viernes, 10 de agosto de 2012

Historia de los judios en al-Ándalus. Aspectos sociológicos de la mujer sefardi en el meioevo



ASPECTOS SOCIOLÓGICOS DE LA MUJER SEFARDÍ EN EL MEDIEVO



En las comunidades hebreas de la Edad Media el núcleo básico de organización social es la familia, entendida en sentido riguroso o también definida como familia nuclear. Aun cuando no existen suficientes datos que aseguren con certeza absoluta, se puede generar la hipótesis, que desde la más remota antigüedad  la familia judía se organizaba según un estricto “régimen patriarcal”, llevándonos a una escasa existencia documental medieval conservada sobre la familia judía, como en las referencias genealógicas y onomásticas.

El varón, ejerciente de la autoridad suprema de la familia judía, desplaza a la mujer al desempeño de las obligaciones derivadas de su condición de esposa y madre, así como a la ejecución de los trabajos domésticos, quedando mostrado la existencia de una inferioridad jurídica de la mujer en la sociedad judía medieval. Podemos pensar, que las mujeres judías vivían en condiciones parecidas a las de sus vecinas musulmanas. Las leyes y costumbres judías, incluyendo las relativas a las mujeres y el matrimonio, se vieron influenciadas en gran manera por las leyes y costumbres de los musulmanes.

Las jóvenes judías contraían a una edad muy temprana matrimonio, y por el mismo tenían poco tiempo para estudiar, aunque aprendían en su casa muchas prescripciones bíblicas y rabínicas que incluían un cierto nivel cultural. El rabino de Cremona, Jacob ben Moseh Molin (Maharil, m. 1427), afirmaba que era un error enseñar a las mujeres. I. Abrahams[1] reconoce que en época medieval tardía las mujeres cristianas recibían mejor educación que las judías, pero no por eso se indica que la mujer judía fuese una ignorante. La educación a la que se hace referencia, estaba centrada en la enseñanza domestica transmitida por sus padres y hermanos. M. Kayserling (1879) y Nehida Remy (1896) hacen referencia a algunas mujeres de prestigio a las que se llamaba “señoras rabinas”, aunque por regla general, la mujer no aprendía a escribir, aunque existieron extraordinarias pendolistas que ayudaban a sus maridos.

Entre estas mujeres excepcionales podríamos hacer referencia a la hija de Samuel ben Ali de Bagdad. Hypatia era experta en la Biblia y en el Talmud, según R. Petachia ben Jacob (s. XII), aunque no hay certeza de este dato. Otra maestra, según M. Kayserling[2], habría dirigido un colegio, aunque en la instrucción publica apenas apareciese la mujer. Así pues, y en virtud del carácter patriarcal de la vida familiar, el varón ejercía la autoridad suprema de la familia judía, quedando el papel de la mujer prácticamente limitado al cumplimiento de las obligaciones derivadas de su condición como esposa y madre.

En el ámbito legal, quedaba la mujer sometida a la autoridad del padre o tutor en ausencia de este mismo. En el caso de contraer matrimonio, quedaba bajo la autoridad del marido. Del mismo modo, las mujeres  casadas no tenían capacidad para realizar donaciones de bienes sin la autorización de su marido. Estas leyes de carácter obsoleto quedaban aun recogidas en la doctrina jurídica española hasta el siglo XX, calificándose esta acción como “alieni iuris[3]”. No obstante, a través de las relaciones familiares es fácil apreciar algunos rasgos de la manifiesta inferioridad jurídica de la mujer en el seno de la sociedad judía medieval. 

La religión judía contemplaba el matrimonio como el estado social óptimo, pues así, la mujer judía al igual que la mujer cristiana era educada principalmente para el matrimonio y para la maternidad, teniendo en cuenta que en el mundo medieval era esencial la perpetuación del linaje. La esterilidad de una esposa dentro del matrimonio era causa de deshonra para la mujer, pudiendo ser motivo de la disolución del vínculo matrimonial contraído con anterioridad. El matrimonio se apoyaba en la “ketubah” o contrato nupcial  otorgado por el futuro marido a la novia, en la que se regulaban todas las condiciones del matrimonio, con el fin de proteger a la contrayente.

La mujer sefardí se ve inmersa en una cultura e ideología, que determinara un papel determinado en la sociedad Medieval. Comprender los conceptos hasta ahora planteados implicaría un análisis de la vida cotidiana, costumbres y tradiciones que se plasman en instituciones y que van dando carácter, personalidad e identidad a la mujer. Con el cumplimiento de las labores del hogar, la mujer cumple la misión de ser el eslabón entre la religión y la costumbre. Ella será la responsable de seguir las tradiciones alimenticias (Kosher) según marca la Ley, efectuará el encendido de las velas del viernes y, cuidara y orientara la educación de los hijos dentro de los parámetros judíos.

Volviendo a la relación de la mujer judía casada con la ley, esta no era propietaria de ningún tipo de bienes, ya que todos pertenecían al marido. Sin embargo, las leyes judías castellanas eran en este aspecto bastante más benévolas para la mujer que la legislación hebrea en general. Así, en la legislación judía castellana sobre el régimen de sucesión de bienes hallamos ciertas disposiciones visiblemente favorables para la  mujer que se podrían resumir así:

 1.“Alcanzada la pubertad, a los doce años y medio, la mujer tenía pleno derecho a recibir en propiedad lo que le correspondiera por herencia o por otro título legal.

 2.Si un judío fallecia dejando un hijo varón y una o varias hijas sin casar, tendrían derecho a la herencia por partes iguales, y sólo si el varón era el primogénito tendría derecho a una porción doble en virtud del precepto bíblico que favorece la primogenitura. No obstante, a la muerte de la madre las hijas no tendrían ya ningún derecho a la herencia. Por el contrario, si falleciera antes la madre, las hijas tendrían los mismos derechos a la sucesión que los hijos, recibiendo también a la muerte  del padre su parte correspondiente.

 3.Si un judío fallecía dejando sólo hijas, éstas tendrían todas los mismos derechos a la sucesión, sin distinción alguna entre casadas y solteras[4]”.

Desde el punto de vista del derecho penal, los pleitos y causas se resolvían siempre según riguroso orden de presentación, existiendo una cierta prelación, de forma, ya que el pleito presentado por el menor de edad debía ser visto antes que el de la viuda; el de la viuda antes que el del sabio; el del sabio antes que el del ignorante; y el de la mujer antes que el del hombre. Eran penados severamente los delitos sexuales, tales como el adulterio o violación. El adulterio se castigaba con la pena de azotes si la mujer era judía y soltera; si, por el contrario, era casada o pagana el hombre era castigado con la pena de muerte. Los delitos de violación, por su parte, eran castigados con la pena de azotes.

En lo referente a la vida religiosa, la mujer sefardí estaba obligada a cumplir la ley ritual desde los doce años, quedando exenta de realizar determinadas oraciones, participar en las oraciones comunitarias o cumplir con las ceremonias de las diversas festividades judías. En este sentido, en una relación de los trascendentales ritos y prácticas religiosas judías, desarrollada para uso de inquisidores, se dice textualmente:

“Las mugeres no heran obligadas a cosa alguna de rrezar, ni por ninguna manera se juntaban con los onbres, ni gient mugeres balían para cumplir el número tanto como un niño de teta, e las que heran devotas bellas se tenían su cámara junta a la sinoga para que estublesen e un rrabi que les rreszase en rromanze todo lo que en la sinoga se rregava en hebrayco; entre ellas no avía obligagión de número[5]”.

En la Biblia no existe referencia alguna donde se ordene instruir a las mujeres en la Ley religiosa. Por su parte, el Talmud se muestra absolutamente contrario a la erudición religiosa femenina, manteniéndose esta opinión a lo largo de toda la Edad Media. La exención de la mujer judía para el acatamiento de los mandatos religiosos, no obedece en modo alguno a razones de índole antifeminista, sino al principio talmúdico de que quien está implicado en un acto religioso está eximido de otro simultáneo, siendo considerados los quehaceres y labores domésticas un acto propiamente religioso.

En la vida publica fuera de las aljamas, sufría la mujer las mismas inclemencias que los hombres, en particular a las referentes a la indumentaria, para facilitar su condición de judíos y evitar los contactos con los cristianos, quedando penado con la pena de muerte los contactos sexuales entre cristianos y judíos.  A lo largo de toda la Edad Media, múltiples constituciones eclesiásticas lucharon por imposibilitar que los cristianos tomaran como barraganas a mujeres judías o mudéjares, lanzando la pena de excomunión contra los infractores.

Las disposiciones de Cortes eran algo más condescendientes con la indumentaria de la mujer sefardí, permitiéndole la utilización de paños tintos y pieles blancas, aun cuando le prohibían también tajantemente el uso de pieles de calidad, de adornos de oro y de zapatos dorados.


En el ámbito de las actividades socio -  profesionales, tenía la mujer una participación muy similar a la de la mujer cristiana, aunque existían algunas diferencias. No era inusual encontrarse con mujeres judías que gestionaban bienes económicos, bien ellas solas o en compañía de su marido. Los trabajos en el servicio domestico o como nodriza eran realizados en casas judías o de judeoconversos. Las labores de carácter artesanal se realizaban en el sector textil, aunque ejercían igualmente labores de carácter mercantil, médicas o de prestamistas. Igualmente hay que citar en este abanico de profesiones las plañideras, prostitutas, barraganas, hechiceras y curanderas, terreno este en el que jugaron un importante papel, ya que continuaban conservando y transmitiendo costumbres y ritos judíos.


Hoy en día, la sociedad judía se manifiesta casi completamente modificada. Hace aparición el “hombre nuevo” y la mujer emancipada, estando la vida hogareña en un estatus igualitario, donde se comparten muchas tareas. Aun así, los aspectos rituales de la antigua división, junto con algunos rasgos sociales, han resultado ser notablemente resistentes al cambio. Continua siendo habitual, ver a la madre encender las luces del Shabbat y el padre decir los kiddush, mientras los niños desempeñan su papel en la comida ceremonial de Pascua y se espera de ellos, que estudien hebreo, aprendan historia y religión judía, bien sea en clases en la sinagoga o en la escuela judía.


María José Arévalo Gutiérrez

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