viernes, 15 de marzo de 2019

LOS JUDISO EN AL ANDALUS


Los judíos en al-Andalus

La invasión musulmana liberó a los judíos de la opresión visigótica y en algunos casos éstos colaboraron en la guardia de castillos y ciudades. El gobierno árabe trajo una época de florecimiento para la judería española.
La cultura y el poder en Andalucía estaban representados por el califa Abd el-Rahman III, quien hizo de Córdoba la capital cultural del Oeste. Fue ésta una Edad de Oro para los judíos; estudiaron árabe y erigieron prósperas comunidades en Sevilla, Granada y Córdoba. Bajo el Califato, los judíos podían preservar sus ritos y tradiciones. La coexistencia pacífica condujo a su florecimiento económico y social. Poco a poco comenzaron a obtener posiciones importantes en la administración del Califato y también se distinguieron como hábiles artesanos. Participaron en las caravanas que cruzaban las rutas principales de Al-Andalus y sus ciudades, comerciando sobre todo con pieles, telas y alhajas. El judío más importante de la época fue Hasday Ibn Shaprut, el eficaz médico personal y ministro del Califa.
La caída del Califato condujo a la aparición de las Taifas y a la persecución de los judíos, en agudo contraste con el período de tolerancia. Pese a ello, los judíos eran valorados como consejeros, médicos y políticos. Con las invasiones almorávides y almohades, los judíos comenzaron a buscar refugio en los reinos cristianos del Norte. La Edad de Oro de al-Andalus había concluido.
La prosperidad de la que habían disfrutado los judíos bajo el Califato Cordobés y la influencia de la cultura árabe sobre ellos les había permitido destacarse como hombres de ciencia y como figuras literarias, pero especialmente como médicos. El contacto abierto con el Oriente y el Occidente produjo un tipo de judío con conocimientos amplios y que podía ser simultáneamente poeta, médico, científico y filósofo. Después de la caída del Califato, las Taifas vieron una época de florecimiento cultural para los judíos de España. La filosofía y la ciencia fueron favorecidas, y los judíos destacaron como intelectuales, administradores, diplomáticos, y especialmente como poetas. Fue el Siglo de Oro de la poesía Hispano-Hebraica.
El pensador judío más importante de todas las épocas fue el cordobés de Rabbi Moshe ben Maimon, Maimónides (el Rambam). A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida fuera de España, siempre se consideró sefardí, es decir, español. Sus obras filosóficas influyeron en todos los grandes pensadores de la Edad Media. En 1190 escribió su obra más importante, «La guía de los perplejos», en la cual armoniza la fe con la filosofía, el hombre con la divinidad. Un experto médico, fue también el médico personal del Sultán Saladino.
Los judíos en los reinos cristianos
Hasta la caída del Califato son pocas las comunidades judías en los reinos cristianos. La salida de judíos de al-Andalus se incrementa durante los siglos X y XI y el papa Alejandro II aconseja a los obispos que sea respetada la vida de los judíos. Las convulsiones que sufren los reinos Taifas los empujan hacia los reinos cristianos del norte.
La política de favor iniciada por Alfonso VI tuvo como consecuencia la participación de numerosos judíos en la administración del reino. En la batalla de Sagrajas, los judíos combatieron junto al rey de Castilla. Toledo será un crisol de tres culturas y tres religiones: cristiana, musulmana y judía. En 1125 empieza a funcionar la Escuela de Traductores, que contará con importantes intelectuales judíos. Éstos traducirán el árabe al romance y luego los clérigos harán la versión latina. En la Escuela de Traductores se produjo el encuentro entre la cultura clásica y el pensamiento cristiano, dándose a conocer, sobre todo, la obra de Aristóteles.
No obstante, es una época insegura. Los judíos son propiedad del rey y los impuestos que pagan revierten en la Corona. A fines del siglo XII se producen saqueos y matanzas en algunas juderías, como las de Toledo y León. En el IV Concilio de Letrán se impone a los hebreos el uso de distintivos especiales en la ropa para diferenciarlos de los cristianos, pero Fernando III consiguió que quedase sin efecto. Los reyes cristianos del siglo XIII fueron generalmente favorables a los judíos. En algunos casos concedieron a los judíos beneficios y propiedades, así como privilegios para ejercer sus oficios. Pero la presión de la Iglesia, que pretendía su conversión, fue tal que en 1232 se estableció en Aragón el Tribunal de la Inquisición. La Iglesia, que acusaba a los judíos de deicidio, no dudó en emplear todos los medios a su alcance para conseguir su conversión.
Alfonso X el Sabio se rodeó de intelectuales judíos pero en las Cortes de Valladolid y Sevilla aparecieron elementos legislativos discriminatorios para los hebreos. A principios del siglo XIV, en 1313, el Sínodo de Zamora impuso la opinión de los sectores más radicales de la Iglesia resucitando las prescripciones del concilio de Letrán y prohibiendo a los judíos ser médicos de cristianos. En 1348, los estragos de la Peste Negra fomentan el odio antisemita y los judíos son acusados falsamente de su propagación. Por último, la victoria de Enrique de Trastámara sobre su hermano Pedro I trajo graves consecuencias para los judíos castellanos y aumentó la presión sobre ellos, avivada por un ambiente de hostilidad que desembocó en las matanzas de 1391.
Los orígenes del antisemitismo
Aparte de los habituales anatemas (amb. excomunión ǁ acción y efecto de excomulgar). eclesiásticos oficiales contra el pueblo proclamado como asesino de Cristo, los cristianos medievales de la Península Ibérica no fueron antijudíos en razón de creencia o por una cuestión racial. Hubo matanzas de judíos, saqueos de juderías y vejaciones y discriminaciones. Sin embargo no había cristiano que no se pusiera en manos de un médico hebreo, ni rey que no atendiera las predicciones astrológicas de un rabino cabalista.
Habría que pensar que, al menos en su origen, los odios al pueblo judío formaron parte de lo que podríamos llamar una desviación. A lo largo de toda la Edad Media reyes, nobles y jerarcas de la Iglesia recibieron de judíos acomodados el dinero que necesitaban. A cambio de ese dinero adelantado, los judíos poderosos compraban el derecho a cobrar tributos y así recobraban el capital prestado. Pero esa ventaja económica llevaba consigo su parte negativa, pues, para buena parte del pueblo, era el judío, y no el rey o el señor o el obispo, el que le cobraba los impuestos y representaba el desagradable oficio del que los poderosos se habían librado.
Hechos así contribuyeron en buena medida a crear una atmósfera de animadversión en la que ya no se distinguían razones ni personas y todos, por el hecho de formar parte de la aljama, quedaban incriminados. Era evidente, por otra parte, la manifiesta prosperidad que llegaron a tener numerosas familias judías, muy por encima de la que podían alcanzar los estamentos acomodados de la sociedad cristiana urbana o rural.
Según Baer, en la Castilla del siglo XIV los judíos controlaban los dos tercios de los impuestos indirectos y de los derechos aduaneros tanto interiores como de fronteras y puertos. Hubo muchos judíos que ejercieron la usura y que obtuvieron de ella beneficios. Sin embargo, también es cierto que en el siglo XII se pusieron en vigor leyes muy estrictas que prohibían tajantemente el cobro de intereses en casos de préstamos entre cristianos. Lógicamente, tales medidas ponían la usura en manos de los judíos. Los musulmanes mudéjares, el otro núcleo de población no cristiana en la España medieval, tampoco podía ejercerla debido a su condición de esclavos o de simples siervos campesinos mal asalariados.
Soberanos como Jaime I o Fernando III llegaron a fijar mediante leyes el tipo de interés que podían tomar los judíos sobre los préstamos que realizaran (el veinte por ciento en 1228). Esto demuestra que el ejercicio de la usura era una práctica casi oficialmente fomentada. Dejar caer de modo exclusivo la culpa de la usura sobre los judíos era y sigue siendo, por parte de muchos historiadores de prestigio, un esquema mental preconcebido que, en buena parte, coincide con el que sirvió y todavía sirve para la manipulación de diversos fenómenos históricos. Este mismo esquema mental fue el que, en su momento, fomentó la opresión del judío, ejercida igualmente por el pueblo y por las autoridades eclesiásticas.
En muchas ciudades españolas y en la misma Toledo el Viernes Santo era un día en el que, tradicionalmente, el pueblo se divertía apedreando las calles y las ventanas del barrio judío. En 1268 el rey Jaime I de Aragón tuvo que prohibir que esta misma costumbre siguiera ejerciéndose en la ciudad valenciana de Xàtiva. En Girona durante la Semana Santa los clérigos practicaban la costumbre de subirse a las torres del templo que dominaban el recinto del call (barrio judío) y desde ellas apedreaban sus casas y a sus gentes. Estas prácticas poco después se convirtieron en ejercicio corriente del pueblo, y en matanzas que, como las iniciadas en Sevilla en 1391, diezmaron la población israelita de la Península. Las persecuciones y matanzas condicionaron las amenazadoras campañas de conversión masiva llevadas a cabo a principios del siglo XV.

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