lunes, 6 de abril de 2020

ALMANZOR


ALMANZOR

Militar cordobés (940-1002). Tal es el nombre que en la literatura cristiana de la España medieval responde al título honorífico al-Mansur bi-llah, el victorioso por Allah, adoptado por el célebre Abu 'Amir Muhammad Abi ‘Amir al-Ma'afiri. Miembro de una familia noble, aunque no ilustre, pertenecía a la tribu yemení de Ma'afir, y podía muy bien gloriarse de su puro linaje, por cuanto su séptimo abuelo, Abd al-Malik, era uno de los pocos árabes que habían penetrado en España a las órdenes de Tariq Ziyad.
Como premio a su valor en la toma de Carteya, recibió el castillo de Torrox, a orillas del Guadiaro, en el distrito de Algeciras, junto con las tierras que le pertenecían. Sus descendientes, que nunca se desligaron de este primer patrimonio, tomaron luego el patronímico de Banu Abi 'Amir, y, viviendo principalmente de la renta de aquellas posesiones, se sintieron más inclinados a las letras que a las armas, llegando algunos de ellos a ser notables jurisconsultos y a desempeñar, en ocasiones, el cargo de cadies. El mismo padre de Almanzor se distinguió como teólogo tradicionalista y hombre piadoso; se llamaba Abd Allah Abi 'Amir, y murió en Trípoli de Berbería, al regresar de la peregrinación a la Meca, en los últimos años del reinado de Abd al-Rahman III.
Su mujer, de la que nació Almanzor y su segundo hermano, Yahya, llamábase Burayha, hija del magistrado Yahya al-Tamimi, por sobrenombre Ibn Bartal, de la tribu de Tamin. Siendo aún muy joven, se trasladó Ibn Abi 'Amir a la ciudad de Córdoba, con objeto de realizar allí sus estudios bajo la tutela de sus tíos paternos y maternos. Tres fueron sus principales maestros: el tradicionalista Abu Bakr Muawiya fue su preceptor en materias jurídicas, mientras el célebre literato Abu Ali al-Qalí y Abu Baker al-Qutiyya le descubrían los secretos de la lengua árabe. Su inteligencia nada común secundada por una proverbial tenacidad, le habrían deparado un halagüeño porvenir, lo mismo en los círculos literarios que entre los propios alfaquíes. Pero su ambición de empujaba por otro camino: desde su juventud concibió la idea de ser primer ministro, y dotado de gran talento, fecundo en recursos, firme y audaz, prudente y poco escrupuloso de los medios para conseguir un fin brillante, podía, sin presunción, pretenderlo todoDozy, Hist. des Mus. d'Espagne, 2. ed., II, págs. 189-90.
Aparte estos primeros años de formación podemos señalar en la vida de Ibn Abi 'Amir dos períodos perfectamente caracterizados, que, si bien se ofrecen desiguales en su duración temporal y en el alcance de sus consecuencias político-militares, pueden, sin embargo, considerarse como dos etapas consecutivas de una trayectoria claramente definida Ambos periodos pudieran muy bien denominarse lucha por el poder y reinado, tomando esta última palabra en lo que tiene de contenido efectivo y no simplemente en su aspecto jurídico.
Pero antes de pasar adelante, juzgamos necesario hacer una observación de carácter general en torno a las fuentes de que hoy disponemos para estudiar la vida y actuación de Almanzor. En cuanto a la historiografía cristiana, puede afirmarse que deja en el ánimo del lector la impresión de un sistemático empeño en hablar tan solo lo estrictamente imprescindible de un adversario tan poderoso e implacable.
La documentación árabe hasta ahora conocida sobre la España musulmana en tiempos de Almanzor es también mucho menos abundante y explícita que la que poseemos sobre al-Andalus en los dos primeros tercios del siglo X; pero refiriéndonos concretamente a la vida pública de Ibn Abi ‘Amir, el valor histórico de las fuentes se ofrece muy desigual, pues, mientras narran con minuciosidad, a veces prolija, las variadas circunstancias que le permitieron escalar las últimas cumbres del poder, se muestran excesivamente parcas en lo que respecta a las múltiples actividades del dictador 'amirí hasta el momento de su muerte. Puede afirmarse, en resumen, que en cuanto a la época de Almanzor, no ha variado sensiblemente, salvo ligeras modificaciones, el cuadro general trazado por DozyHist. des Mus. d'Esp., II, págs. 186-275, y reproducido por Lévi-Provençal en su reciente Historia de la España musulmana, traducida por García GómezHistoria de España, dirigida por Ramón Menéndez Pidal, t. IV, Madrid, 1950, págs. 397-437.
La lucha por el poder
Los límites del primer período en la vida de Almanzor, que hemos calificado de lucha por el poder, deIbn fijarse entre los años 964-981. Tras haberse consagrado por algún tiempo a redactar memoriales e instancias a las puertas del Alcázar, viviendo del mediocre salario de un escribano público, entró como empleado subalterno al servicio del cadí supremo de Córdoba, Muhammad al-Salim, quien lo presentó al primer dignatario del Estado, el visir al-Mushafí, decidiendo con ello la futura suerte del joven Ibn Abi 'Amir. En 967 es nombrado intendente de los bienes del príncipe Abd al- Rahman, hijo de al-Hakam II y de Subh la Vascona (la Aurora de Dozy), agregándosele siete meses después el bien remunerado cargo de director de la ceca.
A fines de 968 es designado tesorero y curador de las sucesiones vacantes, luego cadí de Sevilla y Niebla, y en 970, a la muerte del niño Abd al-Rahman, se le confía la administración de los bienes patrimoniales del príncipe heredero Hisham. A causa de cierta denuncia por malversación de fondos públicos, se vio seriamente comprometido el porvenir del joven intendente; pero gracias a la generosidad de su amigo el visir Ibn Hudayr logró salvar este escollo y continuó disfrutando de la plena confianza de al-Hakam II, que, en 972, le confirió la magistratura de la Shurta media, viniendo a ser de este modo uno de los primeros dignatarios de la capital.
El antiguo escribano público, poseedor ya de una considerable fortuna, estimó llegado el momento de construirse en el barrio de al Rusafa una suntuosa residencia, donde pudiese vivir conforme a la dignidad de su rango y obsequiar espléndidamente al ya nutrido círculo de sus amistades. Al enjuiciar la vertiginosa rapidez con que Ibn Abi ‘Amir se remontó en esta primera etapa de su ascensión, no puede olvidarse la protección enérgica y eficaz que le dispensó Subh, la gran princesa (al-sayyida al-kubra), como se la designaba oficialmente, incluso pueden sospecharse relaciones amorosas entre ambos, apoyándose en reticencias, y aun ciertas insinuaciones, de algunos cronistas árabes.
Lo que ahora juzgaba imprescindible el ya poderoso valido, era entablar relaciones con los generales del ejército; y el desarrollo de los acontecimientos en el litoral norteafricano iba a depararle semejante oportunidad, pudiendo tratar personalmente al veterano Galib, comandante en jefe de la frontera media, que recibió orden de pasar el Estrecho con lo mejor de las tropas españolas y hacer la guerra al idrisí al-Hasan Gannun, a quien por fin logró reducir en su castillo de Hachar al-Nasr, roca de las águilas, trayéndole prisionero a Córdoba. Ibn Abi 'Amir, que acompañó a Galib en calidad de inspector de los fondos destinados a la campaña, supo conciliar a maravilla su interés personal con el deber que le imponía su cargo, granjeándose el aprecio de todo el ejército e iniciando, además, su primer contacto personal con los príncipes africanos y los jefes de las tribus bereberes, que luego habrían de prestarle no poca utilidad en las ulteriores realizaciones de su política africanista.
La muerte de al-Hakam II, ocurrida el 1 de octubre de 976, brindó a Ibn Abi Amir la ocasión de apuntarse un nuevo triunfo en su carrera política, al intervenir personalmente, de acuerdo con el primer ministro al-Mushafi, en la violenta eliminación de al-Mugira, joven hermano del finado monarca y candidato apoyado por los dos influyentes Fa‘iq al-Nizami y Chawdhar. El aún niño Hisham II fue solemnemente entronizado al día siguiente de morir su padre, siendo el propio Ibn Abi Amir el encargado de redactar el acta de la investidura y recibir el juramento de las diversas clases del pueblo, luego que lo hubieron hecho los altos dignatarios del Estado ante el cadí supremo Ibn al-Salim.
A partir de este momento, al-Mushafi e Ibn Abi Amir se constituyen en tutores políticos de Hisham II e inauguran una especie de duumvirato, eficazmente apoyado por la gran princesaSubh, madre del soberano. Reanudada la lucha con los cristianos, que habían advertido el revuelo producido a la muerte de al-Hakam II, Ibn Abi ‘Amir se pone al frente del ejército y va a sitiar el castillo de al-Hamma, hoy los Baños, en la actual provincia de Salamanca, de cuyo arrabal se apodera, cogiendo un cuantioso botín y numerosos prisioneros. La victoria, sin ser importante, causó gran alegría en la capital y aumentó la simpatía de los jefes militares hacia el improvisado caudillo, que ya ostentaba el título de visir desde el 7 de octubre de 976.
Solamente se interponía ahora un postrer obstáculo en su triunfante carrera; el háchib al-Mushafí, hombre de origen oscuro y no muy sobrados alcances, que, por diversos motivos, se había concitado la animosidad de los altos dignatarios y, lo que era más decisivo, el menosprecio del jefe de la frontera media. Ibn Abi 'Amir, con una de sus más audaces maniobras, logra desarticular enteramente los planes de acercamiento entre ambos personajes, obteniendo para sí la mano de Asmá, hija de Galib, cuando por un contrato matrimonial, ya extendido, se había otorgado a uno de los hijos de al-Mushafí.
Esto y el que poco antes se hubiese arrogado el título de prefecto de la capital (sahib al-madina), en ausencia y con ignorancia del que hasta entonces lo desempeñaba, uno de los hijos del háchib, hizo a este percatarse de la crítica situación en que se hallaba. Efectivamente, el 29 de marzo de 978 era destituido y puesto en prisión, donde parece fue estrangulado o envenenado en 983. Huelga decir que el mismo día de su caída pasó a Ibn Abi 'Amir el título de háchib, con las correspondientes prerrogativas.
Los tres años siguientes constituyen en su vida un período de transición, durante el cual va preparando cuidadosamente el golpe definitivo: en el orden político, hace fracasar una peligrosa conjuración, que, apoyada por el gran oficial eslavoChawdhar, por algunos dignatarios de la capital y también por el célebre poeta Yusuf Harun al-Ramadí, intentaba asesinar al pequeño califa y colocar en el trono a Abd al-Rahman Ubayd Allah, nieto de 'Abd al-Rahman III; bajo el aspecto religioso, procura atraerse a los alfaquíes, dando muestras de una piedad algo dudosa, y, sobre todo, ordenando un lamentable expurgo en la biblioteca de al Hakam II, que fue despojada de casi todos los libros de filosofía, astronomía y otras ciencias, consideradas por la gran masa del pueblo como sospechosas o ilícitas.
En cuanto a su residencia, juzgó asimismo necesario Ibn Abi Amir introducir alguna modificación: ya se había trasladado desde su villa de al-Rusafa a otra más amplia, denominada, conforme a su propio patronímico, al-'Amiriyya, en las proximidades de Madinat al Zahra; mas no satisfecho todavía, hizo construir en las inmediaciones de la capital una especie de ciudad administrativa, llamada al-Madina al-Zahira, la ciudad brillante, cuya efímera existencia apenas sobrepasó los seis lustros.
El reinado
A partir de 981, Almanzor se constituye en árbitro absoluto del califato, tanto en el orden político como en el militar y administrativo, iniciando su reinado de hecho, mediante una declaración de Hisham II —hábilmente preparada—, en la que el inepto califa anunciaba su propósito de consagrarse por completo a ejercicios de piedad y otorgaba al háchib Ibn Abi 'Amir una delegación absoluta para todas las funciones de gobierno.
Entre las múltiples facetas de su prodigiosa actividad durante este último período de su vida vamos a destacar principalmente tres de sus directrices fundamentales: orden interno, guerra santa y política africanista.
En cuanto al primer aspecto, un obstáculo de considerable importancia tenía aún que salvar nuestro háchib, si deseaba consolidar su nueva posición: la resistencia de Galib, quien profundamente reconocido a la dinastía omeya, estimaba ilegal la actuación de Almanzor. Esto dio motivo a que las relaciones entre el nuevo dictador y su suegro se fuesen agriando progresivamente hasta que, tras algunas alternativas, se enfrentaron, cada uno con su ejército, ante el castillo de San Vicente, cerca de Atienza (10 de julio de 981). La suerte fue adversa al anciano Galib, el cual, no obstante su increíble temeridad, resultó muerto en la refriega, al igual que su aliado el príncipe Ramiro, hijo del rey de Pamplona Sancho Garcés II, mientras el conde de Castilla, Garci Fernández, pudo salvarse en la huida.
La desaparición del emérito Galib viene a despejar definitivamente los horizontes a la insaciable ambición del dictador cordobés, quien en adelante se verá tan solo inquietado por dos conatos de conjuración: el primero (989), dirigido por el marwani Abd Allah Abd al-Aziz -más conocido por su apodo romance de Piedra Seca- y apoyado por el jefe de la Marca superior, 'Abd al-Rahman Mutarrif quienes habían prometido a un joven hijo de Almanzor, Abd Allah, el puesto de su padre; el segundo (996), inspirado por la madre de Hisham, cuyo afecto hacia Ibn Abi Amir se había trocado en odio implacable fue una débil tentativa del abúlico soberano para recobrar su poder efectivo y liquidar la regencia de Almanzor.
Pero este hizo desautorizar a la gran princesa por un Consejo de gobierno, y no vaciló en sacrificar a su propio hijo, que hubo de entregarle el conde de Castilla, Garci Fernández, destituyendo a Ibn Mutarrif y encerrando en un calabozo, donde murió, a 'Abd AllahPiedra Seca, entregado por el rey de León, Vermudo II. Aparte estas ligeras tentativas, puede decirse que al-Andalus, durante el mandato de Ibn Abi Amir, disfrutó de una envidiable tranquilidad y de una vida altamente próspera en todos los órdenes, lo mismo en las ciudades que en el campo.
En cuanto a la guerra santa (chihad), la causa primordial de las múltiples y resonantes victorias de Almanzor contra los diversos Estados de la España cristiana, ha de buscarse en la total reorganización del ejército que él inició poco después de ser nombrado háchib, con el doble propósito de eliminar a Galib y alcanzar éxitos militares que, aumentando su prestigio, le asegurasen indefinidamente el poder. En poco más de veinte años, emprendió unas cincuenta expediciones contra los territorios cristianos, siendo por ahora sumamente incompleta la información que sobre ella poseemos.
La batalla anteriormente aludida, en la que fue derrotado y muerto el general Galib, dio motivo a Ibn Abi 'Amir para realizar la primera incursión victoriosa contra los aliados de aquel, el conde de Castilla Garci Fernández y Sancho Abarca de Pamplona, al igual que contra el joven rey de León, Ramiro III, que habría enviado refuerzos al jefe de la Marca media. Zamora fue saqueada, aunque su ciudadela logró resistir el asalto del general Piedra Seca, anteriormente aludido.
Muy poco después (agosto de 981), hubo de reanudar Almanzor la campaña, al tener noticia de una alianza defensiva concertada entre los tres caudillos cristianos, que fueron nuevamente derrotados en Rueda, al oeste de Simancas, plaza esta última que también fue tomada y arrasada. Se encaminó luego Ibn Abi 'Amir hacia la ciudad de León, a cuyas puertas llegó triunfalmente, viéndose precisado a suspender el ataque a causa de una tormenta, Al regresar de esta expedición fue cuando tomó el título honorífico de al-Mansur bi-llah, que debía pronunciarse en todas las mezquitas andaluzas después del nombre de Hisham II, ordenando, además, el protocolo de sus audiencias conforme a las normas de la etiqueta regia.
Las incursiones de Almanzor en el reino leonés provocaron la sustitución del joven Ramiro III por uno de sus primos hermanos, Vermudo II, hijo de Ordoño III, que, tras la muerte de su competidor, concertó un tratado con el dictador cordobés, de quien obtuvo, sin duda, a cambio de un fuerte tributo anual, la ciudad de Zamora y el envío de un ejército musulmán, con cuya ayuda pudiese reducir a la obediencia a ciertos nobles que aún rehusaron reconocerlo por soberano. Este fue el momento elegido por Almanzor para emprender su gran expedición contra Barcelona, capital de la Marca hispánica, ante cuyos muros llegaron las tropas cordobesas el 1 de julio de 985, tras una victoriosa correría por tierras de Levante, mientras una escuadra musulmana anclaba frente a la ciudad, la cual, seis días después, era tomada e incendiada, quedando muertos o cautivos la casi totalidad de sus habitantes.
En 987, queriendo Vermudo II sacudir el yugo de Almanzor, y tras vanas reclamaciones para que fuese retirado el ejército musulmán de ocupación, se decidió a romper las relaciones con el 'amiri; pero este, reaccionando al instante, ocupó Coimbra, que fue totalmente devastada, y en una segunda campaña (988) se apoderó de León y Zamora, abandonadas sucesivamente por el monarca leonés.
Al lado de esta lucha sin cuartel contra los pueblos del norte de la Península, hemos de recordar como caso curioso, aunque no único en la historia de al-Andalus, el doble matrimonio de Almanzor con princesas cristianas: primeramente, con una hija de Sancho Garcés II, conocida entre los cronistas árabes por Abda la vascona, que fue madre de Abd al-Rahman, a quien daba familiarmente el nombre de Sanchuelo, en recuerdo de su propio padre; luego, con una hija del rey Vermudo II, identificada por Dozy con la Teresa o Tarasia que aparece en la crónica de Pelayo de Oviedo.
En 997 realiza Almanzor su más terrible y famosa expedición contra la España cristiana, llevando sus armas victoriosas hasta el extremo noroeste de la Península y destruyendo Santiago de Compostela, considerada por los mismos cronistas árabes como uno de los santuarios más venerados de la cristiandad medieval. De esta expedición poseemos afortunadamente una relación de fuente árabe bastante completa en elBayan de Ibn Idhar 1. II, págs. 316-331 del texto; 11 traducción francesa de Fagnan, Argel, 1904, 91-98, ampliamente utilizada por Dozy y extractada por Lévi-Provençal en su reciente Historia.
En el verano del año 1000, emprende Almanzor la expedición llamada de Cervera, para desbaratar una coalición anti musulmana dirigida por el conde de Castilla Sancho García. Fue esta una de las contadas ocasiones en que, si no fuera por la perspicacia y habilidad del caudillo andaluz, la campana hubiera constituido un desastre para las armas cordobesas, que, victoriosas por una estratagema de última hora, tomaron la ciudad de Burgos, capital del conde castellano, tras una veloz correría por Zaragoza.
A comienzos del verano de 1002, tuvo lugar la última campaña de Almanzor contra la España cristiana. Únicamente sabemos que sus tropas llegaron a Canales, unos 50 kilómetros al sudoeste de Nájera, y que, prosiguiendo su camino hacia Burgos, saquearon el monasterio de San Millán de la Cogolla. Al regresar de esta expedición, murió Almanzor en Medinaceli, durante la noche del 10 al 11 de agosto del citado año, siendo sepultado, por indicación suya, en el patio del Alcázar de dicha ciudad. Una sencilla inscripción de dos versos recordaba su gloria imperecedera como defensor de la fe y de las fronteras del Islam.
La inesperada muerte de Almanzor dio origen a una leyenda muy difundida, según la cual el gran caudillo musulmán habría sido derrotado en Calatañazor como castigo de Dios por la destrucción de Santiago de Compostela; pero ya Dozy negó la autenticidad de este relato, no obstante la afirmación de los cronistas Lucas de Tuy y Rodrigo de Toledo. Recientemente, donRamón Menéndez Pidal Historia y epopeya, págs. 21 y 22, califica dicha batalla de completo anacronismo, aunque fundamentalmente cree descubrir el origen de la leyenda en la actitud agresiva del conde Sancho García, cuyos pequeños éxitos habría amplificado progresivamente la epopeya castellana.
Política norteafricana
Por no interrumpir las actividades de Almanzor contra la España cristiana, y aun a costa de invertir el orden cronológico, hemos relegado a esta última parte su política norteafricana, sobre la cual nos hallamos hoy bastante bien informados, gracias a que el anónimo autor de la compilación sobre los fastos de la nación bereberMafajir al-Barbar, redactada en 1312, tuvo la feliz idea de reproducir íntegramente el capítulo en que Ibn Hayyan estudia las relaciones entre Córdoba y el norte de África en la época del califato hispano-omeyaLévi-Pro vençal, Fragments historiques sur les Berbères au moyen âge, Rabat, 1934, págs. 15-36.
Esta actuación africanista de Almanzor venía a continuar la política iniciada ya por Abd al-Rahman III para prevenirse contra el peligro fatimí, a lo que viene a añadirse ahora la necesidad de mercenarios norteafricanos para las repetidas campañas emprendidas por el dictador contra la cristiandad hispánica. En el desarrollo de esta política cabe distinguir dos etapas, que pudieran muy bien calificarse de equilibrio y virreinato.
En la primera, aparte la conquista de Sichilmasa por el Magrawí Jazrun Falful (980), galardonado por la cancillería andaluza con el gobierno de aquella región, merecen destacarse dos momentos de verdadero peligro para los planes del 'amirí, quien hubo de trasladarse personalmente a Algeciras para seguir más de cerca el desarrollo de los acontecimientos: primero, debido a la campaña de Buluggin Zirí, soberano de Ifriquiya, que llegó hasta las proximidades de Ceuta, sin atreverse, empero, a atacar la ciudad por temor a la escuadra omeya mandada por Chafar Hamdun (980); luego (985), para reprimir la sublevación del idrisí al-Hasan Gannun, que fue derrotado y enviado a Córdoba por un primo paterno del dictador, Amr Abd Allah, llamado Asqalacha. A esto sigue toda una serie de maniobras de carácter más bien político, a fin de contrarrestar la defección de algunos jefes indígenas con la atracción de otros, procurando siempre conservar cierto equilibrio, dentro de la inestabilidad general.
La segunda etapa se inicia con la sublevación del magrawí Ziri Ativa, vencido, finalmente (998), por uno de los mejores generales de Almanzor, el gran oficial eslavo Wadih, comandante en jefe de la frontera media. Ibn Abi Amir volvió personalmente a Algeciras, desde donde envió a su hijo Abd al-Malik con nuevos refuerzos. El joven amirí logró entrar en Fez, donde se instaló como un auténtico virrey, hasta que su padre lo llamó de nuevo a España (999), reemplazándolo por Wadih —que se había reintegrado a su puesto de la frontera—, a quien sucedieron otros jefes andaluces en el gobierno de Marruecos hasta la muerte de Almanzor.
Terminaremos con las palabras de Dozy, que aún conservan sustancialmente su valor: el dictador cordobés hubiera sido uno de los grandes príncipes del mundo, de haber nacido sobre las gradas del trono; pero habiendo visto la luz en una vieja casa provinciana, se vio obligado, para llegar al fin de su ambición, a abrirse camino a través de mil obstáculos, y se le debe reprochar que, al tratar de vencerlos, rara vez se ocupase de la legitimidad de los medios. Era, bajo muchos aspectos, un gran hombre, y, sin embargo, por poco que se respeten los principios eternos de la moral, es imposible amarlo y muy difícil admirarloHist. der Mus. d'Espagne, II, pág. 275.
CABANELAS, Darío, Diccionario de Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg. 2ª edición. Ed. de la Revista de Occidente, 1969, T. A-E, págs. 170-175.

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