LAS ALCURNIAS ANDALUSÍES
LOS SEFARDÍES
De
todos los pueblos que vivieron en Al Andalus y que recibieron su cultura, el
que más espectacularmente se mezcló con los castellanos y aragoneses fue el
hebreo, el sefardí. Primero los expulsaron los musulmanes y se fueron al Norte,
durante varios siglos viviendo digna y libremente en sus aljamas; luego
vinieron las persecuciones populares, contra la voluntad de los reyes, y
finalmente, la expulsión regia de los que no se convirtieron. Los que se
quedaron en esta tierra, como conversos, fueron posiblemente más de cien mil;
en una España que tenía unos seis millones de habitantes, algo así como un dos
por ciento, pero que se integró en la poderosa nobleza, en el no menos poderoso
episcopado y en las pequeñas pero influyentes clases medias, entre médicos y religiosos.
Transmitieron
no sólo su sangre, sino capitales elementos de su cultura: la veneración por el
amor místico del Cantar de los Cantares, la piedad íntima, y en el otro
extremo, un talante racionalista precoz que se comprueba en sorprendentes explicaciones
antropocéntricas de la Biblia, ya en el siglo XVI, que, procedentes de Averroes
y de Maimónides favorecieron la conversión y se fueron desenvolviendo en el
nuevo humanismo. La cultura española no fue la misma después de la fusión con
los conversos, tan numerosos y tan cultos a menudo; no sólo entre los mismos
conversos, sino en la población en general, ya que las ideas vuelan. Santa
Teresa era nieta de un converso, y su espiritualidad estaba vivísima, y en el
Quijote se ha querido encontrar una vena conversa, o por lo menos uno de los
modos de ser español: la loca ambición y el desengaño y, por encima de todo, el
realismo socarrón con que fue escrito.
LOS MOZÁRABES
También
fue transcendente, unos siglos antes, la supuesta mezcla de los cristianos
norteños con los bereberes, a lo mejor ancestros de los maragatos de León y la
comprobada con los cristianos mozárabes del Sur, que permitió el encantador
estilo de las iglesillas llenas de arcos de herradura y, sobre todo las
eléctricas y alucinadas miniaturas del "Comentario del Apocalipsis",
que tan bien expresaban una espiritualidad medio judía, mesiánica, la de los
seguidores de Santiago el Menor, el nuestro, el hermano del Señor, que
aborrecía del Anticristo que habían dejado en Córdoba.
Fueron
decenas de miles, si no alguna centena de mil, esos mozárabes que se refugiaron
en el Norte o que fueron liberados en el Reino de Toledo, con la lengua árabe
como materna; pero casi nadie sabe que descienda de ellos, aunque hay la
excepción: los cristianos mozárabes toledanos de condición noble, gracias a que
conservaron seis parroquias suyas y luego una capilla en la Catedral; todavía
existe una Hermandad mozárabe que reúne a los descendientes de ocho linajes de
caballeros (había más); algunos de sus nombres, los Portocarreros, los
Gudieles, los Quirinos (como el que dispuso el censo de Judea, que hizo que
Jesús naciera en Belén), los Ficulnos, los Armildos, entroncan con los
ancestros visigodos y aun con los romanos.
Hacia
1150, la población mozárabe del Centro de la Península se acrecentó cuando
llegó una nueva oleada, en un impresionante vaivén: muchos descendientes de los
que habían sido deportados por los almohades a Marruecos, un siglo antes (la
Primera Expulsión de la historia de la Península, esta vez contra cristianos y
hebreos) retornaron a la tierra de sus padres y se establecieron en el Reino de
Toledo.
DE NUEVO LAS MUJERES
¿Mientras
avanzaba a la vez la conquista, se casaron los repobladores, muchos seguramente
varones solteros y recién hacendados, con algunas mujeres musulmanas, o
tuvieron esclavas, e hijos de unas u otras, como suele suceder en las
conquistas, donde los colonos necesitan mujeres, puesto que las de su tierra no
se han ido con ellos? La historia que conocemos es la historia de los varones;
no suelen aparecer en ella muchos nombres de mujeres. Se sabe que el mismo rey
que conquistó Toledo, Don Alfonso VI, primero se casó con la entrometida
francesa Doña Constanza y luego con Doña Zaida, viuda de un hijo del rey poeta
de Sevilla, al-Mutamid; Zaida, la mora, Reina de Castilla; su hijo Don Sancho,
el único varón de Don Alfonso, si no hubiera muerto en Uclés, habría sido el
siguiente Rey. ¿Cuántos castellanos, en el nuevo Reino de Toledo, seguirían el
ejemplo de Don Alfonso VI?
Nos
encontramos con una prueba más o menos firme de que muchas mujeres de los
conquistadores pudieron ser moriscas: que los nombres que usamos para el ajuar
(que en sí es una palabra de éstas), los enseres que alhajaban (otra palabra)
la casa y algunas comidas son muy a menudo árabigos; hablo de la casa antigua,
la casa castellana casi sin muebles, como mucho con sus estrados alfombrados
con alcatifas (árabe) y llenos de almohadones (árabe), que era tan parecida a
las andalusíes, o todavía más, de la casa andaluza, con sus paredes encaladas
un año y otro por su dueña, en el estilo árabe; repartidas en alcobas y
algorfas o cámaras; adornadas con albendas y alahilcas, o colgaduras; con el
zaguán como entrada, la barra del alamud en la puerta y coronadas por las
azoteas; si las amas de casa hablaban en árabe, ésta puede ser la explicación.
¿Por qué en Castilla la Nueva, Extremadura, Murcia o Andalucía se dice o se
decía aljofifa y aljofifar en vez de fregar, alfaca en vez de cuchillo, zafa o
jofaina en vez de lebrillo, alcayata en vez de escarpia, taca o alacena, acetre
y además nombres más generales como la albanega o cofia, la alfarda o peto, la
albadena o vestido, la alcandora, el mandil, los alamares, las arracadas, entre
las ropas y el arreglo personal, los alfileres, las jaretas o las alforzas en
la costura, los tabaques o canastillos, los azafates o bandejas para coloretes
como la alheña, el alcandor, el alcohol o polvillo negro para los ojos, la
alconcilla, y también cosas como la almohada, la alfombra, el almirez, la
jarra, la albornía o taza, la alcarraza, la alcuza, o comidas como la
alboronía, o guisado de verduras, según una receta atribuida a la mujer de un
califa, ¿el zulaque o cocimiento?, el alcuzcuz (conozco la receta del que se
sigue haciendo en Castilléjar, de Granada), las albóndigas, las zahinas o
gachas, las alejijas de harina con ajonjolí, el alfitete o sémola, los fideos
de nombre mozárabe, los alfajores, las alcorzas de pasta dulce, los dulces muy
delgaditos llamados alfeñiques y los buñuelos o alfinges o el almíbar? ¿No
podríamos añadir los nombres de las flores de arriate, o de alféizar, los
alhelíes, los azemines o jazmines, las azucenas, las plantas como la
albahaca..., que adornarían también puertas y ventanas? ¿Es que los oían en casa
de los vecinos mudéjares o moriscos, tan desdeñados, o es que se oía en la
propia casa?
Cada
campo de palabras árabes, en castellano, está vinculado a un oficio o profesión
enseñada por mudéjares: a los alarifes o arquitectos, a los carpinteros, a los
hortelanos, a los guerreros, a los marineros, a los alfareros... ¿por qué el
campo de las palabras domésticas no estaría unido al oficio de ama de casa, que
entonces también sería mudéjar o morisca? Lo mismo que la cocina mexicana,
supervivencia de la india, testimonia del mestizaje, la cocina andalusí,
delicada y especiada, con sus sopas, sus gachas, sus migas, sus fideos, sus
boladillos, sus carnes picadas, sus pescados, su aceite desde luego, ha
sobrevivido entre nosotros (sobre todo en la repostería)
LOS ESCLAVOS
Hay
también que contar con la población esclava, relativamente numerosa en Sevilla.
Los esclavos procedentes de la conquista del Reino de Granada fueron bastantes,
a fines del siglo XV, como aquellos más de mil malagueños que llegaron a Sevilla
en 1487, o las trescientas doncellas moras vendidas después de la Caída de
Granada, o los millares de mujeres y niños arrebatados casi un siglo después,
en la Guerra de las Alpujarras. Un esclavo no se ponía en libertad fácilmente:
valía una fortuna, casi tanto como una casa modesta. A menos que su familia
pudiera pagar otro tanto como rescate... Las mujeres esclavas se procuraba que
quedaran embarazadas: los niños nacían esclavos, gratis. Es verdad que los
granadinos no eran los más numerosos en un esclavaje formado también por
berberiscos y negros; pero ahí estaban y probablemente la mayoría se quedaron.
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