LA ESCUELA DE TRADUCTORES DE TOLEDO
(estas
entregas tienen como objetivo dar a conocer lo que celebramos en el próximo
Encuentro en la Judería de Toledo, los días 15, 16 y 17 de junio, una verdadera Fiesta de las
Estrellas)
Entre
los siglos Xi y XIII, Toledo se convierte en un gran centro cultural en el que
participan activamente los judíos. Sin duda cuando Alfonso VI conquistó la
ciudad en 1085 debió hallar en ella importantes bibliotecas que justifican la
aparición, medio siglo más tarde, de la corriente de traducciones toledanas.
La
impresionante colección de documentos árabes escritos por mozárabes toledanos o
las obras en judeo-árabe elaboradas por los judíos de Toledo durante esos
siglos parecen una prueba decisiva de que al menos en el terreno de las
lenguas, continuaron los viejos hábitos en la vida diaria sin rupturas
sustanciales. El ambiente lingüístico de la ciudad ofrecía una variedad curiosa
y atrayente, en la que el bilingüismo y aún el trilingüismo estaban a la orden
del día.
En
Toledo era posible encontrar expertos en todas las ciencias, una abundante
colección de manuscritos de filosofía y ciencias, los intérpretes más adecuados
para poder entender su contenido, y hasta la ocasión de aprender el árabe para
ser capaz de acceder de manera directa a la ciencia oriental.
Así,
del siglo XI al XIV, junto al ambiente cotidiano de la vida bulliciosa, propia
de mercaderes y guerreros, artesanos y labradores, en Toledo late otro mundo.
Un mundo formado por hombres estudiosos, sabios que viven y trabajan en la
ciudad. Ya el rey al-Mamún había conseguido atraer a su corte a los científicos
más prestigiosos de su tiempo, que en Toledo crearon su escuela y dejaron seguidores:
matemáticos, astrónomos y astrólogos, médicos y botánicos.
Tras
el paréntesis de las guerras volvieron a poblarse las bibliotecas y los salones
de estudio, ahora con el añadido de gentes de toda Europa, que en Toledo
encuentran un florecimiento de la filosofía, las ciencias, las artes y las
letras como en pocos lugares.
Fruto
de esta concentración será un plan de difusión de la cultura, dirigido en su
primera etapa por el arzobispo don Raimundo (1124-1152), que se conocerá en
todo Occidente como la Escuela de Traductores de Toledo.
La
Escuela de Traductores de Toledo es un movimiento, no un espacio físico; en el
que sabios de la ciencia, la filosofía o la poesía, que además eran buenos
conocedores del árabe, se lanzan a traducir las obras de la sabiduría helena y
oriental escritas en árabe.
Se
registra una rara unanimidad de la crítica para negar la existencia de ningún
soporte institucional como tal “escuela”. A su vez, es innegable que el trabajo
de los traductores hubo de contar al menos con una neutralidad benévola por
parte de la jerarquía, pues habría sido imposible en presencia de la menor
hostilidad o condena por parte de una cabeza mitrada.
Sus
aportaciones a la modernización de la ciencia y el conocimiento en Europa son
importantísimas. Baste con recordar, como muestra de tal aportación, que es la
Escuela de Traductores de Toledo la responsable de introducir en Europa los
guarismos (los números árabes), que tanto simplificaron el cálculo gracias
sobretodo a la genial invención del cero.
Además, como decía Ahmad ibn Yusuf en su carta Sobre la Relación y la Proporción, “es preciso que un buen traductor posea, más de un excelente conocimiento de la lengua que traduce y de aquella en que se expresa, también el saber de la disciplina contenida”. Los traductores eran maestros en filosofía, poesía, teología, medicina, botánica, matemáticas, astronomía…
En
primer lugar en la muy conocida Escuela de Traductores de Toledo. Es cierto que
la Escuela de traductores se nutría de maestros de las tres culturas, pero eran
los maestros judíos los que dominaban las tres lenguas: el hebreo en el que
oraban, el árabe con el que habían convivido los siglos anteriores y que
seguían utilizando para comerciar con Al Andalus y el romance de los nuevos
dominadores. En tiempos de Alfonso X, casi la mitad de los traductores eran
judíos, pero intervinieron en tres de cada cuatro traducciones.
Además, como decía Ahmad ibn Yusuf en su carta Sobre la Relación y la Proporción, “es preciso que un buen traductor posea, más de un excelente conocimiento de la lengua que traduce y de aquella en que se expresa, también el saber de la disciplina contenida”. Los traductores eran maestros en filosofía, poesía, teología, medicina, botánica, matemáticas, astronomía…
Pero
el motor de la ciencia renacentista fue sin lugar a dudas La Astronomía, una
ciencia que se transformó en otro pilar importante en los inicios de la
modernidad. Ella contribuye decisivamente a acabar con los sistemas filosóficos
medievales, aportando una nueva imagen del universo, heliocéntrica y
mecanicista.
Y
fueron dos judíos Yehudá ben Moisés e Isaac ben Sayid quienes redactaron las
Tablas Alfonsíes, obra fundamental que dio lugar a la astronomía occidental
moderna.
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