IBN AI-JATIB
Político, historiador y poeta.
Nació en Loja, en 1313. Murió en 1374.
Su padre, que como ya señalábamos, estuvo al
serrvicio de los nasríes, perdería la vida a manos de invasores cristianos en
el año 1340, invitando el gobernante nasrí a Ibn al-Jatib (que tenía por
entonces veintisiete años de edad), para que ocupara el puesto de secretario en
el departamento de correspondencia ( diwán al-inshá). Por este tiempo
compuso unos versos en honor del soberano reinante. Abu al-Hashshash (Yûsuf I),
que circularían por el reino andalusí. Para compensarle, el sultán le tomó a su
servicio y le incluyó en el número de los escritores que trabajaban en palacio
bajo la dirección de Ibn al-Shayab.
Miro y beso tu sepulcro.
Sultán magnánimo, faro
Que dio clara luz al mundo,
En tus rayos, si vivieras,
Me bañarla con júbilo. y mis poesías mejores
Fueran el encomio tuyo;
Ora postrado de hinojos
Sólo la tumba saludo.
Egregiamente descuella
Entre circunstantes túmulos.
Cual tú de reyes y vates
Descollabas entre el vulgo.
Siglos ya sobre tu muerte
Pasaron y tu infortunio;
Pero guardas la corona,
No te la quita ninguno.
iOh, Rey de muertos y vivos!
Tu igual vanamente busco,
Que no ha nacido tu igual
Ni nacerá en lo futuro.
Por el año 1354 Abu al-Hashshash seria
asesinado, mientras se encontraba en la mezquita, el día en que terminaba el
ayuno legal, para asistir a la oración, y en el momento en el que éste se
inclinaba haciendo la reverencia, un hombre se precipitó sobre él y le asestó
una fuerte puñalada por la espalda, falleciendo instantáneamente. Pronto sería
proclamado soberano el príncipe Mwhammad V. Durante este período sería el
liberto Ridwan, que ejercía los cargos de general en jefe y tutor de los
jóvenes príncipes de la familia real, quien realmente gobernara Al-Andalus.
Tomó por lugarteniente a Ibn al-Jatib, dándole una total participación en las
tareas de gobierno, gozando la administración de una gran prosperidad y
estabilidad política. Una de las grandes virtudes como político sería la de
poseer unas excelentes cualidades para la diplomacia: Ibn al-Jatib recibiría la
misión de trasladarse a la corte merinida de Abu Inan, para solicitar el apoyo
de este príncipe contra las armas extranjeras de los castellano-leoneses. Ibn
al-Jatíb se presentó en dicha audiencia regia, adelantándose a los visires y
jurisconsultos que formaban parte de la embajada, y dirigiéndose al propio Abu
Inan solicitaría permiso para recitar, de forma literaria, su misión, antes de
entrar a parlamentar. El príncipe accedió a ello, y el embajador, puesto en
pie, comenzó de esta forma:
jCalifa de Dios! ojalá el destino aumente tu gloria
todo el tiempo que brille la luna en la oscuridad!
Ojalá la mano de la Providencia aleje de ti los
peligros que no podrían ser rechazados por la fuerza de los hombres.
En nuestras aflicciones tu aspecto es para nosotros
la luna que disipa las tinieblas, y, en las épocas de escasez, tu mano
reemplaza a la lluvia y esparce la abundancia.
Sin tu auxilio, el pueblo andaluz no habría
conservado ni habitación ni territorio.
En una palabra, este país no siente sino una
necesidad: la protección de tu majestad.
Aquellas que han experimentado tus favores, jamás
han sido ingratos; nunca han desconocido tus beneficios.
Ahora, cuando temen por su existencia, me han
enviado a ti y esperan.
No tardó en ganar el título político de doble
visir (Dzú al-wizdratayn), que tradicionalmente se concedía a los
visires con poderes ejecutivos. Su influencia en la corte y su riqueza
provocarían la envidia de los cortesanos, y uno de sus discípulos, el poeta Ibn
Zamrak, de la escuela maliquí, conspiraría contra Ibn al-Jatib , acusándole de
deslealtad al Islam, debido a los postulados sufistas que éste profesaba. Fue
exiliado a Fez, de donde no tardaría en volver a su puesto. Otro de los sucesos
más destocados de su vida sería la experiencia que vivió en África, con motivo
de acompañar a Ibn al-Ahmad o Mwhammad V, en su exilio a la corte del califa
merinida Abu Salem, quien los recibió con un magnífico cortejo y con gran
dignidad: hizo subir a un trono, colocado frente al suyo, al exiliado monarca
nasrita, recitando a continuación Ibn al-Jatib un poema en el cual suplicaba a
este monarca que le prestase auxilio. El sultán de Ifriquiyya prometió sostener
a su huésped y, mientras llegaba el momento de su restauración en el trono
andalusí, le colmó de honores, instalándolo en un espléndido palacio,
proveyendo de igual forma las necesidades de todos cuantos formaban el séquito
del monarca andalusí.
El ex-visir Ibn al-Jatib llevaría durante
algún tiempo una vida muy agradable, gozando de los favores y la atención que
le otorgara el sultán merinida. Solicitó asimismo recorrer las ciudades y
comarcas de Ifriquiyya, para conocer y visitar los monumentos y recoger la
historia de sus antiguas formaciones sociales. Obtuvo el permiso consiguiente,
llevando consigo cartas recomendatorias en las que se invitaba a los
administradores y gobernadores a facilitarle medios y obsequiarle con regalos,
reuniendo Ibn al-Jatib una gran fortuna. Igualmente, y por recomendación del
sultán merinida, le fueron devueltas las posesiones que éste tenía en la
campiña de Córdoba.
Mientras el monarca andaluz destronado permaneció en
Africa, Ibn al-Jatib estuvo separado de él, residiendo en la ciudad de Sale,
hasta el año 1362, en que Mwhammad V recuperaría nuevamente el trono. Envió a
buscar a su familia, que había dejado en Fez, haciéndole el encargo a 100
al-Jatib para que les acompañara y protegiera hasta Andalucía. A su llegada a
Granada, fue muy bien acogido por el monarca y restablecido en el puesto que
anteriormente había ocupado.
El príncipe merinida ‘Utman ibn Yahya
ibn 'Umar, al servicio de los reyes de Granada, fue uno de los personajes que
más trabajó por el regreso a Andalucía de Mwhammad V y, una vez conseguido, se
vio beneficiado de la confianza del príncipe, actuando como auténtico gobernador
de esta parte de Andalucía. Pues bien, Ibn al-Jatib sintió indignación por la
confianza que le otorgaba el príncipe. Mostrándose temeroso de los peligros que
a su juicio envolvía la presencia de estos príncipes merinidas, logró que el
sultán andaluz participase también de estos temores, y resolviera tomar medidas
de precaución. En el Ramadán del 764 (años de 1363), 'Utman y su familia fueron
encarcelados y poco después expulsados del país.
Ibn al-Jatib quedaría como gobernante y
administrador único de aquel reino andaluz, obteniendo plena confianza del
sultán granadino para las tareas de gobierno. Todo ello provocaría que los
familiares del príncipe y otros cortesanos comenzaran a levantar contra él too
género de intrigas y calumnias, fundamentalmente referidas a su concepción
materialista de la vida, que confesaba en su ideología sufí. En un principio,
el sultán andaluz no prestó oídos a estas insinuaciones; no obstante, Ibn
al-Jatib, advertido de estas conspiraciones que se urdían contra él, llegaría a
concebir la idea de abandonar la corte andalusí, en busca de seguridad.
El sultán merinida 'Abd al-'Aziz, que
gobernaba por entonces en Ifriquiyya, le era deudor de un importante servicio:
el haber encarcelado a uno de los príncipes que había iniciado una revuelta en
el Magreb en contra de su gobierno. Como señalamos, Ibn al-Jatib encarceló a
este príncipe, con lo cual obtuvo toda clase de favores del sultán merinida,
ofreciéndosele incluso un importante puesto en la corte de Fez.
Entre tanto, Ibn al-Jatib era presa de las
mayores inquietudes, debido a las noticias que le llegaban sobre las malas
artes de los cortesanos y sus continuas intrigas para indisponerle con el
soberano andaluz. Le pareció notar que el sultán había comenzado a darles un
cierto crédito, e incluso notó una cierta indisposición con respecto a él,
decidiendo resueltamente abandonar la cor- te granadina y pasar al África.
Hizo, pues, que se le diera la misión de inspeccionar las fortalezas que
cubrían la parte occidental del reino andaluz de Granada, y partiendo a la
cabeza de un escuadrón de caballería, que tenía a su servicio, se encaminó a su
destino acompañado de su hijo. ‘Ali, que era afecto al sultán. Cerca de
Gibraltar envió unos regalos al gobernador de la plaza para comunicarle su
presencia. Este oficial, que había recibido ya instrucciones del sultán .Abd
al-'Aziz, saldría al encuentro de tan ilustre visitante, facilitándole la
marcha a Ceuta en una embarcación alistada m el acto. Una vez llegado a Ceuta,
Ibn al-Jatib recibiría de los administradores de esta fortaleza todos los
honores de rigor, viéndose colmado de atenciones. Acto seguido, tomaría el
camino de Tremecén, para ir al encuentro del sultán merinida en esta población
(1371/2). A su llegada, fue recibido a caballo por los principales oficiales y
representantes de la corte; el mismo sultán le acogería con la mayor
celebridad, velando por su seguridad y bienestar v dándole el mismo trato que a
los miembros de la familia real. Apenas se hubieron cruzado los primeros saludos,
enviaría el sultán a uno de sus secretarios para que lograra del soberano
andaluz la autorización para el traslado de la familia de Ibn al-Jatib, cosa
que así se hizo.
A partir de este momento. la corte de Granada
comenzó a hervir en contra del antiguo visir, publicando en todos los tonos
hasta los menores deslices en que había incurrido durante el período de su
gobierno, siendo considerado a todos los efectos como fugitivo. Estas intrigas
hicieron mella en el ánimo del monarca andaluz, que daría crédito a las
acusaciones que sobre algunos de sus discursos se hacían, resaltando de ellos
su carácter materialista y sufista. El soberano de Granada encomendó a uno de
los cadíes esta causa, llegando a declarar por un acto formal, jurídico, que
aquellos escritos eran propios de un no musulmán. El sultán granadino resolvió
sentencia contra su antiguo ministro y encargó al propio cadi que se trasladara
a la corte del sultán .Abd al-'Aziz y exigiera el castigo para el refugiado. El
monarca del Magreb, aunque partidario de la contrarreforma islámica, gozaba de
gran amistad con Ibn al-Jatib y no podía desatender los derechos de
hospitalidad que anteriormente le había brindado, respondiéndole al cadi con
estas palabras: Puesto que conocíais esos crímenes, ¿por qué no los
castigasteis cuando se hallaba entre vosotros? En cuanto a mí, declaro que
mientras esté bajo mi protección, nadie le molestará con motivo de este asunto.
No sólo colmó a Ibn al-Jatib de mercedes y
atenciones, sino a sus hijos y también a los andaluces que le habían acompañado
en su viaje a Africa.
En el año 1372, muerto' Abd al-'Aziz, los
meriníes dejarían la ciudad de Tremecén, regresando al Magreb. cosa que también
haría Ibn al-Jatib, enrolado en la corte de Abú Bakr ibn Gazi, regente en la
administración. Cuando llegó a Fez. compró allí numerosas tierras y construyó
excelentes casas, con hermosos jardines.
Ibn Jaldún, en otra parte de su obra, refiere
de esta forma la muerte de nuestro importante político y literato: "A
principios del año 776 ( J 374) el sultán Abu-l-Abbás llegó a apoderarse de la
Villa-Nueva, capital del imperio, y se dejó gobernar por su visir, Mwhammad ben
'Utmán, que tenía por lugarteniente a Sulaymán b. Dawud. Proclamado sultán en
Tánger, se había comprometido con Ibn al-Ahmad (Mwhammad V) a entregar a Ibn
al-Jatib, ministro tránsfuga que había excitado a 'Abd al-'Aziz a intentar la
conquista de Andalucía".
Después de haber abandonado la ciudad de
Tánger, el sultán Abú-I-Abbas tuvo un encuentro con las tropas de Abú Bakr ben
Ghazi bajo los muros de la Villa-Nueva, tras de cuyas murallas se habían
refugiado, viéndose obligadas a sostener un sitio. Ibn al-Jatib comprendió
entonces el peligro que le amenazaba y se encerró en la ciudad con el visir. El
sultán, habiéndose posesionado de la plaza, dejó tranquilo a Ibn al-Jatib por
algunos días; mas luego mandó arrestarle por consejos de Sulayman ben Dawud.
Este ministro profesaba a Ibn al-Jatib un odio mortal: cuando Ibn al-Ahmad
(Mwhammad V) estuvo refugiado en África, había conseguido de él la promesa
formal de que, una vez restablecido en el trono, nombraría a Sulayman
comandante de «los voluntarios del Islam». Sentando nuevamente m su trono este
Ibn al-Ahmad. Sulayman solicitó de él cumplimiento de lo ofrecido; pero Ibn
al-Jatib se opuso a ello, razón por la cual Sulayman regresó a África abrigando
contra Ibn al- Jatib un odio secreto que suspiraba continuamente por la
revancha.
Cuando el sultán de Granada tuvo noticia de
que había sido arrestado Ibn al-Jatfb, envió una comisión presidida por Abu
'Abd Alltih b. Zamrak, que le había sucedido en el cargo, el sultán de
Marruecos mandó que Ibn al-Jarib compareciera ante una comisión compuesta de
altos dignatarios y consejeros de Estado. Acusado de haber insertado en sus
escritos algunas proposiciones malsonantes, fue encarcelado después de haber
sido sometido a la tortura. El Jurado deliberó luego si procedía además imponer
la pena capital por las dichas proposiciones. Algunos jurisconsultos votaron
por la muerte, dando así ocasión a Sulayman de saciar su sed de venganza. Por
órdenes secretas de éste, algunos miserables que tenía a su servicio reunieron
por la noche una gavilla de gente asalariada, a la cual se unieron los enviados
andaluces, forzaron las puertas de la prisión y estrangularon a Ibn al-Jatfb.
Al día siguiente se le enterró en el cementerio de la Puerta de Mahruk, y al
otro día se descubrió que el cadáver había sido sacado de su tumba para hacerle
desaparecer por el fuego: “hallábase extendido al borde de la fosa, con los
cabellos consumidos y la cara ennegrecida por la acción del fuego”.
Se le enterró nuevamente, y así terminaron las
desdichas de lbn al-Jatib. El pueblo se indignó por tal infamia, y no vaciló en
atribuir esta escandalosa profanación a Sulayman ben Dawúd, a sus criados y
demás dependientes de su administración.
Durante los días de su prisión, el
desventurado lbn al-Jatib se preparaba a bien morir; aún tuvo el valor
suficiente para coordinar sus ideas y componer muchas elegías sobre el triste
fin que le esperaba. En una de estas composiciones se expresa así:
¡Aunque estemos cerca de la parada terrestre, nos hallamos
ahora alejados de ella! Habiendo llegado al lugar de la cita /sepulcro/,
guardamos silencio /para siempre/.
Nuestros suspiros se han detenido repentinamente,
bien así como se detiene la recitación de la oración cuando se ha pronunciado
el Konut.
Aunque éramos antes poderosos, ya no somos más que
osamentas; en otro tiempo dábamos festines, hoy somos el festín /de los
gusanos/ .
Éramos el sol de la gloria; pero ahora este sol ha
desaparecido, y todo el horizonte se conduele de nosotros.
iCuántas veces la lanza ha derribado al que lleva la
espada! iCuántas veces la desgracia ha abatido al hombre feliz!
iCuántas veces se ha enterrado en un miserable
harapo al hombre cuyas vestiduras llenaban numerosos cofres!
Di a mis amigos: ¡ibn al-Jatib ha partido! ¡Ya no
existe! ¿ y quién es el que no ha de morir?
Di a los que se regocijan de ellos: ¡Alegraos si
sois inmortales!
Las producciones históricas de Ibn al-Jatib,
así como sus ensayos filosóficos, poesías y demás obras literarias son
numerosas.
Entre todas ellas sobresale por su importancia
la titulada El círculo, que versa sobre la historia de Granada. La obra
fue escrita en el año 1369, de la cual Gallagos tiene un códice que debió
escribirse en el año 1489. También se conserva un compendio de la Ihata, realizado
en el año 1319 por el egipcio Mwhammad Badr al-Din Bistaki, muerto en el año
1429, y que la escribió con el título Markaz al-ihata bi-udaba Garnata (El
centro del círculo acerca de los literatos de Granada). Es una obra en ocho
volúmenes, de la que existen redacciones muy breves -quizás realizadas por el
mismo autor-. Se presenta como un diccionario de biografías de personajes de
Granada, o que simplemente pasaron por dicha ciudad. Dispuesta siguiendo el
orden alfabético de los nombres, y dentro de cada nombre aparecen los
personajes citados por categorías sociales: primero, los reyes y emires; a
continuación, los magnates; y finalmente, aquellas personas que descollaron en
algún campo determinado: cadíes, jurisconsultos, tradicionistas, poetas,
etcétera, dano incluso muestras de sus poesías. Todo ello está compuesto con un
estilo muy florido y ampuloso, propio del carácter y profesión que ostentaba
Ibn al-Jatib, alabando sobremanera a su patria andaluza, de la cual estaba muy
orgulloso. En la redacción del diccionario puso a contribución toda clase de
fuentes, m número muy elevado, entre las que, por señalar alguna, citaremos la
siguiente: /Bayán al-mugrib, Muktabis, Mugrib/.
Otra de sus obras sería El libro del
complemento que, como señala su título, sirve de complemento a la obra
anterior, y que se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número
1.674.
Otro de sus escritos sería el conocido por Las
vestiduras bordadas, que se trata de una obra que compila la historia de
los califas de Oriente y otras noticias de la historia de AI-Andalus y de
África. Existen dos ejemplares de esta misma obra en El Escorial con los
números 1.771 y 1.772 (v. Casiri, tomo II, p. 177) .
Esplendor del plenilunio, trabajo
histórico de Ibn al-Jatib que trata de la dinastía nasrí (nazerita o nasrita),
texto que también se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número
1.771 bis. La obra está dividida en cinco partes: la primera contiene una descripción
de la capital del reino granadino; la segunda trata de su provincia y
principales comarcas; versa la tercera sobre los gobernadores v príncipes que
la rigieron; en la cuarta expone las cualidades y costumbres de sus habitantes;
y la quinta estudia la sucesión de los reyes nasríes y cuanto en ellos
encuentra digno de mención.
Yerba olorosa de los
cátibes o secretarios y apacentamiento de las cosas que acontecieron, que
se encuentra en El Escoríal, con el número 304 bis. Estos escritos fueron
realizados precisamente para ayudar a los funcionarios y, en especial a los
secretarios (cátibes), formando esta obra, que constituye un manual epistolar,
un conjunto de modelo de cartas del que pueden valerse los secretarios a la
hora de redactar escritos oficiales. En realidad, lo que hizo Ibn al-Jatib no
fue sino reunir un conjunto de cartas que él mismo había escrito por el año
1368, y distribuirlas con cierto orden y clasificación en diez capítulos:
primero, modelo de cartas ron elogios o exordios debidos; segundo, epístolas
amistosas a recién casados o a príncipes; tres, cartas para celebrar victorias
o bien el feliz regreso de algún amo o señor; cuarto, peticiones de auxilio
contra enemigos; cinco y seis, para agradecer obsequios y fortalecer la
amistad; siete, ocho y nueve, que se refieren a cartas de consuelo, de súplica
y de acción de gracia por favores recibidos; y, finalmente, el diez, que
contiene modelos de epístolas para conseguir que las amistades sean más
estables y duraderas. Todas las cartas gozan de un estilo ampuloso y rítmico y
muchas de ellas figuran en la segunda parte de las Analectas de
Al-Makkari.
Evacuación de la alforja
sobre lo agradable del viaje o emigración a país extranjero, en
cuatro tomos, refiriéndose a numerosas ciudades de las que da noticias,
mencionando igualmente a sus sabios, bibliófilos y bibliotecas. Esta obra se
encuentra en EI Escorial con el número 1.150.
Viaje a África y su regreso
a Andalucía. Es una disertación histórica en la que el autor refiere las peripecias
de sus viajes y las felicitaciones que recibió por esta empresa. De igual forma
señala la magnificencia de las ciudades andaluzas en relación con lo conocido
en África, así como del carácter extraordinario de las instituciones nacionales
andaluzas y de lo visto en el Magreb.
Excelencias de Málaga y
Salé. Con este parangón Ibn al-Jatib quiere demostrar las excelencias de
AI-Andalus, incluso desde el siglo XIV, marcado ya por la decadencia y por una
persistente dominación de los reinos extranjeros peninsulares, y de las
corrientes ideológicas e invasoras africanas. Igualmente, señala la enemistad
pertinaz que en aquel período existía entre los andaluces y los beréberes,
mostrando nuestro autor un auténtico sentimiento antibereber. Ello es
explicable debido al carácter contra-reformador que dominaba en Berbería, a la
actitud estrecha y dogmática de sus escuelas islámicas, y al gusto por los
proyectos imperiales que marcan este período. Ibn al-Jatib aparece en esta obra
marcado por un fuerte nacionalismo andaluz, juzgando de una forma crítica tanto
a los líderes musulmanes africanos como a los cristianos peninsulares. A su
juicio, los mulúk al-tawá'if (reyes de taifas) andaluces fueron gatos
haciéndose pasar por leones, que llevarían nuestra formación nacional andaluza
a la mayor de las ruinas; respecto a los líderes crístianos dice, refiriéndose
al Cid, que fue enemigo de Dios, que no evitó la matanza de niños y mujeres
tras la conquista de Valencia, y lo mismo fue el maldito tirano extranjero,
Alfonso VI.
En este opúsculo, de gran valor por sus datos geográficos e
históricos, Ibn al-Jatib enfrenta y compara dos ciudades: la andaluza Málaga y
la magrebí Salé, y aunque él mismo señala desde el principio que no existe punto
de comparación, ni posibilidades de parangón entre ambas ciudades, como tampoco
lo existe entre Andalucía y Berbería, sin embargo establece varios puntos, a
través de los cuales poder constatar la magnificencia de Málaga y de la nación
andaluza. Enaltece de Málaga la inexpugnabilidad de sus murallas, la industria
que en ella florece, la fertilidad del suelo, la fama de que goza, la
prosperidad de la ciudad; ensalza a la población malagueña, su vida económica,
el esplendor que alcanzó su gente, así como sus edificios más señalados y sus
hijos más ilustres; todo ello para acabar proclamando que Málaga lleva
ventaja por su hermosura y perfección, por la belleza de su aspecto y el acopio
de riquezas, por sus trémulas umbrías y sus hijos ilustres y, en definitiva,
por la exquisitez de sus gentes, industrias y labores
Al-Muqaddimah. Traducción de Juan Feres. Estudio preliminar,
revisión y apéndices de Elías Trabulse, Fondo de Cultura económica, México,
1977, pág. 101).
Hace seiscientos años se manifestaba por primera vez una
concepción científica y sociológica de la historia aunada con un profundo
pensamiento teológico. El hecho ocurrió en el mundo islámico y el honor recayó
sobre el polígrafo tunecino Ibn Jaldún, del que ofrecemos un perfil sumario
junto con varias citas de su obra máxima, «Los prolégomenos a la historia
universal», llamada en árabe al-Muqaddimah.
Uno de los más grandes historiadores de todos los tiempos y el
primer sociólogo que registra la historia, Abu Zaid Abdurrahman Ibn Jaldún
al-Hadramí, llamado Abenjaldún por los latinos, nació el 27 de mayo de 1332 en
Túnez (por entonces capital de la Ifriqiyya) en el seno de una familia
proveniente del Hadramaut, que vivió mucho tiempo en la Sevilla musulmana y
cuyos miembros fueron prominentes funcionarios de las administraciones omeya,
almorávide y almohade hasta 1228, año que emigraron a Ceuta.
Uno de sus antepasados fue el geómetra, astrónomo y médico
sevillano Abu Muslim Ibn Jaldún (m.1057). El historiador cordobés Ibn Hayyán
(987-1076) dice: «La familia Jaldún es hasta el presente una de las más
ilustres de Sevilla. Ha brillado siempre por el elevado rango que ocupan sus
miembros en los mandos militares y en las ciencias».
Ibn Jaldún tuvo una existencia bastante agitada. Cuando tenía
quince años, la epidemia de peste bubónica conocida como «La peste negra» de
1347-1348, que se cobró más de cien millones de vidas solamente en Europa, se
llevó a sus padres y causó estragos en Túnez.
Como consecuencia de una conspiración en la que participó contra
el sultán mariní Abu ‘Inán (gobernó entre 1348-1358), fue encarcelado durante
dos años (758-759 H./1357-1358). Estuvo al servicio de varios príncipes del
Magreb y de al-Ándalus. Entre 1363 y 1374 conoció numerosas tribulaciones con
altibajos en Fez, en Sevilla (embajador musulmán ante la corte de Pedro el
Justiciero), en Granada, en Bugía y en Biskra (Constantina, Argelia), pasando
sin cesar de una función política efímera a sus amados estudios. De este modo
descubrió sobre el terreno el desmembramiento social y político del Occidente musulmán,
lo que reforzaba su gusto por el estudio y la reflexión.
Muy impresionado por la muerte de su gran amigo y colega, el
médico, historiador y místico granadino de la escuela shií, Lisanuddín Ibn
al-Jatib (1333-1375), estrangulado en la cárcel de Fez (cfr. Emilio de
Santiago: El polígrafo granadino Ibn al-Jatib y el sufismo, Diputación
Provincial de Historia del Islam, Granada, 1986), se refugió durante cuatro
años (776-780 H./1375-1379) en el castillo de Qalat-Ibn-Salama, en el sudoeste
de Frendah (46 kms. al oeste de Tiaret, Orán, Argelia). Terminó entonces la
primera redacción de su Muqaddimah. Regresó a la ciudad de Túnez, pero para
enseñar y acabar la primera redacción de la llamada «Historia Universal» (en
árabe Kitab al-‘ibar: "Libro de los bereberes").
Una intriga tramada por los celosos enemigos de su éxito, le
obliga esta vez a marchar a Egipto, donde ocupará —también con numerosas
vicisitudes— el cargo de Gran Cadí (Juez supremo) en la administración de los
sultanes mamelucos burÿíes (1382-1517) de origen circasiano.
Posteriormente, residió un tiempo en Damasco (1399-1401) y
durante el asedio de esta ciudad por los invasores mongoles (enero y febrero de
1401), salvó la vida gracias a la admiración que Timur Lang (1336-1405),
llamado Tamerlán en Occidente, tenía por los sabios pero también a su sagacidad
para tratar con semejante conquistador (cfr. David Nicolle: The Age of
Tamerlane, Osprey, Londres, 1990). Finalmente, se estableció como magistrado en
El Cairo y fue profesor de la Universidad de Al-Azhar. Falleció el 17 de marzo
de 1406 y fue sepultado en el cementerio de los sufíes de esta ciudad.
La Muqaddimah
Su obra cumbre es el Kitab al-‘ibar ("Libro o Historia de los bereberes"). La misma se divide en tres partes, y una es su propia autobiografía (al-Ta’rif bi-Ibn Jaldún). La más famosa es al-Muqaddimah ("Los prolegómenos"), que ha sido traducida a todos los idiomas. En esta introducción a su «Historia de los bereberes», también conocida como «Historia universal», Ibn Jaldún comienza por establecer las reglas de la crítica histórica que permiten fijar con certeza los hechos; entra el tema de su materia estableciendo la gran división entre pueblos de tribus nómadas y sedentarias; describe la formación de las ciudades, la influencia que ellas ejercen sobre sus habitantes, el nacimiento de todo poder por el espíritu del seno de la familia, la fundación de imperios y las causas de su decadencia; la naturaleza de los diferentes especies de reinos, del califato y del imamato, es decir, del poder temporal y del poder espiritual del califa.
La Muqaddimah
Su obra cumbre es el Kitab al-‘ibar ("Libro o Historia de los bereberes"). La misma se divide en tres partes, y una es su propia autobiografía (al-Ta’rif bi-Ibn Jaldún). La más famosa es al-Muqaddimah ("Los prolegómenos"), que ha sido traducida a todos los idiomas. En esta introducción a su «Historia de los bereberes», también conocida como «Historia universal», Ibn Jaldún comienza por establecer las reglas de la crítica histórica que permiten fijar con certeza los hechos; entra el tema de su materia estableciendo la gran división entre pueblos de tribus nómadas y sedentarias; describe la formación de las ciudades, la influencia que ellas ejercen sobre sus habitantes, el nacimiento de todo poder por el espíritu del seno de la familia, la fundación de imperios y las causas de su decadencia; la naturaleza de los diferentes especies de reinos, del califato y del imamato, es decir, del poder temporal y del poder espiritual del califa.
La Muqaddimah fue redescubierta por los eruditos franceses
Barthèlemy d’Herbelot (1625-1695), Antoine Isaac Barón Sylvestre de Sacy
(1758-1838) y el austríaco Josef von Hammer-Purgstall (1774-1856), antes que
otro galo, el académico Etienne-Marc Quatremère (1782-1857), hiciera la primera
traducción completa en 1858 (el mismo año apareció en El Cairo otra edición por
Nasr al-Hurini).
El barón irlandés William McGuckin de Slane (m. 1875) realizó
una traducción que aun no ha sido superada (París, 1863-1868) y que respeta el
estilo y las intenciones semánticas del autor tunecino mucho más que las
recientes del islamólogo francés convertido al Islam Vincent Mansour Monteil
(Ibn Khaldun: Discours sur l’histoire universelle, 3 vols., Beirut-París,
1967-1968) y de Franz Rosenthal en inglés (Ibn Khaldun: The Muqaddimah, an
introduction to History, 3 vols., Princeton, 1958 y 1967).
La literatura acumulada desde el siglo XIX sobre esta Muqaddimah
permite hablar de un fenómeno Ibn Jaldún. En el clima del Renacimiento
árabe-islámico (Nahda), y especiamente a partir de la revolución nacionalista
egipcia —23 de julio de 1952, derrocamiento del rey Faruk I (1920-1965)—, en
los países musulmanes se recurre a Ibn Jaldún para ilustrar los recursos e
ingenios de la civilización árabe-islámica frente a la agresión y colonización
cultural (ghazw fikri) de Occidente. Es muy interesante al respecto la tesis de
Aziz al-Azmeh presentada en Oxford: Ibn Khaldun in modern scholarship. A study
in Orientalism (Londres, 1981).
Ibn Jaldún es tal vez uno de los primeros en analizar la
historia desde un punto de vista sociológico y por eso su vida y su obra han
sido objeto de numerosos estudios y han dado lugar a diversas interpretaciones.
Sin embargo, el hecho de que hasta el momento presente no se cuente con una
edición verdaderamente crítica de la Muqaddimah y del Kitab al-‘ibar es
suficiente para probar la inconsecuencia de cuantos han multiplicado las
disertaciones y las teorizaciones con fines más personales (ensayos e incluso
tesis) o políticos (múltiples congresos y seminarios), que verdaderamente
científicos. Lo que equivale a decir que queda un gran trabajo a realizar para
que Ibn Jaldún sea citado por la historia para interpretar e incluso juzgar la
historia del Magreb y del Islam. Con mucha razón los autores serios e
investigadores lo consideran «el padre de la sociología», «el fundador de la
economía política» y «un hombres sin época».
Sobre el particular, la bibliografía asequible es vastísima (no
menos de 854 títulos). Algunos trabajos recomendables son: P. Casanova: Un
sociologue arabe au XIV siècle: Ibn Khaldoun (leçon de rentrée), París, 1910;
N. Schmidt: Ibn Khaldun, Historien, Sociologist and Philosopher, Nueva York,
1930; José Ortega y Gasset:Abenjaldún nos revela un secreto, El Espectador, 8,
Madrid, 1934; G.A. Astre: Un précurseur de la sociologie au XIV siècle: Ibn
Khaldoun. Pub. en «L’Islam et l’Occident», París, 1947, págs. 131-150; J.
Chaix-Ruy: Sociología y psicología de la vida social en la obra de Ibn Jaldún.
Pub. En "Revista Mexicana de Sociología", XXI, México, 1955, págs.
7-14; M. Mahdi: Ibn Khadun’s philosophy of history, Londres, 1957; G.C.
Anawati: Ibn Khaldoun, un Montesquieu Arabe. Pub. En "Revue du Caire, num.
223, págs. 175-191, y num. 226, págs. 303-319, El Cairo, 1959; M. Rabic: The
political theory of Ibn Khaldoun, Leiden, 1967; Nassif an-Nassar: El
pensamiento de Ibn Jaldún, FCE, México, 1980; Ibn Khaldun: Le voyage d’Occident
et d’Orient, trad. del árabe presentada por Abd al-Salam Saddadi, Sindbad,
París, 1980.
Sobre la educación
El Islam siempre fue y es equilibrio y armonía. Por eso, en el Sagrado Corán podemos leer: «No cabe coacción (imposición) en religión. La buena dirección se distingue claramente del descarrío» (Sura, 2, Aleya 256). Esto constituye una declaración de la libertad religiosa y del pensamiento emitida hace más de catorce siglos. Según este y otros apotegmas islámicos, la educación y la enseñanza deben ser impartidas con amor hacia los semejantes, apelando permanentemente a la pedagogía, a la idoneidad y a la comprensión, nunca a la arbitrariedad y a la compulsión.
Sobre la educación
El Islam siempre fue y es equilibrio y armonía. Por eso, en el Sagrado Corán podemos leer: «No cabe coacción (imposición) en religión. La buena dirección se distingue claramente del descarrío» (Sura, 2, Aleya 256). Esto constituye una declaración de la libertad religiosa y del pensamiento emitida hace más de catorce siglos. Según este y otros apotegmas islámicos, la educación y la enseñanza deben ser impartidas con amor hacia los semejantes, apelando permanentemente a la pedagogía, a la idoneidad y a la comprensión, nunca a la arbitrariedad y a la compulsión.
Sobre cuál es la educación más apropiada y sus métodos, Ibn
Jaldún tiene mucho que decir: «El uso de un excesivo rigor en la enseñanza es
muy nocivo para los educandos, sobre todo si están todavía en la infancia,
porque eso produce en su espíritu una mala disposición, pues los niños que se
han educado con severidad... se hallan tan abatidos que su alma se contrae y
pierde su elasticidad. Tal circunstancia los dispone a la pereza, los induce a
mentir y a valerse de la hipocresía, con el fin de evitar un castigo. De este
modo aprenden la simulación y el engaño, vicios que se vuelven en ellos
habituales y como una segunda naturaleza... He aquí el por qué los pueblos
sometidos a un régimen opresivo caen en la degradación» (Ibn Jaldún:
Al-Muqaddimah, O. cit., pág. 1003).
Sobre higiene y ecología
En el siguiente párrafo se puede comprobar el grado de conocimiento y percepción alcanzado por nuestro polímata y sus reflexiones sobre la calidad de vida, más propias de un científico de fines del siglo que de alguien de las postrimerías del siglo XIV: «Para que una ciudad esté preservada contra las influencias deletéreas de la atmósfera, es necesario levantarla en un lugar donde el aire es puro y no propenso a las enfermedades. Si el aire es inmóvil y de mala calidad, o sí la ciudad está situada en las inmediaciones de aguas corrompidas, de exhalaciones fétidas o de pantanos insalubres, la infección de las cercanías se introducirá allí prontamente y propagará las enfermedades entre todos los seres vivientes que esa ciudad encierra» (Al-Muqaddimah, pág. 617).
Sobre los sabios musulmanes
Algo conocido por muchos pero rara vez mencionado es que la mayor parte de los sabios entre los musulmanes han sido de origen persa, turco y bereber (de al-Ándalus y el Magreb), incluso cristianos y judíos conversos. Basta con citar algunas especialidades y sus cultores principales para convalidar lo que afirmamos: en alquimia Ÿabir Ibn Hayyán (721-815) y Aidamur Ÿaldakí (m. entre 1349-1361); en arquitectura Mimar Sinán (1495-1588); en astronomía al-Farganí o Alfraganus (813-882), Nasiruddín at-Tusí (1201-1274) y Ulug Beg (1394-1449); en filosofía y medicina al-Farabí (870-950), Ibn Masarra (883-931), Haly Abbás (m. 994) e Ibn Sina o Avicena (980-1037); en geografía e historia Ibn Rustih (m. 910), at-Tabarí (839-923), al-Biruní (973-1050), Yakut ar-Rumí (1179-1229), al-Qazviní (1203-1283), Rashíd al-Din (1247-1318), Piri Reis (1465-1554) y Katib Çelebi (1609-1657); en matemáticas al-Juarizmí (m. 863) y Omar Jaiám (1048-1125); en mística y gnoticismo al-Suhrauardí (1154-1191) y Mullá Sadrá (1571-1640); en música Ziriab (789-857) y Qutbuddín al-Shirazí (1237-1311); en poesía Firdusí (940-1020), Attar, (1142-1225), Ÿalaluddín ar-Rumí (1207-1273), Sa´´´adi (1213-1283) y Yunus Emré (1238-1320); en teología al-Gazalí o Algacel (1058-1111); en crónicas de viaje Ibn Battuta (1304-1377) y Evliya Çelebi (1611-1684).
Sobre higiene y ecología
En el siguiente párrafo se puede comprobar el grado de conocimiento y percepción alcanzado por nuestro polímata y sus reflexiones sobre la calidad de vida, más propias de un científico de fines del siglo que de alguien de las postrimerías del siglo XIV: «Para que una ciudad esté preservada contra las influencias deletéreas de la atmósfera, es necesario levantarla en un lugar donde el aire es puro y no propenso a las enfermedades. Si el aire es inmóvil y de mala calidad, o sí la ciudad está situada en las inmediaciones de aguas corrompidas, de exhalaciones fétidas o de pantanos insalubres, la infección de las cercanías se introducirá allí prontamente y propagará las enfermedades entre todos los seres vivientes que esa ciudad encierra» (Al-Muqaddimah, pág. 617).
Sobre los sabios musulmanes
Algo conocido por muchos pero rara vez mencionado es que la mayor parte de los sabios entre los musulmanes han sido de origen persa, turco y bereber (de al-Ándalus y el Magreb), incluso cristianos y judíos conversos. Basta con citar algunas especialidades y sus cultores principales para convalidar lo que afirmamos: en alquimia Ÿabir Ibn Hayyán (721-815) y Aidamur Ÿaldakí (m. entre 1349-1361); en arquitectura Mimar Sinán (1495-1588); en astronomía al-Farganí o Alfraganus (813-882), Nasiruddín at-Tusí (1201-1274) y Ulug Beg (1394-1449); en filosofía y medicina al-Farabí (870-950), Ibn Masarra (883-931), Haly Abbás (m. 994) e Ibn Sina o Avicena (980-1037); en geografía e historia Ibn Rustih (m. 910), at-Tabarí (839-923), al-Biruní (973-1050), Yakut ar-Rumí (1179-1229), al-Qazviní (1203-1283), Rashíd al-Din (1247-1318), Piri Reis (1465-1554) y Katib Çelebi (1609-1657); en matemáticas al-Juarizmí (m. 863) y Omar Jaiám (1048-1125); en mística y gnoticismo al-Suhrauardí (1154-1191) y Mullá Sadrá (1571-1640); en música Ziriab (789-857) y Qutbuddín al-Shirazí (1237-1311); en poesía Firdusí (940-1020), Attar, (1142-1225), Ÿalaluddín ar-Rumí (1207-1273), Sa´´´adi (1213-1283) y Yunus Emré (1238-1320); en teología al-Gazalí o Algacel (1058-1111); en crónicas de viaje Ibn Battuta (1304-1377) y Evliya Çelebi (1611-1684).
Este fenómeno es ampliamente certificado con lujo de detalles por nuestro inefable filósofo: «Es un hecho muy notable que la mayor parte de los sabios que se han distinguido entre los musulmanes por su talento en las ciencias, sean religiosos, sean racionales, eran extranjeros (no árabes). Los ejemplos inversos son sumamente raros, pues incluso los que de ellos son de extracción árabe difieren de este pueblo por la lengua que hablan, por el país en que fueron educados y por los maestros bajo la dirección de los cuales habían hecho sus estudios... He aquí la causa de este fenómeno. Los muslimes de los primeros tiempos desconocían totalmente las ciencias y las artes porque su civilización simple y basta se había formado en el desierto. Se conformaban en aquella época con aprender de memoria las máximas de la ley divina, es decir los mandatos y prohibiciones de Dios... Cuando la conquista musulmana, las poblaciones sedentarias se componían de no árabes... y de gentes educadas al estilo de la vida sedentaria; seguían el ejemplo de los no árabes en todo lo que se relaciona con dicho género de vida, la práctica de las artes y el ejercicio de los oficios. Aquellos pueblos eran perfectamente formados para ese tipo de civilización, habiéndose arraigado entre ellos durante el prolongado dominio de los persas. Los primeros maestros en el arte de la gramática fueron Sibawaih (m. 796), primero, luego al-Farisí (m. 987) y después az-Zadÿaÿ (m. 949). Los tres eran de origen persa, sin embargo, habían pasado su juventud en la práctica de la lengua árabe, ventaja que debían a la educación que recibieron y al trato con los árabes del desierto. Redujeron a sistema las reglas de esta lengua e hicieron de ella una rama de ciencia que habría de ser útil a la posteridad. Igualmente fue el caso de los hombres que memorizaban las Tradiciones (hadices) sacras y las conservaban en su retentiva, en gran provecho de los musulmanes, pues la mayoría de ellos pertenecían a la nación persa o se habían asimilado a ella por la lengua y la educación. Todos los grandes sabios que han tratado los principios fundamentales de la jurisprudencia, todos los que se han distinguido en la teología dogmática, y la mayor parte de los que han cultivado la exégesis coránica, eran persas, como es bien sabido. No hubo en aquel entonces más que hombres de esta nación para consagrarse a la conservación de los conocimientos y a la tarea de ponerlos por escrito. Hecho suficiente para demostrar la veracidad de la expresión atribuida al Profeta (BPD): "Si la ciencia estuviera suspendida en lo alto del cielo, algunos persas habría para alcanzarla". Los árabes, al salir de la vida nómada y convertirse en espectadores de aquella civilización y sus actividades, se hallaban bastante ocupados en el ejercicio de los mandos militares y en la administración, para recoger conocimientos científicos, y aun para darles la menor atención... Por lo tanto, encargaron ese ramo a los persas y los mestizos (es decir, las personas nacidas de padres árabes y madres no árabes, o viceversa). Pues jamás dejaron de reconocerles el derecho a ejercerlo, puesto que eran de religión musulmana y les incumbían los conocimientos que se relacionan con ella... Lo que acabamos de exponer aquí muestra el por qué los hombres más versados en el conocimiento de la ley eran casi todos persas» (Ibn Jaldún: Al-Muqaddimah. O. cit., págs. 1008-1010).
Paradójicamente, «... de una familia de vieja ascendencia árabe emigrada a España y de allí al Magreb, Ibn Jaldún es uno de los escasos sabios árabes que disfrutan de una notoriedad universal» (Ahmed Abdesselem. Ibn Jaldún y sus lectores, FCE, México, 1987, pág. 9).
La esencia del pensamiento jalduní
El profesor emérito del departamento de Islam de la Universidad Autónoma de Madrid, Miguel Cruz Hernández (Málaga, 1920), nos brinda esta síntesis del pensamiento de nuestro sabio: «Ibn Jaldún es partidario de la vida ascética, un tanto forzada, de las tribus nómadas, que debe ser aplicada a todas las clases sociales. Así elogia a unos estudiantes inteligentes y virtuosos que sólo tomaban de alimento leche, ya que, por muy buenas condiciones que tenga un hombre, la buena vida, el lujo y la molicie, las hacen desaparecer; y ni siquiera basta la religiosidad para conservar al hombre en el camino recto. Ibn Jaldún distingue, además, entre la sumisión a una autoridad exterior y la obediencia a un ideal que se ha adoptado espontáneamente, como es el religioso. La tiranía hace perder el espíritu de independencia, pero el acatamiento de la ley divina no; por eso los árabes que hicieron las grandes conquistas pudieron aceptar la disciplina religiosa sin perder su espíritu de independencia. Su unión les venía de adentro, del entusiasmo y sumisión a la ley religiosa, y no del temor a una autoridad. Pero posteriormente este poder moderador de la religión fue reemplazado por la fuerza de un partido determinado, lo que ocasionó la debilitación y caída del califato, que fue reemplazado por la monarquía. Con una gran agudeza Ibn Jaldún observa que el progreso, a pesar de ser deseable, trae consigo la corrupción y el despotismo; y al tener que elegir entre la servidumbre o la barbarie, se encuentra ante un grave dilema, ya que la independencia y la dignidad no son compatibles con la vida y el bienestar de las ciudades. Para entender la postura de Ibn Jaldún hay que tener en cuenta su personalidad. A pesar de su cultura y vasta erudición, Ibn Jaldún no fue un hombre de estudio encerrado en su despacho, sino un hombre de acción que durante gran parte de su vida intervino en luchas y conspiraciones... Era temerario y su carácter duro lo conservó hasta su vejez; siendo qadí maliki en Egipto, más de una vez fue destituido del cargo debido a este carácter inflexible. Esta fuerte personalidad se refleja en su obra, sobre todo en la objetividad con que enjuicia los hechos... que le llevará a decir que "la experiencia es una linterna que ilumina el camino recorrido"... La unidad histórica no la forman los individuos ni los estados, sino los grupos sociales homogéneos; los individuos concretos "protagonistas" de la historia no son conductores individuales de la masa, sino un "producto" engendrado por dichos grupos. No es la herencia, sino el medio social —dice Ibn Jaldún antes que Marx—, quien condiciona al individuo y los grupos sociales» (Miguel Cruz Hernández: Historia del pensamiento en el mundo islámico, Vol. 3: Del pensamiento de Ibn Jaldún a nuestros días. Alianza Editorial, Madrid, 1996, págs. 663-702).
El fenómeno social mejor estudiado por Ibn Jaldún es aquel que el propio historiador denominó assabiyya, o sea el espíritu de agnación y coligación de las tribus árabes y bereberes del desierto para permanecer íntegros, puros, sanos de mente y cuerpo, — alejados de la corrupción de las metrópolis—, en estado pleno de soberanía e independencia, que es uno de los principios fundamentales del Islam (veáse Al-Muqaddimah. O. cit., págs 275-329).
Cronológicamente, Ibn Jaldún fue contemporáneo del viajero Ibn Battuta (1304-1377), de los humanistas Francesco Petrarca (1304-1374) y Giovanni Bocaccio (1313-1375), del poeta Hafiz (1325-1389), de Eduardo el Príncipe Negro (1330-1376) —modelo inglés de caballero—, de los místicos al-Naqshbandí (1318-1388) y Ni´´´´matullah al-Walí (1331-1431), del poeta Geoffrey Chaucer (1340-1400), de los historiadores al-Qalqashandí (1335-1418), Jean Froissart (1337-1410) y al-Maqrizí (1365-1442), del fraile franciscano converso al Islam Anselmo Turmeda llamado Abdallah al-Tarÿumán (1352-1432), y de acontecimientos como la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia (1338-1453) y el surgimiento del imperio timúrida (1380-1497).
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