domingo, 29 de julio de 2012

Historia de los judíos en al-Ándalus. Los Judíos en la España Medieval


LOS JUDÍOS EN LA ESPAÑA MEDIEVAL

 


Según algunos autores judíos del siglo XV la presencia hebrea en España era anterior al cristianismo. Sostenían que los primeros judíos llegaron a la Península Ibérica tras la destrucción del Primer Templo de Jerusalén por el rey babilonio Nabucodonosor II en el año 587 a.C. y la consiguiente diáspora judía. También lo interpretaba así un versículo bíblico del profeta Abdías, en el que se hablaba de "los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad". Lo cierto es que la Península Ibérica se convirtió en una verdadera patria para generaciones de judíos, hasta su expulsión por los Reyes Católicos en 1492. En el siglo VII sufrieron una creciente persecución por parte de los visigodos, especialmente con el rey Egica, quien ordenó la confiscación de todas las propiedades de los judíos y la retirada a los padres de la custodia de sus hijos para educarlos en el cristianismo.

Esta persecución hizo que en el año 711 los judíos recibieran a los musulmanes como auténticos liberadores. Las comunidades judías conocieron un considerable desarrollo en Al-Ándalus, donde también se establecieron algunos grupos de judíos norteafricanos. En el siglo X las principales comunidades hebreas andalusíes eran las de Córdoba, Toledo, Lucena y Granada. La mayoría de los judíos se dedicaban a la agricultura, la artesanía y el pequeño comercio, y los más destacados representantes de las aljamas se ocupaban del comercio internacional, la medicina y oficios de corte.

Tras la crisis del califato de Córdoba en el siglo XI, las comunidades hebreas resurgieron con los reinos de taifas, gracias a la labor desarrollada en las cortes de algunos de estos reinos por destacados personajes judíos.

En los reinos cristianos la actitud hacia los judíos era también favorable. Desde el siglo X hay noticias sobre la presencia judía en Galicia, León, Burgos, La Rioja y Cataluña, pese a que su número debía ser aún muy reducido. Diversos fueros de los siglos XI y XII garantizaban la autonomía administrativa y judicial de los judíos, organizados en corporaciones llamadas aljamas. Tenían derecho a profesar libremente su religión y el reconocimiento de la plena propiedad de todos sus bienes, así como autonomía judicial en causas civiles y criminales.

Sin embargo, al igual que ocurría en Al-Ándalus, las condiciones que disfrutaban los judíos no suponían la igualdad respecto a la población cristiana. Así, la legislación eclesiástica prohibía a los judíos hacer proselitismo, establecía estrictas limitaciones en sus relaciones de convivencia con los cristianos, y les prohibía ejercer oficios y cargos que llevaran aparejada jurisdicción sobre éstos. La reticencia popular hacia los judíos se incrementó en el siglo XII, lo que tiene que ver con el peso cada vez mayor de los judíos mercaderes y financieros.



 Sinagoga de Sta. María la Blanca. Toledo
 
La fase de esplendor en la historia de los judíos hispanos no estuvo exenta de tensiones y traumas. Pese a la unidad que les confería la fe religiosa, en el seno de las comunidades hebreas surgió una progresiva diferenciación entre un sector aristocrático, formado por los grandes comerciantes y financieros al servicio de la monarquía, y un sector popular compuesto por agricultores, artesanos y pequeños mercaderes, más apegado a las tradiciones culturales y religiosas. El enfrentamiento interno por el control de las aljamas se generalizó desde finales del siglo XII. Las familias judías ricas se parecían en su forma de vida a la nobleza cristiana. Además obtuvieron de los reyes privilegios especiales, como no pagar impuestos.

En cualquier caso, a lo largo del siglo XIII, el número de funcionarios y cortesanos judíos creció de forma considerable en los reinos de Castilla y Aragón.

Pese a que estos judíos cortesanos podían acumular grandes riquezas, estaban expuestos al cambio de humor de los soberanos y de la aristocracia cristiana. Desde mediados del siglo XIII, el antijudaísmo avanzó en los reinos hispanos no sólo en el terreno doctrinal, sino también en el legislativo. En 1312, un concilio eclesiástico reunido en Zamora instaba a los regentes de Alfonso XI a poner en práctica las disposiciones relativas a los judíos adoptadas en el IV concilio de Letrán (1215), en las que se establecía que los judíos fueran recluidos en barrios aislados y llevaran sobre sus vestimentas ciertas señales identificativas. Este clima antijudío estalló de forma violenta en varias ocasiones a lo largo del siglo XIV, lo que tuvo su expresión más evidente en el asalto a las juderías.

En definitiva, en la segunda mitad del siglo XIV el antijudaísmo era ya un fenómeno irreversible en los reinos hispánicos. Alcanzó sus más altas cotas en 1391, con las persecuciones que, iniciadas en el valle del Guadalquivir, se extendieron rápidamente por numerosas comarcas hispanas, provocando la ruina de alguna de las aljamas más importantes. Pese a los esfuerzos posteriores para restaurar las juderías, la comunidad judía nunca se recuperó. Además, el terror producido por los asaltos a las juderías hizo que muchos se convirtieran al cristianismo. Precisamente, los recelos de la mayoría cristiana respecto a estos "conversos" dieron lugar a un problema que perduró incluso más allá de la expulsión de los judíos en 1492.

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