LOS MERCADERES JUDÍOS EN EL SIGLO
XIV
María José Cano
De
todos es conocido el papel desempeñado por los judíos en el sistema comercial a
lo largo de la historia, y cómo ese papel se convierte en protagonista, cuando
el escenario es el Mediterráneo y la época es la Edad Media.
Durante
el siglo XIV, como en los siglos anteriores y posteriores, el buen desarrollo
de las transacciones comerciales dependía, en gran medida, de las relaciones
personales de los mercaderes, pues la precariedad de las redes comerciales
exigía una confianza plena en todos y cada uno de los nudos de la red.
Un próspero negocio familiar y
correligionario
Las
relaciones familiares en el amplio sentido semítico –casi tribal y clánico–
eran las grandes protagonistas, pero cuando éstas fallaban, eran suplidas por
las relaciones de correligionarios. En el caso de los judíos eran tan
frecuentes las unas como las otras, cosa lógica si entendemos que en todos los
lugares constituían una minoría religiosa en un universo dominado por las
religiones. En consecuencia, las redes comerciales estaban integradas por
miembros de una misma tradición religiosa: judíos con judíos, cristianos con
cristianos y musulmanes con musulmanes, si bien esto no impedía que los
negocios se pudieran realizar entre miembros ajenos a la propia comunidad religiosa
en sus fases inicial y final. Concretamente, el comercio entre la Europa
cristiana y los países musulmanes dependía, en gran medida, de los mercaderes
judíos asentado en las riberas norte y sur del Mediterráneo, que comerciaban en
los puertos del sur con mercaderes musulmanes, y en el norte con cristianos. La
ética comercial entre los individuos de las tres religiones abrahámicas era muy
similar, lo que facilitaba las transacciones comerciales ‘interreligiosas’.
La
mayoría de los mercaderes judíos pertenecían a un grupo que se podría denominar
como profesionales, que estaba integrado por los grandes mercaderes, los
delegados, los representantes y los agentes o intermediarios. También se
dedicaban a la mercadería, de forma esporádica, viajeros que emprendían una
peregrinación a lugares santos, sobre todo a Jerusalén, o estudiosos que
acudían a aprender con eruditos famosos, y que aprovechaban el largo camino
para comerciar y, con las ganancias, costearse parte del viaje. Unas veces los
negocios eran suyos propios, aunque en la mayoría de los casos, eran por cuenta
ajena, siempre eran transacciones de menor envergadura que las de los
mercaderes profesionales.
La
abundante documentación conservada sobre los mercaderes judíos muestra cómo, no
todos ellos pertenecían a la misma clase social, pero también evidencia cómo
existía un espíritu de igualdad, sólo explicable por la responsabilidad
compartida entre todos los actores de una transacción comercial. Los documentos
–contratos, cartas, libros de viajes, etc. – muestran cómo el comercio estaba
marcado por la inseguridad y la lentitud de las comunicaciones de las rutas
comerciales que, fundamentalmente, se realizaban en barco y en caravanas. Un
buen resultado en el negocio dependía de saber mantener un frágil equilibro
entre los compradores, los vendedores y los intermediarios, que comenzaba al
adquirir la mercancía en los lugares de origen y concluía con una buena venta
en el lugar de destino. Pero ese equilibrio dependía sobre todo de las etapas
intermedias en las que los productos esperaban su siguiente destino, eran
negociados –se vendían para comprar otras mercancías– o se perdían. En
consecuencia, la confianza entre todos los integrantes de la red comercial, era
fundamental.
Las
redes estaban formadas sobre todo, por familiares de los grandes comerciantes,
como eran los hijos, los yernos y personas muy próximas, que actuaban de
delegados o agentes. Estos eran los encargados de comprar y vender las
mercancías y solían residir en los enclaves comerciales más importantes. A
principios del siglo XIV, los mercaderes judíos más importantes procedían del
mundo musulmán, así era frecuente encontrar redes donde, por ejemplo, un
comerciante judío de El Cairo tuviera delegados residentes en enclaves situados
en el Occidente musulmán, que mantenían la ruta entre Sijilmasa-Fez-al-Andalus,
desde donde se adentraban en los reinos cristianos hispanos peninsulares, o
hacia Qairawán-Sicilia. Desde Sicilia se volvía a bifurcar la ruta, marchando
una hacia Europa por Italia, otra al Levante mediterráneo y otra a El Cairo,
sede central de la red, donde a su vez, se recibían mercancías de la India a
través de Adén y el Nilo, que se importaban a la Europa cristiana y al occidente musulmán.
Auténticas sociedades mercantiles
Las
relaciones entre los mercaderes y sus agentes y representantes, se solía
mantener de por vida e, incluso, perduraba de generación en generación. Estas
relaciones consolidadas, a veces convivían con otras esporádicas que se
establecían para una única transacción comercial. Hasta principios del siglo
XIV, los grandes comerciantes judeo-árabes disponían de capital suficiente para
financiar sus negocios y expediciones comerciales, y todos los intermediarios
recibían un porcentaje de los beneficios de las transacciones.
Era
frecuente que lo grandes mercaderes se asociaran con otros comerciantes,
creando auténticos ‘monopolios’. Estas sociedades se reforzaban con alianzas
matrimoniales, si bien las sociedades estaban por encima de esas alianzas, como
se puede ver en algún caso de divorcio, en el que la sociedad perdura una vez
disuelto el matrimonio. Las sociedades mercantiles repartían beneficios y
financiaban operaciones conjuntamente, pero las propiedades de los socios
permanecían separadas. Esta costumbre se aplicaba incluso a los hijos; su
estricto cumplimiento varió de unos lugares a otros y de unas épocas a otras,
si bien en el norte de África se practicó, casi sin variantes, desde la época
romana hasta bien entrada la Edad Moderna.
Durante
el siglo XIV, como en el resto del medioevo, los judíos, al ser comunidades
minoritarias, se regían por sus propias leyes tanto en los reinos cristianos
como musulmanes, sometiéndose a la jurisprudencia central sólo en los casos de
litigios mixtos, es decir con cristianos o musulmanes. Esta situación confería
uniformidad a la legislación que regía la vida de los judíos desde Oriente a
Occidente, lo que facilitaba y fomentaba las relaciones mercantiles entre
judíos. Con frecuencia, en la Edad Media, los grandes rabinos legislaron sobre
cuestiones mercantiles.
Mitos sobre los mercaderes judíos
El
hecho de que los judíos mantuvieran unas férreas redes comerciales, con un
carácter bastante endogámico, y que éstas estuvieran regidas por sus propias
leyes, que eran desconocidas y extrañas a los gentiles, dio lugar a la
aparición de leyendas en torno a los comerciantes judíos, como eran la mítica
riqueza de los comerciantes o su dedicación a la usura, pero no todos eran
grandes mercaderes ni prestamistas. Lo que sí es cierto es que las
legislaciones de los países gentiles, en las que se les prohibía la posesión y
cultivo de tierra, ejercer cargos en la administración y la mayoría de las
profesiones liberarles, abocaron a los judíos a ejercer los oficios de
comerciante y prestamista como únicos medios de poder conseguir una mínima
calidad de vida.
Otra
de las leyendas sobre los mercaderes judíos era su dedicación al comercio de
los artículos de lujo. Es cierto que había mercaderes judíos que controlaban
gran parte del mercado de objetos ornamentales –perlas, gemas, abalorios,
lapislázuli, nácar, coral…– por cuanto que la relación precio volumen era muy
favorable, y en caso de persecución, algo demasiado usual, era fácil de ocultar
y transportar. Por ejemplo, estas eran las mercancías con las que comerciaban
preferentemente los viajeros peregrinos y los estudiosos debido a ‘su
comodidad’. Lo cierto es que los judíos comerciaban con todo tipo de género,
siendo muy activos en el mercado de minerales, que era el caso contrario, pues
era necesario comerciar con grandes cantidades: el hierro lo importaban desde
la India a Arabia y desde allí, a los países del Mediterráneo, donde otros
judíos tenían industrias de transformación. El cobre, el estaño, la plata y el
plomo, los exportaban desde al-Andalus. El mercado del oro fue otro en el que
los mercaderes judíos jugaron un papel importante desde los primeros siglos de
la Edad Media, este preciado metal lo traían del África subsahariana vía
Sijilmasa, y a partir del siglo XII, solían importarlo desde Sudán.
El
por qué de la elección de una u otra mercancía se debía, en primer lugar, a la
demanda del mercado pero, en gran medida, también se debía a las actividades de
la comunidad a la que pertenecía el mercader, pues una práctica frecuente entre
los judíos fue el comerciar con productos relacionados con industrias de
transformación en manos de correligionarios. Por ejemplo, era muy frecuente que
los judíos de al-Andalus comerciaran con seda y productos relacionados con la
industria textil, como era el llamado tinte rojo de la India, que importaban
desde India y Yemen a Granada para, después, exportar la seda tejida y tintada.
También el lino egipcio lo exportaban a Túnez y Sicilia para su tratamiento y,
tras el proceso, volvía a ser importado a otros países, incluido Egipto.
Venecia y Génova controlan el comercio
marítimo
A
mediados del siglo XIV, las rutas tradicionales antes descritas, comenzaron a
declinar, y el comercio con el Levante Mediterráneo experimentó un gran auge;
es en ese momento cuando las repúblicas marítimas italianas de Génova y
Venecia, comienzan a controlar el comercio en detrimento de los países
musulmanes del Mediterráneo occidental. A este cambio contribuyó la expansión y
consolidación –aunque la toma de Constantinopla no se produjera hasta 1453– del
Imperio Otomano, que daría un nuevo ritmo al comercio en esa zona. Los
genoveses y venecianos se vieron forzados a extender sus rutas hacia Siria,
Egipto y Constantinopla. Como grandes enclaves comerciales continuarían las
ciudades egipcias de Alejandría y El Cairo, y los puertos sicilianos; a la vez,
surgirán otras nuevas bases comerciales como las islas de Corfú, Rodas, Chipre,
los enclaves griegos de Salónica, Corinto o Constantinopla o las ciudades
sirio-libanesas de Trípoli, Alepo, Damasco, etc. Es notorio cómo la población
judía de esos lugares aumentó considerablemente: los judíos, atraídos por la
prosperidad comercial de esas ciudades emigraron desde Occidente, sobre todo
desde Italia y Sefarad. Por ejemplo, cuando en 1391 se dieron los brotes de
antijudaísmo en los reinos de Castilla y Aragón, muchos judíos que mantenían
contactos comerciales con comunidades hebreas del Levante, optaron por emigrar
allí, ya que el naciente imperio otomano les ofrecía mayores oportunidades y
más protección y libertad.
El
hecho de que el dominio del comercio en el Mediterráneo pasara de manos
musulmanas a manos cristianas, afectó profundamente a los mercaderes judíos,
pues la diferente consideración en la que eran tenidos –pueblo del Libro unos y
pueblo deicida otros– se refleja en las relaciones con los mercaderes cristianos
plasmada en las leyes. Tal es el caso que se dio en la legislación marítima
veneciana que, durante los siglos XIV y XV, consideraba a los mercaderes judíos
rivales y, por tanto, propuso excluirlos de su sistema comercial. Aunque estas
normas nunca llegaron aplicarse, si limitarían su libertad de movimientos, así
en el siglo XIV, los mercaderes judíos no podrán ser dueños o fletar sus
propias naves, sino que serán obligados a usar los servicios marítimos de los
países dominantes del comercio marítimo, que ese momento eran fundamentalmente Venecia y Génova. Pero
incluso en el supuesto de que fueran aceptados tenían problemas, algunas veces
eran las propias leyes religiosas judías –dietéticas, pureza, festividades…–
las que dificultaban sus travesías en naves gentiles; otras eran los puertos
cristianos a los que arribaban, en los que podrían ser considerados proscritos
y perseguidos. Unos de los grandes males de los mercaderes judíos en este siglo
va a ser el de la piratería; este problema, que afectaba a todos los
comerciantes, era especialmente duro para los judíos, que eran asaltados con
más saña y no eran defendidos con la excusa de la religión. Era frecuente
observar cómo el número de cautivos judíos era significativamente mayor que el
de los cristianos, indiferentemente a la religión de los corsarios.
Confinados en ghettos
En
las ciudades cristianas, incluso en las de las colonias, los comerciantes
judíos, como otros ‘extranjeros’, eran obligados a recluirse con sus mercancías
durante la noche en hospederías o fondacos, separados de los mercaderes
cristianos, pero esta separación era especialmente enfatizada en el caso de los
judíos, que debían pernoctar en fondas o albergues ubicados en los barrios
judíos. La existencia de posadas u hospicium exclusivamente judíos en la Alta
Edad Media está bien documentada: un hospicium en el call de Tortosa en 1328,
un hospitium ventura hebrei en Bolonia a finales del siglo XIV o un fondaco
perteneciente a la corona en el Nápoles de 1317 del rey Roberto.
Un
ejemplo claro de la actitud hacia los comerciantes judíos a finales del siglo
XIV, es el de Venecia: Durante todo el medioevo, los venecianos
mantuvieron reservas con los judíos,
pero nunca hubo persecuciones, e incluso en el siglo XIV se les concede el derecho de residencia estable en el barrio
del Véneto, y total libertad para ejercer sus negocios. La bonanza comercial de
la ciudad hizo que se asentaran numerosos comerciantes judíos, entre ellos
algunos llegados de Sefarad. Se les continuó autorizando a vivir dentro de la
ciudad hasta 1513, pero ya circunscritos a la isla que se conoció como Ghetto
Nuevo, donde, a partir de 1516, se les obligó a vivir sin que pudieran
abandonar el barrio después de la puesta del sol.
A
pesar de todas las dificultades con las que tenían que bregar los judíos en los
territorios cristianos, cuando en las postrimerías de medioevo las
instituciones europeas desarrollaron un comercio más moderno, basado en la
implicación de inversores, muchos mercaderes judíos adoptaron este nuevo
sistema y prosperaron notablemente, frente a los colegas que continuaron con el
sistema de negocios musulmán, mucho más personalista. Los mercaderes cristianos
asentados en la zona del Levante, hicieron uso de su condición de minoría para
que sus negocios se rigieran por la leyes de sus países de origen, lo que fue
reconocido por las autoridades musulmanas. Los judíos hicieron uso de ese
derecho y se acogieron a las leyes mercantiles que les eran más favorables, ya
fueran judías, musulmanas o de cualquier país cristiano.
La
relación con los mercaderes cristianos hizo que los mercaderes judíos cambiaran
muchos de sus hábitos; por ejemplo, a partir del siglo XIII cambiaron la ruta
del comercio de diamantes traídos desde la India, que hasta aquella época se
distribuía desde Egipto pero que, desde entonces, va a pasar por Venecia, donde
judíos venecianos comenzaron con la industria de la talla de diamantes. El arte
moderno del corte del diamante se originó entonces.
En
resumen, se puede decir que durante el siglo XIV, los mercaderes judíos no sólo
continuaron protagonizando el mismo
papel prominente en el sistema comercial de Occidente que habían desempeñando
durante los siglos anteriores, sino que se abrieron a nuevos horizontes, como
eran los territorios eslavos.
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