IBN HAÇM
Abú Mwhammad 'Ali ibn Ahmad ibn Sa'id
ibn Haçm al-Andalusi al-Zahirí.
Poeta, historiador, conocedor de las
ciencias del Islam ('alim), jurisconsulto (al-faqih), polígrafo.
Nació en Córdoba en el año 994. Murió
en Huelva en 1063.
Vivió en el barrio de los altos funcionarios palatinos, contiguo al
alcázar de al-Zahyra. Parece que incluso entraba con frecuencia a ver al
al-Mansur, que al parecer era muy amigo de los niños. Todo ello lo atestigua su
íntimo amigo Abu 'Amir ibn Shuhayd, hijo de otro empleado de palacio, en una
carta incluida en la Dajira de Ibn Bassam (ed. Cairo, 1-1, pp. 163-165):
Un día -nos cuenta-, teniendo
yo cinco años, me dio tu abuelo al-Mansur una enorme manzana, colocada delante
de él, y que yo había mirado con infantil codicia. Como ni mi boca ni mi mano
podían abarcarla, él mismo me la partió con sus dientes. Luego llamó a tu padre
(es decir, a Sanchuelo) ya un paje llamado Abu Stikir y les dijo que me
llevaran a ver a la Sayyida «<la señora», es decir, 'Abda, madre de
Sanchuelo e hija de Sancho Garcés II, rey de Navarra). Como llovía, los dos me
llevaron a cuestas. La Sayyida y las demás damas del harem jugaron conmigo y me
dieron mucho dinero; pero, al llegar a casa, mi padre me lo quitó. Enterado tu
abuelo, me mandó para mí solo quinientos dinares, que, en parte, distribuí
entre criados y amigos, y con los que me compré caballos de caña y adargas de
madera para jugar a los soldados, Del día aquél ha quedado fama en Munyat
al-Mugira.
Emilio García Gómez hace una extraordinaria presentación de Ibn Haçm
de Córdoba, en su versión en castellano de El Collar de la Paloma. Nos
parece la opinión más autorizada en el conocimiento de nuestro autor, tanto a
nivel biográfico como literario, bosquejando con gran precisión y maestría la
personalidad de tan importante genio.
A temprana edad, como se solía hacer cuando al-Ándalus creía vivir
todavía una luna de miel con el segundo y brillante valido 'amirí 'Abd
al-Malik al-Muzaffar (cuyo padre al-Mansur había sido enterrado en Medinaceli
el año 392- 1002, teniendo nuestro autor ocho años) se asomaría Ibn Haçm,
con musulmana precocidad, al mundo, es decir, a los primeros amoríos, a leer
todo lo divino y lo humano, a frecuentar los cursos de los más célebres
profesores de la capital del Califato andalusí.
Las enseñanzas que Ibn Haçm cursó y los maestros que tuvo, están
admirablemente reseñados en el libro de Asín Palacios, cuyo tenor literal no
hay por qué repetir; pero como las afirmaciones anteriores son de García Gómez,
parece que debe justificarlas. Más que con pasajes de nuestro autor lo hará
otra vez con los de su amigo Ibn Shuhayd, que iba a morir afectado de
hemiplejía, en 426-1035. ¡Extraordinaria figura! Herido ya de muerte -iba a ser
enterrado en un parque de Córdoba. bajo las flores-, formula en verso sus
últimos deseos:
Al ver que la vida me vuelve el rostro y que la
muerte me ha de atrapar sin remedio, sólo anhelo vivir escondido en la cima de
un monte, donde el viento sopla; solitario, comiendo lo que reste de vida las
semillas del campo y bebiendo en los hoyos de las peñas.
Emociona con él, por Allah, cuando me enterréis a
todos nuestros colegas, ardientes y hermosos.
El gobierno de Sanchuelo, desde la muerte de su malogrado hermano
Muzarfar en 16 safar 399 (20 octubre 1008), apenas duró unos meses, víctima de
su necedad y de sus desaciertos, tenía en 3 raÿab 399 (3 marzo 1009) un trágico
fin, que el Duque de Maura ha calificado gráficamente de premussoliniano. El
destronamiento de al-Hakam II y la ascensión al trono de Muhammad al-Mahdi (que
había de jugar al ratón y al gato con su competidor Sulayman al-Must'in) iba a
poner término a la fortuna oficial de Ahmad ibn Haçm, que fue destituido; y
hubo de dejar el asolado barrio de al-Zahyra para retornar a los abandonados
lares de Balat Mugit. Debió, sin embargo, de vivir tranquilo y aún de conservar
cierto prestigio, pues en el mismo año de 399, el 27 sha'ban (26 abril 1009),
lo vemos asistir como testigo a la farsa del entierro de un falso al-Hakam II.
Cuando en 8 dzu-l-hiÿÿa 400 (23 julio 1010) fue asesinado al-Mahdi, tras de su
segundo reinado, y entronizado de nuevo al-Hakam II, parecía que la familia de
los Banu Haçm habría de volver a su antiguo predicamento. No fue así, sin
embargo, sino al revés, el complejo juego de la política y la cauta conducta
seguida hasta entonces indispusieron a Ahmad con el nuevo valido, el general
eslavo Wadih, que lo persiguió, encarceló y confiscó sus bienes. Seguramente
víctima de ellos murió Ahmad en 28 dzu-l-qada 402 (22 junio 1012), cuando
nuestro 'Ali contaba dieciocho años, todavía no cumplidos, en plena desgracia
de su familia. Pero aún quedaban las peores catástrofes. A fines de shawwal 403
(mayo 1013) la capital del Califato se rendía a Sulayman al-Musta'in, entraba
de nuevo en ella como Califa, y comenzaba, para durar dos meses, el saqueo de
Córdoba. La casa de Ibn Haçm en Balat Mugit quedó del todo arruinada, como nos
cuenta en una célebre página del El collar, y nuestro autor hubo de
emigrar a Almería el 10 muharram 404 (13julio 1013).
Gobernaba Almería, todavía bajo la soberanía nominal de al-Hakam II,
en medio de aquella anarquía y de aquel fraccionamiento sin ejemplo, un eslavo,
que se llamaba Jayran. Al principio, el retiro de Ibn Haçm, que viajaba con su
amigo y correligionario Mwhammad ibn Ishak, fue tranquilo; pero cuando Jayran
abandonó la causa omeya para abrazar la del idrisí 'Ali ibn Hammud, que había
de entrar solemnemente en Córdoba el 22 muharram 407 (10 julio 1016), ya no vio
con buenos ojos a la pareja de jóvenes legitimistas omeyas, los cuales, reos de
conspiración o no -pues Ibn Haçm lo niega-, se vieron detenidos y luego
desterrados.
Tampoco les duró mucho el nuevo y agradable asilo que supieron hallar
en el pueblecito de Aznalcázar (que tal vez no es, como se ha querido, el
actual de ese nombre, cerca de Sanlúcar, sino otro por tierras de Málaga o
Murcia), y es que, habiendo oído hablar de que en tierras valencianas había
surgido un nuevo pretendiente omeya que formaba un ejército dispuesto a avanzar
contra los hammudíes y decidido a restaurar la unidad del Califato, ibn Haçm y
su compañero, no dudaron en tomar pasaje en una nave que los condujera al
Levante.
El pretendiente en cuestión era un bisnieto de 'Abd ar-Rahman III,
llamado 'Abd al-Rahman ibn Muhammad ibn 'Abd al-Malik, y su descubridor, era el
eslavo Jayran de Almería, que se puso de acuerdo con el tuchibí Mundir de
Zaragoza, el cual, a su vez, obtuvo unos refuerzos catalanes de su aliado el
Conde de Barcelona. Reunido el ejército en Játiva, juró el 10 de dzu-l-hiÿÿa
408 (29 abri11018) al nuevo y futuro Califa omeya, que tomó el título de
Murtadá.
Tras
el cautiverio bereber, Ibn Haçm se retiró a Játiva, y fue donde, probablemente
hacia los años 412 y 413 (1022), a instancias de un amigo, escribió el Collar
de la paloma, contando unos veintiocho años.
Como
es notorio, el relativamente largo paréntesis del Califato hammudí (siete
años, de 1016 a
1023) terminó cuando al-Kasim, sustituido año y medio por su sobrino Yahya, que
huyó definitivamente de la capital, sublevada contra él, en 21 ÿumada 413 (9
septiembre 1023). Córdoba iba a realizar algo nada ordinario y sumamente
edificante: la elección de un califa en la mezquita mayor. Por primera vez
desde los orígenes de la dinastía omeya, el pueblo, de acuerdo con el más puro
derecho constitucional islámico, iba a darse un soberano, y no a recibirlo
designado por el antecesor ni impuesto por las armas. Bien es verdad que la
jurisdicción efectiva del Califato apenas rebasaba ya el alfoz de la ciudad;
pero ¿no había ocurrido otro tanto en tiempos del emir' Abd Allah, en vísperas
de los días gloriosos de an-Nasir?
El 16 ramadan 414 (2 diciembre 1023) la elección recayó, de los tres
omeyas candidatos, en uno en quien al principio nadie pensaba: 'Abd al-Rahman
(hermano del difunto Mwhammad al-Malik), que para nosotros es el quinto de su
nombre y que tomó el título de Mustazhir. El nuevo Califa, hombre joven y
culto, eligió como equipo gobernante al grupo mismo de nuestros estetas: Ibn
Haçm, que había ya regresado a Córdoba; así mismo Ibn Shuhayd y 'Abd al-Wahhab
ibn Haçm, primo de 'Ali, obtuvieron la dignidad y el empleo de visires. No
podemos siquiera hablar de un gobierno sólido puesto que no logró mantenerse en
el poder más que hasta el 3 dzu-l-qada 414 (17 enero 1024), es decir,
exactamente mes y medio, al cabo del cual Mustazhir fue ejecutado e Ibn Haçm
paró de nuevo en la cárcel.
Discípulo del maestro dzahirí Abu-l-Jiyar de Santarén, explicaba junto
con él cursos de dicha escuela jurídica (madzhab) en la mezquita mayor de
Córdoba. Eran los últimos días del Califato, allá por los años 418 a 420 (1027 a 1029). El zalmedina,
consultado el último Califa al-Hakam III al-Mu'tadd, que acaso aún no había
entrado en la capital, les prohibió la enseñanza. Desde entonces empezamos a
saber mucho menos de él.
Aún teniendo en cuenta la avanzada edad que alcanzó, verdaderamente
asombra la labor que en todos los terrenos de la especulación intelectual
musulmana realizó Ibn Haçm. Marrakushi nos da la cifra de 80.000 folios
escritos de su mano, formando 400 volúmenes. Aunque pensemos que no se trata
siempre de volúmenes propiamente dichos, sino a veces de simples opúsculos, y
naturalmente es imposible entrar, no ya en el análisis, sino ni siquiera en la
enumeración de sus escritos, que el lector podrá hallar consignados en la bibliografía
extensa de Asín Palacios o en los repertorios bibliográficos.
Bastará decir que entre esas obras -y sin contar el juvenil Collar
de la paloma- figuran algunas de suma importancia en la ciencia musulmana
de todas las épocas. Nos referimos con esta última alusión al Fiscal, la
maravillosa Historia critica de las ideas religiosas, (tr. Asín
Palacios: Abenhazam de Córdoba y su Historia critica de las ideas
religiosas, cinco vols., Madrid, 1927-1932). Los demás escritos son
filosóficos, jurídicos, ciencias del Islam, históricos o puramente literarios.
Entre los históricos citaremos tan sólo la Yamhara, el mejor repertorio
de genealogía árabe del Occidente musulmán (editada por Lévi-Provenzal en
1948); el Naqt, original opúsculo histórico, que también es accesible en
castellano, y la Epístola apologética de al-Andalus y sus sabios (en
refutación de otra de un literato de Kairwan), que es tal vez la primera,
aunque breve, historia literaria de Al-Andalus y el primer intento
reivindicador de las glorias andalusies.
Ibn Haçm es conocido sobre todo por su obra El Collar de la paloma (Tawq
al-hammama»}, siendo su nombre completo El collar de la paloma. Tratado
sobre el amor y los amantes. Es una obra que brilla por su ligereza, dentro
de su producción científica -sobre todo ciencias del Islam y jurídica-, y en la
que se discurre ampliamente sobre la naturaleza y las formas del amor. Fue
escrita hacia el año 1022 en Játiva, cuando la capital del califato había sido
saqueada y destruida y es una nostálgica resurrección en el recuerdo de la gran
metrópoli en la que el autor había nacido, bajo el fausto de al-Mansur y en la
que había transcurrido su adolescencia dichosa y elegante. Como ya hemos
indicado, El Collar de la Paloma es una obra en prosa que contiene
un gran número de poemas; consta de treinta capítulos: diez que tratan del
origen del amor y la manera de producirlo; doce sobre sus azares y cualidades
loables y censurables; seis acerca de sus calamidades; y los dos últimos sobre
las prácticas ilícitas y la virtud de la continencia.
Otra de sus obras sería un famoso tratado en el que exalta y llama la
atención sobre la creatividad en al-Ándalus. Leemos en un verso descabalado en
el capítulo xx lo que sigue:
iVete en mal hora, perla de la China! Me basta a mí
con mi rubí de Andalucía.
Se lamentó de que al talento andaluz no se le diera la importancia que
tenía, mencionando algunos eruditos nativos que igualaban o aventajaban a
cualquier talento proveniente del Oriente. Esta misma queja fue expresada en
distinto grado por un gran número de autores andalusíes, entre los que se
encontraban Ibn Jakan, Ibn Bassam, al-Shakundi e Ibn Sa'id, que llamaron la
atención sobre la clasificación de los eruditos andalusíes, como iguales o
superiores a sus equivalentes en el Oriente.
Sea como fuere, Córdoba nunca dejó de fascinar a los escritores
posteriores, ni tampoco al-Andalus como conjunto, y según Ibn Haçm:
Los andaluces son chinos en el dominio de artes y
representaciones pictóricas, turcos en las formas de la guerra y el manejo de
sus resortes... Además, viajaron al norte de África y se convirtieron en
introductores de agricultura, industria, administración, construcción y
jardinería.
Una persona puso una vez en duda que al-Andalus tuviese hombres de
talento, y si así era, por qué no existía una relación de ellos, e Ibn Haçm se
encargó de darle respuesta en su famoso tratado. En primer lugar, decía Ibn
Haçm: Ahmad ibn Mwhammad al-Razi escribió una voluminosa historia de al-Andalus
señalando sus carreteras, ciudades principales y asentamientos militares.
Además, el Profeta ya se había referido a nuestros pendencieros antepasados, y
esto es en si suficiente honor. Nuestro clima suave y posición geográfica hacen
tender a la sagacidad y la inteligencia. La experiencia muestra que las gentes
de al-Andalus han sido capaces de comprender las múltiples ciencias: lecturas
coránicas, jurisprudencia, gramática, poesía, lexicografía, historia, medicina,
matemática y astronomía de manera no igualada en otros lugares, incluyendo la
ciudad de Kairwan. Los andalusíes no son los únicos que no perpetúan la memoria
de sus grandes hombres, y esto lo confirma el dicho: La gente no valora a
sus propios eruditos, o las palabras de Jesús: Sólo en su patria y en su
casa es menospreciado el profeta. A pesar de todo, hemos tenido, dice Ibn
Haçm, una gran cantidad de obras excelentes que pueden compararse con las
mejores que hayan sido escritas en cualquier sitio. Continúa con la enumeración
de los principales autores y de sus obras acerca de los temas más importantes.
Hay muchas obras sobre la escuela de jurisprudencia islámica malikí,
incluyendo: AI-Hiddyah de 'Isa ibn Dinár y comentarios coránicos como el
de Abu 'Abd al-Rahmlin Baqi ibn Majlad que aventaja incluso al de at-Tabari. En
el mejor de los casos, el tratado de Ibn Haçm es una compacta antología que
comprende lo que él creyó ser una buena selección de hombres de letras que
podían compararse con las grandes lumbreras de Oriente. Resumiendo:
¡Este país nuestro! a pesar de estar distante de las
fuentes del saber (se refiere a los núcleos orientales), y a pesar
de estar separado del ingenio de los otros eruditos, podemos hacer mención de
grandes obras de sus gentes, lo cual hubiese sido difícil de conseguir si uno
las hubiese buscado en Persia, al-Ahwdz, Mudar, Rabi'ah, Yemen o Siria, a pesar
de su proximidad a la morada de la emigración del saber y el hogar de las
ciencias y sus promotores.
El enfoque más completo y articulado del tema del saber y las ciencias
se encuentra en las obras de Ibn Haçm, sobre todo en Mardtib al-'ulum ( «categorías
de las Ciencias») y en Kitab al-ajlaq «<Libro de la Conducta»), consistentes
en sus consejos y reflexiones sobre la vida honesta y virtuosa. En el segundo,
Ibn Haçm dedica un capítulo a las ciencias que empieza así: Aún cuando el
saber no tuviese otro propósito que hacer que el ignorante os respete, y que el
erudito os estime y honre, sería lo bastante para ir en pos de él, y
continúa preguntando: ¿Cómo es posible no buscar la sabiduría a la vista de
sus muchas ventajas en esta vida y en la futura? El anatema de la
ignorancia es causa de males en esta vida y en la futura. Ibn Haçm concebía el
saber como de gran utilidad para la práctica de la virtud, ya que capacita al
individuo para ver la fealdad de los vicios y la manera de evitarlos. Manifestó
su deleite con los eruditos cuando él aún no lo era y ellos le enseñaban; y
luego cuando llegó a serlo y conversaba con ellos. Además, en riqueza, posición
social, y salud, debe uno compararse con aquellos que tienen menos; pero en
espiritualidad, ciencias y virtud, con los que tienen más. El saber debe ser
propagado, pero su propagación entre gentes ineptas y sin talento es, no sólo
una pérdida de tiempo, sino también perjudicial, ya que los intrusos e ineptos
que pretenden hacerse pasar por eruditos siendo ignorantes causan gran daño a
las ciencias. Los que persiguen la adquisición de honores, riquezas y placeres,
buscan la compañía de gentes que, por sus cualidades, parecen perros
enfurecidos y lobos astutos. Sin embargo, el que es avaro con su saber, es peor
que el que es avaro con sus bienes materiales. En general, el saber va unido a
la virtud, y la ignorancia a los vicios -aunque suaviza esta opinión añadiendo
que él conoció gente inculta cuya conducta era irreprochable, mientras que la
de algunos eruditos era tal como para convertirlos en las personas más viles y
corrompidas del mundo-.
Estos pensamientos están en su mayoría repetidos en Mardtib
al-'ulum, en el que examina las ciencias, su valor y el modo de dedicarse a
ellas. Este tratado es de gran importancia, ya que es la primera obra de su
tipo conocida en al-Andalus, y presenta las ciencias tal como las concebía un
pensador que intentaba clasificarlas según su valor, y distinguir las falsas de
las verdaderas. Consta de dos partes: la primera trata de la educación del
individuo, y, la segunda, de la división de las ciencias según una
estructuración islámica.
Para
Ibn Haçm, el saber beneficia al que lo busca, en este mundo y en
el futuro. Sin embargo, el que busca el saber para jactarse de él, o para
ser alabado, o para adquirir riqueza y fama, está lejos del éxito, pues
su objetivo es alcanzar algo que no es el saber. La adquisición del saber
es una virtud, y también lo es su transmisión, de lo que se deduce la
importancia del profesor y de los libros, a los que considera el mejor
instrumento para lograrla. En contra de la opinión que la abundancia de libros
es dañina, mantiene que mientras más libros haya, mejor.
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