CONFLICTOS ÉTNICOS Y DECLIVE MULADÍ
.
Derechos
Desarrollo
De la confusión
cronológica de estos acontecimientos se desprende, sin embargo, un
hecho: los Banu Tuyib, una destacada familia árabe de origen yemení establecida
en la Marca Superior desde el siglo VIII, habían ayudado enormemente
a la restauración del poder omeya. Hacia el año 862, el
emir Muhammad les había confiado la misión de luchar contra la
potencia cada vez más inquietante de los Banu Qasi. De este modo, escribe
María Jesus Viguera, "Muhammad I había alzado contra los Banu Qasi a
una familia bien arraigada en la zona y perteneciente al partido de los
"árabes del sur", con su antigua oposición a los "del
norte", entre cuya clientela contaban los Banu Qasi". Frente al señorío
muladí de los Banu Qasi, fuertemente arraigado al oeste de Zaragoza (Arnedo,
Tudela), el emir omeya favoreció, en los años 860, la constitución de un poder
local competidor, cuya autoridad consagró sobre Daroca y Calatayud, al sur de
la capital provincial. Tres cuartos de siglo después de los últimos
enfrentamientos entre árabes el emir se aprovechó, en su propio interés, de los
viejos antagonismos, apoyando un potente linaje árabe todavía capaz de
movilizar alrededor de él antiguas solidaridades tribales. Las rivalidades,
persistentes o reactivadas, entre los diferentes elementos étnicos, aunque no
fueran con seguridad el motor principal de la historia de al-Andalus
-especialmente a medida que se iba fraguando la [unificación
arabo-islámica#CONTEXTOS#6004] de la sociedad- no pueden ser minimizadas en
exceso. Según una breve noticia transmitida por al-Udhri, después de haber
controlado el poder en la Marca (en el 257/870-871), Lubb b. Musa b. Qasi, en
el 260/873-874, "hizo una matanza de los árabes de Zaragoza, de distintas
tribus (qaba'il), les hizo salir hacia Viguera y los mató allí, en un prado que
se conoce con el nombre de Prado de los árabes (Mary al-Arab)". Los
acontecimientos de los siguientes decenios muestran claramente que, al final
del siglo IX, la pacificación relativa que los omeyas habían logrado imponer en
al-Andalus no había hecho desaparecer ni el recuerdo de las realidades tribales
entre los árabes y los beréberes, ni los sentimientos de oposición
étnico-cultural entre los diferentes grupos que poblaban la parte musulmana de
la Península. En la Marca Superior, la restauración del poder directo de
los omeyas sobre Zaragoza no iba a durar mucho tiempo. En efecto, desde el año
890, en medio de circunstancias confusas y, parece ser, con la complicidad del
emir omeya, los Banu Tuyib asesinaron al gobernador nombrado
por Córdoba y se apoderaron de la ciudad. Debieron luchar durante dos
decenios contra los Banu Qasi, que no renunciaron a la recuperación del
dominio sobre la capital regional que habían controlado en la época anterior.
Los tuyibíes recibieron en esta ocasión la ayuda de los jefes locales muladíes
hostiles a los Banu Qasi, como el de Huesca, Muhammad al-Tawil y lograron
mantenerse en Zaragoza, donde constituyeron desde entonces el linaje local más
potente, cuya importancia se afirmó en el siglo X y no tendría rivales cuando
las familias muladíes desaparecieran en época de Abd al-Rahman
III. El papel dominante de los tuyibíes en la Marca sustituyó al de los Banu
Qasi y se mantuvo durante el califato y hasta los comienzos de los reinos de
taifas del XI. Los verdaderos factores que llevaron a la sustitución del poder
de una familia muladí por el de una familia árabe se nos escapan en gran parte,
pero hay que resaltar el paralelismo con lo que ocurrió en otras regiones de
al-Andalus, como Sevilla o Elvira. Al final del siglo IX y comienzos
del X, en varios lugares se asiste al afianzamiento de los árabes, que estaban
sólidamente arraigados en la época de la caída del califato, a comienzos del
XI. En las otras regiones sobre las que las fuentes dan alguna noticia, la
evolución no es siempre tan fácil de seguir. La ciudad de Mérida parece que
obedeció al poder central hasta 868, fecha en que estalló la revuelta de un
jefe muladí perteneciente a una familia importante de la ciudad, Abd al-Rahman
b. Marwan al-Yilliqi. Una expedición omeya logró someterlo y lo mandó residir
en Córdoba. Pero, insultado por el potente visir y general Hashim b. Abd
al-Aziz, se escapó de la capital en el 875 e intentó encontrar, en la región
del Guadiana, un refugio seguro contra las tropas cordobesas que le perseguían.
Fortificó la localidad de Badajoz, se refugió durante años en el reino
astur-leonés, volvió en el 884 y terminó logrando que el emir Abd Allah reconociera
su poder sobre Badajoz, donde los muladíes habían llegado en gran número y la
habían convertido en una verdadera ciudad, que iba camino de sustituir a Mérida
como capital regional. La propia Mérida, a la que estas vicisitudes habían
reducido a poca cosa, pasó desde el reinado de Muhammad al poder de
la familia o clan beréber de los Banu Tayit. En cambio, Toledo se mantuvo como
un núcleo urbano importante, poblado principalmente, como se ha visto, por
muladíes y sin duda también mozárabes. La ciudad vivió una época relativamente
tranquila después de haber sido sometida en el 856. La vida interna de la
ciudad, que parece haber gozado de una autonomía bastante amplia, sufrió sin
embargo alguna alteración. En el 872, el emir Muhammad se vio obligado a intervenir
para mantener el orden: llamado por dos jefes toledanos que se disputaban el
poder, reconoció a cada uno de ellos el gobierno de una parte de la ciudad.
Como vimos, las relaciones de los toledanos con los grupos beréberes que
poblaban las regiones situadas al oeste, al este y al sur de la ciudad eran
difíciles desde hacía mucho tiempo. En el 259/872-873, los toledanos atacaron
una plaza llamada Sakyan o Saktan ocupada por los beréberes (no sabemos si
había alguna relación entre este hecho y la intervención del emir en el mismo
año). Las divisiones entre sus jefes les llevaron a la derrota. Al año
siguiente, Ibn al-Athir hizo constar otra derrota sufrida por un fuerte
ejército toledano, salido en campaña contra los beréberes hawwara de Santaver,
que habían atacado con anterioridad una fortificación en los límites del
territorio de Toledo. Allí también, la causa determinante de la derrota fue la
rivalidad entre los jefes. Diez años más tarde, en el 887-888, el Bayan hace
constar un tercer revés sufrido -no se sabe contra quién- por los toledanos,
que habían reclutado a los beréberes expulsados de Trujillo. Los Banu Dhi
I-Nun de la tribu de los hawwara, eran la familia beréber dominante en la
región central, a la que el emir Muhammad había reconocido una preponderancia
oficial sobre la región de Santaver. Tal vez la razón por la que los toledanos
se sometieron en el 283/896-897 a un miembro de la familia de los Banu
Qasi fuera para ayudarles a hacer frente al peligro beréber.
Eduardo Manzano, hablando de este acontecimiento oscuro, hace observar con
razón que "la facilidad con que se produce la entrado de miembros de este
linaje en la ciudad contrasta vivamente con la incapacidad que había venido
mostrando la autoridad omeya para imponer su dominio durante toda la segundo
mitad del siglo III/IX. Ello mueve a pensar que la familia muladí contaba con
apoyos dentro de la ciudad que facilitaban su intervención". Este mismo
Lubb b. Muhammad b. Qasi organizó en el año 898, desde Toledo, una expedición
hasta el interior de la región de Jaén y se apoderó de la fortificación (hisn)
de Cazlona, de la que el Bayan dice que estaba poblada entonces por cristianos
en conflicto con Ubayd Allah b. Umayya Ibn al-Shaliya, un señor muladí local,
que dominaba la región montañosa de Somontín (entre Linares y el Guadalquivir)
y que quería, según parece, hacer de Cazlona, la antigua Castulo, el núcleo de
su dominación político-administrativa. Según la misma fuente mató después a los
ayam de la ciudad, es decir, aparentemente a los mismos cristianos, atrapados
entre dos jefes muladíes y finalmente eliminados por uno de ellos. Como vemos,
la composición étnica de este sector de las regiones centrales no era, en
absoluto, menos compleja que la existente en otras regiones de al-Andalus.
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