LOS MORISCOS, UN GRUPO MARGINAL DE
LA SEVILLA DEL SIGLO XVI
Junto
a la sociedad oficial existían un grupo de personas que, por su origen, su
forma de vida o su propia condición, llevaban una existencia aparte, aunque
viviesen en la misma ciudad. En algunos casos la asimilación se producía
trabajosamente, en otros, la fusión con el resto de la sociedad se hacía
imposible. Se trata de los moriscos.
Junto
a la sociedad oficial existían un grupo de personas que, por su origen, su
forma de vida o su propia condición, llevaban una existencia aparte, aunque
viviesen en la misma ciudad. En algunos casos la asimilación se producía
trabajosamente, en otros, la fusión con el resto de la sociedad se hacía
imposible. Se trata de los moriscos.
En
1502 se obligó a los mudéjares de la Corona de Castilla a convertirse al
cristianismo, recibiendo el nombre de "moriscos" (recordemos que los
mudéjares eran musulmanes en tierras cristianas). El proceso había empezado dos
años antes cuando los Reyes Católicos fuerzan a los mudéjares granadinos a la
conversión. La política de la Corona española fue que no sólo se convirtiesen
sino que se aculturasen completamente abandonando lengua, trajes y costumbres
propias. Una gran parte de ellos, sin embargo, continuaron manteniendo su
lengua, sus costumbres y su antigua religión. Prueba de ello son los textos
aljamiados, escritos en castellano pero con grafía árabe.
Durante
la primera mitad del siglo XVI hubo cierta tolerancia. La autoridad reprobaba
esta fidelidad al Islam que combatía mediante la Inquisición, esperando la conversión.
Esta
política más o menos condescendiente empezó a cambiar a partir de la rebelión
de las Alpujarras (1568-1570). A partir de este momento el morisco ya no sólo
es un mal cristiano o incluso un musulmán disfrazado. Es, además, un enemigo
del estado y como tal empieza a ser acusado de conspirar y de constituir la
quinta columna de los enemigos de la monarquía, como bien refleja el cronista
Mármol de Carvajal en el texto siguiente. La revuelta se erige en hito
fundamental en la consideración del morisco y en el desenlace de su drama.
Finalmente en 1609 Felipe III ordenó su expulsión del país, aunque permanecen
en muchos lugares del estado muchos moriscos camuflados, de los que las
autoridades hacen la vista gorda
"...
los Católicos Reyes les fueron regalando con nuevas mercedes y favores... Más
luego se entendió lo poco que aprovechaban estas buenas obras para hacerles que
dejasen de ser moros, porque, si decían que eran cristianos, veíase que tenían
más atención a los ritos y ceremonias de la secta de Mahoma, que a los
preceptos de la Iglesia Católica... Y de secreto se doctrinaban y enseñaban
unos a otros en ritos y ceremonias de la secta de Mahoma.
Esta
mancha fue general en la gente común. Los demás aunque no eran moros declarados
en el aspecto religioso, eran herejes secretos, acogiendo a los turcos y moros
berberiscos en sus alquerías y casas, y ahí está el peligro de las Marinas, de
donde pasaban a las Alpujarras y Sierras. Dábanle avisos para que matasen,
robasen y cautivasen cristianos, y aún ellos mismos cautivaban y vendían."
Mármol
de Carvajal, cronista de la época
En
Sevilla existía una comunidad morisca importante; su número se incrementó a
partir de 1570 con el flujo procedente de Granada -de donde muchos morisca
habían sido dispersados- y se calcula que en 1580 había en la ciudad más de
6.000. Un porcentaje muy elevado vivía en Triana -se cree que más de 2.000- y
el resto se repartía por otros barrios periféricos e incluso más céntricos como
el de San Marcos. Cifras estas muy relativas, ya que esta población trataba de
ocultarse cambiando de sitio de profesión y nombres viviendo en un mundo de
picaresca, inventando todos los trucos posibles para poder pasar por cristianos
viejos o integrados en la comunidad gitana para poder escapar de la inquisición
y las autoridades.
LOS
MORISCOS, UN GRUPO MARGINAL EN EL SIGLO XVI
Sevilla
era una de la ciudad de Andalucía que contaba con mayor número de ellos, las
cifras oficiales dice que casi el 10% de la población total. Diego Ortiz de
Zúñiga pretende que había pocos. La explicación, nos dice el marqués de San
Germán, es que estos moriscos sevillanos estaban muy mezclados con los
"cristianos viejos"… y "los moriscos de la Andaluzía les tengo
por muy ricos y que en el traje y lengua se nos parecen mucho mas que los del
Reyno de Valencia" ( carta de San Germán en octubre de 1609, citada por
Lapeyre, 1986, p. 182 ). Domínguez Ortiz y Vincent, 1978, recogen la
publicación de Gestoso, 1904, según el cual "moriscos eran los alfareros
que bajo el disfraz de nombres cristianos poblaban los barrios de Sevilla,
siendolos también los que en pobres viviendas producían riquísimas telas,
labrados cueros, artísticas obras de metal de cobre o de plata, armas, jaeces
de caballos y demás objetos de arte suntuario. Los libros bautismales de la
parroquia de Santa Ana nos muestran a cada paso pruebas de la clase de
pobladores del extenso arrabal de Triana en el siglo XVI".
Era
gente de muy escasos medios, que vivía hacinada en casas de vecinos y que
desempeñaba trabajos ínfimos, como cargadores en el puerto, sirvientes
domésticos, o simples jornaleros eventuales. Los moriscos eran personas
especialmente habilidosas en las labores de la jardinería y de las huertas, y
tenían también la especialidad de fabricar ricos buñuelos que vendían por las
calles de la ciudad (esta tradición se dice que la heredarían los gitanos tras
la supuesta expulsión morisca y aún hoy puede disfrutarse en la Feria de
Sevilla). Recordemos que uno de los postres favoritos de los moros granadinos
era los buñuelos fritos en aceite y metidos en miel hirviendo.
Aunque
vivían pobremente, los cristianos viejos los despreciaban por su espíritu de
grupo cerrado que mantenían y por los hábitos tan peculiares que los
distinguían del resto de los ciudadanos. Su abstención de carne de cerdo y de
vino y su preferencia por las legumbres en su dieta alimenticia eran objeto de
burla en muchas ocasiones.
Los
moriscos fueron frecuentemente perseguidos por la justicia, pero ello más bien
por cuestiones de discriminación religiosa que por delitos. Las memorias del
padre Pedro de León, un jesuita que fue confesor en la Cárcel de Sevilla a
finales del siglo XVI, ilustran con algún caso concreto la falta de escrúpulos
de la justicia para aplicar las penas más severas a los moriscos aún sin
pruebas suficientes. Cuenta el padre León que cuatro moriscos fueron acusados
de haber asaltado una venta en Carmona, y confesaron el delito que no habían
cometido, por miedo al tormento. Fueron sentenciados a la pena de muerte, cuya
ejecución tuvo lugar en la Plaza de San Francisco. Los verdaderos malhechores,
que por coincidencia habían presenciado la escena, cometieron al poco tiempo
otro delito semejante en las cercanías de Cazalla. Esta vez fueron tomados
presos y traídos a la Cárcel de Sevilla. Allí confesaron todos sus delitos y se
pudo comprobar que los moriscos habían sido ejecutados por un crimen del que
eran del todo inocentes.
En
Sevilla la Iglesia hizo grandes esfuerzos para someter, en lo que ellos
llamaban la integración de los moriscos en la sociedad cristiana. El arzobispo
Don Fernando Niño de Guevara publicó unas disposiciones en 1604 en las que
mandaba un estricto control sobre la población morisca para procurar el
cumplimiento de los preceptos de la iglesia y para que los niños fuesen
educados en la fe cristiana. Pero todos los esfuerzos fueron inútiles y el
destierro fue la solución que se adoptó. El bando que regulaba la expulsión de
los de Andalucía no fue publicado hasta el 10 de enero de 1610. En realidad,
hubo cierta flexibilidad para que pudiesen sacar los bienes que quisiesen
llevar consigo. Nos cuenta la historia oficial que algunos se resistieron a
salir pero, salvo los 300 niños que quedaron al cuidado del Cabildo todos los
demás abandonaron la ciudad. Se cuenta que por Sevilla salieron, no sólo los
que en ella residían, sino otros venidos de fuera, que con aquellos sumaron un
total de 18.000, y que la mayor parte de los cuales se asentaron en la zona del
norte del Magreb (Ceuta y Tánger). De toda Andalucía salieron unos 30.000
moriscos en total. Pocos para los miles de moriscos que vivían en esos momentos
en toda Andalucía..
El
Profesor. Domínguez Ortiz, dice en su estudio sobre "Felipe IV y los
moriscos": "… quizás sorprenda a quienes están acostumbrados a pensar
que después de la expulsión decretada en 1609 cesó de existir una población
morisca y un problema morisco. Es sabido, sin embargo, que las repercusiones de
tal medida se hicieron sentir durante mucho tiempo, y que, a pesar del
rigorismo oficial, un cierto porcentaje, difícil de evaluar, de la población
morisca permaneció en nuestro suelo. Muy apegados al terruño (como corresponde
a un pueblo de mentalidad campesina) los moriscos hicieron esfuerzos inauditos
por eludir el destierro, ya acogiéndose a lugares montañosos y distantes, ya
tratando de obtener certificados de cristiandad de los prelados, ya
ofreciéndose como esclavos a los cristianos viejos, pues les causaba más dolor
perder su Patria que su libertad personal".
Celestino
López Martínez sitúa, como consideraciones finales, en su libro Mudéjares y
moriscos sevillanos, que corroboran igualmente la pervivencia de los moriscos
en Andalucía y en toda España: "llegaremos a convencernos de que la
expulsión de los moriscos no despobló a España; cual, acaso sin advertirlo,
declaró Moncada al decir que vinieron otros tantos extranjeros como fueron los
moriscos expulsados".Cuando este autor habla de la obra de Lafuente,
acerca de los barros vidriados sevillanos, afirma: "... nos enseña que los
alfares trianeros sumaba treinta a fines del siglo XVI y años después de la
expulsión se elevaron a ochenta y dos".
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