IBN MASSARRA
Muhammad Ibn Massarra.
Uno de los primeros pensadores de
la revolución andalusí e islámica.
Nació en Córdoba en el año 883.
Murió en el 931.
Muhammad ibn Massarra es uno de
los primeros maestro del pensamiento y la filosofía en el mundo islámico,
partiendo de presupuestos del conocimiento del Din del Islam y filosóficos, de
acuerdo con las formas gnósticas y unitarias. Vivió en un período de
importantes transformaciones a nivel de identidad y cultura en Al-Andalus
(883-931), marcándole profundamente, tanto en su metodología como en los
fundamentos de sus reflexiones. Ya en su adolescencia supo rodearse de un
importante círculo de amigos y discípulos. La heterodoxia de sus enseñanzas
despertaba graves sospechas entre los sabios y pensadores unitarios más
dogmáticos, dando lugar a enfrentamientos que terminarían cuando emprendió un
largo viaje al Oriente. Con el triunfo de la revolución islámica en Al-Andalus,
y ya en tiempos de ‘Abd al-Rahmân III, volvió a su patria andaluza, pasando el
resto de su vida en un retiro de la Serranía de Córdoba, dedicándose a la
enseñanza e iniciación de un grupo reducido de discípulos.
De acuerdo con el pensamiento de
Ibn Massarra, sus fundamentos filosóficos formarían escuela a partir de
Empédocles, y sus teorías acerca del origen de la materia, del origen de la
existencia. Se apoyaría, de igual forma, para su punto de partida e intento de
explicación comprensiva de la existencia como problema filosófico, en Plotino y
Aristóteles, a los que siguió con gran conocimiento.
En su teoría acerca de la
existencia, mantiene Ibn Massarra que en todo lo creado (a partir del axioma de
la creación) existe algo paciente o receptor que se hallaría frente al actor
creador en sí. Ese algo paciente puede ser comparado, de forma simbólica, con
una materia, a partir de la cual estaría hecho el mundo. O con otras palabras,
y para evitar el gravísimo error teológico de pensar la posibilidad de que un
dios creara el mundo a partir de algo existente fuera de él, afirma que la
realidad es el acto puro y la recepción pura, inseparables dentro de la esencia
divina, enfrentándose en la existencia finita.
Todo ello caracterizaría a las
criaturas, es decir, a lo finito o creado. Acto y recepción, acción y
pasividad, etcétera, se diferencian, como polos extremos, entre los cuales se
desarrollan las criaturas. De todo ello se deduce que el acto puro estaría
siempre del lado de la unidad. Como una luz que parte de una fuente, mantiene
una acción el polo receptor comparado a un espejo que refleja dicha luz, o como
un medio que la refracta. Todo ello sería la raíz de la pluralidad. A esta
materia originaria, o fuente original, se la conoce en griego con el término
hyle y hayûla, en árabe, que entre otras cosas viene a significar la conocida
distinción griega antigua entre forma y materia, que a su vez sería
plásticamente formulada a modo de ejemplo artístico, donde una forma existente
en la mente es posible imprimirla en una materia moldeable (por ejemplo, la
estatua). De todas formas, y a partir del pensamiento de Ibn Massarra,
entendemos que todo ello no debe inducir a figurarnos la materia original como
algo material, tal y como hoy lo comprendemos; ya que en este aspecto sigue de
cerca a Aristóteles, el cual manifestó que la materia original en sí, antes de
tomar una forma, no es ni visible ni imaginable. Evidentemente, con ello,
Aristóteles sólo haría referencia a la materia original de la vida, de este
mundo; con mayor razón, para afirmar este mismo criterio, acerca de Ibn
Massarra, dado del carácter filosófico de su pensamiento y su concepción de
Allah y el Universo.
Es su teoría acerca de los polos
activo y receptivo, los cuales en sus diferentes relaciones van creando todo un
universo y jerarquía de grados de existencia, que resultaría de la
determinación mutua entre estos polos: de las nupcias del polo puramente activo
con el puramente receptivo nace, como primer grado, una realidad relativamente
activa, frente a la cual se halla, como segundo grado, otra realidad
relativamente receptiva (figurativamente podríamos hablar de una forma
materializada y de una materia informada); las nupcias de los polos se van
repitiendo de forma gradual hasta llegar a la materia, aunque de una forma
relativamente receptiva, que daría lugar –según esta teoría- a la base del
mundo físico, y que fue llamada por los filósofos latinos materia signata
quantitate. Con todo ello, los dos polos primeros, el acto puro y la materia
original, permanecerían siempre iguales a ellos mismos: la materia original,
pues, sería, hablando en términos esotéricos, la madre fecunda y siempre virgen
del universo.
En su intento de explicar el
origen del mundo y las cosas a partir de la materia original, Ibn Massarra
haría uso de la conocida parábola de los polvitos solares, que se remontan a
‘Alî, yerno del profeta, que haría precipitar en el Islam gran parte de las
fórmulas filosóficas y sufies. Esta parábola dice que sin la irradiación del
Sol, que cae sobre las partículas de polvo suspendidas en el aire, éstas no
podrían aparecer visibles, y sin las partículas de polvo los propios rayos
solares no se distinguirían en el aire; éstas se corresponden a la materia
original que, en sí, sin el reflejo de los rayos del Sol, a imagen de la luz
divina, carecerían de entidad. Gracias a esta parábola, la doctrina de la
materia original recibe un sentido que va mucho más allá del horizonte exclusivo
de la filosofía, en cuanto está se halla ligada al pensamiento deductivo. En
última instancia, la parábola de las partículas de polvo iluminadas por el sol
se refiere al concepto del conocimiento de la unidad e indivisibilidad de
Allah. Importante cuestión ideológica que conllevaría las sucesivas
transformaciones políticas y culturales que darían como logro la revolución de
los andalusíes en Al-Andalus. A nivel ideológico, era la pugna entre la
concepción unitaria de Allah y de la división trinitaria de Dios cristiana. Así
pues, en el pensamiento de Ibn Massarra vemos la imagen de un andaluz unitario
inserto en la vorágine de los acontecimientos revolucionarios islámicos que,
por su nombre, ya es un fiel reflejo de la arabización y la islamización de la
Bética, y que en su pensamiento deductivo ha traspasado el simple campo del
gnosticismo hacia una comprensión intelectual del Islam.
Podremos comparar, al hacer
referencia a Dante Alighieri, cómo la doctrina de los grados de existencia y su
representación figurativa, serían posteriormente utilizadas también por los
cristianos del Renacimiento, siendo fieles seguidores de las enseñanzas del
andaluz Ibn Massarra. Como eslabón espiritual intermedio aparece un escrito
latino, de autor cristiano desconocido, cuyo único ejemplar conservado se
encuentra hoy en París, pero, según todos los indicios, fue compuesto en
Al-Andalus y copiado en Bologna hacia finales del siglo XII. Describe éste la
ascensión del alma a través de las esferas celestes, dando al mismo tiempo un
panorama esquemático del universo, donde los diferentes elementos de la
cosmología árabe y andalusí aparecen en su justo lugar. A simple vista, la obra
parece describir el viaje del alma a la otra vida, al más allá; pero en
realidad, de lo que se trata, al igual que en la Divina Comedia de Dante, es de
la ascensión del espíritu contemplativo a través de todos los estados del ser y
de la conciencia hasta llegar al origen divino.
Lo que ha confundido a los investigadores modernos del manuscrito es la circunstancia de que la jerarquía de los cielos astronómicos, que –como en los cosmólogos árabes- son diez; son interpretados de tres modos distintos, aparentemente contradictorios: primero como grados de la perfección humana o de la virtud contemplativa, la segunda vez como grados del puro conocimiento del Creador y la tercera vez –con sentido negativo y por un orden invertido- como precipitación gradual del alma en estados de esclavitud y desgarramiento. Esta triple interpretación se explica del modo siguiente: según Avicena, corresponde a cada uno de los cielos astronómicos tanto un grado del alma universal como un modo de conocer el intelecto universal; al mismo tiempo los cielos astronómicos son expresión de fuerzas naturales que dominan este mundo terrenal y que tiene para el alma que les es entregada necesariamente un carácter fatal y tiránico (Burckhardt, T.: La civilización hispano-árabe, pp. 169-173).
Existe un esquema que ilustra el
manuscrito, donde los estados del mundo físico, psíquico y espiritual se
representan todos de un modo continuo y en un mismo nivel formando círculos
concéntricos. El círculo exterior de esta jerarquía lleva el título: El primer
efecto, el primer ser creado, el origen de todas las criaturas, en el cual
están contenidas las criaturas. Ello no significa otra cosa que el espíritu
universal (rûh al-kull) o la primera facultad cognoscitiva, el intelectus
primus latino (al-áql al-awwal) de los cosmólogos musulmanes. De alguna forma,
el criterio cristiano también quedaría señalado aquí, y se trataría del reflejo
inmediato del logos en la creación. En el exterior de este círculo encontramos
dos círculos más, estando marcado el interior de éstos con la denominación de
forma original (la forma in potentia de los latinos), que se refiere al polo
activo o generador del universo. Ello recuerda particularmente la doctrina de
Ibn Gabirol y también el hecho de que por encima de todos los círculos se
encuentre la leyenda: Voluntad del Creador como señalando la última razón de la
existencia.
Por encima del sistema geométrico de los grados de existencia, encontramos la imagen del Cristo entronizado, cuyos pies son tocados por los círculos más altos y las figuras humanas que ascienden hacia ellos. La posición sui generis que ocupa la obra, su papel como eslabón que une al mundo cristiano-unitario y gnóstico, con la revolución andalusí musulmana en Al-Andalus.
Continuando con su biografía
sería su padre, comerciante aficionado al marazilismo, quien le iniciaría en
estos estudios teológicos y filosóficos. Entre otras tantas acusaciones que a
sus enseñanzas se le hicieron, especialmente se le atribuye la herejía motazil,
que atribuye la libertad humana, la causalidad de todos los actos y que niega,
al mismo tiempo, la existencia del infierno; todo ello, unido a la conflictiva
situación por la que atravesaba el emirato de ‘Abd Allâh, debido a la revuelta
de Ibn Hafsûn, que originaría la condena del emir, lo que motivaría, como ya
señalamos, su huida de Al-Andalus, so pretexto de una peregrinación (Hayy)
oficial a la Meka acompañándole en el viaje dos de sus más fieles discípulos.
Tras su regreso a Córdoba, de
nuevo buscaría aislarse con sus discípulos en un retiro de la Sierra de Córdoba
(en la que construyó una habitación).
De esta suerte, continuó
exponiendo su pensamiento a los iniciados que formaban parte de su escuela, a
los que reveló grandes secretos. Uno de ellos, Ibn ‘Abd al-Mâlik, se las
ingeniaría para escribir una copia subrepticia de la obra de su maestro, que
más tarde publicaría, originando ésta una grave denuncia de herejía por parte
de los faquíes mas ortodoxos, aunque no ha llegado a nosotros noticia alguna de
que fuera condenado.
La obra de Ibn Massarra no sólo
sería polémica en Al-Andalus; transcendió a todo el mundo árabe. Su obra, como
tal no ha llegado a nosotros, pero sin embargo, conocemos el título de dos de
sus importantes escritos: Libro de la explicación perspicua y Libro de las
letras, en los cuales expone y defiende su sistema, bajo la apariencia
musulmana del motazilismo y del sufismo batimí- según Asín Palacios.
Fuente: www.arabespanol.org
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