jueves, 19 de abril de 2012

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. La ciencia astronómica en la civilización musulmana


LA CIENCIA ASTRONÓMICA EN LA

 

CIVILIZACIÓN MUSULMANA



Durante varios siglos, la lengua árabe fue la única lengua de investigación científica que hubo alrededor del Mediterráneo


- Autor: Regis Morelon - Fuente: Revista Alif Nûn

Introducción

Querer hablar del desarrollo de las ciencias árabes a partir del siglo noveno resulta particularmente ambicioso. Es imposible tratar con profundidad este tema en poco tiempo, por eso, me limitare a ofrecer algunos puntos de interés, pues en la actualidad existe muy poco material que haya sido publicado y sea accesible.

Si se observa lo que se ha escrito en los libros sobre historia de la ciencia general, se verá que todos se copian entre sí y que proclaman, casi sin excepción, que la ciencia árabe no ha hecho sino repetir la ciencia griega para transmitirla a Occidente, sin originalidad ni verdaderos descubrimientos. Esto explica porque sólo hace algunos años que los investigadores publican, traducen y comentan con seriedad los textos científicos árabes, y sus resultados todavía no están integrados en las síntesis generales, las cuales todavía siguen siendo muy parciales. Estos investigadores han comprendido que la visión de la historia de la ciencia era totalmente falsa, e incluso algunos han llegado a decir que los sabios árabes lo habían inventado todo; lo cual es tan ridículo como decir que no habían inventado nada. Hay que tratar de situarnos en un movimiento global y afirmar que, en la historia universal de la ciencia, hay un movimiento importante que es el paso por la ciencia árabe y que, si se hace abstracción de ésta, no puede comprenderse cierto tipo de desarrollo de la historia de los descubrimiento del ingenio humano en su conocimiento del mundo que lo rodea. De forma más precisa, hoy en día resulta evidente que no es posible pensar en un desarrollo de las ciencias exactas en Europa a partir del siglo XVII si se hace abstracción del paso por la historia de la ciencia árabe2.

Para situar un poco mejor esta cuestión, voy a poner un ejemplo bastante lejano, el de la China. Allí tuvieron lugar muchos de los descubrimientos científicos, antes de nuestra era o en el transcurso de sus primeros siglos, en el campo de la astronomía o de las matemáticas, pero en su gran mayoría permanecieron casi en exclusiva dentro del mundo chino, sin que pasaran a otro clima cultural. Por el contrario, todos los descubrimientos que tuvieron lugar alrededor del Mediterráneo pasaron de una orilla a la otra, a través de las diferentes culturas que en él se desarrollaron de un modo sucesivo. En esta cuenca mediterránea, o en su entorno inmediato, es en donde poco a poco se fue forjando la ciencia moderna desde la antigüedad, y el querer ignorar una de sus fases históricas es condenarse a no comprender nada de este movimiento. En este marco es en el que hay que colocar todo el periodo de la ciencia árabe: no hay que tener miedo de ver una continuidad y partir del periodo mesopotámico, que forma parte de este conjunto, para pasar luego al mundo griego, después al árabe y, finalmente, al latino a partir del siglo XVI. Toda esta historia comporta rupturas y continuidades, pero en su conjunto íntegro es imposible no tener en cuenta a una de sus etapas. Una vez se ha esbozado este cuadro general, volvemos al problema de la ciencia árabe. Se trata de una etapa muy importante en el desarrollo de las ciencias exactas en los alrededores del Mediterráneo, que tuvo lugar entre los siglos VIII y XV; y digamos seguidamente que por “ciencia árabe” hay que entender la ciencia que se produjo en esa lengua, aunque se hiciera por árabes, persas, turcos, beréberes u otros. Durante varios siglos, la lengua árabe fue la única lengua de investigación científica que hubo alrededor del Mediterráneo, inmediatamente posterior a la lengua griega y anterior a la latina, y finalmente vendrían las diferentes lenguas europeas, principalmente a partir del siglo XVII.

Las traducciones en lengua árabe y el nacimiento de una lengua científica

Ya que mi trabajo tiene lugar en el campo de la historia y en el de la astronomía, de ellos es de donde voy a tomar varios ejemplos.

Comenzaremos en el siglo IX de nuestra era, aunque es muy probable que hubiera elementos de investigación científica antes de esta fecha, porque el desarrollo de las ciencias exactas en el trascurso del siglo IX fue tan brillante y fecundo que no hubiera podido producirse en un terreno científico completamente virgen. No obstante, todavía no poseemos los suficientes estudios serios sobre lo que pudo pasar en Bagdad y en Damasco en el siglo VIII o antes, en este campo, para que podamos decir algo útil; sin embargo, voy a dar la reseña de un pequeño suceso que tuvo lugar a finales del siglo VIII. La India era muy relevante en el campo de las ciencias exactas alrededor del siglo VI, y las primeras fuentes de la astronomía científica que se transmitieron al mundo árabe fueron las fuentes hindúes. Esto fue algo que continuó posteriormente, y tenemos huellas precisas de lo que pasó en el siglo VIII, concretamente en Bagdad hacia el 780, cuando una misión oficial hindú se presentó para visitar al Califa. Entre sus delegados había un astrónomo que llevaba consigo un texto de astronomía el cual fue traducido al árabe. Los textos de astronomía hindúes contenían, principalmente, métodos prácticos para alcanzar resultados inmediatos y simples en el cálculo de las posiciones de los planetas. Los primeros tratados de astronomía científica árabe de finales del siglo VIII y de comienzos del siglo IX son copias calcadas de esta tradición, pero desde el momento que las fuentes griegas estén disponibles en árabe, la influencia hindú pasará rápidamente a un segundo plano, ya que los textos griegos eran mucho más ricos en razonamientos teóricos y permitían un desarrollo de la astronomía como ciencia exacta. Estos textos griegos van a hacer su aparición en Bagdad en torno al año 820.

En estos momentos, el Califa al-Ma’amûn, que gobernó en Bagdad desde el 813 al 833, desempeñó un papel muy importante. Bajo su impulso y gracias a su financiación, comenzaron a ser traducidos todos los textos científicos griegos accesibles, de todas las disciplinas y materias: medicina, matemáticas, astronomía, etc. Este movimiento de traducción se propagará a lo largo de este siglo, pero fue bajo el mandato de al-Ma’amûn cuando se comenzaron la mayoría de las traducciones, y también fue este Califa el que tomó la decisión política de introducir en su imperio estos textos científicos, permitiendo el desarrollo de la corriente de investigación en las ciencias exactas.

En su mayor parte, los textos griegos se estudiaban ya en este lugar, pues el imperio ‘abbasí ocupaba parte del antiguo imperio bizantino –al menos en lo relativo a los actuales estados de Siria, Egipto e Iraq– y algunos centros culturales de este imperio tan importantes como Apamea, Antioquia, Harrán, Damasco o Alejandría formaban parte del imperio ‘abbasí en esa época. Aunque llevaban años sin ser utilizados, la mayoría de los textos ya estaban en las bibliotecas de estas ciudades o en las de los conventos cristianos que existían en la región. También se enviaron expediciones desde Bagdad a Bizancio en busca de libros griegos de los que no existían copias en el país árabe.

Hubo una institución en Bagdad llamada la “Casa de la Sabiduría” (Bayt al-Hikma) que desempeñó un papel importantísimo en este trabajo. Organizada y financiada por el poder central, este centro cultural fue fundado probablemente por Hârûn al-Rashîd dos generaciones antes. Era a la vez una biblioteca, una especie de academia y un centro de traducción e investigación. Junto a esta institución oficial y vinculados con ella, se crean otros equipos de trabajo, como por ejemplo el formado alrededor de los tres hermanos Banû Musa, unos mecenas y brillantes matemáticos y astrónomos que atrajeron a Bagdad a personas tan importantes como Thâbit ben Qurra, originario de Harrán y perfecto conocedor del siríaco, el griego y el árabe, el cual tradujo y compuso tratados sobre todas las ciencias conocidas de su época. Todos estos sabios trabajaron en equipo y las obras bibliográficas antiguas, como el Fihrist de al-Nadîm, escrito en el 945, dan noticia de la gran cantidad de correspondencia científica que había entre ellos, en la que se discutían y trataban problemas concretos. En esta época hubo un verdadero medio de investigación científica en el sentido en el que hoy lo entendemos, colaborando todos en un mismo trabajo, ya fueran musulmanes, cristianos, judíos, zoroastrianos o sabeos. Algunos han hablado de una “edad de oro” de la investigación en el Bagdad de entonces, lo que es probable que sea parcialmente cierto.

Volviendo al asunto de las traducciones, tomemos como ejemplo el paso al árabe de los textos de astronomía griegos. El sabio griego más importante en el campo de la astronomía es Ptolomeo, que vivió en el siglo segundo de nuestra era. Realizó la síntesis de todos los trabajos de sus predecesores, añadiendo sus propias observaciones e investigaciones personales. Su obra más importante en esta disciplina es el Almagesto, en trece volúmenes, que es un tratado completo de astronomía teórica que servirá de manual básico para todos los astrónomos hasta el siglo XVI. Por orden de al-Ma’amûn, esta obra fue traducida al árabe por al-Hajjâj, entre los años 826 y 827. Se edificaron dos observatorios, uno en Bagdad y otro en Damasco, para verificar por observación directa los resultados mencionados por Ptolomeo. Luego veremos cómo se llevó a cabo esta verificación y cuáles fueron los trabajos originales compuestos en Bagdad sobre esta base. La obra de Ptolomeo no es simplemente un conjunto de fórmulas matemáticas que permiten la composición de unos mapas en los que se reflejan los movimientos de los astros, como era el caso de los tratados hindúes traducidos a finales del siglo VIII, sino que es rica en lo que a la enseñanza teórica respecta, con demostraciones geométricas muy elaboradas que sedujeron con rapidez la los sabios de Bagdad. La traducción de al-Hajjâj era muy fiel al texto griego original y en Bagdad, a lo largo del siglo IX, todavía era preciso que en el equipo de trabajo hubiera alguien que conociera el griego para poder acudir al texto original y saber qué es lo que realmente quería decirse, pues el léxico árabe aún no estaba a punto y el vocabulario científico no estaba completamente establecido. Pero tomando como base esta traducción se hizo posible un trabajo en árabe y se desarrolló la investigación con la creación de una ciencia en lengua árabe. En el 892 hubo una segunda traducción al árabe de la misma obra, el Almagesto, después de sesenta y cinco años de práctica de la ciencia, pero esta segunda traducción ya no exigía la necesidad de recurrir eventualmente a alguien que conociera el griego, pues la lengua árabe se había convertido en una lengua científica con un vocabulario desarrollado y adaptado. De esta forma, tenemos en Bagdad, en el siglo IX, dos fechas precisas en lo que a la astronomía concierne: 826 y 892. En el año 826 el idioma árabe todavía no estaba preparado, pero en el 892 la lengua se había convertido en científica. Podría decirse los mismo de todas las ciencias exactas, ya que con las matemáticas, por ejemplo, sucedió algo semejante. Poco a poco, una lengua se puso a punto, y al cabo de cierto tiempo, cuando hay una investigación en este idioma, ya no es necesario acudir a la lengua original, pues el árabe es suficiente.

Debido al desarrollo de las ciencias y a la creación científica en Bagdad, puede decirse que la lengua árabe se convirtió a partir del siglo IX en el único idioma científico de la época alrededor del Mediterráneo, y así siguió siendo durante varios siglos.

El desarrollo de la astronomía científica en lengua árabe desde el siglo IX al XI

Como dije anteriormente, fueron construidos dos observatorios por orden de al-Ma’amûn, uno en Bagdad y otro en Damasco. En astronomía y en el resto de disciplinas, la investigación científica comenzó de inmediato con las traducciones del griego al árabe y los tratados con los resultados de estas investigaciones se compusieron a partir de la primera mitad del siglo IX. La astronomía griega era geocéntrica, es decir, que en ella se consideraba a la Tierra como centro absolutamente estable del mundo, con el resto de los astros girando a su alrededor. Los árabes seguirán manteniendo esta tradición, y habrá que esperar a Copérnico, en el siglo XVI, para que comience a ser contemplado el movimiento de la Tierra, tanto sobre sí misma como alrededor del Sol.

Una de las primeras obras sobre astronomía teórica basadas en la tradición de Ptolomeo es el “Tratado del año solar3 que, atribuido falsamente a Thâbit ben Qurra y compuesto después del 832 y antes del 850, trata de descubrir la duración del año solar, base de todas las constantes astronómicas. Ptolomeo, en el libro tercero del Almagesto, había propuesto una explicación geocéntrica del movimiento del Sol y había compuesto unas tablas que permitían calcular su posición.

Entre el 830 y el 832, los astrónomos de al-Ma’amûn confrontan sus propias observaciones de la posición del Sol con las posiciones calculadas a partir de los esquemas propuestos por Ptolomeo, aproximadamente unos setecientos años antes, y constataron un importante desfase. Ante esta situación pueden imaginarse dos actitudes posibles: o bien mantener la antigua teoría “poniendo los relojes en hora”, es decir, añadiendo a todas las tablas el valor del desfase que se había constatado, o bien cuestionar la misma teoría solar y volver a construir unas tablas en función de los resultados teóricos así adquiridos. Prevaleció esta segunda actitud y el “Tratado del año solar” criticó fuertemente a Ptolomeo, disecó su razonamiento, aunque manteniendo su visión geocéntrica, y llegó a poner a punto una nueva teoría centrada en la órbita solar, contrariamente a lo expuesto en el Almagesto. De esta forma, el cálculo de la duración del año solar era mucho más exacto que el de Ptolomeo. He aquí, pues, una actitud que se generalizó muy rápidamente respecto a los textos científicos griegos: tomarlos como base de trabajo para construir una obra original.

Acabamos de ver un ejemplo de tratado “teórico”, pero muy pronto van a aparecer problemas de astronomía “práctica”. Efectivamente, a partir de finales del siglo VIII y con el desarrollo de las ciencias exactas en el contexto concreto de una sociedad musulmana por organizar en el marco del vasto imperio ‘abbasí, a los sabios de las distintas disciplinas se les pidió la solución de cierto número de problemas de orden práctico, con implicaciones sociales y religiosas. Así fue como los astrónomos, por ejemplo, tuvieron que responder a las demandas de los astrólogos, cuyo papel social a nivel oficial era importante4 . Las tablas astronómicas para el cálculo de la posición de los astros se harán, en parte, con este objeto pero, principalmente, el trabajo de los astrónomos contribuyó a resolver los problemas prácticos del calendario, de los horarios y de la orientación en la tierra y en el mar5. Todos estos temas fueron el origen de importantes desarrollos teóricos que sobrepasaron con creces el marco estricto de los problemas prácticos en cuestión: la geomancia y la ciencia de la hora, la cuestión de la qibla para la determinación de la dirección hacia La Meca a partir de un lugar dado, el cálculo de la visibilidad del creciente lunar, la geografía matemática y el cálculo de la latitud y la longitud de un lugar, la ciencia náutica para la orientación en el mar...Detengámonos un momento sobre la cuestión del calendario.

En el mundo árabe, como ya sabemos, el calendario oficial es el lunar6. Recordemos que el año uno de la hégira comenzó el viernes 16 de julio del 622 d.C., que el año lunar está compuesto por doce meses de veintinueve o treinta días, que el cambio de fecha tiene lugar con la puesta de Sol, y que el paso de un mes a otro se produce con la visión de la primera franja de la luna creciente en el horizonte, justo antes de la puesta de Sol. Ptolomeo transmitió un valor muy exacto de la duración media del mes lunar: veintinueve días y un poco más de media hora (unos cuarenta y cuatro minutos aproximadamente); lo cual daba como resultado un año lunar de doce meses y de 354,367 días de duración, por término medio. Este valor se verificó y se tomó desde el siglo IX por los astrónomos árabes que pusieron a punto un ciclo de treinta años para construir un calendario oficial, en el que se alternaban meses de veintinueve y treinta días, y en el que once de los años de este ciclo tenían un día de más añadido al último mes, que normalmente tenía veintinueve días. La correspondencia astronómica se respetaba respecto a su duración a largo plazo, pero la visibilidad del primer creciente lunar en el horizonte, en la tarde del día veintinueve, siempre implicaba el cambio de mes en el lugar en que se efectuaba dicha observación, aunque esto pueda llevar acarreado la diferencia de una unidad en el número de días del mes, entre un extremo y otro del mundo musulmán. Si bien la visibilidad efectiva del creciente lunar es algo que en principio se exige en la ley religiosa, la cuestión que se le planteaba a los astrónomos era la posibilidad de prever mediante el cálculo, la visibilidad del creciente lunar en un lugar determinado, en la tarde del día veintinueve del mes, cualquiera que fuera el dato del calendario oficial. Este problema es de difícil solución debido al número de los parámetros en cuestión –coordenadas celestes del Sol y de la Luna, velocidad aparente de estos dos cuerpos celestes, latitud del lugar, luminosidad del cielo en el horizonte, etc.– y, como muchos astrónomos lo abordaron, trajo consigo unos desarrollos teóricos muy importantes sobre la visibilidad de los astros en el horizonte inmediatamente después de la puesta de Sol.

Para llevar a buen término estas investigaciones era necesaria la creación en Bagdad de una tradición de investigación científica en lengua árabe en todos los campos de las ciencias exactas y, entre ellos, en el de la astronomía. Esta última disciplina hacía varios siglos que ya no estaba viva en la cuenca mediterránea, ya que no se habían registrado más que algunas observaciones aisladas entre el siglo II y el VIII y, por lo general, los sucesores de Ptolomeo en lengua griega no fueron más que simples comentadores. Había pues una discontinuidad en esta tradición, y cuando se trató de revivificarla en Bagdad, bajo el mandato de al-Ma’amûn, las fuentes de trabajo eran mayoritariamente griegas, pero era preciso volver a encontrar las bases y métodos que convenían para esta disciplina y, por lo tanto, volver a crearlos. El resultado presenta una mejora muy sensible en relación a su modelo heleno, dependiendo todo el desarrollo ulterior de la astronomía árabe de este punto de partida, del que pueden subrayarse tres características7:

a) La gran importancia otorgada a la relación entre teoría y observación conducirá a la creación de grandes observatorios con un programa de observaciones continuas, a partir de los dos primeros de Bagdad y Damasco, y a la evolución hacia modelos geométricos que cada vez reflejen mejor el movimiento de los astros en un marco geocéntrico.

b) El fundamento matemático de la astronomía se desarrollará muy fuertemente, lo que junto con el brillante desarrollo de las diferentes disciplinas matemáticas árabes, constituirá uno de los pilares del progreso científico de toda la escuela oriental de la astronomía árabe, reduciendo cada vez más la parte no despreciable del empirismo que se encontraba en los trabajos de Ptolomeo.

c) Se realzará la relación de conflicto entre la astronomía “matemática”, que trata de dar cuenta de la forma más racional y precisa posible del movimiento teórico de los astros, y la astronomía “física”, que tiene por objeto el encontrar cuál es la organización concreta del Universo, en el marco de los principios cosmológicos basados principalmente en los escritos de Aristóteles. Esta preocupación la encontramos ya en los escritos de Ptolomeo, pero los astrónomos árabes hicieron de este conflicto uno de los motores del progreso de la investigación astronómica, junto con los dos puntos precedentes8.

Esta actitud será constante y, en el siglo XI, Ibn al-Haytham (muerto alrededor de 1040) hizo balance de los dos siglos de investigación que le habían precedido, constatando las dificultades a las que se enfrentaba la astronomía, que hasta entonces seguía en el marco de lo que había sido propuesto por Ptolomeo. Todo este trabajo lo compendia en una obra que lleva por título “Dudas sobre Ptolomeo” (al-shukûk alâ Batlamiyûs)9. En ella, sólo se limita a enumerar un listado de todo lo que aparece como contradictorio o inexacto en los razonamientos de este ilustre predecesor, sin proponer soluciones pero mostrando todas las imposibilidades a las que se encaraba la investigación astronómica, que hasta entonces permanecía dentro del marco trazado por Ptolomeo. De esta forma, corrobora que hay que encontrar nuevas bases de trabajo que ya no estarán centradas en los trabajos de este gran astrónomo griego.

Notas

1 Regis Morelon nació en 1941 y es director del Institut de recherche sur l"islamologie et la culture arabe y profesor en la Universidad de Paris VII. (Nota de la Redacción).

2 Para más información sobre la influencia de la ciencia árabe en la europea, véase Juan Vernet, Lo que Europa debe al Islam de España , Editorial El Acantilado, Barcelona, 2001

LA ASTRONOMÍA EN AL-ÁNDALUS

En el siglo XI se inicia la decadencia de la Astronomía y, en general, de toda la ciencia árabe en el Oriente Medio motivada por las invasiones de los turcos.

    La decadencia de esta ciencia árabe en Oriente coincide con el nacimiento de un importante movimiento científico en al-Ándalus, donde, a partir del siglo IX se inicia en al-Andalus, concretamente alrededor del califato de Córdoba, un floreciente desarrollo de la Ciencia.

Establecido el Emirato de los Omeyas en Córdoba, se inicia la época de florecimiento de esta ciudad en el orden político y militar y también en el orden científico, con lo que, bajo Abderramán III y al-Hakam II, el centro de gravedad de la cultura musulmana pasa de Bagdad a Córdoba.

    Al mismo tiempo, el Islam ha ido no solo extendiéndose, sino, además, el árabe como idioma científico, y a este florecimiento cultural sí que se afiliaron tanto judíos como los cristianos. El investigador A. Mieli, al estudiar esta cuestiones afirma que con el tiempo se fue produciendo una mezcla de razas, con lo que al cabo de pocas generaciones, la clase dominante, por el aporte de las mujeres ibéricas (era un 90 por ciento latina), y, si oficialmente hablaba y literalmente empleaba el árabe, ordinariamente hacia uso de un dialecto latino predecesor del moderno castellano.

Un filósofo andalusí que tocó el tema de la creación y la constitución del Universo fue Ibn al-Sîd al-Batalyúsi ( 1052-1127), nacido en Badajoz y muerto en Valencia, cuya obra principal fue el Libro de los cercos, traducida y publicada por Asín Palacios.

Para Ibn al-Sid, Allah es la Causa Primera de la que emana toda la creación. Pero dentro de los seres creados existe una jerarquía, de forma que los seres más próximos a Allah dan el ser a los más alejados. Así de Allah emana directamente la inteligencia de la primera de las esferas celestes, desprovista de materia. Esta primera inteligencia da el ser a la de la segunda de las esferas, ésta a la de la tercera y así, sucesivamente, hasta llegar a la inteligencia de la novena esfera celeste, que, a su vez, da el ser a la inteligencia encargada de regir el mundo sublunar y en particular la inteligencia humana. Así recibe su ser el alma de cada uno de los hombres, que como las diez primeras inteligencias es inmaterial, pero pierde parte de sus posibilidades por estar obligada a residir en un cuerpo material.

    La materia puede pertenecer a una de las dos clases diferentes: la materia del mundo celeste que posee una forma inmutable, y la materia del mundo sublunar, que es cambiable y, por lo tanto, más imperfecta que la materia de los cuerpos celestes.

Las esferas celestes, en movimiento, dan su forma a la materia sublunar, primero la forma elemental: tierra, agua, aire y fuego; en segundo lugar, como adición de formas elementales aparece la forma mineral; de las formas elementales y el mineral surge la forma vegetal; previa la aparición de las formas elementales: del mineral y el vegetal aparece la forma animal; y de las formas elementales mineral, vegetal y animal aparece la forma humana, la más perfecta de las formas en el mundo sublunar y que mediante un puro acto intelectual puede llegar a alcanzar la perfección de la décima esfera.

Azarquiel (1029-1100), nacido en Toledo, ha sido considerado como uno de los primeros astrónomos andalusíes de estos siglos. Su obra ha sido estudiada por Millás Vallicrosa, quien reproduce una serie de opiniones de autores de la época sobre la obra de Azarquiel. Así el historiador toledano Ibn Sa’îd le considera como el más sabio de todos en la ciencia de los movimientos de los astros y de la constitución de las esferas y el más eminente entre la gente de nuestro tiempo en las observaciones astronómicas y en la ciencia de la estructura de las esferas y en el cálculo de sus movimientos, y el más sabio de todos ellos en la ciencia de las tablas astronómicas y en la invención de instrumentos para la observación de los astros.

Una obra de Azarquiel, el Tratado sobre el movimiento de las estrellas fijas, se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París, y ha sido igualmente estudiado y traducido por Millás.

En ella estudió el movimiento de precisión de los equinoccios, que dijo en 46" por año, muy próximo al hoy admitido, y el de la oblicuidad de la eclíptica que hace variar entre 23° 33' y 23° 53'. Para explicar las variaciones en la precisión y en la oblicuidad de la eclíptica recurre a un sistema de acceso y retroceso análogo a la trepidación de Ibn Qurra.

Esta teoría de la trepidación de Azarquiel que rechazada posteriormente por Averroes y aceptada por Alpetragio, por el astrónomo marroquí Abu-l-Hasan ‘Ali (1260) y por numerosos astrónomos musulmanes, judíos y cristianos en al-Ándalus. Duhem, siguiendo a Juan Hispalensis y a Pedro de Abano, atribuye a Azarquiel el descubrimiento de la trepidación y la paternidad de Liber de motu octavae spherae generalmente asignado a Ibn Qurra.

Por el contrario, Millás se opone a esta teoría y afirma que, en contra de la opinión de Duhem, Azarquiel no es el autor del Liber de motu octavae spherae.

Por encargo del rey de Toledo al-Ma'mún preparó Azarquiel las Tablas Toledanas llamadas así por estar referidas al meridiano de esta ciudad. Para su formación utilizó, según Ibn Jaldún, entre otras, observaciones efectuadas en Sicilia por un judío muy versado en la astronomía y en las matemáticas, el cual se ocupaba en hacer observaciones astronómicas y comunicaba a Ibn Ishaq (Azarquiel los resultados exactos que él obtenía, relativos a los movimientos de los astros y cuestiones derivadas.

Duhem niega que estas Tablas Toledanas fueran de Azarquiel, atribuyéndolas a un grupo de musulmanes y judíos que las prepararon por iniciativa de Ibn Sa’îd, siendo Azarquiel el autor de muchas observaciones utilizadas por aquellos.

Millás adopta una posición intermedia diciendo parece lo más verosímil, y está además corroborado por el testimonio de autores medievales de autoridad, que el cálculo de las Tablas Toledanas no sería la obra exclusiva de Azarquiel, sino más bien de todo el grupo de observadores reunidos en torno del cadí Sa’id. De esta manera no nos extrañará ver en las Tablas y Cánones Toledanos incorporada la teoría del acceso y retroceso, y que precisamente merced a las Tablas Toledanas que esta teoría incluyó poderosamente en la astronomía europea medieval.

El texto original árabe de estas Tablas Toledanas se ha perdido, pero se conservan diversas versiones latinas, de ellas, dos en la Biblioteca Nacional y otra en la de El Escorial.

Los astrónomos árabes de los siglos IX, X y XI trataron de desarrollar y dar contenido físico al sistema propuesto por Tolomeo, apoyándose primero en el Almagesto, que fue sin duda la obra fundamental del astrónomo griego, y más tarde, con Alhacén en la Hipótesis de los planetas, cuya obra, como ya hemos indicado, fue ampliamente desarrollada más tarde por los astrónomos musulmanes, judíos y cristianos en al-Ándalus.

Este sistema de Tolomeo, de deferentes y epiciclos, circunferencias o esferas, permitía calcular posiciones para los distintos planetas en coincidencia con las observaciones. Pero resultaba imposible para los astrónomos, y aún más para los filósofos en la al-Ándalus, el admitir la existencia real de esa serie de movimientos circulares alrededor de puntos en los que nada existía. Así Avempace ( Ibn Baÿÿa), nacido en Zaragoza ( 1106-1138), considera que la existencia del epiciclo es inadmisible. Y Maimónides nos da las razones por las que Avempace se oponía a este sistema. Establecer un epiciclo que gire sobre cierta esfera sin girar alrededor del centro de esta esfera que le soporta, como se ha supuesto para la Luna y los cinco planetas, he aquí cosa de la que se seguiría necesariamente que hay rodamiento, es decir, que el epiciclo rueda y cambia enteramente de lugar, cosa que se ha querido evitar el que exista algo en el cielo que cambie de lugar. Por otra parte, existiría un movimiento de revolución alrededor de un centro que no sería el centro del mundo, y, sin embargo, es un principio fundamental de todo el Universo que los movimientos posibles son tres: un movimiento a partir del centro, otro en dirección al centro y un tercero alrededor del centro. Pero si existiera un epiciclo, su movimiento no sería ni centrífugo ni centrípeto, ni alrededor del centro. Y por último, es uno de los principios planteados por Aristóteles, que es necesario un punto fijo alrededor del cual tenga lugar el movimiento, y ésta es la razón por la cual es necesario que la Tierra esté fija, pero si existiera el epiciclo se tendría un movimiento circular alrededor de un centro en el que no habría ningún cuerpo fijo.

    Otro astrónomo de esta época es el sevillano Yâbir (Geber) ben Aflah, cuya obra principal es Islâh Almaÿistî, fundamentalmente, una crítica al Almagesto de Tolomeo, del que dice en el preámbulo que es difícil de leer, dando una lista de errores encontrados, en especial en lo que se refiere al cálculo de eclipses, y en la determinación de las distancias de los planetas, cuya ordenación va a rectificar, situando a Mercurio y Venus por encima del Sol.

En algunas ocasiones la crítica de Geber es demasiado dura, como cuando atribuye los errores de Tolomeo a su debilidad y a su ignorancia en geometría. Por el contrario, en otras ocasiones achaca las dificultades en la lectura del Almagesto a errores cometidos en la traducción, pues dice: Es posible que el traductor no comprendió lo que Tolomeo quería decir, y alteró el texto, de forma que quedó modificado el significado.

En el libro VII trata del orden de los planetas, que Tolomeo había dividido en dos grupos, Mercurio y Venus, cuyas elongaciones quedaban dentro de ciertos límites, los situaba entre la Luna y el Sol, quedando los demás más allá de éste y pudiendo alcanzar sus elongaciones cualquier valor. Por otra parte, Tolomeo había dado como valor máximo de la paralaje solar el de 2' 51", mientras que Mercurio y Venus, decía, no presentaban paralaje sensible. Si esto es así, evidentemente Mercurio y Venus han de estar más lejos que el Sol. Esto lleva a Geber a criticar despectivamente a Tolomeo: Me siento perplejo ante esta falta de consistencia y ante este error, que él (Tolomeo) no notó. Si, según Tolomeo, Mercurio y Venus no tienen paralaje sensible y el Sol sí la tiene, ¿cómo pueden aquellos estar por debajo del Sol? Por otra parte, dice Geber, si fuera natural que el Sol debiera separar los planetas que tienen elongaciones limitadas (Mercurio y Venus) de los que no las tienen, la Luna debería estar con los planetas exteriores, pues ni éstos ni aquellos tienen límite en el valor de sus respectivas elongaciones.

Otro astrónomo médico y filósofo musulmán andalusí, nacido en Guadix, fue Abu Bakr Ibn Tufayl (1110-1185). Estudió a Tolomeo y a Avempace, y se opuso al sistema del primero, negando la posibilidad de los movimientos, tanto en órbitas circulares excéntricas, como en el sistema de epiciclos y deferentes. Conocemos sus ideas por las referencias que a él hace Averroes en el libro XIII de su comentario sobre la Metafísica, en el que se lee Ibn Tufayl poseía sobre esta materia excelentes teorías de las que se podría sacar gran provecho. También Maimónides se refiere a estas teorías de Ibn Tufayl: He oído decir que Abu Bakr decía haber encontrado un sistema astronómico sin epiciclos, sino solamente con esferas excéntricas, sin embargo no he oído esto a sus discípulos. Pero aun cuando lo hubiera conseguido no habría ganado gran cosa, pues, en la hipótesis de la excéntrica, se separa igualmente de los principios planteados por Aristóteles, a los cuales no puede añadirse nada.

Por último, Alpetragio, discípulo de Ibn Tufayl, nos dice en su Teoría de los planetas, que Ibn Tufayl había encontrado una teoría nueva sobre los planetas. que deducía sus movimientos de principios distintos de los de Tolomeo, que rechazaba toda excéntrica y todo epiciclo, con este sistema todos los movimientos celestes se verifican y no resulta nada falso.

Averroes (Ibn Rushd, 1120-1198), según Vernet, es probablemente el andalusí que más ha influido en el pensamiento humano.

Entusiasta admirador de Aristóteles, lo más importante que nos ha dejado, y por lo que fue ampliamente conocido en toda Europa a través de diversas traducciones, fueron sus Comentarios a la obra del filósofo griego.

Interesado por la Astronomía conoció las ideas expuestas por Avempace y por Ibn Tufayl sobre el sistema de Tolomeo, y se sumó al movimiento iniciado por aquellos. En su comentario sobre la Física de Aristóteles dice: ... ha fundado y acabado la Lógica, la Física y la Metafísica. Digo que los ha fundado, porque todas las obras que han sido escritas antes de él sobre estas ciencias no vale la pena comentarlas, y han sido eclipsadas por sus propios escritos. Digo que las ha acabado porque ninguno de los que han seguido hasta nuestros tiempos -es decir- durante cerca de 1500 años, ha podido añadir nada a sus escritos, ni encontrar en ellos un error de alguna importancia.

Dada esta admiración por la figura de Aristóteles, recuerda Averroes algunos de los principios expuestos en sus obras De Coelo y Metafísica. Pretender que existan epiciclos y excéntricas es contradecir las leyes físicas. Es absolutamente imposible que haya epiciclos. Un cuerpo que se mueve circularmente, se mueve necesariamente de tal suerte que el centro del Universo sea el centro de su movimiento. Si el centro de su revolución no fuera el centro del Universo habría un centro fuera de éste, haría falta entonces que existiera una segunda Tierra, y esto es imposible según los principios de la Física, lo mismo puede decirse de la excéntrica cuya existencia admite Tolomeo. Si los movimientos celestes admitieran varios centros habría varios cuerpos graves exteriores a esta Tierra. El cuerpo que se mueve circularmente, se mueve necesariamente alrededor de un centro fijo y es necesario igualmente que ese centro sea la Tierra, puesto que es ella la que está inmóvil en el centro del mundo.

    Averroes vuelve al sistema de esferas homocéntricas de Eudoxio, y de Aristóteles. Estas esferas giran por propia voluntad, con movimientos uniformes, cumpliendo así su misión de servir a Dios, de quien emana el movimiento de las esferas.

    Considera muy poco probable la existencia de la novena esfera. Las esferas están justificadas únicamente como soporte de los astros y son tanto más nobles cuanto mayor sea el número de astros que soportan. Por otra parte, la esfera que provoca el movimiento de todas las restantes, ha de ser evidentemente la más noble, y como la esfera que transmite su movimiento a todas las interiores es la más externa, ésta no puede ser una esfera sin estrellas. No puede, pues, existir la novena esfera.

    Del Primer principio deriva el motor de la octava esfera en la que están situadas las estrellas fijas. De este primer motor deriva el motor de la esfera de Saturno. De éste a su vez deriva el motor de los movimientos complementarios de Saturno y de las esferas de Júpiter. Y así, sucesivamente, hasta llegar a la esfera de la Luna.

En cuanto a estos movimientos de las esferas dice: El movimiento circular de las esferas no es un accidente de su sustancia, sino que su propio ser exige ese movimiento, por necesidad natural simple, y si surgiese el reposo no habría en ellas un simple cambio, sino que dejarían de ser.

Para explicar el movimiento de cada planeta necesita dos esferas, una girando de occidente a oriente, con movimiento uniforme, alrededor de un eje propio, distinto para cada planeta, y una segunda con el movimiento de oriente a occidente trasmitido por el giro de la esfera de las estrellas fijas, con lo que explica el movimiento diurno. El resultado de estos dos movimientos de rotación, en sentidos contrarios y alrededor de ejes distintos, es un movimiento aparente describiendo el planeta una línea lawlabî.

Con esta hipótesis consiguió explicar los movimientos alternativamente directos y retrógrados de los planetas, pero no las variaciones en sus distancias a la Tierra.

Por estos años vivió Maimónides ( 1135-1204), nacido en Córdoba, quien, aunque judío, fue discípulo de filósofos musulmanes. Nos ha dejado varias obras, entre ellas la más importante fue la titulada Guía de los Extraviados, en la que sigue las doctrinas de Avicena, coincidiendo en muchos puntos con Averroes. Trata de hacer compatibles las enseñanzas de Aristóteles con los dogmas judíos y musulmanes.

Maimónides considera que el conocimiento de los problemas del mundo supralunar no es accesible al hombre, que sólo puede conocer las cosas sublunares.

En cuanto al Universo, constituye una unidad en el que no puede existir el vacío. El centro del Universo es la Tierra, rodeada por el agua, el aire y el fuego, y más allá el quinto elemento componiendo numerosas esferas contenidas unas dentro de otras, pero sin vacíos intermedios. Todas estas esferas giran con movimientos uniformes, pero con velocidades distintas unas de otras. Según el Almagesto, dice Maimónides, para dar ciencia de la regularidad de los movimientos, y para que la marcha de los astros esté de acuerdo con los fenómenos observados, es necesario admitir una de estas dos hipótesis, sea un epiciclo, sea una esfera excéntrica, o incluso las dos a la vez. Pero voy a demostrarte que cada una de estas dos hipótesis está totalmente fuera de toda realidad y es totalmente contraria a lo que se ha expuesto en la Ciencia Física.

Rechaza en efecto los epiciclos y rechaza las esferas excéntricas como opuestos a los principios de Aristóteles. Pero añade otro argumento contra las esferas excéntricas; señala que las esferas sólidas, contiguas unas a otras, no podrían girar libremente alrededor de centros distintos. Las esferas exteriores arrastrarían en su movimiento a las esferas interiores. Si lo que Aristóteles dice es verdad, no existen ni epiciclos ni excéntricas y todo gira alrededor del centro de la Tierra. Pero, ¿de dónde vendrían a los planetas sus movimientos tan diversos? ¿Es posible de alguna forma que el movimiento sea perfectamente circular y uniforme, y que responda al mismo tiempo a los fenómenos observados, si no es explicándolo por alguna de las dos hipótesis, o por las dos a la vez? Tanto más admitiendo lo que Tolomeo ha dicho... los cálculos hechos según estas hipótesis no dan errores ni de un solo minuto... ¿cómo imaginar sin epiciclos la retrogradación aparente de un planeta?

Las ideas de Averroes fueron compartidas por un contemporáneo suyo, Abû Ishâq al-Bitrûÿî o Petrucci, conocido más generalmente por el nombre de Alpetragio. Nacido en Pedroche, al Norte de Córdoba.

Conocedor de las ideas de Ibn Tufayl y Averroes rechazaba el sistema de epiciclos y deferentes como opuesto a las ideas de Aristóteles, y expone un nuevo sistema, pues, decía, Allah me ha inspirado y me ha revelado el secreto de los movimientos de los mundos.

Al comentar la obra de Tolomeo dice Alpetragio: Yo no puedo imaginar esferas excéntricas con respecto al mundo que giren alrededor de sus centros particulares distintos del centro del Universo, centros que giran a su vez alrededor de otros centros; yo no puedo admitir estos epiciclos que giran alrededor de sus propios centros, mientras que, en el espesor de la misma esfera, el centro del epiciclo gira en sentido contrario de la rotación del epiciclo sobre otra esfera excéntrica. Todas estas esferas están colocadas en el interior de una misma esfera, llenan una parte, mientras el resto permanece vacío, si se supone que esta esfera total, en cuyo seno se reúnen todas las esferas parciales está formada de agua o de fuego, las diversas partes de esta esfera deberán moverse para dejar un espacio vacío a las esferas parciales, mientras que el resto de la esfera quedará lleno del flujo que la forma. Estas suposiciones engendran el error, que se manifiesta por las falsedades que se deducen y por las proposiciones contrarias a la verdad.

    Alpetragio en su sistema supone que el centro del Mundo está rodeado por los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, y éstos, a su vez, están rodeados por nueve esferas que tienen la forma de capas esféricas concéntricas con el centro del Mundo.

    Las esferas poseen un alma que las mueve. Pero desde la esfera exterior hasta el interior la perfección va decreciendo, tanto en lo que se refiere al alma como al cuerpo de las esferas y al grado de pureza del éter del que están constituidas.

    La novena esfera, que no contiene ningún astro, se mueve por sí misma y no recibe su movimiento de ningún otro cuerpo. Se mueve con un movimiento de rotación, simple y perfecto, de oriente a occidente, en un día sidéreo, alrededor de un eje cuyos polos son los polos del Universo.

    En la octava esfera están situadas las estrellas fijas y en las siete restantes esferas están situados los planetas por este orden : Saturno, Júpiter, Marte, Venus, el Sol, Mercurio y la Luna.

Pero los movimientos de estas ocho esferas no son simples y perfectos como el de la novena. Cada una de estas ocho esferas desea imitar la perfección absoluta, sigue el movimiento de la novena, pero con un retardo tanto mayor cuanto mayor es su distancia a aquélla.

Cada una de las esferas trata de salvar esta imperfección en su movimiento, y trata de conseguirlo mediante un nuevo movimiento de rotación uniforme, alrededor de un eje particular distinto para cada esfera.

Así la octava esfera, la de las estrellas fijas, tiene un movimiento de rotación de oriente a occidente alrededor del eje del Mundo, pero un poco más lento que el de la novena esfera, puesto que su alejamiento de ésta no le permite recibir en su totalidad su movimiento. La diferencia de la velocidad es tal, que al cabo de 36.000 años la octava esfera habrá perdido una rotación completa con relación a la novena. Así suprime el movimiento de occidente a oriente de la octava esfera admitido por Tolomeo para dar cuenta de la precisión por él descubierta.

Cada uno de los planetas está sobre su propia esfera, en el orden antes indicado. Pero al ir aumentado su distancia a la novena esfera, su velocidad de rotación propia va siendo cada vez menor. Así Saturno pierde un giro completo en 30 años; Júpiter lo pierde en 12 años; Marte, en 2; Venus, el Sol y Mercurio, en un año, y la Luna, en 27 días.

Pero, dada la mayor complejidad de los movimientos observados de los planetas, Alpetragio se vio obligado a complicar su sistema introduciendo nuevos movimientos. Para ello hubo de admitir que el movimiento de cada planeta es la composición de tres rotaciones uniformes y simultáneas alrededor de tres ejes distintos. En efecto, la esfera de un planeta determinado tiene el movimiento de rotación propio a que acabamos de referirnos, uniforme de oriente o occidente, alrededor de su eje propio. Este eje propio gira también con movimiento uniforme, pero de occidente a oriente alrededor del eje del círculo de los signos del Zodíaco. Y éste, por su parte, como vimos anteriormente, gira, también de una manera uniforme, de oriente a occidente, alrededor del eje del mundo. Estos movimientos son uniformes, pero el primero, el de la rotación propia de la esfera del planeta es más lento que el de este eje propio de la esfera del planeta alrededor del eje del círculo de los signos.

En el caso de Marte y Mercurio, los planetas no están en el ecuador de la respectiva esfera, sino ligeramente desplazados hacia el Sur.

Lo que no logró explicar este sistema es la variación en las distancias de los planetas a la Tierra.

    Alpetragio no intentó llevar su sistema al grado de precisión al que Tolomeo llevó el suyo, y al que no logró desplazar. Tolomeo podía predecir las posiciones de los planetas, cosa que Alpetragio no intentó siquiera, y así confiesa que la tarea emprendida excedía a sus fuerzas y que no había conseguido lograr un sistema completo que permitiera prever y calcular los fenómenos celestes con una aproximación comparable a la obtenida en el sistema de Tolomeo.

Pero la obra de Alpetragio recibió una calurosa acogida por parte de cuantos se oponían al Almagesto, en especial por los astrónomos musulmanes, cristianos y judíos de al-Ándalus, manteniendo su influencia en Italia hasta el siglo XVI.

* * *

    Los astrónomos musulmanes trataron de asimilar, primero, y mejorar, después, la astronomía griega. Para ello se ocuparon también de mejorar las observaciones modificando los instrumentos de observación, astrolabios y relojes, y con estas observaciones, cada vez más precisas, y apoyándose en la autoridad de los grandes filósofos griegos, Aristóteles en particular, modificaron el sistema del mundo ocupándose de la preparación de Tablas astronómicas que habrían de ser utilizadas en los observatorios que crearon primero en Oriente y más tarde en al-Ándalus.

Esta preocupación por la astronomía hizo posible la conservación de la ciencia griega que llegará a Europa a través de al-Ándalus, donde aprendió Europa a construir astrolabios y relojes y donde se prepararon las Tablas, primero las Toledanas y luego las Alfonsíes, que utilizó toda Europa durante varios siglos.




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