LA IDENTIDAD ANDALUSÍ
ولاغالبةالاالله
(wa la galiba illa allah). Divisa de la dinastía Nasrí de Garnata.
“En er fondo de un aljibe me encontré,
La tristesa que matara al rey Boaddil,
Y a la sombra de un armendro la dejé,
Por los montes de Guajar-Faragüit.
Por ver si cuando er tiempo de la mié,
La luz der pensamiento diera fló,
Y er pueblo recobrara su coló,
Verde y blanco origen berebé.
Ay niño der campo, ehpiguitah tiennah, echara corré
Desihle a la tierra, quer pobre la ehpera al amanesé,
Al amanesée, lamanesée, la tierra al amanesé.
Al amanesée, lamanesée, la tierra al amanesé.”
Carlos
Cano. Crónicas Granadinas
Pese a que algunos autores alegan la escasez de pocos
vestigios dejados por los antiguos habitantes musulmanes en las formas
populares o en las tradiciones constructivas del conjunto de España, la “sharquía”
malagueña (Alcaucín, Canillas de Aceituno, Sedella, Comares, Daimalos,
Benamocarra, Cómpeta, Frigiliana, Cútar, Benagalbón, Arenas, Archez, Salares,
Iznate, Sayalonga, Arenas, Periana, Alfarnate, Alfarnatejo) al igual que la
Serranía de Ronda (Igualeja, Pujerra, Genalguacil, Cartajima, Algatocín,
Alpandeire, Benalauria, Parauta, Casarabonela, Alozaina, Arriate, Grazalema, El
Gastor, Zahara, Benaojan, Benaocaz, Montejaque, Benadalid, Tolox, Yunquera) y
otros enclaves en las montañas béticas (Zuheros, Almedinilla, Carcabuey, Luque,
Zagrilla, Priego, Rute, Iznájar, en la provincia de Córdoba; Alhama de Granada,
Algarinejo, Montefrío, Lanjarón, Bubión, Alquife, La Calahorra, Órgiva,
Almuñécar, Bérchules, Válor, Guajar-Faragüit, Guajar-Alto, Albuñuelas,
Capileira, Pampaneira, Monachil, Cádiar, Albuñol, Laroles, Galera, Aldeire,
Ferreira, Güeneja, Trevelez, en Granada, Alcaudete, Alcalá la Real, Cazorla,
Segura, Iznatoraf en Jaén, Laujar, Alhama de Almería, Fiñana, Gádor, Bayarcal,
Andarax, Ohanes, en la provincia de Almería), además de quedar testimonio en
sus propios nombres, en su habla local y en muchas de las costumbres
criptoislámicas de sus habitantes, mantiene abundancia en representaciones
arquitectónicas humildes, procedentes de épocas anteriores a la conquista
castellana o al menos anteriores a la persecución y expulsión de la cultura
musulmana sobre suelo peninsular.
El término “mudéjar”, aunque de anterior
aparición en el vocabulario castellano (aproximadamente hacia el 1086 en que se
conquista Toledo por los castellanos), ha sustituido hoy día al más popular “morisco”,
por el que se denominaron posteriormente los antiguos habitantes de al–Andalus
de confesión islámica tras su conquista a finales del s. XV, a medida que iba
horripilando este término tanto por su semejanza al término “moro” o habitante
de berbería (el norte de África), referente de desconfianza e inestabilidad por
las incursiones de piratería y su proximidad étnico-religiosa al temible
“turco” del oriente que llegara a asolar en el s. XV el antiguo imperio de
Bizancio (las cenizas del imperio Romano), como por su irreductible condición
cultural durante decenios tras la conquista del Reino de Garnata, llegando a
desembocar en la Rebelión de 1568.
Resulta curioso como tras el sangriento aplastamiento
de aquella, no se produce el edicto de expulsión final de los moriscos hasta el
año 1609. Sus consecuencias, que a priori se suponen en la total exclusión de
suelo español, no pasó del destierro fuera de Andalucía, aunque acentuó
notablemente la persecución cultural (entendida en un sentido amplio que
incluye la religión) hasta la conversión forzosa de la mayoría de los antiguos
islámicos. “ Y es muy posible que a raíz de la expulsión quedara vedado
de un modo más o menos tácito el hablar de familias moriscas; que esto se
considerara una imprudencia de mal gusto” (CARO BAROJA). La oligarquía
musulmana, que, como en todas las sociedades viene a ser la minoría social
adinerada, bien se apegó al calor de los nuevos conquistadores, manteniendo su
privilegiada situación económica o bien marchó con sus posesiones en la medida
de lo posible a tierras del norte africano, donde la proximidad cultural era
mucho mayor y siempre esperanzados en una vuelta posterior no muy lejana. Las
aspectos más importantes de esta persecución social (que no racial) fue sin
duda la ocupación y posesión de la tierra, (en aquel tiempo la principal fuente
económica) materializada y constatable hoy día en los libros de repartimientos
de numerosos pueblos. Sus antiguos propietarios fueron desplazados u obligados
al servilismo bajo los nuevos posesores.
A ello se le acogió políticamente bajo un favorable
barniz religioso, en el que además de garantizar numerosas posesiones al
patrimonio eclesiástico, se aseguraba una pérdida de identidad que facilitase
la uniformidad y docilidad de la población, tanto ocupante como ocupada.
Hoy día, pasados ya más de veinticinco años de una
supuesta libertad religiosa, tras casi medio millar de imposición católica,
parece adecuado profundizar de manera seria en la pasada Historia de esta
tierra para ir dejando a un lado los prejuicios estereotipados que nos hablan
de una conquista armada por parte de infieles sarracenos venidos de Oriente,
con raza y cultura distintas, que sirve para justificar la conquista de los territorios
andalusíes por parte de los reinos del Norte, consiguiendo desterrarlos por
completo del solar ibérico para restaurar el antiguo sistema político
hispano-visigodo al amparo de la religión católica. No tiene sentido, que
después de obtener un estatus de autonomía, basado en los principios
nacionalistas propuestos por Blas Infante, considerado por todos “padre de la
patria andaluza”, se mantengan en los blasones heráldicos de la mayoría de los
municipios andaluces los símbolos de Castilla, León, Navarra o Aragón, en
perjuicio de los signos o símbolos propios de esta tierra y definitorios de la
identidad de nuestros pueblos. Identidad que sucesivamente pretende ser negada
por muchos, suponemos que temiendo a un posible repunte de tendencias nacionalistas,
tan mal vistas por algunos en estos tiempos que corren, pero que es clara y
definida para Andalucía. Cabe por tanto, recuperar la dignidad del nominativo “andalusí”,
al menos para aquellos elementos que en su día lo fueron, y ciertamente igual,
para aquellas conciencias que sientan el orgullo de compartir el suelo que bajo
el mejor sol de Europa fue capaz de irradiar riqueza y cultura al resto del
mundo civilizado.
“Los moriscos, pese a su voluntad de conservar sus
signos de identidad social, se sentían tan españoles como <<los
otros>>, lo que era tan legítimo como cierto; lo que no comprendían era
que aquellos <<otros>> creyeran que el ser español entrañaba el ser
cristiano viejo y no mostrar otras señas de identidad que las ya tradicionales
de los Reinos Cristianos, lo que también era cierto, pero no legítimo en su
exclusividad...
...Lo que condujo a la segregación social,
menosprecio, provocación, destierro interior, persecución y expulsión final de
los moriscos fue el tenaz mantenimiento de sus signos de identidad, que
llevaron a que fuesen considerados vicios lo que eran auténticas virtudes...
...La difícil existencia de los moriscos, las
indagaciones inquisitoriales, el desprecio, el odio, la guerra y los motines,
los destierros interiores y la amenaza permanente, hicieron que los propios
moriscos recibieran la orden de expulsión como un respiro. Dolidos, resignados,
expoliados al ser malvendidos sus bienes, asaltados en el camino y ya
embarcados, a veces mal recibidos donde fueron a refugiarse, muchos de sus
descendientes afincados en el norte de África, sobre todo los tunecinos,
guardaron sus recuerdos, incluso el lugar de su morada española y las llaves de
sus casas, hasta nuestros días. Así terminaron las últimas gentes de al-Andalus
islámico.”
(M. Cruz Hernández, El Islam de Al-Andalus, Historia
y estructura de su realidad social)
Acércate a tu Historia.
“Sierras Tejeda y Almijara”. Legado
andalusí al natural
Antonio Pulido Pastor, invierno de 2.002
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