Ridwan Bannigas, hábil político granadino en la corte Nasrí, fue líder
indiscutible del partido legitimista, durante las turbulencias que sufrió el
emirato Nasrí de Granada durante el siglo XV. Sobre la persona de Bannigas hay
poco recogido. Se sabe que era hijo del Señor de Luque Don Egas Venegas, a la
edad de ocho años, los musulmanes en una incursión por territorio castellano,
lo hicieron cautivo y lo trajeron a Granada, vendiéndolo en el mercado de
esclavos. Allí, lo compró un noble caballero llamado Muhammad ibn al Nawl, el
cual descendía de una ilustre familia granadina, que en el siglo anterior llegó
a tener gran influencia en la corte Nasrí.
Muhammad ibn al Mawl estaba además emparentado con la
dinastía, porque desposo a una hija
de Muhammad VI, el llamado rey Bermejo, a quien traidoramente mato D.
Pedro de Castilla en Tablada.
Muhammad ibn al Mawl educó a su esclavo en el Islam, le dio como propio el nombre árabe de Ridwan y consiguió que llegara a ser buen musulmán, logrando que sintiera verdadero cariño por su patrono y que olvidase por completo a su familia cristiana. Cuando Ridman alcanzó la pubertad, ibn al Mawl lo emancipó. Las buenas cualidades personales de Ridwan y la protección que siempre hubo de prestarle su antiguo patrono, favorecieron sus ambiciones y facilitaron su carrera política. Al considerar que ocupaba un puesto importante en la vida social granadina, Ridwan solicitó y obtuvo la mano de Maryam, hija de su protector, emparentándose así con la familia Nasri.
El posible año del nacimiento de Ridwan, algunos lo sitúan sobre el 1403 ó el 1405.
Años más tarde, el 29 de Ramadan del 820 (9 de Noviembre de 1417) muere Yusuf III, dejando hijos menores de edad. Los cortesanos proclamaron sultán al primogénito, el joven príncipe Muhammad, a quienes los granadinos apellidaron al-Sagir o el Pequeño, en razón de que era un adolescente. El alcalde Al-Amin, que había desempeñado el cargo de gran visir con Yusuf III, se apoderó de los resortes del mando, ejerciendo una dictadura de carácter personal; este continuó la política de buena vecindad que había seguido el sultán con Castilla, gozando de los dos años de treguas que este concertó con los castellanos. Así, pues, se dejó establecida una era de paz con el exterior, aunque de corta duración, y siempre sometida a frecuentes incidentes fronterizos, que resolvían los jueces de frontera, cuya resolución era de obligado cumplimiento por ambas partes.
Internamente la situación se agravará mucho más rápidamente. Yusuf III tenía encarcelado en el castillo de Salobreña, a un primo suyo, el infante Muhammad ibn Nasr, porque recelaba de su lealtad, a la muerte de Yusuf, el alcalde Al-Amin lo mantuvo en prisión, porque su fama de astucia y audacia, se estaba convirtiendo en míticas en toda la corte granadina.
Debido al gobierno tan personalista que ejercía Al-Amin, llegó a suscitar la envidia y el recelo de algunos magnates. Se formó una coalición de linajes, encabezada por los Ibn al Sarriá, también llamados Abencerrajes, afectos al Infante Muhammad VIII El Pequeño no tenía capacidad para ocupar el sultanato por causa de su escasa edad, se rebelaron y proclamaron sultán al Infante Muhammad ibn Nasr. Acto seguido marcharon con sus adeptos a Salobreña, reduciéndola fácilmente y poniendo en libertad al Infante preso, reconociéndolo como sultán legítimo; este y sus hacía Granada, formando una pequeña tropa de algo más de seiscientos caballeros.
Al mismo tiempo, y dentro de Granada, los muchos otros partidarios de ibn Nasr, advirtiendo que difícilmente lograrían a viva fuerza el triunfo de su patrono, urdieron una curiosa estratagema para conseguirlo. Convocaron a los Alfaquíes en la Mezquita Mayor y los incitaron a que declarasen la ilegitimidad del gobierno de Muhammad VIII el Pequeño, por su minoría de edad. Y los Alfaquíes intimidados o convencidos por las alegaciones de los rebeldes, emitieron el dictamen que les pedían y entonces los granadinos abrieron las puertas de la ciudad al Infante Muhammad y lo proclamaron sultán. Acto seguido el sultán electo subió a la Alambra, donde se había encerrado el alcalde y su gobierno, parlamentaron, y cuando el rebelde le aseguró que respetaría su vida y sus bienes, Al Amin capituló, entregándole la fortaleza. El joven sultán, que no había intentado resistir a su adversario, fue destituido y encarcelado juntamente con sus familiares. Muhammad ibn Nasr tomó posesión de la Alambra, y recibió el juramento de fidelidad de los miembros de la dinastía. Ocurrieron estos hechos en la primera quincena de Marzo de 1419, la destitución de Muhammad VIII tuvo lugar el día 20 de dicho mes, así Muhammad ibn Nasr a quien los granadinos apellidaron Al Aysar (El Zurdo), fue proclamado sultán y ocupó el IX lugar entre los sultanes nasríes que tuvieron Muhammad por nombre. Los Ibn al Spray entraron de lleno en la vida política granadina; y a estos se le oponen el otro bloque, el de los legitimistas partidarios del emir depuesto y de la conservación de la línea sucesoria del emirato, iniciándose así la guerra civil que tan poderosamente contribuyó a la ruina del Islam andaluz.
En política exterior, el Zurdo y si chancillería empiezan a gestionar con Castilla la concesión de una nueva tregua que fuese continuación de la que estaba a punto de expirar. Debido a la delicada situación de la política interna castellana, el rey accede a los deseos de Granada y el 11 de Junio de 1426, se suscribe en Ocaña un nuevo tratado de treguas, que tendría vigor por otros dos años.
En virtud de este tratado, los mercaderes podrían transitar libremente por ambos reinos, ya fuesen cristianos, musulmanes o judíos, llevando consigo sus mercaderías para vender en las villas o ciudades del otro reino o para trasladar al suyo, si las habían adquirido en los mercados del primero.
Acuerdos proteccionistas facilitaban el intercambio comercial y las autoridades velaban especialmente por la seguridad de los comerciantes forasteros y de sus mercaderías. El volumen de los artículos en tráfico no quedaba sujeto a cupo y salvo las armas, los caballos y el pan, cuyo paso de uno a otro reino estaba formalmente prohibido, todo género de mercancías podía ser libremente importado o exportado.
Muhammad IX el Zurdo, se esforzó también por afianzar la amistad que tradicionalmente tenían los nasries con los estados musulmanes del Norte de Africa.
En política interior, Muhammad IX no tuvo una gestión demasiado feliz, a pesar de que, quizás fuera el más astuto y perseverante de los sultanes granadinos del siglo XV. Puso el gobierno en manos de Yusuf ibn al Sarriá, líder de la tribu; pero la preferencia que dio a esta familia y el menosprecio con que trató al resto de la nobleza granadina, en ocasiones perseguida, contribuyó al aumento de sus adversarios y le creó un mal ambiente que estimulaban sus enemigos.
Frente al el Zurdo, no solo se hallaban los legitimistas, quienes formaban poderoso partido, acaudillado por nuestro biografiado Ridwan Bannigas, también estaban los parientes del sultán destituido, las familias y clanes no adeptos a los abencerrajes y finalmente los apolíticos descontentos por causa de la penuria económica que aquejaba a Granada en aquel tiempo, debido a los fuertes tributos que se le pagaban a Castilla.
En los primeros días de Enero de 1427, fracasadas las gestiones para renovar las treguas de Castilla, creció el descontento de los granadinos, y estos se sublevaron contra el sultán. Triunfantes los revolucionarios hacia la mitad de enero sacaron de la cárcel a Muhammad VIII el Pequeño, restituyéndolo el sultanato. El Zurdo, en cuanto advirtió que la gente de la Medina y el Albayzin estaba amotinada, abandonó en secreto la Alambra, huyendo a Almería y embarcado hacia Africa, seguido por algunos de sus partidarios y buscando asilo en Túnez, donde tuvo refugio seguro, gracias a su amigo Abu Faris al Hafsi, sultán de Túnez, permitiéndosele conspirar nuevamente contra el legítimo sultán de Granada.
Al ascender por segunda vez al sultanato, Muhammad VIII el Pequeño dio su privanza a Ridwan Bannigas, encargándole de la jefatura del gobierno. Ridwan, discretamente y con tacto político, fue destituyendo a los funcionarios designados por su antecesor para la jefatura de los distritos y las alcaldías de las fortalezas con otros adictos a su persona y que, por lo tanto les inspiraba confianza.
El pequeño se apresuró a enviar embajadores a Castilla en demanda de un tratado de treguas. Don Juan II, obligado por las difíciles circunstancias de la política castellana, se las otorgó en condiciones que desconocemos. Estas treguas debieron ser pactadas a fines de 1427 con un año de vigencia, pero a pesar de esto hubo frecuentes incidentes fronterizos y amagos de correrías.
En el otoño de 1428 y antes de que finalizara la tregua, los embajadores granadinos volvieron nuevamente a Castilla para pedir la renovación del tratado y solicitar cuatro o cinco años de vigencia. Don Juan que abrigaba la idea de combatir a Granada dilató la respuesta y retuvo a los embajadores por algún tiempo, este conocía lo precario de la autoridad de Muhammad el Pequeño, minada por una rebelión latente; sabia también que sus efectivos militares eran escasísimos y no ignoraba su penuria económica ni lo menguada que se hallaba la capital.
El castellano reunió cortes en Illescas e informó a sus procuradores del proyecto de la campaña. Por otra parte no negó rotundamente la concesión de la tregua a los embajadores granadinos, pero si les puso unas condiciones inaceptables para ellos, sin otro fin que ganar tiempo para preparar la campaña.
Sin embargo, los negocios de Castilla con Aragón y Navarra tomaron repentinamente un mal camino y el castellano tuvo que cambiar su actitud ante Granada.
Mientras tanto, importantes sucesos volvían a perturbar la paz de los granadinos. El Zurdo que se hallaba exiliado en Túnez, obtuvo del Sultán una ayuda de hombres, armas y recursos económicos, para que intentara recuperar su puesto en Granada.
Los Abencerrajes y la mayoría de los partidarios de el Zurdo que habían permanecido en Granada fueron informados del favor que a su patrono le había ofrecido Abu Faris, además de la sugerencia de que recabasen el apoyo de Juan II de Castilla. Esta conspiración fue descubierta, y Bannigas ordenó la detención de los conspiradores más comprometidos; pero avisados estos a tiempo, se pusieron a salvo abandonando precipitadamente la ciudad, con Yusuf ibn al Sarriá a la cabeza seguido de unos treinta caballeros, decidiendo pasarse a Castilla y demandar el apoyo de Juan II para la causa que seguían.
El rey de Castilla recibió amablemente a sus huéspedes, escuchó sus demandas y accedió a estas, ofreciendo a el Zurdo su apoyo hasta que recuperara el sultanato, enviando a Lope Alfonso como embajador suyo a Abu Faris.
Poco tiempo después el Zurdo, acompañado de Lope Alfonso, Yusuf ibn al Sarriá y quinientos hombres embarcaron en Oran rumbo a Vera, que inmediatamente se pronunció por el rebelde. La noticia del desembarco de el Zurdo circuló rápidamente por Al-Andalus y los almerienses abrazaron también la causa de el Zurdo. La noticia también llegó a la capital y el Pequeño se preparó para resistir al rebelde, y mandó embajadores a Juan II en demanda de socorro. El Pequeño decidió no quedar inactivo y mandó a su hermano a combatir a el Zurdo reuniendo a unos seiscientos caballeros; así en las inmediaciones de Guadix se encontraron ambos ejércitos, pero vistas las fuerzas de el Zurdo, los partidarios del Pequeño se desmandaron y volvieron grupas hacia granada en busca de sus murallas. El Zurdo marchó directamente a la capital, donde se le entregó la medina y el Albayzin, pero a pesar de ello, el Pequeño se mantuvo firme en la Alambra, quedándose aislado del resto de la ciudad. Inmediatamente comenzó el asedio de la fortaleza.
Mientras tanto, Málaga, Ronda, Gibraltar y después casi todas las ciudades del emirato se levantaron a favor de el Zurdo.
A finales del año 1429, el Pequeño capituló, entregándose a la clemencia del vencedor. El Zurdo lo indultó de la pena capital, lo mandó al castillo de Salobreña, en donde quedó encarcelado. La caída de Muhammad VIII el Pequeño, trajo como natural secuela la ruina del partido legitimista que lo apoyaba. Los Abencerrajes volvieron al poder, emprendiendo una violenta persecución contra sus adversarios y especialmente contra la familia Bannigas, a quien en Granada apellidaban el Tornadizo, que había gozado de la privanza del sultán destituido, ejerciendo la jefatura del gobierno.
Bannigas y sus partidarios, huidos u ocultos, conspiraban a favor del Pequeño, esperando ocasión propicia para llevar a efecto la rebelión. Esto, unido a otras causas llegaron a crearle a el Zurdo un ambiente hostil, aún entre las clases que no participaban en la lucha política.
Muhammad IX, adoptó entonces la grave decisión de ordenar que su desgraciado rival Muhammad VIII el Pequeño fuese ejecutado, pensando que al arrebatar de modo definitivo el caudillo a sus adversarios, yugularía la sublevación que le cernía.
Así, Muhammad VIII el Pequeño, hijo de Yusuf III y legítimo heredero junto con su hermano eran decapitados en las mazmorras de la alcazaba de Salobreña, de esta forma el Zurdo se desembarazaba de quienes podían alegar mejor que él, el derecho al sultanato granadino, como legítimos herederos de Yusuf III.
Como antes veíamos Ridwan Bannigas se emparentó con la familia Nasri, al casarse con Maryam, hija de su protector Muhammad ibn al Mawl. Así, a la muerte de el Pequeño, logró habilidosamente que los legitimistas brindaran la pretensión del sultanato a su cuñado el infante Yusuf ibn al Mawl, que era persona de mucho relieve en la corte y gozaba de la consideración y el afecto de sus conciudadanos. Espoleado por su ambición, Yusuf aceptó el ofrecimiento de Bannigas, ya que los infantes Yusuf ibn Ahmed y Sa’id ibn Ali, que como nietos de Yusuf II, podían alegar mejor derecho que ibn al Mawl eran a la sazón de corta edad y se avinieron fácilmente a favorecer fácilmente las pretensiones de este último.
Los castellanos, que habían resuelto su situación política externa con el reino de Aragón, preparaban un gran ejército para atacar Granada; el Zurdo, enterado de la noticia, expedía despachos a los alcaldes de los distritos, encareciéndoles que reclutasen hombres de armas y los enviaran a la capital para defenderla. Los conspiradores a su vez se reunían en el hermoso palacio que ibn al Mawl poseía en el centro de la medina, acordando que RIdwan Bannigas se trasladase al real cristiano para solicitar de don Juan, su apoyo a las aspiraciones de ibn al Mawl. Bannigas abandonó secretamente la ciudad en el mes de Mayo de 1431 en unión de otros caballeros granadinos, presentándose en Córdoba a la corte castellana.
En la corte, los consejeros del castellano discutían acerca de que estrategia sería la más conveniente para la empresa. Bannigas los sacó de dudas aconsejándoles que lanzasen la expedición directamente contra la capital y que se apresurasen a realizarla, ofreciéndole además, el apoyo de sus partidarios, asegurándole que los granadinos le serían propicios, si se presentasen ante las puertas de la ciudad como valedor del infante Yusuf, ya que este pretendía ser elegido. Luchar contra un enemigo dividido era justamente lo que don Juan esperaba, y no anduvo remiso a aceptar los ofrecimientos de Bannaigas, el cual regresó a Granada para informar a los suyos del feliz resultado de su misión.
El tres de Junio Juan II mandó publicar un bulo del Papa Martín V declarando cruzada la guerra contra los granadinos, y el trece de Junio salía de Córdoba con un gran ejército hacía Granada. El ejército cruzado pasó la frontera y siguió avanzando hacía Granada sin ninguna resistencia por parte de los lugareños, talaron las huertas y saquearon los cortijos que encontraban; las gentes de estos lugares las habían abandonado oportunamente, refugiándose en las fortalezas, así marcharon hasta llegar a la vega granadina, avistando la capital, y allí, junto a la Alcarria Alfora, en un cerro situado por encima de los Pinos Puente estableció su real. El Zurdo mandó entonces destacamentos ligeros para hospitalizar a los castellanos y comenzaron las escaramuzas.
Al día siguiente se presentaron en el real castellano Yusuf ibn al Mawl, su cuñado Bannigas y otros siete miembros del partido legitimista, los cuales de acuerdo con el convenio entre Bannigas y Juan II desertaron de Granada y se pasaron a las filas del enemigo, Yusuf besó la mano de don Juan y le reiteró su demanda de protección y su oferta de vasallaje, alegando sus derechos para pretender el sultanato de Granada. Juan II se limitó a ofrecerle asilo a él y a sus acompañantes.
La presencia de las tropas castellanas tan cercanas a Granada llenó de inquietud a los granadinos, y los daños que estos causaban en la vega provocaron su protesta. El Zurdo comprendió que no era posible permanecer inoperante por más tiempo y prefirió presentar batalla al castellano. Confió el mando del ejército a uno de sus mejores generales, el infante Muhammad apellidado el Cojo. Salió el ejército granadino, montando el real justo enfrente del castellano y comenzó la batalla, que un cronista castellano llamó de la Higueruela, en árabe waq al siyara. Los granadinos sufrieron cerca de doce mil bajas y tuvieron que retirarse, refugiándose en Granada.
A pesar de la derrota infligida a los granadinos, Juan no obtuvo el fruto que esperaba recoger con la victoria, su ambicioso proyecto de destruir el reino de los nasries; según dicen, gracias a la sagacidad de el Zurdo, que a pesar de que el ejército granadino quedó destrozado, tuvo la habilidad de sembrar la confusión entre los cristianos, sea como sea, lo cierto es que la cruzada castellana se retiró, sin poner sitio a Granada, de vuelta a Córdoba.
Ibn al Mawl, Ridwan y sus compañeros acompañaron a Juan II, entrando con él en Córdoba, allí don Juan trató al infante como a rey vasallo suyo y mandó a sus caballeros que como tal lo considerasen. Cuando esto se supo en Granada, muchos adversarios de el Zurdo y del partido Abencerraje decidieron seguir la bandera de la rebelión y abandonaron la capital Nasrí, uniéndose a Yusuf, el cual había establecido en Córdoba su naciente corte en el exilio. Antes de que entrara el otoño tomaron partido por el pretendiente numerosas villas. En Septiembre de 1431, Ibn al Mawl convenía en Ardales los términos del tratado de vasallaje que este otorgaba a Juan II, teniendo que ratificarlo una vez que hubiera ocupado la Alambra.
A pesar de que una gran parte del reino se había pronunciado ya por ibn al Mawl, este no podía considerarse sultán sin ser dueño de Granada, capital del estado. Granada a viva fuerza era una empresa que no estaba al alcance de su mano, por lo cual esperó a que sus agentes tuviesen éxito en sus negociaciones en la capital.
El Albayzin se rebeló contra el Zurdo y éste, sin contar con más apoyo que el de los Abencerrajes, no se sintió con fuerzas para dominar la situación, decidiendo abandonar la Alambra pero antes, saqueó sus estancias apoderándose de todas las riquezas que contenían, seguido por cierto cincuenta caballeros huyendo a la ciudad de Almería que no había tomado partido por el pretendiente.
Al tener noticias de esto, Yusuf envió desde Illora a Ridwan Fannigas con seiscientos caballeros, a fin de que ocupasen Granada. Los partidarios de el Zurdo, que no lo habían seguido en la huida, trataron de oponerse a los rebeldes, saliendo a combatirlos; pero fueron derrotados por Bannigas y sus hombres, los cuales penetraron fácilmente en el Albayzin y poco después toda la ciudad y la Alambra. Ridwan Bannigas mandó mensajeros al infante Yusuf, informándole de que Granada estaba dispuesta para recibirlo.
El día 1 de enero de 1432, el infante Yusuf hizo su entrada en la capital, seguido por seiscientos caballeros granadinos y acompañado por el representante de Juan II, Gómez de Ribera y sus guerreros castellanos; acto seguido, subió directamente a la Alambra ocupando sus palacios.
El primer acto del nuevo sultán, apenas establecido en la alambra fue el de designar a Ridwan Bannigas gran visir de su gobierno, recompensándolo así por los grandes servicios que le había prestado; en efecto, gracias a la habilidad política de Ridwan, que logró fácilmente que los legitimistas aceptasen la candidatura de su cuñado, por cuyas venas corría sangre Nasrí para la pretensión del sultanato frente a Muhammad el Zurdo.
Seguidamente y en presencia de los señores castellanos, los magnates de todo el emirato juraron al nuevo emir, ocupando el IV lugar entre los que tuvieron por nombre Yusuf.
Más adelante, el 27 de enero en los salones de la Alambra, ante su corte y los caballeros castellanos, Yusuf IV titulado sultán de Granada, Málaga, Almería, Gibraltar, Guadix, Baza y sus respectivos distritos ratificó el tratado de vasallaje que el año anterior había firmado en Ardales. En virtud de este pacto, Yusuf IV se declaró vasallo de Juan II por toda la vida, obligándose a servirlo lealmente, prometió liberar a todos los cristianos cautivos que hubiese en el territorio, no consentir que en su territorio se aceptase el que un cristiano aceptase el Islam y pagar anualmente a Castilla el elevado tributo de veinte mil doblas de oro y de buen peso, cantidad que tenía que llevar por su cuenta y riesgo al lugar que el rey designase, se obligo también a acudir con mil quinientos hombres de caballería, retribuidos a su costa en defensa de Juan II si este fuese atacado, y si las circunstancias lo exigiesen pondría todo su ejercito al servicio del monarca.
Este humillante tratado produjo verdadera consternación en Granada, levantó la aireada protesta de los Alfaquies y fue esto causa de que la mayor parte del territorio se pronunciase a favor de el Zurdo, contribuyendo poderosamente a la ruina de ibn al Mawl. Apenas su rival tuvo noticias de esto, cuando se decidió atacarlo. Acompañado por el infante Muhammad el Cojo, los otros caballeros granadinos que le habían seguido y algunos almerienses, se trasladó a Málaga, en donde tenía muchos partidarios y sonde le sería más fácil organizarse y tomar la ofensiva, si las circunstancias le favorecían. También pidió de nuevo ayuda a Abu Faris, el Sultán de Túnez.
Poco tiempo tardó en presentársele buena ocasión; la mayoría de las ciudades y distritos, volvieron de nuevo a obedecer al emir destituido, En realidad Yusuf IV apenas su logró imponer su autoridad en la capital y sus alrededores, y los lugares fronterizos, eran las armas castellanas las que imponían el respeto por él.
Ibn al Mawl comprendió que para asegurar su permanencia en la Alambra tenía que someter al territorio rebelde y combatir a su adversario, destruyéndolo antes que tomara la ofensiva. Pidió apoyo a los castellanos y organizó una expedición contra Málaga, acerca del resultado de esta expedición no cuentan nada las crónicas, por lo cual debió ser desafortunada ya que el Zurdo consolidó su poder definitivamente en Málaga, mientras que el de Ibn al Mawl fue cada día más débil en Granada.
El Zurdo, cuando el ambiente le fue favorable, puesto de acuerdo con sus partidarios de Granada, envió a su pariente, Muhammad el Cojo con cerca de quinientos caballeros y otros tantos peones, para que por sorpresa y con el asentamiento de los conjurados, se adueñe de la ciudad. El grito de rebelión cundió por la capital, y la medina, el albayzin y parte de la Alambra se levantaron contra el sultán, abriéndoles las puertas a Muhammad el Cojo y su gente. Ibn al Mawl quedó cercado en la Alambra con solo unos trescientos caballeros, fieles aún a él; se apresuro este a mandar emisarios pidiendo socorro a los castellanos.
Los castellanos salieron hacia Granada cuantos pudieron, a los que se les unieron unos cuatrocientos caballeros granadinos adictos a Yusuf IV; mientras tanto Yusuf se defendía en la Alambra de los ataques de el Cojo; cuando este supo que el ejército coaligado venía hacia Granada, pensando que si se mantenía en la ciudad iba a encontrarse entre dos fuegos, prefirió luchar a campo abierto, saliendo al encuentro del enemigo con los quinientos que se trajo de Málaga más los que se le unieron de Granada con un crecido número de peones.
Los dos ejércitos se avistaron en la vega. El Cojo y los suyos acometieron fuertemente a los aliados y después de una sangrienta lucha lograron ponerlos en fuga. Cuando los que resistían en la Alambra supieron la derrota de las fuerzas aliadas y advirtieron la indecisión y la cobardía del sultán, el cual ni siquiera había intentado escapar de la fortaleza y unirse a los que venían en auxilio suyo, decidieron traicionarlo y pasarse al bando contrario. Parlamentaron con el Cojo y obteniendo que perdonaría sus vidas, le abrieron las puertas de la Alambra, los cuales ocuparon sin gran esfuerzo la alcazaba y los palacios, deteniendo a Yusuf IV y a los caballeros que aún seguían con él. Seguidamente el Cojo envió emisarios a el Zurdo con la noticia de la derrota y captura de su enemigo, y este se apresuró en regresar a Granada, entrando en esta triunfalmente; subió a la Alhambra e hizo sacar a Yusuf de la prisión, lo destituyó y mandó que fuese degollado el y los treinta que le habían permanecido fieles.
De esta forma los granadinos juraron sultán a Muhammad IX ibn Nasr por tercera vez en los salones de la Alambra, esto fue a finales de Abril de 1432.
Ridwan Bannigan junto con otros personajes adictos a Yusuf IV huyeron oportunamente de Granada, refugiándose en tierras de Castilla. Las crónicas no volvieron a hablar más de él, por lo tanto suponemos que murió en Castilla, no se sabe cuando.
ARTE GUIA
Muhammad ibn al Mawl educó a su esclavo en el Islam, le dio como propio el nombre árabe de Ridwan y consiguió que llegara a ser buen musulmán, logrando que sintiera verdadero cariño por su patrono y que olvidase por completo a su familia cristiana. Cuando Ridman alcanzó la pubertad, ibn al Mawl lo emancipó. Las buenas cualidades personales de Ridwan y la protección que siempre hubo de prestarle su antiguo patrono, favorecieron sus ambiciones y facilitaron su carrera política. Al considerar que ocupaba un puesto importante en la vida social granadina, Ridwan solicitó y obtuvo la mano de Maryam, hija de su protector, emparentándose así con la familia Nasri.
El posible año del nacimiento de Ridwan, algunos lo sitúan sobre el 1403 ó el 1405.
Años más tarde, el 29 de Ramadan del 820 (9 de Noviembre de 1417) muere Yusuf III, dejando hijos menores de edad. Los cortesanos proclamaron sultán al primogénito, el joven príncipe Muhammad, a quienes los granadinos apellidaron al-Sagir o el Pequeño, en razón de que era un adolescente. El alcalde Al-Amin, que había desempeñado el cargo de gran visir con Yusuf III, se apoderó de los resortes del mando, ejerciendo una dictadura de carácter personal; este continuó la política de buena vecindad que había seguido el sultán con Castilla, gozando de los dos años de treguas que este concertó con los castellanos. Así, pues, se dejó establecida una era de paz con el exterior, aunque de corta duración, y siempre sometida a frecuentes incidentes fronterizos, que resolvían los jueces de frontera, cuya resolución era de obligado cumplimiento por ambas partes.
Internamente la situación se agravará mucho más rápidamente. Yusuf III tenía encarcelado en el castillo de Salobreña, a un primo suyo, el infante Muhammad ibn Nasr, porque recelaba de su lealtad, a la muerte de Yusuf, el alcalde Al-Amin lo mantuvo en prisión, porque su fama de astucia y audacia, se estaba convirtiendo en míticas en toda la corte granadina.
Debido al gobierno tan personalista que ejercía Al-Amin, llegó a suscitar la envidia y el recelo de algunos magnates. Se formó una coalición de linajes, encabezada por los Ibn al Sarriá, también llamados Abencerrajes, afectos al Infante Muhammad VIII El Pequeño no tenía capacidad para ocupar el sultanato por causa de su escasa edad, se rebelaron y proclamaron sultán al Infante Muhammad ibn Nasr. Acto seguido marcharon con sus adeptos a Salobreña, reduciéndola fácilmente y poniendo en libertad al Infante preso, reconociéndolo como sultán legítimo; este y sus hacía Granada, formando una pequeña tropa de algo más de seiscientos caballeros.
Al mismo tiempo, y dentro de Granada, los muchos otros partidarios de ibn Nasr, advirtiendo que difícilmente lograrían a viva fuerza el triunfo de su patrono, urdieron una curiosa estratagema para conseguirlo. Convocaron a los Alfaquíes en la Mezquita Mayor y los incitaron a que declarasen la ilegitimidad del gobierno de Muhammad VIII el Pequeño, por su minoría de edad. Y los Alfaquíes intimidados o convencidos por las alegaciones de los rebeldes, emitieron el dictamen que les pedían y entonces los granadinos abrieron las puertas de la ciudad al Infante Muhammad y lo proclamaron sultán. Acto seguido el sultán electo subió a la Alambra, donde se había encerrado el alcalde y su gobierno, parlamentaron, y cuando el rebelde le aseguró que respetaría su vida y sus bienes, Al Amin capituló, entregándole la fortaleza. El joven sultán, que no había intentado resistir a su adversario, fue destituido y encarcelado juntamente con sus familiares. Muhammad ibn Nasr tomó posesión de la Alambra, y recibió el juramento de fidelidad de los miembros de la dinastía. Ocurrieron estos hechos en la primera quincena de Marzo de 1419, la destitución de Muhammad VIII tuvo lugar el día 20 de dicho mes, así Muhammad ibn Nasr a quien los granadinos apellidaron Al Aysar (El Zurdo), fue proclamado sultán y ocupó el IX lugar entre los sultanes nasríes que tuvieron Muhammad por nombre. Los Ibn al Spray entraron de lleno en la vida política granadina; y a estos se le oponen el otro bloque, el de los legitimistas partidarios del emir depuesto y de la conservación de la línea sucesoria del emirato, iniciándose así la guerra civil que tan poderosamente contribuyó a la ruina del Islam andaluz.
En política exterior, el Zurdo y si chancillería empiezan a gestionar con Castilla la concesión de una nueva tregua que fuese continuación de la que estaba a punto de expirar. Debido a la delicada situación de la política interna castellana, el rey accede a los deseos de Granada y el 11 de Junio de 1426, se suscribe en Ocaña un nuevo tratado de treguas, que tendría vigor por otros dos años.
En virtud de este tratado, los mercaderes podrían transitar libremente por ambos reinos, ya fuesen cristianos, musulmanes o judíos, llevando consigo sus mercaderías para vender en las villas o ciudades del otro reino o para trasladar al suyo, si las habían adquirido en los mercados del primero.
Acuerdos proteccionistas facilitaban el intercambio comercial y las autoridades velaban especialmente por la seguridad de los comerciantes forasteros y de sus mercaderías. El volumen de los artículos en tráfico no quedaba sujeto a cupo y salvo las armas, los caballos y el pan, cuyo paso de uno a otro reino estaba formalmente prohibido, todo género de mercancías podía ser libremente importado o exportado.
Muhammad IX el Zurdo, se esforzó también por afianzar la amistad que tradicionalmente tenían los nasries con los estados musulmanes del Norte de Africa.
En política interior, Muhammad IX no tuvo una gestión demasiado feliz, a pesar de que, quizás fuera el más astuto y perseverante de los sultanes granadinos del siglo XV. Puso el gobierno en manos de Yusuf ibn al Sarriá, líder de la tribu; pero la preferencia que dio a esta familia y el menosprecio con que trató al resto de la nobleza granadina, en ocasiones perseguida, contribuyó al aumento de sus adversarios y le creó un mal ambiente que estimulaban sus enemigos.
Frente al el Zurdo, no solo se hallaban los legitimistas, quienes formaban poderoso partido, acaudillado por nuestro biografiado Ridwan Bannigas, también estaban los parientes del sultán destituido, las familias y clanes no adeptos a los abencerrajes y finalmente los apolíticos descontentos por causa de la penuria económica que aquejaba a Granada en aquel tiempo, debido a los fuertes tributos que se le pagaban a Castilla.
En los primeros días de Enero de 1427, fracasadas las gestiones para renovar las treguas de Castilla, creció el descontento de los granadinos, y estos se sublevaron contra el sultán. Triunfantes los revolucionarios hacia la mitad de enero sacaron de la cárcel a Muhammad VIII el Pequeño, restituyéndolo el sultanato. El Zurdo, en cuanto advirtió que la gente de la Medina y el Albayzin estaba amotinada, abandonó en secreto la Alambra, huyendo a Almería y embarcado hacia Africa, seguido por algunos de sus partidarios y buscando asilo en Túnez, donde tuvo refugio seguro, gracias a su amigo Abu Faris al Hafsi, sultán de Túnez, permitiéndosele conspirar nuevamente contra el legítimo sultán de Granada.
Al ascender por segunda vez al sultanato, Muhammad VIII el Pequeño dio su privanza a Ridwan Bannigas, encargándole de la jefatura del gobierno. Ridwan, discretamente y con tacto político, fue destituyendo a los funcionarios designados por su antecesor para la jefatura de los distritos y las alcaldías de las fortalezas con otros adictos a su persona y que, por lo tanto les inspiraba confianza.
El pequeño se apresuró a enviar embajadores a Castilla en demanda de un tratado de treguas. Don Juan II, obligado por las difíciles circunstancias de la política castellana, se las otorgó en condiciones que desconocemos. Estas treguas debieron ser pactadas a fines de 1427 con un año de vigencia, pero a pesar de esto hubo frecuentes incidentes fronterizos y amagos de correrías.
En el otoño de 1428 y antes de que finalizara la tregua, los embajadores granadinos volvieron nuevamente a Castilla para pedir la renovación del tratado y solicitar cuatro o cinco años de vigencia. Don Juan que abrigaba la idea de combatir a Granada dilató la respuesta y retuvo a los embajadores por algún tiempo, este conocía lo precario de la autoridad de Muhammad el Pequeño, minada por una rebelión latente; sabia también que sus efectivos militares eran escasísimos y no ignoraba su penuria económica ni lo menguada que se hallaba la capital.
El castellano reunió cortes en Illescas e informó a sus procuradores del proyecto de la campaña. Por otra parte no negó rotundamente la concesión de la tregua a los embajadores granadinos, pero si les puso unas condiciones inaceptables para ellos, sin otro fin que ganar tiempo para preparar la campaña.
Sin embargo, los negocios de Castilla con Aragón y Navarra tomaron repentinamente un mal camino y el castellano tuvo que cambiar su actitud ante Granada.
Mientras tanto, importantes sucesos volvían a perturbar la paz de los granadinos. El Zurdo que se hallaba exiliado en Túnez, obtuvo del Sultán una ayuda de hombres, armas y recursos económicos, para que intentara recuperar su puesto en Granada.
Los Abencerrajes y la mayoría de los partidarios de el Zurdo que habían permanecido en Granada fueron informados del favor que a su patrono le había ofrecido Abu Faris, además de la sugerencia de que recabasen el apoyo de Juan II de Castilla. Esta conspiración fue descubierta, y Bannigas ordenó la detención de los conspiradores más comprometidos; pero avisados estos a tiempo, se pusieron a salvo abandonando precipitadamente la ciudad, con Yusuf ibn al Sarriá a la cabeza seguido de unos treinta caballeros, decidiendo pasarse a Castilla y demandar el apoyo de Juan II para la causa que seguían.
El rey de Castilla recibió amablemente a sus huéspedes, escuchó sus demandas y accedió a estas, ofreciendo a el Zurdo su apoyo hasta que recuperara el sultanato, enviando a Lope Alfonso como embajador suyo a Abu Faris.
Poco tiempo después el Zurdo, acompañado de Lope Alfonso, Yusuf ibn al Sarriá y quinientos hombres embarcaron en Oran rumbo a Vera, que inmediatamente se pronunció por el rebelde. La noticia del desembarco de el Zurdo circuló rápidamente por Al-Andalus y los almerienses abrazaron también la causa de el Zurdo. La noticia también llegó a la capital y el Pequeño se preparó para resistir al rebelde, y mandó embajadores a Juan II en demanda de socorro. El Pequeño decidió no quedar inactivo y mandó a su hermano a combatir a el Zurdo reuniendo a unos seiscientos caballeros; así en las inmediaciones de Guadix se encontraron ambos ejércitos, pero vistas las fuerzas de el Zurdo, los partidarios del Pequeño se desmandaron y volvieron grupas hacia granada en busca de sus murallas. El Zurdo marchó directamente a la capital, donde se le entregó la medina y el Albayzin, pero a pesar de ello, el Pequeño se mantuvo firme en la Alambra, quedándose aislado del resto de la ciudad. Inmediatamente comenzó el asedio de la fortaleza.
Mientras tanto, Málaga, Ronda, Gibraltar y después casi todas las ciudades del emirato se levantaron a favor de el Zurdo.
A finales del año 1429, el Pequeño capituló, entregándose a la clemencia del vencedor. El Zurdo lo indultó de la pena capital, lo mandó al castillo de Salobreña, en donde quedó encarcelado. La caída de Muhammad VIII el Pequeño, trajo como natural secuela la ruina del partido legitimista que lo apoyaba. Los Abencerrajes volvieron al poder, emprendiendo una violenta persecución contra sus adversarios y especialmente contra la familia Bannigas, a quien en Granada apellidaban el Tornadizo, que había gozado de la privanza del sultán destituido, ejerciendo la jefatura del gobierno.
Bannigas y sus partidarios, huidos u ocultos, conspiraban a favor del Pequeño, esperando ocasión propicia para llevar a efecto la rebelión. Esto, unido a otras causas llegaron a crearle a el Zurdo un ambiente hostil, aún entre las clases que no participaban en la lucha política.
Muhammad IX, adoptó entonces la grave decisión de ordenar que su desgraciado rival Muhammad VIII el Pequeño fuese ejecutado, pensando que al arrebatar de modo definitivo el caudillo a sus adversarios, yugularía la sublevación que le cernía.
Así, Muhammad VIII el Pequeño, hijo de Yusuf III y legítimo heredero junto con su hermano eran decapitados en las mazmorras de la alcazaba de Salobreña, de esta forma el Zurdo se desembarazaba de quienes podían alegar mejor que él, el derecho al sultanato granadino, como legítimos herederos de Yusuf III.
Como antes veíamos Ridwan Bannigas se emparentó con la familia Nasri, al casarse con Maryam, hija de su protector Muhammad ibn al Mawl. Así, a la muerte de el Pequeño, logró habilidosamente que los legitimistas brindaran la pretensión del sultanato a su cuñado el infante Yusuf ibn al Mawl, que era persona de mucho relieve en la corte y gozaba de la consideración y el afecto de sus conciudadanos. Espoleado por su ambición, Yusuf aceptó el ofrecimiento de Bannigas, ya que los infantes Yusuf ibn Ahmed y Sa’id ibn Ali, que como nietos de Yusuf II, podían alegar mejor derecho que ibn al Mawl eran a la sazón de corta edad y se avinieron fácilmente a favorecer fácilmente las pretensiones de este último.
Los castellanos, que habían resuelto su situación política externa con el reino de Aragón, preparaban un gran ejército para atacar Granada; el Zurdo, enterado de la noticia, expedía despachos a los alcaldes de los distritos, encareciéndoles que reclutasen hombres de armas y los enviaran a la capital para defenderla. Los conspiradores a su vez se reunían en el hermoso palacio que ibn al Mawl poseía en el centro de la medina, acordando que RIdwan Bannigas se trasladase al real cristiano para solicitar de don Juan, su apoyo a las aspiraciones de ibn al Mawl. Bannigas abandonó secretamente la ciudad en el mes de Mayo de 1431 en unión de otros caballeros granadinos, presentándose en Córdoba a la corte castellana.
En la corte, los consejeros del castellano discutían acerca de que estrategia sería la más conveniente para la empresa. Bannigas los sacó de dudas aconsejándoles que lanzasen la expedición directamente contra la capital y que se apresurasen a realizarla, ofreciéndole además, el apoyo de sus partidarios, asegurándole que los granadinos le serían propicios, si se presentasen ante las puertas de la ciudad como valedor del infante Yusuf, ya que este pretendía ser elegido. Luchar contra un enemigo dividido era justamente lo que don Juan esperaba, y no anduvo remiso a aceptar los ofrecimientos de Bannaigas, el cual regresó a Granada para informar a los suyos del feliz resultado de su misión.
El tres de Junio Juan II mandó publicar un bulo del Papa Martín V declarando cruzada la guerra contra los granadinos, y el trece de Junio salía de Córdoba con un gran ejército hacía Granada. El ejército cruzado pasó la frontera y siguió avanzando hacía Granada sin ninguna resistencia por parte de los lugareños, talaron las huertas y saquearon los cortijos que encontraban; las gentes de estos lugares las habían abandonado oportunamente, refugiándose en las fortalezas, así marcharon hasta llegar a la vega granadina, avistando la capital, y allí, junto a la Alcarria Alfora, en un cerro situado por encima de los Pinos Puente estableció su real. El Zurdo mandó entonces destacamentos ligeros para hospitalizar a los castellanos y comenzaron las escaramuzas.
Al día siguiente se presentaron en el real castellano Yusuf ibn al Mawl, su cuñado Bannigas y otros siete miembros del partido legitimista, los cuales de acuerdo con el convenio entre Bannigas y Juan II desertaron de Granada y se pasaron a las filas del enemigo, Yusuf besó la mano de don Juan y le reiteró su demanda de protección y su oferta de vasallaje, alegando sus derechos para pretender el sultanato de Granada. Juan II se limitó a ofrecerle asilo a él y a sus acompañantes.
La presencia de las tropas castellanas tan cercanas a Granada llenó de inquietud a los granadinos, y los daños que estos causaban en la vega provocaron su protesta. El Zurdo comprendió que no era posible permanecer inoperante por más tiempo y prefirió presentar batalla al castellano. Confió el mando del ejército a uno de sus mejores generales, el infante Muhammad apellidado el Cojo. Salió el ejército granadino, montando el real justo enfrente del castellano y comenzó la batalla, que un cronista castellano llamó de la Higueruela, en árabe waq al siyara. Los granadinos sufrieron cerca de doce mil bajas y tuvieron que retirarse, refugiándose en Granada.
A pesar de la derrota infligida a los granadinos, Juan no obtuvo el fruto que esperaba recoger con la victoria, su ambicioso proyecto de destruir el reino de los nasries; según dicen, gracias a la sagacidad de el Zurdo, que a pesar de que el ejército granadino quedó destrozado, tuvo la habilidad de sembrar la confusión entre los cristianos, sea como sea, lo cierto es que la cruzada castellana se retiró, sin poner sitio a Granada, de vuelta a Córdoba.
Ibn al Mawl, Ridwan y sus compañeros acompañaron a Juan II, entrando con él en Córdoba, allí don Juan trató al infante como a rey vasallo suyo y mandó a sus caballeros que como tal lo considerasen. Cuando esto se supo en Granada, muchos adversarios de el Zurdo y del partido Abencerraje decidieron seguir la bandera de la rebelión y abandonaron la capital Nasrí, uniéndose a Yusuf, el cual había establecido en Córdoba su naciente corte en el exilio. Antes de que entrara el otoño tomaron partido por el pretendiente numerosas villas. En Septiembre de 1431, Ibn al Mawl convenía en Ardales los términos del tratado de vasallaje que este otorgaba a Juan II, teniendo que ratificarlo una vez que hubiera ocupado la Alambra.
A pesar de que una gran parte del reino se había pronunciado ya por ibn al Mawl, este no podía considerarse sultán sin ser dueño de Granada, capital del estado. Granada a viva fuerza era una empresa que no estaba al alcance de su mano, por lo cual esperó a que sus agentes tuviesen éxito en sus negociaciones en la capital.
El Albayzin se rebeló contra el Zurdo y éste, sin contar con más apoyo que el de los Abencerrajes, no se sintió con fuerzas para dominar la situación, decidiendo abandonar la Alambra pero antes, saqueó sus estancias apoderándose de todas las riquezas que contenían, seguido por cierto cincuenta caballeros huyendo a la ciudad de Almería que no había tomado partido por el pretendiente.
Al tener noticias de esto, Yusuf envió desde Illora a Ridwan Fannigas con seiscientos caballeros, a fin de que ocupasen Granada. Los partidarios de el Zurdo, que no lo habían seguido en la huida, trataron de oponerse a los rebeldes, saliendo a combatirlos; pero fueron derrotados por Bannigas y sus hombres, los cuales penetraron fácilmente en el Albayzin y poco después toda la ciudad y la Alambra. Ridwan Bannigas mandó mensajeros al infante Yusuf, informándole de que Granada estaba dispuesta para recibirlo.
El día 1 de enero de 1432, el infante Yusuf hizo su entrada en la capital, seguido por seiscientos caballeros granadinos y acompañado por el representante de Juan II, Gómez de Ribera y sus guerreros castellanos; acto seguido, subió directamente a la Alambra ocupando sus palacios.
El primer acto del nuevo sultán, apenas establecido en la alambra fue el de designar a Ridwan Bannigas gran visir de su gobierno, recompensándolo así por los grandes servicios que le había prestado; en efecto, gracias a la habilidad política de Ridwan, que logró fácilmente que los legitimistas aceptasen la candidatura de su cuñado, por cuyas venas corría sangre Nasrí para la pretensión del sultanato frente a Muhammad el Zurdo.
Seguidamente y en presencia de los señores castellanos, los magnates de todo el emirato juraron al nuevo emir, ocupando el IV lugar entre los que tuvieron por nombre Yusuf.
Más adelante, el 27 de enero en los salones de la Alambra, ante su corte y los caballeros castellanos, Yusuf IV titulado sultán de Granada, Málaga, Almería, Gibraltar, Guadix, Baza y sus respectivos distritos ratificó el tratado de vasallaje que el año anterior había firmado en Ardales. En virtud de este pacto, Yusuf IV se declaró vasallo de Juan II por toda la vida, obligándose a servirlo lealmente, prometió liberar a todos los cristianos cautivos que hubiese en el territorio, no consentir que en su territorio se aceptase el que un cristiano aceptase el Islam y pagar anualmente a Castilla el elevado tributo de veinte mil doblas de oro y de buen peso, cantidad que tenía que llevar por su cuenta y riesgo al lugar que el rey designase, se obligo también a acudir con mil quinientos hombres de caballería, retribuidos a su costa en defensa de Juan II si este fuese atacado, y si las circunstancias lo exigiesen pondría todo su ejercito al servicio del monarca.
Este humillante tratado produjo verdadera consternación en Granada, levantó la aireada protesta de los Alfaquies y fue esto causa de que la mayor parte del territorio se pronunciase a favor de el Zurdo, contribuyendo poderosamente a la ruina de ibn al Mawl. Apenas su rival tuvo noticias de esto, cuando se decidió atacarlo. Acompañado por el infante Muhammad el Cojo, los otros caballeros granadinos que le habían seguido y algunos almerienses, se trasladó a Málaga, en donde tenía muchos partidarios y sonde le sería más fácil organizarse y tomar la ofensiva, si las circunstancias le favorecían. También pidió de nuevo ayuda a Abu Faris, el Sultán de Túnez.
Poco tiempo tardó en presentársele buena ocasión; la mayoría de las ciudades y distritos, volvieron de nuevo a obedecer al emir destituido, En realidad Yusuf IV apenas su logró imponer su autoridad en la capital y sus alrededores, y los lugares fronterizos, eran las armas castellanas las que imponían el respeto por él.
Ibn al Mawl comprendió que para asegurar su permanencia en la Alambra tenía que someter al territorio rebelde y combatir a su adversario, destruyéndolo antes que tomara la ofensiva. Pidió apoyo a los castellanos y organizó una expedición contra Málaga, acerca del resultado de esta expedición no cuentan nada las crónicas, por lo cual debió ser desafortunada ya que el Zurdo consolidó su poder definitivamente en Málaga, mientras que el de Ibn al Mawl fue cada día más débil en Granada.
El Zurdo, cuando el ambiente le fue favorable, puesto de acuerdo con sus partidarios de Granada, envió a su pariente, Muhammad el Cojo con cerca de quinientos caballeros y otros tantos peones, para que por sorpresa y con el asentamiento de los conjurados, se adueñe de la ciudad. El grito de rebelión cundió por la capital, y la medina, el albayzin y parte de la Alambra se levantaron contra el sultán, abriéndoles las puertas a Muhammad el Cojo y su gente. Ibn al Mawl quedó cercado en la Alambra con solo unos trescientos caballeros, fieles aún a él; se apresuro este a mandar emisarios pidiendo socorro a los castellanos.
Los castellanos salieron hacia Granada cuantos pudieron, a los que se les unieron unos cuatrocientos caballeros granadinos adictos a Yusuf IV; mientras tanto Yusuf se defendía en la Alambra de los ataques de el Cojo; cuando este supo que el ejército coaligado venía hacia Granada, pensando que si se mantenía en la ciudad iba a encontrarse entre dos fuegos, prefirió luchar a campo abierto, saliendo al encuentro del enemigo con los quinientos que se trajo de Málaga más los que se le unieron de Granada con un crecido número de peones.
Los dos ejércitos se avistaron en la vega. El Cojo y los suyos acometieron fuertemente a los aliados y después de una sangrienta lucha lograron ponerlos en fuga. Cuando los que resistían en la Alambra supieron la derrota de las fuerzas aliadas y advirtieron la indecisión y la cobardía del sultán, el cual ni siquiera había intentado escapar de la fortaleza y unirse a los que venían en auxilio suyo, decidieron traicionarlo y pasarse al bando contrario. Parlamentaron con el Cojo y obteniendo que perdonaría sus vidas, le abrieron las puertas de la Alambra, los cuales ocuparon sin gran esfuerzo la alcazaba y los palacios, deteniendo a Yusuf IV y a los caballeros que aún seguían con él. Seguidamente el Cojo envió emisarios a el Zurdo con la noticia de la derrota y captura de su enemigo, y este se apresuró en regresar a Granada, entrando en esta triunfalmente; subió a la Alhambra e hizo sacar a Yusuf de la prisión, lo destituyó y mandó que fuese degollado el y los treinta que le habían permanecido fieles.
De esta forma los granadinos juraron sultán a Muhammad IX ibn Nasr por tercera vez en los salones de la Alambra, esto fue a finales de Abril de 1432.
Ridwan Bannigan junto con otros personajes adictos a Yusuf IV huyeron oportunamente de Granada, refugiándose en tierras de Castilla. Las crónicas no volvieron a hablar más de él, por lo tanto suponemos que murió en Castilla, no se sabe cuando.
ARTE GUIA
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