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Tras la caída del Califato en el año
1031, en al-Andalus se pueden establecer tres periodos claramente
diferenciados: los Reinos de Taifas (1031-1090), las Dinastías Beréberes
(1090-1231) y el Reino Nazarí de Granada (1232-1492). Los califas cordobeses
padecieron los mismos efectos que los abbasíes habían experimentado un siglo
atrás: los jefes militares, sobre todo Al-Mansur, mediatizaron la voluntad de
Hisam II y, en cuanto cesó el prestigio del caudillaje y de las victorias
militares sobre los cristianos que, además, eran poco rentables, las
disensiones internas en el ejército contribuyeron a producir una nueva
disgregación aunque, esta vez, sobre bases económicas y situaciones sociales
mucho más prósperas que las de mediados del siglo IX, porque a lo largo del X
se había producido, entre otras cosas, un fuerte progreso de las ciudades y
del comercio, un mejor control del aprovisionamiento de oro africano, y un
auge de la actividad cultural que continuaron durante buena parte del XI. La
quiebra y fragmentación del califato tuvieron lugar rápidamente, entre los
años 1008 y 1031.
Tomaron su relevo varias decenas -llegó
a haber casi treinta- de pequeños reinos de diversa extensión territorial y
viabilidad política muy diversa, a los que se conoce como taifas, cuyos
reyezuelos (muluk al-tawa"if) actuaban como supuestos representantes de
unos califas cordobeses ya inexistentes lo que, sin embargo, demuestra que se
consideraba provisional, aunque indefinido, el eclipse del califato. Algunas
taifas fueron gobernadas por dinastías beréberes y otras por individuos
surgidos del mundo de los mercenarios eslavones, pero muchas fueron
andalusíes, regidas por muladíes o por árabes ya totalmente integrados en la
sociedad autóctona. Los reinos de taifas más importantes, que absorbieron a
otros menores, fueron los que tenían frontera con la España cristiana, por
elementales razones estratégicas: Badajoz en la marca inferior y Toledo en la
media, ambos con dinastías beréberes, Zaragoza, Lérida y Tudela en la marca
superior, con reyes andalusíes. En el Sur se consolidó una taifa importante
de dinastía bereber, la de los ziríes de Granada, y otra andalusí, la de
Sevilla. En Levante predominaron las taifas de eslavones: Tortosa, Valencia,
Denia y Baleares, Murcia, Almería. Por los mismos años en que se disgregaba
el califato de Córdoba ocurrían también importantes redistribuciones del
poder político en los reinos de la España cristiana, durante los años de
Sancho Garcés III de Pamplona y los inmediatos a su muerte. Por entonces,
León con Castilla, que fue reino desde 1035, sobrepasaba ampliamente la
frontera del Duero, Navarra dominaba las tierras del alto Ebro hasta cerca de
Tudela, y Aragón se constituía como reino e integraba también Sobrarbe y
Ribagorza. Más al Este, la Cataluña Vieja había completado el proceso de
dominio y poblamiento entre los Pirineos y el bajo Llobregat. La presión
militar y tributaria de los poderes cristianos sobre los taifas aumentó desde
mediados del siglo XI, a medida que se hacía cargo de ella Fernando I de
Castilla y León. En la generación siguiente, su hijo Alfonso VI consiguió la
capitulación de Toledo y su taifa en el año 1085, suceso crucial en la
historia hispánica del medievo, pero aquello tuvo como consecuencia que otros
reyes de taifas, en especial el de Sevilla, reclamaran la ayuda de los
almorávides del Magreb, que pasaron pronto de la condición de aliados a la de
dueños del poder prevaliéndose de su fuerza y del prestigio que les aportaron
sus victorias sobre Alfonso VI. Los reinos de taifas habían prolongado muchos
aspectos del esplendor cultural del califato pero fueron incapaces de heredar
su fuerza política y guerrera y sucumbieron ante la doble presión de las
exigencias tributarias o parias y de la presión militar de los reyes
cristianos, por una parte y, por otra, ante el regeneracionismo musulmán de
los almorávides que, al hacer frente a los cristianos y reunificar
al-Andalus, consiguieron, sin duda, su supervivencia pero en condiciones
distintas a las que hasta entonces se habían dado.
A pesar de sus victorias frente a
Alfonso VI de León y Castilla, Yusuf ibn Tasfin no pudo recuperar Toledo,
aunque sí unificar paulatinamente al-Andalus bajo su dominio, deponiendo a
los diversos reyes taifas. El apogeo almoravide se alcanzo en época de Ali
ibn Yusuf (1107-1124), aunque no consiguió evitar la conquista de Zaragoza
por Alfonso I de Aragón, ni la consolidación cristiana en Toledo, asediada
por ultima vez en 1139, ni una primera revuelta en Córdoba, en 1120, que
anunciaba el descontento de muchos andalusíes ante los nuevos dueños del
país. Con todo, la amenaza mayor provenía del Magreb, donde el mahdí Ibn
Tumart difundía desde 1124 un nuevo movimiento religioso, el de los almohades
o al-Muwahhidun (Confesores del Uno), cuyas consecuencias políticas no
tardarían en dejarse sentir. Los comienzos almohades fueron modestos, e
incluso conocieron la derrota en su refugio montañoso de Tinmall. El mahdí
murió en 1130 y dos años después su sucesor, Abd al-Mu´min (m. 1163) tomaba
el título shií de Amir al-Mu´minin, para acentuar sus distancias con respecto
a los almorávides, y comenzaba una cadena de conquistas y adhesiones
políticas: el Este de Marruecos hasta 1139, luego, Tremecén (1144), Fez
(1145), Marrakech (1146), el Magreb central (Bugía, 1152) y, en fin, Túnez e
Ifriqiya en 1159, desplazando a los poderes locales ziríes e hilalíes. Había
conseguido dominar todo el Magreb excepto sus bordes saharianos sureños, que
fueron el punto de partida de los almorávides, y, desde 1151, recibía
peticiones para intervenir en al-Andalus, donde habían resurgido diversos
reinos de taifas, pero fue su sucesor Abu Ya"qub Yusuf (1163-1184) quien
intervino en la península desde 1171, unificó el territorio musulmán, fijó su
capitalidad en Sevilla e inició una época de reconstrucción interior y de
difícil equilibrio militar que tuvo sus momentos culminantes en la victoria
de Alarcos sobre Alfonso VIII de Castilla (1195), obtenida por Abu Yusuf
Ya"qub (1184-1199) y en la tremenda derrota de Las Navas de Tolosa o
al-Uqab (1212), padecida por Muhammad al-Nasir (1199-1213) frente al rey
castellano y sus aliados, tremenda porque el sultán había movilizado unas
600.000 personas, procedentes en su mayoría del Magreb. Aquel imperio se
disgregó entre 1223 y 1269, y ninguno de los poderes que le sucedieron en el
Magreb pudo alcanzar ni sus dimensiones ni su importancia política. Cuando
murió Yusuf al-Muntasir (1213-1223), estallaron rivalidades en el seno de la
familia reinante, y los sultanes renunciaron a sus apoyos tradicionales para
fiarse cada vez más de mercenarios hilalíes, meriníes y cristianos de
Castilla.
En al-Andalus no se reconoció al nuevo
sultán en 1223, el poder almohade desapareció desde 1230, y se desencadenó un
complejo proceso de disgregación interna acelerado por las decisivas
conquistas cristianas (Córdoba, 1236, Valencia, 1238, Sevilla, 1248) que
produjeron, como efecto secundario y residual, el nacimiento del emirato
nasrí en Granada. Aunque aislada del norte de África desde 1350, Granada supo
explotar la rivalidad castellano-aragonesa y las crisis internas de Castilla
para alcanzar su máximo esplendor cultural -Alhambra- y político. Sin
embargo, la dependencia exterior (sobre todo de Génova) de su floreciente
economía -sedas, textiles- y una nobleza tan levantisca como la cristiana
precipitaron la decadencia nazarí durante el siglo XV. Tras el buen gobierno
de Yusuf I (1333-1354), sobresalió la figura de su hijo Muhammad V(1354-1359
y 1362-1391), aliado de Pedro I de Castilla y enemigo de Pedro el
Ceremonioso, quien patrocinó las entronizaciones de los incapaces Ismail II
(1359-1360) y Muhammad VI el Bermejo (1360-1362) durante la Guerra de los Dos
Pedros. En su segunda etapa (1362-1391) Muhammad V protagonizó un reinado de
paz, prosperidad, auge cultural y fortalecimiento militar -recuperación de
Algeciras (1369-1379), Ronda, Gibraltar y Ceuta (1382-1386)-. Con Yusuf II
(1391-1392) y Muhammad VII (1392-1408) se inició un grave proceso de
desestabilización política interna consecuencia de las luchas internas y
problemas económicos derivados del progresivo aislamiento de Granada del
mundo islámico y magrebí. Esta etapa coincidió también con una mayor
agitación militar en la frontera. El reinado de Yusuf III (1408-1417) sufrió
la reactivación militar castellana, cuya consecuencia más grave fue la
pérdida de Antequera ante el infante Fernando(1410). Las derrotas de la
minoría de Muhammad VIII y el descontento provocaron la revuelta nobiliaria
del linaje de los Banu Sarrag (Abencerrajes), que entronizaron a Muhammad IX
el Izquierdo o el Zurdo (1419-1427). Las luchas entre dos bandos de la
familia real (Zegríes y Abencerrajes), que comenzaron entonces, abrieron un
periodo de inestabilidad interior que Granada no sería capaz de superar,
desembocando en la conquista de la capital del reino por parte de los Reyes
Católicos en 1492.
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