MEDINA AZAHARA, EL
SUEÑO ANDALUSÍ. (Córdoba)
“Allah es belleza y ama las cosas
bellas”. Parece que Abderrahman III se inspiró en el hadit del Profeta al
levantar la ciudad califal. Toda una lección de urbanismo medieval y de
sabiduría constructiva.
A medida que pasan los años
–desde que, en el siglo XIX se descubrieran los restos de Madinat al-Zahra–, y
gracias al trabajo paciente y meticuloso de los arqueólogos, se revela poco a
poco toda la suntuosidad de la ciudad-palacio.
Corría el siglo X, y Abderrahman
III había proclamado al-Andalus califato independiente de Bagdad, con Córdoba
como capital. La nueva ciudad surgió para afianzar aún más el poder del califa
omeya, y descongestionar Córdoba, creando un nuevo centro administrativo en las
afueras, según los dictados de la moda oriental. Aunque la leyenda, menos
terrenal, asegura que el califa habría mandado edificarlo por amor a Zahra, una
de sus favoritas.
Si creemos a los cronistas, la
ciudad se construyó en apenas cuarenta años de actividad febril. Según Ben
Hayyan, “…se emplearon diariamente 6.000 sillares de piedra, grandes y pequeños
(…). El número de bestias empleadas para el acarreo de estos materiales
ascendía a 400, algunos dicen que más, aparte de 400 camellos pertenecientes al
sultán y de 1.000 mulas alquiladas a razón de 3 mizcales al mes”. Sin embargo,
apenas alcanzó los 75 años de vida, al cabo de los cuales, con la caída del
califato, comenzó a ser expoliada hasta desaparecer bajo un manto de tierra y
de olvido.
Abandonar Córdoba por el Oeste y
alcanzar la campiña ondulante bajo las estribaciones de Sierra Morena supone
todo un respiro. Una bocanada verde, eso sí, marcada por un horizonte de
construcciones de aspecto caótico que impiden sumergirse de lleno en el
universo de Medina Azahara; uno de los puntales de lo que algunos autores han
dado en llamar últimamente “el mito de al-Andalus”, empeñándose en destruirlo,
como si la España musulmana no fuese lo bastante deslumbrante para nutrir la
imaginación y crear ejemplo.
Aparecen entonces abrazados por
el tímido sol invernal los restos de la ciudad califal, distribuyéndose de
forma escalonada a lo largo de la ladera. De las más de 100 hectáreas de
extensión que alcanzó, solamente se han excavado 12, lo que da una idea de la
ingente labor que espera a los arqueólogos. Como afirma Antonio Vallejo,
director del conjunto, “no es un trabajo para toda la vida, pero sí para varias
generaciones”.
Al Este del recinto del alcázar
se sitúa el sector administrativo, u oficial. En él se pueden contemplar los
restos del Dar al-Yund, con su soberbia galería porticada y su plaza de armas
destinadas al aparato militar y a impresionar a las comitivas. También se
encuentra la Casa del Visir y, en la terraza inferior, el Salón Rico. La única
estancia reconstruida, y que muestra una ornamentación sumamente elaborada, a
base de tableros de piedra que representan el árbol de la vida, y arcos de
herradura enmarcados en alfices de exuberantes motivos. Es aquí donde el califa
recibía a las embajadas envuelto en el misterio de la penumbra y la escenificación.
A decir del cronista al-Maqqari, “Eran de oro y de plata las tejas de este
magnífico salón y, según Ben Baskuwal, había en el centro del mismo un gran
pilón lleno de mercurio”.
Fuera ya del recinto del alcázar,
recortándose contra la campiña aparece la mezquita aljama, con sus esbeltas
almenas sirias y sus palmeras de aspecto festivo. Y en el sector Oeste, la zona
residencial, objeto de un concienzudo trabajo de consolidación durante los
últimos años. En la zona de la servidumbre, formada por varias estancias
distribuidas en torno a un patio, aparece el único horno de ladrillo de época
califal hallado hasta la fecha. “La limpieza es la mitad de la fe”, afirma el
hadit en el que se debieron de basar en cambio los constructores, cuando
dotaron la zona de varias letrinas y de un sistema de alcantarillas altamente
perfeccionado, del que se han descubierto recientemente más de 1.000 metros . Y ello
en el siglo X, cuando la higiene en la Europa cristiana era un mito mucho mayor
que el de al-Andalus.
Desde aquí se puede observar
trabajando a restauradores y alarifes en la recuperación de la casa del visir
Yafar. Primero se ha procedido a excavar y sacar la cama del antiguo suelo,
para después colocar las losas de mármol, que están ensamblando pieza a pieza
como si se tratara de un puzzle. También se está restaurando una espectacular
arcada decorada con atauriques de alambicados motivos. Esta zona cerrada al
público sirve de momento como punto de referencia para numerosos estudiantes de
arqueología y arquitectura, pero se espera que durante el próximo verano, pueda
ser visitada por todos, y de este modo, seguir alimentando el sueño andalusí.
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