LINAJES ÁRABES EN AL-ANDALUS
Según la Yamhara de Ibn Hazm
Los historiadores árabes han dedicado mucha atención
a las ciencias genealógicas. Con éstas han satisfecho la necesidad de
esclarecer la ascendencia de las numerosas tribus que, desde los tiempos más
remotos, aparecen establecidas en la Península arábiga.
Para ello; los genealogistas levantaron dos grandes
ramas de ascendencia hasta alcanzar al patriarca Sem, el antepasado
común: una de ellas se remonta por la línea de 'Adnán (descendiente de
Ismael hijo de Abraham), y los miembros que la integran reciben, genéricamente,
el denominativo de ‘adnánies, y también, como algunos historiadores los
llaman, el de «árabes del norte»; la otra rama asciende por su lado hasta Qahtán
(a quien muchos comentaristas identifican con Yoqtán, hijo de `Eber), y sus
miembros reciben el nombre de qahtánies, y, comúnmente también, el de yarhamíes,
en razón a haber sido el Yemen la habitación originaria de sus tribus. Por esta
última causa se les llama también «árabes del sur», aunque en las épocas
históricas aparecen muchos de ellos nomadeando y aun afincados en el centro y
en el norte de Arabia.
Probablemente, en opinión de autorizados
investigadores, el establecimiento o invención de esas dos líneas separadas de
ascendencia, responde a la feroz hostilidad que se manifestaron mutuamente los
miembros de una y otra, y que los mantuvo en pugna siempre, desde los más
oscuros tiempos anteislámicos.
Dentro de la organización tribal, peculiar de estas
razas, la agrupación de mayor alcance estaba constituida por la qabila,
voz que responde al concepto de tribu en su significación más amplia; esta
qabila, a través de las generaciones, podía dividirse en fracciones, las cuales,
a su vez, tornaban a dividirse en subfracciones, y así sucesivamente,
constituyendo agrupaciones de límites cada vez más estrechos que, en orden de
mayor a menor, después de la qabila, eran: la 'amara, el batn, el fajd, la
'ashîra y la fasîla. Cada una de estas tribus, subtribus, fracciones y
subfracciones, tomaba el nombre de su fundador que solía ser siempre un
personaje célebre por su valor o cualquier otra circunstancia, aunque también
las hubo que recibieron su nombre de algunas mujeres que se hicieron notar por
su acusada personalidad. Y todos estos epónimos, engarzados en las líneas de
generación, vienen a constituir aquellas dos grandes ramas de linajes que,
debidamente comentadas con prolijas noticias legendarias a históricas, nos
suministran los libros de ansâb o genealogías, compuestos por los
escritores musulmanes.
Una de las obras mejor logradas y de mayor resonancia
en este género, fue el Kitâb al-ansâb de Hishâm b. al-Kalbi (m. 819).
Aprovechando los materiales allegados por su padre Muhammad, este historiador
consiguió un libro completísimo que vino a constituir después una valiosa
fuente donde acudieron a informarse la mayor parte de los genealogistas
generales del mundo musulmán.
En al-Andalus, esta disciplina fue cultivada por
algunos eruditos desde muy temprano. Entre los más antiguos, anteriores a Ibn
Hazm de Córdoba, cítense los dos siguientes, que son, por lo demás, bien
conocidos: `Abd al-Malik b. Habib (m. 853), el historiador más antiguo de
al-Andalus, que fue autor de una Genealogía e historia de los Quraishíes, en 15
partes o tomos, y de otra obra sobre Genealogías, leyes y estudios de los
árabes, en 25 partes. Qâsim b. Asbag, de Baena (m. 951), ilustre maestro en
Córdoba, que compuso un Kitâb al-ansâb, del cual dice alguno de sus biógrafos
que era un libro «hermoso, completo y sucinto».
Por otra parte, el conocimiento de las genealogías
musulmanas debió ser considerado, sin duda, como indispensable para la
formación de los hombres de letras andaluces, por cuanto Ibn `Abd Rabbihi (m.
940), en su `Iqd al- farîd, consagró un capítulo entero a la materia, al
que tituló Kitâb al-yatima fi nasab wa- fadâ'il al-'arab (Libro de la
perla Única, que trata de la genealogía y de las virtudes de los árabes).
Todas estas obras versaban sobre la genealogía
general de los árabes, tanto de los anteislámicos como de los vástagos más
destacados que vieron la luz después del Islam en las comarcas de Oriente. Para
componerlas, los andalusíes tuvieron que acudir forzosamente a las fuentes
orientales que ofrecían ya el trabajo hecho. Esto podemos comprobarlo en la
única de las obras antes citadas que han llegado hasta nosotros, es decir, en
el `Iqd al-farîd, donde vemos cómo Ibn `Abd Rabbihi va copiando los relatos de
Ibn al-Kalbi, de Abú `Ubayda, etc.
Pero aún quedaba un vacío que no podían llenar los
escritores de Oriente. Los “supuestos descendientes” de los árabes que se
asentaron en al-Andalus conservaron y ostentaron con orgullo siempre - hasta
los últimos tiempos del reino de Granada - sus apellidos patronímicos, su nisba,
que revelaba su filiación tribal. En el campo de la genealogía, los
historiadores andaluces tenían, pues, que recoger y coordinar los linajes de
los herederos de aquellos presuntos primitivos «inmigrados» árabes para
ligarlos con sus nobles antepasados, sobre todo con los que más habían sonado
en los fastos antiguos de la Península arábiga.
Esta labor comenzó a llevarse a cabo en al-Andalus
también bastante pronto. Antes de Ibn Hazm se compusieron por lo menos dos
libros: uno de Ahmad al-Râzî (m. d. de 936) titulado: Kitâb fî ansâb
mashâbîr ahl al Andalus (Libro sobre las genealogías de los más ilustres
hombres de al-Andalus), y otro anónimo, titulado Kitâb al-tawâli' (Libro
de los astros que surgen), también sobre las genealogías de los andaluces. Del
libro de al-Râzî, dice el propio Ibn Hazm en su Risâla Apologética: «es una de
las mejores y más extensas obras que existen sobre genealogías».
Con todos estos antecedentes, para él bien conocidos,
el gran lbn Hazm de Córdoba compuso su ÿamharat ansâb al'arab. Es ésta
una obra de genealogía general en la que su ilustre autor establece por extenso
y con toda precisión y rigor, las cadenas de generaciones que se fueron
sucediendo en el seno de cada una de las tribus que poblaron Arabia, facilitando
al mismo tiempo datos copiosos sobre los hechos y las personalidades que con
mayor vigor sobresalieron tanto en los bárbaros episodios de los «Días de los
árabes», como en los tiempos heroicos en los que el Islam naciente pugnaba por
consolidarse. Y aun sin detenerse aquí, sigue Ibn Hazm hablando de épocas
posteriores al Islam, de los descendientes de ‘Ali, de los Omeyas, de los
‘Abbâsîes. Añádase a esto los cuadros genealógicos que traza (en menor escala,
claro está) referentes a algunos otros pueblos no árabes, y se tendrá una idea
general de lo que significa la obra del laborioso escritor cordobés.
Pero dentro de ella, y penetrando en más
particularizados pormenores, lo que mayor importancia tiene para nosotros son
las numerosas alusiones a al-Andalus, a sus gentes y geografía, que el autor
trae. Así, al hablar de los descendientes, de ‘A1i, enumera los más notables de
ellos que pasaron a al-Andalus o alcanzaron señorío en ella; al tratar de los
‘Abbâsîes, puntualiza los individuos de este linaje -escasísimos- que llegaron
hasta al-Andalus; en el turno de los Omeyas, menciona íntegramente a todos los
miembros de esta familia que hipotéticamente vieron la luz en la Península
Ibérica, hasta la caída de la dinastía, sin olvidar a los principales de sus
parientes que aquí se acogieron tras la terrible persecución de los ‘Abbâsîes
en Oriente; cuando pasa revista a cada una de las tribus árabes, casi nunca
deja de informarnos sobre los principales núcleos de población o asentamientos
que cada una de ellas tuvo en al-Andalus, destacando los personajes que más se
distinguieron en las armas, las ciencias y las letras, o suministrándonos a
veces datos completos sobre linajes enteros de ciertas familias poderosas,
tales como la de Almanzor, la de los Banû Haÿÿâÿ y Banû Jaldûn de Sevilla, y la
de los Tuÿîbîes de Zaragoza.
No para aquí el interés que esta obra tiene para la
historia de al-Andalus, porque, además, lleva como remate una serie de
apéndices en los que se nos brindan los cuadros genealógicos de otros pueblos,
tales como los beréberes, cuyas tribus se enumeran precisando sus afincamientos
en las tierras de al-Andalus. Y saca a relucir, por fin, algunas familias
notables de origen andalusí, como la aragonesa de los Banû Qasî,
proporcionándonos con ellas datos inestimables que han venido a dar alguna luz
a oscuros problemas de la historia.
El profesor Lévi-Provençal, infatigable investigador
de la historia y la cultura musulmana de al-Andalus, publicó el texto árabe de
la ÿamhara. Al frente de su edición, señala la capital importancia de las
indicaciones precisas que se nos dan sobre los asentamientos de las pretendidas
“tribus árabes” representadas en al-Andalus, que «esclarecen, a pesar de su
brevedad, muchos problemas planteados por los cronistas o los geógrafos sobre
el repartimiento en al-Andalus de la minoría étnica que reivindicaba una pura
ascendencia árabe, en los primeros siglos del Islam en al-Andalus».
Efectivamente, el conocimiento exacto de la situación de estas minorías
étnicas, contribuirá, sin duda, a explicar algunas reacciones poco claras de
aquellos oscuros tiempos, muchas fricciones, marchas y contramarchas acarreadas
por la amistad o enemistad que determinaba la filiación tribal de los
habitantes de cada región.
También en el campo lingüístico podrá sacarse
provecho de los informes facilitados por la ÿamhara. Hasta ahora el lenguaje
árabe andalusí es poco y mal conocido a causa de los escasos materiales que
poseemos para su estudio. Es necesario poner a contribución todas las piezas, por
mínimas que sean, que nos ayuden a comprenderlo.
Teniendo en cuenta que las hablas de las tribus del
desierto arábigo se diferenciaban entre sí con modalidades dialectales propias,
cabe preguntar si los hombres que hipotéticamente en un principio invadieron la
Península Ibérica, y los que entraron después en una segunda oleada integrando
las fuerzas divisionarias de Balÿ, no traerían consigo sus modos peculiares de
hablar, los acentos y articulaciones características de las tribus a que cada
uno pertenecía. Y si las trajeron, cuando ya después quedaron repartidos en
núcleos más o menos numerosos por toda la geografía de peninsular, ¿no
influirían, cada uno en su comarca, en la evolución de los dialectos que, sin
duda alguna, existieron en el árabe andaluz?
En muchos arabismos y topónimos conservados hasta
hoy, se reflejan diferencias de articulación para una misma consonante árabe;
otras veces, una voz toponímica, empleada en varias regiones de al-Andalus, ha
llegado a nosotros con vocalización distinta en cada una de ellas. Sospechamos
que estos y otros muchos problemas quedarían explicados si supiéramos con
certeza qué “tribu árabe” se había afincado en cada uno de esos lugares, y de
rechazo nos vendrían a revelar los fenómenos fonéticos que caracterizaron a los
dialectos en ellos hablados. Como se ve, pues, los informes de la ÿamhara son,
a todos los respectos, de un interés patente.
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