LOS SEFARDÍES: UNA HISTORIA REAL Y UNA IDENTIDAD
ELUSIVA
Los sefardíes son descendientes de los
judíos que vivieron en la Península Ibérica antes de la expulsión de 1492. El
nombre procede del término sefarad
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Los sefardíes son descendientes de los
judíos que vivieron en la Península Ibérica antes de la expulsión de 1492. El
nombre procede del término geográfico sefarad de
incierta identificación que aparece en el libro profético de Abdías (1:20). A
partir del siglo II d.C., los judíos españoles identificaron 'Sefarad' con
la Península Ibérica y empezaron a referirse a sí mismos como
judíos sefardíes.
Algunos relatos legendarios sugieren que
la presencia judía en la Península Ibérica se remonta al período del rey
Salomón (siglo X a.C.) o a la dispersión judía tras la destrucción del
Primer Templo en 586 a.C. Sin embargo los judíos llegaron a ella
junto con las legiones romanas y su presencia aumentó como
resultado de la conquista de Judea y destrucción del Segundo Templo, que
incluía el Muro de las Lamentaciones, a manos del general romano Tito en
70 d.C. En la Carta a los Romanos el apóstol
Pablo corrobora dicha presencia al indicar su deseo de viajar a España para
continuar con su misión evangelizadora allí (Romanos 15,
23-28). Como es sabido, el apóstol predicaba el Evangelio en las sinagogas
locales, lo que sugeriría una presencia judía relativamente importante en
España hacia el año 58 d.C.
La conversión de los visigodos al
catolicismo en 586 d.C. marca un período de intolerancia, persecución,
conversiones forzosas, expulsiones y emigración para los judíos. Por el
contrario, el período que empieza en 711 d. C. con la invasión musulmana fue de
tolerancia y continuó hasta el fin de los reinos de taifas en 1086. El islam
otorgaba un estatus especial a cristianos y judíos como miembros de comunidades
religiosas que habían recibido revelaciones auténticas de Alá (dimmies en árabe). En contraste con los cristianos
que tuvieron grandes dificultades para adaptarse al dominio musulmán, al haber
sido el grupo gobernante antes de la invasión, los judíos se adaptaron
perfectamente a la nueva situación asimilándose a la cultura
musulmana e integrándose en ella sin perder sus señas de identidad. Muestras
de la influencia árabe en la cultura judía incluyen la adopción del árabe en la
escritura comunal; la aparición por primera vez en la historia judía de poesía
en hebreo de tema secular en imitación de modelos similares en árabe y el
descubrimiento de la naturaleza triconsonántica del hebreo al aplicarle
estudios de gramática árabe. El proceso culminó con lo que se ha dado en llamar
la 'edad de oro' de la cultura judía en la Península Ibérica entre los siglos
XI y XII cuyos máximos representantes fueron el estadista, visir y poeta Samuel Ha-Nagid; los poetas y filósofos Salomón ibn Gabirol y Yehuda Halevi; el exégeta, poeta y filósofo Abraham ibn Ezra y el medico, talmudista y
filósofo Maimónides.
En la España cristiana, los judíos
tuvieron un papel muy importante en las sucesivas escuelas de traductores de
Toledo. Muchos de los colaboradores de Alfonso X eran judíosDurante los siglos XII
y XIII, los reinos cristianos toleraron a los judíos que eran portadores de la
cultura árabe superior por su dominio del idioma y fuerte asimilación. A partir
de 1250 solo el Reino de Granada quedó en manos musulmanas. En la España
cristiana, los judíos se convirtieron en intermediarios entre las dos culturas
y tuvieron un papel muy importante en las sucesivas escuelas de traductores de
Toledo. Toda la sabiduría del mundo clásico que se había perdido en Occidente
con motivo de las invasiones bárbaras se tradujo del árabe al latín (siglo XII)
y posteriormente al castellano (siglo XIII) bajo la dirección de Alfonso X el Sabio. Muchos de los colaboradores de
Alfonso X eran judíos. Estos sirvieron también de administradores, colectores
de impuestos y médicos. La alta concentración de judíos en estos campos se
debía a que los gremios que controlaban la mayoría de las profesiones admitían
solo a cristianos.
En el siglo XIV el antisemitismo y la
intransigencia crecieron progresivamente entre los cristianos. La peste negra
(se acusó a los judíos de envenenar los pozos de agua) y la guerra civil
entre Pedro I y su medio hermano Enrique de Trastámara hicieron que el
antisemitismo aumentara rápidamente. El punto de no retorno en las relaciones
entre cristianos y judíos se produjo en 1391 cuando las juderías de Castilla y
Aragón fueron saqueadas e incendiadas. Los judíos tuvieron que elegir entre la
conversión forzosa o la muerte. Miles de ellos murieron y miles se
convirtieron para salvar sus vidas. Las comunidades judías en la Península
nunca se recuperaron por completo. Otra consecuencia de esta revuelta antijudía
o pogromo fue el surgimiento de los conversos o cristianos nuevos, una nueva
clase social. La imposibilidad de separar a este nuevo grupo de conversos de
aquellos que no se habían convertido llevó a los reyes católicos a establecer
la Inquisición, institución dedicada a la supresión de la herejía en el seno de
la Iglesia Católica, en 1478. La Inquisición como tal no tenía autoridad sobre
los judíos que no se habían convertido. Finalmente, la imposibilidad de separar
los dos grupos hizo que los Reyes Católicos emitieran
en marzo de 1492 el edicto de expulsión de los judíos poniendo fin de esta
manera a 1500 años de presencia judía en la Península Ibérica.
Dicho decreto ordena la salida definitiva
de los judíos en el plazo de cuatro meses. Algunos decidieron convertirse
al cristianismo para evitar la expulsión y otros muchos, tal vez unos 200.000,
fueron al exilio. Inicialmente Portugal y el reino de Navarra
acogieron a los sefardíes, de donde fueron expulsados en 1497 y 1498
respectivamente. De Portugal fueron al norte de Europa (Inglaterra y
Flandes) y los de Navarra se instalaron en Bayona. La diáspora sefardí, en
sucesivas etapas (siglos XV-XVII), se estableció en el norte de África
(Fez, Orán, Túnez, Alejandría); el Oriente Próximo (Gaza, Jerusalén, Tiberias,
Safed, Acre, Damasco y Beirut); Italia (Génova, Pisa, Florencia, Ferrara,
Venecia, Padua, Roma, Nápoles); los Balcanes y el Imperio Otomano, donde
gozaron de una gran prosperidad (Atenas, Salónica, Belgrado y Constantinopla);
el norte y centro de Europa (Londres, Rouen, París, Róterdam, Ámsterdan,
Hamburgo, Cracovia, Viena, Budapest) y finalmente las Américas. Durante el
siglo XVII la presencia en Ámsterdam de marranos (conversos que judaizaban
ocultamente) procedentes de Portugal fue muy importante. El filósofo sefardí
Spinoza fue uno de ellos. La presencia sefardí en los Estados Unidos se
remonta a 1654, cuando 23 judíos sefardíes llegaron a la colonia holandesa de
Nueva Ámsterdam (hoy Nueva York) huyendo de las autoridades portuguesas de
Recife en un navío de bandera francesa. Allí establecieron la primera sinagoga
en Estados Unidos, la Congregación Shearit Israel, conocida popularmente como
la Sinagoga Española y Portuguesa de Nueva York, que sigue en funcionamiento.
Durante la Edad Media los judíos de España
formaban una comunidad muy numerosa, tal vez el 50% del total mundial. En la
actualidad solo un 10% de los judíos es de origen sefardíDurante la Edad Media
(1000-1492) los judíos de España formaban una comunidad muy numerosa, tal
vez el 50% del total de la población judía mundial. Sin
embargo a partir de la segunda mitad del siglo XVII su importancia empezó a
decrecer. En la actualidad solo un 10% de los judíos es de origen sefardí. La
población judía mundial antes del Holocausto era de unos 16,5 millones, de los
que 15 millones eran de origen askenazí o centroeuropeo y solo 1,5 millones eran
sefardíes o pertenecientes a otras comunidades no askenazíes. El declive
numérico llevó a un declive intelectual y cultural. Benjamín Disraeli (1804-1881), el primer jefe de
gobierno judío en la historia del Reino Unido, y el financiero Moses Montefiori (1784-1881) eran de origen
sefardí.
Según estimaciones, menos del 3% de los
judíos exterminados durante el Holocausto (entre 160.000 y 200.000) eran de
origen sefardí, lo que representa el 44% de dicha población en Europa. Durante
la Segunda Guerra Mundial las comunidades sefardíes
europeas en Holanda, Italia y los Balcanes fueron aniquiladas. El
98% de la población judía de Salónica (más de 48.000 personas), que constituía
el epicentro de la cultura sefardí, fue exterminado. Solo los 50.000
judíos de Bulgaria, la mayoría de ellos de origen sefardí, se salvaron como
consecuencia de la negativa de su gobierno a deportar a los judíos de
nacionalidad búlgara. La población sefardí actual puede alcanzar 1,2
millones (la cifra de 3,5 millones ofrecida en algunos medios puede
incluir descendientes de conversos).
La lengua de los judíos sefardíes es el
judeoespañol, ladino o djudezmo. Se trata de un fósil lingüístico más
próximo al castellano de El Quijote que al español actual. El ladino incluye numerosas
aportaciones del hebreo, turco, griego y otras lenguas con las que los judíos
sefardíes entraron en contacto. Hoy en día, el ladino es una lengua en franco
retroceso. Se habla entre comunidades judías de Israel, Turquía, Bosnia y
Herzegovina, Grecia, Macedonia, Israel, Bulgaria y Marruecos. La producción
literaria en ladino incluye traducciones y comentarios bíblicos y literatura
popular en la forma de baladas (el romancero).
La liturgia sefardí difiere de la
askenazí en pequeñas variaciones en la celebración de la Pascua y la fiesta de
Sukkot o de los Tabernáculos, la estructura de la sinagoga y el servicio
sinagogal y las plegarias en el mismo que incluyen composiciones de los poetas
españoles Yehuda Halevi, Moses ibn Ezra y Salomón ibn Gabirol.
También hay diferencias en la pronunciación del texto litúrgico hebreo y en una
serie de términos litúrgicos.
En el judaísmo actual existen dos grandes
grupos. Se trata de los sefardíes y los askenazíes, que copan los puestos de
liderazgo en Israel, Estados Unidos y otros países con comunidades judías
numerosas e influyentesLa identidad sefardí es difusa y difícil de
determinar. En el judaísmo actual existen dos grandes grupos a los que ya se ha
hecho referencia de paso más arriba. Se trata de los sefardíes y los
askenazíes, que copan los puestos de liderazgo en Israel, Estados Unidos y
otros países con comunidades judías numerosas e influyentes. Sin embargo, la clasificación en estos dos grupos no es satisfactoria ya
que el término 'sefardí' se usa para designar a todos los judíos que no
son de origen centroeuropeo o askenazí. Existen numerosas
comunidades que proceden del Oriente Próximo y en especial de países árabes que
no tienen relación alguna con España. La confusion se remonta al Mandato
Británico (1917-1948), cuando se estableció un rabinato dual askenazí-sefardí.
De manera que todas las comunidades orientales o mizrajíes pasaron a estar
representadas por las autoridades rabínicas sefardíes. Así se creó una
confusión semántica en torno al término 'sefardim', que pasó a designar
comunidades de muy diferente origen. Esta confusión pudo deberse a que
todas esas comunidades con la excepción de los judíos yemeníes que se
mantuvieron aislados hasta el siglo XX seguían (y siguen) la liturgia
sefardí. El rabinato dual siguió con el establecimiento del Estado de
Israel. Debido a movimientos migratorios masivos y a una alta tasa de
natalidad, las comunidades judías de origen oriental experimentaron un gran
crecimiento en Israel durante la segunda mitad del siglo XX, mientras que solo una
minoría de los inmigrantes no askenazíes, aquellos procedentes de Bulgaria,
Grecia, Turquía, Egipto y el Magreb, son realmente sefardíes, es decir,
descendientes de judíos españoles y portugueses cuya lengua vernácula es el
ladino.
De manera que se podría decir que hay una serie de elementos que conforman la identidad
sefardí. Entre los más relevantes serían los de tipo geográfico
(su origen en la Península Ibérica), lingüístico (el uso del ladino en todas
sus variantes) y folclórico (el uso de antiguos proverbios y melodías y
canciones de España y Portugal). Elementos más difusos de esa identidad podrían
encontrarse en juegos de niños tales como el 'Castillo' y en platos
típicos de la cocina ibérica tales como el 'pastel' o 'pastelico', una especie
de pastel de carne, y el 'pan de España' o 'pan de León', un bizcocho
que se come en Pascua.
A lo anterior habría que añadir otros
elementos más difusos de carácter psicológico y social: los judíos sefardíes,
como es sabido, son tanto aquellos que viven en un gran número de países como
aquellos cuyas familias han permanecido en Israel por muchas
generaciones. Un sentimiento unificador que comparten es el
pérdida y añoranza de Sefarad.
Una exigua minoría de sefardíes que
estuviera en condiciones de trazar documentalmente su ascendencia podría
demostrar su origen sefardí desde un punto de vista legal. Sin embargo, la
identidad sefardí abarca eso y mucho más. Tiene que ver con factores
psicológicos y socialesLa tradición española considera como apellidos propios
de los judíos aquellos de carácter toponímico (Ávila, Córdoba, Franco, Lugo,…);
que designan profesiones (Guerrero, Barbero, Cubero, Zapatero, Ferrer,
Ballesteros,…) o aquellos que toman una cualidad física o psíquica (Cano,
Moreno, Pardo, Rubio…). Sin embargo es muy difícil atribuir en exclusiva un
apellido de estas características a una determinada religión. Muchos apellidos
sefardíes están asociados con personas y familias cristianas. Y lo que es más,
a menudo los judíos sefardíes utilizan nombres de origen hebreo o árabe que no
existen en la Península Ibérica. Finalmente, después de 1492 muchos marranos cambiaron sus apellidos para ocultar su origen
judío y evitar persecuciones. Era práctica común adoptar el
nombre de la iglesia en la que fueron bautizados (Santa Cruz, Santamaría) o la
palabra 'Mesías' (Salvador) o incluso el apellido del cristiano viejo que
los apadrinaba (Mendoza, de la Caballería…).
Abraham B. Yehoshua, el renombrado
escritor israelí de origen sefardí, en su artículo Beyond Folklore: The Identity of Sephardic Jew, sugiere
que la identidad sefardí contiene tres componentes: cristiano,
musulmán y judío. Estos tres elementos estarían mezclados de
forma inseparable en el recuerdo de una asombrosa simbiosis cultural. La
identidad sefardí estaría relacionada con la inclusión del 'Otro' incluso
cuando éste ha desaparecido y ha quedado olvidado y constituiría algo así como
un 'gen cultural'. Según Yehoshúa, esta melancolía o nostalgia por 'el Otro'
aun cuando ya no está presente se habría transmitido de generación en
generación por cientos de años y habría hecho que los sefardíes fueran más
tolerantes en comparación con los judíos askenazíes.
Una exigua minoría de sefardíes que
estuviera en condiciones de trazar documentalmente su ascendencia podría
demostrar de forma irrefutable su origen sefardí desde un punto de vista legal.
Sin embargo, la identidad sefardí abarca eso y mucho más. Tiene
que ver con factores psicológicos y sociales como los identificados en el
artículo de Yehoshua. Dichos factores no son por definición intangibles y no se
pueden probar documentalmente.
Durante la Edad Media, la Península Ibérica fue el centro intelectual de
Occidente y atrajo a estudiosos, filósofos y poetas de todos
los rincones del mundo entonces conocido. La atracción se basó en la existencia
de una cultura superior (la musulmana) y una lingua franca (el
árabe), junto con un interés genuino por el saber y un espíritu de tolerancia.
Es precisamente eso lo que los sefardíes añoran y la razón de su
sentimiento de pérdida.
De manera que el mejor tributo que se puede hacer a los sefardíes es el de
educar al pueblo español sobre el bagaje cultural que más de un
milenio de vida judía en Sefarad dejó en la Península. La creación de centros
de una cátedra de estudios sefardíes contribuiría en gran medida a resarcir el
agravio que se cometió hace más de quinientos años con los judíos españoles.
* Martín Corral es profesor titular de Historia
en Suffolk University-Madrid Campus
El
confidencial
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