LA CIENCIA ASTRONÓMICA EN LA
CIVILIZACIÓN MUSULMANA
Durante
varios siglos, la lengua árabe fue la única lengua de investigación científica
que hubo alrededor del Mediterráneo
- Autor: Regis Morelon - Fuente: Revista Alif Nûn
Introducción
Querer hablar del
desarrollo de las ciencias árabes a partir del siglo noveno resulta
particularmente ambicioso. Es imposible tratar con profundidad este tema en
poco tiempo, por eso, me limitare a ofrecer algunos puntos de interés, pues en
la actualidad existe muy poco material que haya sido publicado y sea accesible.
Si se observa lo
que se ha escrito en los libros sobre historia de la ciencia general, se verá
que todos se copian entre sí y que proclaman, casi sin excepción, que la
ciencia árabe no ha hecho sino repetir la ciencia griega para transmitirla a
Occidente, sin originalidad ni verdaderos descubrimientos. Esto explica porque
sólo hace algunos años que los investigadores publican, traducen y comentan con
seriedad los textos científicos árabes, y sus resultados todavía no están
integrados en las síntesis generales, las cuales todavía siguen siendo muy
parciales. Estos investigadores han comprendido que la visión de la historia de
la ciencia era totalmente falsa, e incluso algunos han llegado a decir que los
sabios árabes lo habían inventado todo; lo cual es tan ridículo como decir que
no habían inventado nada. Hay que tratar de situarnos en un movimiento global y
afirmar que, en la historia universal de la ciencia, hay un movimiento
importante que es el paso por la ciencia árabe y que, si se hace abstracción de
ésta, no puede comprenderse cierto tipo de desarrollo de la historia de los
descubrimiento del ingenio humano en su conocimiento del mundo que lo rodea. De
forma más precisa, hoy en día resulta evidente que no es posible pensar en un
desarrollo de las ciencias exactas en Europa a partir del siglo XVII si se hace
abstracción del paso por la historia de la ciencia árabe2.
Para situar un
poco mejor esta cuestión, voy a poner un ejemplo bastante lejano, el de la
China. Allí tuvieron lugar muchos de los descubrimientos científicos, antes de
nuestra era o en el transcurso de sus primeros siglos, en el campo de la astronomía
o de las matemáticas, pero en su gran mayoría permanecieron casi en exclusiva
dentro del mundo chino, sin que pasaran a otro clima cultural. Por el
contrario, todos los descubrimientos que tuvieron lugar alrededor del
Mediterráneo pasaron de una orilla a la otra, a través de las diferentes
culturas que en él se desarrollaron de un modo sucesivo. En esta cuenca
mediterránea, o en su entorno inmediato, es en donde poco a poco se fue
forjando la ciencia moderna desde la antigüedad, y el querer ignorar una de sus
fases históricas es condenarse a no comprender nada de este movimiento. En este
marco es en el que hay que colocar todo el periodo de la ciencia árabe: no hay
que tener miedo de ver una continuidad y partir del periodo mesopotámico, que
forma parte de este conjunto, para pasar luego al mundo griego, después al
árabe y, finalmente, al latino a partir del siglo XVI. Toda esta historia
comporta rupturas y continuidades, pero en su conjunto íntegro es imposible no
tener en cuenta a una de sus etapas. Una vez se ha esbozado este cuadro
general, volvemos al problema de la ciencia árabe. Se trata de una etapa muy
importante en el desarrollo de las ciencias exactas en los alrededores del
Mediterráneo, que tuvo lugar entre los siglos VIII y XV; y digamos seguidamente
que por “ciencia árabe” hay que entender la ciencia que se produjo en esa
lengua, aunque se hiciera por árabes, persas, turcos, beréberes u otros.
Durante varios siglos, la lengua árabe fue la única lengua de investigación
científica que hubo alrededor del Mediterráneo, inmediatamente posterior a la
lengua griega y anterior a la latina, y finalmente vendrían las diferentes
lenguas europeas, principalmente a partir del siglo XVII.
Las traducciones
en lengua árabe y el nacimiento de una lengua científica
Ya que mi trabajo
tiene lugar en el campo de la historia y en el de la astronomía, de ellos es de
donde voy a tomar varios ejemplos.
Comenzaremos en
el siglo IX de nuestra era, aunque es muy probable que hubiera elementos de
investigación científica antes de esta fecha, porque el desarrollo de las
ciencias exactas en el trascurso del siglo IX fue tan brillante y fecundo que
no hubiera podido producirse en un terreno científico completamente virgen. No
obstante, todavía no poseemos los suficientes estudios serios sobre lo que pudo
pasar en Bagdad y en Damasco en el siglo VIII o antes, en este campo, para que
podamos decir algo útil; sin embargo, voy a dar la reseña de un pequeño suceso
que tuvo lugar a finales del siglo VIII. La India era muy relevante en el campo
de las ciencias exactas alrededor del siglo VI, y las primeras fuentes de la
astronomía científica que se transmitieron al mundo árabe fueron las fuentes
hindúes. Esto fue algo que continuó posteriormente, y tenemos huellas precisas
de lo que pasó en el siglo VIII, concretamente en Bagdad hacia el 780, cuando
una misión oficial hindú se presentó para visitar al Califa. Entre sus
delegados había un astrónomo que llevaba consigo un texto de astronomía el cual
fue traducido al árabe. Los textos de astronomía hindúes contenían,
principalmente, métodos prácticos para alcanzar resultados inmediatos y simples
en el cálculo de las posiciones de los planetas. Los primeros tratados de
astronomía científica árabe de finales del siglo VIII y de comienzos del siglo
IX son copias calcadas de esta tradición, pero desde el momento que las fuentes
griegas estén disponibles en árabe, la influencia hindú pasará rápidamente a un
segundo plano, ya que los textos griegos eran mucho más ricos en razonamientos
teóricos y permitían un desarrollo de la astronomía como ciencia exacta. Estos
textos griegos van a hacer su aparición en Bagdad en torno al año 820.
En estos
momentos, el Califa al-Ma’amûn, que gobernó en Bagdad desde el 813 al 833,
desempeñó un papel muy importante. Bajo su impulso y gracias a su financiación,
comenzaron a ser traducidos todos los textos científicos griegos accesibles, de
todas las disciplinas y materias: medicina, matemáticas, astronomía, etc. Este
movimiento de traducción se propagará a lo largo de este siglo, pero fue bajo
el mandato de al-Ma’amûn cuando se comenzaron la mayoría de las traducciones, y
también fue este Califa el que tomó la decisión política de introducir en su
imperio estos textos científicos, permitiendo el desarrollo de la corriente de
investigación en las ciencias exactas.
En su mayor
parte, los textos griegos se estudiaban ya en este lugar, pues el imperio ‘abbasí ocupaba parte del antiguo imperio
bizantino –al menos en lo relativo a los actuales estados de Siria, Egipto e Iraq–
y algunos centros culturales de este imperio tan importantes como Apamea,
Antioquia, Harrán, Damasco o Alejandría formaban parte del imperio ‘abbasí en esa época. Aunque llevaban
años sin ser utilizados, la mayoría de los textos ya estaban en las bibliotecas
de estas ciudades o en las de los conventos cristianos que existían en la
región. También se enviaron expediciones desde Bagdad a Bizancio en busca de
libros griegos de los que no existían copias en el país árabe.
Hubo una
institución en Bagdad llamada la “Casa de la Sabiduría” (Bayt al-Hikma) que desempeñó un papel
importantísimo en este trabajo. Organizada y financiada por el poder central,
este centro cultural fue fundado probablemente por Hârûn al-Rashîd dos
generaciones antes. Era a la vez una biblioteca, una especie de academia y un
centro de traducción e investigación. Junto a esta institución oficial y
vinculados con ella, se crean otros equipos de trabajo, como por ejemplo el
formado alrededor de los tres hermanos Banû Musa, unos mecenas y brillantes
matemáticos y astrónomos que atrajeron a Bagdad a personas tan importantes como
Thâbit ben Qurra, originario de Harrán y perfecto conocedor del siríaco, el
griego y el árabe, el cual tradujo y compuso tratados sobre todas las ciencias
conocidas de su época. Todos estos sabios trabajaron en equipo y las obras
bibliográficas antiguas, como el Fihrist de
al-Nadîm, escrito en el 945, dan noticia de la gran cantidad de correspondencia
científica que había entre ellos, en la que se discutían y trataban problemas
concretos. En esta época hubo un verdadero medio de investigación científica en
el sentido en el que hoy lo entendemos, colaborando todos en un mismo trabajo,
ya fueran musulmanes, cristianos, judíos, zoroastrianos o sabeos. Algunos han
hablado de una “edad de oro” de la investigación en el Bagdad de entonces, lo
que es probable que sea parcialmente cierto.
Volviendo al
asunto de las traducciones, tomemos como ejemplo el paso al árabe de los textos
de astronomía griegos. El sabio griego más importante en el campo de la
astronomía es Ptolomeo, que vivió en el siglo segundo de nuestra era. Realizó
la síntesis de todos los trabajos de sus predecesores, añadiendo sus propias
observaciones e investigaciones personales. Su obra más importante en esta disciplina
es el Almagesto, en trece
volúmenes, que es un tratado completo de astronomía teórica que servirá de
manual básico para todos los astrónomos hasta el siglo XVI. Por orden de
al-Ma’amûn, esta obra fue traducida al árabe por al-Hajjâj, entre los años 826
y 827. Se edificaron dos observatorios, uno en Bagdad y otro en Damasco, para
verificar por observación directa los resultados mencionados por Ptolomeo.
Luego veremos cómo se llevó a cabo esta verificación y cuáles fueron los
trabajos originales compuestos en Bagdad sobre esta base. La obra de Ptolomeo
no es simplemente un conjunto de fórmulas matemáticas que permiten la
composición de unos mapas en los que se reflejan los movimientos de los astros,
como era el caso de los tratados hindúes traducidos a finales del siglo VIII,
sino que es rica en lo que a la enseñanza teórica respecta, con demostraciones
geométricas muy elaboradas que sedujeron con rapidez la los sabios de Bagdad.
La traducción de al-Hajjâj era muy fiel al texto griego original y en Bagdad, a
lo largo del siglo IX, todavía era preciso que en el equipo de trabajo hubiera
alguien que conociera el griego para poder acudir al texto original y saber qué
es lo que realmente quería decirse, pues el léxico árabe aún no estaba a punto
y el vocabulario científico no estaba completamente establecido. Pero tomando
como base esta traducción se hizo posible un trabajo en árabe y se desarrolló
la investigación con la creación de una ciencia en lengua árabe. En el 892 hubo
una segunda traducción al árabe de la misma obra, el Almagesto, después de sesenta y cinco
años de práctica de la ciencia, pero esta segunda traducción ya no exigía la
necesidad de recurrir eventualmente a alguien que conociera el griego, pues la
lengua árabe se había convertido en una lengua científica con un vocabulario
desarrollado y adaptado. De esta forma, tenemos en Bagdad, en el siglo IX, dos
fechas precisas en lo que a la astronomía concierne: 826 y 892. En el año 826
el idioma árabe todavía no estaba preparado, pero en el 892 la lengua se había
convertido en científica. Podría decirse los mismo de todas las ciencias
exactas, ya que con las matemáticas, por ejemplo, sucedió algo semejante. Poco
a poco, una lengua se puso a punto, y al cabo de cierto tiempo, cuando hay una
investigación en este idioma, ya no es necesario acudir a la lengua original,
pues el árabe es suficiente.
Debido al
desarrollo de las ciencias y a la creación científica en Bagdad, puede decirse
que la lengua árabe se convirtió a partir del siglo IX en el único idioma
científico de la época alrededor del Mediterráneo, y así siguió siendo durante
varios siglos.
El desarrollo de
la astronomía científica en lengua árabe desde el siglo IX al XI
Como dije
anteriormente, fueron construidos dos observatorios por orden de al-Ma’amûn,
uno en Bagdad y otro en Damasco. En astronomía y en el resto de disciplinas, la
investigación científica comenzó de inmediato con las traducciones del griego
al árabe y los tratados con los resultados de estas investigaciones se
compusieron a partir de la primera mitad del siglo IX. La astronomía griega era
geocéntrica, es decir, que en ella se consideraba a la Tierra como centro
absolutamente estable del mundo, con el resto de los astros girando a su
alrededor. Los árabes seguirán manteniendo esta tradición, y habrá que esperar
a Copérnico, en el siglo XVI, para que comience a ser contemplado el movimiento
de la Tierra, tanto sobre sí misma como alrededor del Sol.
Una de las
primeras obras sobre astronomía teórica basadas en la tradición de Ptolomeo es
el “Tratado del año solar”3
que, atribuido falsamente a Thâbit ben Qurra y compuesto después del 832 y
antes del 850, trata de descubrir la duración del año solar, base de todas las
constantes astronómicas. Ptolomeo, en el libro tercero del Almagesto, había propuesto una
explicación geocéntrica del movimiento del Sol y había compuesto unas tablas
que permitían calcular su posición.
Entre el 830 y el
832, los astrónomos de al-Ma’amûn confrontan sus propias observaciones de la
posición del Sol con las posiciones calculadas a partir de los esquemas
propuestos por Ptolomeo, aproximadamente unos setecientos años antes, y
constataron un importante desfase. Ante esta situación pueden imaginarse dos
actitudes posibles: o bien mantener la antigua teoría “poniendo los relojes en
hora”, es decir, añadiendo a todas las tablas el valor del desfase que se había
constatado, o bien cuestionar la misma teoría solar y volver a construir unas
tablas en función de los resultados teóricos así adquiridos. Prevaleció esta segunda
actitud y el “Tratado del año solar”
criticó fuertemente a Ptolomeo, disecó su razonamiento, aunque manteniendo su
visión geocéntrica, y llegó a poner a punto una nueva teoría centrada en la
órbita solar, contrariamente a lo expuesto en el Almagesto. De esta forma, el
cálculo de la duración del año solar era mucho más exacto que el de Ptolomeo.
He aquí, pues, una actitud que se generalizó muy rápidamente respecto a los
textos científicos griegos: tomarlos como base de trabajo para construir una
obra original.
Acabamos de ver
un ejemplo de tratado “teórico”, pero muy pronto van a aparecer problemas de
astronomía “práctica”. Efectivamente, a partir de finales del siglo VIII y con
el desarrollo de las ciencias exactas en el contexto concreto de una sociedad
musulmana por organizar en el marco del vasto imperio ‘abbasí, a los sabios de las distintas
disciplinas se les pidió la solución de cierto número de problemas de orden
práctico, con implicaciones sociales y religiosas. Así fue como los astrónomos,
por ejemplo, tuvieron que responder a las demandas de los astrólogos, cuyo
papel social a nivel oficial era importante4 . Las tablas
astronómicas para el cálculo de la posición de los astros se harán, en parte,
con este objeto pero, principalmente, el trabajo de los astrónomos contribuyó a
resolver los problemas prácticos del calendario, de los horarios y de la
orientación en la tierra y en el mar5. Todos estos temas fueron el
origen de importantes desarrollos teóricos que sobrepasaron con creces el marco
estricto de los problemas prácticos en cuestión: la geomancia y la ciencia de
la hora, la cuestión de la qibla
para la determinación de la dirección hacia La Meca a partir de un lugar dado,
el cálculo de la visibilidad del creciente lunar, la geografía matemática y el
cálculo de la latitud y la longitud de un lugar, la ciencia náutica para la
orientación en el mar...Detengámonos un momento sobre la cuestión del
calendario.
En el mundo
árabe, como ya sabemos, el calendario oficial es el lunar6.
Recordemos que el año uno de la hégira comenzó el viernes 16 de julio del 622
d.C., que el año lunar está compuesto por doce meses de veintinueve o treinta
días, que el cambio de fecha tiene lugar con la puesta de Sol, y que el paso de
un mes a otro se produce con la visión de la primera franja de la luna
creciente en el horizonte, justo antes de la puesta de Sol. Ptolomeo transmitió
un valor muy exacto de la duración media del mes lunar: veintinueve días y un
poco más de media hora (unos cuarenta y cuatro minutos aproximadamente); lo
cual daba como resultado un año lunar de doce meses y de 354,367 días de
duración, por término medio. Este valor se verificó y se tomó desde el siglo IX
por los astrónomos árabes que pusieron a punto un ciclo de treinta años para
construir un calendario oficial, en el que se alternaban meses de veintinueve y
treinta días, y en el que once de los años de este ciclo tenían un día de más
añadido al último mes, que normalmente tenía veintinueve días. La
correspondencia astronómica se respetaba respecto a su duración a largo plazo,
pero la visibilidad del primer creciente lunar en el horizonte, en la tarde del
día veintinueve, siempre implicaba el cambio de mes en el lugar en que se
efectuaba dicha observación, aunque esto pueda llevar acarreado la diferencia
de una unidad en el número de días del mes, entre un extremo y otro del mundo
musulmán. Si bien la visibilidad efectiva del creciente lunar es algo que en
principio se exige en la ley religiosa, la cuestión que se le planteaba a los
astrónomos era la posibilidad de prever mediante el cálculo, la visibilidad del
creciente lunar en un lugar determinado, en la tarde del día veintinueve del
mes, cualquiera que fuera el dato del calendario oficial. Este problema es de
difícil solución debido al número de los parámetros en cuestión –coordenadas
celestes del Sol y de la Luna, velocidad aparente de estos dos cuerpos
celestes, latitud del lugar, luminosidad del cielo en el horizonte, etc.– y,
como muchos astrónomos lo abordaron, trajo consigo unos desarrollos teóricos
muy importantes sobre la visibilidad de los astros en el horizonte
inmediatamente después de la puesta de Sol.
Para llevar a
buen término estas investigaciones era necesaria la creación en Bagdad de una
tradición de investigación científica en lengua árabe en todos los campos de
las ciencias exactas y, entre ellos, en el de la astronomía. Esta última
disciplina hacía varios siglos que ya no estaba viva en la cuenca mediterránea,
ya que no se habían registrado más que algunas observaciones aisladas entre el
siglo II y el VIII y, por lo general, los sucesores de Ptolomeo en lengua
griega no fueron más que simples comentadores. Había pues una discontinuidad en
esta tradición, y cuando se trató de revivificarla en Bagdad, bajo el mandato
de al-Ma’amûn, las fuentes de trabajo eran mayoritariamente griegas, pero era
preciso volver a encontrar las bases y métodos que convenían para esta
disciplina y, por lo tanto, volver a crearlos. El resultado presenta una mejora
muy sensible en relación a su modelo heleno, dependiendo todo el desarrollo
ulterior de la astronomía árabe de este punto de partida, del que pueden
subrayarse tres características7:
a) La gran
importancia otorgada a la relación entre teoría y observación conducirá a la
creación de grandes observatorios con un programa de observaciones continuas, a
partir de los dos primeros de Bagdad y Damasco, y a la evolución hacia modelos
geométricos que cada vez reflejen mejor el movimiento de los astros en un marco
geocéntrico.
b) El fundamento
matemático de la astronomía se desarrollará muy fuertemente, lo que junto con
el brillante desarrollo de las diferentes disciplinas matemáticas árabes,
constituirá uno de los pilares del progreso científico de toda la escuela
oriental de la astronomía árabe, reduciendo cada vez más la parte no
despreciable del empirismo que se encontraba en los trabajos de Ptolomeo.
c) Se realzará la
relación de conflicto entre la astronomía “matemática”, que trata de dar cuenta
de la forma más racional y precisa posible del movimiento teórico de los
astros, y la astronomía “física”, que tiene por objeto el encontrar cuál es la
organización concreta del Universo, en el marco de los principios cosmológicos
basados principalmente en los escritos de Aristóteles. Esta preocupación la
encontramos ya en los escritos de Ptolomeo, pero los astrónomos árabes hicieron
de este conflicto uno de los motores del progreso de la investigación
astronómica, junto con los dos puntos precedentes8.
Esta actitud será
constante y, en el siglo XI, Ibn al-Haytham (muerto alrededor de 1040) hizo
balance de los dos siglos de investigación que le habían precedido, constatando
las dificultades a las que se enfrentaba la astronomía, que hasta entonces
seguía en el marco de lo que había sido propuesto por Ptolomeo. Todo este
trabajo lo compendia en una obra que lleva por título “Dudas sobre Ptolomeo” (al-shukûk alâ Batlamiyûs)9. En
ella, sólo se limita a enumerar un listado de todo lo que aparece como
contradictorio o inexacto en los razonamientos de este ilustre predecesor, sin
proponer soluciones pero mostrando todas las imposibilidades a las que se
encaraba la investigación astronómica, que hasta entonces permanecía dentro del
marco trazado por Ptolomeo. De esta forma, corrobora que hay que encontrar
nuevas bases de trabajo que ya no estarán centradas en los trabajos de este
gran astrónomo griego.
Notas
1 Regis Morelon nació en 1941 y es director del Institut de
recherche sur l"islamologie et la culture arabe y profesor en la
Universidad de Paris VII. (Nota de la Redacción).
2 Para más información sobre la influencia de la ciencia árabe
en la europea, véase Juan Vernet, Lo que Europa debe al Islam de España ,
Editorial El Acantilado, Barcelona, 2001
LA ASTRONOMÍA
EN AL-ÁNDALUS
La
decadencia de esta ciencia árabe en Oriente coincide con el nacimiento de un
importante movimiento científico en al-Ándalus, donde, a partir del siglo IX se
inicia en al-Andalus, concretamente alrededor del califato de Córdoba, un
floreciente desarrollo de la Ciencia.
Establecido el Emirato de los
Omeyas en Córdoba, se inicia la época de florecimiento de esta ciudad en el
orden político y militar y también en el orden científico, con lo que, bajo Abderramán
III y al-Hakam II, el centro de gravedad de la cultura
musulmana pasa de Bagdad a Córdoba.
Al mismo
tiempo, el Islam ha ido no solo extendiéndose, sino, además, el árabe como
idioma científico, y a este florecimiento cultural sí que se afiliaron tanto
judíos como los cristianos. El investigador A. Mieli, al estudiar esta
cuestiones afirma que con el tiempo se fue produciendo una mezcla de razas, con
lo que al cabo de pocas generaciones, la clase dominante, por el aporte de
las mujeres ibéricas (era un 90 por ciento latina), y, si oficialmente hablaba
y literalmente empleaba el árabe, ordinariamente hacia uso de un dialecto
latino predecesor del moderno castellano.
Un filósofo andalusí que tocó
el tema de la creación y la constitución del Universo fue Ibn al-Sîd
al-Batalyúsi ( 1052-1127), nacido en Badajoz y muerto en Valencia, cuya
obra principal fue el Libro de los cercos, traducida y publicada por
Asín Palacios.
Para Ibn
al-Sid, Allah es la Causa Primera de la que emana toda la creación. Pero dentro
de los seres creados existe una jerarquía, de forma que los seres más próximos
a Allah dan el ser a los más alejados. Así de Allah emana directamente la
inteligencia de la primera de las esferas celestes, desprovista de materia.
Esta primera inteligencia da el ser a la de la segunda de las esferas, ésta a
la de la tercera y así, sucesivamente, hasta llegar a la inteligencia de la
novena esfera celeste, que, a su vez, da el ser a la inteligencia encargada de
regir el mundo sublunar y en particular la inteligencia humana. Así recibe su
ser el alma de cada uno de los hombres, que como las diez primeras
inteligencias es inmaterial, pero pierde parte de sus posibilidades por estar
obligada a residir en un cuerpo material.
La materia
puede pertenecer a una de las dos clases diferentes: la materia del mundo celeste
que posee una forma inmutable, y la materia del mundo sublunar, que es
cambiable y, por lo tanto, más imperfecta que la materia de los cuerpos
celestes.
Las esferas celestes, en
movimiento, dan su forma a la materia sublunar, primero la forma elemental:
tierra, agua, aire y fuego; en segundo lugar, como adición de formas
elementales aparece la forma mineral; de las formas elementales y el mineral
surge la forma vegetal; previa la aparición de las formas elementales: del
mineral y el vegetal aparece la forma animal; y de las formas elementales
mineral, vegetal y animal aparece la forma humana, la más perfecta de las
formas en el mundo sublunar y que mediante un puro acto intelectual puede
llegar a alcanzar la perfección de la décima esfera.
Azarquiel (1029-1100), nacido en Toledo, ha sido considerado
como uno de los primeros astrónomos andalusíes de estos siglos. Su obra ha sido
estudiada por Millás Vallicrosa, quien reproduce una serie de opiniones de
autores de la época sobre la obra de Azarquiel. Así el historiador toledano Ibn
Sa’îd le considera como el más sabio de todos en la ciencia de los
movimientos de los astros y de la constitución de las esferas y el más eminente
entre la gente de nuestro tiempo en las observaciones astronómicas y en la
ciencia de la estructura de las esferas y en el cálculo de sus movimientos, y
el más sabio de todos ellos en la ciencia de las tablas astronómicas y en la
invención de instrumentos para la observación de los astros.
Una obra de Azarquiel, el Tratado
sobre el movimiento de las estrellas fijas, se conserva en un manuscrito de
la Biblioteca Nacional de París, y ha sido igualmente estudiado y traducido por
Millás.
En ella estudió el movimiento
de precisión de los equinoccios, que dijo en 46" por año, muy próximo al
hoy admitido, y el de la oblicuidad de la eclíptica que hace variar entre 23°
33' y 23° 53'. Para explicar las variaciones en la precisión y en la oblicuidad
de la eclíptica recurre a un sistema de acceso y retroceso análogo a la
trepidación de Ibn Qurra.
Esta teoría de la trepidación
de Azarquiel que rechazada posteriormente por Averroes y aceptada por
Alpetragio, por el astrónomo marroquí Abu-l-Hasan ‘Ali (1260) y por
numerosos astrónomos musulmanes, judíos y cristianos en al-Ándalus. Duhem,
siguiendo a Juan Hispalensis y a Pedro de Abano, atribuye a Azarquiel el
descubrimiento de la trepidación y la paternidad de Liber de motu octavae
spherae generalmente asignado a Ibn Qurra.
Por el contrario, Millás se
opone a esta teoría y afirma que, en contra de la opinión de Duhem, Azarquiel
no es el autor del Liber de motu octavae spherae.
Por encargo del rey de Toledo
al-Ma'mún preparó Azarquiel las Tablas Toledanas llamadas así por
estar referidas al meridiano de esta ciudad. Para su formación utilizó, según Ibn
Jaldún, entre otras, observaciones efectuadas en Sicilia por un judío muy
versado en la astronomía y en las matemáticas, el cual se ocupaba en hacer
observaciones astronómicas y comunicaba a Ibn Ishaq (Azarquiel los resultados
exactos que él obtenía, relativos a los movimientos de los astros y cuestiones
derivadas.
Duhem niega que estas Tablas
Toledanas fueran de Azarquiel, atribuyéndolas a un grupo de musulmanes y
judíos que las prepararon por iniciativa de Ibn Sa’îd, siendo Azarquiel el
autor de muchas observaciones utilizadas por aquellos.
Millás adopta una posición
intermedia diciendo parece lo más verosímil, y está además corroborado por
el testimonio de autores medievales de autoridad, que el cálculo de las Tablas
Toledanas no sería la obra exclusiva de Azarquiel, sino más bien de todo el
grupo de observadores reunidos en torno del cadí Sa’id. De esta manera no nos
extrañará ver en las Tablas y Cánones Toledanos incorporada la teoría del
acceso y retroceso, y que precisamente merced a las Tablas Toledanas que esta
teoría incluyó poderosamente en la astronomía europea medieval.
El texto original árabe de
estas Tablas Toledanas se ha perdido, pero se conservan diversas
versiones latinas, de ellas, dos en la Biblioteca Nacional y otra en la de El
Escorial.
Los astrónomos árabes de los
siglos IX, X y XI trataron de desarrollar y dar contenido físico al sistema
propuesto por Tolomeo, apoyándose primero en el Almagesto, que fue sin
duda la obra fundamental del astrónomo griego, y más tarde, con Alhacén en
la Hipótesis de los planetas, cuya obra, como ya hemos indicado, fue
ampliamente desarrollada más tarde por los astrónomos musulmanes, judíos y
cristianos en al-Ándalus.
Este sistema de Tolomeo, de
deferentes y epiciclos, circunferencias o esferas, permitía calcular posiciones
para los distintos planetas en coincidencia con las observaciones. Pero
resultaba imposible para los astrónomos, y aún más para los filósofos en la
al-Ándalus, el admitir la existencia real de esa serie de movimientos
circulares alrededor de puntos en los que nada existía. Así Avempace ( Ibn
Baÿÿa), nacido en Zaragoza ( 1106-1138), considera que la existencia del
epiciclo es inadmisible. Y Maimónides nos da las razones por las que Avempace
se oponía a este sistema. Establecer un epiciclo que gire sobre cierta esfera
sin girar alrededor del centro de esta esfera que le soporta, como se ha
supuesto para la Luna y los cinco planetas, he aquí cosa de la que se seguiría
necesariamente que hay rodamiento, es decir, que el epiciclo rueda y cambia
enteramente de lugar, cosa que se ha querido evitar el que exista algo en el
cielo que cambie de lugar. Por otra parte, existiría un movimiento de
revolución alrededor de un centro que no sería el centro del mundo, y, sin
embargo, es un principio fundamental de todo el Universo que los movimientos
posibles son tres: un movimiento a partir del centro, otro en dirección al
centro y un tercero alrededor del centro. Pero si existiera un epiciclo, su
movimiento no sería ni centrífugo ni centrípeto, ni alrededor del centro. Y por
último, es uno de los principios planteados por Aristóteles, que es necesario
un punto fijo alrededor del cual tenga lugar el movimiento, y ésta es la razón
por la cual es necesario que la Tierra esté fija, pero si existiera el epiciclo
se tendría un movimiento circular alrededor de un centro en el que no habría
ningún cuerpo fijo.
Otro
astrónomo de esta época es el sevillano Yâbir (Geber) ben Aflah,
cuya obra principal es Islâh Almaÿistî, fundamentalmente, una crítica al
Almagesto de Tolomeo, del que dice en el preámbulo que es difícil de leer,
dando una lista de errores encontrados, en especial en lo que se refiere al
cálculo de eclipses, y en la determinación de las distancias de los planetas,
cuya ordenación va a rectificar, situando a Mercurio y Venus por encima del
Sol.
En algunas ocasiones la
crítica de Geber es demasiado dura, como cuando atribuye los errores de Tolomeo
a su debilidad y a su ignorancia en geometría. Por el contrario, en
otras ocasiones achaca las dificultades en la lectura del Almagesto a errores
cometidos en la traducción, pues dice: Es posible que el traductor no
comprendió lo que Tolomeo quería decir, y alteró el texto, de forma que quedó
modificado el significado.
En el libro VII trata del
orden de los planetas, que Tolomeo había dividido en dos grupos, Mercurio y
Venus, cuyas elongaciones quedaban dentro de ciertos límites, los situaba entre
la Luna y el Sol, quedando los demás más allá de éste y pudiendo alcanzar sus
elongaciones cualquier valor. Por otra parte, Tolomeo había dado como valor
máximo de la paralaje solar el de 2' 51", mientras que Mercurio y Venus,
decía, no presentaban paralaje sensible. Si esto es así, evidentemente Mercurio
y Venus han de estar más lejos que el Sol. Esto lleva a Geber a criticar
despectivamente a Tolomeo: Me siento perplejo ante esta falta de
consistencia y ante este error, que él (Tolomeo) no notó. Si, según
Tolomeo, Mercurio y Venus no tienen paralaje sensible y el Sol sí la tiene,
¿cómo pueden aquellos estar por debajo del Sol? Por otra parte, dice Geber, si
fuera natural que el Sol debiera separar los planetas que tienen elongaciones
limitadas (Mercurio y Venus) de los que no las tienen, la Luna debería estar con
los planetas exteriores, pues ni éstos ni aquellos tienen límite en el valor de
sus respectivas elongaciones.
Otro astrónomo médico y
filósofo musulmán andalusí, nacido en Guadix, fue Abu Bakr Ibn Tufayl
(1110-1185). Estudió a Tolomeo y a Avempace, y se opuso al sistema del primero,
negando la posibilidad de los movimientos, tanto en órbitas circulares
excéntricas, como en el sistema de epiciclos y deferentes. Conocemos sus ideas
por las referencias que a él hace Averroes en el libro XIII de su comentario
sobre la Metafísica, en el que se lee Ibn Tufayl poseía sobre esta materia
excelentes teorías de las que se podría sacar gran provecho. También
Maimónides se refiere a estas teorías de Ibn Tufayl: He oído decir que Abu
Bakr decía haber encontrado un sistema astronómico sin epiciclos, sino
solamente con esferas excéntricas, sin embargo no he oído esto a sus
discípulos. Pero aun cuando lo hubiera conseguido no habría ganado gran cosa,
pues, en la hipótesis de la excéntrica, se separa igualmente de los principios
planteados por Aristóteles, a los cuales no puede añadirse nada.
Por último, Alpetragio,
discípulo de Ibn Tufayl, nos dice en su Teoría de los planetas, que Ibn
Tufayl había encontrado una teoría nueva sobre los planetas. que deducía sus
movimientos de principios distintos de los de Tolomeo, que rechazaba toda
excéntrica y todo epiciclo, con este sistema todos los movimientos celestes se
verifican y no resulta nada falso.
Averroes (Ibn Rushd, 1120-1198), según Vernet, es probablemente
el andalusí que más ha influido en el pensamiento humano.
Entusiasta admirador de
Aristóteles, lo más importante que nos ha dejado, y por lo que fue ampliamente
conocido en toda Europa a través de diversas traducciones, fueron sus
Comentarios a la obra del filósofo griego.
Interesado por la Astronomía
conoció las ideas expuestas por Avempace y por Ibn Tufayl sobre el sistema de
Tolomeo, y se sumó al movimiento iniciado por aquellos. En su comentario sobre
la Física de Aristóteles dice: ... ha fundado y acabado la Lógica, la
Física y la Metafísica. Digo que los ha fundado, porque todas las obras que han
sido escritas antes de él sobre estas ciencias no vale la pena comentarlas, y
han sido eclipsadas por sus propios escritos. Digo que las ha acabado porque
ninguno de los que han seguido hasta nuestros tiempos -es decir- durante cerca
de 1500 años, ha podido añadir nada a sus escritos, ni encontrar en ellos un
error de alguna importancia.
Dada esta admiración por la
figura de Aristóteles, recuerda Averroes algunos de los principios expuestos en
sus obras De Coelo y Metafísica. Pretender que existan epiciclos y
excéntricas es contradecir las leyes físicas. Es absolutamente imposible que
haya epiciclos. Un cuerpo que se mueve circularmente, se mueve necesariamente
de tal suerte que el centro del Universo sea el centro de su movimiento. Si el
centro de su revolución no fuera el centro del Universo habría un centro fuera
de éste, haría falta entonces que existiera una segunda Tierra, y esto es
imposible según los principios de la Física, lo mismo puede decirse de la
excéntrica cuya existencia admite Tolomeo. Si los movimientos celestes
admitieran varios centros habría varios cuerpos graves exteriores a esta
Tierra. El cuerpo que se mueve circularmente, se mueve necesariamente
alrededor de un centro fijo y es necesario igualmente que ese centro sea la
Tierra, puesto que es ella la que está inmóvil en el centro del mundo.
Averroes
vuelve al sistema de esferas homocéntricas de Eudoxio, y de Aristóteles. Estas
esferas giran por propia voluntad, con movimientos uniformes, cumpliendo así su
misión de servir a Dios, de quien emana el movimiento de las esferas.
Considera
muy poco probable la existencia de la novena esfera. Las esferas están
justificadas únicamente como soporte de los astros y son tanto más nobles
cuanto mayor sea el número de astros que soportan. Por otra parte, la esfera
que provoca el movimiento de todas las restantes, ha de ser evidentemente la
más noble, y como la esfera que transmite su movimiento a todas las interiores
es la más externa, ésta no puede ser una esfera sin estrellas. No puede, pues,
existir la novena esfera.
Del Primer
principio deriva el motor de la octava esfera en la que están situadas las
estrellas fijas. De este primer motor deriva el motor de la esfera de
Saturno. De éste a su vez deriva el motor de los movimientos complementarios de
Saturno y de las esferas de Júpiter. Y así, sucesivamente, hasta llegar a la
esfera de la Luna.
En cuanto a estos movimientos
de las esferas dice: El movimiento circular de las esferas no es un
accidente de su sustancia, sino que su propio ser exige ese movimiento, por
necesidad natural simple, y si surgiese el reposo no habría en ellas un simple
cambio, sino que dejarían de ser.
Para explicar el movimiento
de cada planeta necesita dos esferas, una girando de occidente a oriente, con
movimiento uniforme, alrededor de un eje propio, distinto para cada planeta, y
una segunda con el movimiento de oriente a occidente trasmitido por el giro de
la esfera de las estrellas fijas, con lo que explica el movimiento diurno. El
resultado de estos dos movimientos de rotación, en sentidos contrarios y
alrededor de ejes distintos, es un movimiento aparente describiendo el planeta
una línea lawlabî.
Con esta hipótesis consiguió
explicar los movimientos alternativamente directos y retrógrados de los
planetas, pero no las variaciones en sus distancias a la Tierra.
Por estos años vivió Maimónides
( 1135-1204), nacido en Córdoba, quien, aunque judío, fue discípulo de
filósofos musulmanes. Nos ha dejado varias obras, entre ellas la más importante
fue la titulada Guía de los Extraviados, en la que sigue las doctrinas
de Avicena, coincidiendo en muchos puntos con Averroes. Trata de hacer
compatibles las enseñanzas de Aristóteles con los dogmas judíos y musulmanes.
Maimónides considera que el
conocimiento de los problemas del mundo supralunar no es accesible al hombre,
que sólo puede conocer las cosas sublunares.
En cuanto al Universo,
constituye una unidad en el que no puede existir el vacío. El centro del
Universo es la Tierra, rodeada por el agua, el aire y el fuego, y más allá el
quinto elemento componiendo numerosas esferas contenidas unas dentro de otras,
pero sin vacíos intermedios. Todas estas esferas giran con movimientos uniformes,
pero con velocidades distintas unas de otras. Según el Almagesto, dice
Maimónides, para dar ciencia de la regularidad de los movimientos, y para
que la marcha de los astros esté de acuerdo con los fenómenos observados, es
necesario admitir una de estas dos hipótesis, sea un epiciclo, sea una esfera
excéntrica, o incluso las dos a la vez. Pero voy a demostrarte que cada una de
estas dos hipótesis está totalmente fuera de toda realidad y es totalmente
contraria a lo que se ha expuesto en la Ciencia Física.
Rechaza en efecto los
epiciclos y rechaza las esferas excéntricas como opuestos a los principios de
Aristóteles. Pero añade otro argumento contra las esferas excéntricas; señala
que las esferas sólidas, contiguas unas a otras, no podrían girar libremente alrededor
de centros distintos. Las esferas exteriores arrastrarían en su movimiento a
las esferas interiores. Si lo que Aristóteles dice es verdad, no existen ni
epiciclos ni excéntricas y todo gira alrededor del centro de la Tierra. Pero,
¿de dónde vendrían a los planetas sus movimientos tan diversos? ¿Es posible de
alguna forma que el movimiento sea perfectamente circular y uniforme, y que
responda al mismo tiempo a los fenómenos observados, si no es explicándolo por
alguna de las dos hipótesis, o por las dos a la vez? Tanto más admitiendo lo
que Tolomeo ha dicho... los cálculos hechos según estas hipótesis no dan
errores ni de un solo minuto... ¿cómo imaginar sin epiciclos la retrogradación
aparente de un planeta?
Las ideas de Averroes fueron
compartidas por un contemporáneo suyo, Abû Ishâq al-Bitrûÿî o Petrucci,
conocido más generalmente por el nombre de Alpetragio. Nacido en Pedroche, al
Norte de Córdoba.
Conocedor de las ideas de Ibn
Tufayl y Averroes rechazaba el sistema de epiciclos y deferentes como opuesto a
las ideas de Aristóteles, y expone un nuevo sistema, pues, decía, Allah me
ha inspirado y me ha revelado el secreto de los movimientos de los mundos.
Al comentar la obra de
Tolomeo dice Alpetragio: Yo no puedo imaginar esferas excéntricas con
respecto al mundo que giren alrededor de sus centros particulares distintos del
centro del Universo, centros que giran a su vez alrededor de otros centros; yo
no puedo admitir estos epiciclos que giran alrededor de sus propios centros,
mientras que, en el espesor de la misma esfera, el centro del epiciclo gira en
sentido contrario de la rotación del epiciclo sobre otra esfera excéntrica.
Todas estas esferas están colocadas en el interior de una misma esfera, llenan
una parte, mientras el resto permanece vacío, si se supone que esta esfera
total, en cuyo seno se reúnen todas las esferas parciales está formada de agua
o de fuego, las diversas partes de esta esfera deberán moverse para dejar un
espacio vacío a las esferas parciales, mientras que el resto de la esfera
quedará lleno del flujo que la forma. Estas suposiciones engendran el error,
que se manifiesta por las falsedades que se deducen y por las proposiciones
contrarias a la verdad.
Alpetragio
en su sistema supone que el centro del Mundo está rodeado por los cuatro
elementos: tierra, agua, aire y fuego, y éstos, a su vez, están rodeados por
nueve esferas que tienen la forma de capas esféricas concéntricas con el centro
del Mundo.
Las esferas
poseen un alma que las mueve. Pero desde la esfera exterior hasta el interior
la perfección va decreciendo, tanto en lo que se refiere al alma como al cuerpo
de las esferas y al grado de pureza del éter del que están constituidas.
La novena
esfera, que no contiene ningún astro, se mueve por sí misma y no recibe su
movimiento de ningún otro cuerpo. Se mueve con un movimiento de rotación,
simple y perfecto, de oriente a occidente, en un día sidéreo, alrededor de un
eje cuyos polos son los polos del Universo.
En la octava
esfera están situadas las estrellas fijas y en las siete restantes esferas
están situados los planetas por este orden : Saturno, Júpiter, Marte, Venus, el
Sol, Mercurio y la Luna.
Pero los movimientos de estas
ocho esferas no son simples y perfectos como el de la novena. Cada una de estas
ocho esferas desea imitar la perfección absoluta, sigue el movimiento de la
novena, pero con un retardo tanto mayor cuanto mayor es su distancia a aquélla.
Cada una de las esferas trata
de salvar esta imperfección en su movimiento, y trata de conseguirlo mediante
un nuevo movimiento de rotación uniforme, alrededor de un eje particular
distinto para cada esfera.
Así la octava esfera, la de
las estrellas fijas, tiene un movimiento de rotación de oriente a occidente
alrededor del eje del Mundo, pero un poco más lento que el de la novena esfera,
puesto que su alejamiento de ésta no le permite recibir en su totalidad su
movimiento. La diferencia de la velocidad es tal, que al cabo de 36.000 años la
octava esfera habrá perdido una rotación completa con relación a la novena. Así
suprime el movimiento de occidente a oriente de la octava esfera admitido por
Tolomeo para dar cuenta de la precisión por él descubierta.
Cada uno de los planetas está
sobre su propia esfera, en el orden antes indicado. Pero al ir aumentado su
distancia a la novena esfera, su velocidad de rotación propia va siendo cada
vez menor. Así Saturno pierde un giro completo en 30 años; Júpiter lo pierde en
12 años; Marte, en 2; Venus, el Sol y Mercurio, en un año, y la Luna, en 27
días.
Pero, dada la mayor
complejidad de los movimientos observados de los planetas, Alpetragio se vio
obligado a complicar su sistema introduciendo nuevos movimientos. Para ello
hubo de admitir que el movimiento de cada planeta es la composición de tres
rotaciones uniformes y simultáneas alrededor de tres ejes distintos. En efecto,
la esfera de un planeta determinado tiene el movimiento de rotación propio a
que acabamos de referirnos, uniforme de oriente o occidente, alrededor de su
eje propio. Este eje propio gira también con movimiento uniforme, pero de
occidente a oriente alrededor del eje del círculo de los signos del Zodíaco. Y
éste, por su parte, como vimos anteriormente, gira, también de una manera
uniforme, de oriente a occidente, alrededor del eje del mundo. Estos
movimientos son uniformes, pero el primero, el de la rotación propia de la
esfera del planeta es más lento que el de este eje propio de la esfera del
planeta alrededor del eje del círculo de los signos.
En el caso de Marte y
Mercurio, los planetas no están en el ecuador de la respectiva esfera, sino
ligeramente desplazados hacia el Sur.
Lo que no logró explicar este
sistema es la variación en las distancias de los planetas a la Tierra.
Alpetragio
no intentó llevar su sistema al grado de precisión al que Tolomeo llevó el
suyo, y al que no logró desplazar. Tolomeo podía predecir las posiciones de los
planetas, cosa que Alpetragio no intentó siquiera, y así confiesa que la tarea
emprendida excedía a sus fuerzas y que no había conseguido lograr un sistema
completo que permitiera prever y calcular los fenómenos celestes con una
aproximación comparable a la obtenida en el sistema de Tolomeo.
Pero la obra de Alpetragio recibió una
calurosa acogida por parte de cuantos se oponían al Almagesto, en
especial por los astrónomos musulmanes, cristianos y judíos de al-Ándalus,
manteniendo su influencia en Italia hasta el siglo XVI.
Esta preocupación por la astronomía hizo
posible la conservación de la ciencia griega que llegará a Europa a través de
al-Ándalus, donde aprendió Europa a construir astrolabios y relojes y donde se
prepararon las Tablas, primero las Toledanas y luego las Alfonsíes,
que utilizó toda Europa durante varios siglos.
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