LA
MUJER EN LA EDAD MEDIA
El
principal problema que nos encontramos a la hora de definir la Historia de las
Mujeres en la Edad Media, es su ausencia en las fuentes escritas, por lo que no
es fácil rastrear sus actividades diarias, sus posicionamientos o pensamientos
sino que lo poco que sabemos es a través de los escritos masculinos.
Por
eso hay que ser cuidadosos a la hora de tener o no por válida la imagen que los
clérigos, los únicos que sabían escribir, dan sobre la mujer. A pesar de esta
dificultad, hoy en día conocemos a grandes figuras como Leonor de Aquitania,
Juana de Arco o Christine de Pisan, así como muchos elementos de su vida
cotidiana: podemos conocer qué comían, a qué se dedicaban, cómo cocinaban, qué
vestían, etc.
Si
avanzamos en el tiempo, nos encontramos con una Europa - incluida España-
cristiana, en la que la Iglesia va tomando poco a poco parcelas de poder; entre
ellas, las referidas a la moral. Este orden se ve reforzado por un sistema
social muy rígido, marcado únicamente por el nacimiento, donde las diferencias
de clase son claras. Estos dos elementos, junto con la proliferación de obras
que tratan sobre el carácter femenino, definirán la posición de la mujer a lo
largo de la Edad Media.
La
Iglesia tenía reservadas para la mujer dos imágenes que pretendía instaurar
como modelo en una sociedad cada vez más compleja, que había que dirigir con mano
de hierro si se quería controlar. La primera de ellas es la de Eva, que fue
creada con la costilla de Adán y propició la expulsión de ambos del Paraíso. La
segunda es la de María, que representa, además de la virginidad, la abnegación
como madre y como esposa. Ambas visiones pueden parecer contradictorias pero no
es sino la impresión general que tenemos de la época: lo ideal frente a lo
real.
Ligado
directamente a este aspecto, y teniendo en cuenta que la virtud más importante
para la mujer es la castidad, la cuestión de la sexualidad es ampliamente
tratada por el clero. Entorno a ella surgen distintos debates que siempre
concluyen en el mismo punto de exigencia para la mujer: despojar al acto sexual
de todo goce y disfrute para entenderlo como un deber conyugal, que tiene como
objetivo la procreación. Es por tanto, sólo posible dentro del matrimonio y con
el esposo, no estando permitida para la mujer, bajo pena de escarnio y muerte,
las relaciones extramatrimoniales ni adúlteras. Lo que aún crea debate para los
historiadores es si entre los matrimonios, y por tanto en la práctica sexual,
existía o no el sentimiento de amor y si fuese así, qué sentido y dimensión
tendría.
Si
hacemos caso a los libros, el ideal de vida, de amor y de mujer era, como ya se
ha visto, más idílica que real, en la que el Amor Cortés era el máximo
exponente y la mujer la descrita en él: casta, prudente, trabajadora, honrada,
callada y hermosa y sorprendentemente culta, capaz de entretener y sorprender a
su caballero. No obstante, es posible encontrar diferencias entre las
situaciones femeninas. Algunos historiadores apuntan que la edad es esencial a
la hora de estudiar a las mujeres en esta etapa, ya que la sociedad exigía
diferentes virtudes y comportamientos en cada momento de la vida.
Casagrande
va más allá: en el mundo medieval infancia y adolescencia se unen en una sola
etapa, la de la virginidad… es considerada una etapa transitoria, incompleta,
preparatoria para la siguiente, que se caracteriza por la reproducción"
Desde
el punto de vista social, podríamos hacer una triple diferenciación en cuanto a
la posición de las mujeres en él: la mujer noble, la campesina y la monja. La
primera de ellas era la única que podía gozar de grandes privilegios y la que,
si fuese posible, podría alcanzar un mayor reconocimiento.
Era
el centro del hogar donde se encargaba no sólo del cuidado de los hijos y su
educación sino que también de la organización de los empleados que trabajasen
para ellos, del control de la economía y en ausencia de su marido, bastante
común en la época por las guerras o las cruzadas, o por quedar viuda, era la
encargada, como administradora, de tomar las decisiones en sustitución de su
marido. La realidad era, según algunos especialistas, que las necesidades que
tenían en el del día a día nos permiten conocer ejemplos a través de
documentos-diarios, contabilidades del hogar, permisos especiales, etc.- sobre
ciertas mujeres que ejercían como lo hicieran sus maridos o que incluso podían
llegar a alcanzar un gran poder social.
El
día de la mujer noble podía llegar a ser agotador dependiendo de las posesiones
que tuviese que dirigir, de sus empleados y del número de familia. De
cualquiera de las formas, era un trabajo más complicado de lo que la literatura
clásica ha dado a entender. No obstante, el dinero o el prestigio no hacía que
estas mujeres fueran plenamente felices y es que se jugaba con ellas desde que
eran utilizadas como moneda de cambio a través de las uniones matrimoniales,
que servían para sellar pactos estratégicos o políticos, y así aumentar las
posesiones de uno u otro hombre. A la mayor parte no se les permitía intervenir
en política y, aunque eran las transmisoras de la dote, según la Legislación, no
podían gozar de ella ni en su estado de casadas, solteras o viudas, porque
pertenecían al padre, al esposo o al hijo.
Pero,
sin lugar a dudas, era la mujer campesina medieval la que más duras condiciones
de vida tuvo que soportar: dentro del hogar era la encargada de la cocina, de
las ropas, de la limpieza, de la educación de los hijos, etc. Fuera de él debía
ocuparse del ganado y del huerto, cuando no debía trabajar también en las
tierras de cultivo. Si por el contrario la mujer residía en la ciudad, además
de ocuparse de su familia y la casa, debía hacerlo del negocio familiar o
ayudar a su marido en cualquiera de las actividades que éste llevase a cabo. Si
ambos cobraban un salario, el de la mujer era notablemente menor, a pesar de
que realizasen los mismos trabajos.
Este
hecho es especialmente lacerante cuando la mujer es soltera o viuda y deja el
hogar para trabajar, normalmente en el servicio doméstico- representa la
mayoría-, en el hilado, o como lavandera o cocinera. Pero también lo hace, como
decimos, en el campo como braceras o jornaleras.
Por
último, la mujer que opta por dedicar a Dios su vida es una mujer que ha
cometido pecados en su vida y quiere redimirse, o bien una segundona que ha
visto cómo su dote se ha ido con una hermana mayor, o simplemente una mujer que
ve el convento como salida a un casi seguro matrimonio pactado. Esta mujer ha
sido la que más expectación ha generado en la historiografía, derivada de las
particularidades de los conventos y la relativa libertad que se vivían dentro
de ellos.
Un
caso especial muy estudiado también, lo suponen las beguinas, mujeres que
dedican su existencia a la religión pero que lejos de ingresar en un convento,
mantienen su vida cotidiana fuera de éste. Estas mujeres pretendían tener un
contacto inmediato con Dios, sin intermediación de la Iglesia, para establecer
un diálogo directo con Él. Del mismo modo, se dedicaban a la defensa y el
cuidado de los pobres, de los enfermos y los huérfanos, y a un campo poco
común, el del conocimiento: traducían obras religiosas a lenguas comunes.
La
Educación es uno de esos campos en los que la mujer tiene cierto espacio en la
Edad Media. Era ella, desde que la mayoría de la población es analfabeta, la
encargada de transmitir la cultura y los conocimientos que poseía a los hijos y
las hijas. Si nos referimos a las nobles, hoy en día sabemos que la mayoría de
ellas sí cultivaron los saberes. Dominando la escritura y la lectura,
aprendieron otras lenguas, se instruyeron en ciencias, y en música. Por el
contrario, el acceso a la educación para las clases bajas fue mucho más
complicado, especialmente en las zonas rurales.
De
cualquier forma y a pesar de los conocimientos que tuviesen o su clase social,
las instruían en la religión y las enseñaban a organizar un hogar. A las niñas
plebeyas las iniciarán en la costura, el hilado y las tareas del huerto y el
ganado y si tenían un negocio familiar, a las labores que debían desempeñar. A
las nobles se las mostraba cómo dirigir al servicio así como buenos modales y
el saber estar.
Las
monjas eran las más afortunadas entre todas las mujeres si a la educación nos
referimos ya que podían llegar incluso a conocer el latín y el griego y por
tanto a leer y escribir. A pesar de que no era lo común, hoy en día sabemos de
mujeres que retando a su tiempo, escribieron desde los conventos: Hildegarda de
Bingen o Gertrudis de Helfta. Debieron enfrentarse a un cuestionamiento ya que
se consideraban sin rigor por el simple hecho de ser mujeres.
Se
las consideraba también con menor inteligencia, menos capacidades: las
prescripciones o normas que debían seguir las mujeres, independientemente de su
edad o clase social, se regían por libros de los monasterios o de la
Antigüedad. Destacan las obras de fisiología que argumentaban que la diferencia
entre sexos era una cuestión biológica: a las mujeres les atribuían unos
humores fríos y húmedos, mientras que a los hombres se les consideraba
calientes y secos, la perfección y medida de todas las cosas.
La
naturaleza de las mujeres les hacía no sólo ser más débiles en los aspectos
morales, sino también en los físicos, porque podía ser causante de todas sus
enfermedades, entre ellas la menstruación -que no era sino todo aquello
demoniaco que la mujer expulsaba por la vagina-.
Estos
tratados fisiológicos, junto con otros escritos sobre moral y costumbres, así
como una regulación jurídica muy negativa para la mujer, hicieron de la Edad
Medía, en su mayoría, una etapa oscura, de austeridad y de prohibiciones para
la mujer, en la que su comportamiento estuvo medido por la institución de la
Iglesia como único garante del buen orden social y vigilado por los maridos como
ejecutores de las normas. Pero también hubo luces.
En
la actualidad se han multiplicado los estudios sobre esta época y sabemos
gracias al trabajo de muchas historiadoras, de grandes mujeres que retaron a su
tiempo o de actividades en las que la mujer era el centro. Una de ellas era la
medicina familiar de la que las mujeres, especialmente aquellas rurales, tenían
un conocimiento de las plantas y los remedios que podían utilizarse para curar
las enfermedades.
Es
por tanto una etapa de luz y de sombras, de pasos hacia delante y hacia atrás
donde, desgraciadamente, la posición de la mujer fue de inferioridad pero
donde, las mujeres buscaban huecos, agujeros por los que salir.
(Autora del texto del
artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:
Ana Molina Reguilón
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