LA MUJER EN AL-ANDALUS
En al-Andalus, las mujeres de las clases superiores son las señoras de las
familias principales, recluidas en sus alcázares, y que sólo se liberan del velo
y enclaustramiento cuando son hijas únicas o sin hermanos varones, y permanecen
solteras, como las poetisas Wallāda la Omeya y Hafsa ar-Rakūniyya, hijas únicas
y solteras, que así se liberan de desaparecer literalmente tras un velo, al
contraer matrimonio. Una vez casada, la mujer no podía enseñar su rostro
descubierto salvo al marido y a parientes cercanos .
El ejemplo más concreto de la libertad de la mujer en la España musulmana nos
la procura Wallāda. Hija de un califa, al-Mustakfī, aprovechó la muerte de su
padre, que tuvo lugar tras el desasosiego provocado por la fitna, para llevar
una vida libre por completo; había abierto un salón que atraía a los más altos
personajes y a los más reputados hombres de letras. Su aspecto desenfadado, su
desdén por el velo, lo atrevido de su conversación y en ocasiones la
excentricidad de sus actitudes, mostraban bien a las claras que se había
liberado de muchos prejuicios. Que se la culminó, es natural, pero el que se le
tolerara una vida de ese género implica que el Islam, tan rígido y quisquilloso
en lo que concierne a las mujeres, había relajado singularmente sus rigores en
Andalucía, y hemos de suponer que por influencia de la cultura cristiana se
fueron suavizando algunas normas sociales musulmanas. Así la mujer gozaba en
al-Andalus de mayor libertad que en el resto del mundo islámico, al menos entre
las clases media y alta.
Esta libertad que se le permite a la andaluza en la sociedad
hispano-musulmana nos permite comprender mejor la abundancia de poemas
compuestos por los poetas para cantar lo mismo la belleza física que las
cualidades morales de la mujer.
Las mujeres en al-Andalus recibían al menos una educación elemental semejante
a la de los varones; aprendían a leer, a escribir, el Corán y algo de poesía,
aunque no acudían a las escuelas como los chicos sino que recibían la enseñanza
en casa; igualmente podían acceder a la enseñanza superior pero ésta casi
indefectiblemente la recibían de sus familiares más allegados, y si acudían a
las mezquitas era en compañía de algún pariente masculino.
Posiblemente esta educación sólo se daba en las clases acomodadas.
En al-Andalus, se enseñaba a los niños primero las reglas elementales de la
lengua, y poemas, antes de iniciar el estudio del Corán con el que comenzaba el
aprendizaje en otros países musulmanes. Este temprano conocimiento de la poesía
árabe explica la proliferación de poetas en la España musulmana, a pesar de que
la lengua de la expresión poética fuese una coiné.
La razón podría estar en que les estaban vedados los lugares donde la poesía
se difundía: estos lugares son las recepciones palaciegas con motivo de actos
oficiales; la tertulia, donde se recitaba poesía, donde las mujeres estaban
excluidas con excepción de las esclavas.
Resulta por tanto sorprendente el escaso número de poetisas, sobre todo en la
época de las taifas en el que cualquiera podía hilvanar unos versos . La
literatura profesional en la civilización árabe-islámica requiere una amplia
formación cultural que bajo las premisas de una sociedad patriarcal, no recibía
una mujer destinada exclusivamente a la función de madre.
Llama la atención que la mayoría de las poetisas profesionales de al-Andalus
son hijas únicas, sin hermanos varones, de padres acomodados y cultos que les
dieron la educación que le hubieses dado a sus vástagos masculinos, de tenerlos.
A lo largo de toda su vida estas mujeres actuaron como varones, no sólo en su
actividad literaria, sino social, actuando, por ejemplo con un desenfado sexual
que sólo era permitido a los hombres y que las llevó a ser tildadas de
cortesanas.
Así, si las mujeres de al-Andalus componían poemas, éstos sólo eran
reconocidos por sus familiares. Resulta significativo que las dos poetisas de
las que tenemos más versos sean precisamente Wallāda y Hafsa ar-Rakūmiyya, cuyas
vidas y obras poéticas estuvieron ligadas a los dos poetas masculinos de
importancia Ibn Zaydūn de Córdoba y Abū Ya’far ibn Sa’īd.
Así pues el conocimiento de la poesía árabe de las mujeres de al-Andalus
viene condicionado por sus relaciones con el mundo de los hombres y no por su
condición social, ya que un mayor estatus de la clave llevaba aparejado una
mayor carga de herencia económica y de linaje, y traía aparejado un mayor
enclaustramiento. El caso de la libertad de acción de Wallāda y su producción
poética no se puede extrapolar de las demás mujeres de sangre real. Es
significativo que haya dos poetisas de origen beréber y una de ellas Hafsa
ar-Rakūniyya sea la tal vez considerada la gran poetisa de al-Andalus. Durante
la dominación de al-Andalus por las dinastías beréberes, almorávides y
almohades, las poetisas parecen tener mayor libertad de movimientos.
Dentro de las esclavas de al-Andalus, las más relacionadas con el ambiente
literario eran las cantoras, las qiyān, que recibían una esmerada educación, ya
que su función era realmente la de ser cultivadas hetairas, capaces de
satisfacer al hombre física y estéticamente a modo de las geishas japonesas.
Otro tipo de esclava son las esclavas de placer: la Ŷāriya. Las esclavas
cumplían por tanto su función de satisfacer sexualmente al hombre, pero eran
educadas en diversas artes y habilidades para alcanzar más alto precio y dar
mayor placer al hombre, artes que abarcaban muy diversas facetas: había
cantoras, músicas, poetisas y hasta filólogas, como la ‘Abbādiyya, la esclava
que regalara Muŷāhid de Denia a su yerno al-Mu’tadid de Sevilla . Este status de
la esclava, convertida en concubina, la situaba sobre la esposa legítima, la
mujer libre que no era educada más que para madre y, para ama de casa.
La voz de las mujeres de al-Andalus, con lenguaje auténtico femenino o tomado
prestado de los hombres, es la primera que nos ha llegado de las muchas que
resonaron en la Península Ibérica. Fue expresada en lenguas que hoy han
desaparecido de nuestro suelo, pero tal vez, traducida al español, no resulte
tan antigua ni tan ajena
Ciertos conceptos nacieron y se desarrollaron en la sociedad pre islámica (el espacio del que disponemos hace imposible que los expongamos en su totalidad) y se trasladaron, con ciertos matices, a Occidente, o se difuminaron hasta extinguirse, como es el caso de la endogamia tribal y el casamiento preferencial con la bint al amm, la hija del hermano del padre; cuyos rastros se pierden en la sociedad andalusí.
Uno de los conceptos que sí perduró y que atañe a nuestra exposición es el del honor, que dará como resultado una sociedad fuertemente sexuada.
Existen dos aspectos del honor: el saraf, el honor propio de los hombres, que se adquiere por las buenas acciones y se incrementa por la conducta personal y la de los parientes de la línea paterna. El saraf es activo, su desarrollo se da en el espacio público y crea el primer velo que cubre a la mujer del mundo exterior pues es susceptible de menguar por las acciones femeninas.
En la sociedad pre islámica, la casa o concretamente la tienda pertenece al haram (tabú) pues en ella moran las mujeres que deben ser protegidas de contactos indeseables. La mujer como soberana de la casa se erige (o es erigida) en depositaria del honor de su morada y por extensión de sus habitantes: el clan.
El honor de las mujeres, ird, no se adquiere sino que, al contrario, solo puede perderse debido a la mala conducta, ausencia de castidad o cautividad; una vez perdido es irrecuperable y proyecta el deshonor sobre todos los miembros del clan. Pierre Guichard 1986.p.115
El honor de las mujeres es pasivo y se encuentra contenido en el interior de la casa o detrás del velo, entendiéndose como tal no solamente la tela sobre el rostro sino, concretamente, el enclaustramiento. En pro de la conservación del honor, la mujer se convierte, socialmente hablando, en un ser anónimo.
La urbanización exacerba la tensión entre lo público y lo privado por lo que es necesario crear espacios de segregación por sexos donde hombres y mujeres vivan separados. Al igual que el saraf, el espacio del hombre será la ciudad, como el ird, la mujer se desenvolverá dentro de la casa.
Pero no solamente existen espacios sexuados, sino también horarios bajo las mismas condiciones. Así, las vías rectas que convergen en el centro de la ciudad (equiparables a nuestras avenidas modernas) son de libre acceso para las mujeres; allí concurren veladas y generalmente acompañadas, pero solo durante el día; lo mismo ocurre con los mercados donde solo es aceptable su presencia mientras haya luz, por la noche, cuando todas las tiendas se cierran, el mercado es un lugar solitario y totalmente prohibido; la mezquita, lugar al que solo pueden concurrir durante el día, no por el peligro que encierra el edificio en sí mismo, sino por el traslado por las calles donde pueden producirse encuentros indeseados con hombres. El único acontecimiento que levanta la prohibición para transitar por la noche, es el festejo luego de la ruptura del ayuno durante el Ramadan.
Una de las consecuencias de esa dicotomía público/privado, es que la mujer ve afectadas sus posibilidades de trabajo pues, si bien el marido, padre o parientes masculinos no pueden negarle el ejercer un oficio, si pueden prohibirle salir de la casa.
2) El pastor del hogar
Una sociedad con espacios tan fuertemente sexuados hace que no pueda hablarse propiamente de trabajo femenino pues la mujer es apartada de los sistemas de producción para dedicarse casi exclusivamente a la reproducción. Así - como ya dijimos - el trabajo por excelencia será el de esposa y madre.
Al casarse, la mujer contrae determinadas obligaciones con respecto al marido a cambio de recibir de éste la dote y la nafaqa o manutención, que varía según la condición social y permite que, además de comida, alojamiento y ropa, incluya en el caso de mujeres nobles la posibilidad de contar con sirvientes que realicen las tareas del hogar.
Las obligaciones de la mujer son de tres tipos: para con su marido, sus hijos y su hogar.
La mujer virtuosa es aquella que obedece a su marido, le es fiel, evita su cólera y lo cuida en la enfermedad. Quienes cumplen con estas obligaciones adquieren un mérito religioso que será reconocido en el Más Allá pues le serán perdonados sus pecados. La mujer que sea infiel a su marido, recibirá un doble castigo: cien azotes y la reclusión hasta la muerte o el arrepentimiento.
Pero la obligación más importante de la mujer incluso por sobre la conyugal es el cuidado de los hijos, pues la maternidad posee un valor religioso que reside en la reproducción de la comunidad, de allí que se desaconseja tomar por esposa a la mujer de edad avanzada o a la que tuviera problemas para concebir.
El niño debe se amamantado durante dos años, tiempo en el que el padre será responsable del sustento necesario, aunque hubiera habido repudio.
Es lícito contratar los servicios de una nodriza si la madre está enferma o si no tiene leche: en estos casos, la madre correrá con los gastos del servicio. No sucede lo mismo cuando la nodriza es contratada por una mujer noble o una repudiada definitivamente: aquí el hombre se hará cargo de pagar el sueldo y el mantenimiento de la empleada.
Según el Derecho Malikí, una madre repudiada o viuda conserva la custodia de su hijo hasta la pubertad y de su hija hasta el matrimonio.
La mujer es la encargada de iniciar a sus hijos en la vida socio-cultural, pero siempre bajo la vigilancia del hombre que detenta el poder disciplinario. También es la mujer la que se encarga de enseñar los rudimentos de la lectura y la escritura, sobre todo a las niñas, muchas de las cuales recibirán solo este tipo de educación sin salir nunca de sus casas a un establecimiento educativo.
Según lo establecido por el Derecho Malikí, la esposa está obligada a proveer el servicio de su casa, pero de estas tareas - al igual que el amamantamiento de los hijos - queda exceptuada si pertenece a la clase alta y su marido puede pagar sirvientes.
La actividad hogareña por excelencia era el hilado, pues reunía el beneficio económico de proveer vestido a la familia y - eventualmente - ganar dinero con la venta. Era una tarea que se hacía en la casa, por lo que se salvaguardaban los ideales de segregación por género y además conllevaba un mérito religioso equivalente al de aquel que da limosna.
Manuela Marín nos dice en su libro Mujeres en al Andalus, que las hijas de al Mutamid, reducidas a la miseria tras la expulsión de su familia, lograron sobrevivir gracias a la venta de telas que ellas mismas hilaban. Manuela Marín 2000-p.267
Es importante señalar que entre las tareas domésticas, no estaba incluido el hilado o el tejido que se hiciera para extraños, pero en el caso de que la mujer, antes de casarse, hubiera realizado este tipo de labores, el marido no podía prohibirle que siguiera realizándolas.
Miniaturas de Historia de los amores de Bayad y Riyad. (Biblioteca Vaticana). En: Historia de las mujeres. Tomo 4. Dirección de Georges Duby y Michelle Perrot. Taurus Ed. Madrid 1993
3) Trabajo fuera de casa
Ya dijimos que una mujer podía ver truncadas sus posibilidades de trabajo porque sus parientes masculinos le prohibían salir de su casa. Sin embargo han quedado registros de numerosas mujeres que ejercieron algún oficio que les exigía tener contacto con el mundo exterior, desde simples sirvientes hasta katibat.
Ibn Hazm en El collar de la paloma nos brinda una lista de oficios de mujeres que, precisamente por tener que trasladarse para realizarlos, eran empleadas por los amantes para llevarse mensajes. Estos son: curanderas (o médicas), aplicadoras de ventosas, vendedora ambulante, corredora de objetos, peinadora, plañidera, cantora, echadora de cartas, maestra de canto, mandadera, hilandera, tejedora. De muchos, solo tenemos esta lista como referencia pues por desarrollarse entre las clases populares no merecieron quedar registrados.
Otros oficios son más importantes porque tienen consecuencias legales y comerciales: la nodriza -como ya dijimos- era contratada por aquellas mujeres que no podían amamantar o que, por su condición social, no deseaban hacerlo; la matrona y aunque parezca extraño en la sociedad de la cual hablamos también ha quedado registrado el oficio de prostituta.
Las peinadoras, depiladoras y quienes hacían tatuajes recibieron la maldición del Profeta (ellas y quienes recurrían a sus servicios) pues se dedicaban a modificar la creación de Dios. Sin embargo, la sanción profética no logró detener estas prácticas. María Isabel Fierro, 1989, p.45
También sufría una reprobación general el oficio de plañidera, al que se lo consideraba específicamente femenino. Estas mujeres eran contratadas para llorar, gritar y golpearse pecho y rostro durante los servicios fúnebres. Si bien recibían un salario, el Derecho Malikí estableció que la plañidera no estaba capacitada para prestar testimonio en un juicio ni ser testigo, incluso se las podía penalizar con castigos físicos.
La condena a este oficio surge del comportamiento que se esperaba de una mujer en público: recato y silencio. En este sentido la llorona altera el orden público pues no solamente alza la voz sino que corre por las calles con el rostro descubierto. Por lo tanto, lo condenable no es solamente el acto de manifestar dolor, aunque sea ficticio, sino el espacio social en que se hace.
La actividad de algunas cantoras es más conocida por desarrollarse en torno a personajes importantes.
Había dos clases de cantoras:
1. Las mujeres que cantaban y bailaban en las bodas o celebraciones ante un público numeroso. Esta actividad fue siempre muy censurada y poco registrada en las crónicas por llevarse a cabo entre la masa del pueblo.
2. Las qiyan, en su mayoría esclavas que podían o no formar parte del harén y que exhibían su habilidad ante un público selecto, sobre todo perteneciente a la nobleza.
No tenemos noticias de que el oficio de qayna haya sido remunerado en metálico, salvo unos pocos ejemplos: al-Hakam I ordenó que entregaran a una cantora llamada Azíz, 10.000 dirhams. Sin embargo, han quedado registrados los espléndidos regalos que los nobles entregaban como pago a estas qiyan, sobre todo joyas y piezas de tela. Manuela Marín 2000 -p.301
La qayna era generalmente una esclava entrenada durante años en Medina o la Meca, a veces por sus propios dueños que llegado el momento lograban recuperar el dinero invertido con una buena venta.
Se dice que la qayna debe tener una voz pura y de gran potencia, buena técnica y saber recitar correctamente la poesía, y se agrega que, si además es ingeniosa y de alma delicada, es perfecta.
Existió en al Andalus un profesor de canto llamado Ziryab que preparaba cantoras: dos de sus hijas lo fueron, pero además en su escuela se educaron 34 qiyan, dos de ellas fueron obsequiadas a Abd al Rahman II: Fadl al-Madaniyya y Muta, que llegó a ser una de las favoritas del emir. También fue esclava cantora, Gizlan, mujer de Muhammad I y Subh, concubina de al-Hakam II.
Solo hay datos de algunas mujeres a las que se calificó como médicas. De ellas sabemos que estudiaron con hombres de su familia, que algunas fueron favorecidas con el cargo de médica de las mujeres y los niños del califa y que una, Umm Amr bt Abí Marwan Ibn Sur (m.602/1205) era consultada respecto de las enfermedades de los hombres, pero no trataba con ellos. Manuela Marín 2000- p.296
La nodriza como ya dijimos era contratada por aquellas mujeres que no podían amamantar o que por su condición social no deseaban hacerlo. El trabajo tiene importancia legal pues el parentesco de leche se asimilaba al natural, por lo tanto el matrimonio entre un hombre y una mujer que hubieran sido amamantados por la misma nodriza, era nulo. Tampoco el niño amamantado puede casarse con su nodriza ni con parientes directos de ella.
Estas mujeres debían reunir un excelente estado físico, pero también era indispensable que fuera profundamente religiosa y de buenas costumbres. Su actividad sexual durante el período de amamantamiento debía ser suspendida pues existía la creencia de que la leche era de mala calidad si la nodriza mantenía relaciones sexuales. Por lo tanto, era necesaria la autorización del marido y el compromiso de no romper la cláusula de abstinencia.
La qabila o comadrona no se dedicaba solamente a asistir durante el parto, sus servicios se extendían al ámbito legal pues era llamada a testificar en el caso de que un niño muriera al nacer o para verificar si una mujer estaba embarazada o no. Ambos casos están relacionados con los derechos de herencia.
Sus servicios también eran requeridos para reconocer los posibles defectos de una esclava antes de ser comprada. Al contrario de lo que muchos creen, estaba expresamente prohibido vender a una esclava desnuda: su ropa (deberíamos decir, la ropa con la que su dueño la vistió, pues este podía reclamarla luego de la venta) era un signo de la calidad de la mercadería que se vendía y expresaba la posición económica y social del dueño. Por ello, solo la qabila era la autorizada para analizar el cuerpo y, consecuentemente, hacer su aporte para fijar el precio.
Una tercera función era la de albergar en su casa a las mujeres que estaban condenadas a presidio: en este caso, su salario era pagado por el Tesoro Público.
Una mujer de elevada posición también tenía derecho de poseer servidumbre que debía ser pagada por su marido. El salario de una sirvienta incluía, además del dinero, su alimento, ropa para trabajar y para salir de la casa, además de alojamiento.
No estaba bien visto que un hombre sin esposa tuviera sirvientas pues se sabía que muchas -por necesidad económica- caían en la tentación de relacionarse sexualmente con su empleador. Lamentablemente, nada se nos dice sobre quien recibía el castigo en caso de comprobarse un pecado de fornicación.
Se sabe que desde el siglo VI/XII existieron en al Andalus lugares destinados al ejercicio de la prostitución a los que se denominaba dur al-jaray. En ellos se encontraban mujeres libres en situación de miseria y esclavas sin habilidad que debían recurrir a ese medio para comprar su libertad.
La presencia de los dur al-jaray tenía dos funciones primordiales:
1. La discreción: pues al poseer un lugar acotado para ejercer su oficio, la prostituta y quienes requerían sus servicios eran ignorados. Se ve aquí un caso similar al de las plañideras, la censura no era impuesta tanto al tipo de trabajo como a la exhibición pública.
La importancia de la sexualidad está recogida en el Corán y el mismo Profeta Muhámmad dio ejemplo de cómo practicar el sexo de forma sana y activa. El Islam es incluso más progresista que el cristianismo porque este último sólo asocia el sexo a la procreación. En nuestra religión también resulta básico la reproducción y la tasa de natalidad pero está relacionado con el placer. Cuando comenzó el Islam no se sabía nada sobre la sexualidad y el proceso de fecundación. El placer era el único motivo que llevaba a la fecundación. Cuanto más placer pretendía un hombre más encuentros amorosos protagonizaba y ello llevaba a la fecundación. Por eso el Islam coloca al mismo nivel de importancia ambas etapas: placer y fecundación.
La “Sura” II (versículo) del Corán dice: “cohabitar con ellas y buscar lo que Ala ha prescrito para vosotros”.
2. El orden: puesto que el centralizar la prostitución en un lugar fijo, hacía posible que se cobraran impuestos.
Solo nos fue posible encontrar referencias concretas sobre una jarayayra (prostituta) cuyo nombre era Rasis y se la vincula a Abd al Rahman III.
Otro oficio donde vemos la prohibición de contacto entre sexos es el de lavandera. Se estableció que no podían reunirse cerca de los puntos donde se tomaba el agua para abastecimiento de la ciudad pues podían ensuciarla, pero lo más importante era que se ubicaran en algún recodo del río o allí donde hubiera vegetación o construcciones que las ocultaran para que no fueran vistas por los barqueros
Hemos dejado para el final a las mujeres que se dedicaron a lo que podríamos denominar trabajo intelectual; entre ellas se encuentran las katibat, de quienes se dice que fueron las únicas que realizaron un trabajo de hombres.
El arte de la caligrafía, en cuya perfección destacaron varias "mujeres sabias" de al-Andalus, llegó en tiempos posteriores a virtuosismos como el representado en esta lámina, donde las letras que significan el contenido del credo islámico se ordenan para formar dibujos. En: Mujeres en al-Andalus. Reflejos históricos de su actividad y categorías sociales. UAM 1989
La katiba era aquella mujer que al poseer educación, conocimientos caligráficos y minuciosidad, era capaz de copiar ejemplares del Corán e incluso encargarse de escribir cartas. Algunas (las menos) procedían de familias de ulemas, por lo que es de suponer que, por un lado, su situación económica era lo suficientemente holgada como para permitirles dedicar tiempo y esfuerzo al estudio y por otro, el ambiente cultural en el que crecieron era el indicado para incentivarlas.
Sin embargo, es interesante el hecho de que de las 11 mujeres calificadas como katibat por María Luisa Ávila en Las mujeres sabias de al-Andalus, solo 3 eran mujeres libres:
1. Fátima bint Zakaniyya b. Abd Allah al-Katib (m.427/1036) hija del Katib de al Hakam II
2. Hafsa bint al-faqih al-Qadi Abi Miran Musa b.Hammad al Sinhayi (519/1125-?), casada con un cadí granadino.
3. Raqiyya bint al-Wazir Tammam b Amir b Ahmad b Galib b Tammam b Alqama (S III/IX), katiba de la hija del emir al-Mundir b. Muhammad (278/275-886/888).
María Luisa Ávila, 1986, pp139-184.
El resto de las katibat eran esclavas; una de ellas, Nizam, fue katiba de Hisam II y según se dice, fue la encargada de escribir una carta en 391/1001 dirigida a al-Muzaffar en la que se le daba el pésame por la muerte de su padre Almanzor. Manuela Marín 2000-p.280
A las mujeres dedicadas a la enseñanza se las denominaba adiba. Enseñaban el Corán (muaddibat al-Quran), generalmente a niñas y a mujeres. Se sabe de una, llamada Umm Surayh (S V/XI) que enseñaba oculta detrás de una cortina y otra, Sayyida bint Abd al-Gani b Alí (S VII/XIII), que enseñó en los palacios reales. Se sabe que dos enseñaron a niños de su familia y una, Tuna bint Abd al Aziz (434/1042-506/1112) que transmitió a su esposo lo que había aprendido. María Luis Ávila 1986-pp.144/145
La actividad sobre la que más información tenemos es la de las poetisas. No es nuestra intención aquí detenernos en las características de la poesía femenina andalusí, sí nos interesa qué tipo de mujeres se dedicaron a la poesía y cuantas de ellas se sirvieron de su arte como medio de subsistencia.
Están catalogadas como poetisas:
1. Mujeres nobles, cultas y liberadas. Esto último nos habla de mujeres que participan de la vida cortesana, lo que lleva aparejado contacto con hombres. Aunque parezca extraño, mujeres como Hafsa bint al-Hayy, que desarrolló su actividad en la corte granadina y vivió abiertamente un romance con el poeta Abu Yafar, no fue descalificada por los biógrafos (no sucedió lo mismo con otras como Wallada)
2. Las esclavas, también mujeres cultas educadas para satisfacer los deseos de los hombres. Por su condición de objeto sexual poseían una libertad desconocida para la mujer libre, lo que les permitía acercarse muchas veces gracias a sus poesías al soberano y convertirse en esposas o concubinas, momento éste en el que su status se asimilaba al de las mujeres libres, recluidas en el alcázar real.
3. Mujeres cultas de una clase a la que podríamos denominar acomodada, criadas en el seno de familias intelectuales.
4. Mujeres de clase baja: sabemos de una poetisa que era analfabeta.
De las 39 poetisas biografiadas por Teresa Garullo (Diwan de poetisas andalusíes 1991) sólo sabemos con certeza que tres de ellas recibieron algún tipo de pago por su trabajo, pues ha quedado registrado de alguna forma. Del resto no poseemos datos, pues los cronistas no lo han dejado registrado.
Las que recibieron algún tipo de pago fueron:
Hassana at-Tamimiyya bint Abi l-Mujassi (S II/VIII). Era hija de un célebre poeta por lo que parece haberse criado en un ambiente opulento, pero al morir su padre ella era todavía soltera por lo que recurrió a al- Hakam I y más tarde a Abd al Rahman II, ambos le pagaron por sus versos.
Vengo a tí, oh, Abu l-Así! Doliente por mi padre
Abu l-Husayn -riéguelo una lluvia perenne!-
Yo vivía en la abundancia, amparada en sus bondades
y hoy vengo a acogerme a tus bondades, ¡oh al-Hakam!
Tu eres el Imam al que todo el género humano obedece
y al que todas las naciones entregaron las llaves del poder
Nada temeré si tu eres para mí un escudo
que me proteja, ningún mal podrá afligirme
Qué no ceses nunca de estar cubierto de gloria
para que sigan sometidos a tí los árabes y no árabes!
Hafsa bint al-Hayy ar-Rakuniyya (530/1135). mujer noble y rica que no solo fue poetisa sino también adiba. Entre sus obras hay panegíricos dedicados al califa Abd al-Mumin que tal vez le concedió tierras como pago; poemas de amor dedicados al poeta Abu Yafar, con el que tuvo un romance y poemas satíricos.
Oh noble hijo del califa,
del imam escogido,
te felicita una fiesta
cuya venida trae lo que deseas.
Viene ante tí quien amas
uniendo la visita oficial con el contento,
para recuperar
los placeres pasados y perdidos.
Maryam bint Abi Yaqub al-Faysuli (Ss. V/XI) Enseñaba literatura y componía poemas, la mayoría perdidos. Se sabe que recibió pago por sus versos pues uno de ellos fue compuesto en agradecimiento por el dinero recibido.
Quien puede disputar contigo en palabras y en obras?
Inesperadamente haces favores,
sin que te pidan nada
Y cómo no mostrar mi gratitud
por las perlas que has puesto alrededor de mi cuello
y por los beneficios concedidos antes?
Me has adornado con alhajas
y ahora parezco más hermosa
que todas las mujeres que prescinden de joyas
Te ha dado Dios tu noble natural
que en el agua del Eufrates se abreva
y es delicada como el canto del amor
Miniatura de Historia de los amores de Bayad y Riyad. (Biblioteca Vaticana) representa a mujeres tocando instrumentos musicales. En: Historia de las mujeres. Tomo 4 . Dirección de Georges Duby y Michelle Perrot. Taurus Ed. Madrid 1993.
4) Consideraciones finales
En la sociedad árabe/islámica, patriarcal, agnática y con un fuerte concepto del honor, el protagonismo femenino se ve restringido a las paredes del hogar. El estar supeditadas a los hombres de la familia, requiriendo de ellos autorización y supervisión para casi todos sus movimiento, transforma a muchas mujeres en eternas niñas que apenas tienen poder sobre ellas mismas.
La mujer queda segregada de los sistemas de producción pues las normas éticas le prohíben ejercer determinados oficios, por lo tanto sólo puede desempeñarse libremente en aquellas tareas relacionadas con su función biológica, las que pueden realizarse en la casa o las que las relacionan con otras mujeres.
En el espacio extradoméstico la presencia femenina solo es tolerada si va acompañada de una devaluación de su prestigio social: las mujeres de clase acomodada no deben trabajar ni aún dentro de sus casas Manuela Marín 2000-p 310. No obstante existen ejemplos de mujeres nobles como la princesa Wallada, reconocida como prolífica poetisa, anfitriona de reuniones de poetas, que contradice lo expuesto. Pero Wallada pagó un precio alto por su libertad: se decía de ella que carecía del decoro propio de su clase, se la criticaba por tener romances públicos y por hablar y compartir su vida con hombres casi desconocidos.
Se esperaba que solo trabajaran las mujeres del vulgo, y aún así, éstas veían frustrados sus proyectos por las constantes prohibiciones de las que eran objeto. Si bien la legislación dice que no puede impedirse que una mujer ejerza un oficio, sucede algo similar a lo que dice el Corán respecto de la equiparación del hombre con la mujer: una cosa es lo que está escrito y otra muy diferente lo que la presión social obliga a hacer.
Como punto final, dejemos hablar a Averroes y veremos allí el mejor ejemplo de la forma en que era considerada la relación mujeres/trabajo en al Andalus:
...sin embargo en estas sociedades nuestras se desconocen las habilidades de las mujeres, porque ellas sólo se utilizan para la procreación, estando por tanto destinadas al servicio de los maridos y relegadas al cuidado de la procreación, educación y crianza. Pero esto inutiliza sus otras posibles actividades. Como en dichas comunidades las mujeres no se preparan para ninguna de las virtudes humanas, sucede que muchas veces se asemejan a las plantas en estas sociedades, representando una carga para los hombres, lo cual es una de las razones de la pobreza de dichas comunidades, en las que llegan a duplicar en número a los varones, mientras que al mismo tiempo y en tanto carecen de formación no contribuyen a ninguna otra de las actividades necesarias, excepto en muy pocas, como son el hilar y el tejer, las cuales realizan la mayoría de las veces cuando necesitan fondos para subsistir. Averroes- Antología, p.236
5) Glosario
adab literatura bellas letras
adiba maestra
bint al amm hija del hermano del padre
diwan registro colección de escritos
dur al-jaray prostíbulo
haram prohibido tabú
ird honor de las mujeres
jadima/jadam criada/s
jarayayra prostituta
katiba/katibat copista/s
masita/mawasit peinadora/s
naiha plañidera
nafaqa gastos de manutención que el marido debe a su esposa
qabila/qawabil comadrona/s
qayna/qiyan esclava/s cantora/s
saraf honor masculino
tabiba/tabibat médica/s
6) Bibliografía
AVILA, María Luisa: Las mujeres sabias de al-Andalus. En "La mujer en al-Andalus. Reflejos históricos de su actividad y categorías sociales". M.J.Viguera Molins ed.
Ciertos conceptos nacieron y se desarrollaron en la sociedad pre islámica (el espacio del que disponemos hace imposible que los expongamos en su totalidad) y se trasladaron, con ciertos matices, a Occidente, o se difuminaron hasta extinguirse, como es el caso de la endogamia tribal y el casamiento preferencial con la bint al amm, la hija del hermano del padre; cuyos rastros se pierden en la sociedad andalusí.
Uno de los conceptos que sí perduró y que atañe a nuestra exposición es el del honor, que dará como resultado una sociedad fuertemente sexuada.
Existen dos aspectos del honor: el saraf, el honor propio de los hombres, que se adquiere por las buenas acciones y se incrementa por la conducta personal y la de los parientes de la línea paterna. El saraf es activo, su desarrollo se da en el espacio público y crea el primer velo que cubre a la mujer del mundo exterior pues es susceptible de menguar por las acciones femeninas.
En la sociedad pre islámica, la casa o concretamente la tienda pertenece al haram (tabú) pues en ella moran las mujeres que deben ser protegidas de contactos indeseables. La mujer como soberana de la casa se erige (o es erigida) en depositaria del honor de su morada y por extensión de sus habitantes: el clan.
El honor de las mujeres, ird, no se adquiere sino que, al contrario, solo puede perderse debido a la mala conducta, ausencia de castidad o cautividad; una vez perdido es irrecuperable y proyecta el deshonor sobre todos los miembros del clan. Pierre Guichard 1986.p.115
El honor de las mujeres es pasivo y se encuentra contenido en el interior de la casa o detrás del velo, entendiéndose como tal no solamente la tela sobre el rostro sino, concretamente, el enclaustramiento. En pro de la conservación del honor, la mujer se convierte, socialmente hablando, en un ser anónimo.
La urbanización exacerba la tensión entre lo público y lo privado por lo que es necesario crear espacios de segregación por sexos donde hombres y mujeres vivan separados. Al igual que el saraf, el espacio del hombre será la ciudad, como el ird, la mujer se desenvolverá dentro de la casa.
Pero no solamente existen espacios sexuados, sino también horarios bajo las mismas condiciones. Así, las vías rectas que convergen en el centro de la ciudad (equiparables a nuestras avenidas modernas) son de libre acceso para las mujeres; allí concurren veladas y generalmente acompañadas, pero solo durante el día; lo mismo ocurre con los mercados donde solo es aceptable su presencia mientras haya luz, por la noche, cuando todas las tiendas se cierran, el mercado es un lugar solitario y totalmente prohibido; la mezquita, lugar al que solo pueden concurrir durante el día, no por el peligro que encierra el edificio en sí mismo, sino por el traslado por las calles donde pueden producirse encuentros indeseados con hombres. El único acontecimiento que levanta la prohibición para transitar por la noche, es el festejo luego de la ruptura del ayuno durante el Ramadan.
Una de las consecuencias de esa dicotomía público/privado, es que la mujer ve afectadas sus posibilidades de trabajo pues, si bien el marido, padre o parientes masculinos no pueden negarle el ejercer un oficio, si pueden prohibirle salir de la casa.
2) El pastor del hogar
Una sociedad con espacios tan fuertemente sexuados hace que no pueda hablarse propiamente de trabajo femenino pues la mujer es apartada de los sistemas de producción para dedicarse casi exclusivamente a la reproducción. Así - como ya dijimos - el trabajo por excelencia será el de esposa y madre.
Al casarse, la mujer contrae determinadas obligaciones con respecto al marido a cambio de recibir de éste la dote y la nafaqa o manutención, que varía según la condición social y permite que, además de comida, alojamiento y ropa, incluya en el caso de mujeres nobles la posibilidad de contar con sirvientes que realicen las tareas del hogar.
Las obligaciones de la mujer son de tres tipos: para con su marido, sus hijos y su hogar.
La mujer virtuosa es aquella que obedece a su marido, le es fiel, evita su cólera y lo cuida en la enfermedad. Quienes cumplen con estas obligaciones adquieren un mérito religioso que será reconocido en el Más Allá pues le serán perdonados sus pecados. La mujer que sea infiel a su marido, recibirá un doble castigo: cien azotes y la reclusión hasta la muerte o el arrepentimiento.
Pero la obligación más importante de la mujer incluso por sobre la conyugal es el cuidado de los hijos, pues la maternidad posee un valor religioso que reside en la reproducción de la comunidad, de allí que se desaconseja tomar por esposa a la mujer de edad avanzada o a la que tuviera problemas para concebir.
El niño debe se amamantado durante dos años, tiempo en el que el padre será responsable del sustento necesario, aunque hubiera habido repudio.
Es lícito contratar los servicios de una nodriza si la madre está enferma o si no tiene leche: en estos casos, la madre correrá con los gastos del servicio. No sucede lo mismo cuando la nodriza es contratada por una mujer noble o una repudiada definitivamente: aquí el hombre se hará cargo de pagar el sueldo y el mantenimiento de la empleada.
Según el Derecho Malikí, una madre repudiada o viuda conserva la custodia de su hijo hasta la pubertad y de su hija hasta el matrimonio.
La mujer es la encargada de iniciar a sus hijos en la vida socio-cultural, pero siempre bajo la vigilancia del hombre que detenta el poder disciplinario. También es la mujer la que se encarga de enseñar los rudimentos de la lectura y la escritura, sobre todo a las niñas, muchas de las cuales recibirán solo este tipo de educación sin salir nunca de sus casas a un establecimiento educativo.
Según lo establecido por el Derecho Malikí, la esposa está obligada a proveer el servicio de su casa, pero de estas tareas - al igual que el amamantamiento de los hijos - queda exceptuada si pertenece a la clase alta y su marido puede pagar sirvientes.
La actividad hogareña por excelencia era el hilado, pues reunía el beneficio económico de proveer vestido a la familia y - eventualmente - ganar dinero con la venta. Era una tarea que se hacía en la casa, por lo que se salvaguardaban los ideales de segregación por género y además conllevaba un mérito religioso equivalente al de aquel que da limosna.
Manuela Marín nos dice en su libro Mujeres en al Andalus, que las hijas de al Mutamid, reducidas a la miseria tras la expulsión de su familia, lograron sobrevivir gracias a la venta de telas que ellas mismas hilaban. Manuela Marín 2000-p.267
Es importante señalar que entre las tareas domésticas, no estaba incluido el hilado o el tejido que se hiciera para extraños, pero en el caso de que la mujer, antes de casarse, hubiera realizado este tipo de labores, el marido no podía prohibirle que siguiera realizándolas.
Miniaturas de Historia de los amores de Bayad y Riyad. (Biblioteca Vaticana). En: Historia de las mujeres. Tomo 4. Dirección de Georges Duby y Michelle Perrot. Taurus Ed. Madrid 1993
3) Trabajo fuera de casa
Ya dijimos que una mujer podía ver truncadas sus posibilidades de trabajo porque sus parientes masculinos le prohibían salir de su casa. Sin embargo han quedado registros de numerosas mujeres que ejercieron algún oficio que les exigía tener contacto con el mundo exterior, desde simples sirvientes hasta katibat.
Ibn Hazm en El collar de la paloma nos brinda una lista de oficios de mujeres que, precisamente por tener que trasladarse para realizarlos, eran empleadas por los amantes para llevarse mensajes. Estos son: curanderas (o médicas), aplicadoras de ventosas, vendedora ambulante, corredora de objetos, peinadora, plañidera, cantora, echadora de cartas, maestra de canto, mandadera, hilandera, tejedora. De muchos, solo tenemos esta lista como referencia pues por desarrollarse entre las clases populares no merecieron quedar registrados.
Otros oficios son más importantes porque tienen consecuencias legales y comerciales: la nodriza -como ya dijimos- era contratada por aquellas mujeres que no podían amamantar o que, por su condición social, no deseaban hacerlo; la matrona y aunque parezca extraño en la sociedad de la cual hablamos también ha quedado registrado el oficio de prostituta.
Las peinadoras, depiladoras y quienes hacían tatuajes recibieron la maldición del Profeta (ellas y quienes recurrían a sus servicios) pues se dedicaban a modificar la creación de Dios. Sin embargo, la sanción profética no logró detener estas prácticas. María Isabel Fierro, 1989, p.45
También sufría una reprobación general el oficio de plañidera, al que se lo consideraba específicamente femenino. Estas mujeres eran contratadas para llorar, gritar y golpearse pecho y rostro durante los servicios fúnebres. Si bien recibían un salario, el Derecho Malikí estableció que la plañidera no estaba capacitada para prestar testimonio en un juicio ni ser testigo, incluso se las podía penalizar con castigos físicos.
La condena a este oficio surge del comportamiento que se esperaba de una mujer en público: recato y silencio. En este sentido la llorona altera el orden público pues no solamente alza la voz sino que corre por las calles con el rostro descubierto. Por lo tanto, lo condenable no es solamente el acto de manifestar dolor, aunque sea ficticio, sino el espacio social en que se hace.
La actividad de algunas cantoras es más conocida por desarrollarse en torno a personajes importantes.
Había dos clases de cantoras:
1. Las mujeres que cantaban y bailaban en las bodas o celebraciones ante un público numeroso. Esta actividad fue siempre muy censurada y poco registrada en las crónicas por llevarse a cabo entre la masa del pueblo.
2. Las qiyan, en su mayoría esclavas que podían o no formar parte del harén y que exhibían su habilidad ante un público selecto, sobre todo perteneciente a la nobleza.
No tenemos noticias de que el oficio de qayna haya sido remunerado en metálico, salvo unos pocos ejemplos: al-Hakam I ordenó que entregaran a una cantora llamada Azíz, 10.000 dirhams. Sin embargo, han quedado registrados los espléndidos regalos que los nobles entregaban como pago a estas qiyan, sobre todo joyas y piezas de tela. Manuela Marín 2000 -p.301
La qayna era generalmente una esclava entrenada durante años en Medina o la Meca, a veces por sus propios dueños que llegado el momento lograban recuperar el dinero invertido con una buena venta.
Se dice que la qayna debe tener una voz pura y de gran potencia, buena técnica y saber recitar correctamente la poesía, y se agrega que, si además es ingeniosa y de alma delicada, es perfecta.
Existió en al Andalus un profesor de canto llamado Ziryab que preparaba cantoras: dos de sus hijas lo fueron, pero además en su escuela se educaron 34 qiyan, dos de ellas fueron obsequiadas a Abd al Rahman II: Fadl al-Madaniyya y Muta, que llegó a ser una de las favoritas del emir. También fue esclava cantora, Gizlan, mujer de Muhammad I y Subh, concubina de al-Hakam II.
Solo hay datos de algunas mujeres a las que se calificó como médicas. De ellas sabemos que estudiaron con hombres de su familia, que algunas fueron favorecidas con el cargo de médica de las mujeres y los niños del califa y que una, Umm Amr bt Abí Marwan Ibn Sur (m.602/1205) era consultada respecto de las enfermedades de los hombres, pero no trataba con ellos. Manuela Marín 2000- p.296
La nodriza como ya dijimos era contratada por aquellas mujeres que no podían amamantar o que por su condición social no deseaban hacerlo. El trabajo tiene importancia legal pues el parentesco de leche se asimilaba al natural, por lo tanto el matrimonio entre un hombre y una mujer que hubieran sido amamantados por la misma nodriza, era nulo. Tampoco el niño amamantado puede casarse con su nodriza ni con parientes directos de ella.
Estas mujeres debían reunir un excelente estado físico, pero también era indispensable que fuera profundamente religiosa y de buenas costumbres. Su actividad sexual durante el período de amamantamiento debía ser suspendida pues existía la creencia de que la leche era de mala calidad si la nodriza mantenía relaciones sexuales. Por lo tanto, era necesaria la autorización del marido y el compromiso de no romper la cláusula de abstinencia.
La qabila o comadrona no se dedicaba solamente a asistir durante el parto, sus servicios se extendían al ámbito legal pues era llamada a testificar en el caso de que un niño muriera al nacer o para verificar si una mujer estaba embarazada o no. Ambos casos están relacionados con los derechos de herencia.
Sus servicios también eran requeridos para reconocer los posibles defectos de una esclava antes de ser comprada. Al contrario de lo que muchos creen, estaba expresamente prohibido vender a una esclava desnuda: su ropa (deberíamos decir, la ropa con la que su dueño la vistió, pues este podía reclamarla luego de la venta) era un signo de la calidad de la mercadería que se vendía y expresaba la posición económica y social del dueño. Por ello, solo la qabila era la autorizada para analizar el cuerpo y, consecuentemente, hacer su aporte para fijar el precio.
Una tercera función era la de albergar en su casa a las mujeres que estaban condenadas a presidio: en este caso, su salario era pagado por el Tesoro Público.
Una mujer de elevada posición también tenía derecho de poseer servidumbre que debía ser pagada por su marido. El salario de una sirvienta incluía, además del dinero, su alimento, ropa para trabajar y para salir de la casa, además de alojamiento.
No estaba bien visto que un hombre sin esposa tuviera sirvientas pues se sabía que muchas -por necesidad económica- caían en la tentación de relacionarse sexualmente con su empleador. Lamentablemente, nada se nos dice sobre quien recibía el castigo en caso de comprobarse un pecado de fornicación.
Se sabe que desde el siglo VI/XII existieron en al Andalus lugares destinados al ejercicio de la prostitución a los que se denominaba dur al-jaray. En ellos se encontraban mujeres libres en situación de miseria y esclavas sin habilidad que debían recurrir a ese medio para comprar su libertad.
La presencia de los dur al-jaray tenía dos funciones primordiales:
1. La discreción: pues al poseer un lugar acotado para ejercer su oficio, la prostituta y quienes requerían sus servicios eran ignorados. Se ve aquí un caso similar al de las plañideras, la censura no era impuesta tanto al tipo de trabajo como a la exhibición pública.
La importancia de la sexualidad está recogida en el Corán y el mismo Profeta Muhámmad dio ejemplo de cómo practicar el sexo de forma sana y activa. El Islam es incluso más progresista que el cristianismo porque este último sólo asocia el sexo a la procreación. En nuestra religión también resulta básico la reproducción y la tasa de natalidad pero está relacionado con el placer. Cuando comenzó el Islam no se sabía nada sobre la sexualidad y el proceso de fecundación. El placer era el único motivo que llevaba a la fecundación. Cuanto más placer pretendía un hombre más encuentros amorosos protagonizaba y ello llevaba a la fecundación. Por eso el Islam coloca al mismo nivel de importancia ambas etapas: placer y fecundación.
La “Sura” II (versículo) del Corán dice: “cohabitar con ellas y buscar lo que Ala ha prescrito para vosotros”.
2. El orden: puesto que el centralizar la prostitución en un lugar fijo, hacía posible que se cobraran impuestos.
Solo nos fue posible encontrar referencias concretas sobre una jarayayra (prostituta) cuyo nombre era Rasis y se la vincula a Abd al Rahman III.
Otro oficio donde vemos la prohibición de contacto entre sexos es el de lavandera. Se estableció que no podían reunirse cerca de los puntos donde se tomaba el agua para abastecimiento de la ciudad pues podían ensuciarla, pero lo más importante era que se ubicaran en algún recodo del río o allí donde hubiera vegetación o construcciones que las ocultaran para que no fueran vistas por los barqueros
Hemos dejado para el final a las mujeres que se dedicaron a lo que podríamos denominar trabajo intelectual; entre ellas se encuentran las katibat, de quienes se dice que fueron las únicas que realizaron un trabajo de hombres.
El arte de la caligrafía, en cuya perfección destacaron varias "mujeres sabias" de al-Andalus, llegó en tiempos posteriores a virtuosismos como el representado en esta lámina, donde las letras que significan el contenido del credo islámico se ordenan para formar dibujos. En: Mujeres en al-Andalus. Reflejos históricos de su actividad y categorías sociales. UAM 1989
La katiba era aquella mujer que al poseer educación, conocimientos caligráficos y minuciosidad, era capaz de copiar ejemplares del Corán e incluso encargarse de escribir cartas. Algunas (las menos) procedían de familias de ulemas, por lo que es de suponer que, por un lado, su situación económica era lo suficientemente holgada como para permitirles dedicar tiempo y esfuerzo al estudio y por otro, el ambiente cultural en el que crecieron era el indicado para incentivarlas.
Sin embargo, es interesante el hecho de que de las 11 mujeres calificadas como katibat por María Luisa Ávila en Las mujeres sabias de al-Andalus, solo 3 eran mujeres libres:
1. Fátima bint Zakaniyya b. Abd Allah al-Katib (m.427/1036) hija del Katib de al Hakam II
2. Hafsa bint al-faqih al-Qadi Abi Miran Musa b.Hammad al Sinhayi (519/1125-?), casada con un cadí granadino.
3. Raqiyya bint al-Wazir Tammam b Amir b Ahmad b Galib b Tammam b Alqama (S III/IX), katiba de la hija del emir al-Mundir b. Muhammad (278/275-886/888).
María Luisa Ávila, 1986, pp139-184.
El resto de las katibat eran esclavas; una de ellas, Nizam, fue katiba de Hisam II y según se dice, fue la encargada de escribir una carta en 391/1001 dirigida a al-Muzaffar en la que se le daba el pésame por la muerte de su padre Almanzor. Manuela Marín 2000-p.280
A las mujeres dedicadas a la enseñanza se las denominaba adiba. Enseñaban el Corán (muaddibat al-Quran), generalmente a niñas y a mujeres. Se sabe de una, llamada Umm Surayh (S V/XI) que enseñaba oculta detrás de una cortina y otra, Sayyida bint Abd al-Gani b Alí (S VII/XIII), que enseñó en los palacios reales. Se sabe que dos enseñaron a niños de su familia y una, Tuna bint Abd al Aziz (434/1042-506/1112) que transmitió a su esposo lo que había aprendido. María Luis Ávila 1986-pp.144/145
La actividad sobre la que más información tenemos es la de las poetisas. No es nuestra intención aquí detenernos en las características de la poesía femenina andalusí, sí nos interesa qué tipo de mujeres se dedicaron a la poesía y cuantas de ellas se sirvieron de su arte como medio de subsistencia.
Están catalogadas como poetisas:
1. Mujeres nobles, cultas y liberadas. Esto último nos habla de mujeres que participan de la vida cortesana, lo que lleva aparejado contacto con hombres. Aunque parezca extraño, mujeres como Hafsa bint al-Hayy, que desarrolló su actividad en la corte granadina y vivió abiertamente un romance con el poeta Abu Yafar, no fue descalificada por los biógrafos (no sucedió lo mismo con otras como Wallada)
2. Las esclavas, también mujeres cultas educadas para satisfacer los deseos de los hombres. Por su condición de objeto sexual poseían una libertad desconocida para la mujer libre, lo que les permitía acercarse muchas veces gracias a sus poesías al soberano y convertirse en esposas o concubinas, momento éste en el que su status se asimilaba al de las mujeres libres, recluidas en el alcázar real.
3. Mujeres cultas de una clase a la que podríamos denominar acomodada, criadas en el seno de familias intelectuales.
4. Mujeres de clase baja: sabemos de una poetisa que era analfabeta.
De las 39 poetisas biografiadas por Teresa Garullo (Diwan de poetisas andalusíes 1991) sólo sabemos con certeza que tres de ellas recibieron algún tipo de pago por su trabajo, pues ha quedado registrado de alguna forma. Del resto no poseemos datos, pues los cronistas no lo han dejado registrado.
Las que recibieron algún tipo de pago fueron:
Hassana at-Tamimiyya bint Abi l-Mujassi (S II/VIII). Era hija de un célebre poeta por lo que parece haberse criado en un ambiente opulento, pero al morir su padre ella era todavía soltera por lo que recurrió a al- Hakam I y más tarde a Abd al Rahman II, ambos le pagaron por sus versos.
Vengo a tí, oh, Abu l-Así! Doliente por mi padre
Abu l-Husayn -riéguelo una lluvia perenne!-
Yo vivía en la abundancia, amparada en sus bondades
y hoy vengo a acogerme a tus bondades, ¡oh al-Hakam!
Tu eres el Imam al que todo el género humano obedece
y al que todas las naciones entregaron las llaves del poder
Nada temeré si tu eres para mí un escudo
que me proteja, ningún mal podrá afligirme
Qué no ceses nunca de estar cubierto de gloria
para que sigan sometidos a tí los árabes y no árabes!
Hafsa bint al-Hayy ar-Rakuniyya (530/1135). mujer noble y rica que no solo fue poetisa sino también adiba. Entre sus obras hay panegíricos dedicados al califa Abd al-Mumin que tal vez le concedió tierras como pago; poemas de amor dedicados al poeta Abu Yafar, con el que tuvo un romance y poemas satíricos.
Oh noble hijo del califa,
del imam escogido,
te felicita una fiesta
cuya venida trae lo que deseas.
Viene ante tí quien amas
uniendo la visita oficial con el contento,
para recuperar
los placeres pasados y perdidos.
Maryam bint Abi Yaqub al-Faysuli (Ss. V/XI) Enseñaba literatura y componía poemas, la mayoría perdidos. Se sabe que recibió pago por sus versos pues uno de ellos fue compuesto en agradecimiento por el dinero recibido.
Quien puede disputar contigo en palabras y en obras?
Inesperadamente haces favores,
sin que te pidan nada
Y cómo no mostrar mi gratitud
por las perlas que has puesto alrededor de mi cuello
y por los beneficios concedidos antes?
Me has adornado con alhajas
y ahora parezco más hermosa
que todas las mujeres que prescinden de joyas
Te ha dado Dios tu noble natural
que en el agua del Eufrates se abreva
y es delicada como el canto del amor
Miniatura de Historia de los amores de Bayad y Riyad. (Biblioteca Vaticana) representa a mujeres tocando instrumentos musicales. En: Historia de las mujeres. Tomo 4 . Dirección de Georges Duby y Michelle Perrot. Taurus Ed. Madrid 1993.
4) Consideraciones finales
En la sociedad árabe/islámica, patriarcal, agnática y con un fuerte concepto del honor, el protagonismo femenino se ve restringido a las paredes del hogar. El estar supeditadas a los hombres de la familia, requiriendo de ellos autorización y supervisión para casi todos sus movimiento, transforma a muchas mujeres en eternas niñas que apenas tienen poder sobre ellas mismas.
La mujer queda segregada de los sistemas de producción pues las normas éticas le prohíben ejercer determinados oficios, por lo tanto sólo puede desempeñarse libremente en aquellas tareas relacionadas con su función biológica, las que pueden realizarse en la casa o las que las relacionan con otras mujeres.
En el espacio extradoméstico la presencia femenina solo es tolerada si va acompañada de una devaluación de su prestigio social: las mujeres de clase acomodada no deben trabajar ni aún dentro de sus casas Manuela Marín 2000-p 310. No obstante existen ejemplos de mujeres nobles como la princesa Wallada, reconocida como prolífica poetisa, anfitriona de reuniones de poetas, que contradice lo expuesto. Pero Wallada pagó un precio alto por su libertad: se decía de ella que carecía del decoro propio de su clase, se la criticaba por tener romances públicos y por hablar y compartir su vida con hombres casi desconocidos.
Se esperaba que solo trabajaran las mujeres del vulgo, y aún así, éstas veían frustrados sus proyectos por las constantes prohibiciones de las que eran objeto. Si bien la legislación dice que no puede impedirse que una mujer ejerza un oficio, sucede algo similar a lo que dice el Corán respecto de la equiparación del hombre con la mujer: una cosa es lo que está escrito y otra muy diferente lo que la presión social obliga a hacer.
Como punto final, dejemos hablar a Averroes y veremos allí el mejor ejemplo de la forma en que era considerada la relación mujeres/trabajo en al Andalus:
...sin embargo en estas sociedades nuestras se desconocen las habilidades de las mujeres, porque ellas sólo se utilizan para la procreación, estando por tanto destinadas al servicio de los maridos y relegadas al cuidado de la procreación, educación y crianza. Pero esto inutiliza sus otras posibles actividades. Como en dichas comunidades las mujeres no se preparan para ninguna de las virtudes humanas, sucede que muchas veces se asemejan a las plantas en estas sociedades, representando una carga para los hombres, lo cual es una de las razones de la pobreza de dichas comunidades, en las que llegan a duplicar en número a los varones, mientras que al mismo tiempo y en tanto carecen de formación no contribuyen a ninguna otra de las actividades necesarias, excepto en muy pocas, como son el hilar y el tejer, las cuales realizan la mayoría de las veces cuando necesitan fondos para subsistir. Averroes- Antología, p.236
5) Glosario
adab literatura bellas letras
adiba maestra
bint al amm hija del hermano del padre
diwan registro colección de escritos
dur al-jaray prostíbulo
haram prohibido tabú
ird honor de las mujeres
jadima/jadam criada/s
jarayayra prostituta
katiba/katibat copista/s
masita/mawasit peinadora/s
naiha plañidera
nafaqa gastos de manutención que el marido debe a su esposa
qabila/qawabil comadrona/s
qayna/qiyan esclava/s cantora/s
saraf honor masculino
tabiba/tabibat médica/s
6) Bibliografía
AVILA, María Luisa: Las mujeres sabias de al-Andalus. En "La mujer en al-Andalus. Reflejos históricos de su actividad y categorías sociales". M.J.Viguera Molins ed.
No hay comentarios:
Publicar un comentario