Los judíos en al-Andalus
La invasión musulmana liberó
a los judíos de la opresión visigótica y en algunos casos éstos colaboraron en
la guardia de castillos y ciudades. El gobierno árabe trajo una época de
florecimiento para la judería española.
La cultura y el poder en
Andalucía estaban representados por el califa Abd el-Rahman III,
quien hizo de Córdoba la capital cultural del Oeste. Fue ésta una Edad de Oro
para los judíos; estudiaron árabe y erigieron prósperas comunidades en Sevilla,
Granada y Córdoba. Bajo el Califato, los judíos podían preservar sus ritos y
tradiciones. La coexistencia pacífica condujo a su florecimiento económico y
social. Poco a poco comenzaron a obtener posiciones importantes en la
administración del Califato y también se distinguieron como hábiles artesanos.
Participaron en las caravanas que cruzaban las rutas principales de
Al-Andalus y sus ciudades, comerciando sobre todo con pieles, telas y
alhajas. El judío más importante de la época fue Hasday Ibn Shaprut,
el eficaz médico personal y ministro del Califa.
La caída del Califato
condujo a la aparición de las Taifas y a la persecución de los judíos, en agudo
contraste con el período de tolerancia. Pese a ello, los judíos eran valorados
como consejeros, médicos y políticos. Con las invasiones almorávides
y almohades, los judíos comenzaron a buscar refugio en los reinos
cristianos del Norte. La Edad de Oro de al-Andalus había concluido.
La prosperidad de la que
habían disfrutado los judíos bajo el Califato Cordobés y la influencia de la
cultura árabe sobre ellos les había permitido destacarse como hombres de
ciencia y como figuras literarias, pero especialmente como médicos. El contacto
abierto con el Oriente y el Occidente produjo un tipo de judío con
conocimientos amplios y que podía ser simultáneamente poeta, médico, científico
y filósofo. Después de la caída del Califato, las Taifas vieron una época de
florecimiento cultural para los judíos de España. La filosofía y la ciencia
fueron favorecidas, y los judíos destacaron como intelectuales,
administradores, diplomáticos, y especialmente como poetas. Fue el Siglo de Oro
de la poesía Hispano-Hebraica.
El pensador judío más
importante de todas las épocas fue el cordobés
de Rabbi Moshe ben Maimon, Maimónides (el Rambam).
A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida fuera de España, siempre se
consideró sefardí, es decir, español. Sus obras filosóficas influyeron en todos
los grandes pensadores de la Edad Media. En 1190 escribió su obra más
importante, «La guía de los perplejos», en la cual armoniza la fe con la
filosofía, el hombre con la divinidad. Un experto médico, fue también el médico
personal del Sultán Saladino.
Los
judíos en los reinos cristianos
Hasta la caída del Califato
son pocas las comunidades judías en los reinos cristianos. La salida de judíos
de al-Andalus se incrementa durante los siglos X y XI y el papa Alejandro
II aconseja a los obispos que sea respetada la vida de los judíos. Las
convulsiones que sufren los reinos Taifas los empujan hacia los reinos cristianos
del norte.
La política de favor
iniciada por Alfonso VI tuvo como consecuencia la participación de numerosos
judíos en la administración del reino. En la batalla de Sagrajas, los
judíos combatieron junto al rey de Castilla. Toledo será un crisol de tres
culturas y tres religiones: cristiana, musulmana y judía. En 1125 empieza a
funcionar la Escuela de Traductores, que contará con importantes intelectuales
judíos. Éstos traducirán el árabe al romance y luego los clérigos harán la
versión latina. En la Escuela de Traductores se produjo el encuentro entre la
cultura clásica y el pensamiento cristiano, dándose a conocer, sobre todo, la
obra de Aristóteles.
No obstante, es una época
insegura. Los judíos son propiedad del rey y los impuestos que pagan revierten
en la Corona. A fines del siglo XII se producen saqueos y matanzas en algunas
juderías, como las de Toledo y León. En el IV Concilio de Letrán se
impone a los hebreos el uso de distintivos especiales en la ropa para
diferenciarlos de los cristianos, pero Fernando III consiguió que quedase sin
efecto. Los reyes cristianos del siglo XIII fueron generalmente favorables a
los judíos. En algunos casos concedieron a los judíos beneficios y propiedades,
así como privilegios para ejercer sus oficios. Pero la presión de la Iglesia,
que pretendía su conversión, fue tal que en 1232 se estableció en Aragón el
Tribunal de la Inquisición. La Iglesia, que acusaba a los judíos de deicidio,
no dudó en emplear todos los medios a su alcance para conseguir su conversión.
Alfonso X el Sabio se rodeó
de intelectuales judíos pero en las Cortes de Valladolid y Sevilla aparecieron
elementos legislativos discriminatorios para los hebreos. A principios del
siglo XIV, en 1313, el Sínodo de Zamora impuso la opinión de los sectores más radicales
de la Iglesia resucitando las prescripciones del concilio de Letrán y
prohibiendo a los judíos ser médicos de cristianos. En 1348, los estragos de la
Peste Negra fomentan el odio antisemita y los judíos son acusados falsamente de
su propagación. Por último, la victoria de Enrique
de Trastámara sobre su hermano Pedro I trajo graves consecuencias
para los judíos castellanos y aumentó la presión sobre ellos, avivada por un
ambiente de hostilidad que desembocó en las matanzas de 1391.
Los
orígenes del antisemitismo
Aparte de los habituales
anatemas (amb. excomunión ǁ acción y efecto de excomulgar). eclesiásticos oficiales contra el pueblo
proclamado como asesino de Cristo, los cristianos medievales de la Península
Ibérica no fueron antijudíos en razón de creencia o por una cuestión
racial. Hubo matanzas de judíos, saqueos de juderías y vejaciones y
discriminaciones. Sin embargo no había cristiano que no se pusiera en manos de
un médico hebreo, ni rey que no atendiera las predicciones astrológicas de un rabino
cabalista.
Habría que pensar que, al
menos en su origen, los odios al pueblo judío formaron parte de lo que
podríamos llamar una desviación. A lo largo de toda la Edad Media reyes, nobles
y jerarcas de la Iglesia recibieron de judíos acomodados el dinero que
necesitaban. A cambio de ese dinero adelantado, los judíos poderosos compraban
el derecho a cobrar tributos y así recobraban el capital prestado. Pero esa
ventaja económica llevaba consigo su parte negativa, pues, para buena parte del
pueblo, era el judío, y no el rey o el señor o el obispo, el que le cobraba los
impuestos y representaba el desagradable oficio del que los poderosos se habían
librado.
Hechos así contribuyeron en
buena medida a crear una atmósfera de animadversión en la que ya no se
distinguían razones ni personas y todos, por el hecho de formar parte de la
aljama, quedaban incriminados. Era evidente, por otra parte, la manifiesta
prosperidad que llegaron a tener numerosas familias judías, muy por encima de
la que podían alcanzar los estamentos acomodados de la sociedad cristiana
urbana o rural.
Según Baer, en la
Castilla del siglo XIV los judíos controlaban los dos tercios de los impuestos
indirectos y de los derechos aduaneros tanto interiores como de fronteras y
puertos. Hubo muchos judíos que ejercieron la usura y que obtuvieron de ella
beneficios. Sin embargo, también es cierto que en el siglo XII se pusieron en
vigor leyes muy estrictas que prohibían tajantemente el cobro de intereses en
casos de préstamos entre cristianos. Lógicamente, tales medidas ponían la usura
en manos de los judíos. Los musulmanes mudéjares, el otro núcleo de población
no cristiana en la España medieval, tampoco podía ejercerla debido a
su condición de esclavos o de simples siervos campesinos mal asalariados.
Soberanos como Jaime I o
Fernando III llegaron a fijar mediante leyes el tipo de interés que podían
tomar los judíos sobre los préstamos que realizaran (el veinte por ciento en
1228). Esto demuestra que el ejercicio de la usura era una práctica casi oficialmente
fomentada. Dejar caer de modo exclusivo la culpa de la usura sobre los judíos
era y sigue siendo, por parte de muchos historiadores de prestigio, un esquema
mental preconcebido que, en buena parte, coincide con el que sirvió y todavía
sirve para la manipulación de diversos fenómenos históricos. Este mismo esquema
mental fue el que, en su momento, fomentó la opresión del judío, ejercida
igualmente por el pueblo y por las autoridades eclesiásticas.
En muchas ciudades españolas
y en la misma Toledo el Viernes Santo era un día en el que, tradicionalmente,
el pueblo se divertía apedreando las calles y las ventanas del barrio judío. En
1268 el rey Jaime I de Aragón tuvo que prohibir que esta misma
costumbre siguiera ejerciéndose en la ciudad valenciana de Xàtiva. En
Girona durante la Semana Santa los clérigos practicaban la costumbre de subirse
a las torres del templo que dominaban el recinto del call (barrio
judío) y desde ellas apedreaban sus casas y a sus gentes. Estas prácticas poco
después se convirtieron en ejercicio corriente del pueblo, y en matanzas que,
como las iniciadas en Sevilla en 1391, diezmaron la población israelita de la
Península. Las persecuciones y matanzas condicionaron las amenazadoras campañas
de conversión masiva llevadas a cabo a principios del siglo XV.
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