MUJERES EN LA ESPAÑA ARABE MEDIEVAL
La
mujer de al-Andalus ha suscitado el interés investigador desde finales del
siglo XIX, y sobre todo durante las últimas décadas del XX. Más consideración
le prestaron al tema los autores medievales al dedicar algunos apartados de sus
obras a las mujeres poetisas o a recoger biografías de otras que demostraron
tener algún talento literario o educativo. Más abundantes, sin embargo, son las
referencias que aluden a mujeres de al-Andalus que se dedicaron a la
jurisprudencia o que alcanzaron un cierto renombre como mujeres del derecho.
En
Sevilla dos mujeres son mencionadas por Ibn Baskuwal por su condición
de.jurisconsultos (fuqaha', sing. faqih). Otras mujeres ejercían, según Ibn
Sahl, el oficio de notaría (muwattiqat) en Córdoba. Algunos indicios revelan la
calidad como testigos judiciales (`udun otorgada por el tribunal a algunas
mujeres. Se trata de una tradición arraigada en la historia social del Islam
medieval, tanto en Oriente como en Occidente. Para poner algún ejemplo, baste
recordar el nombramiento por el califa `Umar b. al-Jattab de una mujer, al-Sifa
al-'adawiya, en el cargo de administradora de los zocos (muhtasiba) de Medina,
la primera capital del Islam. Más tarde, la poderosa juez Taml al-qahramana
presidía juicios públicos en el alto tribunal de al-madalim en presencia de
célebres jurisconsultos y sabios del derecho.
Más
conocida es la afiliación de mujeres piadosas al ascetismo (al-zuhd), al
misticismo (al-tasawwuf) o su entrega a la vida retirada (al julwa) y a la
meditación espiritual. Las ascetas de Córdoba disponían de una residencia
denominada dar sukna al-nisa' o salihat alnisa', según el testimonio aportado
por Ibn Sahl. Se dedicaban al culto, a la veneración divina y a las obras
piadosas, renunciando a los placeres de la vida. Por ello, cuando una de estas
ascetas optaba por contraer matrimonio, la anomalía del acto desencadenaba una
amplia polémica entre los jurisconsultos.
Señalemos
que la mencionada institución disponía de sus propios legados píos que
generaban rentas destinadas a su funcionamiento. El ascetismo femenino alcanzó
su máximo grado de popularidad en la Córdoba taifal gracias a la devoción y a
la espiritualidad de una humilde mujer de la `amma. El decano de los
historiadores de al-Andalus, Ibn Hayyan, quedó asombrado por la majestuosa
ceremonia funeraria que se celebró a su muerte, a la cual acudió el emir de
Córdoba junto con los máximos dignatarios del Estado. Por veneración a la
fallecida mandaron construir una majestuosa cúpula sobre su tumba para
convertirla en santuario.
Asimismo,
numerosas mujeres se interesaron por las ciencias naturales o ejercieron como
médicos. En este caso las fuentes nos aportan noticias sobre personas
concretas, aunque de manera parcial. Fue Ibn Hazm, el sabio de su época más
abierto al mundo femenino, quien reflejó con nitidez la plena incorporación de
la mujer al campo científico, artístico y de las letras. Según sus palabras,
las mujeres en al-Andalus ejercían como doctas ('alimat), sabias (hakimat),
conocedoras de la lógica (mantiqiyat), filósofas (fálsafiyat), arquitectas
(handasiyat), musicólogas (musigawiyat), técnicas de astrolabio
(astrolabiyat), instruidas en nivelación y geometría (mu'addilat), astrólogas
(nuyumiyat), ilustradas en la métrica ( `arudiyat), en la literatura (adabi
yat) y en la caligrafía (jattatiyat).
Al
igual que la actitud mantenida por la élite hacia el desapego de los autores
medievales en lo que se refiere a las humildes mujeres de la `amma. Sin
embargo, no nos faltan noticias acerca de la plena participación de la mujer de
condición humilde en la actividad laboral, en la lucha diaria para ganarse la
vida. En el medio rural, la mujer participaba en la siembra, el cuidado de los
plantíos, la siega y limpieza de algunas plantas como la de lino, según algunas
referencias geopónicas. Contribuía también en la recolección de legumbres,
verduras y frutas, y en otros trabajos del campo. La preparación de la lana, el
trabajo del lino y la hilatura figuraban también como tareas domésticas
encargadas a la mujer, según los dictámenes jurídicos. Asimismo, se ocupaba de
la venta de algunos productos agrícolas y ganaderos en los mercados semanales y
en el zoco de la ciudad.
En
el medio urbano las mujeres ejercían como pregoneras en subastas y en la venta
de artículos, sobre todo en productos de tejidos e hilaturas. Ibn Bassam nos
aporta algunos datos sobre mujeres que instalaron tiendas para la venta de
especias y otras que se asentaron como vendedoras con la balanza en la mano
para pesar la mercancía. Se ocupaban también de la molienda del trigo mediante
molinos manuales y de lavar la ropa (al-gassalat) en los lugares destinado a
ello. Recordemos que la propia favorita de al-Mu'tamid, la reina I`timad
al-Rumayqiya, ejerció en su juventud el oficio de al-gassala (lavandera). Ibn
Hazm destaca otros oficios de mujer en el medio urbano: peluqueras (hayyama),
artesanas de la seda (sarraga), peinadoras (masita), plañideras (na'iha),
cantoras (muganniya), videntes (kahina), educadoras (mu `allima), artesanas en
las hilanderías y otros trabajos similares.
Por
otra parte, las mujeres disponían de zocos propios, como era el caso del
denominado muytama' al-nisa', lugar de reunión de las mujeres ubicado en bab
al- `attarin (puerta de los perfumistas), en Córdoba. Tanto en Oriente como en
Occidente, la consideración del trabajo de la mujer como medio de emancipación
social fue más de una vez señalado por parte de los jurisconsultos de la época.
El filósofo Ibn Sina afirmó que si la mujer permanece sin ocupación ni
preocupación no pensará más que en provocar a los hombres y exponerles sus
encantos. La misma idea fue expresada por el sabio cordobés Ibn Hazrn al decir
que la mujer, al quedar sin trabajo ni tener preocupación, se dedicará a los
hombres y deseará el sexo.
Se
observa la condición privilegiada de la mujer a través del derecho musulmán
redactado por los dictámenes jurídicos de la escuela malikí vigente en
al-Andalus. Una vez llegada a la edad adulta y con plenas facultades, se le
adjudicaba a la mujer el derecho sobre sus bienes inmobiliarios con total
autonomía para gestionar sus negocios, transacciones y actividades económicas,
sin estar obligada a ninguna tutoría paternal, fraternal o conyugal. Y en el
caso de suscribir algún tipo de asociación de bienes con el cónyuge, resultaba
habitual recurrir al notario para cerrar el trato con toda la precisión que el
caso requiriera.
Disponemos
de una abundante literatura jurídica acerca de las mujeres que suscribieron
préstamos a plazo a favor de sus maridos. Otras mujeres optaron por invertir en
proyectos inmobiliarios conjuntos, a medias con el cónyuge. Fue durante esta
época cuando se autorizó la testificación jurídica (sahsdat al-niss') de forma
masiva a las mujeres. Parece que en ningún otro sitio, incluso en las
sociedades liberales del siglo XIX, las mujeres accedieron a los derechos
conseguidos en al-Andalus califal y de taifas. En Sevilla las mujeres llegaron
a disponer de una administración jurídica propia especializada en el derecho de
la mujer llamada ahkam al-nisa' bi Ishbiliya. Y en Córdoba se desencadenó por
primera vez en la historia del Islam una polémica sin precedente sobre mujeres
adivinas (nubuwat al- al-nisa'), de la cual Ibn Hazm fue testigo.
Para
consolidar la posición activa de la mujer dentro de la institución familiar, era
costumbre entre los andalusíes otorgar a la novia regalos en forma de
propiedades inmobiliarias, locales comerciales o centros artesanales mediante
contratos jurídicos denominados alsiyaqa. A continuación, el padre de la novia
debía ofrecer a la recién casada los regalos matrimoniales del ajuar
(al-swvar). La tradición consistía en mantener un cierto equilibrio entre lo
ofrecido por el futuro marido y por el padre de la novia en cuanto al valor
material de sus respectivas ofrendas.
Los
contratos matrimoniales no se firmaban según un modelo uniforme para toda la
gente, como sucede en las actuales sociedades musulmanas, sino que se ajustaban
tras llegar a un acuerdo sobre las cláusulas por ambas partes contratantes. Se
trataba más bien de un acuerdo de carácter civil, cuyas condiciones debían ser
respetadas durante toda la vida matrimonial bajo el control del juez.
Numerosos
son los casos de mujeres que lograron repudiar a la segunda esposa con la que
su marido había contraído matrimonio sin solicitar su opinión, simplemente
porque habían previsto en su propio contrato matrimonial conservar dicha
facultad. Tampoco carecemos de datos sobre mujeres que consiguieron repudiarse
contra la voluntad de su esposo por haber incluido dicha cláusula como condición
en su acta matrimonial.
Señalemos
que la virginidad no figuraba normalmente como cláusula necesaria en las actas
matrimoniales. Más importancia tenía el estado jurídico de la mujer dispuesta a
contraer matrimonio, como era ser soltera (bikr), divorciada o viuda. Se
menciona la virginidad (al`udra) como condición solamente en el caso de que
fuera solicitada por el marido y acordada por el matrimonio. Es cierto que los
notarios solían distinguir en la redacción de las actas la mujer soltera
(bikr) de la señora que había perdido su virginidad por un matrimonio anterior
(thayyeb). Sin embargo, sólo la gente ignorante de la `amma confundía a la
joven soltera que nunca había tenido marido (bikr) con la mujer que había
conservado voluntariamente su virginidad ('adra'). Se trataba más bien de una
discordancia conceptual del término virginidad, que aunque contenía un valor
ético y social, no tenía ningún efecto legal. En numerosos casos los padres y
tutores acudieron al notario para hacer constar en acta la pérdida natural o
accidental de la virginidad de sus hijas preparadas para contraer matrimonio
como solteras, tal como se recoge en el formulario notarial del algecireño
al-Yaziri.
Produce
estupor la interpretación negativa que se ha venido dando en Europa de la
condición de la mujer en al-Andalus. Basta echar un breve vistazo sobre la
situación de la mujer en las sociedades de Europa, incluso en los reinos
cristianos del norte peninsular durante los siglos X y XI, para advertir que se
trata más bien de una postura demagógica sin fundamento.
La
mencionada interpretación, tan anacrónica como confusa, se empeñó en investigar
el origen del adelanto social en al-Andalus a través de una lectura en los
logros conseguidos por las sociedades europeas modernas, gracias a los
fundamentos de la revolución francesa e industrial. Y para consolidar los
resultados de esta desafortunada metodología, los mencionados ensayos se
centraron en la existencia de algunos versículos del Corán y de la tradición
atribuida al profeta, a través de las más oscuras interpretaciones teóricas
realizadas por jurisconsultos tardíos de escasa credibilidad científica. Pocos
son los trabajos de investigación sobre la historia concreta de la mujer en
al-Andalus o en otros territorios de la Dar al-silm.
Las
mujeres de la `amma gozaban, como los hombres, de libre acceso a los mercados,
zocos, plazas y vías públicas sin prohibición alguna. Se reunían en los zocos
de las telas y las hilanderías, en las orillas del río. Además, podían acceder
a los baños públicos en unas horas determinadas. Tanto en Córdoba como en
Sevilla, las mujeres participaban en la celebración de las fiestas y festivales
y acudían a las explanadas, jardines y oratorios para disfrutar de los mejores
momentos de ocio. En una noticia dada por Abu-l-Walid al-Tartusi, éste señalaba
que en Córdoba los hombres salían en grupos con las mujeres para pasear. Y en
Sevilla, las mujeres se reunían al borde del río para lavar la ropa y conversar
en prosa, recitar poemas y contar chistes en compañía de los hombres. Mujeres y
hombres paseaban con frecuencia en la pradera de la plata, en el jardín de la
novia y en el recreo de Alfunt, junto a la gran alberca.
Sólo
las mujeres de las capas más altas de la sociedad no salían de casa. No se
trataba de una cuestión religiosa, sino de tradición, según nos aclara el sabio
erudito y jurisconsulto de la escuela malikí Ibn Rushd. Cuanto más categoría
social tenían, más espeso era el velo con que se ocultaban al resto de la
sociedad, a juzgar por una serie de datos textuales que hemos logrado
recuperar. Sin embargo, la costumbre consistía en romper con esta tradición
durante los días festivos, y sobre todo cuando se celebraban las fiestas
mayores. Ni una mujer velada quedaba en aquellos días o noches en clausura
dentro de sus casas o palacetes, según las referencias de al-Dabbi y de Ibn
Jaqan.
Es
cierto que una buena parte de las mujeres se inclinaba por ocultarse, por
demostrar modestia, pudor y solemnidad. No obstante, la gran mayoría optó por
mostrar su rostro, exponer su gallardía y dar publicidad a sus encantos. Se
mostraban más bien moderadas en su forma de vestir y en su expresión corporal,
tanto como en su forma de hablar. Era el comportamiento femenino denominado por
la `amma como carácter al-mutamandil.
Era
costumbre de aquellas mujeres presentarse en las reuniones maquilladas,
adornadas y perfumadas. Las peluqueras no escatimaban ningún esfuerzo en
embellecer a sus clientes, peinándolas con los mejores moños. Para sacar
partido a su belleza, las mujeres se aplicaban exquisitos perfumes (al-`itr),
fragancias (asnan), agua de rosas (ma'al-ward) y agua de azahar (ma'zhar). Se
depilaban las cejas y las piernas y se pintaban tatuajes con una serie de
utensilios como al-minsas, al-mintaj y al-minqas.
La
estética rural optaba más bien por los productos naturales: el khol, para
embellecer los ojos, la henna, para las manos y los pies, y al-siwak para la
dentadura. Para pintar sus labios, las mujeres empleaban las cáscaras del
almendro, y sobre todo la planta de al-zu`ayfira', que daba un hermoso color
amarillento parecido al azafrán diluido. Las más atrevidas se pintaban con un
tipo de carmín de labios de color rojo muy fuerte. Por otra parte, el autor del
calendario de Córdoba (yawmiyat Qurtuba) nos aporta algunas noticias sobre el medicamento
que se usaba para estrechar la vagina y mejorar la relación sexual. Cabría
señalar que la estética figuraba como especialidad médica, cuyos logros
reflejan el grado de interés que los andalusíes prestaron a la belleza.
"Tomado
de Ahmed Tahiri, "La mujer, la estética y la vida afectiva".
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