MUJERES DE AL-ANDALUS
La situación de la mujer en el mundo islámico es uno
de los temas más controvertidos y analizados. La causa se encuentra sin duda en
las medidas fuertemente represoras que algunos países ponen en vigencia, merced
a las interpretaciones que del Corán y los Hadits hacen las autoridades de unos
países donde las decisiones políticas y religiosas se encuentran
indisolublemente unidas.
La mujer aparece como la gran perdedora, una vez más, en el juego de la vida
social, la gran víctima de las medidas que controlan los espacios y los
poderes. Una y otra vez ve desaparecer sus posibilidades de seguir avanzando en
una vía que le facilite el acceso a su propio papel y a ser ella misma, sin
subordinaciones ni concesiones. Si el esfuerzo que, todavía hoy y después de
todas las revoluciones y transformaciones, tiene que hacer la mujer en
Occidente para que su condición femenina no sea una circunstancia condicionante
para su quehacer en la vida social es enorme, se nos aparece como titánico y a
veces heroico el que debe de aplicar la mujer en los países islámicos en
general, sin más matizaciones.
No es extraño entonces que cualquier testimonio que
nos aporte la historia sobre la forma positiva en que se ha resuelto el eterno
dilema del papel de la mujer sea bienvenido y a veces mitificado. Tal ha
sucedido con el caso de al-Andalus y la forma en que en ese espacio-tiempo casi
mítico, se logró que la mujer adquiriese un protagonismo y una influencia,
insólitos en aquellos siglos oscuros de la Edad Media y en aquel mundo
islámico, tan condicionado por una manera de ver el mundo que interpreta el
papel de la mujer como secundario y siempre supeditado al hombre.
Para algunos historiadores, la mujer al-Andalus gozaba de una libertad y una
capacidad de acción casi iguales, sin precedentes y sin posible parangón en el
resto de Europa. Estudios más desapasionados y menos influidos por el mito del
paraíso perdido han podido determinar que tal estimación es en sí por lo menos,
exagerada. El conocimiento del papel que jugó la mujer en al-Andalus se
encuentra limitado por la falta de datos sobre aspectos socioeconómicos y de
vida cotidiana y a la vez no se debe contemplar como un todo homogéneo, dado
que existen importantes matices que diferencian, por ejemplo, el ámbito rural,
el urbano, la mujer árabe o la mujer beréber, la de la clase superior o la del
vulgo.
Como ha dicho Santillana, "desde el punto de vista religioso y ético, la
mujer musulmana es igual que el hombre; tiene los mismos deberes morales y
religiosos; en la vida futura, al hombre y a la mujer le esperan los mismos
castigos y las mismas recompensas ( .. ) Pero si en el terreno religioso y
moral musulmán la mujer es igual que el hombre, en el terreno civil, es decir
político y jurídico, se la considera bastante inferior, tal y como señaló lbn
faldum". A la vista está que las interpretaciones de los mandatos
coránicos han ido recibiendo el sesgo que se les ha ido dando, inclinando la
balanza la mayor parte de las veces en contra de esa consagrada igualdad entre
el hombre y la mujer.
En el plano social y de la comunidad, más allá de las declaraciones de
principios o de las normas dictadas, destaca un hecho que quizá explique muchos
de los factores que afectan a las actuaciones femeninas en la historia de
al-Andalus, aunque no con carácter exclusivo: en la concepción del mundo propia
del Islam, no sólo hay una separación controlada entre el mundo femenino y el
mundo masculino, sino que, previamente, existen esos dos mundos separados, con
sus especificidades, sus territorios acotados, sus rituales y reglas internas
de funcionamiento.
Más allá de los criterios de igualdad o superioridad
que prevalezcan, a través de las interpretaciones de las escuelas jurídicas, el
hecho cierto es que se concibe la existencia de un universo exclusivamente
femenino, en el cual la mujer, en tanto que tal, desarrolla unas cualidades que
le son propias, para las cuales está especialmente dotada y que realiza más
eficazmente que el hombre. Ese mundo femenino ha sido y es en el Islam, el
caldo de cultivo del que surgen las obras y las protagonistas, a veces como una
manera organizada de elaborar las respuestas que la sociedad masculina requiere
de las mujeres, a veces como ámbito de actuación de las mujeres mismas. Ninguna
cultura como la islámica ha dedicado tanta atención a la mujer ni ha puesto tan
de relieve su presencia en el complejo tejido de las relaciones sociales.
No hay que considerar que el mundo femenino islámico se encuentre como
encapsulado del conjunto social, sino que es receptivo y refleja los parámetros
vigentes, respondiendo a su vez con sus propias creaciones específicas De ahí
que cuando citamos esos nombres femeninos singulares que destacaron en
determinados campos, no debemos considerarlos aisladamente del universo
exclusivo en que aparecieron, ni de su interrelación con el mundo masculino
propiamente dicho, más o menos dispuesto a reconocer la significación de las
obras de las mujeres.
Historiadores árabes, como lbn al-Abbar y al-Marrakusi en sus diccionarios
biográficos, nos han dejado relaciones de nombres de personajes que estuvieron
vinculados con algún aspecto del conocimiento, tanto por lo que se refiere a
las ciencias religiosas como a las profanas. Hay también relaciones biográficas
dedicadas a recoger ese protagonismo femenino en el mundo de la cultura, tales
como la de Maslama b. al-Gasim y Abu Dawud al-Muqri. Dichas relaciones incluyen
ciento dieciséis nombres de mujeres que "hicieron algo" en alguna de
las ramas del saber: poetisas, lexicógrafas, copistas, gramáticas, ascéticas,
juristas, matemáticas, médicas y astrónomas. De todas ellas, el grupo más
numeroso es el de las que se dedicaron a la poesía (unas cuarenta). Las
noticias que se nos dan de estas mujeres son muy limitadas y en ocasiones
meramente testimoniales. Sin embargo, podemos considerar como significativo el
hecho de que haya existido un empeño en reflejar las obras de estas mujeres por
parte de los autores masculinos de las biografías, lo cual se justifica en una
sociedad que, por lo menos, valora la presencia femenina en determinados
ámbitos culturales, además de su efectiva participación. Tampoco hay que
hacerse demasiadas ilusiones sobre dicha significación, pues tras el análisis
de las referidas reacciones biográficas se desprende que adquirieron ese
protagonismo ante la falta de hermanos varones, o siempre al amparo de padres
ilustrados, y desarrollaron su actividad mayoritariamente en los círculos
familiares o específicamente femeninos.
Si tenemos en cuenta el corto alcance de las
conquistas femeninas en los ámbitos de la vida cultural, todavía hoy en
nuestras sociedades contemporáneas, la presencia de estas mujeres en la
historia de la cultura andalusí resulta especialmente significativa, más aún
dentro del contexto con que enmarcamos a la sociedad musulmana medieval y sus
correspondientes estereotipos, muchas veces dictados por realidades más
cercanas en el tiempo y pertenecientes a ciertos países islámicos.
El caso de las poetisas de al-Andalus merece una consideración aparte, por lo
que representa de aportación de las mujeres a la cultura andalusí y a la vez
por resultar significativo, como florecimiento de un mundo femenino particular
y vuelto sobre sí mismo. De las 116 mujeres recogidas por la profesora Mª Luisa
Avih, cuarenta y cuatro cultivaron la poesía, en mayor o menor medida, con
mayor o menor dedicación, dentro o fuera de un contexto de cultura literaria
global. Se trata de una proporción ciertamente alta, que viene a confirmar la
tradición musulmana que asigna a la mujer cualidades especiales para la
práctica de la música y la poesía. En efecto, son las artes a las que más debe
su esplendor la civilización islámica en general y la cultura andalusí en
particular. De la mayoría apenas sí contamos con unas pocas líneas, que han
quedado como testimonio de su quehacer literario. Otras han pasado a formar
parte de la imagen ampliada de unas mujeres que dejaron huella en la vida
cultural andalusí y sirven de referencia casi obligada, y no solamente en un
contexto exclusivamente femenino, sino general.
Nació en Córdoba el año 994 y era hija del califa al-Mustakfi. Su posición
privilegiada en lo social le da un carácter excepcional, aunque la personalidad
de Wallada hubiese destacado de todos modos. Como apenas se
conservan nueve poemas suyos, de los cuales cinco son satíricos, se ha visto
rodeada de una cierta fama de atrevida y mordaz. Además algunas alusiones un
poco subidas de tono, en sus versos, seguramente unidas a las represalias de
sus enemigos, motivaron que pasara a la historia como inmoral y libertina, a lo
cual contribuye el hecho de que no se casó nunca, y se le conocieron varios
amantes. En las referencias biográficas, aunque un tanto tendenciosas, que
existen sobre ella, y también por los versos de su amado, el poeta lbn Zaydun,
podemos percibir una Wallada sensible y refinada, que reunía a literatos y
pensadores de la Córdoba califal, con el espíritu que, varios siglos más tarde,
se dio en los salones parisinos de los siglos XVII y XVIII.
Como si se tratase de una divisa, que proclamaba su independencia y sentido de
libertad, llevaba estos versos suyos bordados en su túnica:
"Estoy hecha por Dios para la gloria, y camino orgullosa por mí propio
camino. Doy poder a mi amante sobre mi mesilla y mis besos ofrezco a quien los
desea".
Dos siglos más tarde, en Granada floreció Hafsa al-Rukkunyya,
famosa por la elegancia de sus versos, y por haber protagonizado una doble
historia de amor, con el poeta Abu Yaffar y con el gobernador almohade de la
ciudad. Estos apasionados romances simultáneos inspiraron ingeniosos cruces de
poemas, donde se asoman románticas alusiones a los celos, el secreto de los
encuentros, e incluso el temor, porque uno de los dos amados de Hafsa tenía
derecho de vida y de muerte sobre todos sus súbditos y la vida de Abu Yaffar
corría peligro, cosa que efectivamente acabó confirmándose en un trágico
destino.
La última parte de la vida de la poetisa estuvo dedicada a la enseñanza, en
Marraquech, capital del imperio almohade, donde fundó una escuela en que
aprendían las mujeres del harén las artes de la caligrafía y la poesía, en la
corte del califa al-Mansur.
La evocación de sus amores parece reflejarse en este
poema, con románticas metáforas, que tituló Relámpago:
"Preguntad al relámpago tremolante, mientras la noche está en calma, cómo
es que me produce debilidad, al recordar a mis amados. Su efecto ha sacudido en
mi corazón un pálpito y la abundante lluvia de su nube, me hizo llover el
párpado".
La imagen de la poetisa andalusí, de corte, ilustrada, que personifica Wallada
tiene su contraparte en esta granadina que vivió en el siglo XI o XII y se hizo
famosa por su ingenio y su habilidad con la sátira. Nazhun mereció un elogio
muy significativo por parte de sus contemporáneos, pues lbn Said, a quien
debemos otras referencias de mujeres escritoras, dijo de ella que "sus
poemas a veces eran superiores a los de los hombres".
La habilidad de los poetas en Al-Andalus se ponía a prueba en una costumbre que
practicaban los amantes de los juegos metafóricos y el ingenio condensado en
unos pocos versos. Consistía en comenzar un poema y lanzar el reto a alguien
para que lo continuase. Existen numerosas anécdotas en ese sentido y de cómo
tanto hombres como mujeres cultivadores de la poesía alcanzaron la fama y el
prestigio por haber sabido aprovechar la oportunidad que les brindaba el
destino de lucirse ante algún notable o gobernante con su pericia
versificadora. Tal le sucedió precisamente a la granadina Zazhun, que supo demostrar
su espontaneidad ante el gran poeta al-Kutandi, cuando éste visitó al poeta
ciego al-Majzumi, que estaba dando lecciones a la poetisa. Al-Kutandi propuso
al ciego que continuase este verso: "Si tú vieras a quien hablas...".
Como al-Majzumi titubease y no acertase a encontrar las palabras adecuadas,
Nazhun se le adelantó y siguió así el poema:
"Mudo quedarías del fulgor de sus alhajas. Brota la luna, en su cuerpo,
por doquier y, en su ropaje, la rama juega".
Un verso dicho a tiempo y en un rasgo de espontánea inspiración fue el que le
valió a la lavandera Rumaikyya el amor del rey de Sevilla, al-Mutamid, cuando
supo acabar el poema que había iniciado el rey poeta, mientras paseaba junto a
sus cortesanos, por la ribera del Guadalquivir. Al menos así lo quiso la
tradición y la leyenda, consagrando una escena que resume el refinamiento culto
de los tiempos dorados de al-Andalus.
- Autor: Mª Dolores Fernández Fígares - Fuente: Webislam