MOZÁRABES,
LOS CRISTIANOS DEL ISLAM
En el siglo X, muchos
cristianos arabizados procedentes de al-Andalus llegaron a la España cristiana.
Influidos por la brillante cultura árabe, vivían, vestían y hablaban como los
musulmanes.
En el siglo X, en los pueblos y ciudades de la España
cristiana había muchas gentes que hablaban, vestían y se llamaban como los
árabes. Pero no eran musulmanes, sino cristianos «arabizados» llegados de
al-Andalus. «Mozárabes», «muzárabes», «almosárabes», «mixtiárabes»... Con todos
estos nombres se conocía en la Edad Media a los habitantes de la península
Ibérica que, siendo cristianos, residían o habían residido en al-Andalus. El
término procedía del vocablo árabe musta’riba, utilizado por los
musulmanes para referirse a las comunidades no musulmanas que adoptaban la
cultura árabe. Un «mozárabe» era, por tanto, un cristiano «arabizado».
Descendía de aquellos hispanos que no huyeron al norte ni se resistieron tras
la repentina invasión musulmana del año 711 y aceptaron la imposición de un
nuevo orden social, político, económico y militar. Siguiendo los preceptos del
Corán, que no admite la coacción en la religión, los musulmanes respetaron a
cristianos y judíos que vivían bajo su dominio. Les llamaban «gentes del libro»
(ahl al-kitab) y les permitían practicar su religión a condición de que
no hiciesen proselitismo. La coexistencia de credos se basó en un pacto: los no
musulmanes tenían libertad de culto y derecho a organizarse municipal y
jurídicamente, pero a cambio debían someterse a la autoridad militar y civil
islámica y pagar un impuesto especial, la jizya. Los nasara,
cristianos practicantes, pervivieron así en el territorio de al-Andalus. Su
propia existencia constituía un tipo de resistencia; pero paulatinamente fueron
adaptándose a la cultura que les rodeaba y tomando algunas de sus costumbres.
Muchos dejaron de comer carne de cerdo, algunos se circuncidaron y la mayoría
aprendió árabe. La influencia fue haciéndose notar en las comidas, las fiestas,
los vestidos, la arquitectura... Al mismo tiempo, el aislamiento les llevó a
preservar tradiciones que los cristianos del norte de la Península iban
perdiendo. Se creó, así, una cultura propia de unas comunidades muy concretas,
las llamadas «mozarabías». La mayor parte de éstas se encontraban en zonas
rurales, pero las de más peso estaban en urbes como Córdoba, Mérida, Sevilla,
Granada, Toledo o Zaragoza. En esos lugares, la población anterior a la
ocupación islámica, formada por hispanorromanos, visigodos y judíos, se integró
con mayor facilidad en la cultura de los conquistadores. Pronto empezaron a
multiplicarse los «muladíes»: eran conversos al Islam o descendientes de
matrimonios mixtos que pasaban obligatoriamente a ser musulmanes. A causa de
ello, el porcentaje de la población cristiana fue decreciendo. La medicina, por
ejemplo, era estudiada a partir de escritos latinos y practicada sobre todo por
cristianos, judíos y muladíes. Éstas tres comunidades constituían también la
mayoría de los astrólogos y de los farmacéuticos. La convivencia pasó, sin
embargo, por momentos de tensión, especialmente a partir de la segunda mitad
del siglo IX. Muchos cristianos emigraron de al-Andalus para participar en el
proceso repoblador de la Meseta norte que, impulsado por los reyes leoneses, se
llevó a cabo en los siglos X y XI. Los cristianos que habían vivido en
al-Andalus llevaron consigo a la Meseta algunos de los rasgos del mestizaje
cultural del que procedían. El avance de la Reconquista cristiana no terminó
con el fenómeno mozárabe. Al contrario, éste ganó un peso aún mayor. Especial
importancia tuvo la conquista de Toledo por Alfonso VI, en 1085. A diferencia de lo
que ocurriría más tarde en la conquista de las grandes urbes andaluzas, en
Toledo no hubo un desalojo de los musulmanes para dar paso a los cristianos,
sino que la mayor parte de la población, de origen hispanocristiano, permaneció
en la ciudad. Quizá por ello, la élite mozárabe mantuvo el control del gobierno
local. A Toledo emigraron en el siglo XII cristianos y judíos andalusíes, que
huían de la llegada de los almohades, dinastía de origen bereber que rompió con
la tradición de relativa tolerancia que había imperado hasta entonces en
al-Andalus. Durante bastante tiempo, el árabe se siguió hablando y escribiendo
en Toledo. En el siglo XIV, este fenómeno ya agonizaba. El castellano se había
impuesto como lengua escrita y hablada, y los nombres de los toledanos, y de
sus antepasados, volvían a ser latinos.
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