Categoría: Andalusies
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Muhammad ibn ‘Abd al-Rahmân ibn Ibrâhîm b. Yahyâ Futûh b. al-Hakîm,
al-Lajmî. Poeta e historiador. Nació en Ronda en el año 1261. Fue asesinado en
1308. Pertenecía a una familia de los Lajmíes de Sevilla que se habían
trasladado a Ronda durante el reinado de sus parientes los Banû ‘Abbâd (la
familia de Al-Mu’tamid, el rey-poeta de Sevilla). La mayoría de sus antepasados
habían ejercido profesiones liberales hasta que debieron reunir ciertas
riquezas e influencia y, ya en el siglo XIII, dos de los hermanos mayores de
nuestro personaje, abû Zakariya y Abû Ishâk eran los más poderosos
terratenientes y con suficiente poder para ser los caciques de Ronda.
Como hermano menor, a Ibn al-Hakîm le tocó el camino de la gente de la pluma. Joven de una prodigiosa memoria, llegó a reunir unos amplísimos conocimientos que recibió de maestros de su ciudad natal. Contando 23 años decidió emprender un viaje a La Meca para ampliar su formación, viaje que hizo en compañía del joven ceutí Muhammad ibn Rusayd, al que había conocido en Almería y que tenía sus mismos propósitos: ir a La Meca y aprender junto a los más famosos maestros del Oriente.
Recorrió, en compañía de su amigo, todas las ciudades importantes de Oriente, en donde escuchó a numerosos maestros y adquirió una gran cantidad de libros, principalmente de poesía, que era la actividad que más le interesaba. Volvió a Ronda (1286) recorriendo las más importantes ciudades del norte de África, mientras que su amigo ceutí continuaba su viaje, que luego relataría en un libro.
Los conocimientos y títulos que Ibn al-Hakîm había adquirido durante su viaje le dieron gran prestigio entre sus paisanos y le servirían, como ahora veremos, para acceder a los más altos puestos de la administración del reino de Granada.
Durante la estancia en Ronda del sultán Muhammad II, que había acudido a esta ciudad para sofocar una rebelión, Ibn al-Hakîm recitó una Qasîdah laudatoria para con el sultán y llena de desprecio para con los vencidos:
Un grupo de rebeldes se levantaron contra su poder
y por ello son merecedores del peor castigo.
Les engañó el largo alejamiento
y tenían a Satán como supremo señor.
Y con ellos, Ronda o sus gentes
con la misma conducta y proceder.
Muhammad quedó impresionado por la preparación y la cultura de Ibn al-Hakîm y le invitó a ir a la corte de Granada para que entrara a su servicio, cosa que nuestro biografiado no dudo en aceptar. Fue nombrado secretario del monarca para la correspondencia extranjera, y desarrolló también una labor mediadora entre el sultán y sus propios hermanos sublevados en Ronda; sus hermanos Abû Zakarîya y Abû Ishâk se habían declarado independientes, reconociendo sólo la soberanía del sultán Marín Abû Ya’kûb, que los nombró gobernadores del territorio rondeño. Ante los fallidos intentos por someter a la fuerza a los separatistas, Mwhammad II optó por enviar a Ibn al-Hakîm a negociar con los insurrectos, logrando éste un acuerdo satisfactorio por ambas partes: los Banû-l-Hakîm reconocían la soberanía del monarca granadino y, a cambio, éste les mantuvo en sus cargos de gobernadores con el título de wazîr (visir). Los Banû-Hakîm conservarían esta posición durante toda la historia del Reino de Granada pues, según Ladero Quesada, sería un alguacil, Abrahem al-Haquime el que entregaría Ronda a los llamados Reyes Católicos.
Dominó a la perfección el arte militar, conociendo como pocos los secretos y ardides de la táctica, como lo demostró cumplidamente en el cerco de Quesada, para el que había sido elegido general en jefe, pues habiendo simulado una fuga nocturna, los cristianos abandonaron sus posiciones para entregarse al pillaje, cayendo entonces sobre ellos y apoderándose de la ciudad. Sobre esta victoria escribió al sultán Muhammad II una epístola que el historiador Ibn al-Jatîb reproduce en su obra.
Sin embargo, una nota sombría vendría a palidecer momentáneamente la buena estrella de Ibn al-Hakîm. Se le atribuyen unos versos satíricos contra la dinastía nasrí, que llegados a oídos del príncipe heredero, el futuro Muhammad III, ordenó que los castigasen muy duramente, huyendo nuestro personaje para salvar su vida, escondiéndose en descampados y ruinas, hasta que la cólera del príncipe se apaciguó y pudo Ibn al-Hakîm volver a ocupar su antiguo puesto.
En el año 1302 muere envenenado Muhammad II; todos los indicios apuntan como culpables al príncipe heredero. Los historiadores nos presentan a Muhammad III con una personalidad que raya lo patológico. Crueldad, superstición, sentido del humor y afán por la cultura se mezclan paradójicamente en este soberano.
No sabemos bien de qué maniobras tuvo que valerse Ibn al-Hakîm, pero el hecho es que el nuevo monarca lo nombró su visir, cargo al que unía el de câtîb, por lo que –según la ‘Ihâta de Ibn al-Jatîb- recibió el título de Dû l-Wizâratayn.
A causa de la ceguera de Muhammad III, nuestro Ibn al-Hakîm va a convertirse en el personaje más importante del reino, llevando todas las riendas del poder. Unas de sus primeras medidas políticas será cambiar el sentido de las alianzas que hasta entonces había tenido el reino granadino. La administración nasrí era desde los últimos años de Muhammad II, aliada de los mariníes, entonces dueños de las tierras norteafricanas, rompiendo al mismo tiempo su antiguo vasallaje con Castilla, y entrando en buenas relaciones con Aragón.
Sin embargo, en 1303, Ibn al-Hakîm firma, en nombre del sultán de Granada, un tratado con el castellano Fernando IV, en el que se restablece el anterior pacto de vasallaje. La situación se vendría a complicar más, por cuanto que los aragoneses, hasta el momento unidos a los meriníes, conciertan un pacto con Castilla, en la que entra Granada como vasallo de esta última.
La coalición de los tres reinos peninsulares han dejado aislado a los Banû Marîn que, ocupados en la interminable guerra de Tremecén, no van a poder impedir que los granadinos realicen unos de sus mayores deseos: la conquista de la plaza fuerte de Ceuta.
Poco duraría la alegría de los granadinos, pues el sentido de las alianzas pronto se volverían contra Granada, codiciada por los reinos cristianos. Jaime II de Aragón será quien organice una campaña contra el reino andalusí en la que participó Castilla, y en cuyos planes se encontraba el reparto del reino de Granada entre Castilla y Aragón, según se estipuló secretamente en Alcalá de Henares en 1308.
A pesar del secreto con que se había llevado a cabo el pacto castellanoaragonés, algunas noticias sobre movimientos de tropas se filtraron antes de la campaña, y llenaron de inquietud a la corte y al pueblo granadino. No era extraño, pues, que los enemigos de Ibn al-Hakîm, que no eran pocos, prepararan una conspiración para derribarle del poder. La conjura, promovida por Atik b. al-Mawl y con la participación del propio hermano del sultán, el príncipe Nasr, aprovecharía los negros nubarrones que se cernían sobre el reino granadino para asestar el golpe definitivo; asaltaron el palacio de Ibn al-Hakîm y el mismo Ibn al-Mawl se encargó de matarle. El cadáver de nuestro personaje fue ultrajado, pasando de mano en mano hasta que se perdió y no pudo ser enterrado.
Ibn al-Hakîm fue un personaje de tan pocos escrúpulos políticos, que no le importó, en aras de aumentar su prestigio y poder personal, concertar alianzas con los estados cristianos de la Península en perjuicio del poderío de los fatimíes, aliados naturales de los andaluces, para detener el expansionismo de los cristianos, quienes un siglo antes ya habían invadido los reinos andalusíes del Valle del Guadalquivir y que esperaban el momento oportuno para asestar un golpe definitivo al reino de Granada, último baluarte soberano de la nación andaluza. Parece cuanto menos paradójico que un sujeto de tales características no abandonara nunca sus aficiones literarias. A lo largo de toda su vida continuó componiendo poesías con mayor o menor acierto y utilizó los medios que le proporcionaba su alta posición para rodearse de los mejores poetas y literatos de la época, muchos de ellos venidos de las matanzas cristianas, y a quienes acogió y protegió. Entre los miembros de la tertulia literaria de Ibn al-Hakîm, destaca un excelente poeta, Ibn Jamis de Tremecén, quien le dedicó una hermosa Qasîdah a nuestro biografiado, en donde a la alabanza del visir la nostalgia de su patria norteafricana.
De las composiciones poéticas de Ibn al-Hakîm, en las que se muestra como un mediano poeta, hemos seleccionado ésta que compuso en el transcurso de su viaje a Oriente, y que envió a su familia desde Túnez:
¡Ven aquí, ven, oh viento del Nayd
y lleva contigo mi pasión y mi amor!
Cuando esparzas entre ellos mis noticias,
les llegará mi saludo con la fuerza de mi amor.
No les he olvidado. ¿Acaso lo han hecho ellos
debido a mi larga ausencia?
Mis ansias no son debidas a la belleza
ni a los habitantes de Nayd.
¡Oh viento! Cuando llegues a un lugar
cuya tierra se llena de ajenjo y laurel (<>)
da vueltas sobre él y hazles llegar,
de mi parte, albricias.
Diles que he llegado por su amor a un tal estado
que amo todo laurel y espino (<>).
En opinión de la traductora de estos versos, Mª Jesús Rubiera Mata, hay un juego de palabras entre Ronda (Runda) y los términos laurel (Rand) y espino (Zand). Siente afecto por el laurel y el espino porque se escriben de forma parecida a su ciudad.
Escribió igualmente una Historia de Al-Andalus en cuatro volúmenes donde trata exhaustivamente sobre los avatares de la nación andaluza, así como de los pormenores de la vida de los califas y reyes, el origen de las familias distinguidas, y finalmente de los personajes que más destacaron, tanto en el cultivo de las ciencias como por sus hazañas bélicas. Se vanagloriaba hasta tal punto de su obra que decía que quien leyera este trabajo no necesitaría leer las demás obras de sus contemporáneos.-
Como hermano menor, a Ibn al-Hakîm le tocó el camino de la gente de la pluma. Joven de una prodigiosa memoria, llegó a reunir unos amplísimos conocimientos que recibió de maestros de su ciudad natal. Contando 23 años decidió emprender un viaje a La Meca para ampliar su formación, viaje que hizo en compañía del joven ceutí Muhammad ibn Rusayd, al que había conocido en Almería y que tenía sus mismos propósitos: ir a La Meca y aprender junto a los más famosos maestros del Oriente.
Recorrió, en compañía de su amigo, todas las ciudades importantes de Oriente, en donde escuchó a numerosos maestros y adquirió una gran cantidad de libros, principalmente de poesía, que era la actividad que más le interesaba. Volvió a Ronda (1286) recorriendo las más importantes ciudades del norte de África, mientras que su amigo ceutí continuaba su viaje, que luego relataría en un libro.
Los conocimientos y títulos que Ibn al-Hakîm había adquirido durante su viaje le dieron gran prestigio entre sus paisanos y le servirían, como ahora veremos, para acceder a los más altos puestos de la administración del reino de Granada.
Durante la estancia en Ronda del sultán Muhammad II, que había acudido a esta ciudad para sofocar una rebelión, Ibn al-Hakîm recitó una Qasîdah laudatoria para con el sultán y llena de desprecio para con los vencidos:
Un grupo de rebeldes se levantaron contra su poder
y por ello son merecedores del peor castigo.
Les engañó el largo alejamiento
y tenían a Satán como supremo señor.
Y con ellos, Ronda o sus gentes
con la misma conducta y proceder.
Muhammad quedó impresionado por la preparación y la cultura de Ibn al-Hakîm y le invitó a ir a la corte de Granada para que entrara a su servicio, cosa que nuestro biografiado no dudo en aceptar. Fue nombrado secretario del monarca para la correspondencia extranjera, y desarrolló también una labor mediadora entre el sultán y sus propios hermanos sublevados en Ronda; sus hermanos Abû Zakarîya y Abû Ishâk se habían declarado independientes, reconociendo sólo la soberanía del sultán Marín Abû Ya’kûb, que los nombró gobernadores del territorio rondeño. Ante los fallidos intentos por someter a la fuerza a los separatistas, Mwhammad II optó por enviar a Ibn al-Hakîm a negociar con los insurrectos, logrando éste un acuerdo satisfactorio por ambas partes: los Banû-l-Hakîm reconocían la soberanía del monarca granadino y, a cambio, éste les mantuvo en sus cargos de gobernadores con el título de wazîr (visir). Los Banû-Hakîm conservarían esta posición durante toda la historia del Reino de Granada pues, según Ladero Quesada, sería un alguacil, Abrahem al-Haquime el que entregaría Ronda a los llamados Reyes Católicos.
Dominó a la perfección el arte militar, conociendo como pocos los secretos y ardides de la táctica, como lo demostró cumplidamente en el cerco de Quesada, para el que había sido elegido general en jefe, pues habiendo simulado una fuga nocturna, los cristianos abandonaron sus posiciones para entregarse al pillaje, cayendo entonces sobre ellos y apoderándose de la ciudad. Sobre esta victoria escribió al sultán Muhammad II una epístola que el historiador Ibn al-Jatîb reproduce en su obra.
Sin embargo, una nota sombría vendría a palidecer momentáneamente la buena estrella de Ibn al-Hakîm. Se le atribuyen unos versos satíricos contra la dinastía nasrí, que llegados a oídos del príncipe heredero, el futuro Muhammad III, ordenó que los castigasen muy duramente, huyendo nuestro personaje para salvar su vida, escondiéndose en descampados y ruinas, hasta que la cólera del príncipe se apaciguó y pudo Ibn al-Hakîm volver a ocupar su antiguo puesto.
En el año 1302 muere envenenado Muhammad II; todos los indicios apuntan como culpables al príncipe heredero. Los historiadores nos presentan a Muhammad III con una personalidad que raya lo patológico. Crueldad, superstición, sentido del humor y afán por la cultura se mezclan paradójicamente en este soberano.
No sabemos bien de qué maniobras tuvo que valerse Ibn al-Hakîm, pero el hecho es que el nuevo monarca lo nombró su visir, cargo al que unía el de câtîb, por lo que –según la ‘Ihâta de Ibn al-Jatîb- recibió el título de Dû l-Wizâratayn.
A causa de la ceguera de Muhammad III, nuestro Ibn al-Hakîm va a convertirse en el personaje más importante del reino, llevando todas las riendas del poder. Unas de sus primeras medidas políticas será cambiar el sentido de las alianzas que hasta entonces había tenido el reino granadino. La administración nasrí era desde los últimos años de Muhammad II, aliada de los mariníes, entonces dueños de las tierras norteafricanas, rompiendo al mismo tiempo su antiguo vasallaje con Castilla, y entrando en buenas relaciones con Aragón.
Sin embargo, en 1303, Ibn al-Hakîm firma, en nombre del sultán de Granada, un tratado con el castellano Fernando IV, en el que se restablece el anterior pacto de vasallaje. La situación se vendría a complicar más, por cuanto que los aragoneses, hasta el momento unidos a los meriníes, conciertan un pacto con Castilla, en la que entra Granada como vasallo de esta última.
La coalición de los tres reinos peninsulares han dejado aislado a los Banû Marîn que, ocupados en la interminable guerra de Tremecén, no van a poder impedir que los granadinos realicen unos de sus mayores deseos: la conquista de la plaza fuerte de Ceuta.
Poco duraría la alegría de los granadinos, pues el sentido de las alianzas pronto se volverían contra Granada, codiciada por los reinos cristianos. Jaime II de Aragón será quien organice una campaña contra el reino andalusí en la que participó Castilla, y en cuyos planes se encontraba el reparto del reino de Granada entre Castilla y Aragón, según se estipuló secretamente en Alcalá de Henares en 1308.
A pesar del secreto con que se había llevado a cabo el pacto castellanoaragonés, algunas noticias sobre movimientos de tropas se filtraron antes de la campaña, y llenaron de inquietud a la corte y al pueblo granadino. No era extraño, pues, que los enemigos de Ibn al-Hakîm, que no eran pocos, prepararan una conspiración para derribarle del poder. La conjura, promovida por Atik b. al-Mawl y con la participación del propio hermano del sultán, el príncipe Nasr, aprovecharía los negros nubarrones que se cernían sobre el reino granadino para asestar el golpe definitivo; asaltaron el palacio de Ibn al-Hakîm y el mismo Ibn al-Mawl se encargó de matarle. El cadáver de nuestro personaje fue ultrajado, pasando de mano en mano hasta que se perdió y no pudo ser enterrado.
Ibn al-Hakîm fue un personaje de tan pocos escrúpulos políticos, que no le importó, en aras de aumentar su prestigio y poder personal, concertar alianzas con los estados cristianos de la Península en perjuicio del poderío de los fatimíes, aliados naturales de los andaluces, para detener el expansionismo de los cristianos, quienes un siglo antes ya habían invadido los reinos andalusíes del Valle del Guadalquivir y que esperaban el momento oportuno para asestar un golpe definitivo al reino de Granada, último baluarte soberano de la nación andaluza. Parece cuanto menos paradójico que un sujeto de tales características no abandonara nunca sus aficiones literarias. A lo largo de toda su vida continuó componiendo poesías con mayor o menor acierto y utilizó los medios que le proporcionaba su alta posición para rodearse de los mejores poetas y literatos de la época, muchos de ellos venidos de las matanzas cristianas, y a quienes acogió y protegió. Entre los miembros de la tertulia literaria de Ibn al-Hakîm, destaca un excelente poeta, Ibn Jamis de Tremecén, quien le dedicó una hermosa Qasîdah a nuestro biografiado, en donde a la alabanza del visir la nostalgia de su patria norteafricana.
De las composiciones poéticas de Ibn al-Hakîm, en las que se muestra como un mediano poeta, hemos seleccionado ésta que compuso en el transcurso de su viaje a Oriente, y que envió a su familia desde Túnez:
¡Ven aquí, ven, oh viento del Nayd
y lleva contigo mi pasión y mi amor!
Cuando esparzas entre ellos mis noticias,
les llegará mi saludo con la fuerza de mi amor.
No les he olvidado. ¿Acaso lo han hecho ellos
debido a mi larga ausencia?
Mis ansias no son debidas a la belleza
ni a los habitantes de Nayd.
¡Oh viento! Cuando llegues a un lugar
cuya tierra se llena de ajenjo y laurel (<>)
da vueltas sobre él y hazles llegar,
de mi parte, albricias.
Diles que he llegado por su amor a un tal estado
que amo todo laurel y espino (<>).
En opinión de la traductora de estos versos, Mª Jesús Rubiera Mata, hay un juego de palabras entre Ronda (Runda) y los términos laurel (Rand) y espino (Zand). Siente afecto por el laurel y el espino porque se escriben de forma parecida a su ciudad.
Escribió igualmente una Historia de Al-Andalus en cuatro volúmenes donde trata exhaustivamente sobre los avatares de la nación andaluza, así como de los pormenores de la vida de los califas y reyes, el origen de las familias distinguidas, y finalmente de los personajes que más destacaron, tanto en el cultivo de las ciencias como por sus hazañas bélicas. Se vanagloriaba hasta tal punto de su obra que decía que quien leyera este trabajo no necesitaría leer las demás obras de sus contemporáneos.-
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