LA MUJER EN AL-ANDALUS
La presencia
árabe en toda la Península Ibérica no se resume a los siglos de dominación
directa sino que, desde que llegaron al límite de los Pirineos, los árabes
dejaron en nuestro territorio una profunda huella no sólo en el ámbito
lingüístico o artístico sino también en el social. Así pues la reconquista de
esos territorios- en un tiempo árabes- a manos de los cristianos, no borró de
un solo golpe aspectos como la religión anterior sino que existieron rescoldos
de ella incluso tras la expulsión de los últimos moriscos de la entonces recién
creada España.
La España andalusí
no era diferente de cualquier otro territorio árabe. Por ello los modelos de
familia patriarcal y poligámica -con una diferencia amplia entre los géneros-
así como situación de la mujer, podían asemejarse en gran medida a la de sus
vecinas africanas o asiáticas: las costumbres y leyes en Al- Ándalus permitían
el harén como modelo ideal de familia. En ella el hombre podía tener hasta
cuatro esposas aunque el poder económico de la familia era realmente el que
determinaba cuantas mujeres podía mantener el varón.
En algunas
familias nobles, según explica Jesús Greus, también contaban con concubinas
esclavas muchas de las cuales eran de origen cristiano convertidas al
islamismo. El número de ellas podía llegar a ser muy extenso pero sólo las que
daban un hijo varón al sultán alcanzaban el codiciado título de princesas madre
que les daba derecho a tener fortuna personal y a emanciparse al morir su
señor. Por ello en la realidad del día a día era el dinero y no la tradición la
que en la mayoría de los casos describía a la familia andalusí.
Tanto si las
estirpes eran monógamas o polígamas, una cosa compartían en común todas ellas:
la solidaridad desarrollada entre las féminas de las familias. Este hecho es
considerado como uno de los sistemas de solidaridad y ayuda mutua más
estudiados a lo largo de la Historia de las Mujeres ya que debido a la
presencia de tantas mujeres en el mismo hogar, entre ellas se desarrollaba un
apoyo y cooperación poco común en otras sociedades.
Entre las tareas
que repartían sin recelo u odio se encontraban la resolución común de los
problemas, el cuidado de los hijos propios y de los de su marido así como las
tareas del hogar o trabajos u obligaciones diarias que, por otro lado, no eran
distintas a las cristianas y como las otras, su clase social y poder económico
determinaban si debían ser ellas mismas las que las realizasen o por el
contrario podían disponer de servicio doméstico - compuesto principalmente por
esclavas- que cumpliesen con esos tediosos trabajos.
En estos hogares
tan amplios podían convivir el varón junto con su esposa- esposas- hijos y
sirvientes. En el domicilio pasaban los primeros años de vida mujeres - hasta
que se casaban pasando a formar parte de la familia de su marido con quién
además vivirían- y varones hasta que el padre los consideraba suficientemente
mayores como para educarles él mismo. Asimismo los hombres acudían a la
mezquita a recibir las nociones necesarias para su pleno desarrollo como ser
humano mientras la instrucción de ellas era recibida directamente por las
madres quienes las educaban según la clase social. Así la mujer noble se
preocupaba por la cultura y aunque podían ser minoría, hubo mujeres que sabían
leer y escribir con el fin de consultar y recitar El Corán.
Éstas pudieron a
su vez enseñar a otras niñas recibiendo así el status o reconocimiento de
maestras. Nos puede llamar la atención, pues tenemos una idea muy diferente de
lo que supusieron, que otro grupo fuertemente influido por la cultura fueran
las esclavas de los más poderosos ya que en el mundo árabe la cultura es
sinónimo de placer. Por tanto, aquellas que debían entretener y hacer menos
pesadas las veladas, habían sido instruidas en las artes y las ciencias, la
música y la poesía.
La mayor parte de
las salidas de las mujeres en la España árabe tenían un fin religioso aunque no
era muy común verlas en las mezquitas ya que la religiosidad de la mujer árabe
es más privada que la practicada por las cristianas. Al pasar tanto tiempo dentro
de los hogares, éstos contaban con amplios espacios, siendo común que las casas
tuviesen dos pisos distribuidos a partir de un patio porticado que en uno de
sus lados tenía una escalera por la que se subía al piso superior, reservado a
las mujeres. El patio era el centro de la vida familiar donde las mujeres
podían estar largo tiempo sin miedo a que alguien pudiese observarlas.
En Al-Ándalus la
mujer de las clases más altas tenía una obligación sobre las otras: cuidar su
aspecto exterior con el fin de gustar a su esposo, el único autorizado para
verla plenamente. A pesar de que eran las más privilegiadas las que cuidaban su
aspecto, todas las mujeres acudían una vez por semana- si la sobreabundancia de
las obligaciones se lo permitía- a los baños públicos en los que se repartían
tiempos y espacios distintos para hombres y mujeres. Allí, además de lavarse,
aquellas que lo podían pagar, recibían cuidados especiales como masajes con
ungüentos cremosos y olorosos así como atención al cabello- las mujeres solían
tener una cabellera larga, espesa y muy negra- y el rostro e incluso han
llegado hasta nosotros testimonios que aseguraban que ya en la España musulmana,
las mujeres se depilaban con fines estéticos.
En estos baños,
según cuentan las crónicas, podían olerse magníficos perfumen que manaban por
sus ventanas y es que es por todos conocido los excepcionales perfumes y
esencias del mundo árabe. Gracias a los maestros perfumistas, las mujeres
poseían distintos frascos que utilizaban en las diversas ocasiones de la vida
cotidiana en las que realmente disfrutaban con la fragancia de dulces e
intensos aromas.
La coquetería de
la mujer andalusí continuaba con el ropaje que solía ser de colores vivos-los
más lujosos estaban además bordados con hilos de plata y oro-, donde las telas
iban ceñidas a la cintura y la cabeza cubierta. Del mismo modo eran muy comunes
los adornos y complementos que, al igual que hoy en día, buscaban resaltar la
belleza de las mujeres. Las joyas más comunes eran los collares y brazaletes de
piedras preciosas pero también se sabe que usaban diademas o broches de oro,
plata y perlas.
(Autora del texto
del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:
Ana Molina Reguilón
Ana Molina Reguilón
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