ALI B.
YÜSUF A. TASUFIN
‘Alī b. Yūsuf b. Tāšufīn. Ceuta (Ciudad Autónoma de Ceuta), 476 H./1083 C.–
Marrakech (Marruecos), 24 de raŷab de 537 H./11.II.1143 C.
Segundo emir almorávide de al-Andalus.
‘Alī b. Yūsuf b. Tāšufīn nació en Ceuta, fruto de la relación de Yūsuf b.
Tāšufīn con una concubina cristiana llamada Fā’iḏ al-Ḥusn. Se ignora el lugar
que ocupaba entre la descendencia de su padre, aunque no era su primogénito,
pues entre los almorávides seguía vigente en cierto carácter electivo que
obligaba al gobernante a consultar a los principales jeques la idoneidad de los
distintos candidatos al poder soberano. ‘Alī fue proclamado oficialmente como
heredero en Marrakech en 1102 y posteriormente en Córdoba en 1103, con motivo
del quinto y último viaje de Yūsuf b. Tāšufīn a al-Andalus. Al igual que su
padre, gobernó con el título de “príncipe de los musulmanes”, aunque no llegó a
obtener el reconocimiento oficial del califa abasí.
‘Alī accedió al poder a la edad de veintidós años, ejerciéndolo durante
largo tiempo, durante casi cuatro décadas, de forma que el grueso de la
Historia del Imperio almohade la integran los más de ochenta años durante los
cuales él y su padre Yūsuf b. Tāšufīn detentaron el poder. En su largo período
de gobierno cabe distinguir dos etapas claramente diferenciadas y marcadas por
signos opuestos, la inicial, más breve, señalada por los éxitos, y una larga
etapa, que abarca las tres últimas décadas, durante las cuales los problemas
internos y externos fueron la tónica dominante, suponiendo el inicio del
declive del Imperio almorávide.
Durante los primeros quince años posteriores a su proclamación, ‘Alī supo
continuar la trayectoria política de su padre, siendo capaz de continuar su tarea
expansiva, de tal forma que, bajo su gobierno, el Imperio almorávide alcanzó su
máxima extensión territorial. Al igual que hizo Yūsuf b. Tāšufīn, convirtió la
lucha frente a los cristianos en la península Ibérica en una de sus principales
prioridades políticas y obtuvo ante ellos importantes éxitos. Sin embargo,
aunque sus primeros años de gobierno suponen el apogeo del poder almorávide, la
segunda etapa dio lugar al inicio de su decadencia política, provocada por la
doble actuación del naciente movimiento almohade en los territorios magrebíes y
el renovado empuje de los cristianos en la península, a lo que se debe añadir
el descontento de la propia población andalusí.
La primera fase del gobierno de ‘Alī está marcada por el signo del éxito,
llevando a sus máximas cotas el apogeo de la dinastía almorávide. El escenario
de sus principales victorias fue la península Ibérica, donde, al igual que su
padre, actuó personalmente en varias ocasiones. Su primer desplazamiento tuvo
lugar en julio-agosto de 1107, dirigiéndose a Algeciras con la única finalidad
de recibir el reconocimiento de los andalusíes y tomar las primeras decisiones
sobre futuras acciones frente a los cristianos. A partir de este momento
tuvieron lugar sus dos principales éxitos, la victoria ante Alfonso VI en Uclés
y la anexión de los últimos territorios musulmanes que permanecían
independientes del poder de los almorávides, la taifa de Zaragoza y las islas
Baleares.
La victoriosa política inicial de ‘Alī frente a los cristianos se vio
favorecida por la situación de crisis por la que atravesó el reino
castellano-leonés desde la muerte de Alfonso VI en 1109 hasta 1126, año de la
proclamación de Alfonso VII, quien hasta 1131 no pacificó completamente el
país. En estas circunstancias, tras las obtenidas por su padre en Sagrajas
(1086) y Consuegra (1097), ‘Alī se cobró la tercera gran victoria almorávide
sobre el ya anciano Alfonso VI, siempre derrotado frente a los beréberes, si
bien el emir no participó directamente en la campaña, siendo las fuerzas
musulmanas dirigidas por su hermano mayor Tamīm b. Yūsuf, gobernador almorávide
de al-Andalus. El gran objetivo era la recuperación de Toledo y el encuentro se
produjo el 14 de Šawwāl de 501/27 de mayo de 1108 en Uclés,
principal baluarte defensivo cristiano en la línea del Tajo, que cayó en manos
musulmanas. El castigo sobre el Rey castellano-leonés fue doble pues, además,
la derrota fue acompañada de la muerte de Sancho, su hijo y heredero. La toma
de Uclés posibilitó, además, la recuperación de las fortalezas de Ocaña, Huete
y Cuenca, reforzando las posibilidades de volver a conquistar Toledo.
Este objetivo fue el que determinó, al año siguiente, la segunda venida del
emir a al-Andalus para dirigir su primera campaña militar, siendo su presencia
el mejor testigo de la importancia política y militar otorgada a esta empresa.
Los almorávides lograron tomar la fortaleza de Talavera, pero Álvar Fáñez se
hizo fuerte en la capital del Tajo y el emir hubo de retirarse tras un mes de
asedio sin lograr su objetivo.
Tras el fracaso de la toma de Toledo, la segunda acción exitosa del
gobierno de ‘Alī fue la conquista de la taifa de Zaragoza, que seguía siendo
tributaria de Alfonso VI, poniendo fin al último de los reinos surgidos a
comienzos del siglo XI de la desmembración del califato omeya. La ocasión
propicia fue la muerte del soberano al-Mustaÿīn en 1110, cuyo hijo y sucesor no
congregó el apoyo de todos los sectores, imponiéndose la facción partidaria de
la anexión a los almorávides. El 30 de mayo del citado año se producía la
ocupación de Zaragoza. A ello se añadió, cinco años después, la obtención del
control directo sobre las Baleares, donde hasta entonces gobernaba un antiguo
cliente del señor de Denia. Aprovechando su muerte, los catalanes ocuparon por
un momento las islas, pero la presencia de la escuadra almorávide los hizo huir
precipitadamente, convirtiéndose, desde entonces, en una porción más del
Imperio.
La ocupación de Zaragoza y de las Baleares poseen una fuerte carga
simbólica, pues significa el momento de máxima expansión territorial del
Imperio almorávide, que, en ese momento, unificaba los territorios magrebíes y
peninsulares, desde el valle del Ebro hasta el Níger.
Motivado por estos éxitos, que reforzaban su poder al convertirlo en la
única autoridad islámica de la península, ‘Alī cruzó por tercera vez a
al-Andalus en 1117 con la intención de volver a dirigir el ŷihād contra
los cristianos. Su campaña, sin embargo, no fue exitosa, ya que, aunque logró
la recuperación de Coimbra, al cabo de pocas semanas la ciudad fue abandonada.
El fracaso de esta campaña anunciaba el inicio del declive almorávide y marca
el inicio de la segunda fase, que abarca la mayor parte de su gobierno. El
primer descalabro importante fue la pérdida de Zaragoza (18 de diciembre de
1118), segundo núcleo urbano relevante, tras Toledo, que pasaba a manos de los
cristianos, y primera pérdida territorial de los almorávides en la península.
Como afirma J. Bosch, Zaragoza y el año 1118 marcan el primer eslabón del
declive que acabará por llevar a los almorávides a su ruina.
Por esos mismos años comenzó a manifestarse un fenómeno que ya venía de
atrás, si bien los éxitos de los almorávides frente a los cristianos habían
provocado que permaneciese en estado latente. Se trata del rechazo de la
población andalusí al dominio político de los almorávides, en parte producido
por el fuerte contraste social y cultural existente entre la sociedad autóctona
y los beréberes norteafricanos, que convertía a estos en una casta gobernante
escasamente identificada con sus gobernados. La primera manifestación de este
fenómeno fue la revuelta de Córdoba de 1121, provocada por un incidente puntual
entre un miembro de las milicias almorávides y una mujer cordobesa, que acabó
con la expulsión del gobernador local y el saqueo de su palacio. El emir ‘Alī
no dudó en enviar un contingente contra la capital cordobesa, pero la
intervención de los alfaquíes cordobeses, que defendieron la postura de sus
conciudadanos, impidió que el asunto acabase en un baño de sangre, dado el gran
respeto de los emires almorávides a las opiniones de los juristas mālikíes.
Hacia la misma época tuvo lugar una de las más claras manifestaciones del
poder del rey Alfonso I de Aragón, quien entre 1125-1126 y durante quince meses
realizó una profunda incursión por el territorio musulmán sin que los
almorávides fuesen capaces de repeler su presencia. Con un contingente de unos
cuatro mil caballeros y descendiendo por el Levante se dirigió a Granada, que
no logró tomar, desde donde se encaminó a la campiña de Córdoba, en pleno
corazón del dominio musulmán, donde derrotó a las tropas de Tamīm en marzo de
1126 cerca de Lucena (Córdoba). Pese a esta demostración de fuerza, los
cristianos aún no estaban en condiciones de mantener posiciones tan avanzadas
en el territorio musulmán, por lo que Alfonso I regresó a sus bases de partida,
siendo acompañado por un importante contingente de pobladores cristianos, que
regresaron junto a él a Aragón.
Aparte de poner de manifiesto la notoria debilidad almorávide, esta
incursión tuvo graves consecuencias respecto a la población cristiana del Sur
de al-Andalus, los mozárabes. Un dictamen jurídico o fetua del eminente alfaquí
cordobés Ibn Rušd, abuelo del célebre filósofo Averroes, sirvió de
justificación legal para la deportación de muchos cristianos al Norte de África
bajo la acusación de haber suscitado y apoyado la expedición del rey aragonés,
rompiendo, así, el pacto que los unía al Estado musulmán como “protegidos”.
La primera
manifestación de descontento de la población andalusí ante el dominio
almorávide y el incremento de la presión de los cristianos son fenómenos
coetáneos a los primeros inicios del movimiento que habrá de acabar provocando
el hundimiento del Imperio almorávide. Hacia 1120 llega a Marrakech Ibn Tūmart,
ideólogo y fundador del movimiento almohade, que en poco tiempo aglutinó en
torno suyo un amplio grupo de seguidores, produciendo la aparición de un foco
de disidencia interna que se convertirá en el principal problema del emir ‘Alī
b. Yūsuf. La progresión de los almohades fue vertiginosa, pues ya en abril de
1130 Ibn Tūmart estaban en condiciones de plantearse el asalto de la capital
almorávide, a la que sometió a asedio, encabezando su defensa el propio emir,
que finalmente pudo poner en fuga a los asaltantes, quienes se retiraron
sufriendo una severa derrota. A los pocos meses se produjo la muerte del propio
Ibn Tūmart en su santuario de Tinmelal, siendo sucedido por ‘Abd al-Mu’min,
quien, a la larga, sería el encargado de liquidar el gobierno de la dinastía
almorávide.
A partir de 1132, tras la proclamación como califa almohade de ‘Abd
al-Mu’min, se inicia el proceso de lucha encarnizada entre almorávides y
almohades, que culminará quince años después con la caída de Marrakech. Durante
esos años se produce la progresiva pérdida de territorios por parte del emir
‘Alī b. Yūsuf, incapaz de detener el avance de los almohades. Fue en esta
época, al convertirse la lucha contra los almohades en la principal
preocupación del emir almorávide, cuando surge la figura de Reverter, el
caballero catalán que actuó al servicio de ‘Alī b. Yūsuf y fue el lugarteniente
de su hijo y sucesor TāŠufīn, convirtiéndose en el principal baluarte de su
ejército.
Hacia las mismas fechas en que comienzan a manifestare los problemas
internos se reanudó la política expansiva de los cristianos en la península
Ibérica, siendo su principal baluarte el rey Alfonso VII, quien contó con la
ayuda del señor musulmán llamado Sayf al-Dawla, Zafadola en las crónicas
árabes, último descendiente de los Hūdíes de Zaragoza, refugiados en la
inexpugnable fortaleza de Rueda. Con ello trataba de explotar el creciente
descontento de la población andalusí hacia el dominio almorávide, convirtiendo
a Zafadola en el símbolo de su resistencia. Dicho descontento sería tanto más profundo
cuanto menos capaces se demostrasen los almorávides de defender a los
musulmanes frente a los cristianos, a lo que responde la política de
hostigamiento y las campañas y cabalgadas realizadas por el soberano
castellano-leonés por tierras andalusíes.
La intensificación de la amenaza almohade y el consiguiente traslado a
Marruecos de TāŠufīn b. ‘Alī, hijo y futuro heredero del emir ‘Alī, que se
había encargado hasta entonces de dirigir la lucha frente a los cristianos,
marca el inicio del derrumbe almorávide en al-Andalus, jalonado por las tomas
de Oreja (1139) y Coria (1142) y el abandono de Albalat, lo que significaba el
desmantelamiento de las posiciones musulmanas en la frontera del Tajo. De esta
forma, el Imperio almorávide se veía acosado simultáneamente por dos frentes,
el almohade en Marruecos y el cristiano en la península.
El emir almorávide comenzó a dar síntomas de enfermedad ya desde el año
530/1135-1136. Las crónicas afirman que en sus últimos tiempos y ante la
creciente gravedad de los problemas, ‘Alī b. Yūsuf tendió progresivamente a
desentenderse de los asuntos de gobierno y se entregaba cada vez con más
frecuencia e intensidad a la actividad religiosa, a la que era tan dado,
pasando las noches en prácticas devotas y ayunando durante el día. Murió
finalmente en Marrakech el 24 de raÿab de 537/11 de febrero de
1143, a la edad de 56 años, si bien su fallecimiento no se anunció públicamente
hasta transcurridos tres meses.
En la práctica, su desaparición marca el final de la dinastía almorávide,
que sólo sobrevivió cuatro años más, de manera que sus sucesores apenas
ejercieron un poder efectivo. Debido a la muerte prematura del príncipe
heredero Sīr, ÿAlī fue sucedido por su hijo Tāšufīn, quien sólo gobernó
hasta 1145, y tras dos efímeros y casi nominales emires (Ibrāhīm e Isḥāq b.
‘Alī), los almohades tomaban Marrakech en 1147 y ponían fin a al gobierno
almorávide de manera definitiva.
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Alejandro García Sanjuán
Web:Academia de la historia
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