lunes, 15 de diciembre de 2025

LO QUE CUENTA LA BASURA: ALIMENTACIÓN Y CAMBIO SOCIAL DURANTE LA FORMACIÓN DE AL-ANDALUS

 

LO QUE CUENTA LA BASURA: ALIMENTACIÓN Y CAMBIO SOCIAL DURANTE LA FORMACIÓN DE AL-ANDALUS


¿Cómo se reflejan las transformaciones sociales, políticas y religiosas que se inician a partir del siglo VIII en algo tan cotidiano como la alimentación? Aunque las fuentes escritas medievales ofrecen respuestas, es en los restos materiales —como los residuos alimentarios de origen animal recuperados de contextos arqueológicos— donde encontramos algunas de las evidencias más elocuentes del cambio social que trajo consigo la islamización de la península ibérica.


Marcos García García
Universidad de Granada

Imagen de al-Wasiti para las Maqamat de al-Hariri, BNF ms. Arabe 5847, f. 3v.


La alimentación como espejo de la sociedad

Entre las múltiples formas de aproximarnos al conocimiento de una sociedad del pasado, pocas resultan tan reveladoras como observar qué se comía, cómo se comía y por qué se comía de una manera (o maneras) determinada(s). Comer no es un acto neutro: es una actividad cargada de significados que van más allá de lo biológico. Lo que se come, cómo se come, con quién se comparte o qué se excluye del plato representan en buena medida decisiones que definen, a menudo de forma inconsciente, las fronteras identitarias entre comunidades y clases sociales, entre formas distintas de habitar el mundo.

La cultura alimentaria refleja y, al mismo tiempo, contribuye a conformar la sociedad afirmando pertenencias, demarcando diferencias y reproduciendo jerarquías. Así, las restricciones dietéticas (como los tabúes alimentarios de origen religioso), los procedimientos culinarios o las formas de consumir los alimentos, son instrumentos poderosos en la construcción de la identidad a escala tanto individual como colectiva. Lo fueron en el pasado y lo siguen siendo hoy, como muestran los debates actuales en torno a la comida halal/kasher, el veganismo, las cocinas tradicionales regionales y “nacionales”, o la alimentación en contextos migrantes. La comida, en definitiva, no solo nutre cuerpos, también moviliza ideologías y define discursos de pertenencia

y exclusión.



“Abajo el caviar. Viva el kebab”. Grafiti realizado en el marco de las protestas del movimiento de los chalecos amarillos (París, diciembre 2018). Foto: @nostatusquo_frk.


En el caso de al-Andalus, la esfera de la alimentación supone una vía privilegiada para analizar los procesos de transformación social asociados a la conquista árabe y posterior difusión del islam en la península ibérica. A través del estudio de los restos alimentarios de origen animal recuperados en yacimientos arqueológicos —un campo conocido como zooarqueología— es posible reconstruir los patrones de consumo alimentario y observar cómo estos evolucionaron como resultado de la dinámica histórica que supuso la constitución de al-Andalus y el proceso de islamización que la acompañó.

Islamización social y prácticas alimentarias

Hablar de islamización implica adentrarse en un proceso complejo y dinámico que conviene no reducir únicamente al plano teológico o a la dimensión ideológico-metafísica de la religión musulmana. A nuestro modo de ver, la islamización fue, ante todo, un proceso práctico: una transformación de las formas de vida que afectó, entre otros ámbitos, a los espacios domésticos, a las relaciones sociales y a las rutinas cotidianas.

El islam medieval, al igual que el judaísmo y —aunque en menor grado— el cristianismo, no prescribe únicamente un conjunto de creencias o fundamentos de fe (una ortodoxia), sino también una serie de normas, hábitos y comportamientos que contribuyen a ordenar la vida cotidiana en términos prácticos (una ortopraxis). Así pues, la islamización puede concebirse como el proceso de incorporación progresiva a la fábrica social y cultural de la nueva sociedad andalusí del conjunto de costumbres, prácticas y conductas propios de la ortopraxis del islam medieval, en formación durante estos momentos. Se trata, por tanto, de un fenómeno histórico de enorme relevancia y significación sociocultural, que contribuyó a generar patrones de comportamiento que afectaron de manera directa no solo a la cotidianeidad de los/as creyentes más piadosos/as, sino de la comunidad en su conjunto, incluyendo a las poblaciones cristianas y judías andalusíes (Marín, 2004). Y entre esas normas para ordenar la vida, las relativas a la alimentación desempeñan un papel de especial relevancia.

La normativa del islam referente a la esfera alimentaria incluye numerosas disposiciones que atañen a diversos ámbitos, tales como prescripciones relativas al sacrificio de los animales (dhabīḥa), la regulación de los ayunos, el valor simbólico atribuido a ciertos alimentos o a las formas de consumirlos, o la relevancia social de determinados actos de consumo comunal (Benkheira, 2000). Con todo, la interdicción del consumo de carne de porcino (cerdo/jabalí) posiblemente sea el hábito alimentario más conocido, dado que se sitúa en el núcleo mismo del sistema de pureza ritual del islam (Safran, 2003) y, por ello, representa uno de los símbolos elementales de pertenencia a dicha religión (Benkheira, 1999: 94).



Jabalí. Ḥayāt al-ḥayawān, BNF ms. Arabe 2178, f. 234r.


La evidencia documental disponible —al margen de la inclusión temprana de esta prohibición en el Corán 6:145, uno de los pasajes normativos más antiguos del texto coránico atribuido a la fase final del periodo mequí (ca. 0-1 AH / 621-622 d.C.)— revela que la observancia de este precepto dietético se encontraba ya sólidamente establecida desde las primeras conquistas árabes de los siglos VII-VIII. Así se desprende, por ejemplo, de diversas menciones documentales que demuestran el interés por parte de las distintas fuerzas que, tras la desaparición del Profeta, asumieron parte de su jefatura religiosa y legado político, por atajar de plano la presencia de cerdos en varias de las regiones conquistadas donde estos animales eran criados y consumidos por las poblaciones locales.

Por ello, podemos asumir que cuando surge al-Andalus, la abstinencia del consumo de carne de porcino ya formaba parte integral de la ortopraxis islámica. Examinar el grado de adopción de este hábito alimentario por parte de la población andalusí permite, así pues, evaluar la difusión del islam en la Península, para lo que la zooarqueología representa una herramienta de gran utilidad.

Leer los huesos: ¿qué es la zooarqueología y para qué sirve?

Antes de adentrarnos en los datos concretos que ofrece el registro arqueológico sobre la alimentación en el temprano al-Andalus, conviene introducir brevemente la herramienta metodológica que permite acceder a esa información: la zooarqueología. Esta disciplina de análisis arqueológico —y, por lo tanto, de generación de conocimiento histórico— se ocupa del estudio de los restos animales hallados en contextos arqueológicos, tales como huesos, dientes, conchas, astas, etc. Su objetivo consiste en arrojar luz sobre las dinámicas de las sociedades del pasado a través de la reconstrucción de las formas de interacción entre los seres humanos y los animales (Grau y García, 2018; García, 2022).

Entre otras cuestiones, el análisis zooarqueológico permite conocer qué especies se criaban, cazaban o consumían en un determinado momento y lugar; qué partes de los animales eran aprovechadas; cómo se distribuían los recursos cárnicos; qué prácticas de sacrificio, descarte o procesado existían; cómo se cocinaban los alimentos o cómo variaban estas prácticas en función de factores como la religión o el estatus socioeconómico. Dicho de otro modo: los residuos animales que encontramos en los basureros arqueológicos no solo nos dicen qué se comía, sino también cómo y por qué se comía de esa manera.


Contexto de basurero arqueológico. Depósito excavado en el Arrabal de Šaqunda. Foto: María Teresa Casal (UAM)


Esta capacidad informativa de la zooarqueología presenta un valor particular cuando se trata de investigar procesos de cambio social y cultural. El registro óseo actúa como un indicador directo —aunque no siempre evidente a simple vista— de transformaciones que, de otro modo, podrían pasar desapercibidas al no quedar reflejadas en las fuentes escritas. Por ello, en contextos como el de la Alta Edad Media peninsular, en los que las fuentes textuales son escasas, parciales o tardías respecto a los hechos relatados, los datos zooarqueológicos adquieren un papel clave como testigos materiales de los hábitos cotidianos.

Es a través de esa lectura atenta del registro zooarqueológico, de ese trabajo paciente de identificación, cuantificación e interpretación de los residuos alimentarios, como podemos asomarnos a los cambios que condujeron a la formación de una sociedad islámica en el Occidente mediterráneo como fue al-Andalus. Cambios que no se dejaron ver únicamente en sus mezquitas, cementerios y palacios, sino también —y quizá, sobre todo— en los fogones de sus casas, sus mesas y sus basuras.


Muestra arqueofaunística. Restos animales provenientes de uno de los basureros excavados en la Zona Arqueológica de Cercadilla (Córdoba). Foto: autor.


El cerdo que desaparece: la basura como indicador de islamización

Uno de los indicadores más contundentes del proceso de islamización en el registro arqueológico de al-Andalus es el marcado descenso de restos de cerdo en los basureros posteriores a la conquista árabe. Este patrón ha sido constatado de forma sistemática en numerosos yacimientos urbanos y rurales, y se perfila como una de las huellas materiales más claras del impacto que tuvo la difusión de la normativa islámica sobre la vida cotidiana (García, 2023).

En términos cuantitativos, los niveles visigodos o tardoantiguos de muchos yacimientos muestran frecuencias relativamente elevadas de restos de cerdo, a menudo entre un 10 % y un 30 % del conjunto arqueofaunístico recuperado. Se trata de proporciones coherentes con un modelo alimentario donde el cerdo desempeñaba un papel relevante tanto en el abastecimiento cárnico como en la producción doméstica. Sin embargo, en los niveles andalusíes tempranos (siglos VIII y X) esas cifras descienden drásticamente, en ocasiones hasta la desaparición completa de la especie en el registro zooarqueológico.

Ahora bien, lo relevante de este cambio no es solo su dimensión cuantitativa, sino su valor cualitativo como marcador cultural. La disminución de los restos de cerdo no puede explicarse únicamente en términos económicos o ambientales. Corresponde, más bien, a una transformación en la lógica del sistema alimentario en su conjunto, motivada por la reordenación de los patrones de consumo. El cerdo pasó así de ser un recurso común —que, por cierto, resultaba altamente rentable en términos económicos por su enorme productividad—, a convertirse en un alimento impuro, prohibido, incompatible con la ortopraxis islámica. Así pues, aunque su abandono no fue inmediato ni homogéneo (en algunos contextos rurales o periféricos pervivió durante más tiempo), la realidad es que se impuso como una tendencia generalizada que acompaña y visibiliza la implantación del islam como forma de vida.

No obstante, como acabamos de apuntar, este patrón generalizado presenta excepciones significativas que obligan a matizar la narrativa de una islamización uniforme y rápida. Un caso destacado es el de la Zona Arqueológica de Cercadilla, situada en el sector noroeste de Córdoba. Los análisis zooarqueológicos realizados en este espacio han revelado una notable presencia de restos de cerdo en contextos correspondientes a la época emiral (siglos VIII-IX), lo que sugiere la pervivencia de prácticas alimentarias no conformes con la ortopraxis islámica. Esta evidencia contrasta de manera marcada con la derivada de los basureros coetáneos excavados en el arrabal de Šaqunda o en el Patio de los Naranjos de la Mezquita —donde el cerdo estaba ausente—, y ha sido interpretada como indicativa de la presencia de una comunidad cristiana (“mozárabe”) que mantuvo sus costumbres alimentarias tradicionales durante este período. 



Fotografía aérea del Área Arqueológica de Cercadilla antes de su arrasamiento y (casi completa) destrucción debido al levantamiento de la actual estación de ferrocarril (1991-1992). Foto: Rafael Hidalgo (UPO).


Sin embargo, en las fases posteriores correspondientes a la época califal (siglo X-inicios del XI), se observa una desaparición casi total de restos de cerdo en Cercadilla. Este cambio sugiere una transformación en las prácticas alimentarias de este sector de la capital de al-Andalus, posiblemente reflejando una progresiva islamización social y cultural en términos alimentarios, sin por ello implicar necesariamente la conversión al islam de esta población. La dinámica observada en Cercadilla evidencia que, incluso en la principal de sus ciudades, la islamización de al-Andalus fue un proceso complejo, variable y no homogéneo, influido por factores locales y temporales, y que las prácticas alimentarias pueden servir como un indicador sensible de estos cambios sociales.


Frecuencias de restos de caprinos (oveja/cabra), vacuno y porcino (cerdo/jabalí) en los conjuntos zooarqueológicos de cronología emiral (siglos VIII-IX) de Córdoba. Imagen base: modificado a partir de Murillo et al., 2010: Fig. 249. Datos: García, 2023, en prep.; Martínez, 2017.


Comer diferente, vivir distinto: el cambio social en la mesa

La progresiva desaparición del cerdo en buena parte de los contextos peninsulares a partir del siglo VIII no es simplemente un dato cuantitativo ni una curiosidad arqueológica. Es, ante todo, un índice histórico del cambio social operado en al-Andalus. Como hemos visto, este fenómeno no responde únicamente a razones económicas o ambientales, sino que traduce una transformación en la lógica del consumo: una nueva forma de entender qué es comestible y qué no, qué es puro y qué impuro. En otros términos, conocer lo que se come (y lo que no se come) constituye una herramienta de enorme utilidad para comprender dinámicas históricas.

Desde esta perspectiva, la islamización no fue solo un proceso ideológico, político o religioso: fue también un fenómeno material, encarnado en las prácticas cotidianas del día a día. Y entre ellas, pocas tan repetidas, íntimas y grávidas de contenido y significado cultural como las que rodean la comida. Y es que, como señala Christine Hastorf (2017: 68), los cambios alimentarios son expresión de transformaciones profundas en otros ámbitos del entramado social. La evidencia que nos informa sobre el abandono de cerdo en al-Andalus es el reflejo de un cambio que empezó en la mesa y que arraigó en los campos, mercados y cocinas.



Imagen de al-Wasiti para las Maqamat de al-Hariri, BNF ms. Arabe 5847, f. 139v


Los restos animales procedentes de yacimientos arqueológicos representan, así pues, un tipo de cultura material que, tanto en términos literales como figurados, permite explorar esa transformación “desde abajo”. Y es que el subsuelo contiene claves para conocer la vida cotidiana de la gente común, un ámbito fundamental de la experiencia humana que rara vez aparece documentado en los relatos, crónicas y demás testimonios escritos. Aunque aparentemente marginales, los basureros arqueológicos actúan en realidad como verdaderos archivos sociales. En ellos se conserva la memoria de las formas de vida y los hábitos cotidianos de comunidades enteras, la huella de sus prácticas, de sus adaptaciones y resistencias.

Por todo ello, en al-Andalus, lo que nos dice la basura va mucho más allá de la dieta: nos habla de cómo una sociedad se creó y recreó a través de sus costumbres más elementales. Comer, en este contexto, fue también una manera de islamizarse. Y dejar de comer cerdo, una forma tangible de vivir ese cambio.

Al igual que entonces, hoy la alimentación sigue siendo un espacio donde se construyen y disputan identidades. En torno a ella se articulan discursos de pertenencia, exclusión y reconocimiento que están en el centro de los debates actuales sobre inmigración, diversidad cultural y convivencia en la sociedad española. Comprender cómo se construyeron las identidades a través de la comida en contextos pasados como el andalusí nos ayuda también a iluminar los mecanismos con los que, aún hoy, los grupos humanos definen su lugar en el mundo a través de sus prácticas alimentarias. Solo reconociendo la diversidad que nos ha conformado como sociedad es posible imaginar una convivencia más justa en el presente.




Ruptura del ayuno del mes de Ramadán de la comunidad musulmana de Granada (marzo 2023). Fuente: ahoragranada.com (Foto: Álex Cámara).


PARA AMPLIAR:

·         Benkheira, M. (1999). Lier et séparer. Les fonctions rituelles de la viande dans le monde islamisé.L’Homme, 39(152), 89–114.

·         Benkheira, M. (2000). Islâm et interdits alimentaires. Juguler l’animalitè. Presses universitaires de France.

·         Casal, Mª. T. (2021). Córdoba en los inicios de al-Andalus: el arrabal de ŠaqundaIntus Legere. Historia, 15(2), 160–182.

·         Casal, Mª. T., Martínez, R. M., y Araque, M. del M. (2010). Estudio de los vertederos domésticos del arrabal de Saqunda. Ganadería, alimentación y usos derivados (750-818 d.C.) (Córdoba). Anejos de Anales de Arqueología Cordobesa, 2, 143–182.

·         Fuertes, Mª. del C., e Hidalgo, R. (2023). The Christian and Islamic Population of Cercadilla, Cordoba: 7th-12th Century. En J. P. Moferrer y A. Moterroso (eds.), A Companion to Late Antique and Medieval Islamic Cordoba (pp. 252–270). Brill.

·         García, M. (2022). Historia en hueso: la arqueozoología como herramienta de análisis histórico y su contribución al conocimiento del temprano al-Andalus (siglos VIII-X). En E. López Martínez de Marigorta (ed.), Una nueva mirada a la formación de al-Andalus. La arabización y la islamización desde la interdisciplinariedad (pp. 97–114). Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco.

·         García, M. (2023). La dimensión alimentaria de la emergencia de al-Andalus (siglos VIII-X): perspectivas históricas y zooarqueológicas sobre el proceso de islamización socialLvcentvm, 42, 261–288.

·         Grau, I., y García, M. (2018). Zooarqueología y Edad Media en la Península Ibérica. En J. A. Quirós (Ed.), Treinta años de Arqueología Medieval en España (pp. 341–364). Archaeopress.

·         Hastorf, Ch. (2017). The social archaeology of food. Thinking about eating from Prehistory to the Present. Cambridge University Press.

·         Marín, M. (2004). Espacios religiosos en las sociedades islámicas clásicas: una aproximaciónRevista de Ciencias de las Religiones. Anejos, 10, 93–102.

·         Martínez, R. (2017). Animales en Córdoba durante el primer siglo andalusí. Revisando los basureros del arrabal de Saqunda. En S. Villar y M. García (eds.), Ganadería y Arqueología medieval (pp. 17–56). Alhulia.

·         Murillo, J. F., León, A., Castro, E., Casal, M. T., Ortiz, R., & González, A. J. (2010). La transición de la civitas clásica cristianizada a la madina islámica a través de las transformaciones operadas en las áreas suburbiales. En D. Vaquerizo y J. F. Murillo (eds.), El anfiteatro romano de Córdoba y su entorno urbano. Análisis arqueológico (ss. I-XIII d.C.) (pp. 503–546). Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba.

·         Safran, J. (2003). Rules of purity and confessional boundaries: maliki debates about the pollution of the christianHistory of Religions, 42(3), 197–212.

 

LA MUSICA EN AL-ANDALUS

 

LA MÚSICA EN AL-ANDALUS


El artista árabe encontró en la música y en la poesía esa evasión que le permitía plasmar el genio que encerraba en su interior, de ahí que su legado sea una de las más bellos que ha dejado en su andadura histórica. En Al-Andalus no fue menos importante, llegando a gozar de una época de verdadero esplendor. Para comprenderla es necesario incluir algunas pinceladas históricas referentes a la cultura musical islámica en general.

Durante la primera etapa del Islam, los instrumentos quedarían un tanto eclipsados ante el canto en la llamada del muecín, escuchándose principalmente, salvo excepciones, el canto del Corán. Pasado este primer período se produjo una cierta apertura en los centros de La Meca y Medina durante el mandato de los omeyas. La expansión a otras tierras les llevó a entrar en contacto con otros pueblos y culturas y, como consecuencia, con distintos tipos de música. Este hecho contribuyó a enriquecer su patrimonio, y con ello se dio paso a una música más depurada y artística, en la que aparecieron grandes artistas y estudiosos.

El más famoso musicalmente fue Al-Farabí. Este eminente filósofo sobresalió tanto en la teoría como en la práctica. Varias tradiciones nos aseguran que durante una fiesta nupcial, Al-Farabí podía tocar el laúd hasta hacer que el auditorio prorrumpiera en risas, derramara lágrimas o se durmiera. Igualmente aseguran que inventó el "rabab" (rabel) y el "qanún" (cítara pulsada), aunque es muy posible que se limitara a mejorarlos.


 


El último gran teórico de la música fue Avicena. Este médico y filósofo incluyó en sus obras largos capítulos sobre música. Su aportación radica en la detallada descripción de los instrumentos usados entonces y en el tratamiento de puntos de teoría musical griega que no se han conservado.

El período más floreciente se produjo con la llegada de los abbasíes al poder en el año 750. Bagdad pasó a ser el centro de todas las artes. La música fue protegida y mimada por los califas, algunos de ellos poetas y compositores, considerándose esta época como la Edad de Oro de la música islámica. En Irak nació una dinastía de filósofos liderada por Al-Kindi (s. IX), quien aplicaría las teorías neo-platónicas de la Armonía Universal al laúd, considerado como el "sultán” de los instrumentos islámicos. Entre los músicos destacaron, entre otros, el laudista Al-Mawsuli y su hijo Ishaq.

En Bagdad surgió entonces la “nawba” o suite clásica oriental, que posteriormente se desarrollaría en Al-Andalus. Durante este periodo apareció una figura clave en la histórica de la música: se trataba de Abu al Hassan Alí Ibn Nafeh (789-857), apodado Ziryab, “el pájaro negro cantor” (según algunos por asemejarse al mirlo y según otros, por el oscuro color de su tez), músico de origen persa y tañedor de laúd en la corte del califa. Sus cualidades provocaron las envidias de su maestro Al-Mawsuli, de ahí que decidiera emigrar a otras tierras donde encontraría la protección adecuada para su arte.

En su huida de Bagdad se refugió primero en Kairauán, siendo más tarde invitado por Al-Hakam I a residir en su corte en Córdoba. Su llegada a esta ciudad en el año 822 se produjo con la subida al trono de Abderramán II, emir protector de las artes y el primero de Al-Andalus en fundar un conservatorio musical.

Ziryab destacó como auténtico mecenas en su corte, siendo considerado como el fundador de la escuela musical andalusí. Era un auténtico polígrafo: poeta, literato, astrónomo, geógrafo y un refinado esteta, pero ante todo fue un gran músico. Se dice que se sabía de memoria las letras y melodías de diez mil canciones. Aquí encontró una tierra de respetuosa convivencia, el lugar adecuado para seguir la tradición oriental, al mismo tiempo que pudo desarrollar su espíritu creador y renovador, inventando nuevas formas musicales.


 


Él mismo fabricó sus propios instrumentos, los dio a conocer y los mejoró con sus propias innovaciones. La laminilla de madera que se empleaba como plectro en el “ud” (laúd), instrumento árabe por excelencia, la sustituyó por la pluma de águila, con lo que produjo un sonido más agradable. También le inventó una quinta cuerda, situándola entre la segunda y la tercera.

Sus enseñanzas fueron las auténticas transmisoras de la música y los instrumentos andalusíes al resto de la península ibérica y Europa. Fundó en Córdoba las primeras escuelas de canto, que reunirían a artistas procedentes de muy diversos lugares de Oriente y Occidente, estableciendo al mismo tiempo un nuevo método para su enseñanza: en primer lugar, se recitaba el poema con acompañamiento de un tamboril, lo cual permitía percibir los acentos; luego se procedía al aprendizaje de la melodía. Una vez asimilada, se procedía a ornamentarla.

En Córdoba se desarrollaría la “nawba”, vulgarmente conocida como “nuba”, elaborada composición melódica de contenido en su mayor parte profano o místico. En ella la exaltación del amor, la belleza y la sensualidad alcanzan su máxima expresión, siempre como obra y prueba de la existencia de Alá. Eran, pues, una elevada concepción y expresión de la sensibilidad refinada, de tal modo que llegaron a componerse veinticuatro, dedicándose una para cada hora del día de manera que pudieran adaptarse a las distintas condiciones y estados del espíritu humano a lo largo de la jornada. La interpretación de cada una abarcaba entre cinco y siete horas aproximadamente, por lo que resulta evidente que, dada su larga duración, los músicos debían extraer de cada una sólo aquellas canciones que consideraban más adecuadas al momento y ambiente.

Técnicamente hablando, se trataba de una estructura musical formada por distintos fragmentos vocales e instrumentales, constituyendo unidades independientes. En realidad equivalía a una especie de sinfonía o suite actual. Comenzaba con una pieza instrumental de carácter libre, a la que le correspondía definir tanto el modo como el carácter general de la obra. Le seguía otra sección instrumental sobre un ritmo fijo, tras la cual se interpretaban cinco piezas cantadas. Las partes vocales corrían a cargo de un coro que cantaba al unísono y en heterofonía. El conjunto de instrumentos que intervenían en su interpretación estaba formado básicamente por laúd, flauta, “qanún” (cítara pulsada o salterio), “darabukka” (tambor de un solo parche, en forma de copa o florero) y tamboril.

Esta música clásica que se escuchaba en Al-Andalus se abrió paso en Oriente a partir del siglo XIII con el canto de la “muwassaha” o moaxaja, llegando a crear su propia escuela. Esta composición fue creada por el poeta Muqqadam ibn al Mu’afa, apodado Al-Qabrí por haber nacido en la localidad de Cabra (Córdoba) hacia finales del siglo IX, aunque fue más conocido como el Ciego de Cabra. La moaxaja rompe con la métrica rígida  de la “qasida” árabe originaria de Oriente y se impone rápidamente. Consta de cinco estrofas, que se dividen cada una en dos partes (que van precedidas de una introducción de dos o más versos). Su interpretación corría a cargo de un solista y de uno o dos coros de hombres o mujeres que cantaban con el acompañamiento del pequeño conjunto instrumental de la nuba, el cual ejecutaba breves interludios entre estrofa y estrofa. El último verso de la moaxaja se escribía en lengua romance y se le conocía con el nombre de jarcha ("jarya").

De la moaxaja se derivó el “zayal” o zéjel, caracterizado por expresarse en lengua romance o dialecto andalusí popular, a lo que debe su mayor calado en todos los estratos sociales.



Todas estas estructuras se vieron posteriormente reflejadas en una parte importante de los villancicos recogidos en los cancioneros cristianos, en la lírica tradicional galaico-portuguesa, a través de las cantigas de amigo, y en las formas poéticas y musicales de los trovadores franceses.

Con la llegada de los Reinos de Taifas, la música gozó de un verdadero período de esplendor. Las escuelas de música acogían a mujeres,  tanto a musulmanas como cristianas que, tras una dura etapa de formación en filosofía, geometría, astrología, geografía y música entre otras disciplinas, pasarían a formar parte de orquestas, amenizando las tertulias palaciegas y cortesanas. Reinos como el de Al-Mutamid (Sevilla) eran conocidos por contar con importantes orquestas compuestas de músicos y cantoras musulmanas andalusíes, además de rodearse de reconocidos poetas y poetisas del mismo origen.

Con la capitulación del último rey nazarí de Granada, todo este caudal musical se vio desplazado en la memoria de los andalusíes a tierras del Magreb.

En cuanto a los instrumentos musicales, los aportados por los musulmanes sustituyeron en la Península y, por tanto, en Europa a la exigua variedad y primitivismo de los previamente existentes. Entre los principales pueden citarse a la cítara, el dulcémele, la guitarra, el laúd, el pandero, el rabel, el timbal... De estos se derivarían otros que serían fundamentales en la evolución de la música europea, como el clavicordio y el piano, que tuvieron como antecesor al “santur” o dulcémele.

Dentro de los instrumentos de cuerda frotada, el más importante de ellos fue el rabel andalusí. Se le considera como el predecesor del violín, violonchelo y todos los demás instrumentos orientales del mismo tipo. Su sonido, bajo y zumbante, se utilizaba tradicionalmente para acompañar la voz. Sin embargo, su actividad está desapareciendo en la actualidad, usándose solo en Marruecos y norte de África.

Aquél que no se conmueve con la dulzura de la música,
es ciego de corazón y entendimiento. [...]
Aquél que reprocha la música,
está envuelto en la ignorancia que no le deja ver.

Abd Al-Yabar al-Fayiyi

 

Publicado por al-Andalus 

 

 

al-aziz (o al-'izz) b. ishaq al-mustazhir b. muhammad al-birzali al-mustazg¡hir

 

AL-AZIZ (O AL-'IZZ) B. ISHAQ AL-MUSTAZHIR B. MUHAMMAD AL-BIRZALI AL-MUSTAZHIR

Al-‘Azīz (o Al-‘Izz) b. Isḥāq Al-Mustaẓhir: Al-‘Azīz (o al-‘Izz) b. Isḥāq b. Muḥammad al-Birzālī al-Mustaẓhir. ¿Carmona (Sevilla)?, p. m. s. XI – Sevilla, 459 H./1067 C. o 460 H./1068 C. sup. Tercero y último régulo de la taifa beréber de Carmona.

Rey de Taifa

Biografía

Ascendió al trono luego de la muerte de su padre Isḥāq b. Muḥammad acaecida hacia 444/1052-1053, tomando el título sultánico de al-Mustaẓhir (el vencedor). “Su autoridad, dice la llamada Crónica Anónima de los Reyes de Taifas, fue completa, y las cosas estuvieron en buen orden. Los precios de los géneros bajaron. Las ciudades que reconocieron por jefe a su padre lo reconocieron a él”. Y no sólo Carmona, sino también Écija, Osuna, Almodóvar y otras. Las fuentes sin pararse en detalles hablan de una larga guerra entre los birzālíes de Carmona y los abadíes de Sevilla. Poco a poco el rey de Sevilla fue terminando con todas las pequeñas taifas del sudoeste y del sur de al-Andalus, la última, la más poderosa militarmente, fue la de Carmona. En efecto, según todas las fuentes (excepto la Crónica Anónima y el Kitāb al-‘Ibar de Ibn Jaldūn, que sigue de cerca el texto de la Crónica) esa larga guerra llevó al agotamiento y casi a la aniquilación de los brizālíes que eran de etnia zanāta. Sabiendo que el final estaba próximo, al-‘Azīz (o al-‘Izz) decidió ceder al rey de Toledo, al-Ma’mūn Yaḥyà b. Ḏī-l-Nūn, Carmona y sus distritos, a cambio de que le diera permiso de aposentarse con sus contríbulos en Almodóvar, cuando ya al-Mu‘taḍid de Sevilla se había hecho con la ciudad de Écija y las otras localidades pertenecientes a los birzālíes. Esta proposición fue aceptada y llevada a cabo la operación, según al-‘Uḏrī, el 15 de raŷab de 460/20.V.1068. Carmona fue entonces ocupada por las tropas toledanas. El rey de Sevilla, no obstante, obtendría la posesión de Carmona tres días después, al decir del geógrafo anteriormente citado, tras prometer al rey toledano su ayuda para conquistar Córdoba, cosa que por supuesto no cumplió. En cuanto al birzālī al-Mustaẓhir, sometido a las presiones del soberano sevillano, no pudo mantenerse en Almodóvar; parece que se entregó al rey de Sevilla, muriendo poco después en esa ciudad en 459 o 460/1067 o 1068.

Mientras, una parte de los birzālíes junto con sus familias optó por replegarse hacia territorio granadino, sirviendo a los reyes beréberes de etnia ṣinhāŷí, los zīríes de Granada, a fin de continuar la lucha contra los abadíes de Sevilla. Ibn Jaldūn de forma lapidaria resume el fin de los birzālíes: “Así terminó el reino que los Banū Birzāl habían fundado en al-Andalus […] en época más reciente los Birzāl, establecidos en Sillat, perecieron por completo. Se cuentan, pues, entre las tribus extintas”.


Bibliografía

Ibn Jaldūn, Kitāb al-‘Ibar, t. VI, ed. Būlāq, 1867, pág. 54 (trad. parcial de [M. G.] de Slane, Histoire des Berbères, nueva ed. de P. Casanova, t. III, París, Paul Geuthner, 1982, pág. 293)

Ibn ‘Iḏārī, al-Bayān al-Mugrib fī [ijtiṣār] ajbār mulūk al-Andalus wa l-Magrib, con el tít. y subtít. en fr., Al-Bayān al-Mugrib. Tome troisième. Histoire de l’Espagne Musulmane au XIème siècle. Texte Arabe publié par la première fois d’après un manuscrit de Fès, ed. de E. Lévi-Provençal, Paris, Paul Geuthner, 1930, pág. 283 [trad. crítica (con centenares de correcciones, merced a la Ḏajīra de Ibn Bassām y a las “Observations sur le texte du tome III du Bayān de Ibn ‘Iḏārī”, establecidas por E. Lévi-Provençal, en Mélanges Gaudefroy de Mombynes, El Cairo, 1935-1945, págs. 241-258) de F. Maíllo Salgado, La Caída del Califato de Córdoba y los Reyes de Taifas (al-Bayān al-Mugrib), Salamanca, Estudios Árabes e Islámicos, Universidad de Salamanca, 1993, pág. 234]

Anónimo, Ḏayl (texto fragmentario incluido en apéndice en la edición del mal llamado) Bayān III, ed. de E. Lévi-Provençal, Paris, P. Geuthner, 1930, pág. 312 (trad. de F. Maíllo Salgado, bajo el tít. de Crónica Anónima de los Reyes de Taifas, Madrid, Akal, 1991, págs. 64-66)

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M.ª J. Viguera Molíns, Los reinos de taifas y las invasiones magrebíes, Madrid, Mapfre, 1992, págs. 128-129

Autor/es

  • Felipe Maíllo Salgado