martes, 2 de noviembre de 2021

badis b. habus


BADIS B. HABUS

Bādūs b. Ḥabūs: Abū ‘Abd Allāh Bādīs b. Ḥabūs, al-Manṣūr. ¿Granada?, u. t. s. IV/X – ¿Granada?, 20. Šawwāl, 465 H./ 30.VI.1073 CTercer emir de la taifa de Granada desde 429 H./1038 C. hasta 465 H./1073 C.

Tomó Bādīs b. Ḥabūs las riendas del poder de la taifa granadina tras suceder a su padre ḥabýs b. Māksan, que falleció en 429/1038; ambos pertenecían a la rama de los Zīríes que regían esta taifa desde comienzos del siglo V/XI. Esta sucesión fue aceptada por el hermano de Bādis, Buluggīn b. ḥabýs, pero no por su primo Yaddayr b. Hubasa, que mantenía la esperanza de convertirse en legítimo sucesor por haber ejercido como colaborador de ḥabýs y dado que, según ‘Abd Allāh, tenía a gala haber resuelto con inteligencia y pericia todo asunto de responsabilidad que se le hubiese encomendado (véase ḥabýs b. Māksan). Pero la evolución dinástica estatal se consolidaba y el asunto se resolvió a favor de la transmisión patrilineal que, a pesar de no ser habitual en grupos clánicos, se instauró y constituyó entre los Zīríes granadinos. Estos beréberes “nuevos” se diferenciaban de los andalusíes por la fuerza que al inicio mostraban sus estructuras tribales, aunque poco a poco se consolidó su arabización, siendo un notable ejemplo de asimilación a la cultura árabe el caso del emir ‘Abd Allāh de Granada, como queda patente en sus famosas “Memorias” (El siglo XI en 1ª persona).

El nombre del emir, Bādīs, fue habitual entre la rama de los Zīríes que regían Ifrīqiya desde finales del siglo X; Bādīs se llamó también el tercer emir Zīrí de Ifrīqiya, que enlaza a través de Zīrí con la rama de Granada -aquél era Bādīs b. al-Manṣýr b. Buluggīn b. Zīrī, que tomó como sobrenombre honorífico el de Nāṣir al-Dawla (386/996-406/1015-1016).

Una vez que Bādīs se situó en el lugar de máxima responsabilidad de su taifa, se ocupó con interés de los asuntos ya iniciados por sus antecesores. En concreto, en lo que se refiere al proceso de edificación de la capital, Bādīs mantuvo la atención y el cuidado de sus antecesores en este asunto, al menos así lo afirmaba al-IdrĪsĪ (s. XII): [fueron] “consoli­dadas sus murallas y construida su alcaza­ba por ḥabýs al-ṢinhāŷĪ, a quien sucedió su hijo Bādīs b. ḥabýs, en cuyo tiempo fue completada la edificación de Granada y su poblamiento, que aún continúa” (véase ZāwĪ b. ZĪrĪ).

Afirman las fuentes que Bādīs estuvo aconsejado, en general, por un judío, Samuel b. Nagrela, que desde los últimos tiempos de ḥabýs venía destacando en la adminis­tración, ascendiendo rápidamente en la corte Zīrí hasta su muerte en 1056. Había dejado entonces su pues­to preeminente en la administración de Granada a su hijo José. Samuel b. Nagrela estuvo siempre en la escena granadina, y cierta responsabilidad parece haber tenido en el deterioro de relaciones entre Almería y Granada, que acabaron con la invasión del territorio granadino por parte de Zuhayr, vencido en 1038, a raíz de la cual ocupó Granada tierras al noroeste de Almería y recuperó Jaén. En todo ello hubo también intervención de los Abbādíes de Sevilla, quienes, tras proclamar a su presunto califa Hišām II, desde 1035, precisamente para oponerse en similares condiciones al califa ḥammý­dí, atacaron a éste, que entonces era al-Mu’talī, ven­ciéndolo y ocasionándole la muerte en 1036, para continuar contra los Birzālíes de Carmona. Estos enfrentamientos se saldaron con la victoria del grupo beréber en Écija, en 1039. Tras estos sucesos Bādīs atacó Sevilla, muriendo en aquellos combates un hijo del señor de aquella taifa, el ḥāŷib Muḥam­mad b. Ismāil b. Abbād, en el mismo año. Entre las taifas beréberes se iba consolidando el predominio de Granada, aunque aún actuara como aparente defensora del califato ḥammýdí, preso en querellas dinásticas, aun cuando Idrīs II logró mantenerse cinco años en su primer reinado, desde 1042 a 1047, reforzándose así también la posición del granadi­no Bādīs, quien dirigía sus campañas militares en esta época contra Ronda, Osuna, Morón y Carmona, al estallar desavenencias en el bloque de esas taifas beréberes. Desconocemos los detalles de estos conflictos, pero sí sabemos que no impidieron, en 1047-1048, que sus principales figuras, Isḥāq de Carmona, Muhammad de Morón, Abdýn de Arcos y Bādīs de Granada, reconocie­ran como califa al ḥammýdí Muḥammad b. al-Qāsim en Algeciras, apartándose del califa ḥammýdí de Málaga, Muḥammad b. Idrīs b. Alī, de sobrenombre al-Mahdī. Esta situación propició la toma de Algeciras por Sevilla, hacia 1054-1055, y la toma de Málaga por Bādīs, en 1056.

La toma de Algeciras por Sevilla estuvo precedida por la reclusión de los reyes de las taifas beréberes de Morón, Arcos y Ronda por el rey sevillano al-MutaÅid, en 1053, de la que sólo salió con vida el de Ronda. Asustado Bādīs ante el atrevimiento del sevillano, y ante una posible conjura en su contra, para la que él suponía habría de contar con el apoyo de los árabes que vivían en Granada, pensó incluso en deshacerse de éstos últimos, cosa que evitó Samuel b. Nagrela. Este suceso expone con claridad absoluta el estado de las relaciones entre los beréberes ZĪríes y la heterogénea población de su taifa, que mantenían entre sí en complejo equilibrio.

Bādīs, tras la muerte de Zuhayr en 1038, retomó sus contactos con la taifa de Almería, a partir de entonces regida por la dinastía de los Baný Ṣumādiḥ, de rancio abolengo árabe Tuŷibí; seguramente este ocasional “buen entendimiento” entre Granada y Almería, se debió a intereses comunes para compensar respectivos enfren­tamientos con otras taifas.

En el gobierno de Málaga situó Bādīs en 1056 a su hijo Buluggīn ayudado por un personaje clave, el visir y cadí Muḥammad al-Nubahī (o “al-Bunnahī”, según ha pro­puesto recientemente Muḥammad Bencherifa), el cual venía ya destacando en la administración de los califas ḥammýdíes.

En 456/1063-1064, Buluggīn b. Bādīs Sayf al-Dawla, hijo mayor del soberano grana­dino, fue envenenado, acción adju­dicada al visir judío José b. Samuel b. Nagrela, dada la enemistad manifiesta entre ambos, y dadas las suspi­cacias que provocaba aquel visir, verda­dero amo de la situación, y puesto que Bādīs había enveje­cido y perdía la capacidad del control directo en sus asuntos de Estado. Dichas suspicacias las refleja el emir Abd Allah en sus “Memo­rias” (El siglo XI, 114-115), donde culpa al judío José: “... luego se descompusie­ron las cosas, por la traición de que nos hizo víctima el judío (¡Dios le maldiga!); porque Guadix, con todos sus territorios anejos pasó a poder de [Muḥa­mmad b. Man] b. Ṣumādiḥ [señor de Almería], y porque los restantes soberanos se lanzaron contra nuestros dominios, no dejándonos más que Granada, Almuñécar, Priego y Cabra.. Cuando corrió entre los súbditos la nueva de que había muerto el 'príncipe excelso', [Buluggīn b.] Bādīs, que por mucho tiempo no se había mostrado a ellos, nuestras guarnicio­nes evacuaron los castillos y éstos fueron ocupados ilegalmente por los habitantes del país”.

Este texto muestra la rela­ción entre los Zīríes Ṣinhāŷa y sus súbditos andalusíes, y el hecho de que un problema dinástico era suficiente para hacer desaparecer el buen entendimiento entre unos y otros. Bādīs, cada vez más anciano y menos capaz, empezaba a apoyarse en advenedizos, como al-Naya, que iba desplazando a José b. Nagrela de su preeminencia junto al soberano. José, intrigando contra un hijo de Bādīs, Māksan, logró que fuera expulsado de Granada, el cual, marchando a Jaén, se declaró independiente, restándole a la taifa granadina dicho territorio. Inten­tando mantenerse a toda costa, José b. Nagrela ofreció Granada al rey de Almería, al-Mutaṣim, que avanzó con sus tropas, y se instaló cerca del lugar. Los granadinos, unidos bajo una causa común —pueblo y élite, beréberes y andalusíes— se alzaron el 31 de diciembre de 1066 contra José y contra sus correli­gio­narios, dejando disminuida la presencia de judíos en esta ciudad al morir muchos de ellos en este suceso.

Ahora serían los Ṣinhāŷa los que procuraron ganar el terreno cortesano y político que otros habían venido ejerciendo en la taifa granadina y, según las “Memorias” de ‘Abd Allāh (El siglo XI, 133): “se envalentonaron los Ṣinhāŷa y mostraron con sus hechos poca sumisión al soberano, que tenía que hacer frente a los tumultos que estallaban contra él por todas partes. Dichos Ṣinhāŷa se convirtie­ron en visires y ocuparon los altos puestos del Estado”. Bādīs pidió ayuda a al-Ma'mýn de Toledo para recuperar tierras, sobre todo Guadix, y luchar contra Almería, hasta volver al equilibrio con unos y otros. Los giennenses volvieron a obedecer al señor de Granada, expulsando de Jaén a Māksan, que se refugió en Toledo, aunque tornó a Granada y, mostrando un comportamiento advenedizo, perdió la posibilidad de ser designado sucesor por su padre Bādīs, cuya última gesta fue recobrar Baeza que estaba en poder del rey de la taifa de Denia.

Murió Bādīs, el 20 de šawwāl de 465/30 de junio de 1073. Fue uno de los más importantes reyes de las taifas de al-Andalus. Se había titulado al-Nāṣir (“el Triunfante”) y al-Mu’affar (“el Victorioso”), con referencia explícita al sobrenombre honorífico del primer califa de Córdoba ‘Abd al-Raḥman al-Nāṣir, por una parte, y por otra al del primer sucesor del chambelán Almanzor, su hijo ‘Abd al-Malik al-Mu’affar, conjugando así los nexos con Omeyas y Amiríes, como también al adoptar el título de chambe­lán (ḥāŷib), había dejado claras las pautas políticas en que se situaba. Es curioso, sin embargo, que no reflejó tales títulos en sus monedas, en las que mantuvo, hasta 1063, la referencia hammudí, como vínculo legitimador, aún cuando sus califas ya se habían extinguido.

Es sabido que la acuñación de moneda es signo del Estado y que la limitación con que los reinos de taifas emitieron moneda es manifestación de su fragilidad estatal. No sólo faltó en general buen oro, excepto en algunos dinares de Zaragoza y Sevilla, en fracciones de dinar en ciertas taifas, y en los dinares de los ḥammýdíes, sino que algunas taifas nunca acuñaron tipo alguno de moneda e incluso las que sí lo hicieron, no mantuvieron emisiones a lo largo de todo su reinado. ḥabýs b. Maksan murió sin haber acuñado moneda en su nombre. En cambio, supeditadas las taifas de beréberes a los califas Hammudíes, aunque fuera simbólicamente, de ellas sólo la taifa de Granada emitió mone­da, desde 1058-59 a 1081-82, ya con posterio­ridad al final de los ḥammý­díes manteniendo siempre la referencia expresa a éstos, los cuales, venidos del Magreb, habían acuñado moneda primero en Córdoba (1016-1026) y luego en Málaga, dejando claro su convencimiento de legitimidad.

En lo que se refiere al hecho de la sucesión, algunas de las monedas de Bādīs, sin fecha, señalan como presunto heredero a su hijo Bulug­gīn, muerto en 1063-64. Pero Bādīs tenía también a su hijo Māksan, que gobernaba Jaén con autono­mía ascendente el cual, como ya hemos dicho, perdió la oportunidad de ser nombrado heredero. Y tenía dos nietos, descendientes de Buluggīn: el mayor, TamĪm al-Mu’izz al-Mustan­ṣir, y el siguiente, ‘Abd Allāh, que habría de convertirse en el último emir de la taifa granadina. Parece evidente que el primero de ellos nunca llegó a ser designado sucesor por su abuelo. Residía en Málaga, donde Bādīs había nombrado a un jeque ṣinhāŷí para que se hiciera cargo del control del lugar hasta que el príncipe tuviera edad para gober­narla. En 1073 comenzó el gobierno de aquél, al tiempo que su hermano ‘Abd Allāh accedió al trono de Granada. Tamīm se fue distanciando de su hermano, llegando el enfrentamiento a serias controversias que acabó arbitrando y usando en su propio beneficio, el emir de los Almorávides, Yýsuf b. Tašýfin, desde sus intervencio­nes en al-Andalus a partir de 1086.

Según algunas fuentes, fue Bādīs un gobernante admirado por personajes influyentes de su época debido, entre otras razones, a su ecuanimidad, ésta fue ensalzada incluso en anécdotas de adab que cabe recordar. El autor de la obra Kitāb al-Ýaharāt al-man£ýra, b. Simak (s. XIV), que pertenecía a una ilustre familia de cadíes y juristas en Málaga y Granada, redactó esta obra de prosa edificante con cien ejemplos o historias de los cuales treinta y ocho se dedican a temas andalusíes. Sólo dos historias se refieren a la Granada de su tiempo, y de ellas una se dedica a loar al emir Bādīs b. ḥabýs quien, en el correcto desempeño de su responsabilidad en materia jurídica, impuso el castigo merecido a un sobrino que había sido denunciado por el rapto de una mujer (M. Guillén Monje, “Dos azahares sobre Grana­da”, 237)

 

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Fátima Roldán Castro

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