LOS MÁRTIRES CORDOBESES
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Derechos
Desarrollo
Paralelamente al
afianzamiento del Islam, una aguda conciencia del declive del cristianismo,
debilitado numéricamente por las conversiones y culturalmente por la
arabización y la presión creciente del Islam, se desarrolló en un sector de la
opinión mozárabe, lo que llevó a los cristianos más exaltados a acciones
desesperadas: injurias públicas contra el Islam y el Profeta, que
provocaron automáticamente condenas a muerte. Las fuentes mozárabes registraron
estas actuaciones individuales que tuvieron gran repercusión a partir del año
825, al dar noticia de dos mártires. Recordemos que fue en esta misma época
(828) cuando Luis el Piadoso mandó una carta a los cristianos de
Mérida para incitarles a la resistencia. Pero la ola de condenas a muerte en Córdoba se
sitúa entre los años 850 y 860. Las autoridades religiosas y políticas
reaccionaron: un concilio celebrado en el 852, en presencia de un funcionario
mozárabe de la administración de las finanzas que desempeñó la función de
comisario del gobierno, impidió a los cristianos buscar el martirio voluntario.
Al no resultar esta medida suficiente para detener el movimiento, algunos años
más tarde, en el 859, su principal animador, San Eulogio, fue sometido a
su vez a juicio y ejecutado, hecho que según parece puso fin esta vez a la
sangrienta serie de martirios voluntarios. La fase crítica del movimiento sólo
había durado una decena de años, pero demostraba con claridad el malestar
profundo de un grupo etno-cultural irremediablemente amenazado en su
existencia. Los últimos acontecimientos relacionados con los mártires de
Córdoba ocurrieron tras la muerte del emir Abd al-Rahman II en el 852
y el acceso al poder de su hijo Muhamad I. Durante casi un cuarto de
siglo, éste siguió reinando sobre un Estado relativamente tranquilo, excepción
hecha de la tenaz disidencia toledana. En efecto, la ciudad entró de nuevo en
una fase de rebelión en el momento de acceso del nuevo emir y, entre el 850 y
853, bandas o ejércitos toledanos se aventuraron bastante lejos hacia el sur
para hacer razias en las zonas fieles al poder de Córdoba, forzando a los
elementos árabes que controlaban Calatrava a evacuar el sitio fortificado, e
intentando saquear las explotaciones agrícolas situadas en el valle del
Jándula, un afluente del Guadalquivir que desemboca en el río cerca de Andújar,
en una región cuya población era sobre todo beréber. En esta ocasión, pusieron
en apuros a un contingente militar omeya cerca de esta última ciudad. Muhammad
I, después de haber mandado poblar Calatrava de nuevo y fortificarla
sólidamente, dirigió una importante expedición en el 854 contra Toledo, que
había pedido auxilio al rey de Asturias, Ordoño I. El emir obtuvo una
importante victoria en el Guazalete sobre los toledanos y sobre un gran
ejército asturiano llegado como refuerzo. Las fuentes cristianas y árabes
concuerdan en cuanto a las cifras de las pérdidas de los vencidos: ocho mil
hombres entre los asturianos y doce mil entre los toledanos. Sin embargo este
desastre no puso fin a la agresividad de los toledanos, rodeados de poblaciones
árabes y beréberes hostiles y asediados en vano en el 856. Una vez más los
toledanos atacaron Talavera, ciudad de población predominantemente beréber,
pero en el año 858 un nuevo asedio, dirigido por el mismo emir, logró someter temporalmente
el foco de resistencia toledano.
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