LOS MERCADERES JUDÍOS EN EL SIGLO XIV
De
todos es conocido el papel desempeñado por los judíos en el sistema comercial a
lo largo de la historia, y cómo ese papel se convierte en protagonista, cuando
el escenario es el Mediterráneo y la época es la Edad Media.
Durante el siglo XIV, como
en los siglos anteriores y posteriores, el buen desarrollo de las transacciones
comerciales dependía, en gran medida, de las relaciones personales de los
mercaderes, pues la precariedad de las redes comerciales exigía una confianza
plena en todos y cada uno de los nudos de la red.
Un
próspero negocio familiar y correligionario
Las relaciones familiares
en el amplio sentido semítico –casi tribal y clánico– eran las grandes
protagonistas, pero cuando éstas fallaban, eran suplidas por las relaciones de
correligionarios. En el caso de los judíos eran tan frecuentes las unas como
las otras, cosa lógica si entendemos que en todos los lugares constituían una
minoría religiosa en un universo dominado por las religiones. En consecuencia,
las redes comerciales estaban integradas por miembros de una misma tradición
religiosa: judíos con judíos, cristianos con cristianos y musulmanes con
musulmanes, si bien esto no impedía que los negocios se pudieran realizar entre
miembros ajenos a la propia comunidad religiosa en sus fases inicial y final.
Concretamente, el comercio entre la Europa cristiana y los países musulmanes
dependía, en gran medida, de los mercaderes judíos asentado en las riberas
norte y sur del Mediterráneo, que comerciaban en los puertos del sur con
mercaderes musulmanes, y en el norte con cristianos. La ética comercial entre
los individuos de las tres religiones abrahámicas era muy similar, lo que
facilitaba las transacciones comerciales ‘interreligiosas’.
La mayoría de los
mercaderes judíos pertenecían a un grupo que se podría denominar como
profesionales, que estaba integrado por los grandes mercaderes, los delegados,
los representantes y los agentes o intermediarios. También se dedicaban a la
mercadería, de forma esporádica, viajeros que emprendían una peregrinación a
lugares santos, sobre todo a Jerusalén, o estudiosos que acudían a aprender con
eruditos famosos, y que aprovechaban el largo camino para comerciar y, con las
ganancias, costearse parte del viaje. Unas veces los negocios eran suyos
propios, aunque en la mayoría de los casos, eran por cuenta ajena, siempre eran
transacciones de menor envergadura que las de los mercaderes profesionales.
La abundante documentación
conservada sobre los mercaderes judíos muestra cómo, no todos ellos pertenecían
a la misma clase social, pero también evidencia cómo existía un espíritu de
igualdad, sólo explicable por la responsabilidad compartida entre todos los
actores de una transacción comercial. Los documentos –contratos, cartas, libros
de viajes, etc. – muestran cómo el comercio estaba marcado por la inseguridad y
la lentitud de las comunicaciones de las rutas comerciales que,
fundamentalmente, se realizaban en barco y en caravanas. Un buen resultado en
el negocio dependía de saber mantener un frágil equilibro entre los
compradores, los vendedores y los intermediarios, que comenzaba al adquirir la
mercancía en los lugares de origen y concluía con una buena venta en el lugar
de destino. Pero ese equilibrio dependía sobre todo de las etapas intermedias
en las que los productos esperaban su siguiente destino, eran negociados –se
vendían para comprar otras mercancías– o se perdían. En consecuencia, la
confianza entre todos los integrantes de la red comercial, era fundamental.
Las redes estaban formadas
sobre todo, por familiares de los grandes comerciantes, como eran los hijos,
los yernos y personas muy próximas, que actuaban de delegados o agentes. Estos
eran los encargados de comprar y vender las mercancías y solían residir en los
enclaves comerciales más importantes. A principios del siglo XIV, los
mercaderes judíos más importantes procedían del mundo musulmán, así era
frecuente encontrar redes donde, por ejemplo, un comerciante judío de El Cairo
tuviera delegados residentes en enclaves situados en el Occidente musulmán, que
mantenían la ruta entre Sijilmasa-Fez-al-Andalus, desde donde se adentraban en
los reinos cristianos hispanos peninsulares, o hacia Qairawán-Sicilia. Desde
Sicilia se volvía a bifurcar la ruta, marchando una hacia Europa por Italia,
otra al Levante mediterráneo y otra a El Cairo, sede central de la red, donde a
su vez, se recibían mercancías de la India a través de Adén y el Nilo, que se
importaban a la Europa cristiana y al occidente musulmán.
Auténticas sociedades mercantiles
Las relaciones entre los
mercaderes y sus agentes y representantes, se solía mantener de por vida e,
incluso, perduraba de generación en generación. Estas relaciones consolidadas,
a veces convivían con otras esporádicas que se establecían para una única
transacción comercial. Hasta principios del siglo XIV, los grandes comerciantes
judeo-árabes disponían de capital suficiente para financiar sus negocios y
expediciones comerciales, y todos los intermediarios recibían un porcentaje de
los beneficios de las transacciones.
Era frecuente que lo
grandes mercaderes se asociaran con otros comerciantes, creando auténticos
‘monopolios’. Estas sociedades se reforzaban con alianzas matrimoniales, si
bien las sociedades estaban por encima de esas alianzas, como se puede ver en
algún caso de divorcio, en el que la sociedad perdura una vez disuelto el
matrimonio. Las sociedades mercantiles repartían beneficios y financiaban
operaciones conjuntamente, pero las propiedades de los socios permanecían
separadas. Esta costumbre se aplicaba incluso a los hijos; su estricto
cumplimiento varió de unos lugares a otros y de unas épocas a otras, si bien en
el norte de África se practicó, casi sin variantes, desde la época romana hasta
bien entrada la Edad Moderna.
Durante el siglo XIV, como
en el resto del medioevo, los judíos, al ser comunidades minoritarias, se
regían por sus propias leyes tanto en los reinos cristianos como musulmanes,
sometiéndose a la jurisprudencia central sólo en los casos de litigios mixtos,
es decir con cristianos o musulmanes. Esta situación confería uniformidad a la
legislación que regía la vida de los judíos desde Oriente a Occidente, lo que
facilitaba y fomentaba las relaciones mercantiles entre judíos. Con frecuencia,
en la Edad Media, los grandes rabinos legislaron sobre cuestiones mercantiles.
Mitos sobre los mercaderes judíos
El hecho de que los judíos
mantuvieran unas férreas redes comerciales, con un carácter bastante
endogámico, y que éstas estuvieran regidas por sus propias leyes, que eran
desconocidas y extrañas a los gentiles, dio lugar a la aparición de leyendas en
torno a los comerciantes judíos, como eran la mítica riqueza de los
comerciantes o su dedicación a la usura, pero no todos eran grandes mercaderes
ni prestamistas. Lo que sí es cierto es que las legislaciones de los países
gentiles, en las que se les prohibía la posesión y cultivo de tierra, ejercer
cargos en la administración y la mayoría de las profesiones liberarles,
abocaron a los judíos a ejercer los oficios de comerciante y prestamista como
únicos medios de poder conseguir una mínima calidad de vida.
Otra de las leyendas sobre
los mercaderes judíos era su dedicación al comercio de los artículos de lujo.
Es cierto que había mercaderes judíos que controlaban gran parte del mercado de
objetos ornamentales –perlas, gemas, abalorios, lapislázuli, nácar, coral…– por
cuanto que la relación precio volumen era muy favorable, y en caso de
persecución, algo demasiado usual, era fácil de ocultar y transportar. Por
ejemplo, estas eran las mercancías con las que comerciaban preferentemente los
viajeros peregrinos y los estudiosos debido a ‘su comodidad’. Lo cierto es que
los judíos comerciaban con todo tipo de género, siendo muy activos en el
mercado de minerales, que era el caso contrario, pues era necesario comerciar
con grandes cantidades: el hierro lo importaban desde la India a Arabia y desde
allí, a los países del Mediterráneo, donde otros judíos tenían industrias de
transformación. El cobre, el estaño, la plata y el plomo, los exportaban desde
al-Andalus. El mercado del oro fue otro en el que los mercaderes judíos jugaron
un papel importante desde los primeros siglos de la Edad Media, este preciado
metal lo traían del África subsahariana vía Sijilmasa, y a partir del siglo
XII, solían importarlo desde Sudán.
El por qué de la elección
de una u otra mercancía se debía, en primer lugar, a la demanda del mercado
pero, en gran medida, también se debía a las actividades de la comunidad a la
que pertenecía el mercader, pues una práctica frecuente entre los judíos fue el
comerciar con productos relacionados con industrias de transformación en manos
de correligionarios. Por ejemplo, era muy frecuente que los judíos de
al-Andalus comerciaran con seda y productos relacionados con la industria
textil, como era el llamado tinte rojo de la India, que importaban desde India
y Yemen a Granada para, después, exportar la seda tejida y tintada. También el
lino egipcio lo exportaban a Túnez y Sicilia para su tratamiento y, tras el
proceso, volvía a ser importado a otros países, incluido Egipto.
Venecia y Génova controlan el comercio marítimo
A mediados del siglo XIV,
las rutas tradicionales antes descritas, comenzaron a declinar, y el comercio
con el Levante Mediterráneo experimentó un gran auge; es en ese momento cuando
las repúblicas marítimas italianas de Génova y Venecia, comienzan a controlar
el comercio en detrimento de los países musulmanes del Mediterráneo occidental.
A este cambio contribuyó la expansión y consolidación –aunque la toma de
Constantinopla no se produjera hasta 1453– del Imperio Otomano, que daría un
nuevo ritmo al comercio en esa zona. Los genoveses y venecianos se vieron
forzados a extender sus rutas hacia Siria, Egipto y Constantinopla. Como
grandes enclaves comerciales continuarían las ciudades egipcias de Alejandría y
El Cairo, y los puertos sicilianos; a la vez, surgirán otras nuevas bases
comerciales como las islas de Corfú, Rodas, Chipre, los enclaves griegos de
Salónica, Corinto o Constantinopla o las ciudades sirio-libanesas de Trípoli,
Alepo, Damasco, etc. Es notorio cómo la población judía de esos lugares aumentó
considerablemente: los judíos, atraídos por la prosperidad comercial de esas
ciudades emigraron desde Occidente, sobre todo desde Italia y Sefarad. Por
ejemplo, cuando en 1391 se dieron los brotes de antijudaísmo en los reinos de
Castilla y Aragón, muchos judíos que mantenían contactos comerciales con
comunidades hebreas del Levante, optaron por emigrar allí, ya que el naciente
imperio otomano les ofrecía mayores oportunidades y más protección y libertad.
El hecho de que el dominio
del comercio en el Mediterráneo pasara de manos musulmanas a manos cristianas,
afectó profundamente a los mercaderes judíos, pues la diferente consideración
en la que eran tenidos –pueblo del Libro unos y pueblo deicida otros– se
refleja en las relaciones con los mercaderes cristianos plasmada en las leyes.
Tal es el caso que se dio en la legislación marítima veneciana que, durante los
siglos XIV y XV, consideraba a los mercaderes judíos rivales y, por tanto,
propuso excluirlos de su sistema comercial. Aunque estas normas nunca llegaron
aplicarse, si limitarían su libertad de movimientos, así en el siglo XIV, los
mercaderes judíos no podrán ser dueños o fletar sus propias naves, sino que
serán obligados a usar los servicios marítimos de los países dominantes del
comercio marítimo, que ese momento eran fundamentalmente Venecia y Génova. Pero
incluso en el supuesto de que fueran aceptados tenían problemas, algunas veces
eran las propias leyes religiosas judías –dietéticas, pureza, festividades…–
las que dificultaban sus travesías en naves gentiles; otras eran los puertos
cristianos a los que arribaban, en los que podrían ser considerados proscritos
y perseguidos. Unos de los grandes males de los mercaderes judíos en este siglo
va a ser el de la piratería; este problema, que afectaba a todos los
comerciantes, era especialmente duro para los judíos, que eran asaltados con
más saña y no eran defendidos con la excusa de la religión. Era frecuente
observar cómo el número de cautivos judíos era significativamente mayor que el
de los cristianos, indiferentemente a la religión de los corsarios.
Confinados en ghettos
En las ciudades cristianas,
incluso en las de las colonias, los comerciantes judíos, como otros
‘extranjeros’, eran obligados a recluirse con sus mercancías durante la noche
en hospederías o fondacos, separados de los mercaderes cristianos, pero esta
separación era especialmente enfatizada en el caso de los judíos, que debían
pernoctar en fondas o albergues ubicados en los barrios judíos. La existencia
de posadas u hospicium exclusivamente judíos en la Alta Edad Media está bien
documentada: un hospicium en el call de Tortosa en 1328, un hospitium ventura
hebrei en Bolonia a finales del siglo XIV o un fondaco perteneciente a la
corona en el Nápoles de 1317 del rey Roberto.
Un ejemplo claro de la
actitud hacia los comerciantes judíos a finales del siglo XIV, es el de
Venecia: Durante todo el medioevo, los venecianos mantuvieron reservas con los
judíos, pero nunca hubo persecuciones, e incluso en el siglo XIV se les concede
el derecho de residencia estable en el barrio del Véneto, y total libertad para
ejercer sus negocios. La bonanza comercial de la ciudad hizo que se asentaran
numerosos comerciantes judíos, entre ellos algunos llegados de Sefarad. Se les
continuó autorizando a vivir dentro de la ciudad hasta 1513, pero ya
circunscritos a la isla que se conoció como Ghetto Nuevo, donde, a partir de
1516, se les obligó a vivir sin que pudieran abandonar el barrio después de la
puesta del sol.
A
pesar de todas las dificultades con las que tenían que bregar los judíos en los
territorios cristianos, cuando en las postrimerías de medioevo las
instituciones europeas desarrollaron un comercio más moderno, basado en la
implicación de inversores, muchos mercaderes judíos adoptaron este nuevo
sistema y prosperaron notablemente, frente a los colegas que continuaron con el
sistema de negocios musulmán, mucho más personalista. Los mercaderes cristianos
asentados en la zona del Levante, hicieron uso de su condición de minoría para
que sus negocios se rigieran por la leyes de sus países de origen, lo que fue
reconocido por las autoridades musulmanas. Los judíos hicieron uso de ese
derecho y se acogieron a las leyes mercantiles que les eran más favorables, ya
fueran judías, musulmanas o de cualquier país cristiano.
La relación con los
mercaderes cristianos hizo que los mercaderes judíos cambiaran muchos de sus
hábitos; por ejemplo, a partir del siglo XIII cambiaron la ruta del comercio de
diamantes traídos desde la India, que hasta aquella época se distribuía desde
Egipto pero que, desde entonces, va a pasar por Venecia, donde judíos
venecianos comenzaron con la industria de la talla de diamantes. El arte
moderno del corte del diamante se originó entonces.
En resumen, se puede decir
que durante el siglo XIV, los mercaderes judíos no sólo continuaron
protagonizando el mismo papel prominente en el sistema comercial de Occidente
que habían desempeñando durante los siglos anteriores, sino que se abrieron a
nuevos horizontes, como eran los territorios eslavos.
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