jueves, 4 de abril de 2013

Historia de los musulmanes en al-Ándalus- Sevilla, 23 de noviembre de 1248


SEVILLA: 23 DE NOVIEMBRE DE 1248

 fernando-iii

Alejandro Irie

El 23 de noviembre de 1248 (según el calendario gregoriano), 626 después de la Hégira, la medina de Sevilla cae en poder del reyezuelo Fernando III de Castilla y León. Se inicia así para nuestra ciudad y sus habitantes un proceso de oscurantismo del que aun no nos hemos recuperado.

La medina de Ishbiliya y las poblaciones de su alrededor más inmediato son las últimas plazas que conservaba el estado sevillano, constituido en república desde el declive del poder almohade a partir de 1212. El joven Abdul Hassan ibn Abu Ali fue designado por el consejo republicano para dirigir la defensa de Sevilla y sus últimas posesiones extra muros al inicio de la invasión castellanoleonesa. Hijo de Abu Ali, notable del consejo, Abdul Hassan no fue coronado rey en ningún momento como citan algunos cronistas cristianos -cuyo desconocimiento de la democracia o cualquier régimen parecido a ésta era absoluto-. Será el general sevillano y voz del consejo, Abdul Hassan, el encargado de rendir condicionalmente la ciudad y entregar las llaves al déspota Fernando III. Los sevillanos, tras más de dos años de guerra ininterrumpida y asedio, privados de víveres desde hacía meses y afectados de enfermedades, rinden así la ciudad a las hordas bárbaras.

Tras la rendición, el estado sevillano deja de existir. La efímera experiencia republicana ha durado sólo 36 años, en una taifa de más de dos siglos. El reyezuelo Fernando, con sus caudillos militares y líderes religiosos toman posesión de la medina -cuyos muros no pudieron traspasar hasta que la ciudad se rindió por hambre- el día 22 de diciembre, pocas semanas después de la capitulación. La Sevilla andalusí deja atrás su destacado pasado y su libertad.

Profanadas las principales mezquitas de la medina, y sustituidos los símbolos sevillanos por los de los invasores, el reyezuelo, sus súbditos y la Iglesia se reparten el botín. Las fuentes cristianas, en un miserable acto de falsificación, hablan del éxodo de la población sevillana -unos autores aseguran que fue voluntario, otros que fue obligatorio o que formaba parte de las condiciones de rendición- y de que la ciudad se quedó vacía. No es algo casual, veremos que las historias de destierro y repoblación se repiten en casi toda la crónica de la conquista cafre de Andalucía, como forma de romper el vínculo entre antepasados y descendientes, y fomentar así un origen fantástico de la población nativa. En el caso de Ishbiliya, pensar que una población de al menos varios miles de personas dejaran atrás sus hogares y se desplazaran sin un destino seguro repugna al intelecto. Aunque bárbaro, el reyezuelo Fernando III no estaba mal aconsejado, y de haber permitido el abandono de Sevilla por sus habitantes habría provocado un colapso logístico que contradice todo el esfuerzo bélico llevado a cabo y el sentido común. Simplemente, no había en los reinos cristianos de la península tantos hombres válidos para la administración y dirección de una ciudad tan importante como Sevilla.

El déspota Fernando III de Castilla y León muere en 1252 y su cuerpo es enterrado en el templo mayor de Sevilla, que hoy es catedral católica, según el bárbaro ritual de sus antepasados.

Cabe destacar que los habitantes de las comarcas adyacentes a la medina de Sevilla acudieron de forma leal a la defensa de la ciudad cuando Abdul Hassan les convocó en virtud de la asabiyya – a sabiendas de que tenían que enfrentarse a un enemigo superior en número y dejaban sus propiedades a merced del invasor-. La suerte de estas gentes no será mejor que la de los sevillanos de la urbe. Acabada la contienda, vuelven a sus tierras para convertirse en siervos de los caudillos militares y líderes religiosos, como así lo dispuso el reyezuelo Fernando III en el reparto del botín de guerra.

Este mercadeo de seres humanos, propio de los bárbaros y su régimen feudalista, que negaba a los hombres su libertad y el producto de su trabajo, chocaba de frente con los principios del din del islam -y hasta de la misma shahada-, por los que un hombre no tiene otro señor que Allah.

A esta situación de privación de libertad individual se une la persecución que los conquistadores hacen del idioma (árabe andalusí y romance aljamiado), de las costumbres y del islam. Todo esto desembocará en -las llamadas por los cronistas cristianos- “revueltas mudéjares”, importantes rebeliones que tendrán lugar tanto en el campo como en las medinas, y se sucederán a lo largo de 1264 y 1266, con réplicas en el reino de Aragón que se prolongarán hasta 1300 aproximadamente. Hechos como estos niegan por sí mismos las teorías de repoblación y demuestran que los cronistas de la época no estaban coordinados bajo ningún control a la hora de escribir, pudiendo darse paradojas como ésta.

Sofocadas las rebeliones y reprimida la población, la ciudad de Sevilla inicia un declive en el que perderá paulatinamente su identidad. Usada como puerto al océano Atlántico, los bárbaros se lanzarán a piratear, sirviendo la ciudad de base para sus incursiones de saqueo y conquista en el norte de Africa y las islas Canarias.

Con el supuesto descubrimiento de un “nuevo mundo” en 1492, será Sevilla desde donde se monopolice el expolio que los españoles harán en Abya Yala (las Américas), para nuestra vergüenza.

Las décadas se sucederán, y se convertirán en siglos. Los conflictos sociales no cesarán, irán incluso a más conforme nos acercamos a la actualidad, en una ciudad que sufre el régimen colonial español como toda población andaluza.

Hoy en día heredamos una ciudad que sufre una decadencia endémica; en la que las instituciones civiles (ya sea por desconocimiento o por mala fe) honran a los conquistadores de Sevilla; donde la Iglesia Católica, destacada benefactora de la toma, venera cada 23 de noviembre el cuerpo del déspota Fernando III, en un acto ridículo y grotesco a partes iguales.

Hoy, 23 de noviembre de 2010/16 de Dhu l-Hidjdja de 1431, los sevillanos deben conocer su historia tanto o más que cualquier otro día. La que hemos contado, y que tiene por sevillanos a los que defendieron las muros de la medina y sus descendientes, y no los extranjeros que osaron asaltarla y cuyas mentiras han corrompido la identidad de generaciones enteras.

Imagen: Fernando III “el Santo”, o como le llamaba Blas Infante “El Vizco”

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