LA POESÍA EN EL PERÍODO DE LOS REINOS DE TAIFAS.
En el siglo X, después de la caída de los omeyas, la vida de los poetas árabes
presenta mucha analogía con la de los trovadores. Todas las pequeñas cortes que
había entonces en España hubieran parecido desiertas a sus soberanos si no las
hubiese embellecido la poesía.
Para la historia de la España musulmana el siglo XI representa el
profundo contraste de un notable esplendor cultural y poético mientras que
paralelamente se produce la desintegración de la unidad política del califato
cordobés. Desaparecido el califato cordobés en 1031, durante el siglo XI la
Península se halla dividida en multitud de reinos enfrentados entre sí. En el
lado musulmán, cada reyezuelo lucha bien por la supervivencia bien para ampliar
sus dominios a costa de sus vecinos y correligionarios. Pero, por encima de
estas guerras locales, subsiste el enfrentamiento entre árabes, beréberes y
eslavos. Durante un siglo se tendió conscientemente a la fusión de los grupos
étnicos de la península, tendencia que había caracterizado la política de Abd
ar-Rahman III. Tras esto, y como consecuencia, aparece un nuevo elemento en la
sociedad musulmana: ahl al-andalus, en terminología de los historiadores árabes
de la época; es decir, la población de al-Andalus, cuyas acciones y reacciones
permiten identificarlo como un grupo de lealtades políticas muy próximo a lo
que hoy podríamos llamar partido nacional andalusí.
Después de la caída del califato, empezó un nuevo período histórico, en general
favorable a la literatura. Los numerosos estados independientes que se
levantaron entre las ruinas del destrozado imperio fueron otros tantos centros
de actividad literaria y artística. Entre las pequeñas dinastías de Sevilla,
Almería, Badajoz, Granada y Toledo reinaba una verdadera rivalidad por proteger
las ciencias y cada una procuraba aventajar a las otras en sus esfuerzos para
lograr este fin.
Multitud de escritores y de floridos ingenios se reunían en estas cortes,
algunos disfrutando de elevadas pensiones, otros recompensados con ricos
presentes por las dedicatorias de sus obras. Otros sabios conservaban toda su
independencia para consagrarse al saber libres de todo lazo. En balde envió
Muyahid al–Amiri, rey de Denia, mil monedas de oro, un caballo y un vestido de
honor al filólogo Abu Galib, rogándole que le dedicara una de sus obras. El
orgulloso autor devolvió el presente, diciendo: “He escrito mi libro para ser
útil a los hombres y para hacerme inmortal. ¿Cómo he de ir ahora a poner en él
un nombre extraño, para que se lleve la gloria? ¡Nunca lo haré!” Cuando el rey
supo esta contestación de Abu Galib se admiró mucho de su magnanimidad y le
envió otro presente mayor. Todas las preocupaciones religiosas desaparecieron
de estas pequeñas cortes y reinaba una tolerancia como aún no se ha visto
igual en nuestro siglo en ninguna parte de la Europa cristiana.
Los filósofos podían, por lo tanto, entregarse a las más atrevidas especulaciones.
Muchos príncipes procuraban ellos mismos sobresalir por sus trabajos
literarios. Al–Muzaffar, rey de Badajoz, escribió una gran obra enciclopédica
en cerca de cien volúmenes; al–Muqtadir, rey de Zaragoza, fue famoso por sus
extraordinarios conocimientos en astronomía, geometría y filosofía.
La poesía en el período de los almorávides (1056-1147).
Las diferencias entre los almorávides, gobernadores del norte de África,
y los reyes de taifas desembocaron en un conflicto armado cuando los
alfaquíes y la población musulmana solicitaron la intervención de Yusuf contra
sus soberanos acusándolos de no cumplir los preceptos coránicos y de cobrar
impuestos ilegales. En 1090, Abd Alá de Granada era depuesto y desterrado al
norte de África. Un año más tarde, Yusuf ocupaba Sevilla y en 1094 se apoderaba
de Badajoz, a pesar de los intentos de Alfonso VI de salvar ambos reinos. Sólo
Valencia y Zaragoza pudieron resistir durante algún tiempo a los almorávides.
Valencia sería ocupada en 1102 y, en este mismo año, los almorávides atacaban
las posesiones del reino de Zaragoza, que conquistarían en 1110.
Sin bien esta dinastía había subido al trono por una revolución nacida del
fanatismo religioso, hubo en ella muchos príncipes aficionados a las letras. En
la corte de Abd-al–Mumin vivieron Averroes (Ibn Rusd), Avenzhoar (Ibn
Zuhr) y Abu Bakr (Ibn Tufail), que después se hicieron tan famosos en el
resto de Europa.
Mucho antes de que floreciera en Occidente el estudio de las humanidades,
estudiaron estos hombres los escritos de Aristóteles y divulgaron los
conocimientos filosóficos; pero se debe advertir que no leían el texto
original, sino sólo las traducciones siríacas, por medio de las cuales conocían
ya los árabes, desde el siglo VIII, los autores griegos. Si Córdoba sobresalía
por su amor a la literatura, en Sevilla se estimaba y florecía principalmente
la música. Como en cierta ocasión se discutiese sobre cuál de las dos ciudades,
Córdoba o Sevilla, destacaba más por su cultura, Averroes dijo: “Cuando en
Sevilla muere un sabio y se trata de vender sus libros, éstos se envían a
Córdoba, donde hay más seguro despacho; pero si en Córdoba muere un músico, sus
instrumentos van a Sevilla a venderse” . El mismo escritor que refiere esta
anécdota añade que, entre todas las ciudades sujetas al Islam, Córdoba es
aquella donde se hallan más libros. Yusuf, sucesor de Abd al–Mumin, fue el
príncipe más instruido de su época, y reunió en su corte sabios de todos los
países.
Aunque los soberanos de esta misma dinastía, que
reinaron después, no tenían las mismas inclinaciones, y aunque hacia finales
del siglo XII hubo una gran persecución contra la filosofía, no se puede dudar
de la duración del movimiento intelectual en la España mahometana.
Se puede afirmar que la conquista almorávide representó el final de la poesía
clásica árabe y coincidió con el gran desarrollo de lo que podemos llamar
poesía popular, que utilizaba como vehículo de expresión la moaxaja,
poema de cinco estrofas con un pareado final que se utilizaba como estribillo y
proporcionaba un elemento de referencia, ya que cada una de las restantes
estrofas se componía de tres versos con rima propia, seguidos de un
pareado que reproducía la rima inicial. El pareado final recibe el nombre
de jarcha y se compone en árabe vulgar o en romance, mientras que los
demás versos pueden estar escritos en árabe clásico. Una variante de la moaxaja
era el zéjel, escrito en su totalidad en lengua vulgar y con una construcción
más sencilla, ya que cada estrofa, en lugar del pareado final, sólo incluía un
verso con la rima de la jarcha. El origen de estas composiciones suele fecharse
a comienzos del siglo X y su descubrimiento se atribuye al poeta ciego Muadam
de Cabra, pero las principales moaxajas conocidas son de finales del siglo XI y
del siglo XII. El poeta popular por antonomasia es el cordobés Ibn Quzmán
(1100-1160) cuyas poesías tienen muchos puntos en común con la de los goliardos
occidentales.
Publicado por al-Andalus en 8:36
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