Escribió
varias obras de medicina, pero sobre todo se destacan sus descriptivos y
avanzados tratados de botánica
Autor: Rafael de la Morena - Fuente: Prensa Latina
Diya
al-Din Abu Muhamad Abd Allah ibn Ahmad al-Malaqí (el malagueño) y al-Nabatí (el
botánico); comúnmente conocido como Ibn al-Baitar (el hijo d
En sus casi mil
500 años de existencia, el Islam enriqueció al conocimiento universal con
muchas figuras de relieve en las ciencias y artes, y uno de esos benefactores
de la civilización humana fue el sabio Abdallah ibn Ahmed.
Conocido como Ibn
Beithar, nació en Málaga, dominio del emirato árabe de Granada, en la España de
Al Andalus, alrededor del año 1170.
Ya entonces esa
ciudad se enorgullecía de poseer palacios majestuosos como la emblemática
Alcazaba, elegantes mezquitas y madrasas donde se enseñaban las ciencias.
En esa joya
urbanística estudió y se convirtió en profundo conocedor del Corán, lo cual le
impulsó a tomar el camino de su vocación, la medicina, y como era aventajado
aprendiz que asimilaba conocimientos con rapidez pronto inició su carrera.
Estudió además
astronomía, botánica, los minerales y los paisajes, leyó muchos libros de
diferentes materias para comprender los engranajes de la Historia y el carácter
de los pueblos.
Se dedicó a
escribir sobre sus investigaciones botánicas, y estableció una clasificación
filosófica de las plantas, analizando las virtudes de cada una de ellas.
Terminados sus
trabajos en Málaga partió a recorrer Al Andalus coleccionando ejemplares de la
flora, anotando su utilidad y la mejor forma de aplicarlos para la cura de
diferentes enfermedades.
En la península
ibérica se producían en aquel entonces continuas guerras pero estas no pudieron
impedir las expediciones del científico.
Resulta notable
que en pasajes de sus obras, incluso poemas, se perciba el eco de problemas
sociales y contiendas bélicas.
Era celoso de la
libertad individual y participó en conflictos y acciones entre los soldados de
los reinos cristianos y los caballeros defensores del Islam.
Hasta sirvió de
médico en tropas que salían de operaciones, lo cual facilitó su práctica en
curar heridas.
Consolidada su
carrera en España, decidió recorrer el mundo árabe y cruzó el estrecho de
Gibraltar para compartir su experiencia con médicos de Fez, Oujda, Tánger y
Tetuán en Marruecos.
Recorrió los
Montes Atlas, colectó especies vegetales y luego siguió al este y llegó con
cartas de recomendación a Orán, ciudad que tenía estrechos vínculos con los
mercaderes de Málaga y donde recibió facilidades para ejercer su profesión.
Ibn Beithar vio
crecer su fama como médico, la que iba precedida por el incremento de las
especies clasificadas en su farmacopea, la cual era aceptada por tribus y
élites gobernantes que confiaban en aquellos remedios que parecían infalibles.
Los viajes
continuaron, visitó Argel, Túnez y Trípoli donde intercambió experiencias y
realizó sorprendentes curaciones.
Arribó a Egipto,
una plaza que estaba a la vanguardia de la ciencia médica islámica, considerada
la mejor del mundo entonces conocido.
Recorrió
Alejandría y El Cairo, donde dejó su impronta en la Universidad de Al-Azhar, y
fue reputado como sabio y eminente galeno.
Los académicos egipcios
le tuvieron como el protomédico de su tiempo.
Rumbo al
Creciente Fértil, pasó por Jerusalén, sagrada para los seguidores del Profeta,
y se dirigió al sur y en barco cruzó el Mar Rojo para realizar la obligada
peregrinación de un creyente musulmán a La Meca.
En estas
travesías terrestres y marítimas no dejó de entrevistarse con nómadas, aldeanos
y habitantes de las grandes ciudades para obtener información sobre plantas con
propiedades curativas.
Esta aureola de
excelencia médica y fama de acucioso y arriesgado investigador hicieron que el
Califa Malek Al Khamil le invitara a su magnífica capital, le colmara de
honores y lo nombrara Visir y Director de los Jardines de Damasco.
Ibn Beithar
escribió varias obras de medicina, pero sobre todo se destacan los tratados de
botánica, con hermosas y didácticas ilustraciones y una detallada explicación
de las propiedades de cada planta como remedio.
Diferenció cada
una, las clasificó como febrífugos, analgésicos, estimulantes, calmantes,
cicatrizantes, digestivos y otras categorías, lo cual facilitó el uso por sus
colegas de la época y los de los siglos siguientes.
Llegó a ser un
especialista inigualable en cítricos, principalmente en limones, confirmando
sus múltiples virtudes alimenticias, curativas y preventivas y su utilidad
contra los efectos del aire contaminado en los hospitales por las enfermedades
infecciosas agudas y las escorbúticas.
Al respecto
escribió el Tratado de los Limones, que tres siglos y medio después fue
traducido al latín por el científico español Andrés Alpago para su impresión en
Venecia en 1588. El texto fue reimpreso en París en 1602 y en Cremona en 1752.
Quedó así
demostrada la vigencia y calidad de su labor.
En las ciudades
donde los médicos europeos estaban más actualizados se consideraba el trabajo
de Ibn Beithar una obra maestra y de gran utilidad práctica, algo reconocido
hasta por el célebre y elitista doctor italiano Valcarenghi.
Ibn Beithar
escribió además la Gran Colección de medicinas y alimentos simples, el más
insigne trabajo botánico de la Edad Media, puesto que su autor herborizó
incansablemente en Al Andalus, África del Norte, Egipto, Arabia, Siria y
Palestina, entre otros países.
Además en su
libro tuvo en cuenta informaciones anteriores, reelaboradas y confirmadas por
él, y también dio a conocer más de 200 especies nuevas, presentando asimismo la
sinonimia de las plantas en diversas lenguas, entre ellas el castellano.
El erudito
hispano Marcelino Menéndez Pelayo (1856 - 1912) le llamó "el Dioscórides
español del siglo XIII".
Ibn Beithar en su
obra Almofridat rectificó
pasajes de Galeno, Dioscórides y Oribasio.
También
incursionó en la veterinaria y prestó observaciones zoológicas nuevas sobre
diversas especies como las panteras, becerros y peces.
De estos trabajos
redactó un capítulo en el Almofridat cuyo
manuscrito aún se conserva.
Ese compendio del
saber fue traducido al alemán e inglés y publicado en Leipzig con el título
"Elenchus materiae medicae Ibn
Beitharis" en 1834 y en Sttutgart en 1842.
La obra era
considerada de referencia y obligada consulta para los especialistas de la
materia, a pesar de haber transcurrido 600 años de su muerte, acaecida en
Damasco el año 1248.
Abdallah ibn
Ahmed Ibn Beithar constituye hoy una figura legendaria de la Historia de la
medicina.
Ese coloso del
saber y la investigación fue ejemplo del espíritu de trabajo, avidez de
conocimientos, curiosidad y superación constantes.
Vivió orgulloso
de la obra creadora de su pueblo, al que consagró todos sus esfuerzos, hasta ser
capaz de ejercer su profesión con los instrumentos de doctor e investigador en
una mano y la espada en la otra.
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