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La Axarquía es aquella tierra malagueña que queda
hacia donde nace el Sol cada mañana. Es por ello que recibió este nombre en
la época en que la lengua árabe, descriptiva como pocas, sirvió para nominar
la gran parte de los rincones de este suelo. (ﺔﻳﻗﺮﺷﻠﺁ) “A-xarquía” quiere
decir “aquella que está en el xarq, el lugar por donde sale el sol, tal vez
por eso sea también una tierra en la que la luz tiene especial significado.
Francisco Ferrer i Guardia
Esta
luz, junto con otras riquezas naturales le ha hecho desde antiguo merecedora
de la atención por parte del hombre, quien a pesar de su carácter áspero y
bravío, supo convivir con ella, sostenerse en sus volcadas laderas de
empinadas pendientes para cultivar los campos generando un lugar rico, casi
de ensueño, de huertas y regadíos merced a la abundancia en ella del agua de
sus montañas.
Los hombres de aquí, los hombres de la luz, nunca
supieron adaptarse a las sombras que les llegaron desde fuera con afán de
imponerse por la fuerza. Fue entonces cuando el carácter inhóspito de estas
montañas más favoreció a sus moradores, haciéndoles fuertes para resistir los
embites de la opresión y de la injusticia. En estos barrancos y collados hay
escritas historias contrarias al poder establecido que van desde el levantamiento
de Ibn Hafsun contra el Califato de Córdoba, allá por el año 900 de nuestra
era, hasta los más recientes episodios de resistencia contra la última
Dictadura impuesta en 1939; los legendarios maquis de las Sierras Tejeda y
Almijara. Aquellos y estos, con más de mil años de distancia en el tiempo,
tienen una trascendental circunstancia en común: Todos ellos eran hijos de
esta tierra.
Del mismo modo, y entremetidos en ese periplo
temporal, se encuentran otros andaluces, los hombres de a-xarqiyya, parte
importante del antiguo reino de Garnata, cuya existencia coincidiera con la
extinción del mítico Al Andalus sobre la superficie ibérica, una vez que
fuese rendido aquel reino a los reyes castellano-aragoneses en las
postrimerías del siglo XV.
Esta capitulación se lleva a cabo en el marco de
unos acuerdos que, a pesar de tener validez “para siempre jamás” como se
encargan de reseñar enfáticamente los reyes castellano-aragoneses y en los
que se reconoce el derecho de los sometidos al uso y ejercicio de su lengua,
hábitos, religión y cultura en general, no se prolongan en el tiempo ni tan
siquiera diez años. “Pero así como las capitulaciones antiguas se cumplieron
con fidelidad, estas últimas se quebrantaron pronto” (CARO BAROJA, 2000). Ya
en
Empieza así un curioso proceso de tensiones
mediante pragmáticas y órdenes reales, cuyo efecto es relajado por los
musulmanes, en la medida de lo posible, mediante el pago de cantidades
desorbitadas de dinero. Este proceso se extiende hasta que la intransigencia
castellana lleva a prohibir el uso de la lengua árabe en suelo hispano
durante el reinado de Felipe II. La lengua de los andaluces que llegaron a
ser la luz del mundo occidental durante más de cuatro siglos de manos de Ibn
Zarqala, Ibn Rusd, Ibn Maymum, Ibn Gabirol, Ibn ‘Arabi, Ibn al Jatib, al
Gafiqi, Abu-l-Qasim al Zahrawi, Ibn Zuhr, Ibn Quzman, Ibn Hazm, Ibn al
Zaqqaq, Ibn Jafaya, al Shustarí, al Idrisi, etc., etc., etc., quedó apagada
bajo el telón de la intolerancia y la intransigencia, dejando en la
indefensión a millares de habitantes de las tierras andaluzas a los que
borraba por Decreto su memoria histórica. Todas las escrituras de propiedad
que durante siglos transmitieron los andaluces de padres a hijos, quedaron
sin efecto, pasando a disposición de la Corona en caso de no poder ser
justificada la propiedad de otro modo.
Esta maniobra política, promovida sin duda por los
ocultos mecanismos de poder que manipulan a los gobiernos de una y otra
época, genera entonces una cohorte de gentes sin tierra, que dicho en árabe
viene a ser “monfíes”, “desterrados”. Sumidos en la desesperación, se llega a
la Rebelión de 1568, conocida como Guerra de las Alpujarras, pero que tuvo
como escenario la totalidad del Reino de Granada, desde la Alpujarra almeriense
hasta las montañas de la Zagra o la Serranía de Ronda. Sobradamente conocido
es también el episodio correspondiente al levantamiento de los pueblos de la
Axarquía, de manos de Andrés el Xorairán y que termina con el trágico
episodio de Frigiliana.
Estos, a los que la Historia oficial denomina
“salteadores y bandoleros”, pudieran haber resultado en héroes si el río de
los días hubiese llevado sus aguas por otro cauce, como ocurriera en el siglo
XIX con los héroes de la resistencia guerrillera contra la invasión
napoleónica en tierras también ibéricas. Paralelismos mucho más coetáneos se
encuentran actualmente en Palestina, Afganistán o la propia Mesopotamia, de
donde siglos atrás viniesen los aires bagdadíes cargados con la música de
Ziryab, “el mirlo”, para alegrar y cargar de refinamiento la corte de los
califas cordobeses. “Los monfíes eran bandoleros que solían actuar en
cuadrillas; salteadores y criminales para los cristianos, vengadores e
incluso héroes para los moriscos, su acción se encuadra en el auge del
bandolerismo mediterráneo en el siglo XVI y en el particular de las
condiciones granadinas.” (Ladero Quesada)
“Estos monfíes era gente que se mantenía de sus
oficios en los lugares donde entrauan, casáuanse, labrauan la tierra e con
mujeres e hijos afianzaban su seguridad. Fuéronse a viuir a las montañas, e
hizierónse fuertes en ellas, de aquí salían a hacer fuerças, hurtos y
homicidios para vivir.” (Bermúdez de Pedraza).
Justificamos así la necesidad del reconocimiento
público y oficial de aquellos que lucharon en otro tiempo en contra de las
injusticias y atropellos hacia los habitantes de esta tierra de la mejor
manera que el rumbo de la Historia reservó para ellos.
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