EL LEONARDO ANDALUSÍ
Rosario Fontova
Un grupo de expertos italianos ha logrado reconstruir digitalmente varios inventos del ingeniero andalusí Ibn Khalaf al Muradi a partir de un manuscrito del año 1000
El Leonardo da Vinci islámico
vivió en Córdoba o Granada en el siglo XI. Inventó relojes de agua, máquinas de
guerra y otros artilugios que debieron producir asombro en aquel tiempo brumoso
donde dominaba la superstición. El ingeniero andalusí se llamaba Ibn Khalaf al
Muradi y, por primera vez, sus juguetes han sido interpretados en tres dimensiones
por un equipo de especialistas italianos.
El libro de los secretos es un
manuscrito árabe del año 1000 que ha llegado hasta nosotros a través de una
copia realizada en Toledo en 1266. Y esa copia se conserva en la Biblioteca
Medicea Laurenziana de Florencia. Hasta ahora, el manuscrito nunca había sido
estudiado en su totalidad ni divulgado, pero el equipo Leonardo 3 (Massimiliano
Lisa, Mario Taddei y Edoardo Zanon) ha reproducido digitalmente varios inventos
del ingeniero tras descifrar los del genio del renacimiento Leonardo da Vinci y
reconstruir con fidelidad sus más sobresalientes artilugios, como una
bicicleta, un equipo para volar y una escafandra. El libro de los secretos,
señalan, “tiene una importancia extraordinaria en el campo de la ciencia porque
representa uno de los primeros testimonios escritos y diseñados de mecanismos
complejos de la antigüedad”. El proyecto se ha presentado en el nuevo Museo de
Arte Islámico de Doha (Qatar), con el patrocinio de Hamad bin Khalifa Al-Thani.
De Al Muradi se conocen sus
diseños no solo a través del manuscrito italiano, también porque en las
Cántigas de Alfonso X el Sabio, de 1277, hay una descripción de uno de sus
proyectos: un gran reloj de madera que funcionaba con mercurio.
El libro de los secretos,
redactado en árabe, contiene diseños de más de 30 dispositivos. De ellos,
Leonardo 3 abordó la reconstrucción de una máquina de guerra para destruir
fortalezas y de un reloj de agua con tres personajes, una mujer y dos hombres.
El equipo creó modelos tridimensionales animados de todas las piezas de ambos
artilugios, que se van ensamblando en un touch screen holográfico. La máquina
de guerra consiste en un ariete que asciende mediante un sistema de elevación
horizontal para destruir una fortificación enemiga. El reloj con autómatas
funciona con un sistema mecánico a base de poleas y tornos que transporta el
agua hasta que mana de la boca de la mujer, que se desplaza para arrojarla en
una jarra.
Hay además una máquina
inquietante, una fábula amorosa con animales, pequeñas gacelas, serpientes que
brotan de un pozo y una princesa cautiva. Todos estos personajes debían moverse
mecánicamente mediante mercurio y agua y con la ayuda de poleas. Este
sofisticado artilugio forma parte de la más genuina tradición islámica. Aunque
la arquitectura no religiosa del mundo árabe fue destruida y se conservan pocos
indicios, sí se sabe que los grandes palacios de Samarra y Madinat al-Zahara
(el palacio cordobés de los Abderramanes) poseían jardines de ensueño, con estanques
de mercurio y plomo donde se reflejaba la luz.
Y flanqueando las principales
puertas y los tronos de los soberanos, había autómatas de bronce que se movían
o emitían extraños ruidos. A los autómatas se les equipaba con un sistema
neumático. El cuerpo de metal actuaba como caja de resonancia de un saco de
piel guardado en su interior, una especie de fuelle conectado por un tubo a la
boca del animal. La vibración originaba un ruido, una especie de rugido que
debía causar miedo y sorpresa entre los invitados o enemigos del señor andalusí
al que pertenecían y que, nos permitimos sospechar, debía disfrutar de lo lindo
con los sobresaltos.
Poderes mágicos
A los autómatas se les atribuían
a veces poderes mágicos. De hecho, se colocaban leones rugientes flanqueando
los tronos de los califas para protegerles. En lo alto del palacio de Bagdad
brillaba un jinete autómata metálico. Su lanza apuntaba hacia el punto cardinal
de donde procedía la amenaza. Los árabes, maestros en la geomancia, estaban
fascinados por los autómatas y diseñaron artilugios muy adelantados
tecnológicamente. El ingeniero Al Muradi debió formarse en similar escuela que
el astrónomo de Córdoba e inventor de astrolabios Ahmed ibn Hussain ibn Basso.
En el mundo islámico el conocimiento de las estrellas y del repertorio de los
cuerpos celestes –el ilm al-nujum– aparece ligado a la existencia humana.
Conocerlo era una obligación para un árabe culto.
Imagen: Máquina grúa con un
ariete para derribar torres enemigas
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