ALMANZOR
Militar cordobés
(940-1002). Tal es el nombre que en la literatura cristiana de la España
medieval responde al título honorífico al-Mansur bi-llah, el victorioso
por Allah, adoptado por el célebre Abu 'Amir Muhammad Abi ‘Amir
al-Ma'afiri. Miembro de una familia noble, aunque no ilustre, pertenecía a la
tribu yemení de Ma'afir, y podía muy bien gloriarse de su puro linaje, por
cuanto su séptimo abuelo, Abd
al-Malik, era uno de los pocos árabes que habían penetrado en España a
las órdenes de Tariq Ziyad.
Como premio a su valor
en la toma de Carteya, recibió el castillo de Torrox, a orillas del Guadiaro,
en el distrito de Algeciras, junto con las tierras que le pertenecían. Sus
descendientes, que nunca se desligaron de este primer patrimonio, tomaron luego
el patronímico de Banu Abi 'Amir, y, viviendo principalmente de la renta de
aquellas posesiones, se sintieron más inclinados a las letras que a las armas,
llegando algunos de ellos a ser notables jurisconsultos y a desempeñar, en
ocasiones, el cargo de cadies. El mismo padre de Almanzor se distinguió como
teólogo tradicionalista y hombre piadoso; se llamaba Abd Allah Abi 'Amir, y murió en
Trípoli de Berbería, al regresar de la peregrinación a la Meca, en los últimos
años del reinado de Abd al-Rahman III.
Su mujer, de la que
nació Almanzor y su segundo hermano, Yahya, llamábase Burayha,
hija del magistrado Yahya
al-Tamimi, por sobrenombre Ibn Bartal, de la tribu de Tamin. Siendo aún
muy joven, se trasladó Ibn Abi 'Amir a la ciudad de Córdoba, con objeto de
realizar allí sus estudios bajo la tutela de sus tíos paternos y maternos. Tres
fueron sus principales maestros: el tradicionalista Abu Bakr Muawiya fue su preceptor
en materias jurídicas, mientras el célebre literato Abu Ali al-Qalí y Abu Baker al-Qutiyya le
descubrían los secretos de la lengua árabe. Su inteligencia nada común secundada
por una proverbial tenacidad, le habrían deparado un halagüeño porvenir, lo
mismo en los círculos literarios que entre los propios alfaquíes. Pero su
ambición de empujaba por otro camino: desde su juventud concibió la idea de ser
primer ministro, y dotado de gran talento, fecundo en recursos, firme y
audaz, prudente y poco escrupuloso de los medios para conseguir un fin
brillante, podía, sin presunción, pretenderlo todoDozy, Hist. des Mus. d'Espagne,
2. ed., II, págs. 189-90.
Aparte estos primeros años de formación podemos
señalar en la vida de Ibn Abi 'Amir dos períodos perfectamente caracterizados,
que, si bien se ofrecen desiguales en su duración temporal y en el alcance de
sus consecuencias político-militares, pueden, sin embargo, considerarse como
dos etapas consecutivas de una trayectoria claramente definida Ambos periodos
pudieran muy bien denominarse lucha por el poder y reinado,
tomando esta última palabra en lo que tiene de contenido efectivo y no
simplemente en su aspecto jurídico.
Pero antes de pasar adelante, juzgamos necesario hacer
una observación de carácter general en torno a las fuentes de que hoy
disponemos para estudiar la vida y actuación de Almanzor. En cuanto a la
historiografía cristiana, puede afirmarse que deja en el ánimo del lector la
impresión de un sistemático empeño en hablar tan solo lo estrictamente
imprescindible de un adversario tan poderoso e implacable.
La documentación árabe
hasta ahora conocida sobre la España musulmana en tiempos de Almanzor es
también mucho menos abundante y explícita que la que poseemos sobre al-Andalus
en los dos primeros tercios del siglo X; pero refiriéndonos concretamente a la
vida pública de Ibn Abi ‘Amir, el valor histórico de las fuentes se ofrece muy
desigual, pues, mientras narran con minuciosidad, a veces prolija, las variadas
circunstancias que le permitieron escalar las últimas cumbres del poder, se
muestran excesivamente parcas en lo que respecta a las múltiples actividades
del dictador 'amirí hasta el momento de su muerte. Puede afirmarse, en resumen,
que en cuanto a la época de Almanzor, no ha variado sensiblemente, salvo
ligeras modificaciones, el cuadro general trazado por DozyHist. des Mus. d'Esp., II,
págs. 186-275, y reproducido por Lévi-Provençal en su reciente Historia de la España
musulmana, traducida por García GómezHistoria de España, dirigida
por Ramón Menéndez Pidal, t. IV, Madrid, 1950, págs. 397-437.
La lucha por el poder
Los límites del primer
período en la vida de Almanzor, que hemos calificado de lucha por el
poder, deIbn fijarse entre los años 964-981. Tras haberse consagrado por algún
tiempo a redactar memoriales e instancias a las puertas del Alcázar, viviendo
del mediocre salario de un escribano público, entró como empleado subalterno al
servicio del cadí supremo de Córdoba, Muhammad al-Salim, quien lo presentó al primer dignatario del
Estado, el visir al-Mushafí,
decidiendo con ello la futura suerte del joven Ibn Abi 'Amir. En 967 es
nombrado intendente de los bienes del príncipe Abd al- Rahman, hijo de al-Hakam II y de Subh la Vascona (la Aurora
de Dozy), agregándosele
siete meses después el bien remunerado cargo de director de la ceca.
A fines de 968 es
designado tesorero y curador de las sucesiones vacantes, luego cadí de Sevilla
y Niebla, y en 970, a la muerte del niño Abd al-Rahman, se le confía la administración de los bienes
patrimoniales del príncipe heredero Hisham. A causa de cierta
denuncia por malversación de fondos públicos, se vio seriamente comprometido el
porvenir del joven intendente; pero gracias a la generosidad de su amigo el
visir Ibn Hudayr logró
salvar este escollo y continuó disfrutando de la plena confianza de al-Hakam II, que, en 972, le
confirió la magistratura de la Shurta media, viniendo a ser de
este modo uno de los primeros dignatarios de la capital.
El antiguo escribano público,
poseedor ya de una considerable fortuna, estimó llegado el momento de
construirse en el barrio de al Rusafa una suntuosa residencia, donde pudiese
vivir conforme a la dignidad de su rango y obsequiar espléndidamente al ya
nutrido círculo de sus amistades. Al enjuiciar la vertiginosa rapidez con que
Ibn Abi ‘Amir se remontó en esta primera etapa de su ascensión, no puede
olvidarse la protección enérgica y eficaz que le dispensó Subh, la gran princesa (al-sayyida
al-kubra), como se la designaba oficialmente, incluso pueden sospecharse
relaciones amorosas entre ambos, apoyándose en reticencias, y aun ciertas
insinuaciones, de algunos cronistas árabes.
Lo que ahora juzgaba
imprescindible el ya poderoso valido, era entablar relaciones con los
generales del ejército; y el desarrollo de los acontecimientos en el litoral
norteafricano iba a depararle semejante oportunidad, pudiendo tratar
personalmente al veterano Galib,
comandante en jefe de la frontera media, que recibió orden de pasar el Estrecho
con lo mejor de las tropas españolas y hacer la guerra al idrisí al-Hasan Gannun, a quien por fin logró
reducir en su castillo de Hachar al-Nasr, roca de las águilas, trayéndole
prisionero a Córdoba. Ibn Abi 'Amir, que acompañó a Galib en calidad de inspector de
los fondos destinados a la campaña, supo conciliar a maravilla su interés
personal con el deber que le imponía su cargo, granjeándose el aprecio de todo
el ejército e iniciando, además, su primer contacto personal con los príncipes
africanos y los jefes de las tribus bereberes, que luego habrían de prestarle
no poca utilidad en las ulteriores realizaciones de su política africanista.
La muerte de al-Hakam II, ocurrida el 1 de
octubre de 976, brindó a Ibn Abi Amir la ocasión de apuntarse un nuevo triunfo
en su carrera política, al intervenir personalmente, de acuerdo con el primer
ministro al-Mushafi, en la
violenta eliminación de al-Mugira,
joven hermano del finado monarca y candidato apoyado por los dos
influyentes Fa‘iq al-Nizami y Chawdhar. El aún niño Hisham II fue solemnemente
entronizado al día siguiente de morir su padre, siendo el propio Ibn Abi Amir
el encargado de redactar el acta de la investidura y recibir el juramento de
las diversas clases del pueblo, luego que lo hubieron hecho los altos
dignatarios del Estado ante el cadí supremo Ibn al-Salim.
A partir de este
momento, al-Mushafi e
Ibn Abi Amir se constituyen en tutores políticos de Hisham II e inauguran una
especie de duumvirato, eficazmente apoyado por la gran princesaSubh, madre del soberano. Reanudada la
lucha con los cristianos, que habían advertido el revuelo producido a la muerte
de al-Hakam II, Ibn Abi ‘Amir se pone
al frente del ejército y va a sitiar el castillo de al-Hamma, hoy los Baños, en
la actual provincia de Salamanca, de cuyo arrabal se apodera, cogiendo un
cuantioso botín y numerosos prisioneros. La victoria, sin ser importante, causó
gran alegría en la capital y aumentó la simpatía de los jefes militares hacia
el improvisado caudillo, que ya ostentaba el título de visir desde el 7 de
octubre de 976.
Solamente se interponía
ahora un postrer obstáculo en su triunfante carrera; el háchib al-Mushafí, hombre de origen oscuro y
no muy sobrados alcances, que, por diversos motivos, se había concitado la
animosidad de los altos dignatarios y, lo que era más decisivo, el menosprecio
del jefe de la frontera media. Ibn Abi 'Amir, con una de sus más audaces
maniobras, logra desarticular enteramente los planes de acercamiento entre
ambos personajes, obteniendo para sí la mano de Asmá, hija de Galib,
cuando por un contrato matrimonial, ya extendido, se había otorgado a uno de
los hijos de al-Mushafí.
Esto y el que poco
antes se hubiese arrogado el título de prefecto de la capital (sahib
al-madina), en ausencia y con ignorancia del que hasta entonces lo
desempeñaba, uno de los hijos del háchib, hizo a este percatarse de la crítica
situación en que se hallaba. Efectivamente, el 29 de marzo de 978 era
destituido y puesto en prisión, donde parece fue estrangulado o envenenado en
983. Huelga decir que el mismo día de su caída pasó a Ibn Abi 'Amir el título
de háchib, con las correspondientes prerrogativas.
Los tres años
siguientes constituyen en su vida un período de transición, durante el cual va
preparando cuidadosamente el golpe definitivo: en el orden político, hace
fracasar una peligrosa conjuración, que, apoyada por el gran oficial eslavoChawdhar, por algunos dignatarios de la capital y también por
el célebre poeta Yusuf Harun
al-Ramadí, intentaba asesinar al pequeño califa y colocar en el trono
a Abd al-Rahman Ubayd Allah,
nieto de 'Abd al-Rahman III; bajo el aspecto religioso, procura atraerse a los alfaquíes, dando
muestras de una piedad algo dudosa, y, sobre todo, ordenando un lamentable
expurgo en la biblioteca de al Hakam II, que fue despojada de
casi todos los libros de filosofía, astronomía y otras ciencias, consideradas
por la gran masa del pueblo como sospechosas o ilícitas.
En cuanto a su residencia, juzgó asimismo necesario
Ibn Abi Amir introducir alguna modificación: ya se había trasladado desde su
villa de al-Rusafa a otra más amplia, denominada, conforme a su propio
patronímico, al-'Amiriyya, en las proximidades de Madinat al Zahra; mas no
satisfecho todavía, hizo construir en las inmediaciones de la capital una
especie de ciudad administrativa, llamada al-Madina al-Zahira, la ciudad
brillante, cuya efímera existencia apenas sobrepasó los seis lustros.
El reinado
A partir de 981,
Almanzor se constituye en árbitro absoluto del califato, tanto en el orden
político como en el militar y administrativo, iniciando su reinado de
hecho, mediante una declaración de Hisham II —hábilmente
preparada—, en la que el inepto califa anunciaba su propósito de consagrarse
por completo a ejercicios de piedad y otorgaba al háchib Ibn Abi 'Amir una
delegación absoluta para todas las funciones de gobierno.
Entre las múltiples facetas de su prodigiosa actividad
durante este último período de su vida vamos a destacar principalmente tres de
sus directrices fundamentales: orden interno, guerra santa y política
africanista.
En cuanto al primer
aspecto, un obstáculo de considerable importancia tenía aún que salvar nuestro
háchib, si deseaba consolidar su nueva posición: la resistencia de Galib, quien profundamente reconocido
a la dinastía omeya, estimaba ilegal la actuación de Almanzor. Esto dio motivo
a que las relaciones entre el nuevo dictador y su suegro se fuesen agriando
progresivamente hasta que, tras algunas alternativas, se enfrentaron, cada uno
con su ejército, ante el castillo de San Vicente, cerca de Atienza (10 de julio
de 981). La suerte fue adversa al anciano Galib, el cual, no obstante su increíble temeridad, resultó muerto
en la refriega, al igual que su aliado el príncipe Ramiro, hijo del rey de Pamplona Sancho Garcés II, mientras el conde de
Castilla, Garci Fernández, pudo salvarse en la
huida.
La desaparición del
emérito Galib viene a
despejar definitivamente los horizontes a la insaciable ambición del dictador
cordobés, quien en adelante se verá tan solo inquietado por dos conatos de
conjuración: el primero (989), dirigido por el marwani Abd Allah Abd al-Aziz -más
conocido por su apodo romance de Piedra Seca- y apoyado por el jefe
de la Marca superior, 'Abd
al-Rahman Mutarrif quienes habían prometido a un joven hijo de
Almanzor, Abd Allah, el
puesto de su padre; el segundo (996), inspirado por la madre de Hisham, cuyo afecto hacia Ibn
Abi Amir se había trocado en odio implacable fue una débil tentativa del
abúlico soberano para recobrar su poder efectivo y liquidar la regencia de
Almanzor.
Pero este hizo
desautorizar a la gran princesa por un Consejo de gobierno, y no
vaciló en sacrificar a su propio hijo, que hubo de entregarle el conde de
Castilla, Garci Fernández, destituyendo a Ibn Mutarrif y encerrando en un
calabozo, donde murió, a 'Abd
AllahPiedra Seca, entregado por el rey de León, Vermudo II. Aparte estas ligeras tentativas,
puede decirse que al-Andalus, durante el mandato de Ibn Abi Amir,
disfrutó de una envidiable tranquilidad y de una vida altamente próspera en
todos los órdenes, lo mismo en las ciudades que en el campo.
En cuanto a la guerra
santa (chihad), la causa primordial de las múltiples y resonantes victorias de
Almanzor contra los diversos Estados de la España cristiana, ha de buscarse en
la total reorganización del ejército que él inició poco después de ser nombrado
háchib, con el doble propósito de eliminar a Galib y alcanzar éxitos militares que, aumentando su
prestigio, le asegurasen indefinidamente el poder. En poco más de veinte años,
emprendió unas cincuenta expediciones contra los territorios cristianos, siendo
por ahora sumamente incompleta la información que sobre ella poseemos.
La batalla
anteriormente aludida, en la que fue derrotado y muerto el general Galib, dio motivo a Ibn Abi 'Amir para
realizar la primera incursión victoriosa contra los aliados de aquel, el conde
de Castilla Garci Fernández y Sancho Abarca de Pamplona, al
igual que contra el joven rey de León, Ramiro III, que habría enviado
refuerzos al jefe de la Marca media. Zamora fue saqueada, aunque su ciudadela
logró resistir el asalto del general Piedra Seca, anteriormente
aludido.
Muy poco después
(agosto de 981), hubo de reanudar Almanzor la campaña, al tener noticia de una
alianza defensiva concertada entre los tres caudillos cristianos, que fueron
nuevamente derrotados en Rueda, al oeste de Simancas, plaza esta última que
también fue tomada y arrasada. Se encaminó luego Ibn Abi 'Amir hacia la ciudad
de León, a cuyas puertas llegó triunfalmente, viéndose precisado a suspender el
ataque a causa de una tormenta, Al regresar de esta expedición fue cuando tomó
el título honorífico de al-Mansur bi-llah, que debía pronunciarse en todas
las mezquitas andaluzas después del nombre de Hisham II, ordenando, además, el
protocolo de sus audiencias conforme a las normas de la etiqueta regia.
Las incursiones de
Almanzor en el reino leonés provocaron la sustitución del joven Ramiro III por uno de sus
primos hermanos, Vermudo II, hijo de Ordoño III, que, tras la muerte
de su competidor, concertó un tratado con el dictador cordobés, de quien
obtuvo, sin duda, a cambio de un fuerte tributo anual, la ciudad de Zamora y el
envío de un ejército musulmán, con cuya ayuda pudiese reducir a la obediencia a
ciertos nobles que aún rehusaron reconocerlo por soberano. Este fue el momento
elegido por Almanzor para emprender su gran expedición contra Barcelona,
capital de la Marca hispánica, ante cuyos muros llegaron las tropas cordobesas
el 1 de julio de 985, tras una victoriosa correría por tierras de Levante,
mientras una escuadra musulmana anclaba frente a la ciudad, la cual, seis días
después, era tomada e incendiada, quedando muertos o cautivos la casi totalidad
de sus habitantes.
En 987, queriendo Vermudo II sacudir el yugo
de Almanzor, y tras vanas reclamaciones para que fuese retirado el ejército musulmán
de ocupación, se decidió a romper las relaciones con el 'amiri; pero este,
reaccionando al instante, ocupó Coimbra, que fue totalmente devastada, y en una
segunda campaña (988) se apoderó de León y Zamora, abandonadas sucesivamente
por el monarca leonés.
Al lado de esta lucha
sin cuartel contra los pueblos del norte de la Península, hemos de recordar
como caso curioso, aunque no único en la historia de al-Andalus, el doble
matrimonio de Almanzor con princesas cristianas: primeramente, con una hija de Sancho Garcés II, conocida entre los
cronistas árabes por Abda la vascona,
que fue madre de Abd al-Rahman, a quien daba
familiarmente el nombre de Sanchuelo, en recuerdo de su
propio padre; luego, con una hija del rey Vermudo II, identificada
por Dozy con la Teresa o Tarasia que aparece en la crónica
de Pelayo de Oviedo.
En 997 realiza Almanzor
su más terrible y famosa expedición contra la España cristiana, llevando sus
armas victoriosas hasta el extremo noroeste de la Península y destruyendo
Santiago de Compostela, considerada por los mismos cronistas árabes como uno de
los santuarios más venerados de la cristiandad medieval. De esta expedición
poseemos afortunadamente una relación de fuente árabe bastante completa en elBayan de Ibn Idhar 1. II, págs. 316-331 del texto; 11 traducción
francesa de Fagnan, Argel, 1904, 91-98, ampliamente utilizada
por Dozy y extractada
por Lévi-Provençal en
su reciente Historia.
En el verano del año
1000, emprende Almanzor la expedición llamada de Cervera, para desbaratar una
coalición anti musulmana dirigida por el conde de Castilla Sancho García. Fue esta una de las
contadas ocasiones en que, si no fuera por la perspicacia y habilidad del
caudillo andaluz, la campana hubiera constituido un desastre para las armas
cordobesas, que, victoriosas por una estratagema de última hora, tomaron la
ciudad de Burgos, capital del conde castellano, tras una veloz correría por
Zaragoza.
A comienzos del verano de 1002, tuvo lugar la última
campaña de Almanzor contra la España cristiana. Únicamente sabemos que sus
tropas llegaron a Canales, unos 50 kilómetros al sudoeste de Nájera, y que,
prosiguiendo su camino hacia Burgos, saquearon el monasterio de San Millán de
la Cogolla. Al regresar de esta expedición, murió Almanzor en Medinaceli, durante
la noche del 10 al 11 de agosto del citado año, siendo sepultado, por
indicación suya, en el patio del Alcázar de dicha ciudad. Una sencilla
inscripción de dos versos recordaba su gloria imperecedera como defensor de la
fe y de las fronteras del Islam.
La inesperada muerte de
Almanzor dio origen a una leyenda muy difundida, según la cual el gran caudillo
musulmán habría sido derrotado en Calatañazor como castigo de Dios por la
destrucción de Santiago de Compostela; pero ya Dozy negó la autenticidad de este relato, no obstante la
afirmación de los cronistas Lucas
de Tuy y Rodrigo de
Toledo. Recientemente, donRamón Menéndez Pidal Historia y
epopeya, págs. 21 y 22, califica dicha batalla de completo
anacronismo, aunque fundamentalmente cree descubrir el origen de la leyenda en
la actitud agresiva del conde Sancho García, cuyos pequeños éxitos
habría amplificado progresivamente la epopeya castellana.
Política norteafricana
Por no interrumpir las
actividades de Almanzor contra la España cristiana, y aun a costa de invertir
el orden cronológico, hemos relegado a esta última parte su política
norteafricana, sobre la cual nos hallamos hoy bastante bien informados, gracias
a que el anónimo autor de la compilación sobre los fastos de la nación
bereberMafajir al-Barbar, redactada en 1312, tuvo la feliz idea de reproducir
íntegramente el capítulo en que Ibn
Hayyan estudia las relaciones entre Córdoba y el norte de África en
la época del califato hispano-omeyaLévi-Pro vençal, Fragments
historiques sur les Berbères au moyen âge, Rabat, 1934, págs. 15-36.
Esta actuación
africanista de Almanzor venía a continuar la política iniciada ya por Abd al-Rahman III para prevenirse
contra el peligro fatimí, a lo que viene a añadirse ahora la necesidad de
mercenarios norteafricanos para las repetidas campañas emprendidas por el
dictador contra la cristiandad hispánica. En el desarrollo de esta política
cabe distinguir dos etapas, que pudieran muy bien calificarse
de equilibrio y virreinato.
En la primera, aparte
la conquista de Sichilmasa por el Magrawí
Jazrun Falful (980), galardonado por la cancillería andaluza con el
gobierno de aquella región, merecen destacarse dos momentos de verdadero
peligro para los planes del 'amirí, quien hubo de trasladarse personalmente a
Algeciras para seguir más de cerca el desarrollo de los acontecimientos:
primero, debido a la campaña de Buluggin
Zirí, soberano de Ifriquiya, que llegó hasta las proximidades de Ceuta,
sin atreverse, empero, a atacar la ciudad por temor a la escuadra omeya mandada
por Chafar Hamdun (980);
luego (985), para reprimir la sublevación del idrisí al-Hasan Gannun, que fue derrotado y
enviado a Córdoba por un primo paterno del dictador, Amr Abd Allah, llamado Asqalacha.
A esto sigue toda una serie de maniobras de carácter más bien político, a fin
de contrarrestar la defección de algunos jefes indígenas con la atracción de
otros, procurando siempre conservar cierto equilibrio, dentro de la
inestabilidad general.
La segunda etapa se
inicia con la sublevación del magrawí Ziri Ativa, vencido, finalmente (998), por uno de los mejores
generales de Almanzor, el gran oficial eslavo Wadih, comandante en jefe de la
frontera media. Ibn Abi Amir volvió personalmente a Algeciras, desde donde
envió a su hijo Abd al-Malik con nuevos
refuerzos. El joven amirí logró entrar en Fez, donde se instaló como un
auténtico virrey, hasta que su padre lo llamó de nuevo a España (999),
reemplazándolo por Wadih —que
se había reintegrado a su puesto de la frontera—, a quien sucedieron otros
jefes andaluces en el gobierno de Marruecos hasta la muerte de Almanzor.
Terminaremos con las
palabras de Dozy, que aún
conservan sustancialmente su valor: el dictador cordobés hubiera sido uno
de los grandes príncipes del mundo, de haber nacido sobre las gradas del trono;
pero habiendo visto la luz en una vieja casa provinciana, se vio obligado, para
llegar al fin de su ambición, a abrirse camino a través de mil obstáculos, y se
le debe reprochar que, al tratar de vencerlos, rara vez se ocupase de la
legitimidad de los medios. Era, bajo muchos aspectos, un gran hombre, y, sin
embargo, por poco que se respeten los principios eternos de la moral, es
imposible amarlo y muy difícil admirarloHist. der Mus. d'Espagne, II,
pág. 275.
CABANELAS, Darío, Diccionario de
Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista
de Occidente, 1969, T. A-E, págs. 170-175.
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