Datos biográficos
Califa almorávide: 1061-1106
Nacimiento: 1083
Fallecimiento: 2-IX-1106
Sucesor: Ali Ibn Yusuf
Índice
En abril-mayo de 1071
el emir de los almorávide Abu Bakr puso
las bases para la trascendental fundación de Marrakech, la capital, dando así
un definitivo carácter sedentario al Estado almorávide, redondeado con la
construcción del alcázar soberano Qasr al hayar, con toda la
proyección política de un hecho así, y cuyos muros estaban ya en pie en julio
de ese mismo año 1071. Poco después, en septiembre de ese año, el emir Abu Bakr nombró a Yusuf Ibn
Tasufin lugarteniente suyo, mientras él tornaba al Sáhara. Yusuf aprovechó este
mandato para enraizar su poder, disponiendo la necesaria estructura
administrativa y militar, pues, como nos indica el mismo Ibn Idari, compró entonces esclavos
negros y envió una delegación a al Andalus para traer mercenarios cristianos,
dando a todos caballos, es decir, dotándose de caballería; impuso también a los
judíos de su territorio una grave contribución, para hacer frente a sus
proyectos estatales; y se rodeó de una mayor pompa oficial.
Por entonces, hacia
1072-73, regresó a Marrakech, junto a él, su primo Abu Bakr, y, viéndole tan instalado en el poder, temiendo que se
lo arrancaría por la fuerza, se los cedió. Yusuf pasó a ser el emir de los
almorávides. Su expansión territorial progresa hacia el centro y luego hacia en
norte del Magreb: Fez, que fue atacada en 1063 y tomada definitivamente a los
magrawa en 1070. Desde allí su avance se bifurca: un objetivo es la taifa de
Ceuta, que incluye Tánger, plaza que lograron dominar en 1078-79, para acabar
entrando en el gran puerto ceutí en julio de 1084, fecha preferible a la citada
por otras fuentes, el año anterior 1083; el otro objetivo era seguir hacia el
oriente del Magreb, y, en efecto, ocuparon Tremecén, en octubre de 1075, y
luego el Oranesado, la región de Chelib y la ciudad de Argel, en 1082-1083,
parándose en esta dirección, en los confines de los hammudíes, más allá
dominando otros contríbulos sinhaya, los ziríes; en pleno
Magreb central los almorávides se detuvieron. Es una expansión militar
(sometiendo por pacto o armas a otros grupos tribales, mayoritariamente zanata), favorecida por la
buena acogida de los ulemas —doctores de la ley mahometana— al
reformismo malikí almorávide.
Asegurados los
almorávides en el litoral mediterráneo del Magreb, además de en su continuación
atlántica, tras su toma de Ceuta, pertinaz resistente hasta 1083-84, los
acontecimientos se precipitaron en al Andalus. Ya vimos como allí se iba
formando la idea de pedirles socorro, como llegó a llamárseles para asuntos
locales, que no atendieron, y como se decidió conjuntamente, tras la caída de
Toledo en poder de Alfonso VI, enviar una delegación
oficial, encabezada por caídes de las taifas de Badajoz, Granada y Sevilla, más
el representativo caíd de Córdoba, y el visir sevillano Ibn Zaydun, quizá también el
secretario Ibn Qasira.
Este algo mayor
protagonismo sevillano, en sus relaciones con los almorávides, tenía sobre todo
el motivo de la extensión de esta taifa por el litoral y los puertos frente al
Estrecho, desde los cuales habían incluso colaborado con la nueva dinastía
magrebí en tomar Ceuta, aunque las fuentes discrepen en fijar la amplitud de
este apoyo: Ibn Bassam y Mafajir al barbar mencionan una
sola gran nave, enviada por al Mutamid a comerciar con
Tánger, y prestada al emir almorávide, mientras Ibn Jaldunrefiere como el puerto ceutí fue hostigado por la
escuadra sevillana.
Aquella embajada andalusí,
oficial y conjunta, acordó con el emir almorávide su apoyo militar, y que
vendría a al Andalus para cumplir la guerra santa, solo para defenderlo de los
ataques cristianos, y sobre todo de Alfonso VI, pues nada podían
contra él los taifas, degradados en su situación estatal, militar y económica.
Quedaría claro que el emir almorávide no conquistaría las taifas, y estas
aceptaron sus condiciones, incluso la de entregarle Algeciras como sede de su
desembarco. Pero las relaciones entre taifas y almorávides parecen siempre
establecerse en términos confusos, llenos de recelos, que bien se muestran
en al Hulal al mawsiyya, aunque agrandados por una exaltación que
no tapa del todo el fondo real de las tensiones entre andalusíes y magrebíes.
Así Yusuf b. Tasufin,
advertido por su secretario almeriense Ibn Asbat sobre la versatilidad de los reyes de taifas,
adelantó su desembarco en Algeciras, en junio de 1086, antes de que al Mutamid de Sevilla hubiera preparado entregársela.
En septiembre cruzó
Yusuf b. Tasufin el Estrecho, encaminándose a Sevilla, saliendo a recibirle
obsequiosos los reyes de esta taifa y de Badajoz. El almorávide convocó a su
campaña a los andalusíes, que le salían al paso, alborozados. Las tropas
musulmanas de almorávides y de los sevillanos, con participación de taifas
meridionales (con sus reyes a la cabeza: Abdállah de Granada y su
hermano Tamim de
Málaga, excusándose Abu Yahya Muhammad de Almería, pero enviando a su hijo; y muchos arráeces de plazas
menores, y soldados y voluntarios) subieron hacia Badajoz, por donde Alfonso VI también avanzaba,
y había logrado tomar el fuerte enclave de Coria en 1079. A contener tamaño
ejército acudió Alfonso VI, y hubo intercambio de
misivas para fijar el día de la batalla.
Se dio el viernes
23-X-1086. Mutamid de Sevilla recibió la primera acometida
castellana y ya flaqueaba cuando fue auxiliado por magrebíes al mando de Dabud b. A´isa. La contracarga
almorávide, dirigida por el propio emir Yusuf, decidió la victoria, cuyo parte
dio el mismo, alborozado, en carta conservada, al soberano zirí (otro sinhaya como él) de
Ifriqiya, la otra gran potencia magrebí extendida por el actual Túnez, dándole
su interesantísima interpretación del evento, pero sobre todo justificando su
intervención en al Andalus, que de tal modo podía influir en la situación
internacional.
La carta acaba
explicando como Yusuf volvió a Sevilla capital de al Mutamid, y allí pasamos unos días, marchándonos de su lado y
despidiéndonos de él, pero no con adiós definitivo. La batalla se dio en
la comarca fahs de al Zallaqa, como precisa Ibn Simak en al Hulal
al-mawsiyya, entre los actuales topónimos de Azagala y Sagrajas, al norte de Badajoz. Es interesante notar que Ibn Jaqan jamás aplica ese
nombre, sino que llama a la victoria La jornada del viernes yawm /
al-aruba. Es típica la exaltación de algunas fuentes al contar un desquite
así para los musulmanes, aumentando de forma inverosímil la cantidad de
combatientes enemigos, que el Rawd al-Quirtas sube hasta
80.000 jinetes y 200.000 peones.
Tras su éxito, regresó
Yusuf b. Tasufin al Magreb, donde entre tanto había ocurrido la muerte de su
heredero Sir. En al Andalus
dejó un escuadrón de tres mil caballeros. Pronto se rehicieron los cristianos,
y volvieron con sus exigencias de parias, y con sus incursiones, ahora por el
Levante, donde, alrededor de Valencia, operará a su antojo el Cid desde 1087, y por
tierras de Murcia, donde los castellanos instalaron una cuña en el castillo
de Aledo, desde el cual, y en connivencia encubierta con el gobernador
murciano Ibn Rasiq (que buscaba
contrapesar el expansionismo de Sevilla de al Mutamid), asolaban los
alrededores.
Una delegación de
Valencia, Murcia, Lorca y Baza, y también de Sevilla, otra vez fueron a llamar
al emir almorávide, que volvió a desembarcar en Algeciras mediado junio de
1088. Volvió Yusuf b. Tasufin a convocar a los andalusíes para la guerra santa
contra Aledo y volvieron a presentase con sus mejores halagos e impedimenta,
como la curiosa máquina de asedio en forma de elefante, que trajeron de
Almería, según cuenta el emir Abdállah en sus Memorias.
Los musulmanes no
lograron ganar Aledo, solo consiguieron que los cristianos lo evacuaran, tras
incendiarlo. El fracaso puso de manifiesto todos los males de la situación
taifa: sus divisiones y rencillas, sus cortos intereses que les hacían oscilar
entre los almorávides y Alfonso VI, pues, nada más volver
Yusuf b. Tasufin al Magreb, en noviembre de 1088, los reyes de Granada y
Sevilla, quizá también de Badajoz, volvieron a sus componendas con el rey
castellano.
Esta vez el emir envió
dos columnas a Valencia, la primera de unos 4.000 jinetes, según crónicas
árabes que procuran abultar su número, y la segunda al mando del príncipe Muhammad b. Tasufin. Desde entonces,
hasta la tercera venida de Yusuf b. Tasufin a la Península, pasan dos años, y
durante ellos se agrava la crisis taifa. Los andalusíes reclaman contra la
ilegitimidad de sus reyes, sus impuesto extra-legales, y, apoyado por
dictámenes jurídicos o fetuas que reprochan a los taifas sus transgresiones, el
emir almorávide decide conquistar al Andalus.
Entre los textos
emitidos a favor de Yusuf b. Tasufin sea soberano en lugar de las taifas
conocemos un bloque documental sobre el que volveremos enseguida, algo
posterior a dictámenes previos, emitidos tanto en al Andalus como en el Magreb,
y sin los cuales el recto emir no dio el paso de destituir a los taifas. Ese
aludido bloque documental, interesantísimo, fue reproducido en la Rihla del
caíd sevillano Ibn al Arabi,
y contiene los siguientes textos.
Petición del ulema sevillano Abu Muhannad b. al Arabi (†
Alejandría, en 1099, cuando regresaba a al Andalus de su viaje por Oriente) al
califa abbasí de Bagdad, al
Mustazhir, para obtener su reconocimiento a favor de Yusuf b. Tasufin
como soberano de al Andalus, con el título de emir de los
musulmanes y el epíteto de defensor de la Fe, acta del citado califa,
fechada en 1098, reconociendo todo eso al emir almorávide, acta, en el mismo
sentido, del visir abbasí Ibn
Yahir; petición del ulema sevillano al eminente ulema oriental al Gazali de una fetua,
—fatua, dictamen jurídico— en pro de la intervención de Yusuf b. Tasufin en al
Andalus; fetua de al Gazali a
favor de esta intervención; carta de al Gazali abundando en los argumentos de su fetua; carta del
ulema andalusí, afincado en Alejandría, al Turtusi, exhortando al emir Yusuf al buen gobierno.
Estos textos califican
de ilegales a los reyes de taifas, fomentadores de la desunión, que recurrían a
los cristianos, y así cedían ante ellos, mientras que al emir almorávide lo
presentan como salvador y como servidor y representante legal del califa abbasí,
y por él legitimado. Como indicaba al
Gazali en su carta: Todo rebelde de verdad, con la espada ha
de ser llevado a la verdad. Y así, Yusuf b. Tasufin tornó con sus ejércitos a
la Península por tercera vez, a principios del verano del 1090, dispuesto a conquistar
al Andalus.
El atractivo de su propuesta religiosa, de su
capacidad de combate por la guerra santa, su rigor impositivo en los límites de
la ley, su legalismo en todo, su austera ortodoxia, en escandaloso contraste
con la imagen y acciones de los reyes de taifas, decidió el cambio de actitud
de Yusuf b. Tasufin, cuyo tercer desembarco tuvo el resuelto empeño de acabar
con las taifas, animado por los ofrecimientos de entregarle sus tierras que
recibía de los andalusíes de todas partes.
Así, por iniciativa
propia, cruzó con sus ejércitos a la Península en el verano de 1090. En
septiembre depuso al rey taifa de Granada, mientras los reyes de Sevilla y Badajoz
le felicitaban por ello: el propio emir Abdállah, incapaz de resistir,
detalla todo esto en sus Memorias: Yusuf avanzó sobre Granada,
donde la población le esperaba entusiasmada, y Abdállah salió a
entregarle el poder el domingo 8-IX-1090.
Un mes después, los
almorávides ocuparon la taifa de Málaga, en parecidas circunstancias. Ambos
reyes hermanos, Abdállah y Tamim, de origen beréber sinhayí como
también era el emir almorávide, tratados con bastante miramiento, fueron
deportados al Magreb, a donde regresó también el emir almorávide, dejando a su
sobrino Sir b. Abi Bakr al
frente de sus nuevos territorios y de los siguientes proyectos de conquista,
realizados con planificación militar excelente.
Tarifa fue ocupada por
los almorávides en diciembre de 1090. El cuerpo principal de sus ejércitos, mandado
por Sir, fue sobre Sevilla,
mientras otra sección, mandada por Muhammad
b. Hayy, iba sobre Córdoba; otra, bajo las órdenes de Abu Zakariyyza b. Wanisu, atacaba
Almería, y un destacamento, dirigido por Garrur, fue sobre Ronda. Tres de estos objetivos (la capital,
Córdoba y Ronda) eran de la taifa sevillana. Córdoba cayó el 27-III-1091.
Antes de acabar aquel
año, la dinastía taifa de Almería se embarcó hacia territorios de los
hammudíes. Siguen avanzando por tierras levantinas, donde no deben enfrentarse
tanto a las resistencias andalusíes como a los cristianos que las algarean, y
que quizá habían reocupado Aledo, pues Ibn al Abbar llama conquistador de Aledo al caíd Ibn A´isa, que dirige estas
operaciones, y a quien el gobernador de Lorca le entrega esta plaza; en junio
de ese mismo año 1091 entra en Murcia, y pronto, en 1092, Denia y Játiva le
abren las puertas. Más al norte, el Cid detendrá su
avance durante unos años, aunque Ibn
A´isa envió tropas que lograron entrar en la acosada Valencia en
1092. Este destacamento fue obligado por el Cid a retirarse de
allí en septiembre de 1093, mientras apretaba su cerco, hasta conseguir
apoderarse de la ciudad el 15-VI-1094.
Entretanto, los
almorávides continuaban su progresión. Por el centro ocuparon Jaén, y por el
oeste todo el territorio taifa sevillano, que comprendía el Algarve, pero
dejaron momentáneamente a los Banu
l-Aftas en su taifa de Badajoz, pues les venían ayudando, incluso
parece que a tomar Sevilla. Pero el rey de esa taifa, al Umar al Mutawakkil, para asegurarse más, pactó a la vez con Alfonso VI, cediéndole Santarem,
Lisboa y Cintra, y contra él fueron las tropas almorávides, mandadas por Sir, y conquistaron la taifa, llegando
hasta Lisboa en noviembre de 1094. Ya vimos la severa venganza almorávide,
ejecutando a varios Bani I-Aftas.
Siguieron subiendo los
almorávides por el este en cuanto lograron ocupar la simbólica Valencia el
5-V-1102. La crónica principal de estos sucesos, al Bayan al mugrib,
expone cuánto costó conquistarla, pues el mismo Yusuf b. Tasufin, instalado en
Ceuta, controlaba el paso de un nuevo ejército de Levante, llegado a la
Península en septiembre de 1094, y al poco derrotado por el Cid en Cuart de
Poblet. Varios caídes almorávides fracasaron ante la plaza, y al fin, muerto
el Cid en 1099, aún
tardó tres años en lograrla el emir Mazdali.
Cortados hasta entonces
por Levante, otra de las obsesiones de Yusuf b. Tasufin había sido el centro
peninsular, y viniendo a la Península por cuarta vez, en 1097, preparó una
expedición por tierras toledanas, ganando la batalla de Consuegra, el
15-VIII-aquel año, pero por allí no podía abrirse paso hacia la Marca Superior, donde resistían las
taifas de Albarracín y Alpuente, más las del valle del Ebro, con capitales en
Zaragoza, y Lérida-Tortosa.
Solo tras conquistar
Valencia pudieron los almorávides alcanzarlas: Alpuente y Albarracín (en abril
de 1104), y, ya en tiempos del segundo emir almorávide de al Andalus, Zaragoza
(en mayo de 1010). Es imprecisa su conquista de Lérida y Tortosa, pero en 1114,
según al Bayan al mugrib, los almorávides tomaron y desmantelaron
Tarragona. Las Baleares no fueron ocupadas por los almorávides sino a finales
de 1116, después del ataque pisano-catalán que desde finales de 1113 venía
hostigando aquellas islas.
Al genio militar y administrativo de Yusuf b. Tasufin
se debe la fundación y consolidación del imperio almorávide, que en su tiempo
no solo alcanza prácticamente su plena extensión (a falta del valle del Ebro y
las Baleares), sino que establece su consciente organización, eficaz en todo
este periodo inicial, girando alrededor de su fuerza militar, y dirigiendo
también los grandes caídes —próximos familiares, contríbulos o de tribus muy
afines del emir Yusuf— la gobernación territorial; a ese círculo cercano
pertenecen también los visires.
Sin embargo los
secretarios fueron andalusíes, pues cuando los almorávides incorporan al
Andalus la mayoría de sus letrados se les unen. Antes Yusuf había logrado
reclutar para su servicio en el Magreb uno solo de esta procedencia, el
almeriense Abderramám b. Asbat.
La máquina administrativa así lograda parece funcionar plena y eficazmente en
todo este emirato de Yusuf b. Tasufin, como lo muestran los documentos administrativos
correspondientes.
En 1103 Yusuf hizo
reconocer a su hijo Ali como heredero en
Córdoba, repitiendo la proclamación efectuada el año anterior en Marrakech, y
allí volvió, tras disponer algunas cuestiones en al Andalus, como el envío del
gobernador de Granada, Ali b. al
Hayy a Valencia, donde permaneció desde noviembre de 1103 a junio
de 1104, pues sabiendo entonces que Alfonso VI sitiaba
Medinaceli, contra él fue, pasando por Calatayud, desde donde pidió refuerzos
al caíd Abu Muhammad b. Fatima;
ambos se dirigieron hacia Toledo, y atacaron Talavera, muriendo entonces b. al
Hayy.
El balance conquistador
de los almorávides en tiempos de Yusuf b. Tasufin se apunta los éxitos de la
recuperación de Valencia y de algunas de las plazas portuguesas cedidas por la
taifa de Badajoz (sobre todo Lisboa), y por la recuperación de las tierras
ocupadas por Alfonso VI entre Toledo y
Córdoba, tradicionalmente llamadas de la mora Zaida, de modo que, sin
lograr Toledo, los almorávides volvieron a asomarse al Tajo, en algunos tramos.
En 1105 se difundió por
al Andalus la noticia de que el emir Yusuf estaba enfermo, y cundió la
pena, sobre todo entre los encargados de la administración, señala
expresivamente Ibn Idari,
que ofrece la primicia de una algara de Alfonso VI contra tierras de
Sevilla, atajado por los generales de Sir, desde Sevilla, y por Musa, hijo de Ali b.
al Hayy, desde Granada.
Se iba agravando el
emir almorávide, acudiendo a Marrakech, a su lado, su hijo Tamim, desde el Levante de al Andalus,
mientras el heredero presunto, Ali b. Yusuf empezaba a tomar
las riendas del poder, y así fue él quien envió una carta a Sevilla,
destituyendo al caíd. El 2-IX-1106 se agravó la enfermedad del emir Yusuf, y
murió en su alcázar de Marrakech. Ibn
Abi Zar es la única fuente que señala que murió centenario, lo cual
parece increíble, por la evolución de su cronología y porque ningún otro lo
indique.
El principal modo de
apreciar el carácter y transcendencia de Yusuf b. Tasufin es deducirlo de sus
actuaciones, filtradas por las crónicas. Resulta así buen gobernante, enérgico
y legalista, y en todo ello debió sobresalir, cuando se lo reconoce incluso la I
Crónica General de España, asegurando que defendió muy bien su tierra y
mantuvo a sus súbditos con justicia, sabiendo reprimir a los revoltosos. Las
fuentes musulmanas, por su lado, ensalzan sobre todo su religiosidad, dado a
rezos frecuentes, su templanza al castigar, sus distinciones a Alfaquíes
y ulemas —doctores de la ley mahometana—, obedeciéndoles en
todo, su realismo, su capacidad para defenderse de los enemigos y su esfuerzo
permanente en el gobierno, sin descanso.
VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de
España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo Tomo VIII.2 págs.
49-54.
No hay comentarios:
Publicar un comentario