AL-ANDALUS, PROVINCIA DEL CALIFATO OMEYA
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Derechos
Desarrollo
Después del asesinato
de Abd al-Aziz b. Musa b. Nusayr en marzo de 716, parece que la
provincia de al-Andalus vivió durante algunos meses una situación confusa, pero
pronto volvieron las aguas a su cauce: es posible que los nusayríes, incitados
por el alejamiento geográfico de la capital de Dar al-Islam, tuvieran intención
de ejercer una especie de ambicioso proconsulado. A raíz de la muerte de Abd
al-Aziz b. Musa, los jefes militares de al-Andalus o al menos algunos de ellos,
entre los cuales los beréberes parecen haber jugado un papel de cierta
relevancia, se habrían puesto de acuerdo para confiar provisionalmente el
gobierno de la Península al hijo de una hermana de Musa b. Nusayr, Ayyub b.
Habib al-Lajmi. Pero en agosto de 97/716, el representante del califa de
Damasco en Qairawan, Muhammad b. Yazid, envió a la Península a un amil o wali,
es decir, a un gobernador, llamado al-Hurr b. Abd al-Rahman al-Thaqafi, al
frente de una fuerza armada cuyo número es difícil de determinar, pero que
parece haber sido bastante importante y cuyo núcleo lo constituían notables
árabes llegados de Ifriqiya. Se trataba, según parece, de asegurar el control
de una región donde los elementos militares árabes y beréberes instalados tras
la conquista habían mostrado demasiada independencia respecto del poder
central. A pesar de su brevedad y a veces poca claridad, tanto los textos árabes
tardíos como los más cercanos a la Crónica mozárabe, concuerdan lo
suficiente como para poder establecer la lista de gobernadores encargados de la
provincia de al-Andalus desde la desaparición de los nusayríes hasta la gran
revuelta beréber que sacudió el Occidente musulmán en los años 740-750 y que
precedió a la caída del califato de Damasco en este último año. El primer hecho
notable es el número relativamente elevado de estos gobernadores: una quincena
entre 716 y 741, lo que significa que sus gobiernos sobre esta provincia
situada en el extremo occidental de Dar al-Islam, donde se podía haber creído
que el alejamiento respecto del centro de poder iba a favorecer la autonomía,
duraron una media de apenas dos años. Seguramente, la provincia andalusí era tierra
de guerra santa (yihad), pero salvo el caso de tres de estos gobernadores,
muertos de muerte natural o en guerra santa, como es el caso de Abd
al-Rahman al-Ghafiqi, gobernador a partir de 730-732, caído en la célebre
batalla de Poitiers, los demás fueron destituidos por voluntad del califa de
Damasco. Nombramientos y ceses se sucedieron a un ritmo rápido que pone de
manifiesto cierta inestabilidad gubernamental y administrativa en la cumbre del
Estado, pero que demuestra también el fuerte control efectivo que el poder
central omeya ejercía sobre la provincia. Y cuando se designaba a algún
gobernador interino in situ no iba confirmado ni por Damasco ni por el
gobernador de Qairawan, superior jerárquico del de Córdoba. Numerosos problemas
tuvieron que solucionar estos gobernadores. Uno de los principales, sobre el
que las noticias son confusas en el primer momento tras la conquista, era
el del ordenamiento de las tierras y la fiscalidad, tanto de los conquistadores
musulmanes, árabes y beréberes, como de las poblaciones cristianas y judías
sometidas. Resulta muy difícil conocer la realidad de las medidas que tomó cada
uno de ellos y sus resultados. Sólo es seguro que los textos, tanto las
crónicas árabes como la Crónica mozárabe, manifiestan claramente que fue el
problema central con el que tuvo que lidiar la administración omeya durante el
primer cuarto de siglo de la historia andalusí y que fue la causa de muchas
tensiones a todos los niveles: tanto en las relaciones entre grupos
etno-religiosos que poblaban desde entonces la Península, es decir, musulmanes,
judíos y cristianos, beréberes, árabes y elementos indígenas, como sus
relaciones con el poder provincial y con el califato. Con seguridad, la
acuñación de monedas estaba directamente relacionada con la situación económica
y fiscal de la provincia, pero es bastante difícil determinar exactamente de
qué manera. En 102/720, el gobernador al-Samh b. Malik al-Jawlani, enviado por
el califa Umar b. Abd al-Aziz, emitió los primeros dinares puramente árabes, poniendo
fin al breve período de transición durante el cual se habían acuñado monedas de
oro latino-musulmanas primero, luego siempre musulmanas, por supuesto, pero
bilingües en latín y árabe. De hecho, las series latinas y latino-árabes sólo
aparecen -de forma discontinua- en los años 93/711 al 98/716-17; después no se
conocen acuñaciones para los años 99 al 102/720-21, lo que parece indicar que
la situación administrativa y fiscal del país no era muy clara ni muy estable.
En cambio, de los años siguientes, tenemos monedas fechadas, en oro o plata, y
excepcionalmente en cobre, de todos los años entre el 102/720-21 al 107/725-26,
luego, con menos regularidad, únicamente monedas de plata entre este último año
y el 131/748-49. En este momento las acuñaciones fechadas se interrumpieron
completamente y no se reanudaron hasta el 146/763-64, en época del emirato
omeya, cuando sólo se efectuaban acuñaciones de plata. Es muy difícil
interpretar satisfactoriamente esta evolución, cuando sus determinantes
económicos y político-administrativos se nos escapan ampliamente.
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