AL-ÁNDALUS III: EL SULTANATO DE
GRANADA (1232-1492)
Con
la dinastía Nasrí firmemente asentada en Granada, la caída progresiva de los
diversos territorios del Levante y Sur de al-Ándalus irá reduciendo los
dominios musulmanes a una franja desde Tarifa al oeste hasta más allá de
Almería, al este, y desde el mar Mediterráneo a las montañas de Granada, por el
norte.
Y
una breve reseña sobre la Alhambra
Arjona es un municipio andaluz perteneciente a
la provincia de Jaén, en la Comunidad Autónoma de Andalucía. La antigua ciudad
está situada a 45 km
al noroeste de la capital provincial y sus orígenes se remontan a la época
romana.
En
el año 1232/629 los habitantes de Arjona proclamaron sultán a Muhammad Ibn
Yusuf Ibn Nasr, apodado al-Ahmar ("el Rojo"). Así fue como comenzó la
dinastía de los Banu Nasr o Nasríes, que castellanizamos Nazaríes, también
llamados Banu l-Ahmar (sumarían 23 sultanes entre 1232-1492). Desde ese
momento, Muhammad I extenderá su autoridad a Jaén, Porcuna, y luego Guadix y
Baza, aprovechándose para ello de circunstancias negativas para los musulmanes,
como la conquista de Córdoba por Fernando III y el creciente descontento contra
Ibn Hud (uno de los reyes de taifas que se había hecho con gran parte del Sur
de al-Ándalus al declinar el poder almohade. El asesinato de Ibn Hud en Almería
(1238) le encumbrará finalmente como el principal de los soberanos de al-Ándalus.
En 1237/1238 empiezan los trabajos de construcción en la Alhambra de Granada.
Con
la dinastía Nasrí firmemente asentada en Granada, la caída progresiva de los
diversos territorios del Levante y Sur de al-Ándalus irá reduciendo los
dominios musulmanes a una franja desde Tarifa al oeste hasta más allá de
Almería, al este, y desde el mar Mediterráneo a las montañas de Granada, por el
norte. En este territorio los musulmanes granadinos se mantuvieron durante 280
años, y conformaron el gobierno más armónico y duradero de la historia del
Islam, teniendo en cuenta que este sultanato nunca se constituyó en un imperio
como el Otomano (1299-1922) o el Mogol (1526-1858), y que en él convivieron
ejemplarmente todas las escuelas de pensamiento, sunníes y shiíes, con sus
hermanos monoteístas judíos y cristianos.
A
esta perduración contribuyeron la idiosincracia y constitución física y moral
granadinos, y su buena técnica militar y ejército, junto al aliado orográfico
que suponían las cordilleras Sub-Béticas y a los problemas internos de los
cristianos.
El
Reino de Granada se caracteriza, también porque del mismo nos ha llegado su
arquitectura militar y palaciega (Alhambra y Generalife), y otra serie de ricas
manifestaciones artíticas y científicas, sin parangón en la historia islámica
anterior y posterior.
Gracias
a la labor de los historiadores musulmanes de este período, especialmente la de
Ibn al-Jatib, nos han llegado gran cantidad de noticias que permiten una
reconstrucción bastante aceptable de la historia del sultanato de Granada e
incluso de etapas anteriores de al-Ándalus.
CRONOLOGÍA GRANADINA
Muhammad
I había asistido como testigo pasivo a la victoria de los ejércitos castellanos
en el sur de al-Ándalus. Un año después de la caída de Sevilla, en 1249, los
últimos islotes musulmanes habían reconocido la soberanía de Fernando III el
Santo (1201-1252), rey de Castilla y León (canonizado en 1671).
En
1260, su hijo Alfonso X el Sabio (1221-1284) anexionó Cádiz. En 1261 se apoderó
de Jerez. Niebla capituló en 1262. En 1264 Muhammad I reanudó las hostilidades
contra Alfonso X, tratando de no correr la misma suerte que los régulos de las
llamadas «terceras taifas», sus correligionarios. Se alió con la dinastía
mariní o Banu Marín (1258-1465) que suplantaba entonces a los almohades en
Marruecos. Ese mismo año, guerreros mariníes o benimerines llegaron a
al-Ándalus con el fin de participar en el Ÿihad ("guerra defensiva para
preservar el territorio musulmán") contra Castilla. Los mudéjares, es
decir los musulmanes que habían quedado en tierra cristiana, se habían
sublevado contra Alfonso X de 1264
a 1266 en las regiones de Jerez y de Murcia. Muhammad I
se alió con ellos. En Jerez, en Utrera y en Lebrija, la población musulmana
reconoció su soberanía.
La
revuelta de los Banu Ashqilula, parientes próximos del sultán de Granada y
gobernadores de Guadix y de Málaga, tuvo lugar precisamente en el momento en
que triunfaban los ejércitos cristianos. Por esa misma razón, los Banu
Ashqilula ofrecieron entonces su vasallaje a Alfonso X, que estaba en guerra
contra el sultán de Granada.
A
principios del año 1273, al regresar de una expedición militar de castigo, en
los alrededores de Granada, Muhammad I tuvo una caída mortal. Y su vida se
apagó durante la oración de la tarde, el 22 de enero de 1273.
A
los treinta años y ocho años de edad, Muhammad II accedía al poder en plena
madurez política. En julio de 1273 consiguió arrebatar Antequera a los Banu
Ashqilula. En 1274 envió una embajada granadina al sultán mariní para
convocarle a un Ÿihad en al-Ándalus contra Alfonso X.
Entre
1275 y 1277 los mariníes infligieron a las tropas castellanas dos aplastantes
derrotas, una en Ecija, otra en los alrededores de Sevilla.
Benimerines y castellanos contra
Granada
Pero,
paradójicamente, Alfonso X de Castilla hizo una concertación con el sultán
mariní Abu Yusuf (g. 1258-1286) y los Banu Ashqilula, y sus tropas combinadas
atacaron Granada por dos frentes entre el 12 de mayo de 1280 y el 22 de abril
de 1281. Al norte, el hijo segundo de Alfonso X, Sancho, sufrió una derrota
ante los muros de Granada (24 de junio de 1280). El segundo ataque fue
conducido por Alfonso en persona, secundado por los Bau Ashqilula, pero
Muhammad II consiguió rechazar a los invasores. Mientras tanto los mariníes se
cobraban por anticipado lo pactado con el rey castellano y arrebataban Ronda a
los granadinos.
A
principios de 1288/678, por razones que siguen siendo oscuras, los Banu
Ashqilula abandonaron sus posesiones al sultán nasrí y emigraron a Marruecos
con sus guerreros y sus familias. En 1295 el ejército nasrí conquista Quesada
(al este de Jaén)a los castellanos y en 1300 los desaloja de Alcaudete
(suroeste de Jaén). Muhammad II falleció en 1302.
Después
de los largos reinados de Muhammad I y Muhammad II, el reinado de Muhammad III
sólo iba a durar siete años. En 1305 se construyó la Mezquita Mayor de la
Alhambra. Ese mismo año Muhammad III concerta una paz con Fernando IV de
Castilla (1285-1312) y Jaime II de Aragón (1267-1327). Sin embargo, en 1308, en
Alcalá de Henares se firma un tratado de alianza ofensiva entre Castilla y
Aragón contra Granada.
En
1309 Muhammad III fue obligado a abdicar el 14 de marzo en favor de su hermano
Nasr I. Mientras tanto los castellanos y aragoneses ponían sitio a Almería y
Algeciras, y Ceuta, posesión granadina desde 1306, era reconquistada por los
mariníes. A principios de septiembre los castellanos se apoderaron de
Gibraltar. En 1310 la coalición castellano-aragonesa se vió obligada a levantar
el cerco de Almería y replegarse. En 1312 los castellanos conquistaron
Alcaudete.
Ante
esta serie de fracasos militares, a principios de marzo de 1314, el pueblo del
Albaicín se rebeló contra la autoridad del sultán y proclamó a su primo, el
príncipe Abu l-Walid nuevo monarca. Este asumió el poder con el nombre de
Ismail I. Enérgicamente, el nuevo sultán puso de inmediato las fronteras del
reino en estado de defensa con el fin de estar preparado ante la amenaza de invasión
cristiana.
En
safar 716/abril-mayo de 1316 los musulmanes derrotaron a los castellanos en los
alrededores de Guadix. Ese mismo año, el gobernador de Ceuta Yahya Ibn
al-’Azafí se declaró independiente de los benimerines y prestó ayuda a los marinos
granadinos que lograron derrotar a los castellanos en las aguas del Estrecho.
Amenazaron Gibraltar y lograron penetrar en sus arrabales.
La batalla de la Vega
Pero
muy pronto se reanudó la ofensiva contra Granada. Los infantes Don Pedro y Don
Juan, cotutores de Alfonso XI (1311-1350), lograron reunir una cruzada y
llegaron a la Vega de Granada quemando y destruyendo todo a su paso. El combate
decisivo tuvo lugar el 26 de junio de 1319, terminando en favor de las tropas
de Ismail I que tuvieron el apoyo de contingentes mariníes. Los dos infantes
murieron en la refriega. La batalla de la Vega privó a Castilla de sus
gobernadores y marcó un gran retroceso en la llamada empresa de la
«Reconquista».
Ismail
I entonces recuperó Baza, Huéscar, Orce y Galera (vecinas a la región
murciana). Al regresar a Granada luego de una expedición por la que había
liberado la ciudad de Martos (a mitad de camino de Arjona y Alcaudete) del
dominio castellano, tuvo un altercado con su primo, el gobernador de Algeciras,
Muhammad Ibn Ismail quien, para vengarse, le hizo asesinar el 27 de raÿab 725/6
de julio de 1325, en la Alhambra.
El
nuevo soberano Muhammad IV debido a su corta edad no pudo desempeñar sus
funciones en los primeros años. Los mariníes, apoyados por milicias granadinas
y por navíos genoveses, recuperaron Gibraltar en 733/1333 después de un sitio
de cinco meses. Sin embargo, la facción de los Banu l-’Ula, descontentos por la
alianza del sultán de Granada con los benimerines tramaron un complot que
condujo al asesinato de Muhamma IV el 13 de Dhul-hiÿÿa de 733/25 de agosto de
1333.
Yusuf
I tenía sólo quince años cuando accedió al trono. Iba a reinar más de veinte
años (1333-1354). Imponía por la dignidad que emanaba de la personalidad
principesca, su inteligencia y su perspicacia le llevaban a hacerse con lso
probelmas más difíciles. Tal es el retrato que del sultán elaboró su futuro
visir, el polímata Ibn al-Jatib. Durante su reinado, granada estuvo rara vez en
paz con sus vecinos cristianos. A partir de 1337, Castilla y los benimerines se
preparaban para la guerra en torno a la plaza fuerte de Gibraltar. El
enfrentamiento naval precedió a la lucha en tierra. La escuadra mariní, con el
refuerzo de dieciséis navíos que le envió la dinastía de los Hafshíes de Túnez
(1228-1569), entró en aguas de Algeciras, y derrotó a la flota castellana del
almirante Alfonso Jofre Tenorio en abril de 1340.
La batalla del Salado
Los
jinetes bereberes zenetas de los Muÿahidín «Combatientes de la Fe» llegaron a
al-Ándalus en junio de 1340,
a petición de Yusuf I al sultán mariní Abu l-Hasan (g. 1331-1351),
para poner sitio ante Tarifa. Fue entonces cuando Alfonso XI se alió con su
suegro, el rey de Portugal, Alfonso IV. El gran choque tuvo lugar a orillas del
Salado el 7 de Ÿumada I 741/30 de octubre de 1340. Los cristianos consiguieron
una aplastante victoria sobre las tropas de Yusuf y de Abul-Hasan. Varios altos
dignatarios granadinos perecieron durante la jornada de Tarifa. Ibn al-Jatib,
que perdió a su hermano y a su padre en el curso de la batalla, explicó la
derrota musulmana por la intervención de las fuerzas de reserva castellanas que
facilitó la entrada de la caballería cristiana en la ciudad.
Tras
el desastre de Tarifa, Yusuf I regresó apresuradamente a Granada, en tanto que
Abu l-Hasan se refugiaba en Algeciras, desde donde cruzó a Marruecos. Alfonso
XI, con la victoria del Salado, había alejado definitivamente a los mariníes de
la Península. El rey de Castilla se adueñó enseguida de Alcalá la Real, de
Priego y de Benemijí; puso luego sitio ante Algeciras el 3 de agosto de 1342. Algeciras
se entregó a Alfonso XI el 12 de Dhul-qa´da de 744/27 de marzo de 1344 después
de dos años de resistencia.
La peste negra salva a Gibraltar
Alfonso
XI atacó Gibraltar (que había perdido 14 años antes) en 1349. Frecuentes
escaramuzas enfrentaron a musulmanes y cristianos. Pero la epidemia de Peste
Negra que había llegado a España a partir de 1348 hizo estragos en el campo
cristiano y causó la muerte de Alfonso XI en 751/marzo de 1350. Los castellanos
se vieron a levantar el cerco y Gibraltar lograría permanecer en el seno del
Islam durante ciento doce años más.
En
el plano interior, los monumentos de Granada llevan todavía la huella del
esplendor del reinado de Yusuf I. En 1348 se construyó la puerta monumental de
la Alhambra llamada Puerta de la Justicia y una gran parte del palacio real; se
emprendieron trabajos de edilidad urbana; la madrasa Yusufiyya, o universidad
religiosa que llevó su nombre, fue fundada en 1349. En la primavera del año
1347, el sultán Yusuf I emprendió una gira de inspección de las fronteras
orientales del emirato nasrí. Ibn al-Jatib que lo acompaño ha descrito entre
las ciudades atravesadas Guadix, Baza, Purchena y Vera. A continuación la
escolta real se dirigió a Almería y, pasando por Pechina, Marchena y Finaña,
regresó a Granada.
Yusuf
I trató infructuosamente de implementar la solidaridad con el resto del mundo
islámico. Se había dirigido, por ejemplo, al sultán mameluco bahrí Imaduddín
al-Salih Ismail (g. 1342-1345) para implorar su apoyo en la lucha contra los
castellanos. Pero sus esfuerzos no fueron coronados por el éxito. Con el
pretexto de la necesidad de defender sus propias fronteras amenazadas por los
cristianos (no hay evidencia de tal amenaza), el soberano mameluco de El Cairo
rehusó enviar una expedición de socorro y se contentó con formular votos por la
victoria granadina.
La visita de Ibn Battuta
Hacia
1351 llegó a Gibraltar el incansable viajero tangerino Ibn Battuta (1304-1377).
Estos son algunos apuntes de su rihla (libro de viajes): «Desde Gibraltar me
trasladé a la ciudad de Ronda, que entre las plazas fuertes del Islam es una de
las mejor situadas y defendidas...En Málaga se fabrica la maravillosa cerámica
dorada que se lleva a los países más alejados. Su mezquita tiene una amplitud
enorme y es renombrada por su baraca. No hay patio semejante al de esta
mezquita, con naranjos inmensos... Desde allá me trasladé a Vélez, que está a
venticuatro millas. Esta es una bella ciudad, con una portentosa mezquita. En
el lugar se dan las uvas, frutas e higos igual que en Málaga. Seguimos viaje
hasta Alhama, pequeña población que dispone de una mezquita maravillosamente
emplazada y muy bien construida. Existen allí unas burgas de agua caliente,
orilla de su río, a una milla de distancia, más o menos, del pueblo, con
aposentos separados para el baño, de hombres y mujeres. Después continué la
marcha hacia Granada, capital del país de al-Ándalus, novia de sus ciudades.
Sus alrededores no tienen igual entre las comarcas de la tierra toda, abarcando
una extensión de cuarenta millas, cruzada por el famoso río Genil y por otros
muchos cauces más. Huertos, jardines, pastos, quintas y viñas abrazan a la
ciudad por todas partes...»(Ibn Battuta: A través del Islam, Alianza, Madrid,
1988, págs. 761-763).
El
día de la fiesta de la Ruptura del Ayuno de Ramadán (primero de Shawwal de
755/19 de octubre de 1354), Yusuf I fue apuñalado en la Mezquita Mayor de
Granada por un demente que formaba parte de su servidumbre.
El
primer reinado de Muhammad V, la alianza con Pedro I y la crisis dinástica
El
primogénito de Yusuf I, Muhammad V subió al trono a los dieciséis años de edad.
Confió el poder al antiguo ministro de su padre, Ridwán, que asimismo fue
encargado del mando del ejército andalusí. El erudito Ibn al-Jatib ejerció las
funciones de visir y con ese título conoció personalmente y sirvió a Muhammad
V. Hizo un retrato elogioso de este soberano, de rostro bello, grave y dulce a
la vez. La moderación de su carácter, la firmeza de su fe y su generosidad le
granjearon la confianza y el afecto de la aristocracia. De naturaleza modesta,
Muhammad acostumbraba a ir a caballo sin séquito alguno por las calles de la
capital. Así pues, sus virtudes cívicas y religiosas fueron apreciadas por el
pueblo de Granada. El reino nasrí conoció entonces su mayor estado de
prosperidad y bonanza que las crónicas musulmanas han alabado.
Por
entonces reinaba en Sevilla Pedro I (1334-1369), rey de Castilla y León
(1350-1369), hijo de Alfonso XI y María de Portugal. Este soberano siempre tuvo
una especial predilección por la cultura y costumbres musulmanas. Por ejemplo,
hizo restaurar el Alcazar de Sevilla por arquitectos y artesanos mudéjares, el
que terminó siendo su propio palacio a partir de 1353.
En
1358, Aragón y Castilla reanudaron un conflicto que había estallado entre ambos
reinos en 1356. Muhammad V, en calidad de fiel vasallo de Castilla, según el
tratado de 1354, se alineó entonces junto a Pedro I, que muy probablemente haya
sido denominado «el Cruel» por sus simpatías y alianzas con los musulmanes
granadinos. Nosotros preferimos llamarlo «el Justiciero» como lo hacen los
historiadores más objetivos.
El
sultán nasrí envió entonces tres galeras bien equipadas a Castilla, atrayéndose
así la enemistad de Pedro IV el Ceremonioso (1319 -1387), rey de Aragón
(1336-1387). Bases navales nasríes, entre ellas Málaga, fueron puestas a
disposición de las unidades de la flota castellana que allí fondearon. Por
tierra, Muhamamd V quiso montar una operación favorable a Pedro I: caballeros
granadinos se preparaban para entrar en territorio murciano para atacar la
frontera meridional de los Estados de la Corona de Aragón. Pero el sultán nasrí
no pudo hacer realidad sus proyectos: fue destronado el 28 de Ramadán de 760/21
de agosto de 1359.
La
conspiración había sido urdida por dos príncipes nasríes: el hermanastro de
Muhammad V, Ismail, y el cuñado y primo de éste, el ra´is Abu Abdallah Muhammad
a quien devoraba la ambición. Empujados por la intrigante madre de Ismail,
Mariam, un centenar de conjurados escalaron los muros de la Alhambra de noche,
sorprendieron a la guardia y, al resplandor de las antorchas, se dirigieron
hacia al residencia del ministro Ridwán y lo asesinaron. Ismail fue proclamado
sultán en el palacio de la Alhambra y Muhammad V, que se encontraba cerca del
Generalife, consiguió huir a caballo, llegando a la mañana siguiente a Guadix,
en cuya alcazaba recibió el juramento de fidelidad de las gentes de la ciudad,
gracias al jefe de los «Combatientes de la Fe», Alí Badruddín Musa Ibn Rahhu.
Partidario
del soberano legítimo, Pedro I de Castilla, que estaba entonces comprometido en
la lucha contra Enrique de Trastámara (1333-1379), hijo bastardo de Alfonso XI
sostenido por Pedro el Ceremonioso, se encontró en la imposibilidad de socorrer
a su vasallo. Mientras tanto, Muhammad V había pedido asilo en la corte mariní
de Fez.
El
reinado del usurpador Ismail II fue efímero. Ibn al-Jatib ha presentado con
desprecio a este príncipe sin personalidad, corpulento, zafio e incapaz.
Indolente y afeminado, formaba con sus cabellos unas trenzas entre las que
intercalaba hilos de seda. No pasó mucho tiempo para que el arráez Abu Abdallah
lo hiciera asesinar así como a su hermano y a sus visires (el 8 de Shabán de
761/28 de junio de 1360) y asumiera el poder con el nombre de Muhammad VI. El
nuevo usurpador no tardó en atraerse también la hostilidad de la aristocracia y
el pueblo de Granada; éstos llegaron a detestar a este hombre nervioso,
aquejado de tics, de costumbres disolutas, de maneras groseras quien, de porte
descuidado, iba a pie, con la cabeza descubierta, a través de las calles de su
capital, vestido con ropas deshilachadas y raídas. Como si todo esto fuera
poco, Muhammad VI entabló relaciones con el enemigo aragonés Pedro IV y hubo
intercambio de embajadas entre Granada y Barcelona.
Pero,
gracias a Dios, todo se compuso rápidamente luego de un tiempo. Pedro I el
Justiciero derrotó a los Trastámara y a los aragoneses en la batalla de Nájera
y se erigió en defensor de los derechos de Muhammad V. En el mes de Ÿumada I de
763/febrero de 1362, Pedro I y Muhammad V, a la cabeza de sus ejércitos, se
reunieron en Castro del Río (Qasara) y avanzaron a marchas forzadas hacia
Granada. Muhammad VI escapó y poco tiempo después fue muerto por los soldados
de Pedro I en los campos de Tablada, no lejos de Sevilla, el 2 de Raÿab de
763/25 de abril de 1362.
Muhammad
V subió al trono por segunda vez el 20 de Ÿumada II de 763/16 de marzo de 1362.
Iba a reinar sin dificultad hasta su muerte en 1391.Muhammad V devolvió a Pedro
I los favores antes dispensados con gran generosidad. Por ejemplo, en 1363 le
envió seiscientos jinetes granadinos, al mando de Faraÿ Ibn Ridwán, hijo del
ministro asesiando durante el golpe de estado de 1359, que participaron en la
campaña de Teruel contra los aragoneses. Pero, en 1369, Enrique Trastámara
logró reclutar un poderoso ejército y derrotó a Pedro I en la batalla de
Montiel, consiguiendo hacerlo asesinar el 22 de marzo de ese mismo año. Sin
embargo, la prudente política de Muhammad V evitó roces con el nuevo rey
castellano y sus aliados aragoneses, y las fronteras de Granada se mantuvieron
tranquilas.
En
el plano interno, diversos acontecimientos transformaron la política de la
corte granadina. En 1362, el historiador tunecino Ibn Jaldún (1332-1406) llegó
a Granada, donde fue recibido muy cordialmente por Muhamamd V y su visir Ibn
al-Jatib, quien le proporcionó empleo en la corte nasrí e incluso le encargó de
una misión diplomática ante la corte de Pedro I el Justiciero. Pero Ibn
al-Jaldún, luego de un tiempo, prefirió volver a Túnez a aceptar el cargo de
haÿib (chambelán) de los Hafshíes.
Hacia
1371, el favor de Ibn al-Jatib decrecía progresivamente en la Alhambra. El
prestigioso polígrafo y visir de Muhammad V sufría de las calumnias de
personajes influyentes y envidiosos como el poeta Ibn Zamrak (1333-1393) que
finalmente terminaron por convencer al sultán de que Ibn al-Jatib era un hereje
y un agente mariní que aspiraba a conquistar el trono. Ibn al-Jatib, ante estas
presiones y acusaciones falsas, se vio obligado a abandonar al-Ándalus y
refugiarse en la corte mariní de Fez donde moriría estrangulado, cuatro años
después, por instigación de los emisarios de Muhammad V.
Al
igual que Yusuf I, Muhammad V envió una embajada en Ÿumada I de 765/5 de
febrero de 1364 al sultán mameluco bahrí al-Asraf Nasiruddín Shabán (g.
1363-1377) para felicitarle por haber rechazado un ataque cristiano contra
Alejandría. Los enviados granadinos volvieron a al-Ándalus con dos mil dinars
egipcios, pero no se programó ayuda eficaz alguna por parte del sultán de El
Cairo para acudir en ayuda de Granada. El Egipto de los mamelucos había firmado
con las cortes de Aragón y Castilla varios tratados comerciales a partir de la
segunda mitad del siglo XIII y su política exterior siempre fue sumamente
pragmática y sectaria.
Cuando
Muhammad V murió el 10 de Safar de 793/ 16 de enero de 1391, la civilización
hispanomusulmana estaba en su mayor apogeo. El Islam de al-Ándalus conoció de 1354 a 1391 un magnífico
esplendor. En la fortaleza de la Alhambra fueron construidas las salas que
constituyeron la gloria del arte nasrí.
El
primogénito de Muhamamd V, Abul-Haÿÿaÿ Yusuf que asumió como Yusuf II reinó
poco tiempo hasta que murió prematuramente el 16 de Dhul-qa´da de 794/3 de
octubre de 1392. El nuevo sultán Muhammad VII se cansó de las intrigas y la
arrogancia de Ibn Zamrak, el visir-poeta que había suplantado a Ibn al-Jatib
después de la huida de éste a Marruecos, y lo hizo asesinar una noche de verano
de 1393.
El maestre de la Orden de Alcantara, Martín Yáñez de la Barbuda a quien un ermitaño había predicho una fulgurante victoria y que se consideraba un cruzado destinado a aniquilar Granada de una vez para siempre, abandonó Alcántara al frente de trescientas lanzas y de algunos miles de a pie indisciplinados. Apenas había franqueado la frontera, el 26 de abril de 1396, cuando sufrió una terrible derrota debida a los arqueros y ballesteros granadinos. El maestre de la orden de Alcántara murió en el curso de la batalla.
La toma de Antequera
Muhammad
VII murió el 16 de Dhul-hiÿÿa de 810/13 de mayo de 1408. Le sucedió su hermano
que tomó posesión con el título de Yusuf III. Fernando I de Trastámara (1379
-1416), rey de Aragón (1412-1416), regente de Juan II de Castilla (1405-1454),
comenzó el asedio de Antequera el 26 de abril de 1410. Una lucha encarnizada
tuvo lugar entre castellanos y granadinos durante cuatro meses. Los castellanos
emplearon la artillería y las máquinas de guerra, pero sus torres de combate
fueron incendiadas por las fuerzas nasríes el 27 de junio. El 25 de septiembre
los castellanos entraron en Antequera y allí enarbolaron los estandartes de
Santiago y San Isidoro de León. La Crónica de Juan II relata que el 1 de
octubre «ordenó el infante Fernando de hacer bendecir la Mezquita de los Moros
que dentro estaba del castillo... e pusiéronle nombre San Salvador». No cabe
infravalorar la importancia de la victoria castellana de Antequera, la primera
en suelo andalusí desde la batalla de Tarifa en 1340. El infante Fernando había
puesto en evidencia la vulnerabilidad del reino nasrí.
La guerra civil
La
situación interior del sultanato de Granada se hizo precaria a partir del 9 de
noviembre de 1417, fecha de la muerte de Yusuf III. Le sucedió su primogénito,
un niño de ocho años, Muhammad VIII. Las crónicas castellanas afirman que la
realidad del poder perteneció al visir del monarca difunto, Alí al-Amín. Una
familia árabe, los Banu Sarraÿ, que la leyenda iba a ser famosa bajo el nombre
de Abencerrajes, comenzó a desempeñar un papel primordial en la vida política
del reino nasrí. La guerra civil que suscitó a partir del 1419 iba a desangrar
y finalmente a arruinar el sultanato nasrí. Larga series de conspiraciones,
intrigas y asesinatos iban a debilitar el poder real. La lectura histórica correcta,
a pesar de las adulteraciones y tergiversaciones de las crónicas españolas,
indica que el clan de los Abencerrajes intentó desesperadamente hacer frente a
la doble amenaza representada por los cristianos, por un lado, y por el clan
traidor de los Bannigas o Venegas, por el otro.
Los
jefes abencerrajes que ejercían el mando militar en Guadix e Illora se
sublevaron contra la autoridad del visir Alí al Amín e impusieron como
candidato para el trono de Granada a un nieto de Muhammad V, Muhammad IX.
Muhammad VIII, fuertemente apoyado por sus partidarios a cuyo frente se
encontraba Ridwán Bannigas, triunfó temporalmente su rival. Pero el caudillo
Yusuf Ibn al-Sarraÿ se las ingenió para restablecer a Muhammad IX y Muhammad
VIII fue encarcelado en la fortaleza de Salobreña a finales de 1429.
Fue
cuando Juan II y su favorito, el condestable Alvaro de Luna decidieron entonces
reanudar la lucha contra Granada y proseguir la política de Fernando de
Antequera. En una noche de tempestad, el 12 de marzo de 1431, los hombres del
mariscal Pedro García de Herrera que mandaba en la región de Jerez, conducidos
por espías, tomaron por asalto Jimena de la Frontera, importante pueblo
fortificado situado a unos cien kilómetros de Gibraltar y sustrajeron a los
musulmanes un rico botín. Muhammad IX entonces mandó dar muerte a su rival,
Muhammad VIII en su prisión de Salobreña, a finales de marzo de 1431, para
evitar cualquier tipo de subversión de parte de los Bannigas.
La batalla de Higueruela
En
la primavera boreal del año 1431, se repitió la ofensiva castellana por
iniciativa del condestable Alvaro de Luna quien, a la cabeza de un cuerpo de
ejército, entró por Alcalá la Real en la Vega de Granada que devastó en mayo.
Se retiró luego a Antequera y volvió a Ecija mientras nuevas tropas eran reclutadas
en córdoba. En la segunda semana de mayo de 1431, las galeras castellanas no
cesaron de patrullar por el Estreho de Gibraltar con el fin de impedir que
eventuales socorros africanos llegasen al sultán de Granada. Por entonces,
Ridwán Bannigas abandonó en secreto Granada en companía de algunos secuaces y
acudió a Córdoba para proponer al rey de Castilla instalar en el trono de
Granada a un príncipe nasrí, Ibn al-Mawl, nieto del usurpador Muhamamd VI que
había sido hecho matar por Pedro I en 1362. Juan II, a quien sólo le interesaba
dividir a los príncipes nasríes no dudó en sostener a ese pretendiente que
aparece en las crónicas castellanas bajo el nombre de Abenalmao.
Aprovechando
este trasfondo favorable, el rey de Castilla salió de Córdoba el 13 de junio,
penetró en el reino de Granada el 25 y saqueó la campiña próxima a Moclín.
Yusuf Ibn Mawl, su cuñado Ridwán Bannigas y siete de sus partidarios acudieron
al campamento castellano y prestaron juramento de fidelidad a Juan II.
El
1 de julio de 1431 los musulmanes fueron derrotados y perseguidos hasta las
puertas de Granada. Los castellanos se retiraron ante el nutrido tiro de los
ballesteros que aseguraban la defensa de la ciudad. Sin embargo, esta batalla
llamada de la Higueruela por una higuera que se encontraba en aquellos lugares,
a veces llamada batalla de la Sierra de Elvira, no tuvo sino una escasa
importancia estratégica. Este episodio de la guerra fronteriza, fértil en
proezas, despertó vivamente la imaginación de los señores cristianos que sabían
poco o nada de la riquísima cultura y civilización de la Granada nasrí. Fue
relatado con complacencia por los cronistas castellanos del siglo XV y es el
tema del célebre romance anónimo Abenámar que traemos a continuación:
¡Abenámar,
Abenámar, moro de la morería!
¿Qué
castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!
—El
Alhambra era, señor, y la otra la Mezquita;
Los
otros los Alijares, labrados a maravilla.
El
moro que los labraba, cien doblas ganaba al día.
La
otra era Granada, Granada la ennoblecida.
De
los muchos caballeros y de la gran ballestería.
Allí
habla el rey don Juan, bien oiréis lo que decía:
—Granada,
si tu quisieses, contigo me casaría;
Darte
he yo en arras y dote, a Córdoba y Sevilla.
—Casada
soy, rey don Juan, casada soy que no viuda.
El
moro que a mi me tiene, muy grande bien me quería.
Juan
II no supo sacar provecho de su victoria. Al cabo de unos ocho días, después
del saqueo de la campiña en los alrededores de Granada, en el concejo real se
decidió la retirada porque el desacuerdo había estallado entre los nobles
castellanos y porque no había metálico para pagar el sueldo de las mesnadas y
escaseaban las provisiones.
Este
momento de zozobra fue aprovechado por los Bannigas y sus aliados castellanos
para entronizar a un soberano dócil. Montefrío se sublevó en favor del
pretendiente Yusuf Ibn al-Mawl. El gobernador militar de Andalucía, Diego Gómez
de Ribera, el maestre de Calatrava, don Luis de Guzmán contribuyeron con una
valiosa ayuda. Sus agentes intrigaron en distintas localidades en el otoño de
1431: Cambil, Illora, Casarabonela, Turón, Ardañes y El Castellar reconocieron
la autoridad de Ibn al-Mawl. El 3 de diciembre, fue tomada Loja por un
destacamento de granadinos acaudillado por los Bannigas fieles a Abelnamao y
sostenidos por los castellanos. El jefe del clan abencerraje Yusuf Ibn
al-Sarraÿ pereció en el combate. El pretendiente conquistó Iznajar y Archidona.
Muhammad IX al-Aysar ("El Zurdo") decidió abandonar Granada donde la
revuelta se hacía oir en el populoso barrio del Albaicín como consecuencia de
la falta de víveres. Huyó de noche y se refugió en Almería con una escolta de
ciento cincuenta hombres. Ridwán Bannigas y sus seiscientos jinetes vencieron a
los no numerosos partidarios de El Zurdo que trataban de cortarles el paso y
luego ocuparon Granada y la Alhambra. Yusuf IV Abelnamao fue proclamado sultán
el primero de enero de 1432.
Pero
Muhammad IX no se dio por vencido. Desde Almería acudió a Málaga, cuya
población le era favorable. Gibraltar, Ronda y Setenil lo reconocieron como
soberano; en la misma Granada tenía partidarios, pues Yusuf IV se había hecho
odiar por los habitantes a causa de su sumisión a Castilla. En febrero de 1432,
el lugarteniente de al-Aysar, el príncipe nasrí Muhamamd al-Afnah ("El
Cojo") se hizo abrir las puertas de Granada por los fieles de Muhammad IX.
Yusuf IV resistía aun con algunos partidarios en la Alhambra y una parte del
Albaicín. Recurrió a su señor Juan II, pero las tropas castellanas fueron
rechazadas por El Cojo en la Vega, en el mismo lugar donde se había librado la
batalla de la Higueruela. Finalmente, Yusuf IV se rindió y fue entregado a
Muhammad IX quien lo hizo ejecutar en abril de 1432. Muhammad IX al-Aysar volvió
a ser sultán de los granadinos.
En
1445 la guerra civil estalló de nuevo en el reino de Granada, propiciada por
las intrigas de los Bannigas y sus patrones castellanos. Dos sultanes se
suceden, Yusuf V y Muhammad X El Cojo. A finales de 1447 vuelve Muhammad IX que
subía así al trono por cuarta vez.
A
finales de 1453 o principios de 1454 Muhammad XI El Chiquito sucedió a Muhammad
IX. Pero los abencerrajes le opusieron un candidato, Abu Nasr Sa´d, a quien las
crónicas castellanas llaman Ciriza (deformación de Sidi Sa’d) o Muley Zad. En
Castilla, Alvaro de Luna había perecido en el cadalso de Valladolid en abril de
1453. Juan II murió el 22 de julio de 1454. La reanudación de la ofensiva
contra el reino nasrí de Granada incumbía a partir de entonces a Enrique IV
(1425-1474), hijo y sucesor de Juan II.
En
la primavera del año 1455 tres reyes se repartían el poder en el reino nasrí:
Muhammad XI El Chiquito mandaba en Granada, Málaga, Guadix y Almería; Sa’d
residía en Archidona y la guarnición africana de Ronda le obedecía. Sin embargo,
los castillos de Illora y de Moclín y la importante posición estratégica de
Gibraltar seguían fieles a Muhammad IX El Zurdo.
La caída de Gibraltar
Como
sus predecesores, Enrique IV de Castilla trató de atacar Granada aprovechándose
de las luchas intestinas del reino. Las Cortes de Cuéllar le concedieron
importantes subsidios en marzo de 1455. Una bula del papa Calixto III
(1455-1458) —el español Alonso de Borja (1378-1458), en italiano Alfonso de
Borgia—, le aportó la ayuda financiera de Roma.
El
príncipe heredero de Granada, Abu l-Hasan Alí, el 11 de abril de 1462, venció a
Luis de Pernia, gobernador de Osuna, y Rodrigo Ponce de León, hijo del conde de
Arcos, en la batalla de Madroño.
El
16 de agosto el duque de Medina Sidonia don Juan de Guzmán y el conde de Arcos
tomaron Gibraltar gracias a la traición de un musulmán convertido al
cristianismo. La fortaleza de Archidona cayó el 30 de septiembre en manos de
don Pedro Jirón, maestre de la Orden de calatrava, y de sus jinetes.
En Granada, Sa’d intentó liberarse de la tutela abencerraje. En 1462 hizo asesinar a dos de los miembros más poderosos de los Banu Sarraÿ: Yusuf y Mafarriÿ que era su propio visir. Muhammad y Alí Ibn al-Sarraÿ huyeron a Málaga y levantaron contra Sa’d a Yusuf V que volvió a recuperar el trono. Pero Yusuf V moriría a finales del año 1463, mientras que Sa’d recuperaba el poder. En agosto de 1464 Sa’d fue derribado por su hijo Abu l-Hasan Alí, aliado de los abencerrajes.
El aislamiento de Granada
El erudito granadino Ibn Hudayl (vivió en la segunda mitad del siglo XIV), autor de un tratado de Ÿihad, escribía a finales del siglo XIV que al-Ándalus estaba aprisionado «entre un océano impetuoso y un enemigo con unos armamentos terribles y que uno y otro oprimen a sus habitantes día y noche» (cfr. Ibn Hudayl: Gala de caballeros, blasón de paladines, trad, cast, y comentarios de la profesora María Jesús Viguera Molíns de la Universidad Complutense de Madrid, Editora Nacional, Madrid, 1975).
En
el siglo XIV los sultanes de Granada se dirigieron a sus hermanos de Oriente
con la esperanza de estos últimos enviaran una expedición de socorro a los
musulmanes de España. Dos misivas nasríes han sido halladas por el investigador
inglés G. S. Colin en la Biblioteca Nacional de París —véase G. S. Colin:
Contribution à l´etude des relations diplomatiques entre les Musulmans
d´Occident et l´ Egypte au XVe siècle, Mémoires de l´Institut français
d´Archéologie Orientale, El Cairo, 1935, tomo 68, págs. 197-206. En la primera,
redactada en la Alhambra el 13 de Ÿumada I de 845/29 de septiembre de 1441,
Muhammad IX al-Aysar pide la asistencia del sultán mameluco burÿí en favor de
los andalusíes sitiados y amenazados por los cristianos. El portador del
mensaje, el mercader granadino Muhamamd al-Bunyulí y sus compañeros quedaron
deslumbrados por el ceremonial de la corte mameluca. Pero el sultán Sa´id
Ÿaqmaq al-Zahir (g. 1438-1453) rechazó la petición alegando la lejanía de la
España musulmana y se limitó a entregarles dinero, armas y suntuosos presentes.
La
segunda carta lleva la fecha de Ÿumada I de 868/enero de 1464. Los cristianos
habían tomado Gibraltar y Archidona. Ante la gravedad de la situación, el
sultán nasrí Sa´d solicitaba una ayuda urgente por parte del sultán mameluco
Jushqadam (g. 1461-1467). El burÿí respondió con indiferencias y evasivas. Los
granadinos tampoco podían contar con sus hermanos magrebíes. Los mariníes de
Marruecos se hallaban en lucha con sus tutores wattasíes, y los hafshíes de
Túnez no les preocupaba al-Ándalus en absoluto.
El reinado de Mulhacén
Abu
l-Hasan Alí, el Muley Hacén o Mulhacén de las crónicas medievales subió al
trono de Granada en agosto de 1464. Los historiadores musulmanes y las crónicas
castellanas denuncian la decadencia de Abu l-Hasan, que están de acuerdo en
situar poco tiempo después de la grave inundación que se desencadenó en Granada
el 12 de Muharram de 883/25 de abril de 1478. A partir de entonces el sultán se
divertía en companía de cantoras y bailarinas. Las costumbres disolutas de
Mulhacén están precisadas en los relatos musulmanes. Sa’ad había casado a su
hijo Abu l-Hasan con la viuda de Muhammad XI, Fátima, hija de Muhammad IX El
Zurdo. Con esta unión esperaba sin duda llegar a una reconciliación con las
facciones granadinas. De Fátima, Abu l-Hasan había tenido dos hijos, Muhammad,
el Boabdil de las crónicas castellanas, y Yusuf. Pero una cautiva cristiana,
Isabel de Solís, llamada Turayya (Zoraya) a aprtir de su conversión al Islam,
tomó tal ascendiente sobre el sultán que llegó a abandonar a su prima y
legítima esposa (acerca de la personalidad de la madre de Boabdil, véase el
punto de vista reciente de E. De Santiago Simón: Algo más sobre la sultana
madre de Boabdil, Homenaje al prof. Darío Cabanelas Rodríguez, Granada, 1987,
tomo I, págs. 491-496).
Mientras
tanto, un hecho trascendental había sucedido en los reinos cristianos del
norte. En 1469 el enlace matrimonial entre Fernando, hijo y heredero del rey de
Aragón Juan II, y la princesa Isabel de Castilla, hermana de Enrique IV, supuso
el principio de la unidad de España.
En
1474, tras la muerte de Enrique IV, Isabel fue proclama reina de Castilla en la
iglesia de San Martín de Segovia.
En
1481 el marqués de Cádiz, Rodrigo Ponce de León, que se había unido a Fernando
e Isabel, salió de Arcos, organizó una expedición contra los habitantes de
Ronda y les destruyó la torre llamada del Mercadillo. En vista de ello, los
musulmanes de Ronda se lanzaron al asalto del castillo de Zahara del que se
había apoderado el infante Fernando a principios del siglo XV poco antes de la
campaña de Antequera. El 27 de diciembre de 1481, los destacamentos nasríes
tomaron el castillo por sorpresa y mataron a numerosos cristianos, llevándose
ciento cincuenta prisioneros a Ronda. Cincuenta jinetes y doscientos
ballesteros aseguraron la guardia de Zahara y el abastecimiento de esta
fortaleza fue cuidadosamente atendido.
Esto
produjo un profundo malestar en Castilla y marca el comienzo de la guerra
contra Granada por parte de los Reyes Católicos, que se propusieron acabar con
el último enclave musulmán en España.
La conquista de Alhama
El
marqués de Cádiz buscó vengarse del revés de Zahara. En Marchena reunió dos mil
quinientos jinetes y tres mil hombres a pie y conducidos por espías
fronterizos, muchos de ellos renegados musulmanes, siguieron los senderos
montañosos de la Sierra de Loja para burlar la vigilancia de los musulamnes. El
28 de febrero de 1482, al cabo de dos días de marcha, llegaron a Alhama al
amanecer. Algunos hombres levantaron escaleras, mataron a los centinelas
musulmanes, penetraron en la antemuralla, se introdujeron en la fortaleza y
abrieron luego las puertas que daban acceso al campo. El marqués de Cádiz y el
grueso de las tropas entraron así en Alhama donde los musulamnes, al darse
cuenta de lo que ocurría, se defendieron encarnizadamente dentro del recinto,
en las calles, en la mezquita mayor junto a la Puerta de Granada. El primero de
marzo, Alhama fue saqueada por los castellanos que se hicieron con un rico
botín. Luego se dedicaron a fortificar la plaza contra un eventual contraataque
granadino. En efecto, Abu l-Hasan puso sitio a la ciudad cuatro días más tarde.
El duque de Medina Sidonia y el conde de Cabra acudieron en ayuda del marqués y
al cabo de un asedio de veinticinco días, los granadinos descorazonados,
tuvieron que retirarse (29 de marzo de 1482). Para los nasríes, era vital
recuperar Alhama que dominaba la ruta de Granada a Málaga y a Ronda. Pero todos
sus intentos fueron frustrados. Esta desgracia musulmana fue narrada por el
romancero anónimo del siglo XV con el título «La gran pérdida de Alhama»:
Paseábase
el Rey moro Cuatro a cuatro, cinco a cinco,
por
la ciudad de Granada, juntado se ha gran compaña.
desde
la puerta de Elvira Allí habló un viejo alfaquí,
hasta
la de Bibarrambla. la barba crecida y cana;
Cartas
le fueron venidas ¿Para qué nos llamas, rey,
cómo
Alhama era ganada. A qué fue nuestra llamada?
¡Ay
de mi Alhama! Para que sepáis, amigos,
Apeóse
de la mula la gran pérdida de Alhama.
y
en un caballo cabalga; Bien se te emplea, buen rey,
por
el Zacatín arriba buen rey, bien se te empleara;
subido
a la Alhambra; mataste los abencerrajes,
mandó
tocar sus trompetas, que eran la flor de Granada;
sus
añafiles de plata, cogiste los tornadizos
porque
lo oyesen los moros de Córdoba la nombrada.
que
andaban por el arada Por eso mereces, rey,
¡Ay
de mi Alhama! Una pena muy doblada,
que
te pierdas tú y el reino
y
que se acabe Granada.
¡Ay
de mi Alhama!
La batalla de Loja (882/1482)
Para
consolidar su conquista, los Reyes Católicos decidieron poner sitio a Loja,
«llave de la Vega». Los castellanos se instalaron el 9 de julio entre un
pequeño valle plantado de olivos y unas colinas, al pie de la fortaleza nasrí.
Loja, defendida por uno de los mejores comandantes de guerra granadinos Alí
al-Attar, resistió ferozmente. Este, aprovechando un descuido de los invasores,
hizo una salida con infantes y jinetes arremetiendo directamente contra el
campo cristiano, causándoles fuertes bajas y logrando apoderarse de los cañones
y pertrechos que traían para el sitio. El 27 de Ÿumada I de 887/14 de julio de
1482 el ejército cristiano se retiró derrotado y maltrecho.
El
mismo día de la victoria de los granadinos en Loja llegó a lso defensores de la
ciudad la noticia de que los dos hijos del sultán Abu l-Hasan, Muhammad
(Boabdil) y Yusuf habían huído de la Alhambra de oche, empujados por su madre
Fátima. Los príncipes rebeldes llegaron a Guadix donde su soberanía fue
reconocida.
La historiografía castellana y la literatura romántica han explicado las causa de las sublevación por la rivalidad que en la corte de la Alhambra oponía la sultana Fátima a la favorita Zoraya. Los Banu Sarraÿ que Abu l-Hasan había hecho diezmar urdieron contra él un complot cuyo instigador fue un alto dignatario nasrí, Yusuf Ibn Kumasa, llamado Abencomixa por los castellanos, que sostenía a Boabdil. Una de las explicaciones, era el odio feroz que Ibn Kumasa sentía contra el poderoso visir de Abul l-Hasan, el siniestro Abu l-Qasim Bannigas, a quien acusaba de simpatizar con los castellanos.
Los
descontentos que comprendían así a los nobles granadinos como a las clases
humildes del Albaicín se agruparon alrededor de Boabdil y decidieron destronar
a Abu l-Hasan que se encontraba en una quinta de recreo. Abu Abdallah Muhammad
fue proclamado sultán de Granada por los abencerrajes el 15 de julio de 1482.
Luego de librar una furiosa batalla en las calles de Granada en la que fue
derrotado, Abu l-Hasan se retiró con sus partidarios a Málaga.
La gran derrota cristiana en la
Axarquía
En
la primavera del año 1483, el marqués de Cádiz y el gran maestre de la Orden de
Santiago, don Alonso Cárdenas, alrededor de los cuales se agrupó la élite de la
nobleza cristiana andaluza, decidieron lanzar una expedición en la región
situada al norte del litoral andalusí entre Málaga y Vélez-Málaga,
al-Sharqiyya, al Axarquía de las crónicas castellanas, siguiendo el consejo de
un renegado musulmán de Osuna.
Tres
mil jinetes y mil soldados de a pie salieron de Antequera el 19 de marzo. Luego
de llegar a la costa mediterránea, tomaron la dirección de Málaga que vieron de
lejos por primera vez. En esta áspera tierra de los Montes de Málaga tuvo lugar
entonces el contraataque musulmán en la noche del jueves al viernes (11 de
Safar de 888/21 de marzo de 1483). Los cristianos fueron completamente
derrrotados. Las propias crónicas castellanas admiten haber perdido mil
ochocientos muertos y prisioneros, entre ellos «ilustres señores castellanos».
La
batalla de la Axarquía fue la última gran victoria de los musulmanes en la
historia de al-Ándalus.
La batalla de Lucena
Un
mes después de la derrota cristiana en los Montes de Málaga, Boabdil, ávido de
gloria, tomó la iniciativa de hacer una incursión a territorio cristiano.
Decidió atacar una plaza mal defendida, Lucena, cuyo señor, Diego Fernández de
Córdoba, era un joven de dicinueve años. Pero un musulmán granadino traicionó a
los suyos descubriendo el secreto a los habitantes de Lucena quienes a toda
prisa fortificaron su ciudad. El 20 de abril de 1483, al frente de setecientos
jinetes y de nueve mil infantes, Boabdil fue rechazado ante los muros de Lucena
y sufrió cuantiosas pérdidas por la sorpresiva aparición del ejército del conde
de Cabra que había sido advertido de la maniobra del nasrí. Luego de varias
escaramuzas que demostraron que Boabdil era un pésimo comandante, el ejército
musulmán fue casi destruido. Durante el enfrentamiento perecieron el célebre
capitán de Loja Alí al-Attar, suegro de Boabdil, y varios miembros de la
aristocracia granadina. El propio Boabdil cayó en manos de los cristianos,
quienes en un primer momento no lo reconocieron. Boabdil fue encerrado en la
fortaleza de Porcuna.
Este
lamentable episodio fue el comienzo de la caída de Granada. Las condiciones
aceptadas por Boabdil para lograr su liberación son las más humillantes
concedidas por un soberano andalusí. Prometió entregar un tributo de doce mil
doblones de Jaén, o sea el equivalente de catorce mil ducados; se comprometía
devolver a los castellanos tres mil cautivos cristianos; entregaba como rehenes
a su hijo, el príncipe heredero Ahmad, a su hermano Yusuf y a diez jóvenes
aristócratas granadinos. Además juraba vasallaje a los Reyes Católicos, a
quienes además les solicitaba la ayuda para derrocar a su rival Abu l-Hasan.
En
cuanto se enteró del desastre de Lucena, Abu l-Hasan, contando con la
obediencia de gran número de granadinos, se apresuró a recuperar su trono. Pero
padecía una seria enfermedad; parece ser que sufría una epilepsia que le
acarreó la pérdida de la vista y una especie de hinchazón general. El cronista
musulmán anónimo ve en ello un castigo divino (cfr. Nubdat al-´asr fi ajbar
muluk Bani Nasr aw taslim Garnata wanuzul al-Ándalus yyin ila l-Magrib; el
manuscrito ha sido editado y traducido por A. Bustani y C. Quirós con el título
siguiente: Fragmento de la época sobre noticias de los Reyes Nazaríes o
Capitulaciones de Granada y emigración de Andaluces a Marruecos, Larache,
1940).
Por
otra parte, al pactar con los cristianos, Boabdil se había enajenado a los
granadinos. Varios juristas granadinos dieron una sentencia de reprobación en
una fatwa o consulta jurídica de Ramadán de 888/octubre de 1483.
En
septiembre los castellanos se apoderaron de Utrera y a finales del mes de
octubre de 1483, el marqués de Cádiz arrebató la fortaleza de Zahara cuya caída
en 1481 había desencadenado la guerra de Granada.
La caída de Ronda
Durante
el verano de 1484 se reanudó el hostigamiento esporádico de la Vega bajo la
dirección de Fernando quien, gracias a su artillería, se apoderó de Setenil, a
diez kilómetros de Ronda, el 21 de septiembre.
Durante
el invierno de 1485 los castellanos se dedicaron a perfeccionar las máquinas de
guerra y la artillería. La guerra contra el sultanato nasrí se transformaba
poco a poco en una guerra de asedio, proseguida con tenacidad gracias a enormes
medios de combate.
El
8 de mayo, las avanzadillas castellanas, al mando del marqués de Cádiz,
llegaron a Ronda. Con violento fuego de artillería, los cristianos
desmantelaron el recinto de la ciudad el 17 de mayo. El 19, llegaron a cortar
el suministro de agua a la ciudad. Ronda capituló el 22 de mayo. Su caída
acarreó la de toda la Serranía así como la capitulación de Marbella. La
resistencia musulmana había sido reducida a la nada en la frontera occidental
del reino nasrí.
El
emir Muhammad Ibn Sa’d destituyó a su hermano Abu l-Hasan con el apoyo del
vsiir Abu l-Qasim Bannigas y se hizo proclamar sultán, los granadinos, que lo
tenían en gran estima, le habían puesto el nombre de al-Zagal, El Valiente.
Envió al sultán depuesto a Almuñecar donde residió hasta su muerte.
Los
Reyes Católicos atacaron entonces la fortaleza de Moclín, pero las avanzadillas
cristianas fueron derrotadas por el sultán al-Zagal en los alrededores de la
ciudad, en el curso de una dura lucha entre el 19-22 de Shabán de 890/31 de
agosto-3 de septiembre de 1485.
El
29 de mayo de 1486 los cristianos, que ahora disponían de mercenarios suizos y
alemanes, capturaron Loja. El 30 de mayo y 9 de junio se rindieron Salar e
Illora a los castellanos. Moclín cayó el 16 de junio a pesar de que los
musulmanes habían resistido gracias a su artillería ligera. Los castillos de
Colomera y Montefrío se rindieron unos días después. Los musulmanes fueron
entonces plenamente conscientes del peligro que corría Granada.
El asalto contra Málaga
Durante la primavera de 1487 los cristianos cercaron Málaga. El jefe de la guarnición nasrí, Ahmad al-Tagrí, tomó el mando de la ciudad sitiada a partir del 6 de mayo y determinó luchar hasta las últimas consecuencias. Sometidos al fuego de las bombardas castellanas, los musulmanes se defendieron como leones. En julio, los víveres llegaron a faltar; los malagueños se vieron obligados a comer caballos, burros, mulos y perros. Málaga no capituló sino al cabo de tres meses y medio de asedio, el 18 de agosto de 1487. Los cautivos musulmanes en número de quince mil estaban en un verdadero estado de inanición.
El
desvergonzado de Boabdil se atuvo al pacto secreto que había concertado con los
Reyes Católicos y en consecuencia no intervino en favor de los malagueños, Tan
sólo el sultán Muhammad XIII al-Zagal, que se había retirado a Almería y había
fortificado la frontera oriental del país, había intentado una maniobra de
diversión lanzando algunos destacamentos de voluntarios nasríes, procedentes de
Adra, sobre los cristianos en los alrededores de Vélez-Málaga.
En
1488 los cristianos conquistaron Vera. En 1489 tomaron la importante ciudad de
Baza. En diciembre de ese mismo año se rindieron Purchena y las localidades del
valle de Almanzora y de la Sierra de los Filabres.
Las gestiones de los nasríes ante sus
hermanos musulmanes (1485-1489)
Sitiados
por todas partes por el enemigo cristiano, los granadinos, a partir de 1485, se
volvieron hacia sus antiguos aliados, los soberanos magrebíes de Fez y Tremecén
a quienes pidieron una ayuda eficaz. Los monarcas de Africa del Norte se
limitaron entonces a acoger en su territorio a los emigrados musulmanes
andalusíes y a rescatar un cierto número de cautivos procedentes de Málaga.
En
1487, una embajada granadina solicitó ayuda al sultán mameluco Qa´it Bey (g. 1468-1495).
Este amenazó a la Iglesia católica para que interviniera e hiciera desistir a
Castilla de sus ataques contra Granada, caso contrario tomaría represalias con
los miembros del clero de la Iglesia de la Resurrección en Jerusalén, que
prohibiría a lso europeos el acceso a ese santuario y que, si era preciso, lo
haría destruir. Pero las amenazas de Qa´it Bey, en el fondo, eran puramente
verbales. Se habían establecido relaciones comerciales entre el sultán mameluco
y la monarquía española en plena guerra de Granada.
El
2 de enero de 1488, Fernando había pedido al papa la autorización para vender
trigo «al sultán de Babilonia» (Qa’it Bey) con el fin de ayudar a los súbditos
de este último amenazados por el hambre. El importe de la venta sería utilizado
para cubrir los gastos de la guerra de Granada. La segunda intención de
Fernando era la siguiente: ayudar al sultán de El Cairo a quien consideraba el
único jefe musulmán capaz de contrarrestar al Imperio otomano cuyo poder, cada
vez mayor, inquietaba a la cristiandad de Occidente. Ninguna ayuda eficaz era
pues previsible por parte del mameluco Qa’it para salvar a sus hermanos de
España en situación desesperada.
La caída de Granada
Después
de la caída de Baza, al-Zagal, descorazonado, aceptó ir a Almería y retirarse
de la escena política a fines de 1489. El débil Boabdil quedó como único
soberano.
En
la primavera de 1491 los cristianos reanudaron la campaña contra Granada con un
poderoso ejército de diez mil jinetes y cuarenta mil infantes. El 26 de abril
comenzó el sitio definitivo de la capital nasrí. Ese día la reina Isabel juró
no bañarse y no cambiarse sus ropas hasta que Granada cayera en su poder. Al
comienzo del sitio, el campamento de los asaltantes fue destruido por el fuego.
Isabel hizo entonces edificar en ters meses en el valle del Genil un campamento
fijo, recibiendo esa ciudad sitiadora el significativo nombre de «Santa Fe».
Desde su capital asediada los granadinos no intentaron sino algunas raras
salidas durante los seis meses siguientes. No disponían más que de una
caballería y de una infantería impotentes frente a la artillería castellana que
abría brechas en las murallas de Granada.
Pero
la situación en Granada llegó a ser sumamente precaria cuando el trigo, la
cebada, el mijo, el aceite, las pasas de la Alpujarra dejaron de llegarles,
pues la nieve que empezó a caer en Muharram de 897/finales de 1491 cortó las
comunicaciones con esa región sureña. El hambre y el desaliento se adueñaron de
los habitantes de Granada. Fue entonces cuando Muhammad XII Boabdil inició
conversaciones secretas para rendir la ciudad a finales de marzo de 1492, pero
desde los primeros días de diciembre de 1491 los castellanos exigieron la
rendición inmediata.
En
la noche del 1 al 2 de enero de 1492, guiados por Ibn Kumasa y Abu l-Qasim
al-Mulih, visires de Boabdil, el gran comendador de León, don Gutiérrez de
Cárdenas y algunos oficiales castellanos penetrarron secretamente en Granada
por un camino poco frecuentado. Al amanecer, Boabdil entregó las llaves de la
Alhambra a don Gutiérrez en la Torre de Comares. La capitulación oficial lleva
pues fecha del 2 de enero de 1492. El conde de Tendilla y sus tropas entraron
luego en la Alhambra siguiendo el mismo itinerario. El pendón de Castilla
simbolizado por la camisola sanguinolenta de la reina Isabel —que se
convertiría con el tiempo en la bandera oro y grana de España— y la cruz fueron
izados en una de las torres de la alcazaba de la Alhambra que aun hoy se sigue
llamando Torre de la Vela.
Boabdil
entonces rindió homenaje a los Reyes Católicos en las puertas de la ciudad
antes de salir para el señorío de la Alpujarra cuya propiedad le era concedida.
El
último vágido poético de la guerra de Granada es la tradición que refiere el
suceso ocurrido en el lugar conocido como «Suspiro del Moro», desde donde se
divisa, por última vez, a la capital del reino. Se cuenta que allí volvió
Boabdil el rostro bañado de lágrimas para contemplar a su querida Granada, y
que su madre, la sultana Fátima, que le acompañaba le reprochó duramente el
llanto, recriminándole porque lloraba como una mujer la pérdida de lo que no
había sabido defender como hombre.
Después
de la caída de Granada, muchos de los miembros del clan Bannigas abjuraron del
Islam y formaron así el núcleo de la familia cristiana de los Venegas. En
cuanto a Boabdil, se fue con toda su familia a vivir a Fez, en Marruecos, donde
hizo construir castillos de acuerdo al estilo andalusí. Murió en 940/1533-1534.
En tiempos del historiador argelino al-Maqqarí, o sea en 1037/1627-1628, los
descendientes de Boabdil vivían en Fez en situación difícil.
DOS GRANDES SABIOS DEL SULTANATO NASRI
Ibn al-Jatib
Abu
Abdallah Muhammad al-Salmaní Ibn al-Jatib (1313-1375), a quien dieron por su
elocuencia sus contemporáneos el honroso sobrenombre de Lisán ud Din o «Lengua
de la fe», es el más completo escritor de la Granada nazarí y uno de los más
importantes adherentes al pensamiento shií en al-Ándalus. Su maestro fue el
sabio y poeta Ibn al-Ÿayyab (1274-1349), que escribió exquisitos poemas a la
Alhambra y el Generalife. Uno de sus mejores amigos fue el historiador Ibn
Jaldún. Fue político, historiador , filósofo, místico, literato y un médico muy
afamado. Su Kitab al-Wusul li hifz al-sihha fi al-fusul ("Libro de la
Higiene según las estaciones del año"), traducido directamente del árabe
por la profesora María de la Concepción Vázquez de Benito, de la Universidad de
Salamanca (1984), nos da informaciones sobre cómo combatir la peste bubónica,
la famosa «Peste Negra» que asoló Europa hacia 1348 cobrándose casi cien
millones de vidas humanas (cfr. Robert S. Gottfried: La Muerte Negra. Desastres
naturales y humanos en la Europa medieval, FCE, México, 1993). Igualmente son
importantes sus trabajos históricos sobre Granada: al-Ihata fi ta’rij Garnata,
y al-Lamha al-badriyya fi-l-daula al-nasriyya, y sobre mística: Rawdat
al-ta’rif bi-l-hubb al-sharif. Véase muy especialmente Emilio de Santiago: El
polígrafo granadino Ibn al-Jatib y el sufismo, Diputación Provincial de
Historia del Islam, Granada, 1986, y Rachel Arié: El Reino Nasrí de Granada
1232-1492, Mapfre, Madrid, 1992; Ibn al-Jatib: Historia de los reyes de la
Alhambra (al-Lamha al-Badriyya fi-l-daula al-nasriyya). Traducción de José
María Casciaro y estudio preliminar de Emilio Molina, Ed. Universidad de
Granada, Granada, 1998.
El
investigador español Jacinto Bosch Vilá (1922-1985), catedrático-director del
Departamento de Historia del Islam de la Universidad de Granada, dice que «Ibn
al-Jatib era un hombre de gran personalidad en sí mismo, el primero en todo,
capaz de lo más difícil, mordaz, también, cuando quería serlo. Agudo
observador, de pluma ágil y artística, pensador y creador, convincente,
inteligente y diplomático. Objeto de envidias que se trocaban en odios, de
odios que se hacían calumnias, que arrastraban a la muerte».
Ibn Abbad de Ronda
La
antigua Arunda ("Rodeada de Montañas") de los Celtas Bástulos fue
llamada por los primeros musulmanes, llegados a partir de 711, con el nombre de
Izna-Rand. Con la entrada de los almorávides en 1090, la ciudad fue denominada
Madinat Runda (cfr. Jacinto Bosch Vilá: Los almorávides, Ed. Universidad de
Granada, Granada, 1956).
Muy
preocupado por el avance de las fuerzas de los infantes Don Pedro y Don Juan,
tutores del rey niño Alfonso XI de Castilla, el soberano Ismail I de Granada,
solicitó la ayuda de los mariníes (Banu Marín) africanos en 1314, que le fue
concedida por el sultán de Marruecos Abul Hasan, el cual mandó a su hijo Abdul
Malik en auxilio de los andalusíes. Llegado éste, se nombró soberano de Ronda,
Algeciras y Gibraltar, convirtiéndose Ronda en capital de sus dominios. Es en
esta época que la legendaria ciudad montañosa aumentó su prosperidad y
esplendor, construyéndose edificios importantes como el puente y la alhama en
el arrabal viejo, la escalera de la Mina con 360 escalones, hecha en la roca
viva, que abastecía de agua a la población desde el fondo del Tajo, o los
molinos de aceite y harina.
Hoy muy pocos de los muchos de los turistas que la visitan, —atraídos por sus paisajes y las historias del torero Pedro Romero (1754-1839) y del actor y director norteamericano Orson Welles (1915-1985) que yace sepultado en ella—, saben que en esa apartada serranía, refugio de contrabandistas durante los últimos siglos, nació Ibn Abbad an-Nafzí al-Himyarí (1332-1390), llamado ar-Rundí ("el Rondeño").
Sin
embargo, la vida del último gran místico andalusí se desarrollará del otro lado
del Estrecho, en Tánger, Tremecén y Fez. Su ascetismo singular y comportamiento
ejemplar conseguiría la veneración de sus discípulos e incluso la simpatía de
esos eruditos y doctores que veían con desagrado a los gnósticos. Fue miembro
de la Shadiliya, la hermandad mística fundada en Egipto por el piadoso marroquí
Abu al-Hasan Alí Ibn Abdallah al-Shadilí (1196-1258).
La
mayor parte de sus obras fueron sermones y homilías que todavía se leían en la
mezquita-universidad de Qarawiyyín de Fez y ante el Sultán de Marruecos en el
siglo XVII. Muy importante es su «Comentario de las máximas de Taÿ al-Din Abu
l-Fadl Ibn’Ata’ Allah as-Sikandarí (m. 1309) de Alejandría» y su «Metafísica
del quietismo». Asín Palacios asegura que la prédica de Ibn Abbad influyó
notablemente en San Juan de la Cruz. El magnífico estudio sobre el particular a
cargo de Doña Luce López-Baralt es altamente recomendable: «Para mi incrédula,
gratísima sorpresa, el problema de la posible filiación islámica de San Juan de
la Cruz se ha trasladado no ya a la crítica sino a la mismísima literatura
española. En su última novela,"las virtudes del pájaro solitario" (Alfaguara,
Madrid-Buenos Aires, 1996), Juan Goytisolo ofrece un encendido homenaje al
tratado perdido del santo y al lenguaje místico libérrimo cuajado de imágenes
sufíes que exploro en estas páginas» (L. López-Baralt: San Juan de la Cruz y el
Islam, Hiperión, Madrid, 1985, pág. 8).
Véase
Paul Nwiya: Un mystique prédicateur à la Qarawiyyin de Fès, Ibn Abbad de Ronda,
Beirut, 1961; Miguel Asín Palacios: "Un precursor hispano-musulmán de San
Juan de la Cruz", en Obras Escogidas, Madrid, 1946, págs. 243-336; Miguel
Asín Palacios: Sadilíes y alumbrados. Estudio introductorio de Luce
López-Baralt, Hiperión, Madrid, 1985; José Valdivia Válor: Don Miguel Asín
Palacios. Mística Cristiana y Mística Musulmana. Ibn Abbad de Ronda y San Juan
de la Cruz, Hiperión, Madrid, 1992, págs. 137-145; Ibn Ata Allah de Alejandría:
Sobre el abandono de sí mismo. Kitab at-Tanwir fi Isqat at-Tadbir,
Tratado
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Bibliografía esencial
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GRANADA Y LA ALHAMBRA, EL PARAÍSO SOBRE
LA TIERRA
«El que no ha visto Granada,
no ha visto nada»
Dicho
popular andaluz
El
vestigio más impresionante de la presencia musulmana en Granada, es la
Alhambra, el palacio fortaleza de sus gobernadores.
Granada
(Garnata en árabe) fue fundada en el siglo VIII por los musulmanes, cerca del
antiguo asentamiento romano de Ilíberis (la Elvira musulmana), distante unos
diez kilómetros al noroeste. Su nombre exalta las cualidades de la fruta que
produce el granado y que es recomendada en el Islam. Granada fue un territorio
dependiente del califato de Córdoba. Tras su desintegración se creó un reino de
Taifas de origen bereber, el de los Ziríes (1013-1090). Durante esa época la
ciudad tuvo un visir (ministro) judío, Samuel Halevi Ibn Nagrila Ha-Nagid
(993-1055), que también fue un sabio del Talmud y patrocinador de las artes.
Posteriormente fue administrada por las dinastías africanas de los almorávides
(1090-1145) y almohades (1145-1230). Con la desintegración de al-Ándalus en el
siglo XIII, se creó el reino de los Nazaríes o Nasríes de Granada en 1238 que
se mantuvo hasta 1492. Fue entonces cuando Granada conoció su edad dorada como
centro literario, artístico y científico, a pesar de las presiones de los
castellanos.
La cumbre más alta de España
No
muy lejos, al sureste, el pico nevado del Mulhacén —deformación fonética de
Muley Hasan— con sus 3.481
metros —máxima elevación de la Península Ibérica— es una
invitación permanente a trepar hasta su cima y divisar desde ella un panorama
incomparable: hacia el norte, la misma Granada, el río Genil y la ciudad de
Guadix con su histórica alcazaba; hacia el sur, las estribaciones de la Alpujarra
con su mundo escondido—Lanjarón, Cádiar, Válor, Laujar—, el exotismo de la
costa—Málaga, Almuñécar, Salobreña, Motril, Almería—, el azul Mediterráneo y
más allá, el Africa inefable. Todas las comarcas de la región retienen la
memoria de lo que fue el último reino hispanomusulmán.
La Alhambra
La
Alhambra es un recinto emplazado en una colina sobre la ciudad de Granada, en
cuyo seno se encuentra uno de los palacios más relevantes de la arquitectura
islámica. El nombre de Alhambra procede del color rojo de sus muros, en árabe
Al-Hamrá, construidos con la arcilla ferruginosa del propio terreno.
Muhammad
I al-Ahmar (1237-1273), primer rey de la dinastía nazarí, comenzó la
urbanización de la colina junto al río Darro y construyó la alcazaba (al-qasab
en árabe), una impresionante fortaleza —con capacidad para una guarnición de
cuarenta mil hombres— que domina la ciudad de Granada desde un espolón, la
colina de la Sabika. Su sucesor Muhammad II (1273-1302) concluyó el recinto
amurallado, asegurando así la paz interior del palacio-ciudadela de los sultanes
granadinos. El palacio real que hoy se conserva, sin embargo, fue construido
por Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1354-1358 y 1362-1391).
La entrada
Desde
la Plaza Nueva, en el centro de la ciudad, se sube a la Alhambra por la cuesta
de Gomérez que es una callejuela estrecha y empinada donde abundan las tiendas
de souvenirs y artesanías. Dicha cuesta termina en la «Puerta de las Granadas»,
edificada por Carlos V en el antiguo perímetro fortificado musulmán que unía la
alcazaba con las Torres Bermejas. Al traspasar la puerta, se cambia lo urbano
en bosque poblado de penumbras, trinos y rumores de aguas. La Alhambra está
cerca y anuncia su magia a través de la naturaleza. A poco de subir por el
camino, sobre la izquierda se encuentra la más famosa de las Puertas de la
fortaleza roja, la «de la Justicia» (Bab al Sharía). Sobre el arco de la puerta
se encuentra la «Mano de Fátima» y una llave que sin duda tienen un sentido
simbólico que todavía no se ha podido descifrar. Al traspasar su umbral ingresamos
en la Alhambra. Antes de
dirigirnos
hacia el este para visitar los palacios, es preferible conocer la alcazaba con
sus torres «de la Vela» y «del Homenaje» desde donde se puede apreciar un
panorama estupendo de la Vega y la ciudad.
Las salas y los patios
El
antiguo palacio nazarí es un conjunto de construcciones agrupadas de forma
irregular, pero al mismo tiempo con un extraordinario sentido del rigor
espacial. Las distintas estancias se articulan por medio de patios, comenzando
por el de ingreso y el de Machuca —desaparecidos casi por completo— que
conducían al mexuar o salón de justicia. Entre éste y el patio de los Arrayanes
aparece una pequeña obra maestra, el patio del Cuarto Dorado, cuya sorprendente
fachada al cuarto de Comares sirvió de modelo para numerosas obras
hispanomusulmanas posteriores.
Pasadas
estas estancias se abre el Patio de los Arrayanes, una de las piezas
fundamentales de la Alhambra gracias a sus prodigiosas proporciones, tensadas
por la alberca longitudinal que divide su planta. Su nombre se debe a los dos
setos de arrayanes o mirtos que flanquean la alberca sobre la que se reflejan
los soportales de la Sala de la Barca y la monumental Torre de Comares. Dentro
de la torre está el ornado Salón de Embajadores donde los monarcas de Granada
recibían a los emisarios extranjeros que se maravillaban del arte y riqueza del
singular dominio islámico; ahí también el 4 de junio de 1526, el emperador
Carlos V, mirando desde un balcón los jardines, las arboledas y el río, exclamó:
«¡Cuán desgraciado el hombre que perdió todo esto!». En la antesala de la Torre
de Comares se encuentra la siguiente inscripción en árabe: «Edificaste para la
fe en la preciosa cumbre una tienda de gloria, que no necesita cuerdas para su
sostén».
A
la derecha del Patio de los Arrayanes se encuentra el Patio de los Leones,
considerado uno de los momentos culminantes del arte islámico y construido por
Muhammad V a semejanza del paraíso soñado por los fieles musulmanes. Allí una
docena de leones de mármol guardan una majestuosa fuente de alabastro. Los doce
leones simbolizan los Doce Imames o Jalifas de la Descendencia del Profeta
(BPD), a los cuales éste se refirió en firmes tradiciones. El agua que brota de
los leones surtidores es la Misericordia divina que se derrama de los Imames
sobre la humanidad. Con su valor ritual, su función refrescante y su contenido
simbólico, el agua es un complemento esencial de la arquitectura islámica.
La
presencia de estanques, canales y fuentes, sirve para enfatizar los ejes de la
composición arquitectónica, para relacionar ámbitos aparentemente inconexos, o
para transformar la configuración espacial de diferentes dependencias. Pero
además, el agua funciona como un espejo, capaz de reflejar y multiplicar los
esquemas arquitectónicos y su decoración. Unida a la luz, el agua incrementa el
carácter dinámico de la decoración y origina composiciones místicas,
incomparables. La Alhambra, tanto en su Patio de los Arrayanes como en el de
los Leones, es el mejor ejemplo de la importancia capital que tiene el agua en
la arquitectura islámica, tanto que se puede llamar a al-Ándalus por este
motivo «una cultura del agua».
Las
esbeltas columnas y floridos capiteles de la arcada circundante en el Patio de
los Leones, las estalactíticas archivoltas, los caracteres cúficos que
constantemente proclaman la divisa de la Granada nazarí —la que a través del
tiempo se ha convertido en el símbolo de al-Ándalus por excelencia: Lá gáliba
illa Alláh «¡No hay vencedor más que Dios!» (tradición que se remonta al califa
almohade Abu Yusuf Yaqub, el cual, al derrotar a los castellanos en Alarcos, el
18 de julio de 1195, portaba ya en su estandarte esta consigna)— hacen de este monumento
la obra maestra de la arquitectura del Islam en Occidente.
Entre
las estancias que rodean al patio de los Leones destacan la Sala de Dos
Hermanas, que repite la composición espacial del patio y se ilumina de luz
natural a través de una excepcional cúpula de mocárabes; la Sala de los
Abencerrajes, cubierta por una cúpula similar a la anterior, y la sala de los
Reyes, sorprendente por sus pinturas figurativas inusuales en el arte islámico
medieval. El conjunto de palacios y estancias de la Alhambra se sucede en los
restos del antiguo palacio y los jardines del Partal, y más adelante en algunas
torres de sus murallas, como la de la Cautiva o la de las Infantas, guardianas
de un misterioso encanto estrechamente relacionado con las leyendas que les dan
nombre.
El Generalife
Al
noroeste de la Alhambra se levanta el palacio del Generalife, una villa de
recreo construida a principios del siglo XIV —con anterioridad al palacio de
Yusuf I— que se asoma por sus galerías y ventanales calados al barrio granadino
del Albaicín (de al-bayyazín: musulmanes de Baeza que se refugiaron en
Granada). El edificio, sin embargo, es menos conocido que sus jardines, ideados
con una sublime sutileza que participa de la composición geométrica tanto como
de los colores y aromas que desprenden sus variadas especies vegetales. Con
mucha razón se lo llama «La más noble y elevada de todas las huertas» (Ÿannat
al-´arif). Otra traducción sería «Huerta del gnóstico o arquitecto (alarife)».
El gozo de los viajeros
Igualmente,
los jardines del Partal, de los Adarves y de Lindaraja en la Alhambra, con sus
rimeros de macetas floridas, con recortados setos que bordean acequias, con
estanques y fuentes cubiertos de nenúfares, y todo un conjunto, esplendoroso y
sutil, asomándose a la legendaria ciudad, al blanco barrio del Albaicín, a las
cumbres nevadas de la sierra, y a la aceitunada apacibilidad de la Vega,
justifican sobradamente las expresiones de viajeros como el médico austríaco
Ieronimus Münzer que viajó por la Península entre 1494-1495: «Terminada la
comida, subimos a la Alhambra. Vimos allí palacios incontables, enlosados con
blanquísimo mármol; bellísimos jardines, adornados con limoneros y arrayanes...
Todo está tan soberbia, magnífica y exquisitamente construido, de tan diversas
materias, que se creería un paraíso. No me es posible dar cuenta de todo (...)
Al pie de los montes (de Granada), en una buena llanura tiene casi en una milla
muchos huertos y frondosidades que se pueden regar por canales de agua;
huertos, repito, llenos de casas y de torres, habitadas durante el verano que
viéndolos en conjunto y desde lejos los creerías una populosa y fantástica
ciudad. Principalmente hacia el noroeste, en una legua larga, o más,
contemplamos estos huertos, y no hay nada más admirable. Los sarracenos gustan
mucho de los huertos, y son tan ingeniosos en plantarlos y regarlos que no hay
nada mejor. Es además un pueblo que se contenta con poco y vive en su mayor
parte de los frutos que de ellos saca, y que no les faltan durante todo el
año.»(cfr. H. Münzer: Viaje por España y Portugal 1494-1495, Edic. Polifemo,
Madrid, 1991).
Ya
anteriormente, el infatigable viajero musulmán tangerino Ibn Battuta
(1304-1377) había apuntado en su Rihla (en árabe "relato de viaje"):
«Después continué la marcha hasta Granada, capital del país de al-Ándalus,
novia de sus ciudades. Sus alrededores no tienen igual entre las comarcas de la
tierra toda, abarcando una extensión de cuarenta millas, cruzada por el famoso
río Genil y por otros muchos cauces más. Huertos, jardines, pastos, quintas y
viñas abrazan a la ciudad por todas partes» (Ibn Battuta: A través del Islam,
Alianza, Madrid, 1988, pág. 763).
El
gran humanista italiano Pietro Martire d’Anghiera (1459-1524), cronista de
Fernando e Isabel, cuando visitó Granada en el primer cuarto del siglo XVI
escribía en una de sus epístolas: «A todas las ciudades que el sol alumbra, es,
en mi sentir, preferible Granada.(...) Las cercanas montañas se extienden en
torno en gallardas colinas y suaves eminencias, cubiertas de olorosos arbustos,
de bosquecillos de arrayán y de viñedos. Todo el país, en suma, por su gala y
lozanía, y por su abundancia de aguas, semeja los Campos Elíseos. Yo mismo he
probado cuánto estos arroyos cristalinos, que corren entre frondosos olivares y
fértiles huertas, refrigeran el espíritu cansado y engendran nuevo aliento de
vida» (cfr. Opus epistolar. Petri Martyris, ed. Amsterdam 1670, pág. 64, trad.
cast. de Juan Valera, en Adolf Friedrich von Schack: Poesía y arte de los
árabes en España y Sicilia, Hiperión, Madrid, 1988, XVII, pág. 378).
El
escritor y diplomático Andrea Navagero (Venecia 1483-Blois 1529), cronista
oficial de la república veneciana, embajador cerca de Carlos V y enviado más
adelante a la corte de Francisco I de Francia, en sus observaciones durante el
viaje a España (1524), se advierte la gran afición que sentía por la
naturaleza, huertas y vegas, ya que en su patria, Venecia, cultivó huertos en
su predio de Murano. Pero veamos la sorpresa que encontró en Granada, último
reducto de al-Ándalus (citado en Cherif Abderrahman Jah y Margarita López
Gómez: El enigma del agua en al-Ándalus, Lunwerg Editores, Barcelona, 1994,
pág. 206): «Toda aquella parte que está más allá de Granada es bellísima, llena
de alquerías y jardines con sus fuentes y huertos y bosques, y en algunas las
fuentes son grandes y hermosas; y aunque éstos sobrepujan en hermosura a lso
demás, no se diferencian mucho de los otros alrededores de Granada; así los
collados como el valle que llaman la Vega, todo es bello, todo apacible a
maravilla y tan abundante de agua que no puede serlo más, y lleno de árboles
frutales, ciruelas de todas clases, melocotones, higos (...) albérchigos,
albaricoques guindos y otros, que apenas dejan ver el cielo con sus frondosas
ramas... Por todas partes se ven en los alrededores de Granada, así en las
colinas como en el llano, tantas casas de moriscos, aunque muchas están ocultas
entre los árboles de los jardines, que juntas formarían otra ciudad tan grande
como Granada; verdad es que son pequeñas, pero todas tienen agua y rosas,
mosquetas y arrayanes, y son muy apacibles, mostrando que la tierra era más
bella que ahora, cuando estaba en poder de los moros; al presente se ven muchas
casas arruinadas y jardines abandonados, porque los moriscos más bien
disminuyen que aumentan, y ellos son los que tienen las tierras labradas y
llenas de tanta variedad árboles; los españoles, lo mismo aquí que en el resto
de España, no son muy industriosos y ni cultivan ni siembran de buena voluntad
la tierra, sino que van de mejor gana a la guerra o a las Indias para hacer
fortuna por este camino más que por cualquier otro.» (cfr. A. Navagero: Viaje
por España 1524-1526, trad. cast. A.M. Fabré, edic. Turner, Madrid, 1983).
El descubrimiento de la Alhambra
La
Alhambra se convirtió en palacio de los reyes cristianos desde la toma de
Granada por los Reyes Católicos, en 1492. Su nieto, Carlos I de España y V de
Alemania, mandó demoler irracionalmente parte del palacio musulmán para
construir un edificio renacentista —con iglesia incluida— que sirviera de
puerta solemne revestida de cristiandad, pero sus formas adustas y
desproporcionadas contrastan notablemente con la grácil acrópolis musulmana.
Pese a ello, la Alhambra se abandonó y fue deteriorándose con el paso del
tiempo hasta prácticamente desaparecer bajo la maleza a mediados del siglo
XVIII y el agua cantarina dejó de brotar.
En
el marco del enfrentamiento franco-británico de 1793-1815, el ejército
napoleónico entró en Andalucía en enero de 1810. El comandante militar de
Granada, Horace Sebastiani, un general revolucionario, quedó fascinado al
descubrir los edificios musulmanes que dominaban las alturas de la ciudad y
decidió instalar su comando en la fortaleza roja. La Alhambra, desierta y
colmada de escombros, fue casi totalmente restaurada. Los galos sacaron del
abandono y la ruina al glorioso y legendario vestigio de la bizarría hispanomusulmana.
Repararon los techos, amparando así los salones y las galerías contra las
inclemencias y la acción destructora del tiempo. Los curtidos zapadores y
pontoneros se convirtieron en jardineros creativos que recompusieron setos,
estanques, canteros y plantaron arbustos y macizos de flores, restableciendo el
sistema hidráulico que permitió que las fuentes y surtidores volvieran a fluir
alegremente. Al tratar de preservar la Alhambra, esos soldados de Napoleón
recuperaron para España el más bello y atrayente de sus monumentos históricos.
Paradójicamente,
tanto los españoles como los musulmanes en general del siglo XIX sabían poco o
nada de la existencia de la Alhambra. Alertado por los viajeros extranjeros, el
estado español acometió su restauración a partir de 1862. Finalmente, en 1920,
el arquitecto e islamólogo Leopoldo Torres Balbás (1888-1960) restauró
completamente el edificio y le confirió el aspecto actual, sin duda romántico
pero históricamente equívoco, ya que las estancias palaciegas prevalecen sobre
la fortaleza.
Fuente de inspiración artística
La
naturaleza oriental y paradisíaca de la Alhambra siempre ha exaltado la
imaginación popular y la de numerosos escritores, especialmente a partir del
romanticismo. Uno de los tantos refranes dice: «Dale limosna mujer, que no hay
en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada».
Tal
vez el mejor fruto de esta inspiración son los «Cuentos de la
Alhambra»,escritos en 1832 por el diplomático norteamericano de origen irlandés
Washington Irving (1783-1859).
Washington Irving
François René
Titus Buckhardt
Por
su parte, el escritor y viajero romántico francés François René, vizconde de
Chateaubriand (1768-1848), rubricó esta frase: «Debería ver usted la Alhambra y
Granada. Es como una obra de hadas; es magia, gloria y amor, no se parece a
nada conocido».
El
escritor norteamericano Jack London (1876-1916) nunca visitó España, pero en 1885, a los nueve años,
deslumbrado por la lectura de los «Cuentos de la Alhambra» de Irving, decidió
construirse con los ladrillos de una chimenea «una pequeña Alhambra privada,
con sus torres, sus patios, sus miradores y demás detalles», no olvidando de
«colocar letreros en yeso que indicaban su existencia y emplazamiento».
El
erudito suizo Titus Buckhardt (1908-1984), en su magnífico estudio de «La
civilización hispano-árabe» (Alianza, Madrid, 1995) hace esta elucubración
mística: «No existe símbolo más perfecto de la Unidad divina que la luz. Por
esta razón, el artista musulmán procura la transformación del material mismo
que modela en una vibración luminosa. Entre los ejemplos de la arquitectura
islámica bajo la soberanía de la luz, la Alhambra de Granada ocupa el primer
lugar. El paraíso ha sido creado de la luz divina, y de luz está hecho este
edificio pues las formas de la arquitectura hispano-árabe, los frisos de los
arabescos (muqarnas), las redes talladas en los muros, las estalactitas
perlantes de los arcos, el centelleo de los tejados de azulejos verdes e
incluso los chorros del agua de la fuente, existen no tanto por ellos mismos
sino para manifestar la naturaleza de la luz. El secreto más íntimo de este
arte es una alquimia de la luz».
El
ilustre bardo granadino Federico García Lorca, nacido en Fuente Vaqueros en
1898 y muerto trágicamente en Víznar en 1936, a los comienzos de la Guerra Civil
española, calificó a Granada como el «paraíso perdido del Moro», y diciendo en
otra ocasión: «¡Con qué trabajo deja la luz a Granada!». Alexandre Dumas
(1802-1870), el creador de «Los tres mosqueteros», luego de visitar la ciudad,
confesó a un amigo: «Empiezo a pensar que hay un placer todavía mayor que el
ver Granada, y es el de volverla a ver».
Otro poeta, el argentino Alfredo Bufano (Guaymallén 1895-Buenos Aires 1950), al visitar Granada y la Alhambra en abril de 1947, escribe: «El agua es el poema vivo de la Alhambra. ¡Desengañáos, poetas! ¡Nadie podrá cantarla como ella! ¿Y desde cuándo lo hace? Desde que los moros frenaron aquí sus caballos y construyeron esta anticipación del paraíso que es la Alhambra» (publicado en el artículo "El agua de la Alhambra", Diario La Prensa, sección ilustrada, Buenos Aires, Domingo 26 de Octubre de 1947).
Hay
tantas Granadas como granadinos y granadófilos. En 1846, Alexandre Dumas en su
obra «De París a Cádiz»— poderoso estimulante del turismo francés a Andalucía—,
al referirse a la Alhambra y al Generalife, dice: «en ninguna parte del mundo
encontrarás en espacio tan reducido una fragancia así, una multitud de ventanas
que se abre cada una a un rincón del paraíso».
El Louvre y la Alhambra: los más
visitados
En
el siglo XV el reino islámico de Granada tenía una población cercana a los
quinientos mil habitantes, y la Granada ella sola tenía cien mil habitantes
(hoy tiene menos de trescientos mil), lo que la convertía en una de las
ciudades más pobladas de Europa y, naturalmente, la primera de España.
Hoy
día, más de veinte mil millones de dólares ingresan todos los años a España por
concepto de la industria turística, y la mayoría de los turistas vienen con un
fin determinado: quieren ver esas bellezas incomparables que son la Mezquita de
Córdoba, la Torre de la Giralda y los Reales Alcázares de Sevilla y la Alhambra
de Granada. La Alhambra es uno de los monumentos históricos más visitados del
planeta con una cifra que oscila entre los ocho a diez mil viajeros diarios
provenientes de los cuatro puntos cardinales, la cual sólo es superada por el
Museo del Louvre de París que registra un promedio de quince mil visitantes por
día.
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