caen como del cielo, sin tu mover
ni un dedo, caricias para escurrir el agua de mi espalda y mis piernas, masajes
en los pies, para luego, con una piedra de arcilla dura y rugosa, rasparte los
talones, las plantas y los dedos. Esto para quitarte el polvo del camino andado
con los años. Te quedas cálida, suave, con la sensación de ser el ser más
limpio y luminoso de la tierra. No sólo yo, mirando a las demás veo sus
destellos de limpieza en sus cuerpos y sus espíritus.
La actividad es
frenética, los vecinos no paran de entrar y salir, algunas con la henna, otras
en busca del secador para arreglarse el pelo; sentadas en el patio se peinan
unas a otras entre risitas y grititos de alegría, hablando bajito, contando
secretos inconfesables. Al otro lado en una salita que Naffisa ha arreglado, pintado
y decorado. Donde está la tele, los hombres dormitan tranquilos y sonrientes.
Algo curioso,
tenemos visita, unos turistas franceses que Naffisa recogió de la calle no sé
cuando, los encontró los invitó a un té y desde entonces tan amigos. Son mayores,
abuelos, y comparten con todos lo que hay, como diríamos en mi tierra, “están flipando” (demasiado coloquial,
tal vez) Cerca de la cocina están la chica que hace la henna y Sahara, llevan
por lo menos 5 horas; ya tienen hechos los dibujos de los pies y han quedado
preciosos, el trabajo es magnifico, una obra de arte paciente y perfeccionada.
Después de Sahara creo que voy yo. De mis manos, después de dos horas de
trabajo y cinco de espera con las manos al aire, al sol, y sin tocar nada,
salen a relucir unos tatuajes de henna preciosos con motivos geométricos y de
un rojo oscuro que me gustaría que duraran para siempre.
El gran
día
A las 6 de la
mañana ya hay movimiento, los tapices en el suelo, los cojines preparados, las
bandejas con el té dispuesto y los corderos a la espera de que vengan los
hombres, ya no tienen escapatoria. Todos nos levantamos y nos preparamos para
desayunar; se nota que no es un día cualquiera, todas arregladas, todas con
nuestros caftanes (túnicas largas y bordadas con mangas anchas). Hay mucha
variedad en los colores y formas, cada una se pone debajo lo que puede porque
hace frío y estas túnicas son de telas finas y frescas. Mi caftan es de terciopelo amarillo, me
encanta, y mis babus (zapatillas
típicas terminadas en puntas sin tacón) van a juego; las tengo de todos los
colores, cada miembro de la familia me ha regalado unas.
Los niños
pequeños con atuendos típicos entran en la casa buscando caramelos y
felicitando la fiesta, desde las seis de la mañana, es como si fuera nuestra Navidad
o Reyes.
Los
corderos ya muertos y limpios
Hay una lucha
entre los gatos y Nafissa por las tripas; es gracioso ver a Nafissa corriendo
detrás de ellos para quitarles lo que roban.
Los hombres ya
han cumplido su misión, ahora las mujeres se quitan la ropa de fiesta y
preparan, con las tripas y despojos del sagrado bicho, brochetas y carne asada.
Desde las 10 de la mañana están ya las carnes en los fuegos; el olor es fuerte
a carne bien fresca. Y tan fresca. En la calle, los chiquillos van y vienen con
sus caramelos y sus sonrisas repartiendo besos y buenos deseos para esta Fiesta
Grande del Cordero. Después de un buen atracón de pinchitos hechos de corazón,
pulmones y otras vísceras envueltas en la grasa que tiene el cordero entre la
piel y la carne acompañados de pan casero, Rachid y yo nos vamos a dar un
paseo.
Son las doce de
la mañana, todas las chimeneas del barrio humeantes dejan un olor a carne
quemada que enrarece el ambiente, el día es claro y cálido, esto se agradece.
Caminamos hacia la ciudad antigua, las calles están desiertas, las tiendas
cerradas. Las sombras alargan los muros.
Andamos
enganchados del brazo, costumbre poco habitual allí, pero a Rachid le encanta.
Hablamos un poco de todo; cuando pasamos por el muro del cementerio nuestra conversación
nos lleva a comentar cómo se trata a los muertos; enfrente están los muros de
la cárcel, esto me estremece más que los muertos, me indigno al pensar qué
ocurrirá ahí dentro.
Ya en los
callejones buscamos las sombras porque el sol aprieta y empieza a calentarnos,
hablamos de las costumbres y religiones, tan enemigas y al mismo tiempo tan
similares. A ver si va a resultar que solo hay un Dios y que cada uno lo llama
de forma diferente.
Cuando regresamos
a casa a las dos de la tarde, la hora de comer, todo ha cambiado, ya está todo
limpio, las plantas regadas, los corderos inertes y vacíos reposan en el patio
interior a la sombra, el resto de los despojos en el fuego; se comen poco a
poco con pan caliente, fanta y coca-cola. Hoy es fiesta.
Después de comer
todos desaparecen, la casa en silencio termina de expulsar los olores de la
mañana, es la hora del descanso. El olor me despierta, huele a pelo quemado, a
cuerno quemado. Me levanto y están quemando la cena, son las cabezas de los
susodichos corderos. Otra vez van y vienen las visitas, es un constante hacer y
hacer té, repartir galletas caseras y regar con perfume a los visitantes para
darles la bienvenida.
Charlas amenas
contándose sus cosas. A todas las visitas Nafissa perfuma con aromas de varias clases
a cual más fuerte y aromático. Son muchas y a todas el mismo protocolo: té y
perfume; como yo estoy en todas, sobredosis de té y de perfume. Ante este
panorama decido echar yo el perfume sobre los que vienen, y a Nafissa también
para que entienda mis quejas; huelo a una mezcla de incienso, verberana, y agua
de rosas. Este festival de aromas se mezcla en el ambiente, agradable y
acogedor.
Cuando terminan
las visitas de aparecer, viene la cena: dos cabezas de corderos puestas
majestuosamente encima de la mesa, cocinadas al vapor durante toda la tarde,
dicen comedme, pero su aspecto no me convence demasiado.
A pellizcos con
gran placer y ritual comienzan a devorar tan apetitosos manjares, rematando con
gran placer con los sesos aderezados con aceite de oliva y comino, eso sí me
gusta. Estoy un poco harta de comer carne y he preparado un tomatito picado
para alternar con el manjar rey, así entra mejor, -digo yo- porque los demás ni
lo prueban. Una vez recogida la mesa e ir bailando por el camino al grifo del
patio para lavar los platos, a las doce de la noche nos vamos a visitar a los
vecinos.
Salimos de la
casa a oscuras y a oscuras caminamos por los laberintos de calles, muertas de
risa; me hacen una sillita con las manos y me cantan y balancean por todo el
camino, gritan mi nombre y muchas cosas que no comprendo, tengo la impresión de
que le están contando al vecindario toda mi vida.
Vamos a casa de
una vecina, la del hamman,
pegamos con fuerza en la puerta... Todos duermen, pero no importa, la familia
entera se levanta para darnos la bienvenida y con gran algarabía nos llenan de
besos como agradecimiento por la visita, a buenas horas.
Fátima-Sahara,
Fayrouz, Samira, Naffissa y yo estamos dentro, en una habitación pequeña, con
tres niños pequeños durmiendo, hablamos y reímos y cuentan: Esta mañana ha
explotado una bombona a causa de los niños, que se han dejado el gas abierto,
nada grave, un susto de muerte, pero ni heridos ni quemados. Una vez y otra vez
agradecen la visita.
Cuando salimos
andando, pasamos cerca de algunas puertas, llenas, marcadas de sangre de los
corderos; según me cuentan para evitar el mal de ojo o cualquier otro tipo de
males y maldiciones.
Me recuerda la
Biblia cuando los israelitas marcaban sus puertas para evitar plagas y otros
males. Es como regresar al pasado en pleno siglo XXI.
Continúa
la fiesta
Creía que la
fiesta había terminado aunque los corderos seguían allí, ahora en la cocina,
limpios y apetitosos. Comienza el movimiento, por un lado, el desayuno: té,
café, pan, aceitunas, mantequilla, aceite de argán, dulces y otros manjares
típicos de estas fechas, por otro, la carne; de buena mañana, pinchitos de
hígado con grasa y otras partes jugosas del sagrado bicho. Mientras
desayunamos, Nordin y Rachid cortan y despiezan el cordero como profesionales.
Hoy me he puesto
un caftan azul cielo muy bonito, con bordados blancos y una tefeta que es una
túnica abierta, como un guardapolvo que se pone encima sólo para adornarla, la
verdad es que me encanta estar “suína”
(guapa y adornada). El resto de la mañana transcurre entre olores a carne
guisada, sándalo y el olor del aire cálido y suave, y jugando al parchís que
con gran éxito he traído; música y gritos cómplices del juego. Entre los arcos
del patio, a la sombra fresca de estos árboles centenarios, disfrutamos de paz
y tranquilidad. La fiesta continúa.
Lo que más me
gusta es el ambiente de color y olores que invitan a sonreír y a estar
tranquilos. Han venido unos hombres a comer con nosotros la carne guisada y
fruta; son familia de Naffissa, viven en un oasis a unos kilómetros de aquí.
Son profesores que trabajan en las montañas y vienen a pasar estas fiestas con
sus familias; visitan a todos sus familiares de los alrededores.
Hoy la siesta
está movida. Yo entro en el único cuarto que tiene llave, donde normalmente
hago la siesta, es rosa: armario rosa, cómoda rosa, pared rosa y cama con
colcha, como no, rosa; el cuarto rosa es comunitario, todos entran y salen a su
antojo, aquí se hacen las reuniones más intimas, las niñas se cuentan sus
cosas, se muestran sus ropas nuevas y todas las novedades para compartir y
ponerse al día; Samira se acuesta conmigo y Fátima-Sahara se prepara una cama
en el suelo para descansar con nosotras. Descansar es un decir, entre risas y
cotilleos nos quedamos dormidas y por fin en silencio... sólo cinco minutos
porque entran Fayrouz y su madre con Sahara, que acaba de llegar de ver a sus
padres en el campo con Ali su marido, y, aunque estemos durmiendo, no importa
se acercan y me dan los 500 besos que sus padres les han dado para mí. Aquí
siempre tienes que estar dispuesta a recibir saludos y besos, de noche
durmiendo y de día también.
Con gran algarabía recibimos a Nadia y a Magig que vienen de Agadir a pasar unos días con su hija Jaula, una preciosidad de 14 meses que sólo sabe reírse, hablan y hablan, poniéndose al día de las noticias más recientes. El tema principal es el novio de Fayrouz que en estos días es el único tema de conversación, todavía no se ha decidido nada sobre su compromiso o su no compromiso, aquí no puedes salir con un amigo, no existen los amigos o eres novio o nada.
Seguimos comiendo
carne, cada vez somos más, charlamos, comemos, bebemos té y luego todos en una
misma habitación hablamos y reímos, para después, los hombres en una y las
mujeres en otra, buscar un sitio donde tumbarse para pasar la noche. No hay
camas porque ocupan mucho espacio y cada uno se acopla donde le gusta más con
su manta y su almohada; el sueño aquí es como otro paso del día, donde caes
duermes, y hasta el día siguiente.
Esta mañana
amanece con gran movimiento del personal, unos a lavarse, otros recogiendo
mantas, otros desayunando. Una vez limpia y recogida la casa, fuera: unos a
pasear, otros de compras. En los tapices del patio, a la sombra de los árboles,
con música bailamos y reímos; estoy aprendiendo la danza del vientre y algunos
bailes típicos de por aquí. Hoy comemos en casa de otros miembros de la
familia, para comer tallines de cordero -¿cómo no?-, pasas, cebollas y aceitunas!
Qué bueno!
Como es
costumbre, después de comer, la hora del reposo: unos duermen y otros dormitan
mientras charlan flojito. Yo he aprovechado y he subido a la terraza de la casa
desde la que se ve todo el pueblo de Tiznit desde arriba, es una bonita vista,
la parte antigua del pueblo está amurallada y el resto está esparcido, con
casas más grandes y modernas, no muy altas, sólo para cuatro o seis vecinos; se
huele el mar, está sólo a doce o trece kilómetros.
Algunos volvemos
antes, otros se van de visita a casa de los vecinos y familiares. Yo vuelvo
sola y la casa vacía me invita a dormir la siesta, me encierro en la habitación
rosa y a dormir, con tanto ir y venir de un lado a otro me vence el cansancio.
Dos horas he
dormido. Me despierta Magig llamándome con voz de ogro por la ventana para
asustarme, me he reído mucho; después se me han echado encima contándome que va
a venir el novio de Fayrouz a cenar con nosotros. Nos arreglamos y adornamos
con nuestros caftanes, listas para recibir a las visitas, ya sabes, té, perfume
y pastas. Magig no para de contarme tonterías y nos reímos de su madre y de
todas las visitas comentando de unas y de otras. Una familia de vecinos: madre,
padre e hijos de edad casadera, vienen a hablar del matrimonio de su hijo menor
con Fayrouz. Le han salido muchos novios desde que está en España; hay hasta
quien paga por su mano. Naturalmente ella no quiere nada más que a uno, eso
está claro, se miran con complicidad, observados por toda la familia que vigila
sus gestos y todos sus movimientos.
De vez en cuando
alguien viene y me da un abrazo, o me coge de la mano, o me da un beso, es algo
especial, no paran de preguntar a todos: ¿Estás bien?, te quiero, y palabras
cariñosas en árabe que no entiendo pero que sé lo que significan.
Esta familia es
especial, todos cariñosos y comunicativos, comparten todo y no tienen nada
propio, los zapatos que se dejan en la puerta para que no entren en la casa las
porquerías de la calle, (por cierto costumbre muy higiénica y buena para la
salud que yo imito en casa), son comunitarios, si es tu número puedes coger el
que quieras.
Después de tantos
días disfrutando de estas fiestas aquí en Tiznit, nos trasladamos a Agadir para
pasar algunos días que me quedan. El traslado en autobús es alucinante, la luna
llena convierte el ocre de las casas en rosa, un rosa oscuro y precioso; las
sombras de los árboles se hacen largas y finas, no hay oscuridad plena sino una
penumbra clara y brillante que nos acompaña durante todo el camino. La llegada
es festejada por todos, tenemos hambre y estamos cansados, hoy ha sido un día
muy movidito.
Comemos una
especie de revuelto de sesos del cordero con perejil y especias, y una sopa
espesa hecha con grasa del mismo cordero mezclada también con especias; esto se
bebe con un yogurt cortado y líquido especial de la casa. Y luego todos a
dormir con la barriga llena de cordero en todas sus variedades.
Dormimos hasta
muy tarde. No es hasta que abro los ojos cuando me doy cuenta de donde estoy, y
me encuentro tan a gusto tumbada en la cama, bueno, en el diván del salón, un
diván auténtico de seda, con unos cojines que no envidian la comodidad de una
cama de látex. Es el día que más tarde me levanto, el silencio de la casa y el
confort me relajan y no pienso en nada sólo en disfrutar del tiempo de
vacaciones que me queda; y que para volver a mi casa tengo que hacer un largo e
incómodo viaje.
He averiguado
algo que me intrigaba; yo siempre me preguntaba: “¿Cómo es que tienen los dientes tan blancos?”. En todos los
países que he visitado de África, o en casi todos, los dientes relucen. No es
una observación mía si no de casi todos lo viajeros. Pero esta vez lo he
descubierto; en realidad no hay ningún misterio, es una raíz parecida al
regaliz con sabor amargo, con unas fibras muy finas que se mastican y los
dientes los deja blancos -como ya quisiéramos por aquí- y la encía negra
rojiza. Un poco fuerte pero atractivo; por supuesto he comprado un montón, y
muy bueno.
Ya se acerca mi
partida. Hoy hemos comido huevos con patatas, algo muy típico de mi pueblo,
fácil de preparar y sin carne de cordero. La verdad es que después de tantos
días comiendo carne creo que no la volveré a tocar hasta que vuelva el año que
viene a esta fiesta, -que si es posible, no me la pienso perder-.
Tras la siesta,
hemos dado un paseo, muy húmedo y frío, pero bonito. Cuando volvimos nos
esperaba una duchita calentita y ya estoy otra vez lista, sentada a la mesa,
para devorar mi última cena. No me puedo quitar de la cabeza mi casa, mi
familia, es la primera vez que me acuerdo ellos en todos estos días. He estado
tan activa y rodeada de personas que me quieren y a las que quiero que no haya
podido añorar el afecto de los míos. Aquí he encontrado una familia que no
tiene nada que ver con mi cultura, ni mi religión y, en contra de lo que dicen
de las rarezas de los “moros”,
la humanidad y comprensión que he respirado, es más notable que la forma de
tratarnos en la sociedad y religión de la que vengo. Dicen que son personas
extrañas, lo extraño es atreverse a opinar sobre personas de las cuales no
conocemos cultura, ni costumbres. ¡Osados cristianos que se creen que tienen la
verdad en su poder! Cuando lo cierto es que con conocimiento y amor se puede
contactar con todas las personas del universo, sólo hay que abrir nuestra mente
y nuestro corazón, dejarse querer sin miedos, ni rencores, aunque nos hayan
enseñado a odiar y a diferenciar, creo que no es justo hablar sin conocimiento,
porque humanos somos todos y el amor es algo tan humano que hay que practicar
sin limites ni religiones,”FELIZ FIESTA DEL
CORDERO”.
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