LOS
JUDÍOS EN LA ESPAÑA MEDIEVAL
Según
algunos autores judíos del siglo XV la presencia hebrea en España era anterior
al cristianismo. Sostenían que los primeros judíos llegaron a la Península
Ibérica tras la destrucción del Primer Templo de Jerusalén por el rey babilonio
Nabucodonosor II en el año 587
a .C. y la consiguiente diáspora judía. También lo
interpretaba así un versículo bíblico del profeta Abdías, en el que se hablaba
de "los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad". Lo cierto es
que la Península Ibérica se convirtió en una verdadera patria para generaciones
de judíos, hasta su expulsión por los Reyes Católicos en 1492. En el siglo VII
sufrieron una creciente persecución por parte de los visigodos, especialmente
con el rey Egica, quien ordenó la confiscación de todas las propiedades de los
judíos y la retirada a los padres de la custodia de sus hijos para educarlos en
el cristianismo.
Esta
persecución hizo que en el año 711 los judíos recibieran a los musulmanes como
auténticos liberadores. Las comunidades judías conocieron un considerable
desarrollo en Al-Ándalus, donde también se establecieron algunos grupos de
judíos norteafricanos. En el siglo X las principales comunidades hebreas
andalusíes eran las de Córdoba, Toledo, Lucena y Granada. La mayoría de los
judíos se dedicaban a la agricultura, la artesanía y el pequeño comercio, y los
más destacados representantes de las aljamas se ocupaban del comercio
internacional, la medicina y oficios de corte.
Tras
la crisis del califato de Córdoba en el siglo XI, las comunidades hebreas
resurgieron con los reinos de taifas, gracias a la labor desarrollada en las
cortes de algunos de estos reinos por destacados personajes judíos.
En
los reinos cristianos la actitud hacia los judíos era también favorable. Desde
el siglo X hay noticias sobre la presencia judía en Galicia, León, Burgos, La
Rioja y Cataluña, pese a que su número debía ser aún muy reducido. Diversos
fueros de los siglos XI y XII garantizaban la autonomía administrativa y
judicial de los judíos, organizados en corporaciones llamadas aljamas. Tenían
derecho a profesar libremente su religión y el reconocimiento de la plena
propiedad de todos sus bienes, así como autonomía judicial en causas civiles y
criminales.
Sin
embargo, al igual que ocurría en Al-Ándalus, las condiciones que disfrutaban
los judíos no suponían la igualdad respecto a la población cristiana. Así, la
legislación eclesiástica prohibía a los judíos hacer proselitismo, establecía
estrictas limitaciones en sus relaciones de convivencia con los cristianos, y
les prohibía ejercer oficios y cargos que llevaran aparejada jurisdicción sobre
éstos. La reticencia popular hacia los judíos se incrementó en el siglo XII, lo
que tiene que ver con el peso cada vez mayor de los judíos mercaderes y
financieros.
La
fase de esplendor en la historia de los judíos hispanos no estuvo exenta de
tensiones y traumas. Pese a la unidad que les confería la fe religiosa, en el
seno de las comunidades hebreas surgió una progresiva diferenciación entre un
sector aristocrático, formado por los grandes comerciantes y financieros al
servicio de la monarquía, y un sector popular compuesto por agricultores,
artesanos y pequeños mercaderes, más apegado a las tradiciones culturales y
religiosas. El enfrentamiento interno por el control de las aljamas se
generalizó desde finales del siglo XII. Las familias judías ricas se parecían
en su forma de vida a la nobleza cristiana. Además obtuvieron de los reyes
privilegios especiales, como no pagar impuestos.
En
cualquier caso, a lo largo del siglo XIII, el número de funcionarios y
cortesanos judíos creció de forma considerable en los reinos de Castilla y
Aragón.
Pese
a que estos judíos cortesanos podían acumular grandes riquezas, estaban
expuestos al cambio de humor de los soberanos y de la aristocracia cristiana.
Desde mediados del siglo XIII, el antijudaísmo avanzó en los reinos hispanos no
sólo en el terreno doctrinal, sino también en el legislativo. En 1312, un
concilio eclesiástico reunido en Zamora instaba a los regentes de Alfonso XI a
poner en práctica las disposiciones relativas a los judíos adoptadas en el IV
concilio de Letrán (1215), en las que se establecía que los judíos fueran
recluidos en barrios aislados y llevaran sobre sus vestimentas ciertas señales
identificativas. Este clima antijudío estalló de forma violenta en varias
ocasiones a lo largo del siglo XIV, lo que tuvo su expresión más evidente en el
asalto a las juderías.
En
definitiva, en la segunda mitad del siglo XIV el antijudaísmo era ya un
fenómeno irreversible en los reinos hispánicos. Alcanzó sus más altas cotas en
1391, con las persecuciones que, iniciadas en el valle del Guadalquivir, se
extendieron rápidamente por numerosas comarcas hispanas, provocando la ruina de
alguna de las aljamas más importantes. Pese a los esfuerzos posteriores para
restaurar las juderías, la comunidad judía nunca se recuperó. Además, el terror
producido por los asaltos a las juderías hizo que muchos se convirtieran al
cristianismo. Precisamente, los recelos de la mayoría cristiana respecto a
estos "conversos" dieron lugar a un problema que perduró incluso más
allá de la expulsión de los judíos en 1492.
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