sábado, 28 de abril de 2012

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. La mujer en al-Ándalus (II)



LA MUJER EN AL-ANDALUS


La presencia árabe en toda la Península Ibérica no se resume a los siglos de dominación directa sino que, desde que llegaron al límite de los Pirineos, los árabes dejaron en nuestro territorio una profunda huella no sólo en el ámbito lingüístico o artístico sino también en el social. Así pues la reconquista de esos territorios- en un tiempo árabes- a manos de los cristianos, no borró de un solo golpe aspectos como la religión anterior sino que existieron rescoldos de ella incluso tras la expulsión de los últimos moriscos de la entonces recién creada España.


La España andalusí no era diferente de cualquier otro territorio árabe. Por ello los modelos de familia patriarcal y poligámica -con una diferencia amplia entre los géneros- así como situación de la mujer, podían asemejarse en gran medida a la de sus vecinas africanas o asiáticas: las costumbres y leyes en Al- Ándalus permitían el harén como modelo ideal de familia. En ella el hombre podía tener hasta cuatro esposas aunque el poder económico de la familia era realmente el que determinaba cuantas mujeres podía mantener el varón.


En algunas familias nobles, según explica Jesús Greus, también contaban con concubinas esclavas muchas de las cuales eran de origen cristiano convertidas al islamismo. El número de ellas podía llegar a ser muy extenso pero sólo las que daban un hijo varón al sultán alcanzaban el codiciado título de princesas madre que les daba derecho a tener fortuna personal y a emanciparse al morir su señor. Por ello en la realidad del día a día era el dinero y no la tradición la que en la mayoría de los casos describía a la familia andalusí.


Tanto si las estirpes eran monógamas o polígamas, una cosa compartían en común todas ellas: la solidaridad desarrollada entre las féminas de las familias. Este hecho es considerado como uno de los sistemas de solidaridad y ayuda mutua más estudiados a lo largo de la Historia de las Mujeres ya que debido a la presencia de tantas mujeres en el mismo hogar, entre ellas se desarrollaba un apoyo y cooperación poco común en otras sociedades.


Entre las tareas que repartían sin recelo u odio se encontraban la resolución común de los problemas, el cuidado de los hijos propios y de los de su marido así como las tareas del hogar o trabajos u obligaciones diarias que, por otro lado, no eran distintas a las cristianas y como las otras, su clase social y poder económico determinaban si debían ser ellas mismas las que las realizasen o por el contrario podían disponer de servicio doméstico - compuesto principalmente por esclavas- que cumpliesen con esos tediosos trabajos.


En estos hogares tan amplios podían convivir el varón junto con su esposa- esposas- hijos y sirvientes. En el domicilio pasaban los primeros años de vida mujeres - hasta que se casaban pasando a formar parte de la familia de su marido con quién además vivirían- y varones hasta que el padre los consideraba suficientemente mayores como para educarles él mismo. Asimismo los hombres acudían a la mezquita a recibir las nociones necesarias para su pleno desarrollo como ser humano mientras la instrucción de ellas era recibida directamente por las madres quienes las educaban según la clase social. Así la mujer noble se preocupaba por la cultura y aunque podían ser minoría, hubo mujeres que sabían leer y escribir con el fin de consultar y recitar El Corán.





Éstas pudieron a su vez enseñar a otras niñas recibiendo así el status o reconocimiento de maestras. Nos puede llamar la atención, pues tenemos una idea muy diferente de lo que supusieron, que otro grupo fuertemente influido por la cultura fueran las esclavas de los más poderosos ya que en el mundo árabe la cultura es sinónimo de placer. Por tanto, aquellas que debían entretener y hacer menos pesadas las veladas, habían sido instruidas en las artes y las ciencias, la música y la poesía.


La mayor parte de las salidas de las mujeres en la España árabe tenían un fin religioso aunque no era muy común verlas en las mezquitas ya que la religiosidad de la mujer árabe es más privada que la practicada por las cristianas. Al pasar tanto tiempo dentro de los hogares, éstos contaban con amplios espacios, siendo común que las casas tuviesen dos pisos distribuidos a partir de un patio porticado que en uno de sus lados tenía una escalera por la que se subía al piso superior, reservado a las mujeres. El patio era el centro de la vida familiar donde las mujeres podían estar largo tiempo sin miedo a que alguien pudiese observarlas.


En Al-Ándalus la mujer de las clases más altas tenía una obligación sobre las otras: cuidar su aspecto exterior con el fin de gustar a su esposo, el único autorizado para verla plenamente. A pesar de que eran las más privilegiadas las que cuidaban su aspecto, todas las mujeres acudían una vez por semana- si la sobreabundancia de las obligaciones se lo permitía- a los baños públicos en los que se repartían tiempos y espacios distintos para hombres y mujeres. Allí, además de lavarse, aquellas que lo podían pagar, recibían cuidados especiales como masajes con ungüentos cremosos y olorosos así como atención al cabello- las mujeres solían tener una cabellera larga, espesa y muy negra- y el rostro e incluso han llegado hasta nosotros testimonios que aseguraban que ya en la España musulmana, las mujeres se depilaban con fines estéticos.


En estos baños, según cuentan las crónicas, podían olerse magníficos perfumen que manaban por sus ventanas y es que es por todos conocido los excepcionales perfumes y esencias del mundo árabe. Gracias a los maestros perfumistas, las mujeres poseían distintos frascos que utilizaban en las diversas ocasiones de la vida cotidiana en las que realmente disfrutaban con la fragancia de dulces e intensos aromas.


La coquetería de la mujer andalusí continuaba con el ropaje que solía ser de colores vivos-los más lujosos estaban además bordados con hilos de plata y oro-, donde las telas iban ceñidas a la cintura y la cabeza cubierta. Del mismo modo eran muy comunes los adornos y complementos que, al igual que hoy en día, buscaban resaltar la belleza de las mujeres. Las joyas más comunes eran los collares y brazaletes de piedras preciosas pero también se sabe que usaban diademas o broches de oro, plata y perlas.




(Autora del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:
Ana Molina Reguilón



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