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La arqueología, y la documentación existente en
archivos y bibliotecas, nos dicen lo siguiente:
A la muerte de Muhammad, en el 640, la pacificación
de la Península Arábiga no se había completado. Desde el año 710 hasta
principios del siglo IX el norte de África tampoco había sido pacificado
totalmente ni por Roma ni por Bizancio, pues las tribus bereberes se hicieron
con el control de estas regiones, varias veces, durante este periodo.
Por lo tanto los hipotéticos invasores árabes no
podían tener capacidad para atravesar miles de kilómetros de territorios
beligerantes, ni de organizar una hazaña de tal magnitud por la pobreza de sus
medios marítimos y terrestres. Recordemos, según la leyenda, que es el traidor
conde D. Yulian quien les tiene que prestar las cuatro barcazas con las que
atravesar el estrecho, después de haber recorrido todo el norte de África sin
saber muy bien con qué medios.
Las comarcas que tenían que atravesar eran en buena
parte desierto. Tampoco podían disponer de cobertura a sus espaldas para
hacerse con tan vasto territorio, asegurar las supuestas conquistas y
apoderarse después de la Península Ibérica. Añadamos a estas dificultades la
pulsación climática de desertización que, durante esos años, sufre el norte de
África haciendo padecer a sus habitantes una hambruna generalizada.
EL AÑO 711
Es la fecha oficial de la supuesta conquista de
España por los árabes. Faltaba un siglo todavía para la pacificación del norte
de África.
Hablamos de una época en la que no existía un
servicio de intendencia como el que conocemos ahora. Un grupo armado tenía que
ser muy reducido para mantenerse con lo que encontraban en los lugares de paso,
o bien estar muy apoyados a sus espaldas por un territorio bien pacificado.
Fueron precisamente estas dificultades las que
obligaron al Imperio Romano, con todo su aparato militar, y a pesar del apoyo
logístico de las Galias, a tardar más de trescientos años en el intento de conquista
de la Península Ibérica. La completa pacificación, siglos más tarde, fue debida
a la invasión de los visigodos, origen de nuestras monarquías, que actuaron
como fuerza de policía militar reprimiendo a la población hispana en favor de
Roma.
Hay otra dificultad añadida. Se nos dice en una de
las crónicas oficiales que aquellos supuestos invasores árabes, en su mayoría
analfabetos, traían mezclados entre ellos a sirios, coptos, bizantinos y
bereberes. Por lo tanto no eran cultos árabes los 25.000 supuestos invasores.
España habría sido islamizada por estas gentes
incultas, que ni hablaban árabe en su mayoría, ni por lo tanto se podían
entender entre ellos, ni sabían nada, o muy poco, del Islam.
Estos bárbaros, según la historiografía oficial,
serían los iniciadores de la vasta cultura hispano-musulmana que iluminó al
mundo, ¿.?. ¡Francamente sorprendente!.
Pero además se nos dice que a los pocos meses de la
invasión, los 25.000 invasores se enzarzan en disputas entre sí en una lucha
que dura más de 70 años, en la que se masacran miles de sus hombres.
A todo esto los varios millones de hispanos,
romano-visigodos y otras etnias, observan estos acontecimientos impasibles, sin
tomar decisión alguna para aprovecharse de la debilidad del nuevo invasor.
Nos cuenta la leyenda que esta guerrilla intestina es
a causa de las disputas entre Táric y Musa, pues ambos se consideraban dueños
de una mesa que, atribuida a Salomón, habían encontrado en Toledo.
Continúa la leyenda diciéndonos que para dirimir en
la disputa ambos dirigentes se van a Bagdad a consultar con el Califa, dejando
sola a la tropa maltrecha y la conquista sin asegurar. Allí el anciano Musa,
con 74 años de los de aquella época, es castigado por el Califa a causa de una
mesa, en vez de ser premiado por conquistar un país, y muere sin regresar.
MUSA IBN NOSAIR
De este anciano se nos dice que nace en la Meca el
año 640, y muere en Bagdad el 718, por lo que el año 711, fecha de la supuesta
invasión, malamente podría ponerse el frente de un ejército con una edad de 71
años.
Probablemente, de haber existido, fuera un
comerciante al estilo de aquellos predicadores de los que tenemos constancia
que envió el Profeta a otros lugares. Aunque la posterior leyenda lo
convirtiera en un aguerrido septuagenario al mando de un exiguo ejército
conquistador.
También se nos dice que Táric tampoco regresó de
Bagdad. Así pues, dejaron la conquista en manos de los pocos aventureros que
quedaron vivos, cuando 70 años después de la supuesta invasión acabaron de
matarse entre ellos.
Por otra parte, y durante los setenta años de
disputas y masacres entre invasores, los 584.192 kilómetros
de la España conquistada deberían de ser pacificados y sus gentes adoctrinadas
para el Islam. Pero ¿por quién?. ¿No se nos dice que estaban ocupados en
matarse entre ellos y que no todos eran musulmanes?.
El castillo de Ricote (Murcia), llamado de Al
Suhayrat, fue posesión de Ali Berit Hutman, en el año 738. Esto es 27 años
después de la supuesta conquista y sin que las hostilidades entre invasores
estuvieran resueltas.
Pero algo más tarde, en la segunda mitad del siglo
VIII, Lorca pasa a dominio musulmán por el pacto de Teodomiro, y Murcia es
fundada, el año 822 por Abderrahman II sobre una pequeña aldea de origen
romano.
Entre tanto San Eulogio, obispo de Córdoba, no sabe
nada de la existencia del Islam hasta después del año 850. ¿Cómo es esto
posible tan tarde?.
Comentaremos los documentos y crónicas en los que se
apoya lo que estamos considerando como “la probable fábula de la invasión de
los árabes”.
LAS CRÓNICAS ÁRABES
Sobre la conquista de la Península Ibérica se
escriben siglos después, y son adaptaciones de leyendas egipcias que comienzan
a extenderse en el siglo IX, según la obra “Táric” del joven Cordobés Ibn
Habib.
IBN HABIB
En el año 801 después del pacto de Teodomiro y 21
años antes de la fundación de Murcia, un grupo de hispano-musulmanes recién
conversos viajan a El Cairo. Entre ellos va el estudiante Cordobés Ibn Habib,
autor de la crónica árabe“Táric”.
Estos estudiantes se ven en la necesidad de ir a El
Cairo en busca de doctos eruditos, con el propósito de formarse en lo relativo
a la nueva confesión, y para, ¡Oh sorpresa!, informarse sobre la forma en que
había llegado el Islam a España.
En la crónica sobre Táric se nos relata la leyenda de
la invasión de los árabes, extraída a su vez de otras leyendas egipcias
contadas por los maestros cairotas, ya que aquí nadie recordaba nada de tal
acontecimiento. Unos hechos que influyeron para siempre en el curso de la
historia de España y que afectaron, por nuestra aportación cultural, al
desarrollo de Europa ¿eran aquí desconocidos por los más directamente
afectados?.
Se deduce de esta historia que algo falla, que hay
aparentes signos de leyenda. España, tierra que en el pasado había sido de
Séneca y otros preclaros filósofos y emperadores, era conquistada por un grupo
de zafios beduinos matándose entre sí. Entre tanto los varios millones de
hispanos, descendientes de romanos, visigodos, y etc., se durmieron en los
laureles sin hacer nada por evitarlo.
LA ESPAÑA TARDÍAMENTE PAGANA
El historiador y escritor contemporáneo, Juan Vernet,
forma parte del elenco de investigadores que opinan lo siguiente. “Teniendo en
cuenta que los árabes portadores del Islam original, no tenían fuerza militar
suficiente, no pudieron introducir el Islam mediante la acción castrense, sino
como una idea fuerza que va calando lentamente.
El Cristianismo no había arraigado todavía en España,
y una parte importante de la población eran practicantes de otras religiones”.
No es de extrañar que por estas fechas nadie supiera
dar explicaciones coherentes sobre la llegada del Islam incipiente a nuestra
tierra, pues con el cristianismo pasó otro tanto de lo mismo.
El año 1.979, en el departamento de Filosofía del
Derecho, de la Universidad de Valencia, M. F. Escalante impartió un seminario
titulado; “En los Umbrales de la Edad Barroca. Culto del árbol y del bosque”.
En este seminario se dijo: “En los umbrales del siglo
XVII, una misión de padres jesuitas, del colegio de Santander, encontraron unas
gentes pre-cristianas que aún adoraban un roble.
El libro del jesuita P. Villafañe, escrito el año
1.723, narra acontecimientos ocurridos entre los años 1.596 y 1.600 a los padres de la
Compañía de Jesús que, en misión evangelizadora, salieron a convertir paganos
en los montes del Pas. Esto sólo puede significar una cosa, que los pasiegos, o
una parte importante de ellos, eran paganos por estas fechas, lo que se
confirma con el hecho de que siguieron en sus creencias después de marchar los
misioneros. Cuestión esta bien conocida por el arzobispo de Burgos, que hablaba
de “la espesa selva de ignorancia” de los pasiegos, a los que en esta época
tardía se les impartieron los principios de la doctrina cristiana, que
anteriormente no se les había enseñado o no había calado entre ellos.
Estamos refiriéndonos a un tiempo en el que el Islam
ya había dado a Europa todo su acerbo cultural y las monarquías del norte,
inducidas desde Roma, habían iniciado la sangrienta persecución en su contra en
el resto de la Península Ibérica.
PRINCIPIOS DEL SIGLO IX
El investigador se preguntará: ¿Cómo es que en la
Península Ibérica no quedaba nadie que recordara los hipotéticos
acontecimientos de un hecho tan decisivo como lo hubiera sido la conquista árabe
tan sólo un siglo antes, y la conversión al Islam de casi todo un país?.
Lo cierto es que Ibn Habib y sus compañeros, tienen
que viajar hasta Egipto para enterarse de lo que pudo haber sucedido en vida de
sus bisabuelos. Y si en España no quedaba recuerdo reciente de ninguna
invasión, ¿cómo es que los egipcios, tan lejanos, pudieron saberlo?.
A propósito de esta crónica. Cuando el año 1.860 el
historiador Dozy la lee para su investigación, escribe en sus “Recherches” que
no le parecían otra cosa que cuentos de “Las mil y una noches”.
Si los árabes habían invadido España, sus nietos no
se acordaban de la conquista y tuvieron que viajar a Egipto para informarse,
¿.?.
Quizá en la edad media fue más aceptable, para los
trinitarios romanos, asumir la historia de la invasión como un castigo divino
por las herejías del cristianismo, que aceptar la sustitución progresiva de sus
ideas religiosas por otras. Y quizás, también, el concepto “reconquista” no se
hubiera podido emplear sin aceptar previamente, y de manera legendaria, una
conquista.
Supuestamente para los hispano-musulmanes, y para el
orgullo de los árabes en general, también les fue más atractivo ensalzar
proezas épicas de sus hipotéticos antepasados, que el natural florecimiento de
una cultura nuestra, como la que aquí se forjó. Estos criterios son los
que se mantienen en la actualidad para justificar invasión previa y reconquista
mil años después ¿.?.
Temas generales inspirados en la Naturaleza
Los poetas andalusíes, obligados a desplazarse frecuentemente por las necesidades de su condición, debieron de tener ocasión de contemplar todo tipo de entornos y paisajes, de modo que dejaron transparentar en sus versos algo del concepto que se habían formado sobre el medio en el que vivían. Así, a partir del siglo XI, se manifiestan en al-Andalus modos de sentir y comprender que son propios de los habitantes de esta tierra y que los alejan de los musulmanes árabes orientales a los que, hasta entonces, los andalusíes habían rendido una especie de “vasallaje artístico”. Algunos temas iniciados en el oriente musulmán van a tomar en al-Andalus un desarrollo que parecerá invadir toda la producción poética. La poesía que incorpora elementos de la naturaleza –inerte o viva–, como ciudades, palacios y lugares placenteros, valles y montañas, jardines y vergeles, aguas mansas y torrentes, o el mar y los barcos, podría ser considerada, dada su gran producción e importancia, como esencialmente andalusí. Por el contrario, otros temas que pertenecen al fondo común de la literatura árabe no tienen en al-Andalus más que un lugar accesorio. Son los dedicados a describir los fenómenos atmosféricos, los cuerpos celestes o los animales, tanto salvajes como domésticos. Sin embargo, cabe destacar que a estos últimos temas –ya muy repetidos en oriente y convencionales por su antigüedad, su frecuencia y su expresión estereotipada– el poeta andalusí sabrá insuflarles vida nueva con una interpretación más antropomórfica de la naturaleza. Este color local es el que confiere a la literatura hispano-musulmana, y a la poesía en particular, un toque de imaginación que tiñe incluso aquellos temas que pasan por ser convencionales y que, a partir del siglo XI, la distinguen definitivamente de la oriental.
Los poetas andalusíes, obligados a desplazarse frecuentemente por las necesidades de su condición, debieron de tener ocasión de contemplar todo tipo de entornos y paisajes, de modo que dejaron transparentar en sus versos algo del concepto que se habían formado sobre el medio en el que vivían. Así, a partir del siglo XI, se manifiestan en al-Andalus modos de sentir y comprender que son propios de los habitantes de esta tierra y que los alejan de los musulmanes árabes orientales a los que, hasta entonces, los andalusíes habían rendido una especie de “vasallaje artístico”. Algunos temas iniciados en el oriente musulmán van a tomar en al-Andalus un desarrollo que parecerá invadir toda la producción poética. La poesía que incorpora elementos de la naturaleza –inerte o viva–, como ciudades, palacios y lugares placenteros, valles y montañas, jardines y vergeles, aguas mansas y torrentes, o el mar y los barcos, podría ser considerada, dada su gran producción e importancia, como esencialmente andalusí. Por el contrario, otros temas que pertenecen al fondo común de la literatura árabe no tienen en al-Andalus más que un lugar accesorio. Son los dedicados a describir los fenómenos atmosféricos, los cuerpos celestes o los animales, tanto salvajes como domésticos. Sin embargo, cabe destacar que a estos últimos temas –ya muy repetidos en oriente y convencionales por su antigüedad, su frecuencia y su expresión estereotipada– el poeta andalusí sabrá insuflarles vida nueva con una interpretación más antropomórfica de la naturaleza. Este color local es el que confiere a la literatura hispano-musulmana, y a la poesía en particular, un toque de imaginación que tiñe incluso aquellos temas que pasan por ser convencionales y que, a partir del siglo XI, la distinguen definitivamente de la oriental.
Los críticos y literatos han atribuido este
tratamiento literario de la naturaleza tan marcadamente andalusí a la
excepcional fertilidad del suelo andaluz. No obstante, pensamos que esta
apreciación resulta un tanto apresurada, dado que al-Andalus venía a designar
la totalidad de la Península Ibérica bajo dominio musulmán[1], con toda su gran variedad
de climas y paisajes. Demasiado a menudo se han identificado los verdes campos
y los fértiles vergeles descritos en la literatura andalusí con las tierras
andaluzas o, a lo más, con la región de Levante o del Algarbe portugués.
Sea como fuere, al-Andalus fue considerada tanto por
musulmanes orientales como occidentales como un lugar privilegiado. Dice Abu
‘Ubayd al-Bakri, literato andalusí del siglo XI: “al-Andalus es como Siria por
lo ameno de su clima y la pureza de su aire, como el Yemen por su temperatura
moderada y constante, como la India por sus perfumes penetrantes, como el Ahwaz
por la importancia de sus rentas, como la China por sus piedras preciosas, como
Adén por los productos útiles de su litoral.” La visión que los poetas tienen
de al-Andalus no difiere en absoluto. Así, dice un anónimo:
¡Qué país tan admirable es
este al-Andalus que no cesa de procurarme toda clase de alegrías!
No hay más que pájaros gorjeadores, frescas sombras espesas, aguas rutilantes y palacios!
La admiración más entusiasta fue expresada por Ibn Jafaya, el poeta de Alcira, en estos términos:
¡Oh, habitantes de al-Andalus, qué felicidad la vuestra al tener aguas, sombras, ríos y árboles!
El Jardín[2] de la Felicidad Eterna no está fuera sino en vuestro territorio; si me fuera dado elegir, es este lugar el que escogería.
No creáis que mañana entraréis en el infierno: ¡no se entra después del Paraíso en el averno! [...]
El Paraíso, en al-Andalus, tiene una belleza que se muestra como una desposada y el soplo de la brisa está deliciosamente perfumado.
En efecto, el resplandor de sus soleadas mañanas viene de una boca con hermosa dentadura y la negrura de sus noches del rojo profundo de los labios.
Cada vez que la brisa sopla como un viento del Este, me digo: “¡Ah, qué violenta pasión siento por al-Andalus!”
No hay más que pájaros gorjeadores, frescas sombras espesas, aguas rutilantes y palacios!
La admiración más entusiasta fue expresada por Ibn Jafaya, el poeta de Alcira, en estos términos:
¡Oh, habitantes de al-Andalus, qué felicidad la vuestra al tener aguas, sombras, ríos y árboles!
El Jardín[2] de la Felicidad Eterna no está fuera sino en vuestro territorio; si me fuera dado elegir, es este lugar el que escogería.
No creáis que mañana entraréis en el infierno: ¡no se entra después del Paraíso en el averno! [...]
El Paraíso, en al-Andalus, tiene una belleza que se muestra como una desposada y el soplo de la brisa está deliciosamente perfumado.
En efecto, el resplandor de sus soleadas mañanas viene de una boca con hermosa dentadura y la negrura de sus noches del rojo profundo de los labios.
Cada vez que la brisa sopla como un viento del Este, me digo: “¡Ah, qué violenta pasión siento por al-Andalus!”
No será la única vez que veamos a un andalusí
calificar a su patria de “el Paraíso de la tierra”. En sus panegíricos, los
poetas andalusíes compararon a veces la ciudad donde fueron recibidos y que más
tarde tuvieron que abandonar, con el paraíso del que Adán fue expulsado. Así,
el poeta al Nahli, expulsado por al-Mu’tasim de Almería, dirá:
[...] no hay persona en
el mundo que me pueda hacer feliz.
Almería era un paraíso, pero he cometido una falta tan grave como Adán.
Almería era un paraíso, pero he cometido una falta tan grave como Adán.
Los poetas andalusíes del siglo XI mostraron su amor
hacia al-Andalus considerándola como un territorio netamente distinto al resto
del mundo musulmán y describiendo los lugares en los que vivieron durante su
juventud o durante su vida errante de hombres adultos. Sus versos nos permiten
ilustrar cada una de las ciudades andalusíes y nos trazan un vívido retrato de
las moradas señoriales, los lugares de recreo y los palacios y castillos de la
época, aunque en vano buscaremos en sus composiciones cuadros realistas que
abarquen el conjunto completo de una ciudad, con su cinturón de barrios
populares y, a veces, todo hay que decirlo, con su miseria. Unas veces
obligados por su servidumbre a los gobernantes, mecenas de su producción
artística, y en otras haciendo gala de esa imaginación tan característica de la
que ya hemos hablado; el caso es que los poetas andalusíes raramente mostraran
el lado más amargo de la vida en las ciudades.
Las grandes ciudades costeras o atravesadas por algún
río importante son comparadas habitualmente con una novia engalanada para una
boda. Cuando se encontraba en Córdoba, a orillas del río Guadalquivir, Ibn Hisn
dirá de Sevilla:
¡Me acuerdo de ti con
tal pasión que sería capaz de hacer morir al celoso, preocupado sin descaso de
atormentar a los enamorados!
Te pareces, cuando el sol está en el ocaso, a una novia esculpida en la belleza.
El río es tu collar, la montaña tu diadema que el cielo corona como un jacinto.
Te pareces, cuando el sol está en el ocaso, a una novia esculpida en la belleza.
El río es tu collar, la montaña tu diadema que el cielo corona como un jacinto.
Los andalusíes fueron, en general, amantes de las
grandes construcciones, y así lo reflejaron en su literatura. Ash-Sharqundi en
el siglo XII, dirá con respecto a Sevilla: “los burgos de ash-Sharaf superan a
todos los demás por la feliz elección de las casas y por el cuidado que los
habitantes dedican tanto a su interior como a su exterior, de suerte que bajo
el blanco encalado parecen estrellas en un cielo de olivares.” Incluso al
Califa Abderrahman al-Nasir, constructor de Medina Zahara (Medinat az-Zahra)
y responsable de una de las más importantes ampliaciones de la mezquita de
Córdoba, se le atribuye el siguiente dístico:
Cuando los reyes quieren
perpetuar para la posteridad el recuerdo de sus más bellos pensamientos, lo
hacen por medio del lenguaje de las bellas construcciones.
Un edificio, cuando es de grandes proporciones, indica la majestad del rango del constructor[3].
Un edificio, cuando es de grandes proporciones, indica la majestad del rango del constructor[3].
Fue Córdoba, capital del califato Omeya en occidente,
la que mereció más elogios por parte de los poetas andalusíes. Cuando Sevilla
era todavía una ciudad de segundo orden, Córdoba ya había difundido los
destellos de su fama hasta Europa Central, de modo que una religiosa sajona del
siglo X llamada Roswitha, decía a propósito de esta ciudad: “Joya brillante del
mundo, ciudad nueva y magnífica, orgullosa por su fuerza, celebrada por sus
delicias, resplandeciente por la plena posesión de todos los bienes.” Y un
poeta anónimo la celebraba de este modo:
Por cuatro cosas supera
Córdoba a las demás metrópolis: por el puente sobre el Guadalquivir y
por su gran mezquita.
He aquí las dos primeras; por el palacio de az-Zahra, la tercera; por la ciencia, la cosa más considerable, la cuarta.
por su gran mezquita.
He aquí las dos primeras; por el palacio de az-Zahra, la tercera; por la ciencia, la cosa más considerable, la cuarta.
La mujer y el amor
En los temas de la naturaleza a los que se hace
referencia dentro de la literatura andalusí, la mujer aparece habitualmente
asociada a la hermosura del paisaje de al-Andalus, de modo que la belleza de
los jardines, las corrientes de agua, las flores o las piedras se comparaba con
la boca, la mejilla o los ojos de la mujer amada. Incluso los colores, sobre
todo el rojo y el amarillo, simbolizan diversos aspectos de ese amor. Así, el
amarillo representa la inquietud, el enamorado pálido que se consume en la
duda; mientras que el rojo es el pudor, la virgen coqueta que se complace en
torturar a su enamorado.
En esta sociedad en la que el Islam impuso ciertas
normas y estableció ciertas conductas, la mujer jugó un papel de primer orden. Raros
son los andalusíes que consideraban a la mujer como un ser inferior y que
puedan decir con Ibn al-Haddad:
Rompe el pacto que te
liga a ella, como ella lo ha roto, para ser equitativo, y concede al amor que
ella te ha inspirado olvido y consuelo amando a otra mujer; pues las muchachas
de cuello de cisne son como los jardines, física y moralmente: un transeúnte
corta una flor; otro, después de él, cortará una segunda [4]
Menos raros son los que censuran, al menos en verso,
la libertad de la que disponen las mujeres y piden para ellas un estilo de vida
más pudoroso y recatado. Uno de éstos fue Abu Abdellah Ibn Musadif de Ronda,
que desearía que las mujeres salieran menos a menudo:
Impide a tus mujeres
legítimas salir, y cuando lo hagan no muestres un rostro sereno.
No prestes atención a la que, de entre ellas, se encolerice. Esta cólera es una prueba de que conseguirás tus fines.
¡Eh!, ¿no son como las perlas por la apariencia? Las perlas salen del nácar para ser puestas en un estuche.
No prestes atención a la que, de entre ellas, se encolerice. Esta cólera es una prueba de que conseguirás tus fines.
¡Eh!, ¿no son como las perlas por la apariencia? Las perlas salen del nácar para ser puestas en un estuche.
Y no es de extrañar esta preocupación de algunos
“guardianes de la moral”, dado que las mujeres ejercían incluso como expertas
amazonas[5]. Un verso de Abu-l-Fadl Ibn
Sharaf nos lo viene a confirmar cuando habla de un antiguo amor:
Ha montado a horcajadas
uno de sus corceles de rápida carrera
que se deja conducir por ella como una tímida gacela.
que se deja conducir por ella como una tímida gacela.
Esta libertad de la que disfrutaba la mujer andalusí
nos permite comprender mejor la abundancia de poemas compuestos en su honor.
Muchos de ellos, cargados de sensualidad, estaban dedicados a cantantes o
músicas que provocaban la pasión de los poetas. Lugar importante se concede a
los atributos físicos de la gacela, el antílope y la vaca salvaje, así como a
las características físicas de las dunas y los arbustos. Incluso se impusieron
diversas modas femeninas a lo largo de la época andalusí: si el ideal clásico
fue la morena de larga y hermosa cabellera, el siglo XI sintió un gran
entusiasmo por las rubias y los cabellos cortos.
No obstante, encontramos fragmentos no menos numerosos
en los que se observa un verdadero culto a la mujer, donde no sólo se ensalzaba
la belleza física sino las cualidades morales del género femenino. Son de
destacar las descripciones de escenas en las que el amante va al encuentro de
su amada, ya sea de noche o de día, en un entorno natural o en el secreto de
una alcoba. La sensualidad superficial se alterna con una elevada lírica que
demuestra que el espíritu del poeta andalusí iba más allá de la simple materia,
como reflejo de una sociedad que nos proporciona una de las páginas más
brillantes de nuestra historia.
Como muestra, un par de ejemplos que ilustran todo lo
expuesto. Así se expresa Ibn al-Bayn al-Batalyawsi acerca de la belleza
femenina:
Ellos han tomado la
aurora para fragmentarla en mejillas; han tomado las ramas de arak[6] para hacer talles.
Han juzgado que los grandes jacintos eran indignos de sus cuellos, por ello les han dado estrellas brillantes por collares.
Han depositado las pupilas de las vacas salvajes en sus párpados, y con esas pupilas ellas han capturado a los intrépidos leones valerosos.
A los hombres no les ha bastado con portar aceros [de las lanzas] y hojas [de los sables]; han llamado en su ayuda a los ojos y los senos [de las mujeres hermosas].
Han llamado en su ayuda a las trenzas [de sus cabellos], y así nos han hecho saber que la luz del día podía estar unida a [la negrura] de la noche.
Ellos han trabajado [como orfebres] las bocas [de sus mujeres] valiéndose de margaritas; en esas bocas es donde se encontraría el agua de la vida si uno pudiera abrevar en ella por la mañana.
Han juzgado que los grandes jacintos eran indignos de sus cuellos, por ello les han dado estrellas brillantes por collares.
Han depositado las pupilas de las vacas salvajes en sus párpados, y con esas pupilas ellas han capturado a los intrépidos leones valerosos.
A los hombres no les ha bastado con portar aceros [de las lanzas] y hojas [de los sables]; han llamado en su ayuda a los ojos y los senos [de las mujeres hermosas].
Han llamado en su ayuda a las trenzas [de sus cabellos], y así nos han hecho saber que la luz del día podía estar unida a [la negrura] de la noche.
Ellos han trabajado [como orfebres] las bocas [de sus mujeres] valiéndose de margaritas; en esas bocas es donde se encontraría el agua de la vida si uno pudiera abrevar en ella por la mañana.
Y al-Mu’tamid condensa el arquetipo de la belleza
femenina, a través de unos versos dedicados a su amada Umm ‘Ubayda:
Es antílope por el
cuello, gacela por los ojos, jardín de colinas por el perfume y arbusto de
suelo arenoso por el talle.
BIBLIOGRAFÍA
- Fernando de la Granja,
Maqamas y risalas andaluzas, Instituto
Hispano-árabe de Cultura, Madrid, 1.976.
- Enri Pérès, Esplendor de al-Andalus, Ediciones Hiperión, Madrid, 1.990.
- Az-Zarnuji, Instrucción del estudiante. El método de aprender, Ediciones Hiperión, Madrid, 1.991.
- María Jesús Rubiera Mata, Literatura hispanoárabe, Mapfre, Madrid, 1.992.
- Teresa Gárrulo, La literatura árabe de al-Andalus, Ediciones Hiperión, Madrid, 1.998.
- Enri Pérès, Esplendor de al-Andalus, Ediciones Hiperión, Madrid, 1.990.
- Az-Zarnuji, Instrucción del estudiante. El método de aprender, Ediciones Hiperión, Madrid, 1.991.
- María Jesús Rubiera Mata, Literatura hispanoárabe, Mapfre, Madrid, 1.992.
- Teresa Gárrulo, La literatura árabe de al-Andalus, Ediciones Hiperión, Madrid, 1.998.
NOTAS.-
[1]Téngase en cuenta, por ejemplo, que algunos territorios andaluces cayeron en manos cristianas antes que algunas localidades situadas mucho más al norte, como es el caso de Zaragoza.
[2]En numerosas ocasiones el Corán emplea la palabra jardín (al-yanna) como sinónimo del Paraíso. Véase, por ejemplo, Corán 2:82, 3:15 ó 4:13, entre otros versículos.
[3]Por mucho que el alfaquí Mundir ibn Sa’id al-Balluti protestara enérgicamente en nombre de las leyes religiosas contra la locura de construir del Califa y el lujo inaudito que había desplegado en la ornamentación de Medina Zahara, no fue capaz de moderar el gusto por el dispendio del Abderrahman ni su amor a las obras monumentales.
[4]Al margen de la amargura y el desengaño del autor, el texto refleja la libertad e independencia de la que gozaban las mujeres andalusíes a la hora de relacionarse con el sexo opuesto.
[5]En algunos entornos musulmanes se considera que algunas actividades como la equitación o el uso del arco y las flechas deben estar vedadas a la mujeres. Todavía hoy, en el Reino de Arabia Saudí, a las mujeres les está prohibido la conducción de cualquier tipo de vehículos.
[6]El arbusto conocido como arak (nombre científico salvadora pérsica) era y es utilizado en todo el mundo árabe para elaborar el miswak, un palo pequeño que desde tiempos inmemoriales se ha empleado para la limpieza de los dientes y la higiene bucal en general.
[1]Téngase en cuenta, por ejemplo, que algunos territorios andaluces cayeron en manos cristianas antes que algunas localidades situadas mucho más al norte, como es el caso de Zaragoza.
[2]En numerosas ocasiones el Corán emplea la palabra jardín (al-yanna) como sinónimo del Paraíso. Véase, por ejemplo, Corán 2:82, 3:15 ó 4:13, entre otros versículos.
[3]Por mucho que el alfaquí Mundir ibn Sa’id al-Balluti protestara enérgicamente en nombre de las leyes religiosas contra la locura de construir del Califa y el lujo inaudito que había desplegado en la ornamentación de Medina Zahara, no fue capaz de moderar el gusto por el dispendio del Abderrahman ni su amor a las obras monumentales.
[4]Al margen de la amargura y el desengaño del autor, el texto refleja la libertad e independencia de la que gozaban las mujeres andalusíes a la hora de relacionarse con el sexo opuesto.
[5]En algunos entornos musulmanes se considera que algunas actividades como la equitación o el uso del arco y las flechas deben estar vedadas a la mujeres. Todavía hoy, en el Reino de Arabia Saudí, a las mujeres les está prohibido la conducción de cualquier tipo de vehículos.
[6]El arbusto conocido como arak (nombre científico salvadora pérsica) era y es utilizado en todo el mundo árabe para elaborar el miswak, un palo pequeño que desde tiempos inmemoriales se ha empleado para la limpieza de los dientes y la higiene bucal en general.
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