viernes, 10 de agosto de 2012

Historia de los judios en al-Ándalus. Los mercaderes judios en el siglo XIV


LOS MERCADERES JUDÍOS EN EL SIGLO XIV



María José Cano











De todos es conocido el papel desempeñado por los judíos en el sistema comercial a lo largo de la historia, y cómo ese papel se convierte en protagonista, cuando el escenario es el Mediterráneo y la época es la Edad Media.


Durante el siglo XIV, como en los siglos anteriores y posteriores, el buen desarrollo de las transacciones comerciales dependía, en gran medida, de las relaciones personales de los mercaderes, pues la precariedad de las redes comerciales exigía una confianza plena en todos y cada uno de los nudos de la red.
 

Un próspero negocio familiar y correligionario


Jerusalem


Las relaciones familiares en el amplio sentido semítico –casi tribal y clánico– eran las grandes protagonistas, pero cuando éstas fallaban, eran suplidas por las relaciones de correligionarios. En el caso de los judíos eran tan frecuentes las unas como las otras, cosa lógica si entendemos que en todos los lugares constituían una minoría religiosa en un universo dominado por las religiones. En consecuencia, las redes comerciales estaban integradas por miembros de una misma tradición religiosa: judíos con judíos, cristianos con cristianos y musulmanes con musulmanes, si bien esto no impedía que los negocios se pudieran realizar entre miembros ajenos a la propia comunidad religiosa en sus fases inicial y final. Concretamente, el comercio entre la Europa cristiana y los países musulmanes dependía, en gran medida, de los mercaderes judíos asentado en las riberas norte y sur del Mediterráneo, que comerciaban en los puertos del sur con mercaderes musulmanes, y en el norte con cristianos. La ética comercial entre los individuos de las tres religiones abrahámicas era muy similar, lo que facilitaba las transacciones comerciales ‘interreligiosas’.

La mayoría de los mercaderes judíos pertenecían a un grupo que se podría denominar como profesionales, que estaba integrado por los grandes mercaderes, los delegados, los representantes y los agentes o intermediarios. También se dedicaban a la mercadería, de forma esporádica, viajeros que emprendían una peregrinación a lugares santos, sobre todo a Jerusalén, o estudiosos que acudían a aprender con eruditos famosos, y que aprovechaban el largo camino para comerciar y, con las ganancias, costearse parte del viaje. Unas veces los negocios eran suyos propios, aunque en la mayoría de los casos, eran por cuenta ajena, siempre eran transacciones de menor envergadura que las de los mercaderes profesionales.

La abundante documentación conservada sobre los mercaderes judíos muestra cómo, no todos ellos pertenecían a la misma clase social, pero también evidencia cómo existía un espíritu de igualdad, sólo explicable por la responsabilidad compartida entre todos los actores de una transacción comercial. Los documentos –contratos, cartas, libros de viajes, etc. – muestran cómo el comercio estaba marcado por la inseguridad y la lentitud de las comunicaciones de las rutas comerciales que, fundamentalmente, se realizaban en barco y en caravanas. Un buen resultado en el negocio dependía de saber mantener un frágil equilibro entre los compradores, los vendedores y los intermediarios, que comenzaba al adquirir la mercancía en los lugares de origen y concluía con una buena venta en el lugar de destino. Pero ese equilibrio dependía sobre todo de las etapas intermedias en las que los productos esperaban su siguiente destino, eran negociados –se vendían para comprar otras mercancías– o se perdían. En consecuencia, la confianza entre todos los integrantes de la red comercial, era fundamental.

Las redes estaban formadas sobre todo, por familiares de los grandes comerciantes, como eran los hijos, los yernos y personas muy próximas, que actuaban de delegados o agentes. Estos eran los encargados de comprar y vender las mercancías y solían residir en los enclaves comerciales más importantes. A principios del siglo XIV, los mercaderes judíos más importantes procedían del mundo musulmán, así era frecuente encontrar redes donde, por ejemplo, un comerciante judío de El Cairo tuviera delegados residentes en enclaves situados en el Occidente musulmán, que mantenían la ruta entre Sijilmasa-Fez-al-Andalus, desde donde se adentraban en los reinos cristianos hispanos peninsulares, o hacia Qairawán-Sicilia. Desde Sicilia se volvía a bifurcar la ruta, marchando una hacia Europa por Italia, otra al Levante mediterráneo y otra a El Cairo, sede central de la red, donde a su vez, se recibían mercancías de la India a través de Adén y el Nilo, que se importaban a la Europa cristiana  y al occidente musulmán.


Auténticas sociedades mercantiles

Las relaciones entre los mercaderes y sus agentes y representantes, se solía mantener de por vida e, incluso, perduraba de generación en generación. Estas relaciones consolidadas, a veces convivían con otras esporádicas que se establecían para una única transacción comercial. Hasta principios del siglo XIV, los grandes comerciantes judeo-árabes disponían de capital suficiente para financiar sus negocios y expediciones comerciales, y todos los intermediarios recibían un porcentaje de los beneficios de las transacciones.

Era frecuente que lo grandes mercaderes se asociaran con otros comerciantes, creando auténticos ‘monopolios’. Estas sociedades se reforzaban con alianzas matrimoniales, si bien las sociedades estaban por encima de esas alianzas, como se puede ver en algún caso de divorcio, en el que la sociedad perdura una vez disuelto el matrimonio. Las sociedades mercantiles repartían beneficios y financiaban operaciones conjuntamente, pero las propiedades de los socios permanecían separadas. Esta costumbre se aplicaba incluso a los hijos; su estricto cumplimiento varió de unos lugares a otros y de unas épocas a otras, si bien en el norte de África se practicó, casi sin variantes, desde la época romana hasta bien entrada la Edad Moderna.

Durante el siglo XIV, como en el resto del medioevo, los judíos, al ser comunidades minoritarias, se regían por sus propias leyes tanto en los reinos cristianos como musulmanes, sometiéndose a la jurisprudencia central sólo en los casos de litigios mixtos, es decir con cristianos o musulmanes. Esta situación confería uniformidad a la legislación que regía la vida de los judíos desde Oriente a Occidente, lo que facilitaba y fomentaba las relaciones mercantiles entre judíos. Con frecuencia, en la Edad Media, los grandes rabinos legislaron sobre cuestiones mercantiles.


Mitos sobre los mercaderes judíos

El hecho de que los judíos mantuvieran unas férreas redes comerciales, con un carácter bastante endogámico, y que éstas estuvieran regidas por sus propias leyes, que eran desconocidas y extrañas a los gentiles, dio lugar a la aparición de leyendas en torno a los comerciantes judíos, como eran la mítica riqueza de los comerciantes o su dedicación a la usura, pero no todos eran grandes mercaderes ni prestamistas. Lo que sí es cierto es que las legislaciones de los países gentiles, en las que se les prohibía la posesión y cultivo de tierra, ejercer cargos en la administración y la mayoría de las profesiones liberarles, abocaron a los judíos a ejercer los oficios de comerciante y prestamista como únicos medios de poder conseguir una mínima calidad de vida.

Otra de las leyendas sobre los mercaderes judíos era su dedicación al comercio de los artículos de lujo. Es cierto que había mercaderes judíos que controlaban gran parte del mercado de objetos ornamentales –perlas, gemas, abalorios, lapislázuli, nácar, coral…– por cuanto que la relación precio volumen era muy favorable, y en caso de persecución, algo demasiado usual, era fácil de ocultar y transportar. Por ejemplo, estas eran las mercancías con las que comerciaban preferentemente los viajeros peregrinos y los estudiosos debido a ‘su comodidad’. Lo cierto es que los judíos comerciaban con todo tipo de género, siendo muy activos en el mercado de minerales, que era el caso contrario, pues era necesario comerciar con grandes cantidades: el hierro lo importaban desde la India a Arabia y desde allí, a los países del Mediterráneo, donde otros judíos tenían industrias de transformación. El cobre, el estaño, la plata y el plomo, los exportaban desde al-Andalus. El mercado del oro fue otro en el que los mercaderes judíos jugaron un papel importante desde los primeros siglos de la Edad Media, este preciado metal lo traían del África subsahariana vía Sijilmasa, y a partir del siglo XII, solían importarlo desde Sudán.

El por qué de la elección de una u otra mercancía se debía, en primer lugar, a la demanda del mercado pero, en gran medida, también se debía a las actividades de la comunidad a la que pertenecía el mercader, pues una práctica frecuente entre los judíos fue el comerciar con productos relacionados con industrias de transformación en manos de correligionarios. Por ejemplo, era muy frecuente que los judíos de al-Andalus comerciaran con seda y productos relacionados con la industria textil, como era el llamado tinte rojo de la India, que importaban desde India y Yemen a Granada para, después, exportar la seda tejida y tintada. También el lino egipcio lo exportaban a Túnez y Sicilia para su tratamiento y, tras el proceso, volvía a ser importado a otros países, incluido Egipto.
 

Venecia y Génova controlan el comercio marítimo


A mediados del siglo XIV, las rutas tradicionales antes descritas, comenzaron a declinar, y el comercio con el Levante Mediterráneo experimentó un gran auge; es en ese momento cuando las repúblicas marítimas italianas de Génova y Venecia, comienzan a controlar el comercio en detrimento de los países musulmanes del Mediterráneo occidental. A este cambio contribuyó la expansión y consolidación –aunque la toma de Constantinopla no se produjera hasta 1453– del Imperio Otomano, que daría un nuevo ritmo al comercio en esa zona. Los genoveses y venecianos se vieron forzados a extender sus rutas hacia Siria, Egipto y Constantinopla. Como grandes enclaves comerciales continuarían las ciudades egipcias de Alejandría y El Cairo, y los puertos sicilianos; a la vez, surgirán otras nuevas bases comerciales como las islas de Corfú, Rodas, Chipre, los enclaves griegos de Salónica, Corinto o Constantinopla o las ciudades sirio-libanesas de Trípoli, Alepo, Damasco, etc. Es notorio cómo la población judía de esos lugares aumentó considerablemente: los judíos, atraídos por la prosperidad comercial de esas ciudades emigraron desde Occidente, sobre todo desde Italia y Sefarad. Por ejemplo, cuando en 1391 se dieron los brotes de antijudaísmo en los reinos de Castilla y Aragón, muchos judíos que mantenían contactos comerciales con comunidades hebreas del Levante, optaron por emigrar allí, ya que el naciente imperio otomano les ofrecía mayores oportunidades y más protección y libertad.
Génova, en un grabado de 1493
El hecho de que el dominio del comercio en el Mediterráneo pasara de manos musulmanas a manos cristianas, afectó profundamente a los mercaderes judíos, pues la diferente consideración en la que eran tenidos –pueblo del Libro unos y pueblo deicida otros– se refleja en las relaciones con los mercaderes cristianos plasmada en las leyes. Tal es el caso que se dio en la legislación marítima veneciana que, durante los siglos XIV y XV, consideraba a los mercaderes judíos rivales y, por tanto, propuso excluirlos de su sistema comercial. Aunque estas normas nunca llegaron aplicarse, si limitarían su libertad de movimientos, así en el siglo XIV, los mercaderes judíos no podrán ser dueños o fletar sus propias naves, sino que serán obligados a usar los servicios marítimos de los países dominantes del comercio marítimo, que ese momento eran  fundamentalmente Venecia y Génova. Pero incluso en el supuesto de que fueran aceptados tenían problemas, algunas veces eran las propias leyes religiosas judías –dietéticas, pureza, festividades…– las que dificultaban sus travesías en naves gentiles; otras eran los puertos cristianos a los que arribaban, en los que podrían ser considerados proscritos y perseguidos. Unos de los grandes males de los mercaderes judíos en este siglo va a ser el de la piratería; este problema, que afectaba a todos los comerciantes, era especialmente duro para los judíos, que eran asaltados con más saña y no eran defendidos con la excusa de la religión. Era frecuente observar cómo el número de cautivos judíos era significativamente mayor que el de los cristianos, indiferentemente a la religión de los corsarios.


Confinados en ghettos

En las ciudades cristianas, incluso en las de las colonias, los comerciantes judíos, como otros ‘extranjeros’, eran obligados a recluirse con sus mercancías durante la noche en hospederías o fondacos, separados de los mercaderes cristianos, pero esta separación era especialmente enfatizada en el caso de los judíos, que debían pernoctar en fondas o albergues ubicados en los barrios judíos. La existencia de posadas u hospicium exclusivamente judíos en la Alta Edad Media está bien documentada: un hospicium en el call de Tortosa en 1328, un hospitium ventura hebrei en Bolonia a finales del siglo XIV o un fondaco perteneciente a la corona en el Nápoles de 1317 del rey Roberto.

Un ejemplo claro de la actitud hacia los comerciantes judíos a finales del siglo XIV, es el de Venecia: Durante todo el medioevo, los venecianos mantuvieron  reservas con los judíos, pero nunca hubo persecuciones, e incluso en el siglo XIV se les concede  el derecho de residencia estable en el barrio del Véneto, y total libertad para ejercer sus negocios. La bonanza comercial de la ciudad hizo que se asentaran numerosos comerciantes judíos, entre ellos algunos llegados de Sefarad. Se les continuó autorizando a vivir dentro de la ciudad hasta 1513, pero ya circunscritos a la isla que se conoció como Ghetto Nuevo, donde, a partir de 1516, se les obligó a vivir sin que pudieran abandonar el barrio después de la puesta del sol.

A pesar de todas las dificultades con las que tenían que bregar los judíos en los territorios cristianos, cuando en las postrimerías de medioevo las instituciones europeas desarrollaron un comercio más moderno, basado en la implicación de inversores, muchos mercaderes judíos adoptaron este nuevo sistema y prosperaron notablemente, frente a los colegas que continuaron con el sistema de negocios musulmán, mucho más personalista. Los mercaderes cristianos asentados en la zona del Levante, hicieron uso de su condición de minoría para que sus negocios se rigieran por la leyes de sus países de origen, lo que fue reconocido por las autoridades musulmanas. Los judíos hicieron uso de ese derecho y se acogieron a las leyes mercantiles que les eran más favorables, ya fueran judías, musulmanas o de cualquier país cristiano.

La relación con los mercaderes cristianos hizo que los mercaderes judíos cambiaran muchos de sus hábitos; por ejemplo, a partir del siglo XIII cambiaron la ruta del comercio de diamantes traídos desde la India, que hasta aquella época se distribuía desde Egipto pero que, desde entonces, va a pasar por Venecia, donde judíos venecianos comenzaron con la industria de la talla de diamantes. El arte moderno del corte del diamante se originó entonces.

En resumen, se puede decir que durante el siglo XIV, los mercaderes judíos no sólo continuaron  protagonizando el mismo papel prominente en el sistema comercial de Occidente que habían desempeñando durante los siglos anteriores, sino que se abrieron a nuevos horizontes, como eran los territorios eslavos.






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