AL-ÁNDALUS Y LOS BEREBERES
Algunas notas de historia social
15/09/1997 - Autor: Raschid Raha Ahmed - Fuente: Verde
Islam 7
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Con la siguiente
reflexión pretendemos destacar la importancia de la antropología en el análisis
histórico de los pueblos de tradición oral.
Por ejemplo,
investigando la Guerra del Rif —sacada del olvido por “Fundamentos de
Antropología” nº. 4/5 del Centro de Investigaciones Etnológicas “Angel Ganivet”
dirigido por José A. González Alcantud y por el reportaje de M. Leguineche,
Anual 21— dos prestigiosos historiadores sociales, mediante minuciosas y
detalladas indagaciones —uno, recorriendo de una cresta a otra las abruptas
montañas del Rif, rompiéndose incluso una pierna al caerse del burro,
entrevistando en su lengua autóctona a los campesinos, y otro, leyendo con
lupa, palabra tras palabra un montón de archivos inéditos que ha podido
recopilar en su despacho de Rabat— llegan a conclusiones bastante diferentes
sobre la relación del Estado respecto a las tribus del Rif.
Dos versiones
¿Quién de los dos, el
antropólogo David Montgomery Hart o el historiador Germaine Ayache, se ha
acercado más a la realidad histórica? ¿Qué fuentes historiográficas tienen más
valor y más objetividad, los documentos escritos o los archivos orales?
No queremos poner en
tela de juicio el trabajo de los historiadores, sino enfatizar que —por regla
general— estos se han centrado fundamentalmente en el estudio de las fuentes
escritas, estrechamente ligadas al espacio urbano y a la función del Estado
centralizador.
En este sentido no es
de extrañar la enorme abundancia de obras referentes al Estado Califal Omeya de
Córdoba, de los Nazaríes de Granada y de los Reinos de Taifas. Esto a fin de
cuentas es una parte de la historia, una versión oficial de la sociedad
andalusí —y norteafricana— diferente de la otra versión, que podríamos definir
muy bien con el término de “historia social”. Quiere ello decir que siempre han
existido dos grandes versiones de la historia.
La historia oficial o
de los arabistas, durante mucho tiempo ha consistido en una narración de las
sucesiones dinásticas y de las realizaciones arquitectónicas; la otra, la
social, ha sido protagonizada por las cábilas. Por un lado, una historia bien
documentada, rodeada de murallas, y por otro, la del dominio de las tribus,
poco conocida.
La ciudad-estado
Como dice Miguel
Barceló: “Que en Al-Ándalus había un estado Omeya y después unos ‘pequeños
estados’ de Taifas, nadie lo pone en duda. Que estos estados acuñaban moneda,
hacían edificios, creaban jardines, daban fiestas, alimentaban y vestían a
poetas aquiescentes e intelectuales dóciles y a ejércitos de muy diferente
tamaño, tampoco lo duda nadie. Pero que en Al-Ándalus había campesinos es mucho
más que dudoso”.
Así pues, los que
practicaban la agricultura de terrazas, los que organizaban los espacios
hidráulicos y los que intercambian sus cosechas y sus mercancías en los zocos
semanales, estaban en un plano marginal y secundario porque la ciudad, con su
función central de poder y lugar de la ortodoxia religiosa, acaparaba toda la
atención de los historiadores, que no pueden concebir la historia sin
monumentos históricos como la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba o la
Giralda de Sevilla. Pero, como subraya M. Barceló, “la ciudad-estado produce
pobres y empobrece a los campesinos” a través de una fiscalidad que, cuando se
hace insoportable, deriva rápidamente en fuente de algún conflicto social, es
decir, en un suceso histórico.
Nos podemos plantear la
siguiente pregunta: ¿es posible concebir una historia fuera de las murallas de
la ciudad-Estado? La respuesta nos viene de la mano del maestro Ibn Jaldún,
mentor de la historia social en el mundo islámico, quien puso de relieve la dinámica
historicidad de “los pueblos sin voz”, o mejor dicho, de los pueblos de
tradición oral, y más exactamente de la tradición tribal. Porque como afirma
Magali Morsy, reinsertar el fenómeno tribal en el discurso histórico, es
“restituir al término una dimensión que le fue amputada”. Añade Morsy que la
tribu no tiene sentido nada más que a partir del momento en que es considerada
como una estructura con “vocación histórica” capaz de alcanzar formas de
organización política más desarrolladas. El ejemplo más cercano de ello lo
tenemos en la revolución socio-política de las tribus del Rif, emprendida bajo
el liderazgo de Abdelkrim, quien creó todo un estado republicano en el mundo
rural sin ocupar ninguna de las ciudades de la zona: ni Melilla, ni Fes ni Tetuán.
Etnografía
Es exactamente en este
punto donde cobran especial relevancia investigaciones como el minucioso
estudio sobre la segmentariedad de una tribu, la de los Ait Waryaghar, llevado
a cabo por David M. Hart, o la “Historia Social de Al-Ándalus” de Pierre
Guichard, basadas en los datos etnográficos y en el estudio de las estructuras
antropológicas de las tribus. Si en el mundo occidental, la historia social se
fundamenta en el estudio de las clases sociales, los partidos políticos y los
sindicatos, en el mundo musulmán, su objeto de estudio lo constituye el
elemento tribal.
Al-Ándalus bereber
Respecto a la formación
de la sociedad de Al-Ándalus y a la relación entre el Estado y los campesinos,
P. Guichart identifica a un sector poblacional muy activo en dicho proceso
histórico, el de los bereberes, sobre los cuales, Jacinto Bosch Vilá escribió
esta rotunda afirmación: “la historia musulmana de España es en gran parte una
historia de los bereberes”.
A pesar de la rotunda
escasez de archivos escritos, los asentamientos y migraciones bereberes pueden
ser identificados siguiendo algunas pautas que hemos podido recoger en el
estupendo coloquio, organizado en homenaje a Guichard y coordinado por Antonio
Malpica en Granada, el pasado Mayo del 96. A saber: los topónimos referentes a
los nombres de las tribus y de las secciones tribales bereberes, incluyendo sus
formas arabizadas, las excavaciones arqueológicas —sistemas de regadío, tipos
arquitectónicos...— dirigidas por Barceló en Valencia y Mallorca, y por el
equipo de Malpica en las cordilleras de la Alpujarra y Jaén, los datos
gastronómicos como el cuscus —cocina típicamente bereber— y la falta de
hallazgos numismáticos en las pequeñas ciudades campesinas —sin murallas—
reflejo de la existencia del trueque como sistema de intercambio económico.
En definitiva, no es
nada objetivo desde el punto de vista histórico, confundir a los bereberes
norteafricanos con los árabes orientales; lo que constituye, en cierta manera
una injusticia cultural respecto a la negación de su determinante papel en la
historia social en la formación del Al Andalus. Bástenos un simple ejemplo. En
el folleto del Legado Andalusí sobre la ruta de los Almohades y Nazaríes, se
dice: “La evolución de las relaciones entre los reinos de Castilla y Granada, a
lo largo de los tres últimos siglos de presencia árabe ...”, cuando en realidad
sería más justo decir “presencia árabe-bereber”. Prosigue diciendo que “los
Almohades fueron una dinastía bereber ...” y que en la batalla de las Navas de
Tolosa, “...los árabes disponían de tropas ligeras...”
Habría que aclarar, en
este y otros casos de qué pueblos se trata, pues finalmente, el mensaje no es
claro y queda la interrogante: ¿fueron los Almohades bereberes o fueron árabes?
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