La reconquista de Sevilla, la Isbiliya almohade, por los ejércitos cristianos no debió de ser un
trance demasiado agradable para sus habitantes. Fue más de un año de sitio en
el que a las evidentes hostilidades bélicas de los sitiadores, hubo que sumar
el corte de suministros al que se sometió a la ciudad y, sobre todo, el hecho
de que el colofón fuera la pérdida de la ciudad. Ante el terror, o como mínimo
incertidumbre, que esto debió provocar en la población, se entiende que una
gran parte de los habitantes de Sevilla abandonaran la ciudad. Fernando III y
su hijo y heredero, Alfonso, fueron respetuosos con la ciudad y sus habitantes,
tanto los que se fueron como los pocos que se quisieron quedar, pero esto no
evitó que tomaran posesión de una ciudad casi despoblada.
La reconquista de
Sevilla
Sin embargo, para la
historiografía clásica sevillana, y en gran parte para el imaginario local, el
asedio y capitulación de Isbiliya fue poco menos que homérico, digno de toda
una Iliada a la sevillana. Fernando III, el Agamenón hispánico, fue capaz de reunir
un poderoso ejército plural, auténtica OTAN medieval en versión ibérica, en la
que había señores vizcaínos, navarros, gallegos, leoneses, cántabros,
aragoneses o catalanes. Todos ellos unidos por el entusiasmo de recuperar la
bella Helena-Sevilla de las garras de los infieles. Y también en el ejército
castellano, como en el aqueo, hubo destacados héroes que permitieron la
victoria, como el astuto almirante Ramón Bonifaz, el Ulises cántabro, que con
una épica incursión río arriba cortó el cordón umbilical a los almohades,
rompiendo el puente de barcas y cercenando el suministro a la ciudad sitiada; o
el Aquiles castellano, Garci Pérez de Vargas, capaz de enfrentarse él sólo a
todo un ejército musulmán.
Con tales héroes y
tantas hazañas por parte del ejército cristiano, ¿cómo no iban a derrotar a los
aburridos almohades que ni siquiera tenían un cobarde Paris con el que hacer
frente a los castellanos? Así que después de más de 14 meses de asedio,
totalmente agotada, Isbiliya capituló el 23 de noviembre de 1248 ante las
tropas castellanas de Fernando III. Y esto fue el punto culminante del mayor
proyecto de expansión de los castellanos en la Baja Edad Media. Se había
producido décadas después de la derrota almohade en la batalla de las Navas de
Tolosa (1212), la cual había implicado el debilitamiento del imperio musulmán
que había ido perdiendo numerosos territorios en Al-Andalus, y que como
consecuencia había vuelto una vez más a la vieja práctica de las taifas.
Aunque Sevilla fue el
punto álgido, el avance ni había comenzado ni se detendría en la ciudad del
Guadalquivir. Antes habían sido tomadas Murcia, Jaén y Córdoba. Después se
continuó hacia el Estrecho y hacia el Algarbe. Pero con Sevilla obtuvieron no
sólo una ciudad emblemática, la capital de los almohades en Al-Ándalus, sino
también el acceso a las costas del sur de la Península a través de su puerto.
Los monarcas
castellanos, primero Fernando III, y posteriormente Alfonso X, lo tuvieron
claro, era mucho mejor asumir la ciudad como una estructura lograda para poder
aprovechar sus recursos, sus infraestructuras y riquezas, e incorporarlos lo
más rápido posible a su propio reino. Los almohades se habían pasado las
últimas décadas invirtiendo para dotar a la ciudad de equipamientos y
monumentos, no iban a ser ellos los que desaprovechasen todo este esfuerzo. Es
más, sucedió que los sevillanos, ya al borde del desahucio, se plantearon
fastidiar lo más posible y destruir su gran emblema de ciudad, la Giralda y la
Mezquita, para por lo menos afear lo más posible la ciudad antes de entregarla.
El infante Alfonso, que lo supo, envió una advertencia: como viera que alguien
había movido un ladrillo de sitio, se iba a poner a repartir penas de muerte a
puñados. Se salió con la suya, la ciudad llegó intacta a sus manos.
Esta anécdota es de lo
más interesante. Lo que cuenta directamente la historia es más o menos curioso,
pero lo que se lee entre líneas es bien sustancioso. La Giralda, cuando aún
faltan siglos para que adquiera su apariencia y su nombre actuales, ya se ha
convertido en un elemento intocable. En el momento en el que Alfonso X la
salva, está confiriéndole un carácter sagrado por encima de las demás
circunstancias de la ciudad, incluso por encima de las religiones. La torre que
fue erigida como símbolo del poder almohade y de su extenso imperio ha dejado
de ser eso para transformarse en un emblema del triunfo cristiano que supone
conquistar la ciudad que albergaba tan poderoso símbolo.
Pero lo verdaderamente
importante es que la transformación de este icono no ha hecho más que empezar,
su poder simbólico es tan fuerte que se irá sobreponiendo a cualquier
cosa que represente, acabando por representarse únicamente a sí misma, y por extensión
a la ciudad que la alberga. El viejo alminar se convertirá en un tótem
sevillano que poco a poco irá extendiendo su manto sacralizador al resto de la
ciudad. Y es que cuando en entradas anteriores he dicho que la relevancia
de la herencia almohade era enorme, me refería también a esto. Ellos pusieron
allí una torre que haría las veces del monolito de 2001: Una odisea en el
espacio y cambiaría la historia de la ciudad.
No es sencillo para una
ciudad tener un referente tan claro desde hace tantos siglos, porque en cierta
medida todo se contamina con su carácter sagrado, inefable, intocable. Pero
mientras Sevilla fue una ciudad dinámica y en desarrollo todo estuvo bien,
porque la Giralda era sólo un emblema del éxito de la ciudad. Pero llegará un
momento, que aún falta mucho para que alcancemos, en que el éxito dejó de ser
real y pasó a ser el eco del pasado. Desde ese momento muchos se refugiaron
bajo la sombra de la torre, como si fuera la misma sombra de antaño.
Entonces es cuando se
puso de manifiesto que la influencia que la Giralda ha venido ejerciendo sobre
la ciudad no ha sido precisamente un manto protector, sino más bien una
parálisis que ha anquilosado a los sectores más influenciables y más atraídos
por su sombra. La Giralda y con ella todo lo que recuerda los triunfos pasados
se convierten en justificación del fracaso del presente, en un refugio, muy
bonito, pero bastante poco fructífero. Bajo la sombra de la Giralda
pululan y medran muchos sevillanos que a fuerza de no ser capaces de ver más allá
de la zona en penumbras, se han convertido en absurdas caricaturas de lo que ellos mismos
piensan que un día fueron. Muy distinta hubiera sido esta ciudad si los
almohades hubieran cumplido sus amenazas de cargarse el monumento.
Autor: José María Maesa
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